965. Despedido el Redentor del mundo de la presencia corporal de su amantísima Madre, quedaron los sentidos de la purísima Señora como eclipsados y en oscura sombra, por habérseles traspuesto el claro Sol de Justicia que los alumbraba y llenaba de alegría, pero la interior vista de su alma santísima no perdió ni un solo grado de la divina luz que la bañaba toda y levantaba sobre el supremo amor de los más encendidos serafines. Y como todo el empleo principal de sus potencias, en ausencia de la humanidad santísima, había de ser sólo el objeto incomparable de la divinidad, dispuso todas sus ocupaciones de manera que, retirada en su casa sin trato ni comercio de criaturas, pudiese vacar a la contemplación y alabanzas del Señor y entregarse toda a este ejercicio, oraciones y peticiones, para que la doctrina y semilla de la palabra que el Maestro de la vida había de sembrar en los corazones humanos, no se malograse por la dureza de su ingratitud, sino que diese copioso fruto de vida eterna y salud de sus almas. Y con la ciencia que tenía de los intentos que llevaba el Verbo humanado, se despidió la prudentísima Señora de hablar a criatura humana, para imitarle en el ayuno y soledad del desierto, como adelante diré (Cf. infra n. 990), porque en todo fue viva estampa de sus obras, ausente y presente.
966. En estos ejercicios se ocupó la divina Señora, sola en su casa, los días que su Hijo santísimo estuvo fuera de ella. Y eran sus peticiones tan fervorosas que derramaba lágrimas de sangre, llorando los pecados de los hombres. Hacía genuflexiones y postraciones en tierra más de doscientas veces cada día, y este ejercicio amó y repitió grandemente toda su vida, como índice de su humildad y caridad, reverencia y culto incomparables, y de esto hablaré muchas veces en el discurso de esta Historia (Cf. supra n. 152, 180; infra p. III n. 614, etc.). Con estas obras ayudaba y cooperaba con su Hijo santísimo y nuestro Reparador en la obra de la Redención, cuando estaba ausente, y fueron tan poderosas y eficaces con el Eterno Padre, que por los méritos de esta piísima Madre y por estar ella en el mundo olvidó el Señor —a nuestro modo de entender— los pecados de todos los mortales, que entonces desmerecían la predicación y doctrina de su Hijo santísimo. Este óbice quitó María santísima con sus clamores y ferviente caridad. Ella fue la medianera que nos granjeó y mereció el ser enseñados de nuestro Salvador y Maestro y que se nos diese y recibiésemos la Ley del Evangelio de la misma boca del Redentor.
967. El tiempo que le quedaba a la gran Reina después que descendía de lo más alto y eminente de la contemplación y peticiones, gastaba en conferencias y coloquios con sus Santos Ángeles, a quienes el mismo Salvador había mandado de nuevo que la asistiesen en forma corporal todo el tiempo que estuviese ausente y en aquella forma sirviesen a su tabernáculo y guardasen la ciudad santa de su habitación. En todo obedecían los ministros diligentísimos del Señor y servían a su Reina con admirable y digna reverencia. Pero como el amor es tan activo y poco paciente de la ausencia y privación del objeto que tras de sí le lleva, no tiene mayor alivio que hablar de su dolor y repetir sus justas causas, renovando las memorias de lo amado, refiriendo sus condiciones y excelencias; y con estas conferencias entretiene sus penas y engaña o divierte su dolor, sustituyendo por su original las imágenes que dejó en la memoria el bien amado. Esto mismo le sucedía a la amantísima Madre del sumo y verdadero bien, su Hijo santísimo, porque, mientras estaban anegadas sus potencias en el inmenso piélago de la divinidad, no sentía la falta de la presencia corporal de su Hijo y Señor, pero cuando volvía al uso de los sentidos, acostumbrados a tan amable objeto y que se hallaban sin él, sentía luego la fuerza impaciente del amor más intenso, casto y verdadero que puede imaginar ninguna criatura; porque no fuera posible a la naturaleza padecer tanto dolor y quedar con vida, si no fuera divinamente confortada.
