Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Las ocupaciones de María santísima después de la muerte de San José y algunos sucesos con sus Ángeles.

INDICE   Libro  5   Capítulo  17    Versos:  895-908


895. Toda la perfección de la vida cristiana se reduce toda a las dos vidas que conoce la Iglesia, vida activa y vida contemplativa. A la activa pertenecen las operaciones corporales o sensibles y que se ejercitan con los prójimos en las cosas humanas, que son muchas y muy varias y tocan en las virtudes morales, de quien reciben su perfección propia todas estas acciones de la vida activa. A la contemplativa pertenecen las operaciones interiores del entendimiento y voluntad, cuyo objeto es nobilísimo y espiritual y propio de la criatura intelectual y racional, y por eso esta vida contemplativa es más excelente que la activa y por sí misma es más amable, como más quieta, deleitable y hermosa y que se llega más al último fin que es Dios, en cuyo altísimo conocimiento y amor consiste, y así participa más de la vida eterna, que toda es contemplativa. Estas son las dos hermanas Marta y María (Lc 10, 38-42), una quieta y regalada, otra solícita y turbada; y las otras dos también hermanas y esposas Lía y Raquel (Gen 29, 16ss), una fecunda pero fea y de malos ojos, otra hermosa y agraciada pero al principio estéril; porque la vida activa es más fructuosa, aunque dividida en muchas y varias ocupaciones en que se turba y no tiene tan claros ojos para levantarlos y penetrar las cosas altas y divinas; pero la contemplativa es hermosísima, aunque al principio no es tan fecunda, porque su fruto le da más tarde por medio de la oración y méritos, que suponen grande perfección y amistad de Dios, para obligarle a que extienda su liberalidad con otras almas, pero éstos suelen ser frutos de bendiciones muy copiosas y de grande aprecio.
896. El juntar estas dos vidas es el colmo de la perfección cristiana, pero tan dificultoso como se vio en Marta y María, en Lía y Raquel, que no fueron sola una sino dos diferentes, cada una para representar la vida que significaba; porque ninguna de las dos las pudo comprender entrambas en su representación, con la dificultad que hay de juntarlas en un sujeto en grado perfecto a un mismo tiempo. Y aunque en esto han trabajado mucho los santos, y a lo mismo se ordena la doctrina de los maestros de espíritu, tantas instrucciones de los varones apostólicos y doctos, los ejemplos de los apóstoles y patrones de las sagradas religiones, que todos procuraron juntar la contemplación con la acción, en cuanto con la divina gracia les era concedido; pero siempre conocieron que la vida activa, por la multitud de sus acciones, en los objetos inferiores derrama el corazón y le turba, como lo dijo el Señor a Marta, y por más que trabaje en recogerse a su quietud y reposo para levantarse a los ojos altísimos de la contemplación, no lo puede conseguir sin grande dificultad en esta vida y por breve tiempo, salvo con otro especial privilegio de la diestra del Altísimo. Por esta razón los santos que se dieron a la contemplación, de intento buscaron los yermos y soledades acomodadas para vacar a ella, y los demás que juntamente atendían a la vida activa y salvación de las almas por la predicación y doctrina, tomaban parte del tiempo en que se retiraban de las acciones exteriores y en lo demás partían los días, dando unas horas a la contemplación y otras a las ocupaciones activas, y obrándolo todo con perfección alcanzaron el mérito y premio de entrambas vidas, que sólo se funda en el amor y gracia como principal causa.
897. Sola María santísima juntó estas dos vidas en grado supremo, sin embarazarse en ella la contemplación altísima y ardentísima por las acciones exteriores de la vida activa. En ella estuvo la solicitud de Marta sin turbación y el reposo y sosiego de María sin descansar en el ocio corporal, tuvo la hermosura de Raquel y la fecundidad de Lía y sola nuestra prudentísima y gran Reina comprendió en la verdad lo que significaron estas diferentes hermanas. Y aunque sirvió a su esposo enfermo y le sustentó con su trabajo, y junto con esto a su Hijo santísimo, como se ha dicho (Cf. supra n. 859), no por eso en estas acciones y ocupaciones interrumpía, ni cesaba, ni se embarazaba su divinísima contemplación, ni se hallaba necesitada de buscar tiempos de soledad y retiro para serenar su pacífico corazón y levantarse sobre los más supremos serafines. Pero con todo eso, cuando se halló sola y desocupada de la compañía de su esposo, ordenó su vida y ejercicios a ocuparse en solo el ministerio del amor interior. Conoció luego en el interior de su Hijo santísimo que aquella era su misma voluntad y que moderase el trabajo corporal que había tenido en asistir de día y de noche a la labor para acudir a su santo enfermo, y que en lugar de este ejercicio pasado asistiese con Su Majestad a las peticiones y obras altísimas que hacía.
