933. No estaba el tiránico imperio de Lucifer en el mundo tan pacífico, después que se obró en él la Encarnación del Verbo divino, como en los siglos pasados había estado, porque, desde la hora que descendió del cielo el Hijo del Eterno Padre y tomó carne en el tálamo virginal de María santísima, sintió este fuerte armado otra mayor fuerza de causa más poderosa (Lc 11, 21) que le oprimía y aterraba, como queda dicho en su lugar (Cf. supra n. 130); y después sintió la misma cuando el infante Jesús y su Madre entraron en Egipto, como también he referido (Cf. supra n. 643); y en otras muchas ocasiones fue oprimido y vencido este Dragón con la virtud divina por mano de nuestra gran Reina. Y juntándose a estos sucesos la novedad que sintió con las obras que comenzó a ejecutar nuestro Salvador, que en el capítulo pasado se han referido, todo junto vino a engendrar en esta antigua serpiente grandes sospechas y recelos de haber alguna otra causa grande en el mundo. Pero como para él era tan oculto este sacramento de la redención humana, andaba alucinado en su furor, sin atinar con la verdad, no obstante que desde su caída del cielo estuvo siempre sobresaltado y vigilante para rastrear cuándo y cómo bajaba el Verbo Eterno a tomar carne humana, porque esta obra maravillosa era la que más temía su arrogancia y soberbia. Y este cuidado le obligó a juntar tantos consejos como en esta Historia he referido (Cf. supra n. 322, 502, 649) y los que adelante diré (Cf. infra n. 1067, 1128).
934. Hallándose, pues, lleno de confusión este enemigo con lo que le sucedía a él y a sus ministros con Jesús y María, confirió consigo mismo en qué virtud le arrojaban y oprimían cuando intentaba llegar a pervertir a los que estaban agonizando o vecinos a la muerte y lo demás que sucedía con la asistencia de la Reina del cielo, y como no pudo investigar el secreto determinó consultar a sus mayores ministros de las tinieblas, que en astucia y malicia eran más eminentes. Dio un bramido o voz muy tremenda en el infierno, al modo que entre los demonios se entienden, y con ella los convocó a todos, por la subordinación que con él tienen; y estando todos juntos les hizo un razonamiento y les dijo: Ministros y compañeros míos, que siempre habéis seguido mi justa parcialidad, bien sabéis que en el primer estado que nos puso el Criador de todas las cosas le reconocimos por causa universal de todo nuestro ser y así le respetamos; pero luego que en agravio de nuestra hermosura y eminencia, que tiene tanta deidad, nos puso precepto que adorásemos y sirviésemos a la persona del Verbo en la forma humana que quería tomar, resistimos a su voluntad, porque no obstante que yo conociese le debía esta reverencia como a Dios, pero siendo juntamente hombre de naturaleza vil y tan inferior a la mía, no pude sufrir la sujeción a él y que no se hiciese conmigo lo que se determinaba hacer con aquel hombre. Y no sólo nos mandó adorarle a él, pero también reconocer por superiora a una mujer, que había de ser pura criatura terrena, por Madre suya. Estos agravios tan injuriosos reconocí yo y vosotros conmigo, y nos opusimos a ellos y determinamos resistir a esta obediencia y por ello fuimos castigados con el infeliz estado y penas que padecemos. Pero aunque estas verdades las conocemos y con terror las confesamos aquí entre nosotros (Sant 2, 19), no conviene hacerlo delante de los hombres, y así os lo mando, para que no puedan conocer nuestra ignorancia y flaqueza.
