456. Partieron de Nazaret para Belén María purísima y el glorioso San José, a los ojos del mundo tan solos como pobres y humildes peregrinos, sin que nadie de los mortales los reputase ni estimase más de lo que con él tienen granjeado la humildad y pobreza. Pero, ¡oh admirables sacramentos del Altísimo, ocultos a los soberbios e inescrutables para la prudencia carnal! No caminaban solos, pobres ni despreciados, sino prósperos, abundantes y magníficos: eran el objeto más digno del eterno Padre y de su amor inmenso y lo más estimable de sus ojos, llevaban consigo el tesoro del cielo y de la misma divinidad, venerábanlos toda la corte de los ciudadanos celestiales y reconocían las criaturas insensibles la viva y verdadera arca del Testamento, mejor que las aguas del Jordán a su figura y sombra cuando corteses se dividieron para hacerle franco el paso a ella y a los que la seguían (Jos 3, 16). Acompañáronlos los diez mil Ángeles que arriba dije, núm. 450; fueron señalados por el mismo Dios para que sirviesen a Su Majestad y a su santísima Madre en toda esta jornada; y estos escuadrones celestiales iban en forma humana visible para la divina Señora, más refulgentes cada uno que otros tantos soles, haciéndola escolta, y ella iba en medio de todos más guarnecida y defendida que el lecho de Salomón con los sesenta valentísimos de Israel (Cant 3, 7) que ceñidas las espadas le rodeaban. Fuera de estos diez mil Ángeles asistían otros muchos que bajaban y subían a los cielos, enviados del Padre eterno a su Unigénito humanado y a su Madre santísima, y de ellos volvían con las legacías que eran enviados y despachados.
457. Con este real aparato oculto a los mortales caminaban María santísima y San José, seguros de que a sus pies no les ofendería la piedra (Sal 90, 12) de la tribulación, porque mandó a sus Ángeles el Señor que los llevasen en las manos de su defensa y custodia. Y este mandato cumplían los ministros fidelísimos, sirviendo como vasallos a su gran Reina, con admiración de alabanza y gozo, viendo recopilados en una pura criatura tantos sacramentos juntos, tales perfecciones, grandezas y tesoros de la divinidad, y todo con la dignidad y decencia que aun a su misma capacidad angélica excedía. Hacían nuevos cánticos al Señor, contemplándole sumo Rey de gloria descansando en su reclinatorio de oro (Cant 3, 10), y a la divina Madre, ya como carroza incorruptible y viva, ya como espiga fértil de la tierra prometida (Lev 23, 10) que encerraba el grano vivo, ya como nave rica del mercader (Prov 31, 14), que le llevaba a que naciera en la “casa del pan” (Belén), para que muriendo en la tierra (Jn 12, 24) fuese multiplicado en el cielo. Duróles cinco días la jornada; que por el preñado de la Madre Virgen, ordenó su Esposo llevarla muy despacio. Y nunca la soberana Reina conoció noche en este viaje; porque, algunos días que caminaban parte de ella, despedían los Ángeles tan grande resplandor como todas las iluminarías del cielo juntas cuando al mediodía tienen su mayor fuerza en la más clara serenidad. Y de este beneficio y de la vista de los Ángeles gozaba San José en aquellas horas de las noches; y entonces se formaba un coro celestial de todos juntos, en que la gran Señora y su esposo alternaban con los soberanos espíritus admirables cánticos e himnos de alabanza, con que los campos se convertían en nuevos cielos. Y de la vista y resplandor de sus ministros y vasallos gozó la Reina en todo el viaje, y de dulcísimos coloquios interiores que tenía con ellos.
458. Con estos admirables favores y regalos mezclaba el Señor algunas penalidades y molestias que se ofrecían a su divina Madre en el viaje. Porque el concurso de la gente en las posadas, por los muchos que caminaban con la ocasión del imperial edicto, era muy penoso e incómodo para el recato y modestia de la purísima Madre y Virgen y para su esposo, porque como pobres y encogidos eran menos admitidos que otros y les alcanzaba más descomodidad que a los muy ricos; que el mundo, gobernado por lo sensible, de ordinario distribuye sus favores al revés y con acepción de personas. Oían nuestros santos peregrinos repetidas palabras ásperas en las posadas a donde llegaban fatigados, y en algunas los despedían como a gente inútil y despreciable, y muchas veces admitían a la Señora de cielo y tierra en un rincón de un portal, y otras aun no le alcanzaba; y se retiraban ella y su esposo a otros lugares más humildes y menos decentes en la estimación del mundo; pero en cualquiera lugar, por contentible que fuese, estaba la corte de los ciudadanos del cielo con su Rey supremo y Reina soberana, y luego todos la rodeaban y encerraban como un impenetrable muro, con que el tálamo de Salomón estaba seguro y defendido de los temores nocturnos Cant 3, 8). Y su fidelísimo esposo San José, viendo a la Señora de los cielos tan guarnecida de sus ejércitos divinos, descansaba y dormía, porque ella también cuidaba de esto, para que se aliviase algo del trabajo del camino. Y ella se quedaba en coloquios celestiales con los diez mil ángeles que la asistían.
