Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Conoció María santísima que se levantaba Lucifer para perseguir a la Iglesia y lo que contra este enemigo hizo, amparando y defendiendo a los fieles.

INDICE   Libro  7   Capítulo  9    Versos:  135-154


135. En lo supremo de la gracia y santidad posible a pura criatura estaba la gran Señora del mundo, mirando con los ojos de su divina ciencia la pequeña grey de la Iglesia que cada día se iba multiplicando. Y como vigilantísima Madre y Pastora, del alto monte en que la colocó la diestra de su Hijo omnipotente oteaba y reconocía si a las ovejuelas de su rebaño las sobrevenía algún peligro y asechanza de los lobos carniceros e infernales, cuyo odio le era manifiesto contra los nuevos hijos del Evangelio. Con este desvelo de la Madre de la luz estaba guarnecida aquella familia santa que la piadosa Reina había reconocido por suya y la estimaba como herencia y parte de su Hijo santísimo escogida de todo el resto de los mortales y electa del Altísimo. Y por algunos días caminó prósperamente la navecilla de la nueva Iglesia, gobernada por la divina Maestra, así con los consejos que la daba, con la doctrina y advertencias que la enseñaba, como con las oraciones y peticiones que incesantemente ofrecía por ella sin perder ocasión ni punto en atender a todo cuanto era necesario para esto y para el consuelo de los Apóstoles y de los otros fieles.
136. Pocos días después de la venida del Espíritu Santo, repitiendo estas peticiones, dijo al Señor: Hijo mío y verdadero Dios de amor, conozco, Señor mío, que la pequeña grey de Vuestra Santa Iglesia, de quien me habéis hecho madre y defensora, no vale menos que el infinito precio de vuestra vida y sangre, con que la habéis redimido del poder de las tinieblas; razón será que yo también os ofrezca mi vida y todo lo que soy, para conservación y aumento de lo que tanta estimación tiene en Vuestra santa voluntad. Pues muera yo, Dios mío, si necesario es, para que Vuestro nombre sea engrandecido y Vuestra gloria dilatada por todo el mundo. Recibid, Hijo mío, el sacrificio de mis labios y voluntad, que con Vuestros propios méritos ofrezco. Atended piadoso a Vuestros fieles, encaminad a los que sólo en Vos esperan y se entregan a vuestra santa fe. Gobernad a vuestro vicario Pedro, para que él gobierne con acierto las ovejas que le habéis encomendado. Guardad a todos los Apóstoles, Vuestros ministros y mis señores, prevenidlos a todos con la bendición de Vuestra dulzura, para que todos ejecutemos Vuestra voluntad perfecta y santa.
137. Respondió el Altísimo a estas peticiones de nuestra Reina y díjola: Esposa y amiga mía, escogida entre las criaturas para la plenitud de mi agrado, atento estoy a tus deseos y peticiones. Pero ya sabes que mi Iglesia ha de seguir mis pasos y doctrina, imitándome por el camino del padecer y de mi cruz, con quien se han de abrazar mis Apóstoles y discípulos y todos mis íntimos amigos y seguidores, pues no lo pueden ser sin esta condición de trabajar y padecer. También es necesario que la nave de mi Iglesia lleve lastre de persecuciones, con que vaya segura entre la prosperidad del mundo y sus peligros. Y así lo pide mi altísima Providencia con los fieles y predestinados. Atiende, pues, y mira el orden con que esto se debe disponer.
138. Luego se le manifestó una visión donde la gran Reina vio a Lucifer y mucha multitud de demonios que seguían y se levantaban de las cavernas infernales, donde habían estado oprimidos desde que fueron vencidos y arrojados del monte Calvario, como en su lugar queda dicho (Cf. supra p. II n. 1421). Vio que este Dragón con siete cabezas subía como por el mar, siguiéndole los demás, y aunque en las fuerzas salía muy debilitado, de la manera que se halla el convaleciente después de una larga enfermedad y grave que no puede casi tenerse, con todo eso, en la soberbia y enojo salía con implacable indignación y arrogancia, que en esta ocasión se conocían ser mayores que su fortaleza, como lo dijo antes Santo Profeta Mayor Isaías (Is 16, 6); porque de una parte manifestaba el quebranto que en él había causado la victoria de nuestro Salvador y el triunfo que de él alcanzó en la Cruz, y por otra descubría un volcán de indignación y furor que ardía en su pecho contra la Iglesia Santa y sus hijos. En saliendo sobre la tierra, la rodeó y reconoció toda, y luego se encaminó a Jerusalén para estrenar allí su rabiosa indignación en las ovejas de Cristo. Y comenzó de lejos a reconocerlas, acechando y circunvalando aquel humilde pero formidable rebaño para su arrogante malicia.
