1128. Todos los misterios que en sí contiene el triunfo de nuestro Salvador fueron grandes y admirables, como queda dicho, pero no es de menor admiración en su género el oculto secreto de lo que sintió el infierno oprimido del poder divino, cuando los demonios fueron arrojados a él, entrando Su Majestad en Jerusalén. Estuvieron desde el domingo, que les sucedió esta ruina, hasta el martes, dos días enteros en el aterramiento que les causó la diestra del Altísimo, llenos de penoso y confuso furor, y con aullidos horribles lo manifestaban a todos los condenados, y toda aquella turbulenta república recibió nuevo asombro y tormento sobre lo acostumbrado. Y el príncipe de aquellas tinieblas Lucifer, más confuso que todos, congregó en su presencia a cuantos demonios estaban en el infierno y tomando un lugar más eminente como superior les habló y dijo:
1129. No es posible que no sea más que profeta este hombre que así nos persigue y arruina nuestro poder y quebranta mis fuerzas; porque Moisés, Elias y Elíseo y otros antiguos enemigos nuestros nunca nos vencieron con tanta violencia, aunque hacían otras maravillas, ni tampoco se me han ocultado tantas obras de los otros como de éste, en particular de las de su interior, de que alcanzo a conocer muy poco. Y uno que solo es hombre, ¿cómo pudiera hacer esto y manifestar tan supremo poder sobre todas las cosas, como generalmente publican? Y sin inmutarse ni engreírse recibe las alabanzas y gloria que por ellas le dan los hombres. Y en este triunfo que ha tenido entrando en Jerusalén ha mostrado nuevo poder contra nosotros y el mundo, pues yo me hallo con inferiores fuerzas para lo que deseo, que es destruirle y borrar su nombre de la tierra de los vivientes (Jer 11, 19). Y en esta ocasión que tenemos presente, no solamente los suyos le han celebrado y aclamado por bienaventurado, pero muchos que yo tenía en mi dominio hicieron lo mismo, y aun le llamaron Mesías y el prometido de su ley, y a todos los rindió a su veneración y adoración. Mucho es esto para solo puro hombre, y si éste no es más, ninguno otro tuvo tan de su parte el poder de Dios, y con él nos hace y hará grandes daños, porque, después que fuimos arrojados del cielo, nunca tales ruinas hemos padecido ni conocido tal virtud como después que vino este hombre al mundo. Y si acaso es el Verbo humanado, como sospechamos, pide grande acuerdo este negocio; porque si consentimos que viva, con su ejemplo y doctrina se llevará tras de sí a todos los hombres; y por el odio que con él tengo, he procurado quitarle la vida algunas veces y no lo he conseguido, porque en su patria, que procuré le despeñasen de un monte, él con su poder burló de los que iban a ejecutarle (Lc 4, 30; Jn 10, 39); otra vez dispuse que le apedreasen en Jerusalén y se les desapareció a los fariseos.
1130. Ahora tengo la materia mejor dispuesta con su discípulo y nuestro amigo Judas Iscariotes, porque le he arrojado al corazón una sugestión de que venda y entregue a su Maestro a los fariseos, a los cuales tengo también prevenidos con furiosa envidia, que sin duda le darán la muerte muy cruel, como lo desean. Y sólo aguardan ocasión oportuna, y ésta la voy disponiendo con toda mi diligencia y astucia, porque Judas Iscariotes y los escribas y pontífices harán todo cuanto yo les propusiere. Pero con todo eso hallo en esto un gran tope, que pide mucha atención; porque, si este hombre es el Mesías que esperan los de su pueblo, ofrecerá la muerte y sus trabajos por la redención de los hombres y satisfará y merecerá por todos y para todos infinitamente. Abrirá el cielo y subirán los mortales a gozar los premios que Dios nos ha quitado a nosotros, y será éste nuevo y duro tormento, si no lo prevenimos para impedirlo. Y a más de esto dejará este hombre en el mundo, padeciendo y mereciendo, nuevo ejemplo de paciencia para los demás, porque es mansísimo y humilde de corazón y jamás le hemos visto impaciente ni turbado, y esto mismo enseñará a todos, que es lo más aborrecible para mí, porque me ofenden grandemente estas virtudes y a todos los que siguen mi dictamen y pensamientos. Por estas razones conviene para nuestros intentos conferir lo que debemos hacer en perseguir a este Cristo y nuevo hombre, y que todos me digáis lo que entendáis en este negocio.