459. Aunque Salomón en los Cantares comprendió grandes misterios de la Reina del cielo por diversas metáforas y similitudes, pero en el capítulo 3 habló más expresamente de lo que sucedió a la divina Madre en el preñado de su Hijo santísimo y en esta jornada que hizo para su sagrado parto; porque entonces fue cuando se cumplió a la letra todo lo que allí se dice del lecho de Salomón, de su carroza y reclinatorio de oro, de la guarda que le puso de los fortísimos de Israel que gozan de la visión divina y todo lo demás que contiene aquella profecía, cuya inteligencia basta haberla apuntado en lo que se ha dicho para convertir toda mi admiración al sacramento de la sabiduría infinita en estas obras tan venerables para la criatura. ¿Quién habrá de los mortales tan duro que no se ablande su corazón, o tan soberbio que no se confunda, o tan inadvertido que no se admire de ver una maravilla compuesta de tan varios y contrarios extremos? ¡Dios infinito y verdaderamente oculto y escondido en el tálamo virginal de una doncella tierna llena de hermosura y gracia, inocente, pura, suave, dulce, amable a los ojos de Dios y de los hombres, sobre todo cuanto el mismo Señor ha criado y criará jamás! ¡Esta gran Señora, con el tesoro de la divinidad, despreciada, afligida, desestimada y arrojada de la ciega ignorancia y soberbia mundana! Y por otra parte, en los lugares más contentibles, ¡amada y estimada de la beatísima Trinidad, regalada de sus caricias, servida de sus Ángeles, reverenciada, defendida y amparada de su grande y vigilante custodia! ¡Oh hijos de los hombres, tardos y duros de corazón (Sal 4, 3), qué engañosos son vuestros pesos y juicio, como dice Santo Rey David (Sal 61, 10)), que estimáis a los ricos, despreciáis a los pobres, levantáis a los soberbios y abatís a los humildes, arrojáis a los justos y aplaudís a los vanos! Ciego es vuestro dictamen, y errada vuestra elección, con que os halláis frustrados en vuestros mismos deseos. Ambiciosos que buscáis riquezas y tesoros y os halláis pobres y abrazados con el aire, si recibierais al Arca verdadera de Dios, recibierais y consiguierais muchas bendiciones de la diestra divina, como Obededón (2 Sam 6, 11), pero porque la despreciasteis, os sucedió a muchos lo que a Oza (2 Sam 6, 7), que quedasteis castigados.
460. Conocía y miraba la divina Señora entre todo esto la variedad de almas que había en todos los que iban y venían y penetraba sus pensamientos más ocultos y el estado que cada una tenía, en gracia o en pecado, y los grados que en estos diferentes extremos tenían; y de muchas almas conocía si eran predestinadas (al Cielo) o réprobas [precitas – Dios quiere que todos se salven y da gracia suficiente para salvación a todos. Los que se condenen, se condenen por su propia culpa ya que no hay predestinación al infierno], si habían de perseverar o caer o levantarse; y toda esta variedad le daba motivos de ejercitar heroicos actos de virtudes con unos y por otros; porque para muchos alcanzaba la perseverancia, para otros eficaz auxilio con que se levantasen del pecado a la gracia, por otros lloraba y clamaba al Señor con íntimos afectos, y por los réprobos, aunque no pidiese tan eficazmente, sentía intensísimo dolor de su final perdición. Y fatigada muchas veces con estas penas, más sin comparación que con el trabajo del camino, sentía algún desfallecimiento en el cuerpo, y los santos Ángeles, llenos de refulgente luz y hermosura, la reclinaban en sus brazos, para que en ellos descansase y recibiese algún alivio. A los enfermos, afligidos y necesitados consolaba por el camino, sólo con orar por ellos y pedir a su Hijo santísimo el remedio de sus trabajos y necesidades; porque en esta jornada, por la multitud y concurso de la gente, se retiraba a solas sin hablar, atendiendo mucho a su divino preñado, que ya se manifestaba a todos. Este era el retorno que la Madre de misericordia daba a los mortales por el mal hospedaje que de ellos recibía.