139. Y cuando el Dragón conoció los muchos que se habían reducido a la santa fe y cada hora iban recibiendo el sagrado bautismo, que los Apóstoles predicaban y obraban tantas maravillas en beneficio de las almas, que los convertidos renunciaban las riquezas y las aborrecían, y todos los principios de santidad tan invencible con que se fundaba la nueva Iglesia, con esta novedad creció el furor que tenía y daba formidables bramidos reconcentrándose en su misma malicia. Y como enfureciéndose contra sí por lo poco que podía contra Dios y para beberse las aguas puras del Río Jordán que deseaba (Job 40, 18), pretendía allegarse a la congregación de los fieles, y no podía porque estaban todos unidos en caridad perfecta. Y esta virtud, con las de la fe, esperanza y humildad, era un castillo incontrastable para el Dragón y sus ministros de maldad. Rodeaba y acechaba para reconocer si alguna ovejuela del rebaño de Cristo se descuidaba para embestirla y devorarla. Buscaba muchos caminos y arbitrios para tentarlos y atraer alguno para que le diese mano y entrada por donde aportillar la fortaleza de las virtudes que en todos reconocía. Pero todo lo hallaba prevenido y pertrechado con la vigilancia de los Apóstoles y con la fuerza de la gracia, y mucho más con la protección de María santísima.
140. Pero cuando la gran Madre conoció y vio a Lucifer con tanto ejército de demonios y la maliciosa indignación con que se levantaba contra la Iglesia evangélica fue lastimado su piadoso corazón con una flecha de compasión y dolor, como quien conocía por una parte la flaqueza y la ignorancia de los hombres y por otra la maliciosa astucia y furor de la antigua serpiente. Y para detener y enfrenar su soberbia, se convirtió María santísima contra ella y le dijo: ¿Quién como Dios, que habita en las alturas (Sal 112, 5)? ¡Oh estulto y desvanecido enemigo del Omnipotente! El mismo que te venció desde la Cruz y quebrantó tu arrogancia, redimiendo al linaje humano de tu cruel tiranía, te mande ahora, su potencia te aniquile y su sabiduría te confunda y te arroje a lo profundo. Y yo en su nombre lo hago, para que no puedas impedir la exaltación y gloria que como a Dios y Redentor le deben dar todos los hombres.—Luego continuó sus peticiones la piadosa Madre, y hablando con el Señor le dijo: Altísimo Dios y Padre mío, si la omnipotencia de Vuestro brazo no detiene y quebranta el furor que veo en el Dragón infernal y en sus demonios, sin duda perderá y destruirá a todo el orbe de la tierra en sus moradores. Dios de misericordia y clemencia sois para Vuestras criaturas; no permitáis, Señor, que esta serpiente venenosa derrame su ponzoña sobre las almas redimidas y lavadas con la sangre del Cordero, Vuestro Hijo y Dios verdadero. ¿Es posible que puedan ellas mismas entregarse a tan cruenta bestia y mortal enemigo? ¿Cómo sosegará mi corazón, si veo caer en tan lamentable desdicha alguna de las almas que les ha tocado el fruto de esta sangre? ¡Oh si contra mí sola se convirtiera la ira de este dragón y fueran salvos vuestros redimidos! Yo, Señor eterno, pelearé Vuestras batallas contra Vuestros enemigos. Vestidme de Vuestra fortaleza para que los humille y quebrante su altiva soberbia.
