334. De la persecución que movió el infierno contra la Iglesia después de la muerte de San Esteban hace mención San Lucas en el capítulo 8 de los Hechos apostólicos (Act 8, 1), donde la llama grande, porque lo fue hasta la conversión de San Pablo, por cuya mano la ejecutaba el Dragón infernal; y de esta persecución hablé en los capítulos 12 y 14 de esta parte. Pero de lo que en los capítulos inmediatos queda dicho, se entenderá que no descansó este enemigo de Dios ni se dio por vencido para no levantarse de nuevo contra su Santa Iglesia y contra María santísima. Y de lo que el mismo San Lucas refiere (Act 12, 1ss.) en el capítulo 12 de la prisión que hizo Herodes de San Pedro y Santiago, se conocerá que fue de nuevo esta persecución después de la conversión de San Pablo, cuando no dijera expresamente que el mismo Herodes envió ejércitos o tropas para afligir a algunos hijos de la Iglesia. Y para que mejor se entienda todo lo que queda dicho y adelante diré, advierto que estas persecuciones eran todas fraguadas y movidas por los demonios que irritaban a los perseguidores, como diversas veces he dicho (Cf. supra n. 141, 186, 205, 250). Y porque la Providencia divina a tiempos les daba este permiso y en otros se les quitaba y los arrojaba al profundo (Cf. supra n. 208, 297, 325, etc.), como sucedió en la conversión de San Pablo y en otras ocasiones, por esto la Iglesia primitiva gozaba algunas veces de tranquilidad y sosiego, como en todos los siglos ha sucedido, y otros tiempos, acabándose estas treguas, era molestada y afligida.
335. La paz era conveniente para la conversión de los infieles y la persecución para su mérito y ejercicio, y así las alternaba y alterna siempre la sabiduría y Providencia divina. Y por estas causas después de la conversión de San Pablo tuvo algunos y muchos meses de quietud, mientras Lucifer y sus demonios estuvieron oprimidos en el infierno, hasta que volvieron a salir, como diré luego (Cf. infra n. 336). Y de esta tranquilidad habla San Lucas (Act 9, 31) en el capítulo 9 después de la conversión de San Pablo, cuando dice que la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaría, y se edificaba y caminaba en el temor del Señor y consolación del Espíritu Santo. Y aunque esto lo cuenta el Evangelista después de haber escrito la venida de San Pablo a Jerusalén, pero esta paz fue mucho antes, porque San Pablo vino entrados cinco años después de la conversión a Jerusalén, como diré adelante (Cf. infra n. 487); y San Lucas, para ordenar su historia, la contó anticipadamente tras de la conversión, como sucede a los Evangelistas en otros muchos sucesos, que los suelen anticipar en la historia, para dejar dicho lo que toca al intento de que hablan, porque ellos no escriben por anales todos los casos de su historia, aunque en lo esencial guardan el orden de los tiempos.
336. Entendido todo esto, y prosiguiendo lo que dije en el capítulo 15 del conciliábulo que hizo Lucifer después de la conversión de San Pablo, digo que aquella conferencia duró algún tiempo, en que el Dragón infernal con sus demonios tomó y pensó diversos medios y arbitrios con que destruir la Iglesia y derribar, si pudiera, a la gran Reina del estado altísimo de santidad en que la imaginaba, aunque ignoraba infinito más de lo que conocía esta serpiente. Pasados estos días en que la Iglesia gozaba de sosiego, salieron del profundo los príncipes de las tinieblas, para ejecutar los consejos de maldad que en aquellos calabozos habían fabricado. Salió por caudillo de todos el dragón grande Lucifer, y es cosa digna de atención que fue tanta la indignación y furor de esta cruentísima bestia contra la Iglesia y María santísima, que sacó del infierno mucho más de las dos partes de sus demonios para esta empresa que intentaba; y sin duda dejara despoblado todo aquel reino de tinieblas, si la misma malicia no le obligara a dejar allá alguna parte de estos infernales ministros para tormento de los condenados, porque a más del fuego eterno que les administra la justicia divina, y que no les podía faltar, no quiso este Dragón que tampoco les faltase la vista y compañía de sus demonios, para que no recibiesen este pequeño alivio los hombres por el tiempo que estuviesen fuera del infierno los demonios. Por esta causa nunca faltan demonios en aquellas cavernas, ni quieren perdonar este azote a los infelices condenados, aunque sea para Lucifer de tanta codicia destruir a los mortales que viven en el mundo. A tan impío, tan cruel, tan inhumano señor sirven los desdichados pecadores.
337. La ira de este Dragón había llegado a lo sumo y no ponderable, por los sucesos que iba conociendo en el mundo, después de la muerte de nuestro Redentor, y la santidad de su Madre y el favor y protección que en ella tenían los fieles, como lo había experimentado en San Esteban, San Pablo y en otros sucesos. Y por esto Lucifer tomó asiento en Jerusalén, para ejecutar por sí mismo la batería contra lo más fuerte de la Iglesia y para gobernar desde allí a todos los escuadrones infernales, que sólo guardan orden en hacer guerra para destruir a los hombres, cuando en lo demás todos son confusión y desconcierto. No les dio el Altísimo la permisión que su envidia deseaba, porque en un momento trasegaran y destruyeran el mundo, pero dióseles con limitación y en cuanto convenía, para que afligiendo a la Iglesia se fundase con la sangre y merecimientos de los santos y con ellos echase más hondas las raíces de su firmeza, y para que en las persecuciones y tormentos se manifestase más la virtud y sabiduría del piloto que gobierna esta navecilla de la Iglesia. Luego mandó Lucifer a sus ministros que rodeasen toda la tierra, para reconocer dónde estaban los Apóstoles y discípulos del Señor y dónde se predicaba su nombre, y le diesen noticia de todo. Y el Dragón se puso en la ciudad santa lo más lejos que pudo de los lugares consagrados con la sangre y misterios de nuestro Salvador, porque a él y a sus demonios les eran formidables y al paso que se acercaban a ellos sentían que se les debilitaban las fuerzas y eran oprimidos de la virtud divina. Y este efecto experimentan hoy y le sentirán hasta el fin del mundo. ¡Gran dolor, por cierto, que aquel sagrado para los fieles esté hoy en poder de paganos enemigos, por los pecados de los hombres, y dichosos los pocos hijos de la Iglesia que gozan este privilegio, cuales son los hijos de nuestro gran Padre y reparador de la Iglesia San Francisco!
