Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Del entierro del sagrado cuerpo de María santísima y lo que en él sucedió.

INDICE   Libro  8   Capítulo  20    Versos:  747-759


747. Para que los Apóstoles, discípulos y otros muchos fieles no quedaran oprimidos y que algunos no murieran con el dolor que recibieron en el tránsito de María santísima, fue necesario que el poder divino con especial providencia obrase en ellos el consuelo, dándoles esfuerzo particular con que dilatasen los corazones en su incomparable aflicción; porque la desconfianza de no haber de restaurar aquella pérdida en la vida presente no hallaba desahogo, la privación de aquel tesoro no conocía recompensa y como el trato y conversación dulcísima, caritativa y amabilísima de la gran Reina tenía robado el corazón y amor de cada uno, todos quedaron sin ella como sin alma y sin aliento para vivir, careciendo de tal amparo y compañía. Pero el Señor, que conocía la causa de tan justo dolor, les asistió en él y con su virtud divina los animó ocultamente para que no desfallecieran y acudieran a lo que convenía disponer del sagrado cuerpo y a todo lo demás que pedía la ocasión.
748. Con esto los Apóstoles Santos, a quienes principalmente tocaba este cuidado, trataron luego de que se le diese conveniente sepultura al cuerpo santísimo de su Reina y Señora. Señaláronle en el valle de Josafat un sepulcro nuevo, que allí estaba prevenido misteriosamente por la Providencia de su santísimo Hijo. Y acordándose los Apóstoles que el cuerpo deificado del mismo Señor había sido ungido con ungüentos preciosos y aromáticos, conforme a la costumbre de los judíos, para darle sepultura, envolviéndole en la santa sábana y sudario, parecióles que se hiciera lo mismo con el virginal cuerpo de su beatísima Madre y no pensaron entonces otra cosa. Para ejecutar este intento llamaron a las dos doncellas que habían asistido a la Reina en su vida y quedaban señaladas por herederas del tesoro de sus túnicas (Cf. supra n. 737), y a estas dos dieron orden que ungiese con suma reverencia y recato el cuerpo de la Madre de Dios y la envolviesen en la sábana, para ponerle en el féretro. Las doncellas entraron con grande veneración y temor al oratorio donde estaba en su tarima la venerable difunta, y el resplandor que la vestía las detuvo y deslumbre de suerte que ni pudieron tocarle ni verle ni saber en qué lugar determinado estaba.
749. Saliéronse del oratorio las doncellas con mayor temor y reverencia que entraron, y no con pequeña turbación y admiración dieron cuenta a los Apóstoles de lo que les había sucedido. Ellos confirieron, no sin inspiración del cielo, que no se debía tocar ni tratar con el orden común aquella sagrada arca del Testamento. Y luego entraron San Pedro y San Juan Evangelista al mismo oratorio y conocieron el resplandor y junto con eso oyeron la música celestial de los Ángeles que cantaban: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo.—Otros repetían: Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.—Y desde entonces muchos fieles de la primitiva Iglesia tomaron devoción con este divino elogio de María santísima, y desde allí por tradición se derivó a los demás que hoy le confesamos, y le confirmó la Santa Iglesia. Los dos Apóstoles Santos, Pedro y Juan Evangelista, estuvieron un rato suspensos con admiración de lo que oían y miraban sobre el sagrado cuerpo de la Reina, y para deliberar lo que debían hacer se pusieron de rodillas en oración, pidiendo al Señor se lo manifestase, y luego oyeron una voz que les dijo: Ni se descubra ni se toque el sagrado cuerpo.
