Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions La embajada del Altísimo que tuvo María santísima por el Arcángel San Gabriel de que la restaban tres años de vida y lo que sucedió con este aviso del cielo a San Juan Evangelista y a todas las criaturas de la naturaleza.

INDICE   Libro  8   Capítulo  17    Versos:  696-712


696. Para decir lo que me resta de los últimos años de la vida de nuestra única y divina fénix María santísima, justo es que el corazón y los ojos administren el licor con que deseo escribir tan dulces, tan tiernas como sensibles maravillas. Quisiera prevenir a los devotos corazones de los fieles que no las lean y consideren como pasadas y ausentes, pues la virtud poderosa de la fe hace presentes las verdades, y si de cerca las miramos con la debida piedad y devoción cristiana, sin duda cogeremos el fruto suavísimo, sentiremos los efectos y gozará nuestro corazón del bien que no alcanzaron nuestros ojos.
697. Llegó María santísima a la edad de sesenta y siete años sin haber interrumpido la carrera y detenido el vuelo, ni mitigado el incendio de su amor y merecimiento desde el primer instante de su Inmaculada Concepción, pero habiendo crecido todo esto en todos los momentos de su vida. Los inefables dones, beneficios y favores del Señor la tenían toda deificada y espiritualizada; los afectos, los ardores y deseos de su castísimo corazón no la dejaban descansar fuera del centro de su amor; las prisiones de la carne la eran violentas; la inclinación y peso de la misma divinidad, para unirla consigo con eterno y estrecho lazo, estaba, a nuestro modo de entender, en lo sumo de la potencia; y la misma tierra, indigna por los pecados de los mortales de tener en sí al tesoro de los cielos, no podía ya conservarle más sin restituirle a su verdadero dueño. El Eterno Padre deseaba a su única y verdadera Hija, el Hijo a su amada y dilectísima Madre y el Espíritu Santo deseaba los abrazos de su hermosísima Esposa; los Ángeles codiciaban la vista de su Reina, los Santos de su gran Señora y todos los cielos con voces mudas pedían a su moradora y Emperatriz que los llenase de gloria, de su belleza y alegría. Sólo alegaban en favor del mundo y de la Iglesia la necesidad que tenía de tal Madre y Maestra y la caridad con que amaba el mismo Dios a los míseros hijos de Adán.
698. Pero como era inexcusable que llegase el plazo y término de la carrera mortal de nuestra Reina, confirióse, a nuestro entender, en el divino consistorio el orden de glorificar a la beatísima Madre y se pesó el amor que a ella sola se le debía, habiendo satisfecho a la misericordia con los hombres copiosamente en los muchos años que la había tenido la Iglesia por Fundadora y Maestra. Determinó el Altísimo entretenerla y consolarla, dándole aviso cierto de lo que le restaba de vida, para que, asegurada del día y de la hora tan deseada para ella, esperase alegre el término de su destierro. Para esto despachó la Beatísima Trinidad al Santo Arcángel Gabriel con otros muchos cortesanos de las jerarquías celestiales que evangelizasen a su Reina cuándo y cómo se cumpliría el plazo de su vida mortal y pasaría a la eterna.
699. Bajó el Santo Príncipe con los demás al oratorio de la gran Señora en el Cenáculo de Jerusalén, donde la hallaron postrada en tierra en forma de cruz, pidiendo misericordia por los pecadores. Pero con la música y presencia de los Santos Ángeles se puso de rodillas para oír y ver al embajador del cielo y a sus compañeros, que todos con vestiduras blancas y refulgentes la rodearon con admirable agrado y reverencia. Venían todos con coronas y palmas en las manos, cada una diferente, pero todos representaban con inestimable precio y hermosura diversos premios y glorias de su gran Reina y Señora. Saludóla el Santo Ángel con la salutación del Ave María y prosiguiendo dijo: Emperatriz y Señora nuestra, el Omnipotente y Santo de los santos nos envía desde su corte para que de parte suya os evangelicemos el término felicísimo de vuestra peregrinación y destierro de la vida mortal. Ya, Señora, llegará presto el día y la hora tan deseada, en que por medio de la muerte natural recibiréis la posesión eterna de la inmortal vida que os espera en la diestra y gloria de vuestro Hijo santísimo y nuestro Dios. Tres años puntuales restan desde hoy para que seáis levantada y recibida en el gozo interminable del Señor, donde todos sus moradores os esperan, codiciando vuestra presencia.