338. Informóse el Dragón del estado de los fieles y de todos los lugares donde se predicaba la fe de Cristo, por relaciones que le trajeron los demonios. Y dioles nuevas órdenes para que unos asistiesen a perseguirlos, asignando mayores o menores demonios, según la diferencia de los Apóstoles, discípulos y fieles. A otros ministros mandó que fuesen y viniesen a darle cuenta de lo que fuese sucediendo y llevasen órdenes de lo que habían de obrar contra la Iglesia. Señaló también Lucifer algunos hombres incrédulos, pérfidos y de malas condiciones y depravadas costumbres, para que sus demonios los irritasen, provocasen y llenasen de indignación y envidia contra los seguidores de Cristo. Y entre éstos fueron el rey Herodes, por el aborrecimiento que tenían contra el mismo Señor a quien habían crucificado, cuyo nombre deseaban borrar de la tierra de los videntes (Jer 11, 19). También se valieron de otros gentiles más ciegos y asidos a la idolatría, y entre unos y otros investigaron estos enemigos con desvelo cuáles eran peores y más perdidos, para servirse de ellos y hacerlos propios instrumentos de su maldad. Y por estos medios encaminaron la persecución de la Iglesia, y siempre ha usado de esta arte diabólica el Dragón infernal para destruir la virtud y el fruto de la Redención y sangre de Cristo. Y en la primitiva Iglesia hizo grande estrago en los fieles, persiguiéndolos por diversos modos de tribulaciones que no están escritas ni se saben en la Iglesia, aunque, por mayor, lo que dijo San Pablo en la carta de los Hebreos (Heb 11, 37) de los antiguos santos sucedió en los nuevos. Y sobre estas persecuciones exteriores afligía el mismo demonio y los demás a todos los justos, Apóstoles, discípulos y fieles con tentaciones ocultas, sugestiones, ilusiones y otras iniquidades, como hoy lo hace con todos los que desean caminar por la divina ley y seguir a Cristo nuestro Redentor y Maestro. Y no es posible en esta vida conocer todo lo que en la primitiva Iglesia trabajó Lucifer para extinguirla, como tampoco lo que hace ahora con el mismo intento.
339. Pero nada se le ocultó entonces a la gran Madre de la sabiduría, porque en la claridad de su eminente ciencia conocía todo este secreto de las tinieblas, oculto a los demás mortales. Y aunque los golpes y las heridas, cuando nos hallan prevenidos, no suelen hacer tan grande mella en nosotros, y la prudentísima Reina estaba tan capaz de los trabajos futuros de la Santa Iglesia y ninguno le podía venir de improviso y con ignorancia suya, con todo eso, como tocaban en los Apóstoles y en todos los fieles, la herían el corazón, donde los tenía con entrañable amor de Madre piadosísima, y su dolor se regulaba con su casi inmensa caridad, y muchas veces le costara la vida si, como he repetido en diversas partes, no la conservara el Señor milagrosamente. Y en cualquiera de las almas justas y perfectas en el amor divino hiciera grandes efectos el conocimiento de la ira y malicia de tantos demonios, tan vigilantes y astutos, contra tan pocos fieles sencillos, pobres y de condición frágil y llena de miserias propias. Con este conocimiento olvidara María santísima otros cuidados de sí misma y todas sus penas, si las tuviera, por acudir al remedio y consuelo de sus hijos. Multiplicaba por ellos sus peticiones, suspiros, lágrimas y diligencias. Dábales grandes consejos, avisos y exhortaciones para prevenirlos y animarlos, particularmente a los Apóstoles y discípulos. Mandaba muchas veces con imperio de Reina a los demonios, y les sacó de sus uñas innumerables almas que engañaban y pervertían y las rescataba de la eterna muerte. Y otras veces les impedía grandes crueldades y asechanzas que ponían a los ministros de Cristo, porque intentó Lucifer quitar luego la vida a los Apóstoles, como lo había procurado por medio de Saulo, y arriba se dijo (Cf. supra n. 252), y lo mismo sucedió con otros discípulos que predicaban la santa fe.