935. Pero si este hombre y Dios que ha de ser y su Madre han de causar nuestra ruina, claro está que su venida al mundo ha de ser nuestro mayor tormento y despecho, y que por esto he de trabajar con todo mi poder para impedirlo y destruirlos, aunque sea pervirtiendo y trasegando todo el orbe de la tierra. Hasta ahora ya conocéis cuan invencibles han sido mis fuerzas, pues tanta parte del mundo obedece mi imperio y le tengo sujeto a mi voluntad y astucia; pero de algunos años a esta parte os he visto en muchas ocasiones oprimidos, arrojados y algo debilitados y vuestras fuerzas enflaquecidas y yo siento una potencia superior que parece me ata y me acobarda. He discurrido por todo el mundo algunas veces con vosotros, procurando saber si en él hay alguna novedad a que atribuir esta pérdida y opresión que sentimos y si acaso está en él este Mesías prometido al pueblo escogido de Dios; y no sólo no le hallamos en toda la tierra, pero no descubrimos indicios ciertos de su venida y de la ostentación y ruido que hará entre los hombres. Con todo eso me recelo que ya se acercan los tiempos de venir del cielo a la tierra; y así conviene que todos nos esforcemos con grande saña para destruirle a él y a la mujer que escogiere por su Madre, y a quien más en esto trabajare le daré mayor premio de agradecimiento. Hasta ahora en todos los hombres hallo culpas y efectos de ellas y ninguno descubre la majestad y grandeza que traerá el Verbo humanado para manifestarse a los hombres y obligará a todos los mortales que le adoren y ofrezcan sacrificios y reverencia. Y ésta será la señal infalible de su venida al mundo, en que reconoceremos su persona y en que no le tocará la culpa ni los efectos que causan los pecados en los mortales hijos de Adán.
936. Por estas razones —prosiguió Lucifer— es mayor mi confusión; porque si no ha bajado al mundo el Verbo Eterno, no puedo alcanzar la causa de estas novedades que sentimos, ni conozco de quién sale esta virtud y fuerza que nos quebranta. ¿Quién nos desterró y arrojó de todo Egipto? ¿Quién derribó aquellos templos y arruinó a los ídolos de aquella tierra donde estábamos adorados de sus moradores? ¿Quién ahora nos oprime en tierra de Galilea y sus confines y nos impide que no lleguemos a pervertir muchos hombres a la hora de su muerte? ¿Quién levanta del pecado a tantos como se salen de nuestra jurisdicción y hace que otros mejoren sus vidas y traten del reino de Dios? Si este daño persevera para nosotros, gran ruina y tormento se nos puede seguir de esta causa que no alcanzamos. Necesario es atajarle y reconocer de nuevo si en el mundo hay algún gran Profeta o Santo que nos comienza a destruir; pero yo no he descubierto alguno a quien atribuir tanta virtud; sólo con aquella mujer nuestra enemiga tengo un mortal odio, y más después que la perseguimos en el templo y después en su casa de Nazaret, porque siempre hemos quedado vencidos y aterrados de la virtud que la guarnece y con ella nos ha resistido invencible y superior a nuestra malicia y jamás he podido rastrear su interior ni tocarla en su persona. Esta tiene un hijo, y los dos asistieron a la muerte de su padre y no pudimos todos nosotros llegar adonde estaban. Gente pobre es y desechada y ella es una mujercilla escondida y desvalida, pero sin duda presumo que hijo y madre son justos, porque siempre he procurado inclinarlos a los vicios comunes a los hombres y jamás he podido conseguir de ellos el menor desorden ni movimiento vicioso, que en todos los demás son tan ordinarios y naturales. Y conozco que el poderoso Dios me oculta el estado de estas dos almas, y el haberme celado si son justas o pecadoras, sin duda tiene algún misterio oculto contra nosotros; y aunque también en algunas ocasiones nos ha sucedido con otras almas escondérsenos el estado que tienen, pero han sido muy raras y no tanto como ahora; y cuando este hombre no sea el Mesías prometido, por lo menos serán justos y enemigos nuestros y esto basta para que los persigamos y procuremos derribar y descubrir quiénes son. Seguidme todos en esta empresa con grande esfuerzo, que yo seré el primero contra ellos.