461. Y para mayor confusión de la ingratitud humana, sucedió alguna vez que, como era invierno, llegaban a las posadas con grandes fríos de las nieves y lluvias —que no quiso el Señor les faltase esta penalidad— y era necesario retirarse a los mismos lugares viles donde estaban los animales, porque no les daban otro mejor los hombres; y la cortesía y humanidad que les faltaba a ellos, tenían las bestias, retirándose y respetando a su Hacedor y a su Madre, que le tenía en su virginal vientre. Bien pudiera la Señora de las criaturas mandar a los vientos, a la escarcha y a la nieve que no la ofendieran, pero no lo hacía por no privarse de la imitación de Cristo su Hijo santísimo en padecer, aun antes que él saliese de su virgíneo vientre, y así la fatigaron algo estas inclemencias en el camino. Pero el cuidadoso y fiel esposo San José atendía mucho a abrigarla, y más lo hacían los espíritus angélicos, en especial el príncipe San Miguel, que siempre asistió al lado diestro de su Reina, sin desampararla un punto en este viaje, y repetidas veces la servía, llevándola del brazo cuando se hallaba algo cansada. Y cuando era voluntad del Señor la defendía de los temporales inclementes y hacía otros muchos oficios en obsequio de la divina Señora y del bendito fruto de su vientre, Jesús.
462. Con la variedad alternada de estas maravillas llegaron nuestros peregrinos, María santísima y San José, a la ciudad de Belén el quinto día de su jornada a las cuatro de la tarde, sábado, que en aquel tiempo del solsticio hiemal ya a la hora dicha se despide el sol y se acerca la noche. Entraron en la ciudad buscando alguna casa de posada, y discurriendo muchas calles, no sólo por posadas y mesones, pero por las casas de los conocidos y de su familia más cercanos, de ninguno fueron admitidos y de muchos despedidos con desgracia y con desprecios. Seguía la honestísima Reina a su esposo, llamando él de casa en casa y de puerta en puerta, entre el tumulto de la mucha gente. Y aunque no ignoraba que los corazones y las casas de los hombres estarían cerrados para ellos, con todo eso por obedecer a San José quiso padecer aquel trabajo y honestísimo pudor o vergüenza que para su recato, y en el estado y edad que se hallaba, fue de mayor pena que faltarles la posada. Discurriendo por la ciudad llegaron a la casa donde estaba el registro y padrón público, y por no volver a ella se escribieron, y pagaron el fisco y la moneda del tributo real, con que salieron ya de este cuidado. Prosiguieron su diligencia y fueron a otras posadas, y habiéndola buscado en más de cincuenta casas, de todas fueron arrojados y despedidos; admirándose los espíritus soberanos de los altísimos misterios del Señor, de la paciencia y mansedumbre de su Madre Virgen y de la insensible dureza de los hombres. Con esta admiración bendecían al Altísimo en sus obras y ocultos sacramentos, porque desde aquel día quiso acreditar y levantar a tanta gloria la humildad y pobreza despreciada de los mortales.