340. Con estos cuidados y compasión, aunque la divina Maestra guardaba suma tranquilidad y sosiego interior, sin que la solicitud de oficiosa Madre la turbase, y en el exterior conservaba igualdad y serenidad de Reina, con todo eso las penas del corazón la entristecieron un poco el semblante en la esfera de su compostura y apacibilidad. Y como San Juan Evangelista la asistía con tan desvelada atención y dependencia de hijo, no se le pudo ocultar a la vista de esta águila perspicaz la pequeña novedad en el semblante de su Madre y Señora. Afligióse grandemente el Evangelista y, habiendo conferido consigo mismo su cuidado, se fue al Señor y pidiéndole nueva luz para el acierto le dijo: Señor y Dios inmenso y reparador del mundo, confieso la obligación en que sin méritos míos y por sola Vuestra dignación me pusisteis, dándome por Madre a la que verdaderamente lo es Vuestra, porque os concibió, parió y alimentó a sus pechos. Yo, Señor, con este beneficio quedé próspero y enriquecido con el mayor tesoro del cielo y de la tierra. Pero vuestra Madre y mi Señora quedó sola y pobre sin vuestra real presencia, que ni pueden recompensar ni suplir todos los Ángeles ni los hombres, cuanto menos este vil gusano y siervo Vuestro. Hoy, Dios mío y Redentor del mundo, veo triste y afligida a la que os dio forma de hombre y es alegría de Vuestro pueblo. Deséola consolar y aliviarla de su pena, pero soy insuficiente para hacerlo. La razón y amor me solicitan, la veneración y mi fragilidad me detienen. Dadme, Señor, virtud y luz de lo que debo hacer en Vuestro agrado y servicio de Vuestra digna Madre.
341. Después de esta oración quedó San Juan dudoso un rato, sobre si preguntaría a la gran Señora del cielo la causa de su pena. Por una parte lo deseaba con afecto, por otra no se atrevía, con el temor santo y el respeto con que la miraba; y aunque alentado interiormente llegó tres veces a la puerta del oratorio donde estaba María santísima, le detuvo el encogimiento para no entrar a preguntarla lo que deseaba. Pero la divina Madre conoció todo lo que San Juan hacía y lo que pasaba por su interior. Y por el respeto que la celestial Maestra de la humildad tenía al Evangelista como Sacerdote y ministro del Señor, se levantó de la oración y salió a donde estaba y le dijo: Señor, decidme lo que mandáis a vuestra sierva —Ya he dicho otras veces (Cf. supra n. 99, 102, 106, etc.) que la gran Reina llamaba señores a los Sacerdotes y ministros de su Hijo santísimo. El Evangelista se consoló y animó con este favor, y aunque no sin algún encogimiento respondió: Señora mía, la razón y el deseo de serviros me ha obligado a reparar en vuestra tristeza y pensar que tenéis alguna pena, de que deseo veros aliviada.
342. No se alargó San Juan en más razones, pero la Reina conoció el deseo que tenía de preguntarla por sus cuidados, y como prontísima obediente quiso responderle a la voluntad, antes que por palabras se la manifestase, como a quien reconocía por superior y le tenía por tal. Volvióse María santísima al Señor y dijo: Dios mío e Hijo mío, en lugar Vuestro me dejasteis a vuestro siervo Juan, para que me acompañase y asistiese, y yo le recibí por mi prelado y superior, a cuyos deseos y voluntad, conociéndola, deseo obedecer, para que esta humilde sierva Vuestra siempre viva y se gobierne por Vuestra obediencia. Dadme licencia para manifestarle mi cuidado, como él desea saberlo.—Sintió luego el fiat de la divina voluntad. Y puesta de rodillas a los pies de San Juan Evangelista, le pidió la bendición y le besó la mano, y pidiéndole licencia para hablar le dijo: Señor, causa tiene el dolor que aflige mi corazón, porque el Altísimo me ha manifestado las tribulaciones que han de venir a la Iglesia y las persecuciones que han de padecer todos sus hijos, y mayores los Apóstoles. Y para disponer en el mundo y ejecutar esta maldad, he visto que ha salido a él de las cavernas de lo profundo el Dragón infernal con innumerables legiones de espíritus malignos, todos con implacable indignación y furor, para destruir el cuerpo de la Iglesia Santa. Y esta ciudad de Jerusalén se turbará la primera, y más que otras, y en ella quitarán la vida a uno de los Apóstoles y otros serán presos y afligidos por industria del demonio. Mi corazón se contrista y aflige de compasión, y de la contradicción que harán los enemigos a la exaltación del nombre santo del Altísimo y remedio de las almas.
343. Con este aviso se afligió también el Evangelista y se turbó un poco, pero con el esfuerzo de la divina gracia respondió a la gran Reina, diciendo: Madre y Señora mía, no ignora Vuestra sabiduría que de estos trabajos y tribulaciones sacará el Altísimo grandes frutos para su Iglesia y sus hijos fieles y que les asistirá en su tribulación. Aparejados estamos los Apóstoles para sacrificar nuestras vidas por el Señor, que ofreció la suya por todo el linaje humano. Hemos recibido inmensos beneficios y no es justo que en nosotros sean ociosos y vacíos. Cuando éramos pequeños en la escuela de nuestro Maestro y Señor, obrábamos como párvulos, pero después que nos enriqueció con su divino Espíritu y encendió en nosotros el fuego de su amor, perdimos la cobardía y deseamos seguir el camino de su Cruz, que con su doctrina y ejemplos nos enseñó, y sabemos que la Iglesia se ha de plantar y conservar con la sangre de sus ministros e hijos. Rogad, vos, Señora mía, por nosotros, que con la virtud divina y Vuestra protección alcanzaremos victoria de nuestros enemigos y en gloria del Altísimo triunfaremos de todos ellos. Pero si en esta ciudad de Jerusalén se ha de ejecutar lo fuerte de la persecución, paréceme, Señora y Madre mía, que no es justo la esperéis en ella, para que la indignación del infierno, por medio de la malicia humana, no intente alguna ofensa contra el tabernáculo de Dios.
