573. Despedidos los tres Santos Reyes Magos y habiéndose celebrado en el portal el gran misterio de la adoración del infante Jesús, no quedaba otro que esperar en aquel lugar pobre y sagrado sino salir de él. La prudentísima Madre dijo a San José: Señor mío y esposo, esta ofrenda que los Reyes han dejado a nuestro Dios y niño no ha de estar ociosa, pero ha de servir a Su Majestad, empleándose luego en lo que fuere de su voluntad y obsequio. Yo nada merezco, aunque sea de cosas temporales; disponed de todo como de cosa de mi Hijo y vuestra.—Respondió el fidelísimo esposo con su acostumbrada humildad y cortesía, remitiéndose a la voluntad de la divina Señora, para que por ella se distribuyese. Instó de nuevo Su Majestad, y dijo: Si por humildad queréis, señor mío, excusaros, hacedlo por la caridad de los pobres, que piden la parte que les toca, pues tienen derecho a las cosas que su Padre celestial crió para su alimento.—Confirieron luego entre María purísima y San José cómo se distribuyesen en tres partes: una para llevar al templo de Jerusalén, que fue el incienso y mirra y parte del oro; otra para ofrecer al Sacerdote que circuncidó al niño, que se emplease en su servicio y de la sinagoga o lugar de oración que había en Belén; y la tercera para distribuir con los pobres. Y así lo ejecutaron con liberal y fervoroso afecto.
574. Para salir de aquel portal, ordenó el Todopoderoso que una mujer pobre, honrada y piadosa fuese algunas veces a ver a nuestra Reina al mismo portal; porque era la casa donde vivía pegada a los muros de la ciudad, no lejos de aquel lugar sagrado. Esta devota mujer, oyendo la fama de los Santos Reyes e ignorando lo que habían hecho, fue un día después a hablar a María santísima, y la dijo si sabía lo que pasaba de que unos Magos (sabios), que decían eran Reyes, habían venido de lejos a buscar al Mesías. La divina Princesa con esta ocasión, y conociendo el buen natural de la mujer, la instruyó y catequizó en la fe común, sin declararle en particular el sacramento escondido del Rey que en sí misma encerraba y en el dulcísimo Niño que tenía en sus divinos brazos. Diola también alguna parte del oro destinado para los pobres, con que se remediase. Con estos beneficios quedó mejorada en todo la suerte de la feliz mujer, y ella aficionada a su maestra y bienhechora. Ofrecióle su casa, y siendo pobre era más acomodada para hospicio de los artífices o fundadores de la santa pobreza. Hízole grande instancia la pobre mujer, viendo la descomodidad del portal donde María santísima y el feliz esposo estaban con el Niño. No desechó el ofrecimiento la Reina y con estimación respondió a la mujer que la avisaría de su determinación. Y confiriéndolo luego con San José, se resolvieron en ir a pasar a la casa de la devota mujer y esperar allí el tiempo de la purificación y presentación al templo. Obligóles más a esta determinación el estar cerca del portal del nacimiento, y también que comenzaba a concurrir en él mucha gente, por el rumor que se iba publicando del suceso y venida de los Santos Reyes.
575. Desampararon María santísima, San José y el Niño el sagrado portal, porque ya era forzoso, aunque con gran cariño y ternura, y fuérónse a hospedar a la casa de la feliz mujer, que los recibió con suma caridad y les dejó libre lo mejor de la habitación que tenía. Fuéronlos acompañando todos los Ángeles y ministros del Altísimo, en la misma forma humana que siempre los asistían. Y porque la divina Madre y su esposo desde la posada frecuentaban las estaciones de aquel santuario, iban y venían con ellos la multitud de príncipes que los servían. Y a más de esto, para guarda y custodia del portal o cueva cuando el niño y Madre salieron de ella, puso Dios un Ángel que le guardase, como el del paraíso (Gen 3,24); y así ha estado y está hoy en la puerta de la cueva del nacimiento con una espada, y nunca más entró en aquel lugar santo ningún animal, y si el Santo Ángel no impide la entrada de los enemigos infieles, en cuyo poder está aquél y los demás lugares sagrados, es por los juicios del Altísimo, que deja obrar a los hombres por los fines de su sabiduría y justicia; y porque no era necesario este milagro, si los príncipes cristianos tuvieran ferviente celo de la honra y gloria de Cristo para procurar la restauración de aquellos Santos Lugares consagrados con la sangre y plantas del mismo Señor y de su Madre santísima y con las obras de nuestra redención; y cuando esto no fuera posible, no hay excusa para no procurar a lo menos la decencia de aquellos misteriosos lugares con toda diligencia y fe, que el que la tuviere, grandes montes vencerá (Mt 17, 19), porque todo le es posible al creyente (Mc 9, 22). Y se me ha dado a entender que la devoción piadosa y la veneración de la Tierra Santa es uno de los medios más eficaces y poderosos para establecer y asegurar las monarquías católicas; y quien lo fuere no puede negar que ahorrar a otros gastos excesivos y excusados, para emplearlos en tan piadosa empresa, fuera grata a Dios y a los hombres, pues para honestar estos gastos no es menester buscar razones peregrinas.