898. Manifestóle también el mismo Señor que para el moderado alimento que habían de usar bastaba trabajar algún rato del día, porque de allí adelante no habían de comer más de una sola vez por tarde, pues hasta entonces habían guardado otra orden, por el amor que tenían a San José y acompañarle por su consuelo en las horas y tiempos de la comida. Y desde entonces no comieron el Hijo santísimo y su beatísima Madre más de sola una vez a la hora de las seis de la tarde, y muchos días la comida era solo pan, otras añadía la divina Señora frutas, yerbas o pescados, y éste era el mayor regalo de los Reyes del cielo y tierra. Y aunque siempre fue suma la templanza y admirable la abstinencia, pero cuando quedaron solos fue mayor y no dispensaron sino en la calidad del manjar y en la hora de comer. Cuando eran convidados comían en cantidad poca de lo que les daban, sin excusarse, comenzando a ejecutar el consejo que después había de dar a sus discípulos cuando fuesen a predicar (Lc 10, 8). El pobre manjar de que usaban los divinos Reyes le servía la gran Señora a su Hijo santísimo de rodillas, pidiéndole licencia para hacerlo, y algunas veces lo aderezaba con la misma reverencia, porque era para alimento del Hijo y Dios verdadero.
899. No había sido impedimento la presencia del santo José para que la prudentísima Madre tratase a su Hijo santísimo con toda reverencia, sin perder punto ni acción de las que debía y convenían entonces, pero después que murió el santo ejerció la gran Señora con más frecuencia las postraciones y genuflexiones que acostumbraba (Cf. supra n. 180), porque siempre era mayor la libertad para esto en presencia de los ángeles solos, que en la de su mismo esposo que era hombre; y muchas veces estaba postrada en tierra hasta que el mismo Señor la mandaba levantar, y muy frecuentemente le besaba los pies, otras veces la mano, y de ordinario con lágrimas de profundísima humildad y reverencia; y siempre estaba en presencia de Su Majestad con acciones o señales de adoración y ardentísimo amor, pendiente de su divino beneplácito, atenta a su interior para imitarle. Y aunque no tenía culpas ni una mínima negligencia o imperfección en el servicio y amor de su Hijo altísimo, con todo esto estaba siempre —mejor que lo dijo el Profeta (Sal 122, 2)— como están los ojos del siervo y de la esclava cuidadosos en manos de sus dueños, para alcanzar de ellos la gracia que desea. Y no es posible que venga en algún humano pensamiento la ciencia del Señor que tuvo nuestra Reina para entender y obrar tantas y tan divinas acciones como hizo en compañía del Verbo humanado estos años que vivieron juntos y solos, sin otra compañía más de los Ángeles que los acompañaban y servían. Ellos solos fueron los testigos de vista, con admiración y alabanza peregrina de verse tan inferiores a la sabiduría y pureza de una pura criatura que fue digna de tanta santidad, porque sola ella dio el lleno de las obras de la gracia.