750. Con esta voz les dio inteligencia de la voluntad divina, y luego trajeron unas andas o féretro y, templándose un poco el resplandor, se llegaron a la tarima donde estaba y los dos mismos Apóstoles con admirable reverencia trabaron de la túnica por los lados y sin descomponerla en nada levantaron el sagrado y virginal tesoro y le pusieron en el féretro con la misma compostura que tenía en la tarima. Y pudieron hacerlo fácilmente, porque no sintieron peso, ni en el tacto percibieron más de que llegaban a la túnica casi imperceptiblemente. Puesto en el féretro se moderó más el resplandor y todos pudieron percibir y conocer con la vista la hermosura del virgíneo rostro y manos, disponiéndolo así el Señor para común consuelo de todos los presentes. En lo demás reservó Su Omnipotencia aquel divino tálamo de su habitación, para que ni en vida ni en muerte nadie viese alguna parte de él, más de lo que era forzoso en la conversación humana, que era su honestísima cara, para ser conocida, y las manos con que trabajaba.
751. Tanta fue la atención y cuidado de la honestidad de su beatísima Madre, que en esta parte no celó tanto su cuerpo deificado como el de la purísima Virgen. En la Concepción Inmaculada y sin culpa la hizo semejante a sí mismo, y también en el nacimiento, en cuanto a no percibir el modo común y natural de nacer los demás. También la preservó y guardó de tentaciones de pensamientos impuros. Pero en ocultar su virginal cuerpo hizo con ella, como mujer, lo que no hizo consigo mismo, porque era varón y Redentor del mundo, por medio del sacrificio de su pasión; y la purísima Señora en vida le había pedido que en la muerte le hiciese este beneficio de que nadie viese su cuerpo difunto y así lo cumplió. Luego trataron los Apóstoles del entierro, y con su diligencia y la devoción de los fieles, que había muchos en Jerusalén, se juntaron gran número de luces y en ellas sucedió una maravilla: que estando todas encendidas aquel día y otros dos, ninguna se apagó ni gastó ni deshizo en cosa alguna.
752. Y para esta maravilla y otras muchas que el brazo poderoso obró en esta ocasión fuesen más notorias al mundo, movió el mismo Señor a todos los moradores de la ciudad para que concurriesen al entierro de su Madre santísima, y apenas quedó persona en Jerusalén, así de judíos como de gentiles, que no acudiese a la novedad de este espectáculo. Los Apóstoles, levantaron el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, llevando sobre sus hombros estos Nuevos Sacerdotes de la Ley Evangélica el propiciatorio de los divinos oráculos y favores, y con ordenada procesión partieron del cenáculo para salir de la ciudad al valle de Josafat; y éste era el acompañamiento visible de los moradores de Jerusalén. Pero a más de éste había otro invisible de los cortesanos del cielo, porque en primer lugar iban los mil Ángeles de la Reina continuando su música celestial, que oían los Apóstoles, discípulos y otros muchos; y perseveró tres días continuos con gran dulzura y suavidad. Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de Ángeles con los Antiguos Padres y Profetas, especialmente San Joaquín, Santa Ana, San José, Santa Isabel y San Juan Bautista, con otros muchos Santos que desde el cielo envió nuestro Salvador Jesús para que asistiesen a las exequias y entierro de su beatísima Madre.
753. Con todo este acompañamiento del cielo y de la tierra, visible e invisible, caminaron con el sagrado cuerpo, y en el camino sucedieron grandes milagros, que sería necesario detenerme mucho para referirlos. En particular todos los enfermos de diversas enfermedades, que fueron muchos los que acudieron, quedaron perfectamente sanos. Muchos endemoniados fueron libres, sin atreverse a esperar los demonios que se acercasen al santísimo cuerpo las personas donde estaban. Y mayores fueron las maravillas que sucedieron en las conversiones de muchos judíos y gentiles, porque en esta ocasión de María santísima se franquearon los tesoros de la divina misericordia, con que vinieron muchas almas al conocimiento de Cristo nuestro bien y a voces le confesaban por Dios verdadero y Redentor del mundo y pedían el bautismo. En muchos días después tuvieron los Apóstoles y discípulos que trabajar en catequizar y bautizar a los que se convirtieron en aquel día a la santa fe. Los Apóstoles, llevando el Sagrado Cuerpo, sintieron admirables efectos de la divina luz y consolación y los discípulos la participaron respectivamente. Todo el concurso de la gente, con la fragancia que derramaba y la música que se oía y otras señales prodigiosas, estaba como atónito y todos predicaban a Dios por grande y poderoso en aquella criatura y en testimonio de su conocimiento herían sus pechos con dolorosa compunción.
