Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Permite Cristo nuestro Salvador ser tentado de Lucifer después del ayuno, véncele Su Majestad y tiene noticia de todo su Madre santísima.

INDICE   Libro  5   Capítulo  26    Versos:  995-1008


995. En el capítulo 20 de este libro, número 937, queda advertido cómo Lucifer salió de las cavernas infernales a buscar a nuestro divino Maestro para tentarle, y que Su Majestad se le ocultó hasta el desierto, donde después del ayuno de casi cuarenta días dio permiso para que llegase el tentador, como dice el evangelio (Mt 4, 1). Llegó al desierto y viendo solo al que buscaba se alborozó mucho, porque estaba sin su Madre santísima a quien él y sus ministros de tinieblas llamaban su enemiga por las victorias que contra ellos alcanzaba; y como no habían entrado en batalla con nuestro Salvador, presumía la soberbia del Dragón que, ausente la Madre santísima, tenía el triunfo del Hijo seguro. Pero llegando a reconocer de cerca al combatiente, sintieron todos gran temor y cobardía, no porque le reconociesen por Dios verdadero, que de esto no tenían sospechas viéndole tan despreciado, ni tampoco por haber probado con él sus fuerzas, que sólo con la divina Señora las habían estrenado; pero el verle tan sosegado, con semblante tan lleno de majestad y con obras tan cabales y heroicas, les puso gran temor y quebranto, porque no eran aquellas acciones y condiciones como las ordinarias de los demás hombres, a quienes tentaban y vencían fácilmente. Y confiriendo este punto Lucifer con sus ministros, les dijo: ¿Qué hombre es éste tan severo para los vicios de que nosotros nos valemos contra los demás? Si tiene tan olvidado el mundo, tan quebrantada y sujeta su carne, ¿por dónde entraremos a tentarle? ¿O cómo esperaremos la victoria, si nos ha quitado las armas con que hacemos la guerra a los hombres? Mucho desconfío de esta batalla.—Tanto vale y tanto puede como esto el desprecio de lo terreno y el rendimiento de la carne, que da terror al demonio y a todo el infierno, y no se levantara tanto su soberbia, si no hallara a los hombres rendidos a estos infelices tiranos antes que llegara a tentarlos.
996. Dejó Cristo nuestro Salvador a Lucifer en su engaño de que le juzgase por puro hombre, aunque muy justo y santo, para que con esto adelantase su esfuerzo y malicia para la batalla, como lo hace cuando reconoce estas ventajas en los que quiere tentar. Y esforzándose el Dragón con su misma arrogancia, se comenzó el duelo en aquella campaña del desierto con la mayor valentía que antes ni después se verá otro en el mundo entre hombres y demonios; porque Lucifer y sus aliados estrenaron todo su poder y malicia, provocándoles su misma ira y furor contra la virtud superior que reconocía en Cristo nuestro Señor; aunque Su Majestad altísima atemperó sus acciones con suma sabiduría y bondad infinita, y con equidad y peso ocultó la causa original de su poder infinito, y manifestando el que bastaba con la santidad de hombre para ganar las victorias de sus enemigos. Y para entrar como hombre en la batalla hizo oración al Padre en lo superior del espíritu, a donde no llega la noticia del demonio, y dijo a Su Majestad: Padre mío y Dios eterno, con mi enemigo entro en la batalla para quebrantar sus fuerzas y soberbia contra Vos y contra mis queridas las almas; y por Vuestra gloria y su bien quiero sujetarme a sufrir la osadía de Lucifer y quebrantarle la cabeza de su arrogancia, para que la hallen vencida los mortales cuando sean tentados de esta serpiente, si por su culpa no se entregaren a él. Suplicóos, Padre mío, Os acordéis de mi pelea y victoria, cuando los mortales sean afligidos del enemigo común, y que alentéis su flaqueza para que en virtud de este triunfo le consigan ellos y con mi ejemplo se animen y conozcan el modo de resistir y vencer a sus enemigos.
