431. Muy celebrada es en todas las historias la ciudad de Efeso, puesta en los fines occidentales del Asia [hoy Turquía], por muchas cosas grandes que en los pasados siglos la hicieron tan ilustre y famosa en todo el orbe; pero su mayor excelencia y grandeza fue haber recibido y hospedado en sí a la suprema Reina de cielo y tierra por algunos meses, como adelante se dirá. Este gran privilegio la hizo muy dichosa; que las demás excelencias verdaderamente la hicieron infeliz e infame hasta aquel tiempo, por haber tenido en ella su trono tan de asiento el príncipe de las tinieblas. Pero como nuestra gran Señora y Madre de la gracia se halló en esta ciudad hospedada, y obligada de sus moradores, que liberalmente la recibieron y ofrecieron algunos dones, era consiguiente en su ardentísima caridad que, guardando el orden nobilísimo de esta virtud, les pagase el hospedaje con mayores beneficios, como a más vecinos y bienhechores que los extraños; y si con todos era liberalísima, con los de Efeso había de serlo con mayores demostraciones y favores. Movióla su gratitud propia a esta consideración, juzgándose deudora de beneficiar a toda aquella república. Hizo particular oración por ella, pidiendo fervorosamente a su Hijo santísimo que sobre sus moradores derramase su bendición y como piadoso Padre los ilustrase y redujese a su verdadera fe y conocimiento.
432. Tuvo por respuesta del Señor que, como Señora y Reina de la Iglesia y de todo el mundo, podía obrar con potestad todo lo que fuese su voluntad, pero que advirtiese el impedimento que tenía aquella ciudad para recibir los dones de la misericordia divina, porque con las antiguas y presentes abominaciones de los pecados que cometían habían puesto candados a las puertas de la clemencia y merecían el rigor de la justicia, que ya se hubiera ejecutado en ellos si no tuviera determinado el Señor que viniera a vivir en aquella ciudad la misma Reina, cuando las maldades de sus habitadores habían llegado a su colmó para merecer el castigo que por ella estaba suspendido. Junto con esta respuesta conoció María santísima que la divina Justicia la pedía como permiso y consentimiento para destruir aquella idólatra gente de Efeso y sus confines. Con este conocimiento y respuesta se afligió mucho el corazón piadoso de la dulcísima Madre, pero no se acobardó su casi inmensa caridad y multiplicando peticiones replicó al Señor y le dijo:
433. Rey altísimo, justo y misericordioso, bien sé que el rigor de Vuestra justicia se ejecuta cuando no tiene lugar la misericordia, y para esto os basta cualquiera motivo que halléis en Vuestra sabiduría, aunque de parte de los pecadores sea pequeño. Mirad ahora, Señor mío, el haberme admitido esta ciudad para vivir en ella por Vuestra voluntad y que sus moradores me han socorrido y ofrecido sus haciendas a mí y a Vuestro siervo Juan. Templad, Dios mío, Vuestro rigor y conviértase contra mí, que yo padeceré por el remedio de estos miserables. Y vos, Todopoderoso, que tenéis bondad y misericordia infinita para vencer con el bien el mal, podéis quitar el óbice para que se aprovechen de Vuestros beneficios y para que no vean mis ojos perecer tantas almas que son obras de Vuestras manos y precio de Vuestra sangre.—
Respondió a esta petición y dijo: Madre mía y paloma mía, quiero que expresamente conozcáis la causa de mi justa indignación y cuán merecida la tienen estos hombres por quien me rogáis. Atended, pues, y lo veréis.—Y luego por visión clarísima se le manifestó a la Reina todo lo siguiente:
434. Conoció que, muchos siglos antes de la Encarnación del Verbo en su virginal tálamo, entre los muchos conciliábulos que Lucifer había hecho para destruir a los hombres hizo uno en que habló a sus demonios y les dijo: De las noticias que tuve en el cielo en mi primer estado y de las profecías que Dios ha revelado a los hombres y de los favores que con muchos amigos suyos ha manifestado, he podido conocer que el mismo Dios se ha de obligar mucho de que los hombres de uno y otro sexo se abstengan en los tiempos futuros de muchos vicios que yo deseo conservar en el mundo, en particular de los deleites carnales y de la hacienda y su codicia y que en ésta renuncien aun lo que les fuera lícito. Y para que lo hagan contra mi deseo les dará muchos auxilios, con que de voluntad sean castos y pobres y sujetando la propia suya voluntad a la de otros hombres. Y si con estas virtudes nos vencen, merecerán grandes premios y favores de Dios, como lo he rastreado en algunos que han sido castos, pobres y obedientes; y mis intentos se frustran mucho por estos medios, si no tratamos de remediar este daño y recompensarlo por todos los caminos posibles a nuestra astucia. Considero también que sí el Verbo divino toma carne humana, como lo hemos entendido, será muy casto y puro y también enseñará a muchos que lo sean, no sólo varones, sino mujeres, que aunque son más flacas suelen ser más tenaces; y esto sería para mi de mayor tormento, si ellas me venciesen habiendo yo derribado antes a la primera mujer. Sobre todo esto prometen mucho las Escrituras de los antiguos de los favores que gozarán los hombres con el Verbo humanado en la misma naturaleza, a quien es cierto ha de levantar y enriquecer con su potencia.