1131. Sobre esta propuesta de Lucifer tuvieron largas conferencias aquellos príncipes de las tinieblas, enfureciéndose contra nuestro Salvador con increíble saña y lamentándose del engaño que ya juzgaban habían padecido en pretender su muerte con tanta astucia y malicia; y con ella misma reduplicada pretendieron desde entonces retractar lo hecho y atajar que no muriese, porque ya estaban confirmados en la sospecha de que era el Mesías, aunque no acababan de conocerlo con firmeza. Pero este recelo fue para Lucifer de tanto escándalo y tormento, que aprobando el nuevo decreto de impedir la muerte del Salvador, concluyó el conciliábulo y dijo: Creedme, amigos, que si este hombre es también Dios verdadero, con su padecer y morir salvará a todos los hombres, y nuestro imperio quedará destruido, y los mortales serán levantados a nuevas dichas y potestad contra nosotros. Muy errados andamos en procurarle la muerte. Vamos luego a reparar nuestro propio daño.
1132. Con este acuerdo salió Lucifer y todos sus ministros a la tierra y ciudad de Jerusalén, y de aquí resultaron algunas de las diligencias que hicieron con Pilatos y su mujer, como consta de los Evangelistas (Mt 27, 19; Lc 23, 4ss; Jn 18, 38), para excusar la muerte del Señor, y otras que no están en la historia del Evangelio, pero fueron ciertas. Porque ante todas cosas emprendieron a Judas Iscariotes y con nuevas sugestiones procuraron disuadirle la venta que tenía concertada de su divino Maestro. Y como no se movió a revocar sus intentos y desistir de ellos, se le apareció el demonio en forma corporal y visible y le habló, procurando con razones inducirle a que no tratase de quitar la vida a Cristo por medio de los fariseos. Y conociendo el demonio la desmedida codicia del avariento discípulo, le ofreció mucho dinero, porque no le entregase a sus enemigos. Y en todo esto puso Lucifer más cuidado que antes había puesto para inducirle al pecado de vender a su mansísimo y divino Maestro.
1133. Pero ¡ay dolor de la miseria humana, que habiéndose rendido Judas al demonio para obedecerle en la maldad, no pudo hacerlo para retractarla! Porque no estaba de parte del enemigo la fuerza de la divina gracia, y sin ella son vanas todas las persuasiones y diligencias extrañas para dejar el pecado y seguir el verdadero bien. No era imposible para Dios reducir a la virtud el corazón de aquel alevoso discípulo, pero no era medio conveniente para este fin la persuasión del demonio que le había derribado de la gracia. Y para no darle el Señor otros auxilios, tenía justificada la causa de su equidad inefable, pues había llegado Judas Iscariotes a tan dura obstinación en medio de la escuela del divino Maestro, resistiendo tantas veces a su doctrina, inspiraciones y grandes beneficios, despreciando con formidable temeridad sus consejos, los de su santísima Madre y dulcísima Señora, el ejemplo vivo de sus vidas y conversación, y de todos los demás apóstoles. Contra todo esto había forcejado el impío discípulo con pertinacia más que de demonio y que de hombre libre para el bien; y habiendo corrido tan larga carrera en el mal, llegó a estado que el odio concebido contra su Salvador y contra la Madre de misericordia le hizo inepto para buscarla, indigno de luz para conocerla y como insensible para la misma razón y ley natural que le pudiera retardar en ofender al Inocente de cuyas manos había recibido tan liberales beneficios. Raro ejemplo y escarmiento para la fragilidad y estulticia de los hombres, que con ella pueden en semejantes peligros caer y perecer, porque no los temen, y llegar a tan infeliz y lamentable ruina.