937. Con esta exhortación remató Lucifer su largo razonamiento, en que propuso a los demonios otras muchas razones y consejos de maldad que no es necesario referir, pues en esta Historia trataré más de estos secretos, sobre lo que dejo dicho, para conocer la astucia de la venenosa serpiente. Salió luego del infierno este príncipe de las tinieblas siguiéndole innumerables legiones de demonios, y derramándose por todo el mundo le rodearon muchas veces discurriendo por él e inquiriendo con su malicia y astucia los justos que había y tentando los que conocieron y provocándolos a ellos y a otros a maldades fraguadas en la malicia de estos enemigos; pero la sabiduría de Cristo Señor nuestro ocultó su persona y la de su Madre santísima muchos días de la soberbia de Lucifer y no permitió que las viesen ni conociesen, hasta que Su Majestad fue al desierto, donde disponía y quería ser tentado después de su largo ayuno, y entonces le tentó Lucifer, como diré adelante en su lugar (Cf. infra n. 995).
938. Y cuando en el infierno se congregó este conciliábulo, como todo era patente a Cristo nuestro divino Maestro, hizo Su Majestad especial oración al Padre eterno contra la malicia del dragón; y en esta ocasión, entre otras peticiones, rogó y pidió diciendo:
Eterno Dios altísimo y Padre mío, yo te adoro y engrandezco tu ser infinito e inmutable y te confieso por inmenso y sumo bien, a cuya divina voluntad me ofrezco en sacrificio para vencer y quebrantar las fuerzas infernales y sus consejos de maldad contra mis criaturas; yo pelearé por ellas contra mis enemigos y suyos y con mis obras y victorias del dragón les dejaré esfuerzo y ejemplo de lo que contra él han de obrar, y su malicia quedará más débil para ofender a los que me sirvieren de corazón. Defiende, Padre mío, a las almas de los engaños y crueldad antigua de la serpiente y sus secuaces y concede a los justos la virtud poderosa de tu diestra, para que por mi intercesión y muerte alcancen victoria de sus tentaciones y peligros.— Nuestra gran Reina y Señora tuvo al mismo tiempo conocimiento de la maldad y consejos de Lucifer y vio en su Hijo santísimo todo lo que pasaba y la oración que hacía, y como coadjutora de estos triunfos hizo la mismo oración y peticiones con su Hijo al Eterno Padre. Concedióla el Altísimo, y en esta ocasión alcanzaron Jesús y María dulcísimos grandes auxilios y premios que prometió el Padre para los que pelearen contra el demonio, invocando el nombre de Jesús y de María; de suerte que el que los pronunciare con reverencia y fe oprimirá a los enemigos infernales y los ahuyentará y arrojará de sí en virtud de la oración y de las victorias y triunfos que alcanzaron Jesucristo nuestro Salvador y su Madre santísima. Y de la protección que nos ofrecieron y dejaron contra este soberbio gigante y con este remedio y tantos como acrecentó este Señor en su Santa Iglesia, ninguna excusa tenemos si no peleamos legítima y esforzadamente, venciendo al demonio, como enemigo de Dios eterno y nuestro, siguiendo a nuestro Salvador e imitando su ejemplar vencimiento respectivamente.
Doctrina de la Reina del cielo María santísima.
939. Hija mía, llora siempre con amargura de dolor la dura pertinacia y ceguedad de los mortales, para entender y conocer la protección amorosa que tienen en mi Hijo dulcísimo y en mí para todos sus trabajos y necesidades. No perdonó mi Señor diligencia alguna, no perdió ocasión en que pudiera granjearles tesoros inestimables, que dejase de hacerlo; congrególes el valor infinito de sus merecimientos en la Santa Iglesia, el esencial fruto de sus dolores y muerte; dejóles las seguras prendas de su amor y de su gloria, fáciles y eficacísimos instrumentos para que todos estos bienes los gozasen y aplicasen a su utilidad y salvación eterna. Ofréceles sobre esto su protección y mía, ámalos como a hijos, acaricíalos como a sus queridos y amigos, llámalos con inspiraciones, convídalos con beneficios y riquezas verdaderas, espéralos como padre piadosísimo, búscalos como pastor, ayúdalos como poderoso, premíalos como infinito en riquezas, los gobierna como poderoso rey; y todos estos y otros innumerables favores que les enseña la fe, se los propone la Iglesia y los tienen a la vista; todos los olvidan y desprecian y como ciegos aman las tinieblas y se entregan al furor y saña que has conocido de tan crueles enemigos; escuchan sus fabulaciones, obedecen a su maldad, dan crédito a sus engaños y se fían y entregan a la insaciable y ardiente indignación con que los aborrece y procura su eterna muerte porque son hechuras del Altísimo, que venció y quebrantó a este cruelísimo dragón.
