Apostolado del Trabajo de Dios

El Trabajo de Dios - Indice
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 Meditaciones- Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Por la Sierva de Dios, Louisa Piccarreta, pequeña hija de la Divina Voluntad

La Cena Eucarística La Cena Eucarística


De las 8 a las 9 de la noche

CUARTA HORA

Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la Cena Legal, junto con tus amados discípulos te levantas de la mesa y en unión con ellos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberos dado el alimento, queriendo con esto reparar todas las faltas de gratitud y suplir por el agradecimiento que no tienen las criaturas por tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en todo lo que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras: "¡Gracias te sean dadas, oh Padre!" También yo, oh Jesús, unida a ti tomaré la palabra de tus mismos labios y diré siempre y en todo: "Gracias, oh Padre, por mí y por todos", para continuar yo la reparación por las faltas de agradecimiento.

Mas, oh Jesús, tu amor parece no darse tregua, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua y ciñéndote una blanca toalla te postras a los pies de los Apóstoles en un acto tan humilde que atrae la atención de todo el Cielo y lo hace quedar estático. Los mismos Apóstoles se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies... Pero dime, amor mío ¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan humilde? ¡Humildad nunca vista y que jamás se verá!

"¡Ah hija mía, quiero todas las almas y postrado a sus pies como un pobre mendigo las pido, las importuno y llorando les tiendo mis insidias de amor para ganarlas! Quiero, postrado a sus pies, con este recipiente de agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el Sacramento. Me importa tanto este acto que no quiero confiar este oficio a los ángeles, y ni aun a mi querida Mamá, sino que Yo mismo quiero purificar hasta las fibras más íntimas de los Apóstoles, para disponerlos a recibir el fruto del Sacramento, y en ellos es mi intención preparar a todas las almas.

Quiero reparar por todas las obras santas, por la administración de los Sacramentos y en especial por las cosas hechas por los Sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu Divino y de desinterés. ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida! Estas son las ofensas que más me entristecen. Ah sí, hija mía, hija mía, enumera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y dame reparación con mis mismas reparaciones y consuela mi corazón amargado."

¡Oh afligido bien mío! Tu vida la hago mía y junto contigo quiero repararte por todas esas ofensas. Quiero entrar en todos esos lugares más íntimos de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón por las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus predilectos. Quiero, oh Jesús mío, seguirte en todo, y en unión contigo quiero girar por todas las almas que te han de recibir en la Eucaristía y entrar en sus corazones. Y junto con tus manos las mías y con esas lágrimas tuyas y con el agua con que lavaste los pies a tus Apóstoles lavemos las almas que te han de recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con que están manchados, a fin de que, al recibirte, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias en lugar de tus amarguras.

Pero mientras estás todo atento lavando los pies de los Apóstoles, te miro y veo otro dolor que traspasa tu corazón santísimo. Estos Apóstoles representan para ti a todos los futuros hijos de la Iglesia. Cada uno de Ellos representa la serie de cada uno de los males que iban a haber en la Iglesia y, por tanto, la serie de cada uno de tus dolores... En uno, las debilidades; en otro, los engaños; en otro, las hipocresías; en otro, el amor desmedido a los intereses... En San Pedro, la falta a los buenos propósitos y todas las ofensas de los Jefes de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles; en Judas, todos los apóstatas, con la serie de los graves males causados por ellos... Ah, tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto que no pudiendo sostenerte, te detienes a los pies de cada Apóstol, rompes en llanto y ruegas y reparas por cada una de esas ofensas y para todos imploras el remedio oportuno. Jesús mío, también yo me uno contigo, hago mías tus súplicas, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma y quiero mezclar mis lágrimas con las tuyas para que nunca estés solo sino que me tengas siempre contigo para dividir tus penas.

Pero mientras prosigues lavando los pies de los Apóstoles veo que ya estás a los pies de judas. Siento tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas esos pies los besas, te los estrechas al corazón y no pudiendo hablar con la voz, porque te ahoga el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por las lágrimas y con el corazón le dices: "¡Hijito mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: No te vayas al infierno, dame tu alma, que a tus pies postrado te pido! Dime, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí tu Dios!" Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón... Pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, tu amor te ahoga y estás a punto de desfallecer... Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos. Me doy cuenta de que estás son tus estratagemas amorosas que usas con cada pecador obstinado... Ah, te ruego, corazón mío, mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir, que recorramos juntos la tierra y donde hay pecadores obstinados démosles tus lágrimas para enternecerlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a ti, de manera que no te puedan huir, y así te consolaré por el dolor de la pérdida de Judas.

Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, que rápidamente corre. Doliente como estás te levantas y casi corres a la mesa, donde está preparado el pan y el vino para la consagración. Veo que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso; tus ojos resplandecen de luz más que si fueran soles; tu rostro, encendido, resplandece; tus labios, sonrientes, abrasados de amor; y tus manos, creadoras, se ponen en actitud de crear... Te veo, amor mío, todo transformado. Parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad. Ah Jesús, este aspecto tuyo, nunca visto, llama la atención de todos los Apóstoles, quienes subyugados por tan dulce encanto no se atreven ni siquiera a respirar. La dulce Mamá corre en espíritu al pie de la mesa, del altar, a contemplar y a participar en los prodigios de tu amor. Los ángeles descienden del Cielo y entre ellos se preguntan, "¿qué pasa?..." Son verdaderas locuras, auténticos excesos: ¡Es Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo... ¿Y dónde? En la vilísima materia de un poco de pan y un poco de vino. Y mientras están todos en torno a ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan en tus manos... lo ofreces al Padre... y oigo tu dulcísima voz que dice: "Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo. Padre Santo, concurre conmigo. Tú, un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos. Ahora permíteme que me encarne en cada hostia para continuar la salvación de ellos y para ser vida de cada uno de mis hijos... Mira, oh Padre, pocas horas quedan de mi vida y ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos? Sus enemigos son muchos: las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos... ¿Quién los ayudará? ¡Ah, te suplico me quede en cada hostia para ser vida de cada uno, para poner en fuga a sus enemigos y ser para ellos luz, fuerza y ayuda en todo. Pues de lo contrario ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, por eso no puedo ni quiero dejar a mis hijos."

El Padre se enternece a la voz tierna y afectuosa del Hijo y desciende del Cielo... y ya está sobre el altar, unido con el Espíritu Santo, para concurrir con el Hijo. Y Jesús, con voz sonora y conmovedora, pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a Sí mismo, se crea a Sí mismo en ese pan y vino...

Después te das en comunión a tus Apóstoles, y seguro que nuestra Madre Celestial no se vio privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran y todos te envían un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo anonadamiento! Y así tu amor queda saciado y satisfecho, no teniendo ya nada más que hacer.

Y yo veo sobre ese altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada hostia, toda tu dolorosa Pasión desplegada, pues las criaturas, a los excesos de tu amor, te preparan excesos de ingratitud y de enormes delitos. Y yo, corazón de mi corazón, quiero estar siempre contigo en cada sagrario, en todos los copones y en cada hostia consagrada que habrá hasta el fin de los tiempos, para darte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas.

Por eso, corazón mío, me pongo ante ti y te beso la frente majestuosa... Pero al besarte siento en mis labios el dolor de las espinas que rodean tu cabeza, porque en esta hostia santa, oh Jesús mío, no te limitan las espinas como en la Pasión... pues veo que las criaturas vienen a tu presencia y en vez de ofrecerte el homenaje de sus pensamientos, te envían pensamientos malos, y Tú bajas de nuevo la cabeza, como en la Pasión, para recibir las espinas de los malos pensamientos que se tienen en tu presencia. Oh amor mío, también yo la bajo contigo para compartir tus penas y pongo todos mis pensamientos en tu mente para sacarte esas espinas que tanto te duelen y te entristecen, y quiero que cada pensamiento mío corra en cada uno de los tuyos para formarte un acto de reparación por cada pensamiento malo de las criaturas y endulzar así tus afligidos pensamientos.

Jesús, bien mío, beso tus hermosos ojos... Te veo en esta hostia santa, con esos ojos amorosos en espera de todos aquellos que vienen a tu presencia, para mirarlos con tus miradas de amor y para obtener la correspondencia de amor de sus miradas, pero, cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte y buscarte a ti, miran cosas que las distraen de ti y te privan del gusto del intercambio de miradas entre Tú y ellas... y Tú lloras. Por eso, al besarte siento mis labios empapados por tus lágrimas. Ah Jesús mío, no llores. Quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas penas tuyas, llorar contigo y darte reparación por las miradas frías y distraídas, ofreciéndote mis miradas y manteniéndolas fijas siempre en ti.