700. Oyó María santísima esta embajada con inefable júbilo de su purísimo y ardentísimo espíritu y postrándose de nuevo en tierra respondió también como en la Encarnación del Verbo: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1, 38); aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según vuestra palabra.—Pidió luego a los Santos Ángeles y ministros del Altísimo la ayudasen a dar gracias por aquel beneficio y nuevas de tanto gozo para Su Alteza. Comenzó la gran Madre y respondieron los serafines y ángeles, alternando los versos de este cántico por espacio de dos horas continuas. Y aunque por su naturaleza y dones sobrenaturales son tan prestos, sabios y elegantes los espíritus angélicos, con todo eso la divina Madre los excedía en todo a todos como Reina y Señora a sus vasallos; porque en ella abundaba la sabiduría y gracia como en Maestra y en ellos como discípulos. Acabado este cántico y humillándose de nuevo encargó a los espíritus soberanos rogasen al Señor la preparase para pasar de la vida mortal a la eterna y de su parte pidiesen lo mismo a los demás ángeles y santos del cielo. Ofreciéronla que en todo la obedecerían, y con esto se despidió San Gabriel Arcángel y se volvió al empíreo con toda su compañía.
701. La gran Reina y Señora de todo el universo quedó sola en su oratorio y entre lágrimas de humildad y júbilo se postró en tierra y hablando con ella y abrazándola como a común madre de todos, dijo estas palabras:
Tierra, yo te doy las gracias que te debo, porque sin merecerlo me has sustentado sesenta y siete años. Tú eres criatura del Altísimo y por su voluntad me has conservado hasta ahora. Yo te ruego que me ayudes en lo que me resta de ser tu moradora, para que así como de ti y en ti fui criada, de ti y por ti llegue al fin deseado de la vista de mi Hacedor.—Convirtióse también a otras criaturas y hablando con ellas dijo: Cielos, planetas, astros y elementos fabricados por la mano poderosa de mi Amado, testigos fieles y predicadores de su grandeza y hermosura, también os agradezco lo que vosotros y vuestras criaturas habéis obrado con vuestras influencias y virtud en la conservación de mi vida; ayudadme, pues, de nuevo desde hoy, que yo la mejoraré con el favor divino en el plazo que falta a mi carrera, para ser agradecida a mi Criador y vuestro.
702. El día que sucedió esta embajada, conforme a las palabras del Arcángel, sería el mes de agosto, el que correspondía tres años antes del glorioso tránsito de María santísima, de que hablaré adelante (Cf. infra n. 742). Pero desde aquella hora que recibió este aviso, de tal manera se inflamó de nuevo en la llama del amor divino y multiplicó con más prolijidad todos los ejercicios, como si tuviera que restaurar algo que por negligencia o menos fervor hubiera omitido hasta aquel día. El caminante apresura el paso cuando se le acaba el día y le falta mucha parte del camino; el trabajador y mercenario acrecientan las fuerzas y el conato cuando llega la tarde y no se acaba la tarea. Pero nuestra gran Reina, no por el temor de la noche ni por el riesgo de la jornada, sino por el amor y deseos de la eterna luz, apresuraba el paso de sus heroicas obras, no para llegar antes, sino para entrar más rica y próspera en el perdurable gozo del Señor. Escribió luego a todos los Apóstoles y discípulos que andaban predicando para animarlos de nuevo en la conversión del mundo y repitió más veces esta diligencia en aquellos tres últimos años. Con los demás fieles que tenía presentes hizo mayores demostraciones, exhortándolos y confirmándolos en la fe. Y aunque de todos guardaba su secreto, pero las obras eran como de quien ya comenzaba a despedirse y deseaba dejarlos a todos ricos y prósperos y llenos de beneficios celestiales.
703. Con el Evangelista San Juan corrían diferentes razones que con los demás, porque le tenía por hijo y la asistía y servía singularmente entre todos. Por esto le pareció a la gran Señora darle noticia del aviso que tenía de su muerte y pasados algunos días le habló, pidiéndole primero la bendición y licencia, y con ella le dijo: Ya sabéis, hijo mío y mi señor, que entre las criaturas del Altísimo yo soy la más deudora y obligada al rendimiento de su divina voluntad; y si todo lo criado pende de ella, en mí se ha de cumplir enteramente su beneplácito por tiempos y eternidad; y Vos, hijo mío, debéis ayudarme en esto, como quien conoce los títulos con que soy toda de mi Dios y Señor. Su dignación y misericordia infinita me han manifestado que se llegará presto el término de mi vida mortal para pasar a la eterna, y del día que recibí este aviso me restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en este breve tiempo para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo recibidos. Orad por mí, como de lo íntimo de mi alma os lo suplico.