435. Para oponerme a todo esto —prosiguió Lucifer—quiero vuestro consejo y diligencia y que tratemos desde luego impedir a los hombres que no consigan tantos bienes.—Tan de lejos como esto viene el odio y arbitrios del infierno contra la perfección evangélica que profesan las sagradas religiones. Consultóse largamente este punto entre los demonios y de la consulta salió por acuerdo que gran multitud de demonios quedasen prevenidos y por cabezas de las legiones que habían de tentar a los que tratasen de vivir en castidad, pobreza y obediencia; que desde luego, para irrisión de la castidad especialmente, ordenasen ellos un género de vírgenes aparentes y mentirosas o hipócritas y fingidas, que con este falso título se consagrasen al obsequio de Lucifer y todos sus demonios. Con este medio diabólico pensaron los enemigos que no sólo llevarían para sí a estas almas con mayor triunfo, sino también deslucirían la vida religiosa y casta que presumían enseñaría el Verbo humanado y su Madre en el mundo. Y para que más prevaleciese en él esta falsa religión que intentaba el infierno, determinaron fundarla con abundancia de todo lo temporal y delicioso a la naturaleza, como fuese ocultamente, porque en secreto consentirían que se viviese licenciosamente debajo del nombre de la castidad dedicada a los dioses falsos.
436. Pero luego se les ofreció otra duda, si esta religión había de ser de varones o mujeres. Algunos demonios querían que fuesen todos varones, porque serían más constantes y perpetua aquella falsa religión; a otros les parecía que los hombres no eran tan fáciles de engañar como las mujeres, que discurren con más fuerza de razón y podían conocer antes el error, y las mujeres no tenían tanto riesgo en esto, porque son de flaco juicio, fáciles en creer y vehementes en lo que aman y aprenden y más a propósito para mantenerse en aquel engaño. Este parecer prevaleció y le aprobó Lucifer, aunque no excluyó del todo a los hombres, porque algunos hallarían que abrazasen aquellas falacias por el crédito que ganarían, y más si les ayudaban a sus ficciones y embustes para no caer de la vana estimación de los otros hombres, que con ellos el mismo Lucifer les ganaría con su astucia para conservar mucho tiempo en hipocresías y ficciones a los que se sujetasen a su servicio.
437. Con este infernal consejo determinaron los demonios hacer una religión o congregación de vírgenes fingidas y mentirosas; porque el mismo Lucifer dijo a los demonios: Aunque será para mí de mucho agrado tener vírgenes consagradas y dedicadas a mi culto y reverencia, como las quiere tener Dios, pero oféndeme tanto la castidad y pureza del cuerpo en esta virtud, que no la podré sufrir aunque sea dedicada a mi grandeza, y así hemos de procurar que estas vírgenes sean el objeto de nuestras torpezas. Y si alguna quisiere ser casta en el cuerpo, la llenaremos de inmundos pensamientos y deseos en el interior, de suerte que con verdad ninguna sea casta, aunque por su vana soberbia quiera contenerse, y como sea inmunda en los pensamientos, procuraremos conservarla en la vanagloria de su virginidad.
