Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Continúame otros misterios y ocupaciones de nuestra gran Reina y Señora con su Hijo santísimo, cuando vivían solos antes de su predicación.

INDICE   Libro  5   Capítulo  18    Versos:  909-919


909. Muchos de los ocultos sacramentos y venerables misterios que intervinieron entre Jesús y María su Madre santísima están reservados para gozo accidental de los predestinados en la vida eterna, como en otros lugares he dicho (Cf. supra n. 57, 536, 694, 712). Y los más altos e inefables sucedieron en los cuatro años que vivieron juntos y solos en su casa después de la dichosa muerte de San José, hasta la predicación del mismo Señor. Imposible es que alguna criatura mortal pueda dignamente penetrar tan profundos secretos, ¿cuánto menos podré yo manifestar lo que de ellos he entendido con mi rudeza? Y en lo que dijere se conocerá la causa de esto. Era el alma de Cristo Señor nuestro espejo clarísimo y sin mácula, donde, como queda dicho (Cf. supra n. 809 y lugares allí citados), su Madre santísima miraba y conocía todos los misterios y sacramentos que disponía el mismo Señor, como cabeza y artífice de la Santa Iglesia y como reparador de todo el linaje humano y maestro de la salud eterna y como Ángel del Gran Consejo, que cumplía y ejecutaba el que desde ab aeterno estaba predestinado en el consistorio de la Beatísima Trinidad.
910. En disponer esta obra que le encargó su Eterno Padre para ejecutarla con la suma perfección que pudo darle como hombre que juntamente era Dios verdadero, se ocupó Cristo nuestro bien toda la vida que gastó en el mundo, y procediendo más al término y acercándose a la dispensación de tan alto sacramento, iban también obrando con mayor fuerza y eficacia de su sabiduría y poder. Y de todos estos misterios era testigo y depósito fidelísimo el corazón de nuestra gran Reina y Señora, y en todo cooperaba con su Hijo santísimo, como su coadjutora en las obras de la reparación humana. Y según esto, para entender enteramente la sabiduría de la divina Madre y las obras que con ella hacía en la dispensación de los misterios de la Redención, era necesario entender también lo que encerraba la ciencia de Cristo nuestro Salvador y las obras de su amor y prudencia, con que iba encaminando los medios oportunos y convenientes para los fines altísimos que pretendía. Y en lo poco que yo dijere de las obras de su Madre santísima, siempre he de suponer las del Hijo santísimo, con quien cooperaba en ellas, imitándole como a su ejemplar y dechado.
911. Estaba ya el Salvador del mundo en edad de veinte y seis años, y como su santísima humanidad procedía en la natural perfección y se llegaba al término, guardaba Su Majestad admirable correspondencia en la demostración de sus mayores obras, como más vecinas a la de nuestra redención. Y todo este sacramento encerró el Evangelista San Lucas en aquellas breves palabras con que cerró el capítulo 2: Y Jesús aprovechaba en sabiduría, edad y gracia con Dios y con los hombres (Lc 2, 52); entre los cuales su beatísima Madre conocía y cooperaba con estos aumentos y progresos de su Hijo santísimo, sin ocultársele cosa alguna de las que como a pura criatura le pudo comunicar el Señor, que era hombre y Dios. Entre estos divinos y ocultos sacramentos conoció la gran Señora por estos años cómo su Hijo y Dios verdadero del trono de su sabiduría miraba y dilataba su vista, no sólo la increada de la divinidad, sino también la de su alma santísima, sobre todos los mortales, a quienes había de alcanzar la redención en cuanto a la suficiencia, y que consigo mismo confería el valor de la redención, el peso que tenía en la aceptación y aprecio del Eterno Padre y cómo para cerrar las puertas del infierno a los mortales y revocarlos a la eterna vida había descendido del cielo a padecer durísima pasión y muerte; y con todo eso la estulticia y dureza de los que nacerían después de haberse puesto en una cruz por su remedio, haría violencia y fuerza para dilatar las puertas de la muerte y volver a abrir más el infierno, con ciega ignorancia de los que montan aquellos infelicísimos y horribles tormentos.