704. Estas razones de la Beatísima Madre dividieron el corazón amoroso de San Juan Evangelista y, sin que pudiese contener el dolor y lágrimas, la respondió:
Madre y Señora mía, a la voluntad del Altísimo y la Vuestra estoy rendido para obedecer en lo que me mandáis, aunque mis méritos no llegan a mi obligación y deseos. Pero Vos, Señora y Madre piadosísima, amparad a este pobre hijo Vuestro que se ha de ver solo y huérfano sin vuestra deseable compañía.—No pudo San Juan Evangelista añadir más razones, oprimido de los sollozos y lágrimas que le causaba su dolor. Y aunque la dulcísima Reina le animó y consoló con suaves y eficaces razones, con todo eso desde aquel día quedó el Santo Apóstol penetrado el corazón con una flecha de dolor y tristeza que le debilitaba y volvía macilento; como sucede a las flores que vivifica el sol y se les ausenta y esconde, que habiéndole seguido y acompañado en su carrera, a la tarde se desmayan y entristecen porque le pierden de vista. En este desconsuelo fueron piadosas las promesas de la beatísima Madre, para que San Juan Evangelista no desfalleciese en la vida, asegurando que ella sería la Madre y Abogada con su Hijo santísimo. Dio cuenta de este suceso el Evangelista a Santiago [Jacobo] el Menor, que como Obispo de Jerusalén asistía con él al servicio de la Emperatriz del mundo —como San Pedro lo había ordenado y dije en su lugar (Cf. supra n. 230)— y los dos Apóstoles quedaron prevenidos desde entonces y acompañaron con más frecuencia a su Reina y Señora, especialmente el Evangelista, que no se podía alejar de su presencia.
705. Y corriendo el curso de estos tres últimos años de la vida de nuestra Reina y Señora, ordenó el poder divino con una oculta y suave fuerza que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo criado. Los Sagrados Apóstoles, aunque estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que les llevaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra y amparo, porque ya les dictaba la divina y oculta luz que no se podía dilatar mucho este plazo inevitable. Los otros fieles moradores de Jerusalén y vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que su tesoro y alegría no sería para largo tiempo. Los cielos, astros y planetas perdieron mucho de su hermosura y alegría, como lo pierde el día cuando se acerca la noche. Las aves del cielo hicieron singular demostración de tristeza en los dos últimos años, porque gran multitud de ellas acudían de ordinario donde estaba María santísima y, rodeando su oratorio con extraordinarios vuelos y meneos, formaban en lugar de cánticos diversas voces tristes, como quien se lamentaba y gemía con dolor, hasta que la misma Señora las mandaba que alabasen a su Criador con sus cánticos naturales y sonoros; y de esta maravilla fue testigo muchas veces San Juan Evangelista, que las acompañaba en sus lamentos. Y pocos días antes del tránsito de la divina Madre concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y picos por el suelo y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien dolorosamente se despedía para siempre, y la pedían su última bendición.
706. Y no solas las aves del aire hicieron este llanto, sino hasta los animales brutos de la tierra las acompañaron en él. Porque saliendo la gran Reina del cielo un día a visitar los Sagrados Lugares de nuestra Redención, como lo acostumbraba, llegando al monte Calvario la rodearon muchas fieras silvestres que de diversos montes habían venido a esperarla, y unas postrándose en tierra, otras humillando las cervices y todas formando tristes gemidos, estuvieron algunas horas manifestándola el dolor que sentían de que se ausentaba de la tierra donde vivían la que reconocían por Señora y honra de todo el universo. Y la mayor maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las criaturas fue que, por seis meses antes de la muerte de María santísima, el sol, luna y estrellas dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los mortales y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió en la muerte del Redentor del mundo. Y aunque muchos hombres sabios y advertidos notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestes, todos ignoraban la causa y sólo pudieron admirarse. Pero los Apóstoles y discípulos que, como diré adelante (Cf. infra n. 735), asistieron a su dulcísima y feliz muerte, conocieron entonces el sentimiento de toda la naturaleza insensible, que dignamente anticipó su llanto, cuando la naturaleza humana y capaz de razón no supo llorar la pérdida de su Reina, de su legítima Señora y su verdadera hermosura y gloria. En las demás criaturas parece se cumplió la profecía de San Zacarías (Zac 12, 10-12): que en aquel día lloraría la tierra y las familias de la casa de Dios, una por una, cada cual por su parte, y sería este llanto como el que sucedió en la muerte del Primogénito, sobre quien todos suelen llorar. Y esto que dijo el Profeta del Unigénito del Eterno Padre y primogénito de María santísima, Cristo Jesús nuestro Salvador, también se debía a la muerte de su Madre purísima respectivamente, como Primogénita y Madre de la gracia y de la vida. Y como los vasallos fieles y siervos reconocidos, no sólo en la muerte de su príncipe y su reina se visten de luto, pero en su peligro se entristecen anticipando el dolor a la pérdida, así las criaturas irracionales se adelantaron en el sentimiento y señales de tristeza cuando se acercaba el tránsito de María santísima.