141. En virtud de esta oración y resistencia de la poderosa Reina se acobardó grandemente Lucifer y no se atrevió entonces a llegar a nadie del colegio santo de los fieles. Pero no descansó por esto su furor, antes tomó por arbitrio valerse de los escribas y fariseos y todos los judíos que reconoció constantes en su obstinación. Fuese a ellos y por medio de muchas sugestiones los llenó de envidia y de odio contra los Apóstoles y fieles de la Iglesia, y la persecución que no pudo intentar por sí mismo la consiguió por medio de los incrédulos. Púsoles en la imaginación que de la predicación de los Apóstoles y discípulos les resultaba el mismo daño y mayor que de la de su Maestro Jesús Nazareno cuyo nombre querían introducir y celebrar a vista suya, que le habían crucificado por malhechor, que redundaba esto en gran deshonra suya y que siendo tantos los discípulos y con tantos milagros como hacían en el pueblo se le llevarían todo tras de sí y los maestros y sabios de la ley serían despreciados y no cogerían las ganancias que solían, porque los nuevos discípulos y creyentes todo lo daban a los nuevos predicadores a quien seguían, y que este daño para los antiguos maestros comenzaba a correr muy aprisa, con los muchos que ya seguían a los Apóstoles.
142. Estos consejos de maldad eran muy ajustados a la ciega codicia y ambición, y así los admitieron por muy sanos y conformes a sus deseos. Y de aquí resultó que los fariseos, saduceos, magistrados y sacerdotes hicieron tantas juntas y cabildos contra los Apóstoles, como refiere San Lucas en sus Actos (Act 4, 5). La primera fue cuando San Pedro y San Juan Evangelista en la puerta del templo dieron salud a un paralítico a nativitate, que tenía cuarenta años de edad y era conocido en toda Jerusalén. Y como este milagro fue tan patente y admirable, se juntó la ciudad en gran multitud, estando todos asombrados y como fuera de sí. Y San Pedro les hizo un gran sermón, probando cómo no se podían salvar en otro nombre fuera de Jesús, en cuya virtud él y San Juan habían curado aquel paralítico de tantos años. Por este milagro se juntaron al otro día los sacerdotes y llamaron a los dos Apóstoles para que pareciesen en juicio ante los sacerdotes. Pero como el milagro era tan notorio y el pueblo glorificaba a Dios en él, halláronse tan confusos los inicuos jueces, que no se atrevieron a castigar a los dos Apóstoles, aunque les mandaron no predicasen ni enseñasen más al pueblo en el nombre de Jesús Nazareno. Pero San Pedro con invicto corazón les replicó que no podían obedecerlos en aquel mandato, porque Dios les mandaba lo contrario y no era justo desobedecer a Dios para obedecer a los hombres. Y con esta amenaza dejaron libres por entonces a los dos Apóstoles, que luego volvieron a dar cuenta a la Reina santísima de lo que les había pasado, aunque ella lo sabía todo, porque en visión lo había conocido. Y luego se pusieron en altísima oración y estando en ella sobrevino otra vez el Espíritu Santo sobre todos con señales visibles.
143. En pocos días sucedió el milagroso castigo de Ananías y su mujer Safira, que tentados de la codicia pretendieron engañar a San Pedro, llevándole parte del precio en que habían vendido una heredad y ocultando otra parte y mintiendo al Apóstol. Poco antes Bernabé, que también se llamaba José, levita y natural de Chipre, había vendido otra heredad y llevado todo el precio a los Apóstoles. Y para que se conociera que todos debían obrar con esta verdad, fueron castigados Ananías y Safira, quedando muertos el uno tras del otro a los pies de San Pedro. Y con este milagro tan espantoso se atemorizaron todos en Jerusalén y los Apóstoles predicaban con mayor libertad. Pero los magistrados y saduceos se indignaron contra ellos y los prendieron y llevaron a la cárcel pública, donde estuvieron poco tiempo, porque la gran Reina los libró de ella, como diré luego (Cf. infra n. 148-150).
