Que pasa durante
la Santa Misa
Que es la Santa
Misa
Que
ocurre durante la Santa Misa
Que pasa durante la Santa Visiones de Catalina
Rivas
Que es la
Santa Misa
La Santa Misa es la renovación no sangrienta del
Sacrificio de la Santa Cruz. Es el más alto rito de la Religión Católica, donde
por la Gracia de Dios se trasciende el tiempo y la Eternidad, pues Jesucristo se
hace verdaderamente presente en el Altar a través de las palabras del Sacerdote.
El Sacerdote Católico es la única persona en el
mundo que ha recibido la unción santa que le permite por comando de Cristo
mismo, efectuar el misterio de la Transubstanciación. La Transubstanciación es
la conversión del pan y vino consagrado por el Sacerdote durante la Santa Misa
como el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica define esta
doctrina en su sección 1376:
"El Concilio de Trento resume la fe católica declarando: "Puesto que Cristo
nuestro Redentor dijo que era verdaderamente su sangre la que se ofrecía bajo
las especies del pan, ésta siempre ha sido la convicción de la Iglesia de Dios,
y este santo Concilio lo declara nuevamente ahora, que por la consagración del
pan y el vino, se efectúa un cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia
del cuerpo de Cristo nuestro Señor y toda la sustancia del vino en la sustancia
de su sangre. A este cambio, la santa Iglesia Católica le ha llamado justa y
apropiadamente la transustanciación."
Lo más sublime y místico de
la Santa Misa es que nos da el Sacramento de la Sagrada Eucaristía, el
verdadero pan bajado del Cielo (Jesús la Gracia), que se ha convertido en el
alimento de nuestras almas para nuestra santificación.
Que
ocurre durante la Santa Misa
Nuestros ojos humanos solo ven las cosas humanas,
y durante la Misa celebramos el Sacrificio de Cristo en el Altar, no vemos que
ocurra nada sobrenatural, sin embargo Cristo desciende al altar en su Gloria con
toda la Corte Celestial. La Santa Misa nos permite celebrar los misterios de
Cristo, recibiendo su Santa Palabra en los Evangelios y recibiéndole en cuerpo y
Sangre sacramentalmente.
Que
pasa durante la Santa Misa
Visiones reveladas a Catalina Rivas
La mística Catalina Rivas por Gracia Divina ha
recibido en nuestros tiempos una visión de lo que ocurre espiritualmente en la
Santa Misa. Aquí compartimos parte de su visión:
Un momento después llegó
el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo "Reza así: ( y yo la seguía) Señor,
te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus
manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo,
transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por
cada miembro de nuestro Apostolado, por todas las personas que nos combaten, por
aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones... Enséñame a poner mi
corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro. Así oraban los santos,
así quiero que lo hagan". Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón
en el suelo para que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos con el
dolor de aquel pisotón. Años después leí un librito de oraciones de un Santo al
que 4 La Santa Misa quiero mucho: José María Escrivá de Balaguer y allá pude
encontrar una oración parecida a la que me enseñaba la Virgen. Tal vez este
Santo a quien me encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas
oraciones.
De pronto empezaron a ponerse
de pie unas figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada
persona que estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de
unos personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy blancas y
fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar. Dijo
nuestra Madre: "Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las
personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus
ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor."
En aquel momento, estaba
completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan
radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi
femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de
hombre. Los pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose,
como resbalando. Aquella procesión era muy hermosa. Algunos de ellos tenían
como una fuente de oro con algo que brillaba mucho con una luz blanca-dorada,
dijo la Virgen: -"Son los Ángeles de la Guarda de las personas que están
ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están
conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen algo que
ofrecer al Señor..."
"Ofrezcan en este momento...,
ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus
peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo tanto, sean
generosos en ofrecer y en pedir."
Detrás de los primeros
Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Dijo
la Virgen: -"Son los Ángeles de las personas que estando aquí, no ofrecen nunca
nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no
tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor." En último lugar iban
otros Ángeles que estaban medio tristones, con las La Santa Misa 5 manos juntas
en oración pero con la mirada baja. -"Son los Ángeles de la Guarda de las
personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido
forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de
la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el
Altar, salvo sus propias oraciones."
"No entristezcan a su Ángel
de la Guarda... Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la
paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus
oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por los demás."
"Recuerden que el
ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como
holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos.
¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado, pero al
ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre."
Aquel espectáculo, aquella
procesión era tan hermosa que difícilmente podría compararse a otra. Todas
aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas
dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi
en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían a mi vista.
Llegó el momento final del
Prefacio y cuando la asamblea decía:
"Santo, Santo, Santo"
de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció. Del lado
izquierdo del señor Arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de
Ángeles, pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas
pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas
como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos. Todos se
arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la
cabeza. Se escuchaba una música preciosa, como si fueran muchísimos coros con
distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo: Santo, Santo,
Santo… Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más
maravilloso de los Milagros... Del lado derecho del Arzobispo hacia atrás 6 La
Santa Misa en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas
con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila,
amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran
brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad. Se podía
apreciar (y no puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero
todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban
también ante el canto de "Santo, Santo, Santo, es el Señor..."