900. Con los mismos Ángeles santos tuvo la Reina del cielo en este tiempo dulcísimas contiendas y emulaciones sobre las acciones ordinarias y humildes que eran necesarias para el servicio del Verbo humanado y de su humilde casa, porque no había en ella quien las pudiera hacer fuera de la misma Emperatriz y divina Señora, y estos nobilísimos y fieles vasallos y ministros, que asistían para esto en forma humana, estaban prontos y cuidadosos para acudir a todo. La gran Reina quería hacer por sí misma todas las cosas humildes con sus manos, de barrer y aliñar las pobres alhajitas, limpiar los platos y vasos y disponer todo lo necesario; pero los cortesanos del Altísimo, como verdaderamente corteses y más prestos en las operaciones, aunque no más humildes, solían adelantarse en prevenir estas acciones antes que su Reina llegase a ella, y tal vez, y muchas a tiempos, los encontraba Su Alteza ejecutando lo que ella deseaba porque los santos Ángeles se habían adelantado, pero al punto obedecían a su palabra y la dejaban cumplir con el afecto de su humildad y amor. Y para que en esto no la impidiesen sus deseos, hablaba con los Santos Ángeles y les decía: Ministros del Altísimo, que sois espíritus purísimos en donde reverberan las luces con que su divinidad me ilumina, estos humildes y serviles oficios no convienen a vuestro estado y a vuestra naturaleza y condición sino a la mía, que a más de ser de tierra soy la menor de todos los mortales y la más obligada esclava de mi Señor y de mi Hijo; dejadme, amigos míos, hacer los ministerios que me tocan, pues yo puedo lograrlos en el servicio del Altísimo con el mérito que vosotros no tendréis por vuestra dignidad y estado. Yo conozco el precio de estas serviles obras que el mundo desprecia y no me dio el Altísimo esta luz para que yo las fíe de otro sino para ejecutarlas por mí misma.
901. Reina y Señora nuestra —respondían los Ángeles—verdad es que en vuestros ojos y en la aceptación del Altísimo son tan estimables estas obras como Vos lo conocéis; pero si con ellas conseguís el precioso fruto de vuestra incomparable humildad, advertid también que nosotros faltaremos a la obediencia que debemos al Señor si no os servimos como Su Majestad altísima nos lo ha mandado, y siendo vos nuestra legítima Señora faltaríamos también a la justicia en omitir cualquiera obsequio que en este reconocimiento nos fuere de lo alto permitido; y el mérito que no alcanzáis no ejecutando estas obras serviles, fácilmente, Señora, le recompensa la mortificación de no cumplirlas y el deseo ardentísimo con que las procuráis.—Replicaba a estas razones la prudentísima Madre y decía: No, señores y espíritus soberanos, no ha de ser así como queréis; porque si vosotros juzgáis por grande obligación servirme a mí como a Madre de vuestro gran Señor, de cuya mano sois hechuras, advertid que mí me levantó del polvo para esta dignidad y mi deuda en tal beneficio viene a ser mayor que la vuestra, y siendo tanto mayor mi obligación también ha de serlo mi retorno; y si vosotros queréis servir a mi Hijo como criaturas hechas de su mano, yo debo servirle por ese mismo título y tengo más el ser su Madre para servirle como a Hijo, y siempre me hallaréis con más derecho que vosotros para ser siempre humilde, pegarme con el polvo y ser agradecida.
902. Estas y otras semejantes eran las contiendas dulces y admirables que tenían María santísima y sus Ángeles, en que siempre quedaba la palma de la humildad en manos de su Reina y Maestra. Ignore con justicia el mundo tan ocultos sacramentos de que le hace indigno la vanidad y soberbia, juzgue por párvulos y contentibles la estulta arrogancia estos oficios y ocupaciones humildes y serviles y aprécienlos los cortesanos del cielo que conocen su valor y solicítelos la mismo Reina de los cielos y de la tierra que supo darles su estimación; pero dejemos ahora al mundo, o con su ignorancia o con su disculpa, sea lo que fuere, porque la humildad no es para los altivos de corazón, ni el servir en los oficios humildes se compadece con la púrpura y holandas, ni el barrer y lavar platos se ajusta con las costosas joyas y brocados, ni para todos sin diferencia son las preciosas margaritas de estas virtudes. Pero si en la escuela de la humildad y desprecio —en las religiones digo— se pegase el contagio de la soberbia mundana y se tuviese por mengua y deshonra esta humillación, no podemos negar que sería vergonzosa o muy reprensible soberbia. Si las religiosas o religiosos despreciamos estos oficios y ocupaciones serviles y tenemos por bajeza, a fuera del mundo (profano), el hacerlos, ¿con qué ánimo nos ponemos en presencia de los Ángeles y de su Reina y nuestra, que tuvo por estimabilísima honra las obras que nosotros juzgamos por contentibles, bajeza y deshonor?