344. La gran Reina y Señora del cielo, con el amor y compasión de los Apóstoles y todos los otros fieles, se inclinaba sin temor a quedarse en Jerusalén para hablar, consolar y animar a todos en la tribulación que les amenazaba. Pero no manifestó al Evangelista este afecto, aunque era tan santo, porque salía de su dictamen y le cedió a la humildad y obediencia del Apóstol, porque le tenía por su prelado y superior. Y con este rendimiento, sin replicar al Evangelista, le dio las gracias por el esfuerzo con que deseaba padecer y morir por Cristo; y en cuanto a salir de Jerusalén, le dijo que ordenase y dispusiese aquello que juzgaba por más conveniente, que a todo obedecería como súbdita, y pediría a nuestro Señor le gobernase con su divina luz, para que eligiese aquello que fuese de su mayor agrado y exaltación de su santo nombre. Con esta resignación de tanto ejemplo para nosotros y reprensión de nuestra inobediencia, determinó el Evangelista que se fuese a la ciudad de Efeso, en los términos del Asia Meñor. Y proponiéndolo a María santísima, la dijo: Señora y Madre mía, para alejarnos de Jerusalén y tener fuera de aquí ocasión oportuna para trabajar por la exhaltación del nombre del Altísimo, me parece nos retiremos a la ciudad de Efeso, donde haréis en las almas el fruto que no espero en Jerusalén. Yo deseara ser uno de los que asisten al trono de la Santísima Trinidad para serviros dignamente en esta jornada, pero soy un vil gusano de la tierra, mas el Señor será con nosotros y en todas partes le tenéis propicio, como Dios y como Hijo Vuestro.
345. Quedó determinada la partida de Efeso en acomodando y disponiendo lo que en Jerusalén convenía advertir a los fieles, y la gran Señora se retiró a su oratorio, donde hizo esta oración: Altísimo Dios eterno, esta humilde sierva Vuestra se postra ante Vuestra real presencia y de lo íntimo de mi alma os suplico me gobernéis y encaminéis a Vuestro mayor agrado y beneplácito; esta jornada quiero hacer por obediencia de Vuestro siervo Juan, cuya voluntad será la Vuestra. No es razón que esta sierva y Madre Vuestra, tan obligada de Vuestra poderosa mano, dé un paso que no sea para mayor gloria y exaltación de Vuestro santo nombre. Asistid, Señor mío, a mi deseo y peticiones, para que yo obre lo más acertado y justo.—Respondióla el señor luego y la dijo: Esposa y paloma mía, mi voluntad ha dispuesto la jornada para mi mayor agrado. Obedeced a Juan y caminad a Efeso, que allí quiero manifestar mi clemencia con algunas almas por medio de vuestra presencia y asistencia, por el tiempo que fuere conveniente.—Con esta respuesta del Señor quedó María santísima más consolada e informada de la divina voluntad y pidió a Su Majestad la bendición y licencia para disponer la jornada cuando el Apóstol la determinase; y llena de fuego de caridad se encendía en el deseo del bien de las almas de Efeso, de quien el Señor la había dado esperanzas se sacaría fruto de su gusto y agrado.
346. Viene María santísima de Jerusalén a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] en España, por voluntad de su Hijo nuestro Salvador, a visitar a Santiago, y lo que sucedió en esta venida y el año y día en que se hizo.—
Todo el cuidado de nuestra gran Madre y Señora María santísima estaba empleado y convertido a los aumentos y dilatación de la Santa Iglesia, al consuelo de los Apóstoles, discípulos y de los otros fieles, y a defenderlos del infernal Dragón y sus ministros en la persecución y asechanzas que, como se ha dicho (Cf. supra n. 337), les prevenían estos enemigos. Con su incomparable caridad, antes de venir a Efeso ni partir de Jerusalén, ordenó y dispuso muchas cosas, en cuanto le fue posible, por sí y por ministerio de los Santos Ángeles, para prevenir todo lo que en su ausencia le pareció conveniente, porque entonces no tenía noticia del tiempo que duraría esta jornada y la vuelta a Jerusalén. Y la mayor diligencia que pudo hacer fue su continua y poderosa oración y peticiones a su Hijo santísimo, para que con el poder infinito de su brazo defendiese a sus Apóstoles y siervos y quebrantase la soberbia de Lucifer, desvaneciendo las maldades que en su astucia fabricaba contra la gloria del mismo Señor. Sabía la prudentísima Madre que de los Apóstoles el primero que derramaría su sangre por Cristo nuestro Señor era San Jacobo [Santiago Mayor], y por esta razón, y por lo mucho que la gran Reina le amaba, como dije arriba (Cf. supra n. 320), hizo particular oración por él entre todos los Apóstoles.