438. Para dar principio a esta falsa religión discurrieron los demonios por todas las naciones del orbe y les pareció que unas mujeres llamadas amazonas eran más a propósito para ejecutar en ellas su diabólico pensamiento. Estas amazonas habían bajado de la Scitia al Asia Menor [Anatolia – Turquía] donde vivían. Eran belicosas, excediendo con la arrogancia y soberbia a la fragilidad del sexo. Por fuerza de armas se habían apoderado de grandes provincias, especialmente hicieron su corte en Efeso y mucho tiempo se gobernaron por sí mismas, dedignándose de sujetarse a los varones y vivir en su compañía, que ellas con presuntuosa soberbia llamaban esclavitud o servidumbre. Y porque de estas materias hablan mucho las historias, aunque con grande variedad, no me detengo en tratar de ellas. Basta para mi intento decir que, como estas amazonas eran soberbias, ambiciosas de honra vana y aborrecían a los hombres, halló Lucifer en ellas buena disposición para engañarlas con el falso pretexto de la castidad. Púsoles en la cabeza a muchas de ellas que por este medio serían muy celebradas y veneradas del mundo y se harían famosas y admirables con los hombres, y alguna podía llegar hasta alcanzar la dignidad y veneración de diosa. Con la desmedida ambición de esta honra mundana se juntaron muchas amazonas, doncellas verdaderas y mentirosas, y dieron principio a la falsa religión de vírgenes, viviendo en congregación en la ciudad de Efeso, donde tuvo su origen.
439. En breve tiempo creció mucho el número de estas vírgenes más que necias, con admiración y aplauso del mundo, solicitándolo todo los demonios. Entre éstas hubo una más celebrada y señalada en la hermosura y nobleza, entendimiento, castidad y otras gracias, que la hicieron más famosa y admirable, y se llamaba Diana. Y por la veneración en que estaba y la multitud de compañeras que tenía, se dio principio al memorable templo de Efeso, que el mundo tuvo por una de sus maravillas. Y aunque este templo se tardó a edificar muchos siglos, pero como Diana granjeó con la ciega gentilidad el nombre y veneración de diosa, se le dedicó a ella esta rica y suntuosa fábrica, que se llamó templo de Diana, a cuya imitación se fabricaron otros muchos en diversas partes debajo del mismo título. Para celebrar el demonio a esta falsa virgen Diana cuando vivía en Efeso, la comunicaba y llenaba de ilusiones diabólicas, y muchas veces la vestía de falsos resplandores y le manifestaba secretos que pronosticase, y le enseñó algunas ceremonias y cultos semejantes a los que el pueblo de Dios usaba, para que con estos ritos ella y todos venerasen al demonio. Y las demás vírgenes la veneraban a ella como a diosa, y lo mismo hicieron los demás gentiles, tan pródigos como ciegos en dar divinidad a todo lo que se les hacía admirable.
440. Con este diabólico engaño, cuando vencidas las amazonas entraron los reinos vecinos a gobernar a Efeso, conservaron este templo como cosa divina y sagrada, continuándose en ella aquel colegio de vírgenes locas. Y aunque un hombre ordinario quemó este templo, le volvió a reedificar la ciudad y el reino, y para ello contribuyeron mucho las mujeres. Y esto sería trescientos años antes de la Redención del linaje humano poco más o menos. Y así cuando María santísima estaba en Efeso no era el primer templo el que perseveraba, sino el segundo, reedificado en el tiempo que digo, y en él vivían estas vírgenes en diferentes repartimientos. Pero como en el tiempo de la Encarnación y muerte de Cristo estaba la idolatría tan asentada en el mundo, no sólo no habían mejorado en costumbres aquellas diabólicas mujeres, sino que habían empeorado y casi todas trataban con los demonios abominablemente. Y junto con esto cometían otros feísimos pecados y engañaban al mundo con embustes y profecías, con que Lucifer los tenía dementados a unos y a otros.
