1033. El Evangelista San Juan, que al fin del capítulo 1 refiere la vocación de Natanael, que fue el quinto discípulo de Cristo, comienza el segundo capítulo de la Historia evangélica, diciendo (Jn 1, 1-2): Y el día tercero se hicieron unas bodas en Cana de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Y también fue llamado Jesús y sus discípulos a las bodas. De donde parece que la divina Señora estaba en Caná antes que fuese llamado su Hijo santísimo a estas bodas. Y para concordar esto con lo que dejo dicho en el capítulo pasado y entender qué día fue éste, hice algunas preguntas por orden de la obediencia. A las cuales me fue respondido que, no obstante las opiniones diferentes de los expositores, la Historia de la Reina y del Evangelio se conforman y que el suceso fue en esta forma: Cristo nuestro Señor con sus cinco Apóstoles o discípulos en entrando en Galilea fue derecho a Nazaret predicando y enseñando; en este viaje tardó algunos días aunque no muchos, pero fueron más de tres. Llegando a Nazaret bautizó a su beatísima Madre, como queda dicho (Cf. supra n. 1030), y luego con sus discípulos salió a predicar a unos lugares vecinos. En el ínterin fue la divina Señora a Caná, convidada a las bodas que dice el Evangelista, porque eran de unos deudos suyos en cuarto grado por la línea de Santa Ana. Y estando la gran Reina en Caná tuvieron los novios noticia de la venida del Salvador del mundo y que tenía ya discípulos, y por disposición de su Madre santísima y del mismo Señor, que ocultamente lo disponía para sus altos fines, fue llamado y convidado a las bodas con sus discípulos.
1034. El día tercero, que dice el Evangelista se hicieron estas bodas, fue el tercero de la semana de los hebreos; y aunque no lo dice expresamente, tampoco dice que fue el tercero después de la vocación de los discípulos o entrada en Galilea, y si hablara de esto, lo dijera; pero moralmente era imposible que estas bodas sucediesen el tercero día después de la vocación de los discípulos, ni de la entrada en Galilea, porque Caná está en los confines del tribu de Zabulón hacia la parte de Fenicia y setentrional, donde estaba el tribu de Aser, respecto de Judea, y dista mucho desde todos los términos de Judea y Galilea por donde entró el Salvador del linaje humano; y si al día tercero fueron las bodas, no quedaban más de dos días para llegar de Judea a Caná, que hay tres jornadas, y también estaría cerca de Caná primero que le convidasen, y para esto era necesario más tiempo. Y a más de todo esto, para pasar de Judea a Caná de Galilea estaba primero Nazaret, porque Caná está más adelante hacia el mar Mediterráneo y vecina del tribu de Aser, como he dicho, y el Salvador del mundo primero fuera a visitar a su Madre santísima, que no ignorando su venida, como es cierto que la sabía, le aguardara sin salir de ella al tiempo que se acercaba. Y si el Evangelista no dijo esta venida, ni el bautismo de la divina Señora, no fue porque no sucedió, sino porque sólo dijo él y los demás lo qué pertenecía a su intento. Y también confiesa el mismo San Juan Evangelista que se dejaron de saber muchos milagros que hizo nuestro divino Maestro (Jn 20, 30), porque no fue necesario escribirlos todos. Y con este orden queda entendido el Evangelio y confirmada con él esta Historia en el lugar citado.
1035. Estando la Reina del mundo en Caná, fue convidado su Hijo santísimo con los discípulos que tenía a las bodas, y su dignación, que lo ordenaba todo, aceptó el convite. Y fue luego a él para santificar el matrimonio y acreditarle y dar principio a la confirmación de su doctrina con el milagro que sucedió, declarándose por autor de él; porque dándose ya por maestro en admitir discípulos, era necesario confirmarlos en su vocación y autorizar su doctrina, para que la creyesen y admitiesen. Y por esta razón, aunque Su Divina Majestad había hecho otras maravillas ocultamente, pero no se había declarado ni señalado por autor de ellas en público como hasta aquella ocasión, que por eso llamó el Evangelista (Jn 2, 11) a este milagro Principio de las señales que hizo Jesús en Caná de Galilea; y el mismo Señor dijo a su Madre santísima que hasta entonces no había llegado su hora (Jn 2, 4). Y sucedió esta maravilla el mismo día que se cumplió un año del bautismo de Cristo nuestro Salvador y correspondió a la adoración de los Santos Reyes, como lo tiene la Santa Iglesia Romana, que celebra en un día estos tres misterios a seis de enero; y la edad de Cristo nuestro Señor era cumplidos treinta años y entrado en treinta y uno los trece días que hay de su natividad santísima a la epifanía.