Dijo nuestra Señora: -"Son
todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las
almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios."
Entonces la vi. Allá justamente a la derecha del señor Arzobispo... un paso
detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre
unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua
cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y
respetuosamente al celebrante. Me hablaba desde allá, pero silenciosamente,
directamente al corazón, sin mirarme.
-"¿Te llama la atención verme
un poco más atrás de Monseñor, verdad?. Así debe ser... Con todo lo que Me ama
Mi Hijo, no Me Ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre
Mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento
tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a
través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí."
¡Dios mío, cuánta dignidad,
cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas sacerdotales y ni nosotros, ni
tal vez muchos de ellos estamos concientes!
Delante del altar, empezaron
a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia
arriba. Dijo la Virgen Santísima: - "Son las almas benditas del Purgatorio que
están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse. No dejen de
rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son
ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para
encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente."
-"Ya lo ves, aquí Estoy todo
el tiempo... La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de Mis
apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en
ninguna aparición, en ninguna parte Estoy más tiempo presente que en la Santa
Misa. Al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía, siempre Me van a
encontrar; al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, porque Estoy
siempre con Él."
Ver ese rostro hermoso de la
Madre en aquel momento del "Santo", al igual que todos ellos, con el rostro
resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite
continuamente, era estar en el mismo cielo. Y pensar que hay gente, habemos
personas que podemos estar en ese momento distraídas, hablando... Con dolor lo
digo, muchos varones más que mujeres, que de pie cruzan los brazos, como
rindiéndole un homenaje de pie al Señor, de igual a igual. Dijo la Virgen:
"Dile al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las
rodillas ante Dios." El celebrante dijo las palabras de la "Consagración".
Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a
volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y
se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos.
Cuando levantaba la forma vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las
cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús!... Era Él que con Su Cuerpo envolvía el del
celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo. En ese
momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el Rostro
maravilloso de Jesús mirando hacia Su pueblo. Por instinto quise bajar la
cabeza y dijo nuestra Señora: "No agaches la mirada, levanta la vista,
contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y repite la oración de Fátima: Señor,
yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido perdón por aquellos que no creen, no
adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y Misericordia... Ahora dile cuánto lo
amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes." Se lo dije, parecía que sólo a mí me
miraba desde la enorme Hostia, pero supe que así contemplaba a cada persona,
lleno de amor... Luego bajé la cabeza hasta tener la frente en el suelo, como
hacían todos los Ángeles y bienaventurados del Cielo. Por fracción de un segundo
tal vez, pensé qué era aquello que Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al
mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía
nuevamente pequeña. Tenía yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de
mi asombro.
Inmediatamente Monseñor dijo
las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras, empezaron unos
relámpagos en el cielo y en el fondo. No había techo de la Iglesia ni paredes,
estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.
De pronto suspendido en el
aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco
transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes. De en
medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una paloma muy
pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la Iglesia y se fue a
posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque
podía distinguir Su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no
veía Su Rostro.
Arriba, Jesús crucificado,
estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro Podía contemplar el
rostro y los brazos golpeados y descarnados. En el costado derecho tenía una
herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda sangre y hacia la
derecha, pienso que agua pero muy brillante; más bien eran chorros de luz que
iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Me
asombraba la cantidad de sangre que fluía hacia del Cáliz. Pensé que iba a
rebalsar y manchar todo el Altar, pero no cayó una sola gota! Dijo la Virgen en
ese momento: "-Este es el milagro de los milagros, te lo He repetido, para el
Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda
la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión
de Jesús.
¿Puede alguien imaginarse
eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento en
que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por
quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros pecados: "¡Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen!"
A partir de aquel día, no me
importa si me toman como a loca, pero pido a todos que se arrodillen, que traten
de vivir con el corazón y toda la sensibilidad de que son capaces aquel
privilegio que el Señor nos concede.
Cuando íbamos a rezar el
Padrenuestro, habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo:
"Aguarda, quiero que ores con la La Santa Misa 9 mayor profundidad que seas
capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la persona o a las personas
que más daño te hayan ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a
tu pecho y les digas de todo corazón: "En el Nombre de Jesús yo te perdono y te
deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz. Si esa
persona merece la paz, la va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no
es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que
recibas y des la paz a otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir
esa paz primero en tu corazón." "Cuidado con lo que hacen" – continuó el Señor -
"Ustedes repiten en el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a
los que nos ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen
algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname
únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá."
No sé cómo explicar mi dolor,
al comprender cuánto podemos herir al Señor y cuánto podemos lastimarnos
nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y cosas feas que nacen
de los complejos y de las susceptibilidades. Perdoné, perdoné de corazón y pedí
perdón a todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del
Señor.
El celebrante decía:
"....concédenos la paz y la unidad... y luego: "la paz del Señor esté con todos
ustedes..."