347. Estando la divina Madre en estas peticiones, un día, que era el cuarto antes de partir a Efeso, sintió en su castísimo corazón alguna novedad y efectos dulcísimos, como le sucedía otras veces para algún particular beneficio que se le acercaba. Estas obras se llaman palabras del Señor en el estilo de la Escritura, y respondiendo a ellas María santísima, como maestra de la ciencia, dijo: Señor mío, ¿qué me mandáis hacer y qué queréis de mí? Hablad, Dios mío, que vuestra sierva oye.—Y en repitiendo estas razones vio a su Hijo santísimo que en persona descendía del cielo a visitarla en un trono de inefable majestad y acompañado de innumerables Ángeles de todos los órdenes y coros celestiales. Entró Su Majestad con esta grandeza en el oratorio de su beatísima Madre, y la religiosa y humilde Virgen le adoró con excelente culto y veneración de lo íntimo de su purísima alma. Luego la habló el Señor y la dijo: Madre mía amantísima, de quien recibí el ser humano para salvar al mundo, atento estoy a vuestras peticiones y deseos santos y agradables en mis ojos. Yo defenderé a mis apóstoles e Iglesia y seré su padre y protector, para que no sea vencida, ni prevalezcan contra ella las puertas del infierno (Mt 16, 18). Ya sabéis que para mi gloria es necesario que trabajen con mi gracia los Apóstoles y que al fin me sigan por el camino de la cruz y muerte que padecí para redimir al linaje humano. Y el primero que me ha de imitar en esto es Jacobo [Santiago Mayor] mi fiel siervo, y quiero que padezca martirio en esta ciudad de Jerusalén. Y para que él venga a ella y otros fines de mi gloria y vuestra, es mi voluntad que luego le visitéis en España, donde predica mi santo nombre. Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], donde está ahora, y le ordenéis que vuelva a Jerusalén y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino y gloria y beneplácito mío y de nuestra Beatísima Trinidad.
348. Admitió la gran Reina del cielo esta obediencia de su Hijo santísimo con nuevo júbilo de su alma. Y con el rendimiento digno respondió y dijo: Señor mío y verdadero Dios, hágase Vuestra voluntad santa en Vuestra sierva y Madre por toda la eternidad y en ella os alaben todas las criaturas por las obras admirables de Vuestra piedad inmensa con Vuestros siervos. Yo, Señor mío, Os magnifico y bendigo en ellas y os doy humildes gracias en nombre de toda la Santa Iglesia y mío. Dadme licencia, Hijo mío, para que en el Templo que mandáis edificar a Vuestro siervo Jacobo pueda yo prometer en Vuestro santo nombre la protección especial de Vuestro brazo poderoso, y que aquel lugar sagrado sea parte de mi herencia para todos los que en él invocaren con devoción Vuestro mismo nombre y el favor de mi intercesión con Vuestra clemencia.
349. Respondióla Cristo nuestro Redentor: Madre mía, en quien se complació mi voluntad, yo os doy mi real palabra que miraré con especial clemencia y llenaré de bendiciones de dulzura a los que con humildad y devoción vuestra me invocaren y llamaren en aquel templo por medio de vuestra intercesión. En vuestras manos tengo depositados y librados todos mis tesoros, y como Madre que tenéis mis veces y potestad podéis enriquecer y señalar aquel lugar y prometer en él vuestro favor, que todo lo cumpliré como fuere vuestra agradable voluntad.—Agradeció de nuevo María santísima esta promesa de su Hijo y Dios omnipotente, y luego, por mandato del mismo Señor, grande número de los Ángeles que la acompañaban formaron un trono real de una nube refulgentísima y la pusieron en él como a Reina y Señora de todo lo criado. Cristo nuestro Señor con los demás Ángeles se subió a los cielos, dándola su bendición. Y la purísima Madre, en manos de serafines y acompañada de sus mil Ángeles con los demás, partió a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], en España, en alma y cuerpo mortal. Y aunque la jornada se pudo hacer en brevísimo tiempo, ordenó el Señor que fuese de manera que los Santos Ángeles formando coros de dulcísima armonía viniesen cantando a su Reina loores de júbilo y alegría.
350. Unos cantaban el Ave María, otros Salve Sancta parens y Salve Regina, otros, Regina coeli laetare, etc. Alternando estos cánticos a coros y respondiéndose unos a otros con armonía y consonancia tan concertada, cuanto no alcanza la capacidad humana. Respondía también la gran Señora oportunamente, refiriendo toda aquella gloria al Autor que se la daba, con tan humilde corazón, cuanto era grande este favor y beneficio. Repetía muchas veces: Santo santo, santo Dios de Sabaot, ten misericordia de los míseros hijos de Eva. Tuya es la gloria, tuyo es el poder y la majestad, tú sólo el Santo, el Altísimo y el Señor de todos los ejércitos celestiales y de lo criado. Y los Ángeles respondían también a estos cánticos tan dulces en los oídos del Señor, y con ellos llegaron a Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] cuando ya se acercaba la media noche.
351. El felicísimo Apóstol Santiago estaba con sus discípulos fuera de la ciudad, pero arrimado al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro, y para ponerse en oración se había apartado de ellos algún espacio competente, quedando los discípulos algunos durmiendo y otros orando como su maestro; y porque todos estaban desimaginados de la novedad que les venía, se alargó un poco la procesión de los Santos Ángeles con la música, de manera que no sólo Santiago lo pudiese oír de lejos, sino también los discípulos, con que despertaron los que dormían y todos fueron llenos de suavidad interior y admiración, con celestial consuelo que los ocupó y casi enmudeció, dejándolos suspensos y derramando lágrimas de alegría. Reconocieron en el aire grandísima luz, más que si fuera al mediodía, aunque no se extendía universalmente más que en algún espacio, como un gran globo. Con esta admiración y nuevo gozo estuvieron sin menearse hasta que los llamó su Maestro. Con estos maravillosos efectos que sintieron, ordenó el Señor que estuviesen prevenidos y atentos a lo que de aquel gran misterio se les manifestase. Los Santos Ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del Apóstol, que estaba en altísima oración y más que los discípulos sentía la música y percibía la luz. Traían consigo los Ángeles prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo. Y a esta imagen traían otros Ángeles con gran veneración, y todo se había prevenido aquella noche con la potencia que estos divinos espíritus obran en las cosas que la tienen.
