557. He declarado, cuanto me ha sido permitido, el estado en que nuestra gran Reina y Señora quedó después del primer Concilio de los Apóstoles y de las victorias que alcanzó del Dragón infernal y sus demonios. Y aunque las obras maravillosas que hizo en estos tiempos y en todos no se pueden reducir a historia ni a breve suma, entre todas se me ha dado luz para escribir el principio que tuvieron los cuatro evangelistas y sus Evangelios y lo que obró en ellos María santísima y el cuidado con que gobernaba [como Medianera de gracias divinas y con consejos] a los Apóstoles ausentes y el modo milagroso con que lo hacía. En la segunda parte y en muchas ocasiones de esta Historia queda escrito (Cf. supra p. II n. 790, 797, 846; p. III n. 210, 214) que la divina Madre tuvo noticia de todos los misterios de la ley de gracia y de los Evangelios y Escrituras Santas que para fundarla y establecerla se escribirían en ella. En esta ciencia fue confirmada muchas veces (Cf. supra p. II n. 1524), en especial cuando subió a los cielos el día de la Ascensión con su Hijo santísimo. Y desde aquel día, sin omitir alguno, hizo particular petición postrada en tierra para que el Señor diese su divina luz a los Sagrados Apóstoles y escritores y ordenase que escribiesen cuando fuese el tiempo más oportuno.
558. Después de esto, en la ocasión que la misma Reina estuvo en el cielo y bajó de él con la Iglesia que se le entregó, como dije en el capítulo 6 de este libro (Cf. supra n. 494-495), la manifestó el Señor que ya era tiempo de comenzar a escribir los Sagrados Evangelios, para que ella lo dispusiese como Señora y Maestra de la Iglesia. Pero con su profunda humildad y discreción alcanzó del mismo Señor que esto se ejecutase por mano de San Pedro, como vicario suyo y cabeza de la Iglesia, y que le asistiese su divina luz para negocio de tanto peso. Concedióselo todo el Altísimo y cuando los Apóstoles se juntaron en aquel Concilio que refiere San Lucas (Act 15, 6) en el capítulo 15, después que resolvieron las dudas de la circuncisión, como queda dicho en el capítulo 6, propuso San Pedro a todos que era necesario escribir los misterios de la vida de Cristo nuestro Salvador y Maestro para que todos sin diferencia ni discordia los enseñasen en la Iglesia y con esta luz se desterrase la antigua ley y se plantase la nueva.
559. Este intento había comunicado San Pedro con la Madre de la sabiduría. Y habiéndole aprobado todo el Concilio, invocaron al Espíritu Santo para que señalase a quiénes de los Apóstoles y discípulos se cometería el escribir la Vida del Salvador. Luego descendió una luz del cielo sobre el Apóstol San Pedro y se oyó una voz que decía: El Pontífice y cabeza de la Iglesia señale cuatro que escriban las obras y doctrina del Salvador del mundo.—Postróse en tierra el Apóstol y siguiéronle los demás y dieron al Señor gracias por aquel favor; y levantándose todos habló San Pedro y dijo:
Mateo, nuestro carísimo hermano, dé luego principio y escriba su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y Marcos sea el segundo que también escriba el Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Lucas sea el tercero que lo estriba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y nuestro carísimo hermano Juan también sea el cuarto y último que escriba los misterios de nuestro Salvador y Maestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Este nombramiento confirmó el Señor con la misma luz divina que estuvo en San Pedro hasta que lo hizo y fue aceptado por todos los nombrados.
560. Dentro de pocos días determinó San Mateo escribir su Evangelio, que fue el primero. Y estando en oración una noche en un aposento retirado en la casa del cenáculo, pidiendo luz al Señor para dar principio a su Historia, se le apareció María santísima en un trono de gran majestad y resplandor, sin haberse abierto las puertas del aposento donde el Apóstol oraba. Y cuando vio a la Reina del cielo, se postró sobre la cara con admirable reverencia y temor. Mandóle la gran Señora que se levantase y así lo hizo pidiéndola la bendijese; luego le habló María santísima y le dijo: Mateo, siervo mío, el Todopoderoso me envía con su bendición para que con ella deis principio al Sagrado Evangelio que por buena suerte os ha tocado escribir. Para esto asistirá en voz su divino Espíritu y yo se lo pediré con todo el afecto de mi alma. Pero de mí no conviene que escribáis otra cosa fuera de lo que es forzoso para manifestar la Encarnación y misterios del Verbo humanado y plantar su fe santa en el mundo como fundamento de la Iglesia. Y asentada esta fe, vendrán otros siglos en que dará el Altísimo noticia a los fieles de los misterios y favores que su brazo poderoso obró conmigo, cuando sea necesario manifestarlos.—Ofreció San Mateo obedecer a este mandato de la Reina y consultando con ella el orden de su Evangelio descendió sobre él el Espíritu Santo en forma visible y en presencia de la misma Señora comenzó a escribirle como en él se contiene. Desapareció María santísima y San Mateo prosiguió la Historia, aunque la acabó después en Judea, y la escribió en lengua hebrea el año del Señor de cuarenta y dos.