576. Retirada María purísima con su Hijo y Dios a la posada que halló cerca del portal, perseveró en ella hasta el tiempo que conforme a la ley se había de presentar purificada al templo con su primogénito. Y para este misterio determinó en su ánimo la santísima entre las criaturas disponerse dignamente con deseos fervorosos de llevar a presentar al Eterno Padre en el templo su infante Jesús, e imitándole ella y presentándose con él adornada y hermoseada con grandes obras que hiciesen digna hostia y ofrenda para el Altísimo. Con esta atención hizo la divina Señora aquellos días, hasta la purificación, tales y tan heroicos actos de amor y de todas las virtudes, que ni lengua de hombres ni Ángeles lo pueden explicar; ¿cuánto menos podrá una mujer en todo inútil y llena de ignorancia? La piedad y devoción cristiana merecerá sentir estos misterios, y los que para su contemplación y veneración se dispusieren. Y por algunos favores más inteligibles que recibió la Virgen Madre, se podrán colegir y rastrear otros que no caben en palabras.
577. Desde el nacimiento habló el infante Jesús con su dulcísima Madre en voz inteligible, cuando la dijo, luego que nació: Imítame, Esposa mía y asimílate a mí, como dije en su lugar, capítulo 10 (Cf. supra n. 480). Y aunque siempre la hablaba con perfectísima pronunciación, era a solas, porque el santo esposo José nunca le oyó hablar, hasta que fue el niño creciendo y habló después de un año con él. Ni tampoco la divina Señora le declaró este favor a su esposo, porque conocía era sólo para ella. Las palabras del Niño Dios eran con la majestad digna de su grandeza y con la eficacia de su poder infinito y como con la más pura y santa, la más sabia y prudente de las criaturas, fuera de sí mismo, y como con verdadera Madre suya. Algunas veces decía: Paloma mía, querida mía, Madre mía carísima.—Y en estos coloquios y delicias que se contienen en los Cantares de Salomón, y otros más continuos interiores, pasaban Hijo y Madre santísimos, con que recibía más favores la divina Princesa y oyó palabras tan de dulzura y caricia, que han excedido a las de los Cantares de Salomón, y más que han dicho ni pensado todas las almas justas y santas desde el principio hasta el fin del mundo. Muchas veces repetía el infante Jesús, entre estos amables misterios, aquellas palabras: Asimílate a mí, Madre y paloma.—Y como eran razones de vida y virtud infinita, y a ellas acompañaba la ciencia divina que tenía María santísima de todas las operaciones que obraba interiormente el alma de su Hijo unigénito, no hay lengua que pueda explicar, ni pensamiento percibir los efectos de estas obras tan recónditas en el candidísimo e inflamado corazón de la Madre de Hijo que era hombre y Dios.