997. A la vista de esta batalla estaban los espíritus soberanos ocultos por la disposición divina, para que no los viese Lucifer y entendiese ni rastrease entonces algo del poder divino de Cristo Señor nuestro, y todos daban gloria y alabanza al Padre y al Espíritu Santo, que en las admirables obras del Verbo humanado se complacían; y también de su oratorio lo miraba la beatísima María Señora nuestra, como diré luego (Cf. infra n.. 1001). Y cuando comenzó la tentación era el día treinta y cinco del ayuno y soledad de nuestro Salvador y duró hasta que se cumplieron los cuarenta que dice el Evangelio. Manifestóse Lucifer, representándose en forma humana, como si antes no le hubiera visto y conocido, y la forma que tomó para su intento fue transformándose en apariencia muy refulgente como Ángel de luz; y reconociendo y pensando que el Señor con tan largo ayuno estaba hambriento, le dijo: Si eres Hijo de Dios, convierte estas piedras en pan con tu palabra (Mt 4, 3). Propúsole si era Hijo de Dios, porque esto era lo que más cuidado le podía dar y deseaba algún indicio para reconocerlo, pero el Salvador del mundo le respondió sólo a las palabras: No vive el hombre con solo pan, sino también con la palabra que procede de la boca de Dios (Mt 4, 4); y tomó el Salvador estas palabras del capítulo 8 del Deuteronomio (Dt 8, 3). Pero el demonio no penetró el sentido en que las dijo el Señor, porque las entendió Lucifer que sin pan ni alimento corporal podía Dios sustentar la vida del hombre. Pero aunque esto era verdad y también lo significaban las palabras, el sentido del divino Maestro comprendió más, porque fue decirle:
Este hombre con quien tú hablas vive en la Palabra de Dios, que es Verbo divino, a quien hipostáticamente está unido; y aunque deseaba saber esto mismo el demonio, no mereció entenderlo, porque no quiso adorarle.
998. Hallóse atajado Lucifer con la fuerza de esta respuesta y con la virtud que llevaba oculta, pero no quiso mostrar flaqueza ni desistir de la pelea. Y el Señor con su permisión dio lugar a que prosiguiese en ella y le llevase a Jerusalén, donde le puso sobre el pináculo del templo, donde se descubría gran número de gente, sin ser visto el Señor de ninguno. Y propúsole que si le viesen caer de tan alto sin recibir lesión, le aclamaran por grande, milagroso y santo; y luego, valiéndose también de la Escritura, le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo; que está escrito: Los ángeles te llevarán en palmas, como se lo ha mandado Dios, y no recibirás daño alguno (Mt 4, 6). Acompañaban a su Rey los espíritus soberanos, admirados de la permisión divina en dejarse llevar corporalmente por manos de Lucifer, sólo por beneficio que de ello había de resultar a los hombres. Con el príncipe de las tinieblas fueron innumerables demonios a aquel acto, porque este día quedó el infierno casi despoblado de ellos para acudir a esta empresa.
Respondió el Autor de la sabiduría: También está escrito:
No tentarás a tu Dios y Señor (Mt 4, 7). En estas respuestas estaba el Redentor del mundo con incomparable mansedumbre, profundísima humildad y tan superior al demonio en la majestad y entereza, que con esta grandeza y no verle en nada turbado, se turbó más aquella indomestica soberbia de Lucifer y le fue de nuevo tormento y opresión.