561. El Evangelista San Marcos escribió su Evangelio cuatro años después, que fue el de cuarenta y seis del nacimiento de Cristo, y también lo escribió en hebreo, y en Palestina. Y para comenzar a escribir pidió al Ángel de su guarda diese noticia a la Reina del cielo de su intento y la pidiese su favor y que le alcanzase la divina luz de lo que había de escribir. Hizo la piadosa Madre esta petición y luego mandó el Señor a los Ángeles que la llevasen, con la majestad y orden que solían, a la presencia del Evangelista que perseveraba en su oración. Aparecióle la gran Reina del Cielo en un trono de grande hermosura y refulgencia y postrándose el Evangelista ante el trono dijo: Madre del Salvador del mundo y Señora de todo lo criado, indigno soy de este favor, aunque siervo de Vuestro Hijo santísimo y también lo soy Vuestro.—Respondió la divina Madre: El Altísimo, a quien servís y amáis, me envía para que os asegure que oye vuestras peticiones y su divino Espíritu os gobernará para escribir el Evangelio que os ha mandado.—Y luego le ordenó que no escribiese los misterios que tocaban a ella, como lo hizo a San Mateo. Y al punto descendió en forma visible de grandiosa refulgencia el Espíritu Santo, bañando exteriormente al Evangelista y llenándole de nueva luz interior, y en presencia de la misma Reina dio principio a su Evangelio. Tenía la Princesa del cielo en esta ocasión sesenta y un años de edad. San Jerónimo dice que San Marcos escribió en Roma su breve Evangelio a instancia de los fieles que allí estaban, pero advierto que éste fue traslado o copia del que había escrito en Palestina, y porque no le tenían en Roma los cristianos, ni tampoco tenían otro, le volvió a escribir en lengua latina, que era la romana.
562. Dos años después, que fue el cuarenta y ocho, y de la Virgen el sesenta y tres, escribió San Lucas en lengua griega su Evangelio. Y para comenzarle a escribir, se le apareció María como a los otros dos Evangelistas. Y habiendo conferido con la divina Madre que, para manifestar los misterios de la Encarnación y vida de su Hijo santísimo, era necesario declarar el modo y orden de la concepción del Verbo humanado y otras cosas que tocaban a la verdad de ser Su Alteza Madre natural de Cristo, por esto se alargó San Lucas más que los otros Evangelistas en lo que escribió de María santísima, reservando los secretos y maravillas que le tocaban por ser Madre de Dios, como ella misma se lo ordenó al Evangelista. Y luego descendió sobre él el Espíritu Santo y en presencia de la gran Reina comenzó su Evangelio, como Su Majestad principalmente le informó. Quedó San Lucas devotísimo de esta Señora y jamás se le borraron del interior las especies o imagen que le quedó impresa de haber visto a esta dulcísima Madre en el trono y majestad con que se le apareció en esta ocasión, con que la tuvo presente por toda su vida. Estaba San Lucas en Acaya, cuando le sucedió este aparecimiento y escribió su Evangelio.
563. El último de los Cuatro Evangelistas que escribió su Evangelio fue el Apóstol San Juan en el año del Señor de cincuenta y ocho. Y escribióle en lengua griega estando en el Asia Menor [Anatólia – Turquía], después del glorioso Tránsito y Asunción de María santísima, contra los errores y herejías que luego comenzó a sembrar el demonio, como arriba dije (Cf. supra n. 522), que principalmente fueron para destruir la fe de la Encarnación del Verbo divino, porque, como este misterio había humillado y vencido a Lucifer, pretendió luego hacer la batería de las herejías contra él. Y por esta causa el Evangelista San Juan escribió tan altamente y con más argumentos para probar la divinidad real y verdadera de Cristo nuestro Salvador, adelantándose en esto a los otros Evangelistas.