754. Llegaron al puesto donde estaba el dichoso sepulcro en el valle de Josafat. Y los mismos Apóstoles, San Pedro y San Juan, que levantaron el celestial tesoro de la tarima al féretro, le sacaron de él con la misma reverencia y facilidad y le colocaron en el sepulcro y le cubrieron con una toalla, obrando más en todo esto las manos de los Ángeles que las de los Apóstoles. Cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros, y los cortesanos del cielo se volvieron a él, quedando los mil Ángeles de guarda de la Reina continuando la de su sagrado cuerpo con la misma música que la habían traído. El concurso de la gente se despidió, y los Santos Apóstoles y discípulos con tiernas lágrimas volvieron al Cenáculo; y en toda la casa perseveró un año entero el olor suavísimo que dejó el cuerpo de la gran Reina, y en el oratorio duró muchos años. Y quedó en Jerusalén por casa de refugio aquel santuario para todos los trabajos y necesidades de los que en él buscaban su remedio, porque todos le hallaban milagrosamente, así en las enfermedades como en otras tribulaciones y calamidades humanas. Los pecados de Jerusalén y de sus moradores, entre otros castigos merecieron también ser privados de este beneficio tan estimable, después de algunos años que continuaron estas maravillas.
755. En el Cenáculo determinaron los Apóstoles que algunos de ellos y de los discípulos asistieran al sepulcro santo de su Reina mientras en él perseverara la música celestial, porque todos esperaban el fin de esta maravilla. Con aquel acuerdo acudieron unos a los negocios que se ofrecían de la Iglesia, para catequizar y bautizar a los convertidos, y otros volvieron luego al sepulcro, y todos le frecuentaron aquellos tres días. Pero San Pedro y San Juan Evangelista estuvieron más continuos y asistentes, y aunque iban al Cenáculo algunas veces, volvían luego a donde estaba su tesoro y corazón. Tampoco faltaron los animales irracionales a las exequias de la común Señora de todos, porque, en llegando su sagrado cuerpo cerca del sepulcro, concurrieron por el aire innumerables avecillas y otras mayores, y de los montes salieron muchos animales y fieras, corriendo con velocidad al sepulcro; y unos con cantos tristes y los otros con gemidos y bramidos, y todos con movimientos dolorosos, como quien sentía la común pérdida, manifestaban la amargura que tenían. Y solos algunos judíos incrédulos, y más duros que las peñas, no mostraron este sentimiento en la muerte de su Remediadora, como tampoco en la de su Redentor y Maestro.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

756. Hija mía, con la memoria de mi muerte natural y entierro de mi sagrado cuerpo quiero que esté vinculada tu muerte civil y entierro, que ha de ser el fruto y el efecto primero de haber conocido y escrito mi Vida. Muchas veces en el discurso de toda ella te he manifestado este deseo y te he intimado mi voluntad para que no malogres este singular beneficio que por la dignación del Señor y mía has recibido. Fea cosa es que cualquier cristiano, después que murió al pecado y renació en Cristo por el bautismo y conoció que Su Majestad murió por él, vuelva a revivir otra vez en la culpa; y mayor fealdad es ésta en las almas que con especial gracia son elegidas y llamadas para amigas carísimas del mismo Señor, como lo son las que con este fin se dedican y consagran a su mayor obsequio en las religiones, cada una según su condición y estado.