999. Pero con todo eso intentó otro nuevo ingenio de acometer al Señor del mundo por ambición, ofreciéndole alguna parte de su dominio; y para esto le llevó a un alto monte, donde se descubrían muchas tierras, y alevosa y atrevidamente le dijo: Todas estas cosas que están a tu vista te daré, si postrado en tierra me adorares (Mt 4, 9). ¡Exhorbitante arrogancia y más que insania, mentira y alevosía falsa, porque ofreció lo que no tenía, ni podía dar a nadie; pues la tierra, los orbes, los reinos, principados, tesoros y riquezas, todo es del Señor, y Su Majestad lo da y lo quita a quien y cuando es servido y conviene; pero nunca pudo ofrecer Lucifer bien alguno que fuera suyo, aun de los bienes terrenos y temporales, y por esto son falaces todas sus promesas. A ésta que le hizo a nuestro Rey y Señor, respondió Su Majestad con imperioso poder: Vete de aquí, Satanás, que escrito está: A tu Dios y Señor adorarás y a él sólo servirás (Mt 4, 10). En aquella palabra, vete Satanás, que dijo Cristo nuestro Redentor, quitó al demonio el permiso que le había dado para tentarle y con imperio poderoso dio con Lucifer y todas sus cuadrillas de mal en lo más profundo del infierno, y allí estuvieron pegados y amarrados en las más hondas cavernas por espacio de tres días sin moverse, porque no podían. Y después que se les permitió levantarse, hallándose tan quebrantados y sin fuerzas, comenzaron a sospechar que quien los había aterrado y vencido daba indicios de ser el Hijo de Dios humanado, y en estos recelos perseveraron con variedad, sin atinar del todo con la verdad hasta la muerte del Salvador. Pero despechábase Lucifer por lo mal que se había entendido en esta demanda y en su propio furor se deshacía.
1000. Nuestro divino vencedor Cristo confesó al Eterno Padre y le engrandeció con divinos cánticos, con loores y hacimiento de gracias por el triunfo que le había dado del enemigo común del linaje humano; y con gran multitud de espíritus soberanos, que le cantaban dulces cánticos por esta victoria, fue restituido al desierto, y entonces le llevaban en sus palmas, aunque no lo había menester usando de su propia virtud, pero le era debido aquel obsequio de los Ángeles, como en recompensa de la audacia de Lucifer en atreverse a llevar al pináculo del templo y al monte aquella humanidad santísima, donde estaba la divinidad sustancial y verdaderamente. No pudiera caer en humano pensamiento que Cristo nuestro Señor hubiera dado tal permiso a Satanás, si no lo dijera el Evangelio; pero no sé cuál sea causa de mayor admiración para nosotros, que consintiese ser traído de una parte a otra por Lucifer que no le conocía, o ser vendido por Judas Iscariotes y dejarse recibir sacramentado de aquel mal discípulo y de tantos fieles pecadores, que conociéndole por su Dios y Señor le reciben tan injuriosamente. Lo que de cierto debe admirarnos es que lo uno y lo otro lo permitiese y lo permita ahora por nuestro bien y por obligarnos y traernos a sí con la mansedumbre y paciencia de su amor. ¡Oh dulcísimo Dueño mío, y qué suave, benigno y misericordioso sois para las almas! Con amor bajasteis del cielo a la tierra por ellas, padecisteis y disteis la vida para su salvación; con misericordia las aguardáis y toleráis, las llamáis, buscáis y recibís, entráis en su pecho y sois todo para ellas y las queréis para Vos; y lo que me traspasa el alma y rompe el corazón es que, atrayendonos vuestro verdadero afecto, huimos de Vos y a tan grande fineza correspondemos con ingratitudes. ¡Oh amor inmenso de mi dulce Dueño tan mal pagado y agradecido! Dad, Señor, lágrimas a mis ojos para llorar causa tan digna de ser lamentada y ayúdenme todos los justos de la tierra. Restituido Su Majestad al desierto, dice el Evangelio (Mt 4, 11) que los Ángeles le administraban y servían, porque al fin de estas tentaciones y del ayuno le sirvieron un manjar celestial para que comiese, como lo hizo, y cómo con este divino alimento recobró nuevas fuerzas naturales su sagrado cuerpo; y no sólo le asistieron a esta comida los Santos Ángeles y le dieron la enhorabuena, pero las aves de aquel desierto acudieron también a recrear los sentidos 91 de su Criador humanado con cánticos y vuelos muy graciosos y concertados, y a su modo lo hicieron también las fieras de la montaña, desnudándose de su fiereza y formando agradables meneos y bramidos en reconocimiento de su Señor.