903. Hermanas mías, hijas de esta gran Reina y Señora, con vosotras hablo, las que tras ella sois llamadas y llevadas al tálamo del Rey con exultación y verdadera alegría (Sal 44, 16): no queráis degenerar del título honorífico de tal Madre, y si ella misma que era Reina de los Ángeles y de los hombres se humillaba a estas obras humildes e inferiores, si barría y servía en la más baja ocupación, ¿qué parecerá en sus ojos y en los del mismo Dios y Señor que la esclava sea altiva, soberbia y desvanecida y que desprecie la humildad? Vaya fuera de nuestra comunidad este engaño, dejémosle a Babilonia y sus moradores, honrémonos de lo que tuvo Su Alteza por corona, y sea vergonzosa confusión; afrenta y severa reprensión para nosotras no tener las mismas competencias que tuvo ella con los Ángeles sobre quién había de vencer en humildad. Adelantémonos a porfía a las obras humildes y serviles y causemos en nuestros Ángeles santos y compañeros fieles esta emulación tan agradable a nuestra gran Reina y a su Hijo santísimo y nuestro Esposo.
904. Y para que entendamos que sin humildad sólida y verdadera es temeridad pagarnos de consolaciones espirituales o sensibles mal seguras, y el apetecerlas sería loca osadía, atendamos a nuestra divina Maestra, que es el ejemplar consumado de la vida santa y perfecta. Con las obras humildes y serviles que hacía se alternaban en la gran Reina los favores y regalos del cielo; porque sucedía muchas veces, cuando estaba con su Hijo santísimo retirados en oración, que los santos Ángeles con dulces voces y armonía les cantaban los himnos y cánticos que la beatísima Madre había compuesto en alabanza del ser de Dios infinito y del misterio de la unión hipostática de la naturaleza humana en la persona divina del Verbo. Y para que repitiesen estos cánticos a su mismo Señor y Criador, solía la Reina llamar a los Ángeles y pedirles que alternando con ella los versos hicieran otros cánticos de nuevo, y la obedecían, con admiración de los mismos Ángeles, viendo la profunda sabiduría de su gran Reina, por lo que de nuevo componía y decía. Y después, cuando su Hijo santísimo se retiraba a descansar, o cuando comía, les mandaba, como Madre de su Criador y que cuidaba amorosamente de regalarle, que le hiciesen música en su nombre, y el Señor lo permitía cuando la prudentísima Madre lo ordenaba, dando lugar a la ardiente caridad y veneración con que estos últimos años le servía. Y para decir yo lo que sobre esto se me ha manifestado, era necesario muy largo discurso y mayor capacidad que la mía; por lo que he insinuado se puede conocer algo de tan profundos sacramentos y hallar motivo para magnificar y bendecir a esta gran Señora y Reina, a quien todas las naciones conozcan y prediquen por bendita entre todas las criaturas y Madre dignísima del Criador y Redentor del mundo.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

905. Hija mía, antes que prosigas a declarar otros misterios, quiero que estés capaz del que tenían todas las cosas que ordenó el Altísimo conmigo por respeto de mi santo esposo José. Cuando me desposé con él, me mandó mudase orden en la comida y otras obras exteriores para ajustarme con su modo de proceder, porque era cabeza y yo en lo común era inferior; y esto mismo hizo mi Hijo santísimo siendo Dios verdadero, por estar sujeto (Lc 2, 51) en lo exterior al que juzgaba el mundo por su padre. Y cuando quedamos solos, muerto mi esposo, que faltó este motivo, volvimos a nuestro orden y gobierno en la comida y otras operaciones, y no quiso Su Majestad que San José se acomodase a nosotros sino nosotros con él, como lo pedía el orden común de mi estado; ni tampoco interpuso Su Majestad milagros, para que él pasase sin el orden y alimento que acostumbraba, porque en todo procedía como maestro de las virtudes, para enseñar a todos lo más perfecto: a los padres y a los hijos, ya los prelados y superiores y superioras, súbditos e inferiores. A los padres, que amen a sus hijos, les ayuden, sustenten, amonesten, corrijan y encaminen a la salvación sin remisión ni descuido. A los hijos, que amen, estimen y honren a sus padres como instrumentos de su vida y ser, los obedezcan diligentes, guardando todos la ley natural y divina, que se lo enseña ella misma y lo contrario es monstruo muy feo y horrendo. Los prelados y superiores han de amar a los súbditos y mandarles como a hijos; y éstos han de obedecer sin resistencia, aunque sean de otras condiciones y calidades mejores que los prelados, porque en la dignidad que representa a Dios siempre el prelado es mayor, pero la caridad verdadera los ha de hacer una misma cosa a todos.