564. Y para dar principio a su Evangelio, aunque María santísima estaba ya gloriosa en los cielos, descendió de ellos personalmente con inefable majestad y gloria, acompañada de millares de Ángeles de todas las jerarquías y coros y se le apareció a San Juan y le dijo: Juan, hijo mío y siervo del Altísimo, ahora es tiempo oportuno que escribáis la vida y misterios de mi Hijo santísimo, y deis muy expresa noticia de su divinidad al mundo, para que le conozcan todos los mortales por Hijo del Eterno Padre y verdadero Dios como verdadero Hombre. Pero los misterios y secretos que de mí habéis conocido, no es tiempo de que los escribáis ahora ni los manifestéis al mundo, tan acostumbrado a idolatría, porque no los conturbe Lucifer a los que han de recibir ahora la santa fe de su Redentor y de la Beatísima Trinidad. Para todo asistirá en vos el Espíritu Santo y en mi presencia quiero que comencéis a escribir.— El Evangelista veneró [con hiperdulía] a la gran Reina del cielo, y fue lleno del Espíritu divino como los demás. Y luego dio principio a su Evangelio, quedando favorecido de la piadosa Madre, y pidiéndola su bendición y amparo, se la dio y ofreció ella para todo lo restante de la vida del Apóstol, con que se volvió a la diestra de su Hijo santísimo. Este fue el principio que tuvieron los Sagrados Evangelios por medio e intervención de María santísima, para que todos estos beneficios reconozca la Iglesia haberlos recibido por su mano. Y para continuar esta Historia ha sido necesario anticipar la relación de los Evangelistas.
565. Pero en el estado que la gran Señora tenía después del Concilio de los Apóstoles, así como vivía más elevada de la ciencia y vista abstractiva de la divinidad, así también se adelantó en el cuidado y solicitud de la Iglesia, que cada día iba creciendo en todo el orbe. Especialmente atendía, como verdadera Madre y Maestra, a todos los Apóstoles, que eran como parte de su corazón donde los tenía escritos. Y porque luego que celebraron aquel Concilio se alejaron de Jerusalén, quedando allí solos San Juan Evangelista y Santiago [Jacobo] el Menor, con esta ausencia les tuvo la piadosa Madre una natural compasión de los trabajos y penalidades que padecían en la predicación. Mirábalos con esta compasión en sus peregrinaciones, y con suma veneración por la santidad y dignidad que tenían como Sacerdotes, Apóstoles de su Hijo santísimo, fundadores de su Iglesia, predicadores de su doctrina y elegidos por la divina Sabiduría para tan altos ministerios de la gloria del Altísimo. Y verdaderamente fue como necesario que, para atender y cuidar de tantas cosas en toda la esfera de la Santa Iglesia, levantase Dios a la gran Señora y Maestra al estado que tenía, porque en otro más inferior no pudiera tan convenientemente y acomodadamente encerrar en su pecho tantos cuidados y gozar de la tranquilidad, paz y sosiego interior que tenía.
566. Y a más de la noticia que la gran Reina tenía en Dios del estado de la Iglesia, encargó de nuevo a sus Ángeles que cuidasen de todos los Apóstoles y discípulos que predicaban y que acudiesen con presteza a socorrerlos y consolarlos en sus tribulaciones; pues todo lo podían hacer con la actividad de su naturaleza y nada les embarazaba para ver juntamente y gozar de la cara de Dios, y la importancia de fundar la Iglesia era tan grande y ellos debían ayudar a ella como ministros del Altísimo y obras de su mano. Ordenóles también que le diesen aviso de todo lo que hacían los Apóstoles y singularmente cuando tuviesen necesidad de vestiduras, porque de esto quiso cuidar la vigilante Madre para que anduvieran vestidos uniformemente, como lo hizo cuando los despidió de Jerusalén, de que hablé en su lugar (Cf. supra n. 237). Y con esta prudentísima atención, todo el tiempo que vivió la gran Señora tuvo cuidado que los apóstoles no anduviesen vestidos con diferencia alguna en el hábito exterior, pero todos vistiesen una forma y color de vestido semejante al que tuvo su Hijo santísimo. Y para esto les hilaba y tejía las túnicas por sus manos, ayudándola en esto los Ángeles, por cuyo ministerio se las remitía a donde los Apóstoles estaban, y todas eran semejantes a las de Cristo nuestro Señor, cuya doctrina y vida santísima quiso la gran Madre que predicasen también los Apóstoles con el hábito exterior. En lo demás necesario para la comida y sustento los dejó a la mendicación y al trabajo de sus manos y limosnas que les ofrecían.