Jesús, amor mío, beso tus santísimos oídos... Ah, te veo todo atento, escuchando lo que quieren de ti las criaturas, para consolarlas, pero ellas, por el contrario, hacen llegar a tus oídos oraciones mal hechas, llenas de recelos, sin verdadera confianza; oraciones, en su mayor parte, por rutina y sin vida... Y tus oídos en esta hostia santa son más molestados que en la misma Pasión. Oh Jesús mío, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte por estas molestias; quiero poner en mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir estas molestias sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres y darte inmediatamente mi acto de reparación y consolarte.

Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro... Lo veo sangrante, lívido e hinchado. Ah, las criaturas vienen ante esta hostia santa y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que tienen ante ti, en vez de darte honor, te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz, con toda paciencia los recibes y lo soportas todo... Oh Jesús, quiero poner mi rostro no sólo junto al tuyo, para acariciarte y besarte cuando te dan esas bofetadas y limpiarte los salivazos, sino que quiero ponerlo en tu mismo rostro para compartir contigo estas penas; y aún más, quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante ti como otras tantas estatuas arrodilladas, en continua genuflexión, para repararte por tantos deshonores como te dan ante tu presencia.

Jesús mío, beso tu dulcísima boca... Y veo que Tú, al descender al corazón de las criaturas, el primer sitio donde te apoyas es sobre la lengua y oh, cómo quedas amargado al encontrar muchas lenguas mordaces, impuras, malas... Ah, te sientes como ahogar por esas lenguas... y peor aún cuando desciendes a los corazones. Oh Jesús, si me fuera posible quisiera encontrarme en la boca de cada criatura para endulzarte por cada ofensa que recibes de ellas.

Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello... Pero te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu quehacer de amor. Dime ¿qué haces?...

Y Jesús: "Hija mía, Yo, en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche, formando continuas cadenas de amor, a fin de que al venir las almas a Mí, encuentren ya preparadas mis cadenas de amor para encadenarlas a mi corazón. Pero, ¿sabes tú lo que a cambio ellas me hacen? Muchas toman a mal estas cadenas mías y se liberan de ellas por la fuerza y las rompen, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo me siento torturado y doy en delirio... Y mientras hacen pedazos mis cadenas, haciendo fracasar el trabajo que hago en el Sacramento, buscan las cadenas de las criaturas y de los pecados... y esto aun en mi presencia, sirviéndose de Mí para lograr su intento. Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar."

¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor se ve en un extremo agobio... Ah, te ruego, para consolarte por tu trabajo y para repararte cuando son despedazadas tus cadenas amorosas, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor.

Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho... Y es tanto y tan grande el fuego que contiene que, para dar un poco de desahogo a tus llamas, que tan en alto se elevan, Tú, queriendo descansar un poco en tu trabajo, en el Sacramento quieres entretenerte también, y tu entretenimiento es formar flechas, dardos, saetas, para que cuando las almas vengan a ti, Tú te entretengas con ellas haciendo salir de tu pecho tus flechas para herirlas, y cuando las reciben, forman tu fiesta y Tú formas tu entretenimiento. Pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote a su vez, flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud. Y Tú te quedas tan afligido que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tus entretenimientos de amor. Oh Jesús, he aquí mi pecho, dispuesto a recibir no sólo las flechas preparadas para mí, sino también todas las que las demás rechazan... Así no volverás ya a fracasar en tus entretenimientos, y por correspondencia quiero darte reparación por las frialdades, por las tibiezas y por las ingratitudes que recibes.

Oh Jesús, beso tu mano izquierda... Y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia y te ruego que con esta mano me tangas siempre estrechada a tu corazón.