144. Pero no quiero dejar en silencio el secreto qué intervino en la caída de Ananías y Safira su mujer. Sucedió que cuando la gran Señora del cielo conoció que Lucifer y sus demonios provocaban a los sacerdotes y magistrados para que impidiesen la predicación de los Apóstoles, y que por estas sugestiones habían llamado a juicio a San Pedro y a San Juan Evangelista después del milagro del paralítico y les mandaron que no predicasen en el nombre de Jesús, y considerando la piadosa Madre el impedimento que resultaba a la conversión de las almas si esta malicia no se atajaba, se convirtió de nuevo contra el Dragón como al Señor lo había ofrecido y tomando la causa por suya con mayor valor que Judit la de Israel habló con este cruel tirano y le dijo: Enemigo del Altísimo, ¿cómo te atreves y te puedes levantar contra sus criaturas, cuando en virtud de la pasión y muerte de mi Hijo y verdadero Dios has quedado vencido y oprimido y despojado de tu tirano imperio? ¿Qué puedes tú, oh basilisco venenoso, atado y encarcelado en las penas infernales por toda la eternidad del Altísimo? ¿No sabes que estás sujeto a su poder infinito y no puedes resistir a su voluntad invencible? Pues él te manda, y yo en su nombre v potestad te mando, que luego desciendas con los tuyos al profundo de donde saliste a perseguir los hijos de la Iglesia.
145. No pudo resistir el Dragón infernal a este imperio de la poderosa Reina, porque su Hijo santísimo para mayor terror de los demonios dio permiso que todos le conocieran sacramentado en el pecho de la invencible Madre, como en trono de su omnipotencia y majestad. Esto mismo sucedió en otras ocasiones en que María santísima confundía a Lucifer, de que diré adelante (Cf. infra n. 490). Y en ésta que digo se arrojó a los profundos con todas sus legiones que le acompañaban y todos cayeron por entonces arruinados y oprimidos de la virtud divina que sentían en aquella mujer singular. Estuvieron algún tiempo los demonios en el profundo aterrados y dando espantosos aullidos, enfureciéndose consigo mismos por su desdichada suerte en que no podían dejar de ser, y porque desesperaban de vencer a la poderosa Reina y a todos los que ella recibiese debajo de su amparo. Con este furioso despecho habló Lucifer a sus demonios y confiriéndolo con ellos les dijo: ¡Qué desdicha es ésta en que me veo! Decidme, ¿qué haré contra esta mi enemiga, que así me atormenta y me arroja? Sola ella me hace mayor guerra que todo el resto de las criaturas juntas. ¿Si la dejaré sin perseguirla, porque no acabe de destruirme? Siempre salgo vencido de sus batallas y ella victoriosa. Y reconozco que siempre disminuye mis fuerzas y poco a poco acabará de aniquilarlas y nada podré hacer contra los seguidores de su Hijo. Pero ¿cómo he de sufrir tan injusto agravio? ¿A dónde está mi altivo poder? ¿Hele de sujetar a una mujer de condición y naturaleza tan inferior y vil en mi comparación? Mas no me atrevo ahora a pelear con ella. Procuremos derribar alguno de sus hijos que siguen su doctrina y con esto se aliviará mi confusión y quedaré satisfecho.
146. Dio permiso el Señor para que el Dragón y los suyos volviesen a tentar a los fieles y ejercitarlos. Y llegando a reconocer el estado que tenían y la grandeza de sus virtudes con que estaban guarnecidos, no hallaban entrada ni podían reducir algunos a las insanias y falsas ilusiones que les ofrecían. Pero reconociendo los naturales e inclinaciones de todos, por donde —¡ay dolor!— nos hacen cruda guerra siempre, hallaron que Ananías y Safira su mujer eran más inclinados al dinero y siempre lo habían buscado con alguna avaricia. Por este costado en que los conoció el demonio más flacos les hizo la herida, arrojándoles a la imaginación que reservasen alguna parte del precio en que vendían una heredad para darlo a los Apóstoles, de quien habían recibido la fe y el bautismo. Dejáronse vencer de este vil engaño, porque era conforme a su baja inclinación, y pretendiendo engañar a San Pedro tuvo el Santo Apóstol revelación del pecado de los dos y castigólos con la repentina muerte que tuvieron a sus pies, primero Ananías y después Safira, que sin saber el suceso de su marido vino después de poco rato y, mintiendo como él, expiró también en presencia de los Apóstoles.