1001. Volvamos a Nazaret donde en su oratorio estaba la Princesa de los Ángeles atenta al espectáculo de las batallas de su Hijo santísimo, mirándolas con divina luz por el modo que he dicho (Cf. supra n. 982), y recibiendo juntamente continuas embajadas con sus mismos ángeles, que iban y venían con ellas al Salvador del mundo. Hizo la divina Señora las mismas oraciones que su Hijo santísimo y al mismo tiempo, para entrar en el conflicto de la tentación, y peleó juntamente con el Dragón, aunque invisiblemente y en espíritu, y desde su retiro, anatematizó a Lucifer y sus secuaces y los quebrantó, cooperando en todo con las acciones de Cristo nuestro Señor en favor nuestro. Y cuando conoció que el demonio llevaba al Señor de una parte a otra, lloró amargamente, porque la malicia del pecado obligaba a tal permisión y dignación del Rey de los reyes y Señor de los señores. Y en todas las victorias que alcanzaba del demonio hizo nuevos cánticos y loores a la divinidad y humanidad santísima, y estos mismos le cantaron los Ángeles al Señor, y con ellos le envió la gran Reina la enhorabuena del vencimiento y beneficio que con Él hacía a todo el linaje humano, y Su Majestad por medio de los mismos embajadores la consoló y dio también la enhorabuena de lo que había hecho y trabajado con Lucifer, imitando y acompañando a Su Majestad.
1002. Y porque, habiendo sido compañera fiel y partícipe del trabajo y del ayuno, era justo que lo fuese también en el consuelo, la envió el amantísimo Hijo de la comida que los Ángeles le habían servido, y les mandó la llevasen y administrasen a su Madre santísima; y fue cosa admirable que gran multitud de las mismas aves que asistían a la vista del Señor se fueron tras los Ángeles a Nazaret, aunque con más tardo vuelo pero muy ligero, y entraron en casa de la gran Reina y Señora del cielo y tierra, y cuando estaba comiendo el manjar que su Hijo santísimo le había remitido con los Ángeles, se presentaron a ella con los mismos cánticos y gorjeos que habían hecho en presencia del Salvador. Comió la divina Señora de aquel manjar celestial, ya mejorado en todo, por venir de mano del mismo Cristo y bendito por ella, y con este alimento quedó recreada y fortalecida en los efectos de tan largo y abstinente ayuno. Dio gracias al Todopoderoso y humillóse hasta la tierra, y fueron tales y tantos los actos heroicos de virtudes en que se ejercitó esta gran Reina en el ayuno y en las tentaciones de Cristo, que no es posible reducir a palabras lo que vence a nuestro discurso y capacidad; verémoslo en el Señor cuando le gocemos, y entonces le daremos la gloria y alabanza por tan inefables beneficios que le debe todo el linaje humano.

Pregunta que hice a la Reina del cielo María santísima.
1003. Reina de todos los cielos y Señora del universo, la dignación de vuestra clemencia me da confianza para que como a mi Maestra y Madre de la sabiduría os proponga una duda que se me ofrece, sobre lo que en éste y otros capítulos (Cf. supra n. 634, 706) me ha manifestado vuestra divina luz y enseñanza de este manjar celestial que los Santos Ángeles administraron a nuestro Salvador en el desierto, que entiendo sería de la misma condición de otros de quien tengo entendido y escrito sirvieron a Su Majestad y a Vos en algunas ocasiones que por la disposición del mismo Señor Os faltaba el alimento común de la tierra. Y le he llamado manjar celestial, porque no he tenido otros términos para explicarme; y no sé si éstos son a propósito, porque dudo de dónde venía esta comida y qué calidad tenía, y en el cielo no entiendo haya manjares para alimentar los cuerpos, pues allá no será necesario este modo de vida y alimento terreno. Y aunque los sentidos tengan en los Bienaventurados algún objeto deleitable y sensible, y el gusto sienta algún sabor como los demás, juzgo que no es esto por comida ni alimento, sino por otro modo de redundancia de la gloria del alma, que participará el cuerpo y sus sentidos, por admirable modo cada uno, según su natural condición sensitiva, sin la imperfección y grosería que tienen ahora en la vida mortal los sentidos y las operaciones y sus objetos. De todo esto deseo ser enseñada, como ignorante, de vuestra piadosa y maternal dignación.