912. En esta ciencia y ponderación se afligió y sintió grandes congojas la humanidad de Cristo Señor nuestro y llegó a sudar sangre —como otras veces sucedía (Cf. supra n. 695, 848)— y en estos conflictos siempre perseveraba el divino Maestro en las peticiones que hacía por todos aquellos que habían de ser redimidos; y por la obediencia del eterno Padre deseaba con ardentísimo amor ofrecerse en aceptable sacrificio y en rescate de los hombres, porque si no a todos alcanzase la eficacia de sus méritos y sangre, por lo menos quedase satisfecha la justicia divina y recompensaba la ofensa de la divinidad y justificada la equidad y rectitud de la justicia divina para el tiempo del castigo que sobre los incrédulos o ingratos estaba prevenido desde la eternidad. A la vista de tan profundos secretos que la gran Señora conocía, acompañaba a su Hijo santísimo en las congojas y ponderación que con su sabiduría respectivamente hacía, y a esto se juntaba la compasión dolorosa de madre, viendo al fruto de su virginal vientre tan gravemente afligido. Y muchas veces llegó la mansísima paloma a llorar lágrimas de sangre, cuando el Salvador la sudaba, y era traspasada de incomparable dolor; porque sola esta prudentísima Señora y su Hijo, Dios y hombre verdadero, llegaron a ponderar en el peso del santuario ajustadamente lo que monta morir Dios en una cruz para cerrar el infierno, puesto en una balanza, y en la otra el duro y ciego corazón de los mortales, forcejando para meterse en manos de la eterna muerte.
913. Sucedía en estas congojas que la amantísima Madre llegaba a padecer unos deliquios casi mortales, y fuéranlo sin duda si la virtud divina no la confortara para que no muriera. Y el dulcísimo Hijo y Señor en retorno de este fidelísimo amor y compasión mandaba a los Ángeles que la consolasen y tuviesen reclinada, y otras veces que la hiciesen celestial música con cánticos de alabanza y gloria de la divinidad y humanidad de Su Majestad que ella misma había hecho. Otras veces el mismo Señor la reclinaba en sus brazos y le daba nuevas inteligencias de que no se entendía con ella aquella inicua ley del pecado y de sus efectos. Otras veces, estando así reclinada, le cantaban los mismos Ángeles con admiración y era trasformada y arrebatada en divinos éxtasis, en que recibía grandes y nuevas influencias de la divinidad; aquí era donde la escogida, la única y la perfecta estaba reclinada sobre la siniestra de la humanidad y era regalada y abrazada con la diestra de la divinidad (Cant 2, 6); aquí donde su amantísimo Hijo y Esposo conjuraba y mandaba a las hijas de Jerusalén no despertasen a su querida, mientras ella no quisiese (Cant 3, 5; ib 2, 7), de aquel sueño que le curaba las dolencias y enfermedades de amor; y allí era donde los espíritus soberanos se admiraban de ver que se levantaba sobre todos, estribando en su dilectísimo Hijo (Cant 8, 5) y vestida con esta variedad, a su diestra (Sal 44, 10), la bendecían y magnificaban entre todas las criaturas.
914. Conocía la gran Reina en otras ocasiones altísimos secretos de la predestinación de los electos por los méritos de la redención y cómo estaban escritos en la memoria eterna de su Hijo santísimo y el modo con que Su Majestad les aplicaba sus merecimientos y oraba por ellos para que fuese eficaz el valor de su rescate y cómo el amor y gracia de que se hacían indignos los réprobos se convertía a los predestinados según su disposición. Y entre todos éstos conocía cómo aplicaba el Señor su sabiduría y cuidado a los que había de llamar a su apostolado y séquito y que los iba alistando en su determinación y ciencia ocultísima debajo el estandarte de su cruz para que ellos le llevasen después por el mundo; y como buen capitán general que dispone las cosas en su mente para alguna conquista o batalla muy ardua y trabajosa y distribuye los cargos y ministerios de la milicia, eligiendo para ellos los soldados más esforzados e idóneos y conforme a la condición de cada uno y les señala puestos y lugares convenientes, así Cristo nuestro Redentor, para entrar en la conquista del mundo y despojar al demonio de su tiránica posesión, desde la alteza de la persona del Verbo ordenaba la nueva milicia que había de levantar y cómo había de distribuir los oficios, grados y dignidades de sus esforzados capitanes y a dónde les había de señalar puestos, y todas las prevenciones y aparato de esta guerra estaba depositado en su sabiduría y voluntad santísima, todo como lo había de ir obrando.