1134. Dejaron los demonios a Judas Iscariotes desconfiados de reducirle y fuéronse a los fariseos, intentando la misma demanda por medio de muchas sugestiones y pensamientos que les arrojaron para que no persiguieran a Cristo nuestro bien y Maestro. Pero sucedió lo mismo que con Judas Isacriotes, por las mismas razones; que no pudieron traerlos a que retractasen su intento y revocasen la maldad que tenían fraguada. Aunque por motivos humanos se movieron algunos de los escribas a reparar si les estaría bien lo que determinaban, pero, como no eran asistidos de la gracia, luego les volvió a vencer el odio y envidia que contra el Señor habían concebido. De aquí resultaron las diligencias que hizo Lucifer con la mujer de Pilatos y con él mismo, porque a ella la incitaron, como consta del Evangelio, para que con piedad mujeril previniese y escribiese a Pilatos no se metiese en condenar aquel hombre justo (Mt 27, 19). Y con esta persuasión, y otras que representaron al mismo Pilatos, le obligaron los demonios a tantos reparos como hizo para excusar la sentencia de muerte contra el inocente Señor, de que adelante hablaré lo que fuere necesario (Cf. infra n. 1308, 1322, 1346, 1349). Y como ninguna de estas diligencias se le logró a Lucifer y a sus ministros, reconociéndoles desconfiados, mudaron el medio y se enfurecieron de nuevo contra el Salvador de la vida y movieron a los fariseos y a los verdugos y ministros, para que no pudiendo impedir su muerte, se la diesen atropelladísima y le atormentasen con la impía crueldad que lo hicieron, para irritar su invencible paciencia. Y a esto dio lugar el mismo Señor para los altos fines de la Redención humana, aunque impidió que no ejecutasen los sayones algunas atrocidades menos decentes, que los demonios les administraban contra la venerable persona y humanidad del Salvador, como diré adelante (Cf. infra n. 1290).
1135. El miércoles siguiente a la entrada de Jerusalén, que fue el día que Cristo nuestro Señor se quedó en Betania sin volver al templo, se juntaron de nuevo en casa del pontífice Caifás los escribas y fariseos (Mt 26, 3-4), para maquinar dolosamente la muerte del Redentor del mundo; porque los había irritado con mayor envidia el aplauso que en la entrada de Jerusalén habían hecho con Su Majestad todos los moradores de la ciudad, y esto cayó sobre el milagro de resucitar a San Lázaro y las otras maravillas que aquellos días había obrado Cristo nuestro Señor en el templo. Y habiendo resuelto que convenía quitarle la vida, paliando esta impía crueldad con pretexto del bien público, como lo dijo Caifás, profetizando lo contrario de lo que pretendió, el demonio, que los vio resueltos, puso en la imaginación de algunos que no ejecutasen este acuerdo en la fiesta de la Pascua, porque no se alborotase el pueblo, que veneraba a Cristo nuestro Señor como Mesías o gran profeta. Esto hizo Lucifer, para ver si con dilatar la muerte del Señor podría impedirla. Pero como Judas Iscariotes estaba ya entregado a su misma codicia y maldad y destituido de la gracia [eficaz] que para revocarla era menester [siempre, sin embargo, tuvo gracia suficiente], acudió al concilio de los pontífices muy azorado e inquieto y trató con ellos de la entrega de su Maestro y se remató la venta con treinta dineros, contentándose con ellos por precio del que encierra en sí todos los tesoros del cielo y tierra; y por no perder los pontífices la ocasión, atropellaron con el inconveniente de ser Pascua. Y así estaba dispuesto por la sabiduría infinita, cuya Providencia lo disponía.