352. Manifestósele a Santiago la Reina del cielo desde la nube y trono donde estaba rodeada de los coros de los Ángeles, todos con admirable hermosura y refulgencia, aunque la gran Señora los excedía en todo a todos. El dichoso Apóstol se postró en tierra y con profunda reverencia adoró a la Madre de su Criador y Redentor y vio juntamente la Imagen y columna o pilar en mano de algunos Ángeles. La piadosa Reina le dio la bendición en nombre de su Hijo santísimo y le dijo: Jacobo [Santiago Mayor], siervo del Altísimo, bendito seáis en su diestra; Él os salve y manifieste la alegría de su divino rostro.— Y todos los Ángeles respondieron: Amén.—Prosiguió la Reina del cielo y dijo: Hijo mío Jacobo [Santiago Mayor], este lugar ha señalado y destinado el altísimo y todopoderoso Dios del cielo, para que en la tierra le consagréis y dediquéis en un Templo y casa de oración, de donde debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y engrandecido y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen, franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y que por mi intercesión las alcancen, si las pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Yo en nombre del Todopoderoso les prometo grandes favores y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha de ser Templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de esta verdad y promesa quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. Daréis luego principio a esta casa del Señor, y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya para la Redención humana.
353. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a los Ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. Luego que se erigió la columna y se asentó en ella la sagrada Imagen, los mismos Ángeles, y también el Santo Apóstol, reconocieron aquel lugar y título por casa de Dios, puerta del cielo y tierra santa y consagrada en templo para gloria del Altísimo e invocación de su beatísima Madre. Y en fe de esto dieron culto, adoración y reverencia a la divinidad, y Santiago se postró en tierra, y los Ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros con el mismo Apóstol la nueva y primera dedicación de Templo que se instituyó en el orbe después de la Redención humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], que con justa razón se llama cámara angelical, casa propia de Dios y de su Madre purísima, y digna de la veneración de todo el orbe y fiador seguro y abonado de los beneficios y favores del cielo, que no desmerecieron nuestros pecados. Paréceme a mí que nuestro gran patrón y Apóstol el segundo Jacobo dio principio más glorioso a este templo que el primer Jacobo al suyo de Betel, cuando caminaba peregrino a Mesopotamia, aunque aquel título y piedra que levantó (Gen 28, 18) fuese lugar del futuro templo de Salomón. Allí vio en sueños Jacob la escala mística en figura y sombra con los Ángeles, pero aquí vio nuestro Jacobo la escala verdadera del cielo con los ojos corporales, y más Ángeles que en aquélla. Allí se levantó la piedra en título para el templo que muchas veces se había de destruir y en algunos siglos tendría fin, pero aquí, en la firmeza de esta verdadera columna consagrada, se aseguró el templo, la fe y culto del Altísimo hasta que se acabe el mundo, subiendo y bajando Ángeles a las alturas con las oraciones de los fieles y con incomparables beneficios y favores que distribuye nuestra gran Reina y Señora a los que en aquel lugar con devoción la invocan y con veneración la honran.
354. Dio humildes gracias nuestro Apóstol a María santísima y la pidió el amparo de este reino de España con especial protección, y mucho más de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su bendición, la volvieron los Ángeles a Jerusalén con el mismo orden que la habían traído. Pero antas, a petición suya, ordenó el Altísimo que para guardar aquel santuario y defenderle quedase en él un Ángel Santo encargado de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil seiscientos [dos mil] años entre la perfidia de los enemigos de la santa fe, la idolatría de los romanos, la herejía de los arríanos y la bárbara furia de los moros y paganos [y modernos comunistas]; y fuera mayor la admiración de los cristianos, si en particular tuvieran noticia de los arbitrios y medios que todo el infierno ha fabricado en diversos tiempos para destruir este santuario por mano de todos estos infieles y naciones. No me detengo en referir estos sucesos, porque no es necesario y tampoco pertenecen a mi intento. Basta decir que por todos estos enemigos de Dios lo ha intentado Lucifer muchas veces, y todas lo ha defendido el Ángel Santo que guarda aquel sagrario.
355. Pero advierto dos cosas que se me han manifestado para que aquí las escriba. La una, que las promesas aquí referidas, así de Cristo nuestro Salvador como de su Madre santísima, para conservar aquel templo y lugar suyo, aunque parecen absolutas, tienen implícita o encerrada la condición, como sucede en otras muchas promesas de la Escritura Sagrada, que tocan a particulares beneficios de la divina gracia. Y la condición es, que de nuestra parte obremos de manera que no desobliguemos a Dios para que nos prive del favor y misericordia que nos promete y ofrece. Y porque Su Majestad en el secreto de su justicia reserva el peso de estos pecados con que le podemos desobligar, por eso no expresa ni declara esta condición; y porque también estamos avisados en su Santa Iglesia, que sus promesas y favores no son para que usemos de ellos contra el mismo Señor, ni pequemos en confianza de su liberal misericordia, pues ninguna ofensa tanto como ésta nos hace indignos de ella. Y tales y tantos pueden ser los pecados de estos reinos y de aquella piadosa ciudad de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], que lleguemos a poner de nuestra parte la condición y número por donde merezcamos ser privados de aquel admirable beneficio y amparo de la gran Reina y Señora de los Ángeles.