567. Por el mismo ministerio de los Ángeles y orden de su gran Reina fueron socorridos los Apóstoles muchas veces en sus peregrinaciones y en las tribulaciones y aprietos que padecían por la persecución de los gentiles y judíos y de los demonios que los irritaban contra los predicadores del Evangelio. Visitábanlos muchas veces visiblemente, hablándoles y consolándolos de parte de María santísima. Otras veces lo hacían interiormente sin manifestarse; otras los sacaban de las cárceles; otras les daban avisos de los peligros y asechanzas; otras los encaminaban por los caminos y los llevaban de unos lugares a otros a donde convenía que predicasen, y les informaban de lo que debían hacer, conforme a los tiempos, lugares y naciones. Y de todo esto daban aviso los mismos Ángeles a la divina Señora, que sola ella cuidaba de todos y trabajaba en todos y más que todos. Y no es posible referir los cuidados, diligencias y solicitud de esta piadosísima Madre en particular, porque no pasaba día ni noche alguna en que no obrase muchas maravillas en beneficio de los Apóstoles y de la Iglesia. Y sobre todo les escribía muchas veces con divinas advertencias y doctrina con que los animaba, exhortaba y llenaba de nueva consolación y esfuerzo.
568. Pero lo que más admira es que, no sólo los visitaba por medio de los Santos Ángeles y por cartas, mas algunas veces se les aparecía ella misma cuando la invocaban o estaban en alguna gran tribulación y necesidad. Y aunque todo esto sucedió con muchos de los Apóstoles, fuera de los Evangelistas de que ya he dicho (Cf. supra n.560ss.), sólo haré aquí relación de los aparecimientos que hizo con San Pedro, que como cabeza de la Iglesia tuvo mayor necesidad de la asistencia y consejos de María santísima. Por esta causa le remitía ella más de ordinario los Ángeles, y el Santo remitía a ella los que tenía como Pontífice de la Iglesia, y la escribía y comunicaba más que los otros Apóstoles. Luego después del Concilio de Jerusalén caminó San Pedro al Asia Menor [Anatólia – Turquía] y paró en Antioquía, donde puso la primera vez la Silla Pontifical. Y para vencer las dificultades que sobre esto se le ofrecieron, se halló el vicario de Cristo con algún aprieto y aflicción de que María santísima tuvo conocimiento y él tuvo necesidad del favor de la gran Señora. Y para dársele como convenía a la importancia de aquel negocio la llevaran los Ángeles a la presencia de San Pedro en un trono de majestad, como otras veces he dicho (Cf. supra n. 193, 399). Apareció al Apóstol, que estaba en oración, y cuando la vio tan refulgente se postró en tierra con los ordinarios fervores que acostumbraba, y hablando con la gran Señora la dijo bañado en lágrimas: ¿De dónde a mí pecador que la Madre de mi Redentor y Señor venga a donde yo estoy?—La gran Maestra de los humildes descendió del trono que estaba y templándose sus resplandores se hincó de rodillas y pidió la bendición al Pontífice de la Iglesia. Y sólo con él hizo esta acción que con ninguno de los Apóstoles había hecho cuando les aparecía; aunque fuera de los aparecimientos, cuando les hablaba naturalmente, les pedía la bendición de rodillas.