707. Sólo el Evangelista las acompañaba en este dolor y fue el primero y el que solo sintió sobre todos los demás esta pérdida, sin poderlo disimular ni ocultar de las personas que más familiarmente le trataban en la casa del Cenáculo. Algunas de aquella familia, especialmente dos doncellas, hijas del dueño de la casa, que asistían mucho a la Reina del mundo y la servían; estas personas y algunas otras muy devotas advirtieron en la tristeza del Apóstol San Juan y repetidas veces llegaron a verle derramar muchas lágrimas. Y como conocían la igualdad tan apacible y continua del Santo, les pareció que aquella novedad suponía algún suceso de mucho cuidado, y con piadoso deseo llegaron algunas veces a preguntarle con instancia la causa de su nueva tristeza, para servirle en lo que fuera posible. El Santo Apóstol disimulaba su dolor y ocultó muchos días la causa de él, pero, no sin dispensación divina, con las importunaciones de sus devotos les manifestó que se acercaba el dichoso tránsito de su Madre y Señora; con este título nombraba el Evangelista en ausencia a María santísima.
708. Por este medio se comenzó a divulgar y llorar, algún tiempo antes que sucediese, este trabajo que amenazaba a la Iglesia entre algunos más familiares de la gran Reina, porque ninguno de los que llegaron a entenderlo se pudo contener en sus lágrimas y tristeza tan irreparable. Y desde entonces frecuentaban mucho más la asistencia y visitas de María santísima, arrojándose a sus pies, besando el suelo donde hollaban sus sagradas plantas; pidiéndola los bendijese y llevase tras de sí y no los olvidase en la gloria del Señor, a donde consigo se llevaba todos los corazones de sus siervos. Fue gran misericordia y providencia del Señor, que muchos fieles de la primitiva Iglesia tuviesen esta noticia tan anticipada de la muerte de su Reina; porque no envía trabajos ni males al pueblo que primero no los manifieste a sus siervos, como lo aseguró por su Profeta San Amós [Día 31 de marzo: Thécuae, in Palaestína, sancti Amos Prophétae, qui ab Amasia Sacerdóte frequénter plagis afflictus est, atque ab hujus filio Ozía vecte per témpora transfíxus; et postea, semivívus in pátriam devéctus, ibídem exspirávit, sepultúsque est cum pátribus suis.] (Am 3, 7). Y aunque esta tribulación era inexcusable para los fieles de aquel siglo, pero ordenó la divina clemencia que en cuanto era posible recompensase la primitiva Iglesia esta pérdida de su Madre y Maestra, obligándola con sus lágrimas y dolor para que en aquel espacio de tiempo que le restaba de su vida los favoreciese y enriqueciese con los tesoros de la divina gracia, que como Señora de todos les podía distribuir para consolarlos en su despedida, como en efecto sucedió; porque las maternales entrañas de la beatísima Señora se conmovieron a esta extremada piedad con las lágrimas de aquellos fieles, y para ellos y todo el resto de la Iglesia alcanzó en los últimos días de su vida nuevos beneficios y misericordias de su Hijo santísimo; y por no privar de estos favores a la Iglesia, no quiso el Señor quitarles de improviso a la divina Madre, en quien tenían amparo, consuelo, alegría, remedio en las necesidades, alivio en los trabajos, consejo en las dudas, salud en las enfermedades, socorro en las aflicciones y todos los bienes juntos.
709. En ningún tiempo ni ocasión se halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban. A todos los enfermos que se le pusieron presentes dio salud de cuerpo y alma, convirtió muchos a la verdad evangélica, trajo innumerables almas al estado de la gracia sacándolas de pecado. Remedió grandes necesidades de los pobres; a unos dándoles lo que tenía y lo que la ofrecían, a otros socorriéndolos por medio milagroso. Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y obediencia de la Iglesia santa y, como Señora y Tesorera única de las riquezas de la divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso franquearlas con liberal misericordia antes de su muerte, para dejar enriquecidos a los hijos de quien se ausentaba como fieles de la Iglesia, y sobre todo esto los consoló y animó con las promesas de lo que hoy nos favorece a la diestra de su Hijo.