968. Y para dar algún ensanche al natural dolor del corazón se convertía a los Santos Ángeles y les decía:
Ministros diligentes del Altísimo, hechuras de las manos de mi amado, amigos y compañeros míos, dadme noticia de mi Hijo querido y de mi Dueño; decidme dónde vive y decidle también cómo yo muero por la ausencia de mi propia vida. ¡Oh dulce bien y amor de mi alma! ¿Dónde está vuestra forma especiosa sobre los hijos de los hombres? ¿Dónde reclinaréis vuestra cabeza? ¿Dónde descansará de sus fatigas vuestra delicadísima y santísima humanidad? ¿Quién os servirá ahora, lumbre de mis ojos? Y ¿cómo cesarán las lágrimas de los míos sin el claro sol que los alumbraba? ¿Dónde, Hijo mío, tendréis algún reposo? Y ¿dónde le hallará esta sola y pobre avecilla? ¿Qué puerto tomará esta navecilla combatida en soledad de las olas del amor? ¿Dónde hallaré tranquilidad? ¡Oh Amado de mis deseos, olvidar vuestra presencia que me daba vida no es posible! Pues ¿cómo lo será el vivir con su memoria sin tener la posesión? ¿Qué haré? ¡Oh! ¿quién me consolará y hará compañía en mi amarga soledad? Pero ¿qué busco y qué hallaré entre las criaturas, si sólo vos me faltáis, que sois el todo y solo a quien ama mi corazón? Espíritus soberanos, decidme qué hace mi Señor y mi querido, contadme sus ocupaciones exteriores y de las interiores no me ocultéis nada de lo que os fuere manifiesto en el espejo de su ser divino y de su cara; referidme todos sus pasos para que yo los siga y los imite.
969. Obedecieron los Santos Ángeles a su Reina y Señora y la consolaron en el dolor de sus endechas amorosas, hablándole del Muy Alto y repitiéndole grandiosas alabanzas de la humanidad santísima de su Hijo y sus perfecciones, y luego le daban noticia de todas las ocupaciones, obras y lugares donde estaba; y esto hacían iluminando su entendimiento al mismo modo que un Ángel superior a otro inferior, porque éste era el orden y forma espiritual con que confería y trataba con los Ángeles interiormente, sin embarazo del cuerpo y sin uso de los sentidos; y de esta manera la informaban los divinos espíritus cuándo el Verbo humanado oraba retirado, cuándo enseñaba a los hombres, cuándo visitaba a los pobres y hospitales y otras acciones que la divina Señora ejecutaba a su imitación, en la forma que le era posible, y hacía magníficas y excelentes obras, como adelante diré (Cf. infra n. 971), y con esto descansaba en parte su dolor y pena.
970. Enviaba también algunas veces a las mismos Ángeles para que en su nombre visitasen a su dulcísimo Hijo y les decía prudentísimas razones de gran peso y reverencial amor y solía darles algún paño o lienzo aliñado de sus manos, para que limpiasen el venerable rostro del Salvador, cuando en la oración le veían fatigado y sudar sangre; porque conocía la divina Madre que tendría esta agonía y más cuanto se iba más empleando en las obras de la Redención. Y los Ángeles obedecían en esto a su Reina con increíble reverencia y temor, porque conocían era voluntad del mismo Señor, por el deseo amoroso de su Madre santísima. Otras veces, por aviso de los mismos Ángeles o por especial visión y revelación del Señor, conocía que Su Majestad oraba en los montes y hacía peticiones por los hombres, y en todo le acompañaba la misericordiosísima Señora desde su casa y oraba en la misma postura y con las mismas razones. En algunas ocasiones también le enviaba por mano de los Ángeles algo de alimento que comiese, cuando sabía no había quien se lo diese al Señor de todo lo criado; aunque esto fue pocas veces, porque Su Majestad santísima, como dije en el capítulo pasado (Cf. supra n. 958), no consintió que siempre lo hiciese su Madre santísima como lo deseaba, y en los cuarenta días del ayuno no lo hizo, porque así era voluntad del mismo Señor.