578. Entre algunas excelencias más raras y beneficios de María purísima, el primero es ser Madre de Dios, que fue el fundamento de todas; el segundo, ser concebida sin pecado; el tercero, gozar en esta vida muchas veces la visión beatífica de paso; el cuarto lugar tiene este favor, de que gozaba continuamente, viendo con claridad el alma santísima de su Hijo y todas sus operaciones para imitarlas. Teníala presente, como un espejo clarísimo y purísimo en que se miraba y remiraba, adornándose con las preciosas joyas de aquella alma santísima copiadas en sí misma. Mirábala unida al Verbo divino y cómo se reconocía inferior en la humanidad con profunda humildad. Conocía con vista clarísima los actos de agradecimiento y alabanza que daba, por haberla criado de nada como a todas las demás almas, y por los dones y beneficios que sobre todas había recibido en cuanto criatura, y especialmente por haberla levantado y sublimado a su naturaleza humana a la unión inseparable de la divinidad. Atendía a las peticiones, oraciones y súplicas, que hacía incesantes, que presentaba al eterno Padre por el linaje humano, y cómo en todas las demás obras iba disponiendo y encaminando su redención y enseñanza, como único Reparador y Maestro de vida eterna.
579. Todas estas obras de la santísima humanidad de Cristo nuestro bien iba imitando su Madre purísima. Y en toda esta Historia hay mucho que decir de tan gran misterio, porque siempre tuvo este dechado y ejemplar a la vista, donde formó todas las acciones y operaciones desde la encarnación y nacimiento de su Hijo, y como abeja oficiosa fue componiendo el panal dulcísimo de las delicias del Verbo humanado. Y Su Majestad, que vino del cielo a ser nuestro Redentor y Maestro, quiso que su Madre santísima, de quien recibió el ser humano, participase por altísimo y singular modo los frutos de la general Redención y que fuese única y señalada discípula, en quien se estampase al vivo su doctrina, formándola tan semejante a sí mismo, cuanto era posible en pura criatura. Por estos beneficios y fines del Verbo humanado se ha de colegir la grandeza de las obras de su Madre santísima y las delicias que tenía con él en sus brazos, reclinándole en su pecho, que era el tálamo y lecho florido (Cant 1, 15) de este verdadero Esposo.
580. En los días que la Reina santísima se detuvo en Belén hasta la purificación, concurrió alguna gente a visitarla y hablarla, aunque casi todos eran de los más pobres: unos por la limosna que de su mano recibían, otros por haber sabido que los Magos habían estado en el portal, y todos hablaban de esta novedad y de la venida del Mesías, porque en aquellos días, no sin dispensación divina, estaba muy público entre los judíos que se llegaba el tiempo en que había de nacer en el mundo, y se hablaba comúnmente de esto. Con ocasión de todas estas pláticas se le ofrecían a la prudentísima Madre repetidas ocasiones de obrar grandiosamente, no sólo en guardar secreto en su pecho y conferir en él todo lo que oía y veía (Lc 2, 19), pero también en encaminar muchas almas al conocimiento de Dios, confirmarlas en la fe, instruirlas en las virtudes, alumbrarlas en los misterios del Mesías que esperaban y sacarlas de grandes ignorancias en que estaban, como gente vulgar y poco capaz de las cosas divinas. Decíanla algunas veces tantas novelas y cuentos de mujeres en estas materias, que oyéndolas el santo y sencillo esposo José se solía sonreír y admirar de las respuestas llenas de sabiduría y eficacia divina con que la gran Señora respondía y enseñaba a todos; cómo los toleraba, sufría y encaminaba a la verdad y conocimiento de la luz, con profunda humildad y severidad apacible, dejando a todos gustosos, consolados y capaces de lo que les convenía; porque les hablaba palabras de vida eterna (Jn, 6, 69), que les penetraba hasta el corazón, los fervorizaba y alentaba.
Doctrina de la Reina del cielo María santísima Señora nuestra.
581. Hija mía, a la vista clara de la luz divina conocí yo, sobre todas las criaturas, el bajo precio y estimación que tienen delante el Altísimo los dones y riquezas de la tierra, y por esto me fue trabajoso y enojoso a mi santa libertad hallarme cargada con los tesoros de los Reyes ofrecidos a mi Hijo santísimo; pero como en todas mis obras había de resplandecer la humildad y obediencia, no quise apropiarlos a mí, ni dispensarlos por mi voluntad, sino por la de mi esposo José; y en esta resignación hice concepto como si fuera sierva suya y como si nada de aquellos bienes temporales me tocara, porque es cosa fea, y para vosotras las criaturas flacas muy peligrosa, atribuiros o apropiaros cosa ninguna de bienes terrenos, así de hacienda como de honra, pues todo esto se hace con codicia, ambición y ostentación vana.