356. La segunda advertencia no menos digna de consideración es, que Lucifer y sus demonios, como conocen estas verdades y promesas del Señor, ha pretendido y pretende siempre la malicia de estos Dragones infernales introducir mayores vicios y pecados en aquella ilustre ciudad y en sus moradores con más eficacia y astucia que en otras, y en especial de los que más pueden desobligar y ofender a la pureza de María santísima. El intento de esta serpiente antigua mira a dos cosas execrables: la una que, si puede ser, desobliguen los fieles a Dios para que les conserve allí aquel sagrado y por este camino consiga Lucifer lo que por otros no ha podido; la otra, que si no puede alcanzar esto, por lo menos impida en las almas la veneración y piedad de aquel templo sagrado y los grandes beneficios que tiene prometidos en él María santísima a los que dignamente los pidieren. Conoce bien Lucifer y sus demonios que los vecinos y moradores de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] están obligados a la Reina de los cielos con más estrecha deuda que muchas otras ciudades y provincias de la cristiandad, porque tienen dentro de sus muros la oficina y fuente de los favores y beneficios que otros van a buscar a ella. Y si con la posesión de tanto bien fuesen peores, y despreciasen la dignación y clemencia que nadie les pudo merecer, esta ingratitud a Dios y a su Madre santísima merecería mayor indignación y más grave castigo de la Justicia divina. Confieso con alegría a todos los que leyeren esta Historia, que por escribirla a solas dos jornadas de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] tengo por muy dichosa esta vecindad [en Soria] y miro aquel santuario con gran cariño de mi alma, por la deuda que todos conocerán tengo a la gran Señora del mundo. Reconózcome también obligada y agradecida a la piedad de aquella ciudad, y en retorno de todo esto quisiera con voces vivas renovar en sus moradores la cordial e íntima devoción que deben a María santísima y los favores que con ella pueden alcanzar y con el olvido y poca atención desmerecer. Considérense, pues, más beneficiados y obligados que otros fieles. Estimen su tesoro, gócenle felizmente y no hagan del propiciatorio de Dios casa inútil y común, convirtiéndola en tribunal de justicia, pues la puso María santísima para taller o tribunal de misericordias.
357. Pasada la visión de María santísima, llamó Santiago [Mayor] a sus discípulos, que de la música y resplandor estaban absortos, aunque ni oyeron ni vieron otra cosa. Y el gran maestro les dio noticia de lo que convenía, para que le ayudasen en la edificación del sagrado templo, en que puso mano y diligencia; y antes de partir de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] acabó la pequeña capilla donde está la santa Imagen y columna, con favor y asistencia de los Ángeles. Y después con el tiempo los católicos edificaron el suntuoso templo y lo demás que adorna y acompaña aquel tan celebrado santuario. El Evangelista San Juan no tuvo por entonces noticia de esta venida de la divina Madre a España, ni ella se lo manifestó, porque estos favores y excelencias no pertenecían ala fe universal de la Iglesia y por esto las guardaba en su pecho; aunque declaró otras mayores a San Juan y a los otros Evangelistas, porque eran necesarias para la común instrucción y fe de los fieles. Pero cuando Santiago [Mayor] volvió de España por Efeso, entonces dio cuenta a su hermano Juan Evangelista de lo que había sucedido en la peregrinación y predicación de España, y le declaró las dos veces que en ella había sido favorecido con las visiones de la beatísima Madre y de lo que en esta segunda le había sucedido en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], del Templo que dejaba edificado en esta ciudad. Y por relación del Evangelista tuvieron noticia de este milagro muchos de los Apóstoles y discípulos a quien se lo refirió él mismo después en Jerusalén para confirmarlos en la fe y devoción de la Señora del cielo, y en la confianza de su amparo. Y fue así, porque desde entonces los que conocieron este favor de Jacobo [Santiago Mayor] la llamaban y la invocaban en sus trabajos y necesidades, y la piadosa Madre socorrió a muchos, y a todos en diferentes ocasiones y peligros.
358. Sucedió este milagroso aparecimiento de María santísima en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], entrando el año del nacimiento de su Hijo nuestro Salvador de cuarenta, la segunda noche de dos de enero. Y desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro meses y diez días, porque salió el Santo Apóstol año de treinta y cinco, como arriba dije (Cf. supra n. 319), a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los Ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso, como diré en el libro y capítulo siguiente; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes de su glorioso tránsito, como se entenderá cuando al fin de esta Historia (Cf. infra n. 742) de la gran Señora declare su edad y el año en que murió, que desde este aparecimiento pasaron más de los que de ordinario se dice. Y en todos estos años ya en España era venerada con culto público y tenía templos, porque a imitación de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] se le edificaron luego otros, donde se le levantaron aras con solemne veneración.
359. Esta excelencia y maravilla es la que sin contradicción engrandece a España sobre cuanto de ella se puede predicar, pues ganó la palma a todas las naciones y reinos del orbe en la veneración, culto y devoción pública de la gran Reina y Señora del cielo María santísima, y viviendo en carne mortal se señaló con ella en venerarla [con culto de hiperdulía] e invocarla más que otras naciones lo han hecho después que murió y subió a los cielos para no volver al mundo. En retorno de esta antigua y general piedad y devoción de España con María santísima, tengo entendido que la piadosa Madre ha enriquecido tanto a estos reinos en lo público, con tantas imágenes suyas aparecidas y santuarios como hay en ellos, dedicados a su santo nombre, más que en otros reinos del mundo. Con estos singularísimos favores ha querido la divina Madre hacerse más familiar en este reino, ofreciéndole su amparo con tantos templos y santuarios como tiene, saliéndonos al encuentro en todas partes y provincias, para que la reconozcamos por nuestra Madre y Patrona, y también para que entendamos la obligación de esta nación en la defensa de su honor y la dilatación de su gloria por todo el orbe.