147. Desde el primer intento de Lucifer, tuvo noticia nuestra Reina de lo que iba tramando y cómo Ananías y Safira admitían sus dañadas sugestiones, y llena de compasión y dolor la piadosa Madre se postró en la divina presencia y con íntimo clamor dijo: ¡Ay de mí, Hijo y Señor mío! ¿Cómo este Dragón sangriento hace presa en estas simples ovejuelas de Vuestro rebaño? ¿Cómo, Dios mío, sufrirá mi corazón ver que toque el contagio de la codicia y mentira en las almas que han costado vida y sangre Vuestra? Si este cruelísimo enemigo se entrega en ellas sin escarmiento, correrá el daño con el ejemplo del pecado y la flaqueza de los hombres, y unos seguirán a otros en la caída. Yo, bien mío, perderé la vida en esta pena, por haber conocido lo que pesa el pecado en Vuestra justicia, y más el de los hijos que el de los extraños. Remediad, pues, amado mío, este daño como me le habéis dado a conocer.—Respondióla el Señor:
Madre mía y escogida, no se aflija vuestro corazón, donde yo vivo, que yo sacaré para mi Iglesia muchos bienes de este mal, que para este fin ha permitido mi Providencia. Con el castigo que haré de estas culpas dejaré avisados a los demás fieles para que teman con el ejemplo que queda en la Iglesia y en lo futuro se guarden del engaño y de la codicia del dinero, pues amenaza el mismo castigo, o mi indignación, a quien cometiere el mismo pecado, porque mi justicia siempre es una misma contra los rebeldes a mi voluntad, como lo enseña mi Ley Santa.
148. Con esta respuesta del Señor se consoló María santísima, aunque se compadeció mucho del castigo que tomó la divina venganza de aquellos dos engañados, Ananías y Safira. En el ínterin que todo esto sucedía, hizo altísimas oraciones por los demás fieles para que no fuesen engañados del demonio, y de nuevo se volvió contra él, le aterró y arrojó, para que no irritase a los judíos contra los Apóstoles, y en virtud de esta fuerza con que los detenía gozaban de tanta paz y tranquilidad los hijos de la primitiva Iglesia. Y siempre se hubiera continuado aquella felicidad y amparo de su gran Reina y Señora, si no le hubieran despreciado los hombres, entregándose a los mismos engaños, y a otros peores, como lo hicieron Ananías y Safira. ¡Oh si temiesen los fieles aquel ejemplo e imitasen el de los Apóstoles! Sucedió que de la prisión donde arriba dije (Cf. supra n. 143) que los metieron, invocaron el favor divino y el de su Reina y Madre verdadera, y cuando Su Alteza conoció por la divina luz que estaban presos, postrada en cruz ante el acatamiento divino hizo por ellos esta oración:

149. Altísimo Señor mío, Criador del universo, de todo mi corazón me sujeto a Vuestra divina voluntad y reconozco, Dios mío, que así conviene, como Vuestra sabiduría infinita lo dispone y ordena, que los discípulos sigan a su maestro, que sois Vos, verdadera luz y guía de Vuestros escogidos; así lo confieso, Hijo mío, porque vinisteis al mundo en forma y hábito de humildad, para acreditarla y destruir la soberbia, para enseñar el camino de la cruz por la paciencia en los trabajos y deshonras de los hombres. Y conozco también que han de seguir esta doctrina y establecerla en la Iglesia Vuestros Apóstoles y discípulos. Pero si es posible, bien mío de mi alma, que por ahora tengan libertad y vida para fundar Vuestra Iglesia Santa y predicar al mundo Vuestro soberano nombre y reducirle a la verdadera fe, suplícoos. Señor mío, me deis licencia para que yo favorezca a Vuestro vicario Pedro, a mi hijo y Vuestro amado Juan y a todos los que por astucia de Lucifer están en prisiones. No se gloríe este enemigo de que ha triunfado ahora contra Vuestros siervos, ni levante su cabeza contra los demás hijos de la Iglesia. Quebrantad, Señor mío, su soberbia, y sea confuso en Vuestra presencia.