Doctrina que me dio la Reina de los Ángeles.

710. Hija mía, para que se entendiera el júbilo que causó en mi alma el aviso del Señor, de que se llegaba el término de mi vida mortal, era necesario conocer el deseo y fuerza de mi amor para llegar a verle y gozarle eternamente en la gloria que me tenía preparada. Todo este sacramento excede a la capacidad humana, y lo que pudieran alcanzar de él para su consuelo los hijos de la Iglesia no lo merecen ni se hacen capaces, porque no se aplican a la luz interior y a purificar sus conciencias para recibirlas. Contigo hemos sido liberales mi Hijo santísimo y yo en esta misericordia y en otras y te aseguro, carísima, que serán muy dichosos los ojos que vieren lo que has visto (Lc 10, 24) y oyeren lo que has oído. Guarda tu tesoro y no le pierdas, trabaja con todas tus fuerzas para lograr el fruto de esta ciencia y de mi doctrina. Y quiero de ti que una parte de ella sea imitarme en disponerte desde luego para la hora de tu muerte; pues cuando tuvieras de ella alguna certeza, cualquier plazo te debiera parecer muy corto para asegurar el negocio que en ella se ha de resolver de la gloria o pena eterna. Ninguna de las criaturas racionales tuvo tan seguro el premio como yo y, con ser esta verdad tan infalible, se me dio tres años antes el aviso de mi muerte; y con todo eso, has conocido que me dispuse y preparé, como criatura mortal y terrena, con el temor santo que se debe tener en aquella hora. Y en esto hice lo que me tocaba en cuanto era mortal y Maestra de la Iglesia, donde daba ejemplo de lo que los demás fieles deben hacer como mortales y más necesitados de esta prevención para no caer en la condenación eterna.
711. Entre los absurdos y falacias que los demonios han introducido en el mundo, ninguno es mayor ni más pernicioso que olvidar la hora de la muerte y lo que en el justo juicio del riguroso Juez les ha de suceder. Considera, hija mía, que por esta puerta entró el pecado en el mundo, pues a la primera mujer lo principal que le pretendió persuadir la serpiente fue que no moriría (Gen 3, 4) ni tratase de esto. Y con aquel engaño continuado son infinitos los necios que viven sin esta memoria y mueren como olvidados de la suerte infeliz que les espera. Para que a ti no te alcance esta perversidad humana, desde luego te da por avisada que has de morir inexcusablemente, que has recibido mucho y pagado poco, que la cuenta será tanto más rígida cuánto el supremo Juez ha sido más liberal con los dones y talentos que te ha dado y en la espera que ha tenido. No quiero de ti más ni tampoco menos de lo que debes a tu Señor y Esposo, que es obrar siempre lo mejor en todo lugar, tiempo y ocasión, sin admitir descuido, intervalo ni olvido.
712. Y si como flaca tuvieres alguna omisión o negligencia, no caiga el sol ni se pase el día sin dolerte y confesarte, si puedes, como para la última cuenta. Y proponiendo la enmienda, aunque sea levísima culpa, comenzarás a trabajar con nuevos fervores y cuidados, como a quien se le acaba el tiempo de conseguir tan ardua y trabajosa empresa, cual es la gloria y felicidad eterna y no caer en la muerte y tormentos sin fin. Este ha de ser el continuo empleo de todas tus potencias y sentidos, para que tu esperanza sea cierta (2 Cor 1, 7) y con alegría, para que no trabajes en vano (Flp 2, 16) ni corras a lo incierto (1 Cor 9, 26), como corren los que se contentan con algunas obras buenas y cometen muchas reprensibles y feas. Estos no pueden caminar con seguridad y gozo interior de la esperanza, porque la misma conciencia los desconfía y entristece, si no es cuando viven olvidados y con estulta alegría de la carne. Para llenar tú todas tus obras continúa los ejercicios que te he enseñado y también el que acostumbras de la muerte, con todas las oraciones, postraciones y recomendaciones del alma que sueles hacer. Y luego mentalmente recibe el viático como quien está de partida para la otra vida y despídete de la presente olvidando todo cuanto hay en ella. Enciende tu corazón con deseos de ver a Dios y sube hasta su presencia, donde ha de ser tu morada y ahora tu conversación (Flp 3, 20).
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #224

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