906. Y para que alcances esta gran virtud, quiero que te acomodes y ajustes a tus hermanas y súbditas, sin ceremonias ni ademanes imperfectos, sino que trates con ellas con llaneza y sinceridad columbina: ora tú cuando ellas oran y come y trabaja cuando ellas lo hacen y en la recreación las asiste, porque la mayor perfección en las congregaciones se funda en seguir el espíritu común de todas, y si lo hicieres, será gobernada por el Espíritu Santo, que rige las comunidades bien concertadas. Con este orden te puedes adelantar en la abstinencia, comiendo menos que todas, aunque te pongan lo mismo que a ellas, y con disimulación, sin hacerte singular, deja lo que quisieres por el amor de tu Esposo y mío. Y si no te impidiere alguna grave enfermedad, no dejes ni faltes jamás de las comunidades, cuando la obediencia de los prelados tal vez no te ocupare, y asiste en ellas con especial reverencia y temor, atención y devoción, que allí serás visitada del Señor muchas veces.
907. Quiero asimismo que de este capítulo adviertas la cautela cuidadosa que debes tener en ocultar las obras que pudieres hacer en secreto a mi ejemplo; pues aunque yo no tenía que reparar de hacerlas todas en presencia de mi santo esposo José sin peligro alguno, con todo esto les daba este punto de perfección y de prudencia, que de suyo las hace más loables el recato. Pero éste no es necesario en las obras comunes y obligatorias con que debes dar ejemplo sin ocultar la luz, que el faltar en esto podía ser escándalo y digno de reprensión. Otras muchas obras que se pueden hacer en secreto y escondidas de los ojos de las criaturas, no se han de exponer livianamente al peligro de la publicidad y ostentación. En este retiro pueden hacer muchas genuflexiones como yo las hacía, y postrada y pegada con la tierra podrás humillarte, adorando a la suprema majestad del Altísimo, para que el cuerpo mortal que agrava al alma (Sab 9, 15) sea ofrecido como en sacrificio aceptable por satisfacer a los movimientos desordenados que ha tenido contra la razón y justicia, y para que en ti no haya cosa alguna que deje de ser ofrecida y dedicada al servicio de tu Criador y Esposo, y con estas operaciones recompense el cuerpo en algún modo lo mucho que impidió y hace perder al alma con sus pasiones y defectos terrenos.
908. Con este intento procura siempre tenerle muy sujeto, y que los beneficios que se le hacen sólo sirvan de sustentarle en servidumbre del alma y no para que se deleite en sus antojos y apetitos. Mortifícale y quebrántale muriendo a todo lo que es deleitable al sentido, hasta que las operaciones comunes y necesarias para la vida antes le sean de pena que de gusto, antes de amargura que de peligrosa delectación. Y aunque en otras ocasiones te he hablado y manifestado el valor de esta humillación y mortificación, ahora con mi ejemplo quedarás más enseñada del aprecio que debes hacer de cualquier acto de humildad y mortificación. Y te mando ahora que ninguno desprecies, ni juzgues por pequeño, sino que en tu estimación le has de reputar por un tesoro inestimable, procurando ganarle para ti. Y en esto has de ser codiciosa y avarienta, adelantándote a los oficios serviles de barrer y limpiar la casa y hacer las más inferiores obras de toda ella y servir a las enfermas y necesitadas, como en otras ocasiones te lo he mandado; y en todas me pondrás delante de tus ojos por dechado, para que te sirva de estímulo mi solicitud en esta humildad y de alegría imitarme y confusión el descuido de no hacerlo. Y si en mí fue tan necesaria esta fundamental virtud para hallar gracia y agrado en los ojos del Señor, no habiéndole desagradado ni ofendido desde que tuve ser, y para que su diestra divina me levantara me humillé, ¿cuánto más necesitas tú de pegarte con el polvo y deshacerte en tu ser, que fuiste concebida en pecado y le has ofendido repetidas veces? Humíllate hasta el no ser y reconoce que el que te dio el Altísimo le empleaste mal, con que el ser te ha de servir de más humillación para que halles el tesoro de la gracia.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #148

INDICE  Arriba ^^