1036. Entró el Maestro de la vida en la casa de las bodas y saludó a los moradores, diciendo: La paz del Señor y la luz sea con vosotros; como verdaderamente estaba, asistiendo Su Majestad con ellos. Y luego hizo una exhortación de vida eterna al novio, enseñándole las condiciones de su estado, para ser perfecto y santo en él, y lo mismo hizo la Reina del cielo con la esposa, a quien con razones dulcísimas y eficaces la amonestó de sus obligaciones; y entrambos cumplieron perfectamente con ellas en el estado que dichosamente recibieron con asistencia de los Reyes del cielo y tierra. Y no puedo detenerme a declarar que este novio no era San Juan Evangelista; basta saber que, como dije en el capítulo pasado (Cf.supra n.1018), venía ya con el Salvador por discípulo; y en esta ocasión no pretendió el Señor disolver el matrimonio, sino que vino a las bodas para autorizarlas y acreditarlas y hacer Santo y Sacramento al Matrimonio, y no era consiguiente a este intento disolverle luego, ni el Evangelista tuvo jamás intento de ser casado. Antes bien, nuestro Salvador, habiendo exhortado a los desposados, hizo luego una ferviente oración y petición al Eterno Padre, suplicándole que en la nueva ley de gracia echase su bendición sobre la propagación humana y desde entonces diese virtud al matrimonio para santificar a los que en la Santa Iglesia lo recibiesen y fuese uno de sus Sacramentos.
1037. La beatísima Virgen conocía la voluntad y oración que su Hijo santísimo hacía y le acompañó en ella, cooperando a esta obra como a las demás que hacía en beneficio del linaje humano; y como tenía por su cuenta el retorno que los hombres no daban por estos beneficios, hizo un cántico de alabanza y loores al Señor, convidando a los Santos Ángeles que la acompañasen en él, y así lo hicieron, aunque sólo era manifiesto al mismo Señor y Salvador nuestro, que se recreaba en la sabiduría y obras de su purísima Madre, como ella en las del mismo Hijo. En lo demás hablaban y conversaban con los que concurrían a las bodas, pero con la sabiduría y peso de razones dignas de tales personas y ordenándolas a ilustrar los corazones de todos los circunstantes. La prudentísima Señora hablaba muy pocas palabras y sólo cuando era preguntada o muy forzoso, porque siempre oía y atendía a las del Señor y a sus obras, para guardarlas y conferirlas en su castísimo corazón. Raro ejemplo de prudencia, de recato y modestia fueron las obras, palabras y todo el proceder de esta gran Reina en el discurso de su vida; y en esta ocasión no sólo para las religiosas, pero en especial a las mujeres del siglo, si pudieran tenerle presente en tales actos como el de las bodas, para que en él aprendieran a callar, a moderarse y componer el interior y medir las acciones exteriores sin liviandad y soltura; pues nunca es tan necesaria la templanza como cuando es mayor el peligro y siempre en las mujeres es mayor gala, hermosura y bizarría el silencio, detenimiento y encogimiento, con que se cierra la entrada a muchos vicios y se coronan las virtudes de la mujer casta y honesta.
1038. En la mesa comieron el Señor y su Madre santísima de algunos regalos de los que servían, pero con suma templanza y disimulación de su abstinencia. Y aunque a solas no comían de estos manjares, como antes he dicho (Cf. supra n. 898), pero los Maestros de la perfección, que no querían reprobar la vida común de los hombres, sino perfeccionarla con sus obras, acomodábanse a todos sin extremos ni singularidad pública, en lo que por otra parte no era reprensible y se podía hacer con perfección. Y como el Señor lo enseñó por ejemplo, lo dejó también por doctrina a sus apóstoles y discípulos, ordenándoles que comiesen de lo que les fuese dado cuando iban a predicar (Mt 10, 10; Lc 10, 8) y no se hiciesen singulares, como imperfectos y poco sabios en el camino de la virtud y porque el verdadero pobre y humilde no ha de elegir manjares. Sucedió que faltó vino en la mesa, por dispensación divina, para dar ocasión al milagro, y la piadosa Reina dijo al Salvador: Señor, el vino ha faltado en este convite. Respondióla Su Majestad:
Mujer, ¿qué me toca a mi y a ti? Aún no es llegada mi hora (Jn 2, 3-4). Esta respuesta de Cristo no fue de reprensión, sino de misterio; porque la prudentísima Reina y Madre no pidió el milagro casualmente, antes bien con luz divina conoció que era tiempo oportuno de manifestarse el poder divino de su Hijo santísimo y no pudo tener ignorancia de esto la que estaba llena de sabiduría y ciencia de las obras de la redención y del orden que en ellas había de guardar nuestro Salvador, a qué tiempos y en qué ocasiones las había de ejecutar. Y también es de advertir que Su Divina Majestad no pronunció estas palabras con semblante de reprender, sino con magnificencia y serenidad apacible. Y aunque no llamó a la Virgen madre sino mujer, era porque, como arriba dije (Cf. supra n. 960), no la trataba entonces con tanta dulzura de palabras.