463. Eran las nueve de la noche cuando el fidelísimo San José lleno de amargura e íntimo dolor se volvió a su esposa prudentísima, y la dijo: Señora mía dulcísima, mi corazón desfallece de dolor en esta ocasión viendo que no puedo acomodaros, no sólo como vos lo merecéis y mi afecto lo deseaba, pero ningún abrigo ni descanso, que raras veces o nunca se le niega al más pobre y despreciado del mundo. Misterio sin duda tiene esta permisión del cielo, que no se muevan los corazones de los hombres a recibirnos en sus casas. Acuerdóme, Señora, que fuera de los muros de la ciudad está una cueva que suele servir de albergue a los pastores y a su ganado. Lleguémonos allá, que si por dicha está desocupada, allí tendréis del cielo algún amparo cuando nos falta de la tierra.—Respondióle la prudentísima Virgen: Esposo y señor mío, no se aflija vuestro piadosísimo corazón, porque no se ejecutan los deseos ardentísimos que produce el afecto que tenéis al Señor. Y pues le tengo en mis entrañas, por él mismo os suplico que le demos gracias por lo que así dispone. El lugar que me decís será muy a propósito para mi deseo. Conviértanse vuestras lágrimas en gozo con el amor y posesión de la pobreza, que es el tesoro rico e inestimable de mi Hijo santísimo. Este viene a buscar desde los cielos, preparémosele con júbilo del alma, que no tiene la mía otro consuelo, y vea yo que me le dais en esto. Vamos contentos a donde el Señor nos guía.—Encaminaron para allá los Santos Ángeles a los divinos esposos, sirviéndoles de lucidísimas antorchas, y llegando al portal o cueva, la hallaron desocupada y sola. Y llenos de celestial consuelo, por este beneficio alabaron al Señor, y sucedió lo que diré en el capítulo siguiente.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
464. Hija mía carísima, si eres de corazón blando y dócil para el Señor, poderosos serán los misterios divinos que has escrito y entendido para mover en ti afectos dulces y amorosos con el Autor de tantas y tales maravillas, en cuya presencia quiero de ti que desde hoy hagas nuevo y grande aprecio de verte desechada y desestimada del mundo. Y dime, amiga, si en recambio de este olvido y menosprecio admitido con voluntad alegre, pone Dios en ti los ojos y la fuerza de su amor suavísimo, ¿por qué no comprarás tan barato lo que vale no menos que infinito precio? ¿Qué te darán los hombres cuando más te celebren y te estimen? ¿Y qué dejarás si los desprecias? ¿No es todo mentira y vanidad? ¿No es una sombra fugitiva y momentánea que se les desvanece entre las manos a los que trabajan por cogerla? Pues cuando todo lo tuvieras en las tuyas, ¿qué hicieras en despreciarlo de balde? Considera bien cuánto menos harás en arrojarlo por granjear el amor del mismo Dios, el mío y de sus Ángeles; niégalo todo, carísima, y de corazón; y si no te despreciare el mundo tanto como debes desearlo, desprecíale tú a él y queda libre, expedita y sola, para que te acompañe el todo y sumo bien y recibas con plenitud los felicísimos efectos de su amor y con libertad le correspondas.
465. Es tan fiel amante mi Hijo santísimo de las almas, que me puso a mí por maestra y ejemplar vivo para enseñarlas el amor de la humildad y el eficaz desprecio de la vanidad y soberbia. Y también fue orden suya que para su grandeza y para mí, su sierva y Madre, faltase abrigo y acogida entre los hombres, dando motivo con este desamparo para que después las almas enamoradas y afectuosas se le ofrezcan, y obligarse con tan fina voluntad a venir y estar en ellas; como también buscó la soledad y la pobreza, no porque para sí tuviese necesidad de estos medios para obrar las virtudes en grado perfectísimo, sino para enseñar a los mortales que éste era el camino más breve y seguro para lo levantado del amor divino y unión con el mismo Dios.
466. Bien sabes, carísima, que incesantemente eres enseñada y amonestada con la luz de lo alto, para que olvidada de lo terreno y visible te ciñas de fortaleza (Prov 31, 17) y te levantes a imitarme, copiando en ti, según tus fuerzas, los actos y virtudes que de mi vida te manifiesto. Y éste es el primer intento de la ciencia que recibes para escribirla, porque tengas en mí este arancel y de él te valgas para componer tu vida y obras al modo que yo imitaba las de mi Hijo dulcísimo. Y el temor que te ha causado este mandato, imaginándole superior a tus fuerzas, le has de moderar y cobrar ánimo con lo que dice mi Hijo santísimo por el Evangelista San Mateo (Mt 5, 48): Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial. Esta voluntad del Altísimo que propone a su Iglesia santa no es imposible a sus hijos, y si ellos de su parte se disponen, a ninguno le negará esta gracia, para conseguir la semejanza con el Padre celestial, porque esto les mereció mi Hijo santísimo; pero el pesado olvido y desprecio que hacen los hombres de su redención impide que se consiga en ellos eficazmente su fruto.
467. De ti, hija mía, quiero especialmente esta perfección y te convido para ella por medio de la suave ley del amor a que encamino mi doctrina. Considera y pesa con la divina luz en qué obligación te pongo, y trabaja para corresponder a ella con prudencia de hija fiel y solícita, sin que te embarace dificultad o trabajo alguno, ni omitir virtud ni acción de perfección por ardua que sea. Ni te has de contentar con solicitar tu amistad con Dios y la salvación propia, pero si quieres ser perfecta a mi imitación y cumplir con lo que enseña el Evangelio, has de procurar la salud de otras almas y la exaltación del santo nombre de mi Hijo y ser instrumento en su mano poderosa para cosas fuertes y de su mayor agrado y gloria.
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