569. Pero como San Pedro era vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia procedió con él diferentemente y descendió del trono de majestad en que iba la gran Reina y le respetó como viadora y que vivía en la misma Iglesia en carne mortal. Y hablando luego familiarmente con el Santo Apóstol, trataron los negocios arduos que convenía resolver. Y uno de ellos, fue que desde entonces se comenzasen a celebrar en la Iglesia algunas festividades del Señor. Y con esto volvieron los Ángeles a María santísima desde Antioquía a Jerusalén. Y después que San Pedro pasó a Roma para trasladar allí la Silla Apostólica, como lo había ordenado nuestro Salvador, se le apareció otra vez al mismo Apóstol. Y allí determinaron que en la Iglesia romana mandase celebrar la fiesta del Nacimiento de su Hijo santísimo y la Pasión e Institución del Santísimo Sacramento todo junto, como lo hace la Iglesia el Jueves Santo. Y después de muchos años se ordenó en ella la festividad del Corpus, señalándose día sólo el jueves primero después de la octava de Pentecostés, como ahora lo celebramos. Pero la primera del Jueves Santo mandó San Pedro, y también la fiesta de la Resurrección y los Domingos y la Ascensión, con las Pascuas y otras costumbres que tiene la Iglesia Romana desde aquel tiempo hasta ahora, y todas fueron con orden y consejo de María santísima. Después de esto vino San Pedro a España y visitó algunas Iglesias fundadas por Jacobo [Santiago el Mayor] y volvió a Roma dejando fundadas otras.
570. En otra ocasión, antes y más cerca del glorioso tránsito . de la divina Madre, estando también San Pedro en Roma, se movió una alteración contra los cristianos, en que todos y San Pedro con ellos se hallaron muy apretados y afligidos. Acordábase el Apóstol de los favores que en sus tribulaciones había recibido de la gran Reina del mundo y en la que entonces se hallaba echaba menos su consejo y el aliento que con él recibía. Pidió a los Ángeles de su guarda y de su oficio manifestasen su trabajo y necesidad a la Beatísima Madre, para que le favoreciese en aquella ocasión con su eficaz intercesión con su Hijo santísimo, pero Su Majestad, que conocía el fervor y humildad de su vicario San Pedro, no quiso frustrarle sus deseos. Para esto mandó a los Santos Ángeles del Apóstol que le llevasen a Jerusalén, a donde estaba María santísima. Luego ejecutaron este mandato y llevaron los Ángeles a San Pedro al Cenáculo y presencia de su Reina y Señora. Con este singular beneficio crecieron los fervorosos afectos del Apóstol y se postró en tierra en presencia de María santísima lleno de gozo y lágrimas de ver cumplido lo que en su corazón había deseado. Mandóle la gran Señora que se levantase y ella se postró y dijo: Señor mío, dad la bendición a vuestra sierva como Vicario de Cristo, mi Señor y mi Hijo santísimo. Obedeció San Pedro y la dio su bendición y luego dieron gracias por el beneficio que le había hecho el Omnipotente en concederle lo que deseaba y, aunque la humilde Maestra de las virtudes no ignoraba la tribulación de San Pedro y de los fieles de Roma, le oyó que se la contase como había sucedido.
571. Respondióle María santísima todo lo que en ella convenía saber y hacer, para sosegar aquel alboroto y pacificar la Iglesia de Roma. Y habló con tal sabiduría a San Pedro que, si bien él tenía altísimo concepto de la prudentísima Madre, como en esta ocasión la conoció con nueva experiencia y luz, quedó fuera de sí de admiración y júbilo y la dio humildes gracias por aquel nuevo favor; y dejándole informado de muchas advertencias para fundar la Iglesia de Roma, le pidió la bendición otra vez y le despidió. Los Ángeles volvieron a San Pedro a Roma y María santísima quedó postrada en tierra en la forma de cruz que acostumbraba, pidiendo al Señor sosegase aquella persecución. Y así lo alcanzó, porque en volviendo San Pedro halló las cosas en mejor estado y luego los cónsules dieron permiso a los profesores de la Ley de Cristo para que libremente la guardasen. Con estas maravillas que he referido se entenderá algo de las que hacía María santísima en el gobierno de los Apóstoles y de la Iglesia, porque si todas se hubieran de escribir fueran menester más volúmenes de libros que aquí escribo yo líneas. Y así me excuso de alargarme más en esto, para decir en lo restante de esta Historia los inauditos y admirables beneficios que hizo Cristo nuestro Redentor con la divina Madre en los últimos años de su vida; aunque confieso, por lo que he entendido, no diré más que algún indicio, para que la piedad cristiana tenga motivos de discurrir y alabar al Omnipotente, autor de tan venerables sacramentos.
Doctrina que me dio la Reina de los ángeles.
