Apostolado del Trabajo de Dios

El Trabajo de Dios - Indice
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 Meditaciones- Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Por la Sierva de Dios, Louisa Piccarreta, pequeña hija de la Divina Voluntad

Jesús en casa de Caifás Jesús en casa de Caifás


De las 3 a las 4 de la mañana

UNDECIMA HORA

Afligido y abandonado Bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón divino, yo, entre la vigilia y el sueño siento los golpes que te dan, y despertándome te digo: ¡Pobre Jesús mío... abandonado por todos, sin nadie que te defienda! Pero desde dentro de tu Corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar...; y me adormezco de nuevo. Pero otra sacudida de amor de tu Corazón divino me despierta, y me siento ensordecer por los insultos que te hacen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente... Amor mío, ¿cómo es qué están todos contra ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar? Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; tiemblo y estoy triste pensando qué podré hacer para defenderte.

Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón, me estrecha más fuerte y me dice: "Hija mía, no he hecho nada de mal... Oh, el delito del amor contiene todos los sacrificios, el amor de precio ilimitado... Aún estamos al principio; manténte en mi Corazón, observa todo, ámame, calla y aprende. Haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar descanso a mi Sangre, que es toda llamas. Haz que tu temblor esté en mis miembros para que fundida tú conmigo, puedas estar firme y calentarte, para que sientas parte de mis penas y al mismo tiempo adquieras fuerza al verme tanto sufrir. Esta será ña más hermosa defensa que me hagas; séme fiel y atenta.

Dulce Amor mío, el escándalo de tus enemigos es tal y tan grande que no me permite dormir más; los golpes se hacen cada vez más violentos... Oigo el rumor de las cadenas con las que te han atado tan fuertemente que te hacen sangrar por las muñecas, y vas dejando las huellas de tu Sangre en aquellas calles. Recuerda que mi sangre está en la tuya, y al derramarla, mi sangre te la besa, la adora y la repara; y mientras te arrastran y el ambiente ensordece por los gritos y los silbidos, haz que mi sangre sea luz para aquellos que de noche te ofenden, y un imán que atraiga a todos los corazones en torno a ti, amor mío y todo mío.

Ya llegas ante Caifás, y te muestras todo mansedumbre, modestia, humildad... Tu dulzura y tu paciencia es tanta como para aterrorizar a tus mismos enemigos, y Caifás, todo una furia, quisiera devorarte... ¡Ah, que bien se distingue a la inocencia y al pecado! Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, como quien va a ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. ¡AH, mejor hubiera hecho preguntando cuál es tu amor! Y hay quien te acusa de una cosa y quien, de otra, diciendo necedades y contradiciéndose entre ellos; y mientras ellos te acusan, los esbirros que están junto a ti te tiran de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean..., y Tú callas, sufres y, si los miras, la luz de tus ojos desciende a sus corazones, y ellos no pudiendo sostener tu mirada se alejan de ti, pero otros intervienen para hacerte sufrir más...

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que aguzas el oído y que el corazón te late con mayor violencia, como si fuese a estallar por el dolor... Dime, afligido Bien mío, ¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón repara con toda calma las calumnias, los odios, los falsos testimonios, el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos... Pero ahora, mientras en unión contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en ti un cambio, un nuevo dolor no sentido nunca hasta ahora. Dime, dime, ¿qué pasa? Hazme partícipe en todo, oh Jesús.

"Hija, ¿quieres saberlo? Oigo hasta aquí la voz de Pedro que dice no conocerme, y ha jurado y ha perjurado por tercera vez, que no me conoce... ¡Oh Pedro! ¿Cómo ¿ ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! ¡Oh, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos y exponiéndote después a la ocasión!"

Negado Bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de los tuyos más queridos. Oh Jesús, quiero hacer correr mis latidos en los tuyos para mitigar el dolor atroz que sufres, y mi palpitar en el tuyo te jura fidelidad y amor; y yo con él, mil y mil veces repito y juro que te conozco... Pero tu amor no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, sobre todo de aquellos que se exponen a las ocasiones.

Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones, te dice: "Te conjuro por el Dios vivo: Dime, ¿eres tú verdaderamente el Hijo de Dios?"

Y tú, Amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, ante lo cual quedan todos asombrados y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes: "Tú lo has dicho: ¡Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios! Y un día vendré en las nubes del Cielo para juzgar a todas las naciones."

Ante tus palabras, todos quedan en silencio, sintiendo escalofríos de espanto... Pero Caifás, después de algunos instantes de espanto, reaccionando furibundamente, más que una bestia feroz, dice a todos: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ha dicho una inmensa blasfemia! ¿Qué esperamos para condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!". Y para dar mayor fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras, con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra ti, Bien mío; y hay quien te da puñetazos en la cabeza, quien te tira por los cabellos, quien te da bofetadas; unos te escupen en la cara, otros te pisotean con los pies. Los tormentos que te dan son tales y tantos que la tierra tiembla y los cielos quedan sacudidos...

Amor mío y vida mía, al ver que tanto te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos estos ultrajes. Ah, si me fuese posible, quisiera arrebatarte de entre las manos de tus enemigos, pero tú no quieres, porque esto lo exige la salvación de todos. Y yo me veo obligada a resignarme.

Pero, dulce Amor mío, déjame que al menos te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, y que me encierre en tu Corazón, pues veo que Caifás, hastiado quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. Por tanto, te bendigo... Tú también bendíceme, y dándome el beso del amor enciérrame en el horno de tu Corazón divino para conciliar el sueño. Y poniendo mi boca sobre tu Corazón, al respirar te besaré, y según la diversidad de tus latidos, más o menos sufrientes, podré advertir si sufres o descansas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo y me estrecho fuerte a tu corazón... y duermo.


Estaciones de la cruz - Jesús en casa de Caifás

Apostolado del Trabajo de Dios - mpjs#14
Meditaciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo - Veinticuatro Horas de la Pasión

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