Respuesta y doctrina de la divina Señora.

1004. Hija mía, bien has dudado, porque es verdad que en el cielo no hay manjares ni alimento material, como lo has entendido y declarado, pero el manjar que los Ángeles administraron a mi Hijo santísimo y a mí en la ocasión que has escrito, con propiedad le llamas celestial; y este término te di yo para que lo declarases, porque la virtud de aquel alimento se la dieron del cielo y no de la tierra, donde todo es grosero, muy material y limitado. Y para que entiendas la condición de aquel manjar y el modo con que le forma la divina Providencia, debes advertir que cuando su dignación disponía alimentarnos y suplir la falta de otra comida con ésta que milagrosamente nos enviaba con los Santos Ángeles por voluntad del mismo Señor, usaba de alguna cosa material, que la más ordinaria era agua, por su claridad y simplicidad y porque el Señor para estos milagros no quiere cosas muy compuestas, otras veces era pan y algunas frutas; y a cualquiera de estas cosas daba el poder divino tal virtud y sabor, que excedía como el cielo de la tierra a todos los manjares, regalos y gustos de la tierra, y no hay en ella a qué lo comparar, porque todo es insípido y sin virtud en comparación de este manjar del cielo. Y para que lo entiendas mejor te servirán los ejemplos siguientes: el primero, del pan subcinericio (3 Re 19, 6) que dio a Elias, y era de tal virtud que le confortó para caminar hasta el monte Oreb. El segundo, del maná, que se llama pan de ángeles, porque ellos le preparaban cuajando el vapor de la tierra (Ex 16, 14) y así condensado y dividido en forma de granos le derramaban en ella, y tenía tanta variedad de sabores, como dicen las Escrituras, y su virtud era muy poderosa para alimentar el cuerpo. El tercer ejemplo es el milagro que hizo mi Hijo santísimo en las bodas de Cana, convirtiendo el agua en vino y dando tan excelente sabor y virtud al vino, como parece de la admiración que tuvieron los que le gustaron (Jn 2, 10).
1005. A este modo el poder divino daba virtud y gusto o sabor sobrenatural al agua, o la convertía en otro licor suavísimo y delicado, y la misma virtud daba al pan o fruta, dejándolo todo más espiritualizado; y esta comida alimentaba el cuerpo y deleitaba el sentido y reparaba las fuerzas con admirable modo, dejando a la flaqueza humana corroborada, ágil y pronta para las obras penales, y esto era sin hastío ni gravamen del cuerpo. De esta condición fue la comida que sirvieron los Ángeles a mi Hijo santísimo después del ayuno y la que entonces y en otras ocasiones recibimos con mi esposo San José, que también la participaba; y con algunos amigos y siervos del Altísimo ha mostrado Su Majestad esta liberalidad, regalándolos con semejantes manjares, aunque no tan frecuentemente ni con tantas circunstancias milagrosas como sucedió con nosotros. Con esto respondo a tu duda. Advierte ahora la doctrina perteneciente a este capítulo.
1006. Y para que mejor se entienda lo que en él has escrito, quiero que adviertas tres motivos que tuvo mi Hijo santísimo, entre otros, para entrar en batalla con Lucifer y sus ministres infernales, porque esta inteligencia te dará mayor luz y esfuerzo contra ellos. El primero fue destruir el pecado y la semilla que por la caída de Adán sembró este enemigo en la naturaleza humana con los siete vicios capitales, soberbia, avaricia, lujuria y los demás, que son las siete cabezas de este dragón. Y porque fue arbitrio de Lucifer que para cada uno de estos siete pecados estuviese destinado un demonio que fuese como presidente de los demás, para hacer guerra a los hombres con estas armas, distribuyéndolas entre sí mismos y destinándose los mismos enemigos a tentar con ellas y pelear con este orden confuso de que hablaste en la primera parte (Cf supra p. I n. 103), por esto mi Hijo santísimo entró en batalla con todos estos príncipes de tinieblas y los venció y quebrantó las fuerzas a todos con el poder de sus virtudes. Y aunque en el Evangelio sólo de tres tentaciones se hace mención, porque fueron más visibles y manifiestas, pero a más se extendió la batalla y el triunfo, porque a todos estos principales demonios y sus vicios venció Cristo mi Señor; y a sus vicios, la soberbia con su humildad, la ira con su mansedumbre, la avaricia con el despreció de las riquezas, y a este modo los otros vicios y pecados capitales. Y el mayor quebranto y cobardía que cobraron estos enemigos la tuvieron después que conocieron al pie de la cruz con certeza que era Verbo humanado el que los había vencido y oprimido; y con esto desconfiaron mucho —como diré adelante (Cf. infra n. 1419, 1423)— de entrar en batalla con los hombres, si ellos se aprovecharan de la virtud y victorias de mi Hijo santísimo.