1136. Al mismo tiempo sucedió lo que refiere San Mateo (Mt 26, 2) que dijo nuestro Redentor a los discípulos: Sabed que después de dos días, sucederá, que el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado. No estaba Judas Iscariotes presente a estas palabras, y con el furor de la traición volvió luego a los apóstoles y como pérfido y descreído andaba inquiriendo y preguntando a sus compañeros, y al mismo Señor y su beatísima Madre, a qué lugar habían de ir desde Betania y qué determinaba su Maestro hacer aquellos días. Y todo esto preguntaba e inquiría dolosamente el pérfido discípulo, para disponer mejor la entrega de su Maestro, que dejaba contratada con los príncipes de los fariseos. Y con estos fingimientos y disimulaciones pretendía Judas Iscariotes paliar su alevosía, como hipócrita. Pero no sólo el Salvador, sino también la prudentísima Madre, conocía su redoble y depravada intención, porque los Santos Ángeles le dieron luego cuenta del contrato que dejaba hecho con los pontífices, para entregársele por treinta dineros [denarios de plata]. Y aquel día se llegó el traidor a preguntar a la gran Señora a dónde determinaba ir su Hijo santísimo para la Pascua. Y ella con increíble mansedumbre le respondió: ¿Quién podrá entender, oh Judas, los juicios y secretos del Altísimo? Y desde entonces le dejó de amonestar y exhortar para que se retractase de su pecado, aunque siempre el Señor y su Madre le sufrieron y toleraron, hasta que él mismo desesperó del remedio y salvación eterna. Pero la mansísima paloma, conociendo la ruina irreparable de Judas Iscariotes, y que ya su Hijo santísimo sería luego entregado a sus enemigos, hizo tiernos llantos en compañía de los Ángeles, porque no podía con otra alguna criatura conferir su íntimo dolor; y con estos espíritus celestiales soltaba el mar de su amargura y decía palabras de gran peso, sabiduría y sentimiento, con admiración de los mismos Ángeles, viendo en una humana criatura tan nuevo modo de obrar con perfección tan alta, en medio de aquella tribulación y dolor tan amargo.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo María santísima.
1137. Hija mía, todo lo que has entendido y escrito en este capítulo contiene grande enseñanza y misterios en beneficio de los mortales, si con atención los consideran. Lo primero, debes ponderar con discreción que, como mi Hijo santísimo vino a deshacer las obras del demonio y vencerle para que no tuviese tantas fuerzas contra los hombres, fue consiguiente para este intento que, dejándole en el ser de su naturaleza de ángel y en la ciencia habitual que le correspondía, con todo eso le ocultase muchas cosas —como en otras partes has escrito (Cf. supra n. 501, 648, 937, 1067, 1124)— para que no llegando a conocerlas se reprimiese la malicia de este Dragón con el modo más conveniente a la suave y fuerte Providencia del Altísimo. Por esto se le ocultó la unión hipostática de las dos naturalezas divina y humana, y anduvo tan alucinado en este misterio que se confundió y anduvo variando en discursos y determinaciones fabulosas hasta que a su tiempo le hizo mi Hijo santísimo que le conociese, y que su alma divinizada había sido gloriosa desde el instante de su concepción. Y asimismo le ocultó algunos milagros de su vida santísima y le dejaba conocer otros. Y esto mismo sucede ahora con algunas almas, que no consiente mi Hijo santísimo conozca el enemigo todas sus obras, aunque naturalmente las pudiera conocer, porque se las esconde Su Majestad, para conseguir sus altos fines en beneficio de las almas; y después suele dejarle que las conozca, para mayor confusión del mismo demonio, como sucedió en las obras de la Redención, cuando para su tormento y mayor opresión dio lugar el Señor a que las conociese. Y por esta razón anda la serpiente y dragón infernal acechando a las almas para rastrear sus obras, no sólo interiores, sino también las exteriores.
1138. Tanto es el amor que tiene mi Hijo santísimo a las almas, después que nació y murió por ellas. Y este beneficio fuera más general y continuo con muchas, si ellas mismas no le impidieran desmereciéndole y entregándose a su enemigo, escuchando sus falsas sugestiones y consejos llenos de malicia y engaño. Y como los justos y señalados en la santidad vienen a ser instrumentos en la mano del Señor, que los gobierna y rige él mismo y no consiente que otro alguno los mueva, porque del todo se entregan a su divina disposición; así por el contrario sucede a muchos réprobos y olvidados de su Criador y Reparador, que entregándose por medio de repetidos pecados en manos del demonio, los arrastra y mueve a toda maldad y se sirve de ellos para todo lo que desea su depravada malicia, como sucedió al pérfido discípulo y a los fariseos homicidas de su mismo Redentor. Y ninguno de los mortales tiene disculpa en este daño, pues así como Judas Iscariotes y los Pontífices no consintieron con su libre voluntad en el consejo del demonio, para dejar de perseguir a Cristo nuestro Señor, pudieran mucho mejor no consentir con él en la determinación de perseguirle, que les persuadió el mismo demonio; pues para resistir esta tentación les asistió el auxilio de la gracia, si quisieran cooperar con ella, y para no retroceder del pecado sólo se valieron de su libre albedrío y malos hábitos. Y si les faltó entonces la gracia [eficaz] y moción del Espíritu Santo, fue porque de justicia se les debía negar, por haberse rendido y sujetado ellos al demonio, para obedecerle en toda maldad y para dejarse gobernar de sola su perversa voluntad, sin respeto a la bondad y poder de su Criador.