915. Y todo esto era patente y manifiesto a la prudentísima Madre, y le fueron dadas especies infusas de muchos predestinados, en especial de los Apóstoles y discípulos y de gran número de los que fueron llamados a la primitiva Iglesia y después en el discurso de ella. Y cuando vio a los Apóstoles y a los demás los conocía antes de tratarlos, por el conocimiento sobrenatural que de ellos había tenido en Dios, y como el divino Maestro antes de llamarlos había orado por ellos y pedido su vocación, también la gran Señora hizo la misma oración y petición. De manera que, en los auxilios y favores que recibieron los Apóstoles antes de oír y conocer a su Maestro, para estar dispuestos y prevenidos para recibir la vocación que después había de hacer de ellos al apostolado, en todo tuvo parte la Madre de la gracia. Y como en estos años ya se acercaba la predicación, hacía oración por ellos nuestro Salvador con más instancia y les envió mayores y más fuertes inspiraciones; también las peticiones de la divina Señora fueron más fervorosas y eficaces en su género; y cuando después llegaban a su presencia y entraban en la secuela de su Hijo, así los discípulos como otros, solía decirle: Estos son, Hijo y Señor mío, el fruto de vuestras oraciones y voluntad santa.—Y hacía cánticos de alabanza y agradecimiento, porque veía cumplido el deseo del Señor y traídos a su escuela los que Su Majestad había elegido del mundo.
916. En la prudente consideración de estas maravillas solía nuestra gran Reina quedar absorta y admirada con incomparables alabanzas y júbilo de su espíritu, y en él hacía heroicos actos de amor y adoraba los secretos juicios del Altísimo, y transformada toda abrasada en aquel fuego que salía de la divinidad para derramarse y encender el mundo solía decir unas veces dentro de su ardentísimo corazón, otras en voz alta y sensible: ¡Oh amor infinito! ¡Oh voluntad de bondad infalible e inmensa! ¿Cómo no te conocen los mortales? ¿Cómo te desprecian y olvidan? ¿Por qué tu fineza ha de ser tan mal pagada? Oh trabajos, penas, suspiros, clamores, deseos y peticiones de mi Amado, todo más estimable que las margaritas, el oro y todos los tesoros del mundo, ¿quién será tan ingrato e infeliz que os quiera despreciar? ¡Oh hijos de Adán, quién muriera por cada uno de vosotros muchas veces, para desengañar vuestra ignorancia, ablandar vuestra dureza y prevenir vuestra desdicha!—Después de tan avisados afectos y oraciones, comunicaba de palabra la feliz Madre con su Hijo todos estos sacramentos y el sumo Rey la consolaba y dilataba el corazón con renovar la memoria de la estimación que tenía en los ojos del Altísimo, la gracia y gloria de los predestinados y sus grandes merecimientos, en comparación de la ingratitud y dureza de los réprobos. Y en especial la informaba del amor que ella misma conocía de Su Majestad y de la Beatísima Trinidad para con la misma Señora y de lo que se complacía de su correspondencia y pureza inmaculada.