Oh Jesús, beso tu mano derecha... Y quiero repararte por todos los sacrilegios, en particular por las misas celebradas malamente... ¡Cuántas veces, amor mío, te ves forzado a descender del Cielo a las manos del Sacerdote, que en virtud de su potestad te llama, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos, te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos Sacerdotes es peor, en ellos encuentras a los sacerdotes aquellos de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio... Jesús mío, es espantoso pensarlo: otra vez te encuentras, como en la Pasión, en esas manos indignas, como un corderito, aguardando de nuevo tu muerte. ¡Ah Jesús, cuánto sufres! ¡Cómo quisieras una mano amorosa para librarte de esas manos sanguinarias! ¡Ah, cuando te encuentres en esas manos, te ruego que hagas que me encuentre presente también yo para darte mi reparación! Quiero cubrirte con la pureza de los ángeles y perfumarte con sus virtudes para neutralizar el hedor de esas manos, y darte mi corazón como consuelo y refugio. Y mientras estés en mí, yo te rogaré por los Sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y así no pongan en peligro tu vida sacramental.

Oh Jesús, beso tu pie izquierdo... Y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y sin las debidas disposiciones.

Oh Jesús, beso tu pie derecho... Y quiero repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte. Cuando eso se atreven a hacer, ah, te ruego que renueves el milagro que hiciste cuando Longinos te atravesó el corazón con la lanza, que al fluir de aquella sangre que brotó, abriéndole los ojos, lo convertiste y lo sanaste; que así al contacto tuyo sacramental, conviertas esas ofensas en amor.

Oh Jesús, beso tu Corazón, el lugar donde se concentran las ofensas... Y quiero darte mi reparación de todo y por todos, quiero corresponderte con amor, y en unión contigo, compartir tus penas. Ah, te suplico que si olvido repararte por alguna ofensa, me hagas prisionera en tu Corazón y en tu Voluntad para que nada se me escape... A nuestra dulce Mamá suplicaré que me haga atenta, y en unión con Ella te repararemos por todo y por todos, juntas te besaremos y haciéndonos tu defensa, alejaremos de ti las olas de amarguras que por desgracia recibes de las criaturas.

Ah Jesús, recuerda que yo también soy una pobre encarcelada *, si bien es cierto que tus cárceles son mucho más estrechas, como lo es el breve espacio de una hostia. Así pues, enciérrame en tu Corazón, y con las cadenas de tu

amor no sólo aprisióname sino ata a ti uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos. Inmovilízame las manos y los pies, encadenándolos a tu Corazón para no tener otras manos y pies que los tuyos, de manera que, amor mío, mi cárcel sea tu Corazón; mis cadenas, el amor; las rejas que me impidan absolutamente salir, tu Voluntad Santísima; y tus llamas de amor serán mi alimento, mi respiración, mi todo... Así que ya no veré otra cosa sino llamas, y no tocaré sino fuego, que me dará muerte y vida, como Tú lo sufres en la hostia, y así te daré mi vida. Y mientras yo quedo prisionera en ti, Tú quedarás libre en mí. ¿No ha sido este tu propósito al encarcelarte en la hostia: Ser desencarcelado por las almas que te reciben, recibiendo vida en ellas? Así pues, bendíceme como señal de tu amor y dame un beso, y yo te abrazaré y me quedaré en ti.

Pero veo, oh dulce Corazón mío, que después de que has instituido el Santísimo Sacramento y de que has visto la enorme ingratitud y las innumerables ofensas de las criaturas ante tantos excesos de amor tuyos, aunque quedas herido y amargado, sin embargo no te haces para atrás, al contrario, en la inmensidad de tu amor quisieras ahogarlo todo...

Te veo, oh Jesús, que te das en comunión a tus Apóstoles, y que después agregas que eso que has hecho Tú, lo deben hacer también ellos, dándoles así el poder de consagrar. De esta manera los ordenas Sacerdotes e instituyes este otro Sacramento. Y así lo reparas todo: las predicaciones mal hechas, los Sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones y que quedan, por lo tanto, sin sus efectos buenos; las vocaciones equivocadas de algunos Sacerdotes, tanto por parte de ellos como por parte de quienes los ordenan, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones... Ah Jesús, nada se te olvida... Y yo quiero seguirte y repararte por todas estas faltas y ofensas.

Y después de que has dispuesto y hecho todo esto, en compañía de tus Apóstoles te encaminas al Huerto de Getsemaní para continuar tu dolorosa Pasión. Y yo en todo te seguiré para hacerte fiel compañía...


Estaciones de la cruz - La Cena Eucarística

Apostolado del Trabajo de Dios - mpjs#7
Meditaciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo - Veinticuatro Horas de la Pasión

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