441. Todo esto y mucho más vio María santísima cerca de sí en Efeso, con tan vivo dolor de su castísimo corazón, que le fuera mortal herida si el mismo Señor no la conservara. Pero habiendo visto que Lucifer tenía como por asiento y cátedra de maldad al ídolo de Diana, se postró en tierra ante su Hijo santísimo y le dijo: Señor y Dios altísimo, digno de toda reverencia y alabanza; estas abominaciones que por tantos siglos han perseverado razón es que tengan término y remedio. No puede sufrir mi corazón que se dé a una infeliz y abominable mujer el culto de la verdadera divinidad, que Vos sólo como Dios infinito merecéis, ni tampoco que el nombre de la castidad esté tan profanado y dedicado a los demonios. Vuestra dignación infinita me hizo guía y madre de las vírgenes, como parte nobilísima de Vuestra Iglesia y fruto más estimable de Vuestra Redención y a Vos muy agradable. El título de la castidad ha de quedar consagrado a Vos en las almas que fueren hijas mías. Querellóme de Lucifer y del infierno, por el atrevimiento de haber usurpado injustamente este derecho. Pido, Hijo mío, que le castiguéis con la pena de rescatar de su tiranía estas almas y que salgan todas de su esclavitud a la libertad de la fe y luz verdadera.
442. El Señor la respondió: Madre mía, yo admito vuestra petición, porque es justo no se dedique a mis enemigos la virtud de la castidad, aunque sea sólo en el nombre, que se halla tan ennoblecida en vos y para mí es tan agradable. Pero muchas de estas falsas vírgenes son prescitas [Dios quiere que todos se salven y a todos da gracia suficiente, pero el hombre tiene libre albedrío y muchos se condenen por su propia culpa] por sus abominaciones y pertinacia y no se reducirán todas al camino de la salvación eterna. Algunas pocas admitirán de corazón la fe que se les enseñare.—En esta ocasión llegó San Juan Evangelista al oratorio de María santísima, aunque no conoció entonces el misterio en que se ocupaba la gran Señora del cielo ni la presencia de su Hijo nuestro Señor. Pero la verdadera Madre de los humildes quiso juntar las peticiones propias con las del amado discípulo y ocultamente pidió licencia al Señor para hablarle y le dijo de esta manera: Juan, hijo mío, lastimado está mi corazón por haber conocido los grandes pecados que se cometen contra el Altísimo en este templo de Diana y desea mi alma que tengan ya término y remedio.—El Santo Apóstol respondió: Señora mía, yo he visto algo de lo que pasa en este abominable lugar y no puedo contenerme en dolor y lágrimas de ver que el demonio sea venerado en él con el culto que se debe a solo Dios; y nadie puede atajar tantos males, si vos, Madre mía, no lo toméis por vuestra cuenta.
443. Ordenó María santísima al Apóstol que. la acompañase en la oración pidiendo al Señor remediase aquel daño, y San Juan Evangelista se fue a su retiro, quedando la Reina en el suyo con Cristo nuestro Salvador, y postrada de nuevo en tierra en presencia del Señor, derramando copiosas lágrimas, volvió a su oración y peticiones. Perseveró en ella con ardentísimo fervor y casi agonizando de dolor, e inclinando a su Hijo santísimo para que la confortase y consolase, respondió a sus peticiones y deseos, diciendo: Madre y paloma mía, hágase lo que pedís sin dilación, ordenad y mandad, como Señora y poderosa, todo lo que vuestro corazón desea.—Con este beneplácito se inflamó el afecto de María santísima en el celo de la honra de la divinidad, y con imperio de Reina mandó a todos los demonios que estaban en el templo de Diana descendiesen luego al profundo y desamparasen aquel lugar que por tantos años habían poseído. Eran muchas legiones las que allí estaban engañando al mundo con supersticiones y profanando aquellas almas, pero en un brevísimo movimiento de los ojos cayeron todos en el infierno con la fuerza de las palabras de María santísima; y fue de manera el terror con que los quebrantó, que en moviendo sus virginales labios para la primera palabra no aguardaron a oír la segunda, porque ya estaban entonces en el infierno, pareciéndoles tarda su natural presteza para alejarse de la Madre del Omnipotente.