917. Otras veces el mismo Señor la informaba de lo que había de hacer en comenzando la predicación y cómo había de cooperar con Su Majestad y ayudarle en todas las obras y gobierno de la nueva Iglesia, y cómo había de sobrellevar las faltas de los apóstoles, la negación de San Pedro, la incredulidad de Santo Tomás, la alevosía de Judas Iscariotes y otros sucesos que conocía para adelante. Y desde entonces propuso la oficiosa Señora de trabajar mucho para reducir aquel traidor discípulo, y así lo ejecutó, como diré en su lugar (Cf. infra n. 1086, 1089, 1093, 1112). Y de haber despreciado Judas Isacriotes estos favores, concibiendo alguna impiedad e indevoción con la Madre de la gracia, comenzó su perdición. De tantos misterios y sacramentos quedó informada la divina Señora por su Hijo santísimo y tanta fue la grandeza de la sabiduría y ciencia divina que en ella depositó, que todo encarecimiento es limitado, porque sólo pudo excederla la ciencia del mismo Señor y ella excedió a todos los serafines y querubines. Pero si nuestro Salvador Jesús y su Madre santísima emplearon todos estos dones de ciencia y gracia en beneficio de los mortales, y si un solo suspiro de Cristo nuestro Señor era de inestimable precio para todas las criaturas, y aunque los de su digna Madre no tenían tanto valor porque eran de pura criatura y menor excelencia, pero valían en la aceptación del Señor más que todo el resto de la naturaleza criada; multipliquemos ahora la suma de lo que hicieron Hijo y Madre por nosotros, no sólo en morir en una cruz nuestro Salvador después de tan inauditos tormentos, sino las peticiones, lágrimas, sudor de sangre tantas veces, y que en todo y lo demás que ignoramos fue su coadjutora y cooperadora la Madre de misericordia, y todo para nosotros. ¡Oh ingratitud humana! ¡Oh dureza más que diamantina en corazones de carne! ¿Dónde está nuestro seso?, ¿dónde la razón?, ¿dónde la misma compasión y agradecimiento de la naturaleza, que inficionada e infecta se mueve de los objetos sensibles a lástima y estimación de lo que es su precipicio y muerte eterna y olvida el mayor favor de la redención y la compasión y dolor de la pasión del Señor, que con ella le ofrece la vida y descanso que ha de durar para siempre?

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

918. Hija mía, verdad es que, cuando tú o todos los mortales hablaran con lenguas de ángeles, no llegaran a declarar los beneficios y favores que yo recibí de la diestra del Altísimo en los últimos años que mi Hijo santísimo estuvo conmigo. Estas obras del Señor tienen un linaje de incomprensibilidad que para ti y para todos los mortales son inefables, pero con la noticia especial que tú has recibido de tan ocultos sacramentos quiero que alabes y bendigas al Todopoderoso por lo que hizo conmigo y porque así me levantó del polvo a dignidad y favores tan inefables. Y aunque tu amor con mi Hijo y Señor ha de ser libre, como de hija fidelísima y esposa muy amorosa y no de esclava interesada y violenta, con todo quiero, para aliento de la humana flaqueza y de la esperanza, que tengas memoria de la suavidad del amor divino y cuan dulce es este Señor (Sal 33, 9) para los que con amor filial le temen. Oh hija mía carísima, si no impidieran los pecados de los hombres y si no resistieran a la inclinación de aquella infinita bondad, ¡cómo gustaran de sus delicias y favores sin medida! A tu modo de entender, le debes imaginar como violento y contristado de que se opongan los mortales a este deseo de inmensa ponderación, y de tal manera lo hacen que no sólo se acostumbran a ser indignos de gustar del Señor, sino a no creer que otros participan de esta suavidad y favores que quisiera comunicar a todos.
919. Advierte, asimismo, que seas agradecida a los trabajos y a las incesantes obras que hizo mí Hijo santísimo por los hombres y a lo que en ellas yo le acompañé, como se te ha mostrado. De su pasión y muerte tienen los católicos más memoria, porque se la representa la Santa Iglesia, aunque pocos se acuerdan de ser agradecidos; pero menos son los que advierten en las demás obras de mi Hijo y mías y que no perdió Su Majestad una hora ni un momento en que no emplease su gracia y dones en beneficio del linaje humano, para rescatarlos a todos de la eterna condenación y hacerlos partícipes de su gloria. Estas obras de mi Señor y Dios humanado serán testigos contra el olvido y dureza de los fieles, en especial el día del juicio. Y si tú, que tienes esta luz y doctrina del Altísimo y mi enseñanza, no fueres agradecida, será mayor tu confusión, pues habrá sido más pesada tu culpa, y no sólo has de corresponder a tantos beneficios generales, sino también a los especiales y particulares que cada día reconoces. Prevén desde luego este peligro y corresponde como hija mía y discípula de mi enseñanza y no dilates un punto el obrar bien y lo mejor, cuando puedes hacerlo, y para todo atiende a la luz interior y a la doctrina de tus prelados y ministros del Señor; que si respondes a unos favores y beneficios, está segura que alargará el Altísimo su mano poderosa con otros mayores y te llenará de sus riquezas y tesoros.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #149

INDICE  Arriba ^^