582. He querido, carísima, decirte todo esto para que en todas materias quedes enseñada de no admitir dones ni honras humanas, como si algo te debieran, ni lo apropies a ti misma, y esto menos cuando lo recibes de personas poderosas y calificadas; guarda tu libertad interior y no hagas ostentación de lo que nada vale, ni te puede justificar para con Dios. Si algo te presentaren, nunca digas ‘esto me han dado’, ni ‘esto me han traído’, sino ‘esto envía el Señor para la comunidad, pidan a Su Majestad por el instrumento de esta misericordia suya’; y nombrarle, para que lo hagan en particular y no se frustre el fin del que hace la limosna. Tampoco la recibas por tu mano, que es insinuar codicia, sino las ofícialas dedicadas para ese fin; y si por el oficio de prelada fuere necesario después de estar dentro el convento darlo a quien le pertenece para distribuirlo al común, sea con magisterio de desprecio, manifestando no está allí el afecto, aunque al Altísimo y al que te hizo el bien se le has de agradecer, y conocer no le mereces. Lo que traen a las demás religiosas debes agradecerlo por Prelada, y con toda solicitud cuidar luego se aplique al cuerpo de la comunidad, sin tomar para ti cosa alguna; y no mires con curiosidad lo que viene al convento, porque no se deleite el sentido, ni se incline a apetecerlo o gustar le hagan tales beneficios, que el natural frágil y lleno de pasiones incurre en muchos defectos repetidas veces y muy pocas veces se hace consideración de ellos; no se le puede fiar nada a la naturaleza infecta, porque siempre quiere más de lo que tiene y nunca dice basta y cuanto más recibe mayor sed le queda para más.
583. Pero en lo que te quiero más advertida es en el trato íntimo y frecuente con el Señor, por incesante amor, alabanza y reverencia. En esto quiero, hija mía, que trabajes con todas tus fuerzas y que apliques tus potencias y sentidos sin intervalo, con desvelo y cuidado; porque sin él es forzoso que la parte inferior, que agrava el alma (Sab 9, 15), la derribe y atierre, la divierta y precipite, haciéndola perder de vista el sumo bien. Y este trato amoroso del Señor es tan delicado, que sólo de atender y oír al enemigo en sus fabulaciones se pierde; y por esto solicita él con gran desvelo que le atiendan, como quien sabe que el castigo de haberle escuchado será escondérsele al alma el objeto de su amor; y luego la que inadvertidamente ignoró su hermosura (Cant 1, 7) sale tras de las pisadas de sus descuidos, desposeída de suavidad divina, y cuando, a mal de su grado, experimenta el daño en su dolor, quiere volver a buscarla y no siempre se halla ni se le restituye; y como el demonio que la engañó le ofrece otros deleites tan viles y desiguales de aquellos a que tenía acostumbrado el gusto interior, de aquí le resulta y se origina nueva tristeza, turbación, caimiento, tibieza, hastío y toda se llena de confusión y peligro.
584. De esta verdad tienes tú, carísima, alguna experiencia, por tus descuidos y tardanza en creer los beneficios del Señor. Ya es tiempo que seas prudente en tu sinceridad y constante en conservar el fuego del santuario, sin perder de vista un punto el mismo objeto a que yo siempre estuve atenta con la fuerza de toda mi alma y potencias. Y aunque es grande la distancia de ti, que eres un vil gusanillo, a lo que en mí te propongo que imites y no puedes gozar del bien verdadero tan inmediato como yo le tenía, ni obrar con las condiciones que yo lo hacía, pero, pues yo te enseño y manifiesto lo que obraba imitando a mi Hijo santísimo, puedes, según tus fuerzas, imitarme a mí, entendiendo que le miras por otro viril; mas porque yo le miraba por el de su humanidad santísima, y tú por el de mi alma y persona. Y si a todos llama y convida el Todopoderoso a esta alta perfección si quieren seguirla, considera tú lo que debes hacer por ella, pues tan larga y poderosa se muestra contigo la diestra del Altísimo para traerte tras de sí (Cant 1, 7).
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