971. Ocupábase otras veces la gran Señora en hacer cánticos de alabanza y loores al Muy Alto, y éstos los hacía o por sí sola en la oración o en compañía de los Santos Ángeles alternando con ellos, y todos estos cánticos eran altísimos en el estilo y profundísimos en el sentido. Acudía otras veces a las necesidades de los prójimos a imitación de su Hijo: visitaba los enfermos, consolaba a los tristes y afligidos y alumbraba a los ignorantes, y a todos los mejoraba y llenaba de gracia y de bienes divinos. Y sólo en el tiempo del ayuno del Señor estuvo cerrada y retirada sin comunicar a nadie, como diré adelante (Cf. infra n. 990). En esta soledad y retiro que estaba nuestra Reina y Maestra divina, sin compañía de humana criatura, fueron los éxtasis más continuos y repetidos, y con ellos recibió incomparables dones y favores de la divinidad, porque la mano del Señor escribía en ella y pintaba, como en un lienzo preparado y dispuesto, admirables formas y dibujos de sus infinitas perfecciones. Y con todos estos dones y gracias trabajaba de nuevo por la salud de los mortales y todo lo aplicaba y convertía a la imitación más llena de su Hijo santísimo y ayudarle como coadjutora en las obras de la Redención. Y aunque estos beneficios y trato íntimo del Señor no podían estar sin grande y nuevo júbilo y gozo del Espíritu Santo, mas en la parte sensitiva padecía juntamente por lo que había deseado y pedido a imitación de Cristo nuestro Señor, como arriba dije (Cf. supra n. 960). Y en este deseo de seguirle en el padecer era insaciable y lo pedía al Padre Eterno con incesante y ardentísimo amor, renovando el sacrificio tan aceptable de la vida de su Hijo y de la suya, que por la voluntad del mismo Señor había ofrecido; y en este acto de padecer por el Amado era incesante su deseo y ansias en que estaba enardecida y padeciendo porque no padecía.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
972. Hija mía carísima, la sabiduría de la carne ha hecho a los hombres ignorantes, estultos y enemigos de Dios, porque es diabólica, fraudulenta y terrena (Sant 3, 15) y no se sujeta a la divina ley (Rom 8, 7); y cuanto más estudian y trabajan los hijos de Adán por penetrar los malos fines de sus pasiones carnales y animales y los medios para conseguirlos, tanto más ignoran las cosas divinas del Señor para llegar a su verdadero y último fin. Esta ignorancia y prudencia carnal en los hijos de la Iglesia es más lamentable y más odiosa en los ojos del Altísimo. ¿Por qué título quieren llamarse los hijos de este siglo hijos de Dios, hermanos de Cristo y herederos de sus bienes? El hijo adoptivo ha de ser en todo lo posible semejante al natural, un hermano no es de linaje ni calidades contrarias a otro, el heredero no se llama así por cualquier parte que le toque de los bienes de su padre si no goza de los bienes y herencia principal. Pues ¿cómo serán herederos con Cristo los que sólo aman, desean y buscan los bienes terrenos y se complacen en ellos? ¿Cómo serán sus hermanos los que degeneran tanto de sus condiciones, de su doctrina y de su ley santa? ¿Cómo serán semejantes y conformes a su imagen los que la borran tantas veces y se dejan sellar muchas con la imagen de la infernal bestia? (Ap 13, 9)
973. En la divina luz conoces, hija mía, estas verdades y lo que yo trabajé por asimilarme a la imagen del Altísimo, que es mi Hijo y mi Señor. Y no pienses que de balde te he dado este conocimiento tan alto de mis obras, porque mi deseo es que este memorial quede escrito en tu corazón y esté pendiente siempre delante de tus ojos y con él compongas tu vida y regules tus obras todo el tiempo que te restare de vivir, que no puede ser muy larga. Y en la comunicación y trato de criaturas no te embaraces ni enredes para retardarte en mi seguimiento, déjalas, desvíalas, desprecíalas en cuanto pueden impedirte, y para adelantarte en mi escuela te quiero pobre, humilde, despreciada, y abatida y en todo con alegre rostro y corazón. No te pagues de los aplausos y afectos de nadie, ni admitas voluntad humana, que no te quiere el Muy Alto para atenciones tan inútiles ni ocupaciones tan bajas e incompatibles con el estado a donde te llama. Considera con atención humilde las demostraciones de amor que de su mano has recibido y que para enriquecerte ha empleado grandes tesoros de sus dones. No lo ignoran esto Lucifer, sus ministros y secuaces, y están armados de indignación y astucia contra ti y no dejarán piedra que no muevan para destruirte, y la mayor guerra será contra tu interior, adonde asientan la batería de su astucia y sagacidad. Vive prevenida y vigilante y cierra las puertas de tus sentidos y reserva tu voluntad, sin darle salida a cosa humana por buena y honesta que parezca, porque si en algo sisa tu amor de como Dios le quiere, ese poco que le amares menos abrirá puerta a tus enemigos. Todo el reino de Dios está dentro de ti (Lc 17, 21), allí lo tienes y lo hallarás, y el bien que deseas, y no olvides el de mi disciplina y enseñanza, escóndela en tu pecho y advierte que es grande el peligro y daño de que deseo apartarte, y que participes de mi imitación e imagen es el mayor bien que tú puedes desear, y yo estoy inclinada con entrañas de clemencia para concedértele si te dispones con pensamientos altos, palabras santas y obras perfectas que te lleven al estado en que el Todopoderoso y yo te queremos poner.
|