757. En estas almas los vicios del mundo ponen horror al mismo cielo, porque la soberbia, la presunción, la altivez, la inmortificación, la ira, la codicia y la inmundicia de la conciencia y otras fealdades obligan al Señor y a los santos a que retiren su vista de esta monstruosidad y se den por más indignados y ofendidos que de los mismos pecados en otros sujetos. Por esto repudia el Señor a muchas que tienen injustamente el nombre de esposas suyas y las deja en manos de su mal consejo, porque como desleales prevaricaron el pacto de fidelidad que hicieron con Dios y conmigo en su vocación y profesión. Pero si todas las almas deben temer esta desdicha, para no cometer tan formidable deslealtad, advierte y considera tú, hija mía, qué aborrecimiento merecerías en, los ojos de Dios si fueses rea de tal delito. Tiempo es ya que acabes de morir a lo visible y tu cuerpo quede ya enterrado en tu conocimiento y abatimiento y tu alma en el ser de Dios. Tus días y tu vida para el mundo se acabaron, y yo soy el juez de esta causa para ejecutar en ti la división de tu vida y del siglo: no tienes ya que ver con los que viven en él, ni ellos contigo. El escribir mi Vida y morir, todo ha de ser en ti una misma cosa, como tantas veces te lo dejo advertido, y tú me lo has prometido en mis manos, repitiendo estas promesas en mis manos con lágrimas del corazón.
758. Esta quiero que sea la prueba de mi doctrina y el testimonio de su eficacia, y no consentiré que la desacredites en deshonor mío, sino que entiendan el cielo y la tierra la fuerza de mi verdad y ejemplo, verificada en tus operaciones. Para esto ni te has de valer de tu discurso ni de tu voluntad, y menos de tus inclinaciones ni pasiones, porque todo esto en ti se acabó. Y tu ley ha de ser la voluntad del Señor y mía y la de la obediencia. Y para que nunca ignores por estos medios lo más santo, perfecto y agradable, todo lo tiene el Señor prevenido por sí mismo, por mí, por sus Ángeles y por quien te gobierna. No alegues ignorancia, pusilanimidad ni flaqueza, y mucho menos cobardía. Pondera tu obligación, tantea tu deuda, atiende a la luz incesante y continua; obra con la gracia que recibes, que con todos estos dones y otros beneficios no hay cruz pesada para ti, ni muerte amarga que no sea muy llevadera y amable. Y en ella está todo tu bien y ha de estar tu deleite; pues si no acabas de morir a todo, a más que te sembraré de espinas los caminos, no alcanzarás la perfección que deseas, ni el estado a donde el Señor te llama.
759. Si el mundo no te olvidare, olvídale tú a él; si no te dejare, advierte que tú le dejaste y yo te alejé de él; si te persigue, huye; si te lisonjea, desprecíale; si te desprecia, súfrele, y si te busca, no te halle más de para que en ti glorifique al Omnipotente. Pero en todo lo demás no te has de acordar más que se acuerdan los vivos de los muertos y le has de olvidar como los muertos a los vivos, y no quiero que tengas con los moradores de este siglo más comercio que tienen los vivos y los muertos, no te parecerá mucho que en el principio, en el medio y en el fin de esta Historia te repita tantas veces esta doctrina, si ponderas lo que te importa es ejecutarla. Advierte, carísima, las persecuciones que a lo sordo y en lo oculto te ha fabricado el demonio por el mundo y sus moradores con diferentes pretextos y cubiertas. Y si Dios lo ha permitido para prueba tuya y ejercicio de su gracia, cuanto es de tu parte, razón es que te des por entendida y avisada, y adviertas que es grande el tesoro y le tienes en vaso frágil (2 Cor 4, 7), y que todo el infierno se conspira y se rebela contra ti. Vives en carne mortal, rodeada y combatida de astutos enemigos. Eres esposa de Cristo mi Hijo santísimo, y yo soy tu Madre y Maestra. Reconoce, pues, tu necesidad y flaqueza, y correspóndeme como hija carísima y discípula perfecta y obediente en todo.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #227

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