444. No pudieron despegarse de las profundas cavernas hasta que se les dio permiso, como diré luego, para salir con el dragón grande a la batalla que tuvieron con la Reina del cielo, antes en el infierno buscaban los puestos más lejos de donde ella estaba en la tierra. Mas advierto que con estos triunfos de tal manera venció María santísima al demonio, que no podía volver al mismo puesto o jurisdicción de que le desposeía; pero como esta hidra infernal era y es tan venenosa, aunque le cortaba una cabeza le renacían otras, porque volvía a sus maldades con nuevos ingenios y arbitrios contra Dios y su Iglesia. Pero continuando esta victoria la gran Señora del mundo, con el mismo consentimiento de Cristo nuestro Salvador, mandó luego a uno de sus Santos Ángeles fuese al templo de Diana y que le arruinase todo sin dejar en él piedra sobre piedra y que salvase a solas nueve mujeres señaladas de las que allí vivían y todas las demás quedasen muertas y sepultadas en la ruina del edificio, porque eran precitas [hay predestinación a la gloria pero no hay predestinación antecedente y previa al infierno] y sus almas bajarían con los demonios, a quienes adoraban y obedecían, y serían sepultadas en el infierno antes que cometiesen más pecados.
445. El Ángel del Señor ejecutó el mandato de su Reina y Señora y en un brevísimo espacio derribó el famoso y rico templo de Diana que en muchos siglos se había edificado, y con asombro y espanto de los moradores de Efeso pareció luego destruido y arruinado. Y reservó a las nueve mujeres que le señaló María santísima, como ella se las había señalado y Cristo nuestro Señor dispuesto, porque éstas solas se convirtieron a la fe, como después diré (Cf. infra n. 461). Todas las demás perecieron en la ruina, sin quedar memoria de ellas. Y aunque los ciudadanos de Efeso hicieron inquisición del delincuente, nada pudieron rastrear en esta destrucción, como la descubrieron en el incendio del primer templo, que por ambición de la fama se manifestó el malhechor. Pero de este suceso tomó el Evangelista San Juan motivo para predicar con más esfuerzo la verdad divina y sacar a los efesinos del engaño y error en que los tenía el demonio. Luego el mismo Evangelista con la Reina del cielo dieron gracias y alabanzas al Muy Alto por este triunfo que habían ganado de Lucifer y de la idolatría.
446. Pero es necesario advertir aquí, no se equivoque el que esto leyere con lo que se refiere en el capítulo 19 de los Hechos apostólicos (Act 19, 24ss.) del templo de Diana que supone San Lucas había en Efeso, cuando San Pablo fue después de algunos años a predicar en aquella ciudad. Cuenta el Evangelista que un grande artífice de Efeso llamado Demetrio, que fabricaba imágenes de plata de la diosa Diana, conspiró a otros oficiales de su arte contra San Pablo, porque en toda Asia predicaba que no eran dioses los que eran fabricados con manos de hombres. Y con esta nueva doctrina persuadió Demetrio a sus compañeros que San Pablo no sólo les quitaría la ganancia de su arte, sino que vendría en gran vilipendio el templo de la gran Diana, tan venerado en el Asia y en todo el orbe. Con esta conspiración se turbaron los artífices, y ellos a toda la ciudad, dando voces y diciendo:
Grande es la Diana de los efesinos; y sucedió lo demás que San Lucas prosigue en aquel capítulo. Y para que se entienda no contradice a lo que dejo escrito (Cf. supra n. 445), añado que este templo, de quien habla San Lucas, fue otro menos suntuoso y más ordinario que volvieron a reedificar los efesinos después que María santísima se volvió a Jerusalén; y cuando llegó San Pablo a predicar estaba ya reedificado. Y de lo que el texto de San Lucas refiere se colige cuán entrañada estaba la idolatría y falso culto de Diana en los efesinos y en toda el Asia, así por los muchos siglos que los pasados habían vivido en aquel error, como porque la ciudad se había hecho ilustre y tan famosa en el mundo con esta veneración y templos de Diana. Y llevados los moradores de estos engaños y vanidad, les parecía no poder vivir sin su diosa y sin hacerle templos en la ciudad, como cabeza y origen de esta superstición que los demás reinos con emulación habían imitado. Tanto pudo la ignorancia de la divinidad verdadera en los gentiles, que fueron menester muchos Apóstoles y muchos años para dársela a conocer y arrancar la cizaña de la idolatría, y más entre los romanos y griegos, que se reputaban por los más sabios y políticos entre todas las naciones del mundo.