150. A esta petición la respondió el Altísimo: Esposa mía, hágase lo que tú quieres, que esto es mi voluntad. Envía a tus Ángeles para que destruyan las obras de Lucifer, que contigo está mi fortaleza.—Con este beneplácito la gran Reina de los Ángeles despachó luego a uno de los de su guarda, que era de jerarquía muy superior, para que fuese a la cárcel donde estaban presos los Apóstoles y les quitase las prisiones y sacase libres de la cárcel. Y éste fue el Ángel que refiere San Lucas en el capítulo 5 de los Hechos apostólicos (Act 5, 19), que de noche libró de la prisión a los Apóstoles como María santísima se lo ordenó, aunque el secreto de este milagro no lo declaró el Evangelista San Lucas. Pero los Apóstoles le vieron lleno de resplandor y hermosura, y les dijo cómo era enviado por su Reina para rescatarlos de la prisión, como lo hizo, y les mandó fuesen a predicar, como también sucedió. Tras de este Ángel despachó otros, para que fuesen a los magistrados y sacerdotes y apartasen de ellos a Lucifer y a sus demonios, que los turbaban e irritaban contra los Apóstoles, y para que les diesen inspiraciones santas, para que no se atreviesen a ofenderlos ni impedirles la predicación. Obedecieron también estos divinos espíritus y cumplieron tan bien con esta legacía, que de ella resultó lo que el mismo San Lucas dice en el capítulo citado de la plática que hizo en el consistorio aquel venerable doctor de la ley llamado Gamaliel (Act 5, 34). Porque hallándose confusos los demás jueces sobre lo que harían de los Apóstoles, a quienes habían puesto en la cárcel y estaban ya libres y predicando en el templo, sin saber por quién o dónde habían sido librados de la cárcel, entonces Gamaliel les dio por consejo a los sacerdotes que no se embarazasen con aquellos hombres, sino que los dejasen predicar, porque si aquella era obra de Dios no la podrían impedir y, si no lo era, ella se desvanecería luego, como en aquellos años había sucedido a otros dos falsos profetas que en Jerusalén y Palestina habían inventado nuevas sectas; el uno se llamaba Teodas y el otro Judas Galileo y entrambos perecieron con todos los de su séquito.
151. Este consejo de Gamaliel fue por inspiración de los Santos Ángeles de nuestra gran Reina, y también que los otros jueces le admitiesen, aunque mandaron a los Apóstoles que no predicasen más a Jesús Nazareno, porque a esto les movía su propia reputación e interés. Pero con algún castigo que dieron a los Apóstoles los despidieron, porque los habían prendido otra vez, cuando desde la cárcel salieron a predicar por orden del Ángel que les dio libertad. De todos sus ejercicios y trabajos volvían luego los Apóstoles a dar cuenta a María santísima como a su Madre y Maestra, y la prudentísima Reina los recibía con maternal afecto y alegría de verlos tan constantes en el padecer y tan celosos de la salvación de las almas. Ahora —les decía --- me parecéis, señores míos, verdaderos imitadores y discípulos de Vuestro Maestro, cuando por su nombre padecéis afrentas y contumelias y con alegre corazón le ayudáis a llevar su cruz, cuando sois dignos ministros y cooperadores para que se logre el fruto de su sangre en los hombres, por cuya salvación la derramó. Su diestra poderosa os bendiga y os comunique su virtud divina.—
Esto les decía puesta de rodillas y besándoles la mano, y luego los servía, como arriba se dijo (Cf. supra n. 92).

Doctrina que me dio la gran Reina de los Ángeles María santísima.