940. Atiende, pues, carísima, a este lamentable error de los hijos de los hombres y desembaraza tus potencias, para que ponderes la diferencia de Cristo y de Belial. Mayor es la distancia que del cielo a la tierra: Cristo es luz, verdad, camino y vida eterna (Jn 14, 6), y a los que le siguen los ama con amor indefectible y les ofrece su misma vista y compañía, y en ella eterno descanso que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni pudo venir en corazón humano (1 Cor 2, 9); Lucifer es la misma tiniebla, error, engaño, infelicidad y muerte, y a sus seguidores aborrece y compele a todo mal, cuanto puede, y el fin será ardores sempiternos y penas crueles. Digan ahora los mortales si ignoran estas verdades en la Iglesia Santa, que cada día se les enseña y propone; y si les dan crédito y las confiesan, ¿dónde está el juicio?, ¿quién los ha dementado?, ¿quién los olvida del mismo amor que se tienen a sí mismos?, ¿quién los hace tan crueles consigo propios? ¡Oh insania nunca bastantemente ponderada ni llorada de los hijos de Adán! ¡Que así trabajen y se desvelen toda la vida por enredarse en sus pasiones, desvanecerse en lo fabuloso y entregarse al fuego inextinguible y a la muerte y perdición eterna, como si fuera de burlas y no hubiera venido del cielo mi Hijo santísimo a morir en una cruz para merecerles este rescate! Consideren el precio, y conocerán el peso y estimación de lo que tanto costó al mismo Dios, que sin engaño lo conoce.
941. En este infelicísimo error tiene menos gravedad la culpa de los idólatras y gentiles, ni la indignación del Altísimo se convierte tanto contra ellos como contra los fieles hijos de la Iglesia Santa que llegaron a conocer la luz de esta verdad; y si en el siglo presente la tienen tan oscurecida y olvidada, entiendan y conozcan que es por culpa suya y por haber dado tanta mano a su enemigo Lucifer, que con infatigable malicia en ninguna otra cosa trabaja más que en ésta, procurando quitar el freno a los hombres, para que olvidados de sus postrimerías (novísimos) y de los tormentos eternos que les aguardan se entreguen como brutos irracionales a los deleites sensibles, y olvidándose de sí mismos, gastando la vida en bienes aparentes, bajen en un punto al infierno, como dice Job (Job 21, 13), y como sucede en hecho de verdad a infinitos necios que aborrecen esta ciencia y disciplina. Pero tú, hija mía, déjate enseñar de mi doctrina y apártate de tan pernicioso engaño y del común olvido de los mundanos, suene siempre en tus oídos aquel despecho lamentable de los condenados, que comenzará del fin de su vida y principio de su eterna muerte, diciendo: ¡Oh insensatos de nosotros, que juzgamos por insania la vida de los justos! ¡Oh, cómo están colocados entre los hijos de Dios y tienen parte con los santos! Luego nosotros erramos el camino de la verdad y justicia (Sab 5, 4-6). Y no nació el sol de inteligencia para nosotros. Fatigámonos en el camino de la maldad y perdición y buscamos sendas dificultosas, ignorando por nuestra culpa el camino del Señor. ¿Qué nos aprovechó la soberbia? ¿Qué nos valió la jactancia de las riquezas? Todo se acabó para nosotros como sombra. ¡Oh, nunca hubiéramos nacido! Esto es, hija mía, lo que has de temer y discurrir sobre ello en tu secreto, mirando, antes que vayas y no vuelvas a aquella tierra tenebrosa, como dijo Job (Job 10, 21), de las cavernas eternales, lo que te conviene huir del mal y alejarte de él y obrar el bien. Ejecuta viandante y por amor lo que con despecho los condenados y réprobos dicen a fuerza del castigo.
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