447. Destruido el templo de Diana, quedó María santísima con mayores deseos de trabajar por la exaltación del nombre de Cristo y la amplificación de la Santa Iglesia para que se lograse el triunfo que de los enemigos había ganado. Multiplicando para esto las oraciones y peticiones, sucedió un día que los Santos Ángeles, manifestándosele en forma visible, la dijeron:
Reina y Señora nuestra, el gran Dios de los ejércitos celestiales manda que os llevemos a su cielo y trono real, a donde os llama.—Respondió María santísima: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad santísima.— Y luego los Ángeles la recibieron en un trono de luz, como otras veces he dicho (Cf. supra n. 399), y la llevaron al cielo empíreo a la presencia de la santísima Trinidad. No se le manifestó en esta ocasión por visión intuitiva, sino con abstractiva. Postróse ante el soberano trono, adoró al ser inmutable de Dios con profunda humildad y reverencia. Luego el Eterno Padre la habló y dijo: Hija mía y paloma mansísima, tus inflamados deseos y clamores por la exaltación de mi santo nombre han llegado a mis oídos, y tus ruegos por la Iglesia son aceptables a mis ojos y me obligan a usar de misericordia y clemencia; y en retorno de tu amor quiero de nuevo darte mi potestad para que con ella defiendas mi honor y gloria y triunfes de mis enemigos y de su antigua soberbia, los humilles y huelles su cerviz, y con tus victorias ampares a mi Iglesia y adquieras nuevos beneficios y dones para sus hijos fieles y tus hermanos.
448. Respondió María santísima: Aquí está, Señor, la menor de las criaturas, aparejado el corazón para todo lo que fuere de Vuestro beneplácito, por la exaltación de Vuestro nombre y para Vuestra mayor gloria; hágase en mí Vuestra divina voluntad.—Añadió el Eterno Padre y dijo: Entiendan todos mis cortesanos del cielo que yo nombro a María por capitana y caudillo de todos mis ejércitos y vencedora de todos mis enemigos, para que triunfe de ellos gloriosamente.—Confirmaron esto mismo las dos personas divinas, el Hijo y el Espíritu Santo, y todos los bienaventurados con los Ángeles respondieron: Vuestra voluntad santa se haga, Señor, en los cielos y en la tierra.—Luego mandó el Señor a los dieciocho más supremos serafines que por su orden adornasen, preparasen y armasen a su Reina para la batalla contra el infernal dragón y cumplióse en esta ocasión misteriosamente lo que está escrito en el libro de la Sabiduría (Sab 5, 18): El Señor armará a la criatura para venganza de sus enemigos, y lo demás que allí se dice. Porque salieron primero los seis serafines y adornaron a María santísima con un género de lumen como un impenetrable arnés, que manifestaba a los santos la santidad y justicia de su Reina, tan invencible e impenetrable para los demonios, que se asimilaba sólo a la fortaleza del mismo Dios por un modo inefable. Y por esta maravilla dieron gracias al Omnipotente aquellos serafines y los otros santos.
449. Salieron luego otros seis de los doce serafines y obedeciendo el mandato del Señor dieron otra nueva iluminación a la gran Reina. Esto fue como un linaje de resplandor de la divinidad que le pusieron en su virginal rostro, con el cual no podían los demonios mirar a él. Y en virtud de este beneficio, aunque llegaron los enemigos a tentarla, como veremos (CF. infra n. 470), no pudieron jamás mirar a su cara tan divinizada, ni quiso consentirlo el Señor con este gran favor. Tras de éstos salieron los otros seis y últimos serafines, mandándoles el Señor que diesen armas ofensivas a la que tenía por su cuenta la defensa de la divinidad y de su honra. En cumplimiento de este orden pusieron los Ángeles en todas las potencias de María santísima otras nuevas cualidades y virtud divina que correspondía a todos los dones de que el Altísimo la había adornado. Y con este beneficio se le concedió potestad a la gran Señora para que a su voluntad pudiese impedir, detener y atajar hasta los más íntimos pensamientos y conatos de todos los demonios, porque todos quedaron sujetos a la voluntad y orden de María santísima para no poder contravenir a lo que ella mandase, y de esta potestad usa muchas veces en beneficio de los fieles y devotos suyos. Todo este adorno, y lo que significaba, confirmaron las tres divinas personas, singularmente cada una, declarando la participación que se le daba de los divinos atributos que a cada una se le apropian, para que con ellos volviese a la Iglesia y en ella triunfase de los enemigos del Señor.