1039. El misterio de la respuesta de Cristo nuestro Señor fue confirmar a los discípulos en la fe de la divinidad y comenzar a manifestarla a todos, mostrándose Dios verdadero e independiente de su Madre en el ser divino y potestad de hacer milagros. Y por esta causa tampoco la llamó madre, callando este nombre, y llamándola mujer, diciendo: ¿Qué te toca o qué tenemos que ver tú y yo en esto? Que fue decir: la potestad de hacer milagros no la recibí yo de ti, aunque me diste la naturaleza humana en que los he de obrar, porque sólo a mi divinidad toca el hacerlos y para ella no es llegada mi hora. Y en esta palabra dio a entender que la determinación de las maravillas no era de su Madre santísima, sino de la voluntad de Dios, no obstante que la prudentísima Señora lo pedía en tiempo oportuno y conveniente; pero junto con esto quiso el Señor se entendiese que había en él otra voluntad más que la humana, y que aquella era divina y superior a la de su Madre y que no estaba subordinada a ella, mas antes la de la Madre estaba sujeta a la que tenía como verdadero Dios. Y en consecuencia de esto, al mismo tiempo infundió Su Majestad en el interior de sus discípulos nueva luz con que conocieron la unión hipostática de las dos naturalezas en la persona de Cristo, y que la humana la había recibido de su Madre y la divina por la generación eterna de su Padre.
1040. Conoció la gran Señora todo este sacramento, y con severidad apacible dijo a los criados que servían a la mesa: Haced lo que mi Hijo ordenare (Jn 2, 5). En las cuales palabras, a más de la sabiduría que suponen de la voluntad de Cristo que conocía la prudentísima Madre, habló como maestra de todo el linaje humano, enseñando a los mortales, que para remediar todo nuestras necesidades y miserias es necesario y suficiente de nuestra parte hacer todo lo que manda el Señor y los que están en su lugar. Tal doctrina no pudo salir menos que de tal Madre y Abogada que, deseosa de nuestro bien y como quien conocía la causa que suspende o impide el poder divino para que no haga muchas y muy grandes maravillas, quiso proponernos y enseñarnos el remedio de nuestras menguas y desdichas, encaminándonos a la ejecución de la voluntad del Altísimo, en que consiste todo nuestro bien. Mandó el Redentor del mundo a los ministros de las mesas que llenasen de agua sus hidrias o tinajillas, que según las ceremonias de los hebreos tenían para estos ministerios. Y habiéndolas llenado todas, mandó el mismo Señor que sacasen de ellas el vino en que las convirtió y lo llevasen al architriclino, que era el principal en la mesa y hacía cabecera en ella, y era uno de los sacerdotes de la ley. Y como gustase del milagroso vino, admirado llamó al novio y le dijo: Cualquiera hombre cuerdo pone primero el mejor vino para los convidados y cuando están ya satisfechos pone lo peor, pero tú lo has hecho al revés, que guardaste lo más generoso para lo último de la comida.