152. Hija mía, de lo que has entendido y escrito en este capítulo tienes importantes y muchas advertencias para tu salvación y de todos los fieles hijos de la Santa Iglesia. En primer lugar se debe ponderar la solicitud y desvelo con que yo cuidaba de la salvación eterna de todos los creyentes, sin omitir ni olvidar la menor de sus necesidades y peligros. Enseñábales la verdad, oraba incesantemente, animábalos en los trabajos, obligaba al Altísimo para que los asistiese, y sobre todo esto los defendía de los demonios y de sus engaños y furiosa indignación. Todos estos beneficios les hago ahora desde el cielo, y si no todos los experimentan, no es porque de mi parte no lo solicito, sino porque son muy contados los fieles que me llaman de todo corazón y los que se disponen para merecer y lograr el fruto de mi maternal amor. A todos defendería del Dragón, si todos me invocasen y temiesen los engaños tan perniciosos con que los enreda y enlaza para su eterna condenación. Y para que despierten los mortales de este formidable peligro, les doy ahora este nuevo recuerdo. Te aseguro, hija mía, que todos los que se condenan después de la muerte de mi Hijo santísimo y de los favores y beneficios que por mi intercesión hace al mundo, tienen mayores tormentos en el infierno sobre los que se perdieron antes que viniera al mundo y yo estuviera en él. Y así los que desde ahora entendieren estos misterios y los despreciaren para su perdición, serán reos de mayores y nuevas penas.
153. Deben asimismo advertir la estimación en que han de tener sus propias almas, pues tanto hice yo y hago cada día por ellas, después de haberlas Redimido mi Hijo santísimo con su pasión y muerte. Este olvido en los hombres es muy reprensible y digno de tremendo castigo. ¿En qué razón o en qué juicio cabe, que por un momentáneo gusto de los sentidos, que al más largo plazo se acaba con la vida, y otras veces en un brevísimo tiempo, trabaje tanto un hombre que tiene fe? ¿Y de su alma, que es eterna, no haga más caso ni aprecio y la olvide tanto, como si con las cosas visibles se acabara y consumiera? No advierten que cuando todo perece, entonces comienza el alma a padecer o gozar lo que será eterno y sin fin. Conociendo tú esta verdad y la perversidad de los mortales, no te admires de que el Dragón infernal sea hoy tan poderoso contra los hombres, porque donde hay continua batalla, el que sale victorioso cobra las fuerzas que perdió el vencido. Y esto se verifica más en la cruel y continua lucha con los demonios, que si le vencen las almas quedan ellas fuertes y él queda debilitado, como sucedió cuando le venció mi Hijo y yo después. Pero si esta serpiente se reconoce victoriosa contra los hombres, entonces levanta la cabeza de su soberbia y convalece de su flaqueza cobrando nuevos bríos y mayor imperio, como le tiene hoy en el mundo, porque los amadores de su vanidad se le han sujetado, siguiéndola debajo de su bandera y falsas fabulaciones. Con este daño ha dilatado el infierno su boca, y cuantos más engulle y traga es más insaciable su hambre, anhelando a sepultar en las cavernas infernales todo el resto de los hombres.
154. Teme, oh carísima, teme este peligro como lo conoces y vive en continuo desvelo para no abrir puerta en tu corazón a los engaños de esta cruentísima bestia. El escarmiento tienes en Ananías y Safira, que por haberles conocido la inclinación y codicia del dinero, entró el demonio en sus almas y los asaltó por aquel portillo. No quiero que tú apetezcas cosa alguna de la vida mortal, y de tal manera quiero que reprimas y extingas en ti todas las pasiones e inclinaciones de la flaca naturaleza, que ni los mismos espíritus malignos puedan rastrear en ti con todo su desvelo algún movimiento desordenado de soberbia, codicia, vanidad, ira, ni otra pasión alguna. Esta es la ciencia de los santos y sin la que nadie vive seguro en carne mortal y por cuya ignorancia perecen innumerables almas. Apréndela tú con diligencia y enséñala a tus religiosas, para que cada una sea vigilante centinela de sí misma. Y con esto vivirán en paz y caridad verdadera y no fingida, y cada una y todas juntas, unidas en la quietud y tranquilidad del divino Espíritu y guarnecidas con el ejercicio de todas las virtudes, serán un castillo incontrastable para los enemigos. Acuérdate y hazles a la memoria a las religiosas el castigo de Ananías y Sefira y exhórtalas a que sean muy observantes de su regla y constituciones, que con esto merecerán mi protección y especialísimo amparo.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #199

INDICE  Arriba ^^