450. Dieron su bendición las tres divinas personas a María santísima para despedirla, y la gran Señora las adoró con altísima reverencia. Y con esto la volvieron los Ángeles a su oratorio admirados de las obras del Altísimo. Y decían: ¿Quién es ésta que tan deificada, próspera y rica desciende al mundo de lo supremo de los cielos para defender la gloria de su nombre? ¡Qué adornada, qué hermosa viene para pelear las batallas del Señor! Oh Reina y Señora eminentísima, caminad y atended prósperamente con vuestra belleza, proceded y reinad (Sal 44, 5) sobre todas las criaturas, y todas le magnifiquen y alaben; porque tan liberal y poderoso se manifiesta en vuestros beneficios y favores. Santo, Santo, Santo es el Dios de Sabaot, de los ejércitos celestiales, y en Vos le bendecirán todas las generaciones de los hombres.—En llegando al oratorio se postró María santísima y dio humildes gracias al Omnipotente, pegada con el polvo, como solía en estos beneficios (Cf. supra n. 4, 317, 400).
451. Estuvo la prudentísima Madre confiriéndolos consigo misma por algún espacio de tiempo y previniéndose para el conflicto que la esperaba con los demonios. Y estando en esta consideración vio que salía sobre la tierra, como de lo profundo, un Dragón rojo y espantoso con siete cabezas, despidiendo por cada una humo y fuego con extremada indignación y furor, siguiéndole otros muchos demonios en la misma forma. Y fue tan horrible esta visión, que ningún otro viviente la pudiera tolerar sin perder la vida, y fue necesario que María santísima estuviera prevenida y fuera tan invencible para admitir la batalla con aquellas cruentísimas bestias infernales. Encamináronse todos a donde estaba la gran Reina y con furiosa indignación y bramidos iban amenazándola y decían: Vamos, vamos a destruir a esta enemiga nuestra, licencia tenemos del Todopoderoso para tentarla y hacerla guerra, acabemos esta vez con ella y venguemos los agravios que siempre nos ha hecho y el habernos arrojado del templo de nuestra Diana dejándolo destruido. Destruyámosla también a ella; mujer es y pura criatura, y nosotros somos espíritus sabios, astutos y poderosos; no hay que temer en criatura terrena.
452. Presentóse ante la invencible Reina todo aquel ejército de dragones infernales con su caudillo Lucifer, provocándola para la batalla. Y como el mayor veneno de esta serpiente es la soberbia, por donde introduce de ordinario otros vicios con que derriba innumerables almas, parecióle comenzar por este vicio, coloreándole conforme al estado de santidad con que imaginaba a María santísima. Para esto se transformaron el dragón y sus ministros en ángeles de luz y en esta forma se le manifestaron, pensando que no los había visto y conocido en la de demonios y dragones que les era propia y legítima. Comenzaron con alabanzas y adulaciones, diciendo: Poderosa eres, María, grande y valerosa entre las mujeres, y todo el mundo te honra y te celebra por las grandiosas virtudes que en ti conoce y por las prodigiosas maravillas que obras y ejecutas con ellas; digna eres de esta gloria, pues nadie se te iguala en santidad; nosotros lo conocemos más que todos y por eso lo confesamos y te cantamos la gala de tus hazañas.—Al mismo tiempo que Lucifer decía estas fingidas verdades, procuraba arrojar a la imaginación de la humilde Reina fieros pensamientos de soberbia y presunción. Pero en vez de inclinarla o moverla con alguna delectación o consentimiento, fueron vivas flechas de dolor que pasaron su candidísimo y verdadero corazón. No le fueran tan sensibles todos los tormentos de los mártires como estas diabólicas adulaciones. Y para confundirlas hizo también actos de humildad, aniquilándose y deshaciéndose por un modo tan admirable y poderoso, que no pudo sufrirlo el infierno ni detenerse más en su presencia, porque ordenó el Señor que Lucifer y sus ministros lo conocieran y sintieran. Huyeron todos dando formidables bramidos y diciendo: Vamos al profundo, que menos nos atormenta aquel lugar confuso que la humildad invencible de esta mujer.—Dejáronla por entonces y la prudentísima Señora dio gracias al Omnipotente por el beneficio de esta primera victoria.
Doctrina que me dio la gran Reina y Señora del cielo.