572. Hija mía carísima, en otras ocasiones te he manifestado una querella que tengo, entre las demás, contra los hijos de la Santa Iglesia, y en especial contra las mujeres, en quienes la culpa es mayor y para mí más aborrecible, por lo que se opone a lo que yo hice viviendo en carne mortal; y quiero repetírtela en este capítulo, para que tú me imites, y te alejes de lo que hacen otras mujeres estultas hijas de Belial. Esto es, que tratan a los Sacerdotes del Altísimo sin reverencia, estimación ni respeto. Esta culpa crece cada día más en la Iglesia y por eso renuevo yo este aviso que otras veces dejas escrito. Dime, hija mía, ¿en qué juicio cabe que los Sacerdotes ungidos del Señor, consagrados y elegidos para santificar al mundo y para representar a Cristo y consagrar su cuerpo y sangre, éstos sirvan a unas mujeres viles, inmundas y terrenas? ¿Que ellos estén en pie y descubiertos y hagan reverencia a una mujer soberbia y miserable, sólo porque ella es rica y él es pobre? Pregunto yo, ¿si el Sacerdote pobre tiene menor dignidad que el rico? ¿O si las riquezas dan mayor o igual dignidad, potestad y excelencia que la da mi Hijo santísimo a sus Sacerdotes y ministros? Los Ángeles no reverencian a los ricos por su hacienda, pero respetan a los Sacerdotes por su altísima dignidad. Pues ¿cómo se admite este abuso y perversidad en la Iglesia, que los Cristos del Señor sean ultrajados y despreciados de los mismos fieles, que los conocen y confiesan por santificados del mismo Cristo?
573. Verdad es que son muy culpados y reprensibles los mismos Sacerdotes en sujetarse con desprecio de su dignidad al servicio de otros hombres y mucho más de mujeres. Pero si los Sacerdotes tienen alguna disculpa en su pobreza, no la tienen en su soberbia los ricos, que por hallar pobres a los Sacerdotes los obligan a ser siervos, cuando en hecho de verdad son señores. Esta monstruosidad es de grande horror para los Santos y muy desagradable para mis ojos, por la veneración que tuve a los Sacerdotes. Grande era mi dignidad de Madre del mismo Dios y me postraba a sus pies y muchas veces besaba el suelo donde ellos pisaban y lo tenía por grande dicha. Pero la ceguedad del mundo ha oscurecido la dignidad sacerdotal, confundiendo lo precioso con lo vil (Jer 15, 19), y ha hecho que en las leyes y desórdenes el Sacerdote sea como el pueblo (Is 24, 2), y de unos y otros se dejan servir sin diferencia; y el mismo ministro que ahora está en el altar ofreciendo al Altísimo el Tremendo Sacrificio de su agrado cuerpo y sangre, ese mismo sale luego de allí a servir y acompañar como siervo hasta a las mujeres, que por naturaleza y condición son tan inferiores y tal vez más indignas en sus pecados.
574. Quiero, pues, hija mía, que tú procures recompensar esta falta y abuso de los hijos de la Iglesia en cuanto fuere posible. Y te hago saber que para esto desde el trono de la gloria que tengo en el cielo miro con veneración y respeto a los Sacerdotes que están en la tierra. Tú los has de mirar siempre con tanta reverencia como cuando están en el Altar o con el Santísimo Sacramento en sus manos o en su pecho; y hasta los ornamentos y cualquiera vestidura de los Sacerdotes has de tener en gran veneración, y con esta reverencia hice yo las túnicas para los Apóstoles. A más de las razones que has escrito y entendido de los Sagrados Evangelios y todas las Escrituras divinas, conocerás la estimación en que las debes tener por lo que en sí encierran y contienen y por el modo con que ordenó el Altísimo que los Evangelistas los escribiesen, y en ellos y en los demás asistió el Espíritu Santo para que la Santa Iglesia quedase rica y próspera con la abundancia de la doctrina, de ciencia y luz de los misterios del Señor y de sus obras. Al Pontífice Romano has de tener suma obediencia y veneración sobre todos los hombres y cuando le oyeres nombrar le harás reverencia inclinando la cabeza, como cuando oyes el nombre de mi Hijo y el mío, porque en la tierra está en lugar de Cristo, y yo cuando vivía en el mundo y nombraban a San Pedro le hacía reverencia. En todo esto te quiero advertida, perfecta imitadora y seguidora de mis pasos, para que practiques mi doctrina y halles gracia en los ojos del Altísimo, a quien todas estas obras obligan mucho y ninguna es pequeña en su presencia si por su amor se hiciere.
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