De pronto vi que en medio de
algunas personas que se abrazaban (no todos), se colocaba en medio una luz muy
intensa, supe que era Jesús y me abalancé prácticamente a abrazar a la persona
que estaba a mi lado. Pude sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa
luz, era Él que me abrazaba para darme Su paz, porque en ese momento había sido
yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas.
Eso es lo que Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para
desearnos Su Paz.
Llegó el momento de la
comunión de los celebrantes, ahí volví a notar la presencia de todos los
sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba, dijo la Virgen:
"Este es el momento de pedir
por el celebrante y los sacerdotes La Santa Misa que lo acompañan, repite junto
a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos,
sostenlos con Tu Amor... Recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por
todas las almas consagradas..."
Hermanos queridos, ese es el
momento en que debemos pedir porque ellos son Iglesia, como también lo somos
nosotros los laicos. Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes,
pero somos incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas,
de comprender y valorar la soledad que muchas veces puede rodear a un sacerdote.
Debemos comprender que los
sacerdotes son personas como nosotros y que necesitan comprensión, cuidado, que
necesitan afecto, atención de parte de nosotros, porque están dando su vida por
cada uno de nosotros, como Jesús, consagrándose a él.
El Señor quiere que la gente
del rebaño que le ha encomendado Dios ore y ayude en la santificación de su
Pastor. Algún día, cuando estemos al otro lado, comprenderemos la maravilla que
el Señor ha hecho al darnos sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.
Empezó la gente a salir de
sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro, de
la "Comunión", el Señor me dijo: - "Espera un momento, quiero que observes
algo..." por un impulso interior levanté la vista hacia la persona que iba a
recibir la comunión en la lengua de manos del sacerdote.
Debo aclarar que esta persona
era una de las señoras de nuestro grupo que la noche anterior no había alcanzado
a confesarse, y lo hizo recién esa mañana, antes de la Santa Misa. Cuando el
sacerdote colocaba la Sagrada Forma sobre su lengua, como un flash de luz,
aquella luz muy dorada-blanca atravesó a esta persona por la espalda primero y
luego fue bordeándola en la espalda, los hombros y la cabeza. Dijo el Señor:
"¡Así es como Yo Me complazco
en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!"
El matiz de la voz de Jesús
era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver hacia
su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y pensé en la maravilla que
nos perdemos tantas La Santa Misa 11 veces por ir con nuestras pequeñas o
grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Muchas veces decimos que no
hay sacerdotes para confesarse a cada momento y el problema no está en
confesarse a cada momento, el problema radica en nuestra facilidad para volver a
caer en el mal. Por otro lado, así como nos esforzamos por ir a buscar un salón
de belleza o los señores un peluquero cuando tenemos una fiesta, tenemos que
esforzarnos también en ir a buscar un sacerdote cuando necesitamos que saque
todas esas cosas sucias de nosotros, pero no tener la desfachatez de recibir a
Jesús en cualquier momento con el corazón lleno de cosas feas.
Cuando me dirigía a recibir
la comunión Jesús repetía: - "La última cena fue el momento de mayor intimidad
con los Míos. En esa hora del amor, instauré lo que ante los ojos de los hombres
podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del Amor. Instauré la
Eucaristía. Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos,
porque Mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba
más que a Mi vida..."
Recibí aquella Hostia, que
tenía un sabor distinto, era una mezcla de sangre e incienso que me inundó
entera. Sentía tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas...
Cuando llegué a mi asiento,
al arrodillarme dijo el Señor: -"Escucha..." Y en un momento comencé a escuchar
dentro de mí las oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que
acababa de comulgar. Lo que ella decía sin abrir la boca era más o menos así:
"Señor, acuérdate que estamos a fin de mes y que no tengo el dinero para pagar
la renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos, tienes que hacer algo
para ayudarme... Por favor, haz que mi marido deje de beber tanto, no puedo
soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el año otra vez si no
lo ayudas, tiene exámenes esta semana....... Y no te olvides de la vecina que
debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque ya no la puedo aguantar...
etc., etc.
De pronto el señor Arzobispo
dijo: "Oremos" y obviamente toda la asamblea se puso de pie para la
oración final. Jesús dijo con un tono triste: -"¿Te has dado cuenta? Ni una sola
vez Me ha dicho que Me ama, ni una sola vez ha agradecido el don que Yo le He
hecho de bajar Mi Divinidad hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni
una sola vez ha dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos... y así
son casi todos los que vienen a recibirme."
"Yo He muerto por amor y
Estoy resucitado. Por amor espero a cada uno de ustedes y por amor permanezco
con ustedes..., pero ustedes no se dan cuenta que necesito de su amor. Recuerda
que Soy el Mendigo del Amor en esta hora sublime para el alma." ¿Se dan cuenta
ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo damos? Es más,
evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el único amor que se
da en oblación permanente. Cuando el celebrante iba a impartir la bendición, la
Santísima Virgen dijo: "Atenta, cuidado... Ustedes hacen un garabato en lugar de
la señal de la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas
en tu vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si saliendo de aquí vas a
morir o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de
una bendición. Esas manos consagradas te están dando la bendición en el Nombre
de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con respeto y
como si fuera la última de tu vida."
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