1139. De aquí entenderás cómo esta serpiente infernal nada puede para mover al bien obrar y mucho para inducir y llevar al pecado, si las almas no advierten y previenen su peligroso estado. Y de verdad te digo, hija mía, que si los mortales le conocieran con la ponderación digna que pide, les causara grande asombro; porque entregada un alma al pecado, no hay potencia criada que la pueda revocar ni detener para que no se despeñe de un abismo en otro; y el peso de la naturaleza humana, después del pecado de Adán, inclina al mal como la piedra al centro, mediante las pasiones de la concupiscible e irascible; y juntando a esto las inclinaciones de los malos hábitos y costumbres y el dominio y fuerza que cobra el demonio contra el que peca y la tiranía con que lo ejecuta, ¿quién habrá tan enemigo de sí mismo que no tema este peligro? Sólo el poder infinito le librará, y sólo a su diestra está reservado el remedio. Y siendo esto así que no hay otro, con todo eso viven los mortales tan seguros y descuidados en su perdición, como si estuviera en su mano revocarla y repararla cuando quisieren. Y aunque muchos confiesan y conocen la verdad de que no pueden levantarse de su ruina sin el brazo del Señor, pero con este conocimiento habitual y remiso, en lugar de obligarle a que les dé la mano de su poder, le desobligan, irritan y quieren que Dios les esté aguardando con su gracia, para cuando ellos se cansaren de pecar o no pudieren extender más su malicia y estulticia llena de ingratitud.
1140. Teme, carísima, este formidable peligro y guárdate del primer pecado, que con él resistirás menos al segundo y tu enemigo cobrará fuerzas contra ti. Advierte que tu tesoro es grande y el vaso frágil (2 Cor 4, 7) y con un yerro puedes perderlo todo. La cautela y sagacidad de la serpiente contra ti es grande y tú eres menos astuta. Y por esto te conviene recoger tus sentidos y cerrarlos a todo lo visible, retirar tu corazón al castillo murado de la protección y refugio del Altísimo, de donde resistirás a la inhumana batería con que te procura perseguir. Y para que temas, como debes, baste contigo el castigo a donde llegó Judas Iscariotes, como lo has entendido. En lo demás que has advertido de mi imitación, para perdonar a los que te persiguen y aborrecen, amarlos y tolerarlos con caridad y paciencia y pedir por ellos al Señor con verdadero celo de su salvación, como yo lo hice con el traidor Judas Iscariotes, ya estás advertida muchas veces; y en esta virtud quiero que seas extremada y señalada y que la enseñes y platiques con tus religiosas y con todos los que tratares, porque a vista de la paciencia y mansedumbre de mi Hijo santísimo y mía, será de intolerable confusión para los malos y todos los mortales que no se hayan perdonado unos a otros con fraternal caridad. Y los pecados de odio y venganza serán castigados en el juicio con mayor indignación, y en la vida presente son los que más alejan de los hombres la misericordia infinita para su perdición eterna, si no se enmiendan con dolor. Y los que son blandos y suaves con los que los ofenden y persiguen y olvidan los agravios, tienen una particular similitud respectivamente con el Verbo humanado, que siempre andaba buscando, perdonando y beneficiando a los pecadores. Imitándole en esta caridad y mansedumbre de cordero, se dispone el alma y tiene una como cualidad engendrada de la caridad y amor de Dios y del prójimo, que la hace materia dispuesta para recibir los influjos de la gracia y favores de la diestra divina.
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