1041. No sabía el architriclino entonces el milagro, cuando gustó el vino, porque estaba en la cabecera de la mesa y Cristo nuestro Maestro con su Madre santísima y discípulos en los lugares inferiores y de abajo, enseñando con la obra lo que después había de enseñar con la doctrina (Lc 14, 8-10), que en los convites no echemos el ojo al mejor lugar, sino que por nuestra voluntad elijamos el ínfimo. Pero luego se publicó la maravilla de haber convertido nuestro Salvador el agua en vino y se manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos, como dice el Evangelista (Jn 2, 11), porque de nuevo creyeron y se confirmaron más en la fe. Y no solos creyeron ellos, pero otros muchos de los que estuvieron presentes creyeron que era el verdadero Mesías y le siguieron, acompañándole hasta la ciudad de Cafarnaúm (Mt 4, 13), a donde con su Madre y discípulos dice el Evangelista que fue Su Majestad desde Caná, y allí dice San Mateo que comenzó a predicar, declarándose ya por maestro de los hombres. Y lo que dice San Juan, que con esta señal o milagro manifestó el Señor su gloria, no es negar que hizo otros primero en oculto, sino suponerlo, y que en este milagro manifestó su gloria que no había manifestado antes en otros, porque no quiso ser conocido por autor de ellos, que no era tiempo oportuno ni el determinado por la Sabiduría divina. Y es cierto que en Egipto hizo muchos y admirables, cual fue la ruina de los templos y sus ídolos, como dije en su lugar (Cf. supra n. 643, 646, 665). En todas estas maravillas hacía María santísima actos de insigne virtud en alabanza del Altísimo y hacimiento de gracias de que su santo nombre se fuese manifestando. Y acudía al consuelo de los nuevos creyentes y al servicio de su Hijo santísimo y todo lo llenaba con su incomparable sabiduría y oficiosa caridad. Ejercitábala fervorosísima, clamando al Eterno Padre y suplicándole dispusiese los ánimos y corazones de los hombres para que las palabras y luz del Verbo humanado los iluminase y desterrase de ellos las tinieblas de su ignorancia.
Doctrina que me dio la gran Reina y Señora del cielo.
1042. Hija mía, olvido y descuido es sin disculpa el que tienen generalmente los hijos de la Iglesia en no procurar todos y cada uno de ellos que se dilate y manifieste la gloria de su Dios por todas las criaturas racionales, dando a conocer su nombre santo. Y esta negligencia es más culpable después que el Verbo eterno encarnó en mis entrañas, enseñó al mundo y le redimió para este fin. Por eso fundó Su Majestad la Santa Iglesia y le enriqueció de bienes y tesoros espirituales, de ministros y también de otros bienes temporales; que todo esto no sólo ha de servir para conservar la misma Iglesia con los hijos que tiene, sino también para amplificarla y traer otros de nuevo a la regeneración de la fe católica. Todos deben ayudar a esto, para que se logre más el fruto de la muerte de su Reparador. Unos pueden hacerlo con oraciones y peticiones, con fervorosos deseos de la dilatación del santo nombre de Dios, otros con limosnas y otros con diligencias y exhortaciones y otros con su trabajo y solicitud. Pero si en esta remisión y negligencia son menos culpables los ignorantes y pobres y acaso no hay quien se lo ponga en la memoria, son muy reprensibles los ricos y poderosos y mucho más los ministros de la Iglesia y sus prelados, a quien toca esta obligación más de lleno, y olvidados de tan terrible cargo como les espera, muchos convierten la verdadera gloria de Cristo en gloria suya propia y vana. Gastan el patrimonio de la sangre del Redentor en obras y fines que no son dignos de ser nombrados, y por cuenta suya perecen infinitas almas que con los medios oportunos pudieran venir a la Santa Iglesia, o a lo menos ellos tuvieran este merecimiento y el Señor la gloria de tener tan fieles ministros en su Iglesia. Y el misino cargo se les hará a los príncipes y señores poderosos del mundo, que recibieron de la mano de Dios honra, hacienda y otros bienes temporales para convertirlos en gloria de Su Majestad, y ninguna cosa menos advierten que esta obligación.
1043. De todos estos daños quiero que te duelas y que trabajes cuanto alcanzaren tus fuerzas, para que sea manifestada la gloria del Altísimo y conocido de todas las naciones y que de las piedras resuciten hijos de Abrahán (Mt 3, 9). Y para traerlas al suave yugo del Evangelio, pídele que envíe obreros (Lc 10, 2) y ministros idóneos a su Iglesia, que es grande y mucha la mies y pocos los fieles trabajadores y celosos de granjearla. Sea para ti ejemplar vivo lo que te he manifestado de mi solicitud y maternal amor, con que trabajaba con mi Hijo y Señor en granjearle las almas y conservarlas en su doctrina y séquito, y nunca en el secreto de tu pecho se apague la llama de esta caridad y celo. Y también quiero que mi silencio y modestia, que has conocido tuve en las bodas, sea arancel inviolable para ti y tus religiosas, con que medir siempre las acciones exteriores, el recato, moderación y pocas palabras, en especial cuando estáis en presencia de hombres, porque estas virtudes son las galas que componen y asean a la esposa de Cristo, para que halle gracia en sus divinos ojos.
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