453. Hija mía, en la soberbia del demonio, cuanto es de su parte, hay un conato que él mismo conoce ser imposible. Esto es, que como sirven y obedecen a Dios los justos y los santos, le obedecieran y sirvieran a él, para ser en esto semejante al mismo Dios. Pero no es posible conseguir este afecto, porque contiene en sí una implicación y repugnancia; pues la esencia de la santidad consiste en ajustarse la criatura a la regla de la divina voluntad amando a Dios sobre todas las cosas debajo de su obediencia, y el pecado consiste en apartarse de esta regla amando otra cosa y obedeciendo al demonio. Pero la honestidad de la virtud es tan conforme a razón, que ni el mismo enemigo lo puede negar. Y por esto quisiera, si fuera posible, derribar los buenos, envidioso y rabioso de no poder servirse de ellos y ansioso de que no consiga Dios la gloria que tiene en los santos y que el mismo demonio no puede conseguir. Por esto se desvela tanto en derribar a sus pies algún cedro del Líbano levantado en santidad, y que bajen a ser esclavos suyos los que han sido siervos del Altísimo, y en esto emplea todo su estudio, sagacidad y desvelo. Y de este mismo conato le nace procurar que se le dediquen algunas virtudes morales, aunque sea sólo en el nombre, como lo hacen los hipócritas y lo hacían las vírgenes de Diana. Con esto le parece que en algún modo entra a la parte en lo que Dios ama y quiere y que le mancha y pervierte la materia de las virtudes, de que el Señor gusta para comunicar en ellas su pureza a las almas.
454. Atiende, hija mía, que son tantos los rodeos, maquinaciones y lazos que arma esta serpiente para derribar a los justos, que sin especial favor del Altísimo no pueden las almas conocerlos, y mucho menos vencerlos, ni escapar de tantas redes y traiciones. Y para alcanzar esta protección del Señor, quiere Su Majestad que la criatura de su parte no se descuide, ni se fíe de sí misma, ni descanse en pedirla y desearla, porque sin duda por sí sola nada puede y luego perecerá. Pero lo que obliga mucho a la divina clemencia es el fervor del corazón y pronta devoción en las cosas divinas, y sobre todo la perseverante humildad y obediencia, que ayudan a la estabilidad y fortaleza en resistir al enemigo. Y quiero que estés advertida, no para tu desconsuelo, sino para tu cautela y aviso, que son muy raras las buenas obras de los justos en que no derrame esta serpiente alguna parte de su veneno para inficionarlas. Porque de ordinario procura con suma sutileza mover alguna pasión o inclinación terrena, que casi ocultamente arrastra o trabuca en algo la intención de la criatura para que no obre puramente por Dios y por el fin legítimo de la virtud, y con cualquier otro afecto se vicia en todo o en parte. Y como esta cizaña está mezclada con el trigo, es dificultoso conocerla en los principios, si las almas no se desnudan de todo afecto terreno y examinan sus obras a la luz divina.
455. Muy avisada estás, hija mía, de este peligro y del desvelo que tiene contra ti el demonio, mayor que contra otras almas. No sea menos el que tú tengas contra él, no te fíes de sólo el color de la buena intención en tus obras, porque, no obstante que siempre ha de ser buena y recta, pero ni sola ella basta ni tampoco siempre la conoce la criatura. Muchas veces con el rebozo de la buena intención engaña el demonio, proponiendo al alma algún buen fin aparente o muy remoto, para introducirle algún peligro de próximo, y sucede que, cayendo luego en el peligro, nunca consigue el fin bueno que con engaño la movió. Otras veces con la buena intención no deja examinar otras circunstancias, con que la obra se hace sin prudencia y viciosamente. Otras, con alguna intención que parece buena, se solapan las inclinaciones y pasiones terrenas, que se llevan ocultamente lo más del corazón. Pues entre tantos peligros el remedio es, que examines tus obras a la luz que te infunde el Señor en lo supremo del alma, con que entenderás cómo has de apartar lo precioso de lo vil (Jer 15, 19), la mentira de la verdad, lo amargo de las pasiones de lo dulce de la razón. Con esto la divina lumbre que en ti está no tendrá parte de tinieblas, y tu ojo será sencillo y purificará todo el cuerpo de tus acciones (Mt 6, 22), y serás toda y por todo agradable a tu Señor y a mí.
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