360. Ruego yo y humildemente suplico a todos los naturales y moradores de España y en el nombre de esta Señora les amonesto despierten la memoria y aviven la fe, renueven y resuciten la devoción antigua de María santísima y se reconozcan por más rendidos y obligados a su servicio que otras naciones; y singularmente tengan en suma veneración el santuario de Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania], como de mayor dignidad y excelencia sobre todos y como original de la piedad y veneración que España reconoce a esta Reina. Y crean todos los que leyeren esta Historia, que las antiguas dichas y grandezas de esta monarquía las recibió por María santísima y por los servicios que le hicieron en ella, y si hoy las reconocemos tan arruinadas y casi perdidas, lo ha merecido así nuestro descuido, con que obligamos al desamparo que sentimos. Y si deseamos el remedio de tantas calamidades, sólo podemos alcanzarle por mano de esta poderosa Reina, obligándola con nuevos y singulares servicios y demostraciones. Y pues el admirable beneficio de la fe católica y los que he referido nos vinieron por medio de nuestro gran patrón y Apóstol Santiago, renuévese también su devoción e invocación, para que por su intercesión el Todopoderoso renueve sus maravillas.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
361. Hija mía, advertida estás que no sin misterio en el discurso de esta Historia te he manifestado tantas veces los secretos del infierno contra los hombres, los consejos y traiciones que fabrica para perderlos, la furiosa indignación y desvelo con que lo procura, sin perder punto, lugar ni ocasión y sin dejar piedra que no mueva, ni camino, estado o persona a quien no ponga muchos lazos en que caiga y, más peligrosos y más engañosos por más ocultos, los derrama contra los que cuidadosos desean la vida eterna y la amistad de Dios. Y sobre estos generales avisos se te han manifestado muchas veces los conciliábulos y prevenciones que contra ti confieren y disponen. A todos los hijos de la Iglesia les importa salir de la ignorancia en que viven de tan inevitables peligros de su eterna perdición, sin conocer ni advertir que fue castigo del primer pecado perder la luz de estos secretos y después, cuando podían merecerla, se hacen incapaces y más indignos por los pecados propios. Con esto, viven muchos de los mismos fieles tan olvidados y descuidados como si no hubiera demonios que los persiguieran y engañaran, y si tal vez lo advierten es muy superficialmente y de paso y luego se vuelven a su olvido, que pesa en muchos no menos que las penas eternas. Si en todos tiempos y lugares, en todas obras y ocasiones, les pone asechanzas el demonio, justo y debido era que ningún cristiano diera un solo paso sin pedir el favor divino, para conocer el peligro y no caer en él. Pero como es tan torpe el olvido que de esto tienen los hijos de Adán, apenas hacen obra que no sean lastimados y heridos de la serpiente infernal y del veneno que derrama por su boca, con que acumulan culpas a culpas, males a males, que irritan la justicia divina y desmerecen la misericordia.
362. Entre estos peligros te amonesto, hija mía, que como has conocido contra ti mayor indignación y desvelo del infierno, le tengas tú con la divina gracia tan grande y continuo desvelo, como te conviene para vencer a este astuto enemigo. Atiende a lo que yo hice cuando conocí el intento de Lucifer para perseguirme a mí y a la Santa Iglesia: multipliqué las peticiones, lágrimas, suspiros y oraciones; y porque los demonios se querían valer de Herodes y de los judíos de Jerusalén, aunque yo pudiera estar con menor temor en la ciudad y me inclinaba a esto, la desamparé para dar ejemplo de cautela y de obediencia: de lo uno alejándome del peligro y de lo otro gobernándome por la voluntad y obediencia de San Juan Evangelista. Tú no eres fuerte y tienes mayor peligro por las criaturas y a más de esto eres mi discípula, tienes mis obras y vida por ejemplar para la tuya; y así quiero que en reconociendo el peligro te alejes de él, si fuere necesario, cortes por lo más sensible y siempre te arrimes a la obediencia de quien te gobierna como a norte seguro y columna fuerte para no caer. Advierte mucho si debajo de piedad aparente te esconde el ene76 migo algún lazo; guárdate no padezcas tú por granjear a oíros. Ni te fíes de tu dictamen, aunque te parezca bueno y seguro; no dificultes obedecer en cosa alguna, pues yo por la obediencia salí a peregrinar con muchos trabajos y descomodidades.
363. Renueva también los afectos y deseos de seguir mis pasos y de imitarme con perfección, para proseguir lo que resta de mi vida y escribirlo en tu corazón. Corre por el camino de la humildad y obediencia tras el olor de mi vida y virtudes, que si me obedecieres, como de ti quiero y tantas veces te repito y exhorto, yo te asistiré como a hija en tus necesidades y tribulaciones y mi Hijo santísimo cumplirá en ti su voluntad como lo desea, antes que acabes esta obra, y se ejecutarán las promesas que muchas veces nos has oído, y serás bendita de su poderosa diestra. Magnifica y engrandece al Altísimo por el favor que hizo a mi siervo Jacobo [Santiago Mayor] en Zaragoza [Caesaraugusta in Hispania] y por el Templo que allí me edificó antes de mi tránsito y todo lo que de esta maravilla te he manifestado, y porque aquel Templo fue el primero de la Ley Evangélica y de sumo agrado para la Beatísima Trinidad.
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