1007. El segundo motivo de su pelea fue obedecer al Eterno Padre, que no sólo le mandó morir por los hombres y redimirlos con su pasión y muerte, sino también que entrase en este conflicto con los demonios y los venciese con la fuerza espiritual de sus incomparables virtudes. El tercero, y consiguiente a éstos, fue dejar a los hombres el ejemplar y enseñanza para vencer y triunfar de sus enemigos, y que ninguno de los mortales extrañase el ser tentado y perseguido de ellos, y todos tuviesen ese consuelo en sus tentaciones y peleas, que primero las padeció su Redentor y Maestro en sí mismo, aunque en algún modo fueron diferentes, pero en sustancia fueron las mismas y con mayor fuerza y malicia de Satanás. Permitió Cristo mi Señor que Lucifer estrenase el furor de sus fuerzas con Su Majestad, para que su potencia divina se las quebrantase y quedasen más débiles para las guerras que habían de hacer a los hombres, y ellos le venciesen con más facilidad si se aprovechaban del beneficio que en esto les hacía su Redentor.
1008. Todos los mortales necesitan de esta enseñanza, si han de vencer al demonio, pero tú, hija mía, más que muchas generaciones, porque la indignación de este dragón es grande contra ti, y tu naturaleza flaca para resistir si no te vales de mi doctrina y de este ejemplar. En primer lugar has de tener vencidos al mundo y a la carne: a ésta, mortificándola con prudente rigor, y al mundo, huyendo y retirándote de criaturas al secreto de tu interior; y entrambos juntos estos dos enemigos los vencerás con no salir de él, ni perder de vista el bien y luz que allí recibes y no amar cosa alguna visible más de lo que permite la caridad bien ordenada. Y en esto te renuevo la memoria y el precepto estrechísimo que muchas veces te he puesto (Cf. supra p.I n. 644; p. II n. 230, 253, 303, 487, 680, etc.); porque te dio el Señor natural para no amar poco, y queremos que esta condición se consagre toda por entero y con plenitud a nuestro amor, y a un solo movimiento de los apetitos no has de consentir con la voluntad por más leve que parezca, ni una acción de tus sentidos has de admitir si no fuere para la exaltación del Altísimo y para hacer o padecer algo por su amor y bien de tus prójimos. Y si en todo me obedeces, yo haré que seas guarnecida y fortalecida contra este cruel dragón, para que pelees las guerras del Señor, y penderán de ti mil escudos (Cant 4, 4) con que puedas defenderte y ofenderle. Pero siempre estarás advertida de valerte contra él de las palabras sagradas y de la divina Escritura, no atravesando razones ni muchas palabras con tan astuto enemigo; porque las criaturas flacas no han de introducir conferencias ni palabras con su mortal enemigo y maestro de mentiras, pues mi Hijo santísimo, que era todopoderoso y de infinita sabiduría, no lo hizo, para que con su ejemplo las almas aprendieran este recato y modo de proceder con el demonio. Ármate con fe viva, esperanza cierta y caridad fervorosa de profunda humildad, que son las virtudes que quebrantan y aniquilan a este Dragón, y a ellas no les osa hacer cara, huye de ellas, porque son poderosas armas para su arrogancia y soberbia.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #157

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