Contrición antes de la confesión
Cualidades del arrepentimiento
Oraciones - Acto de Contrición
La contrición es el dolor interior del corazón y del alma, en el cual vemos con la luz y la gracia del Espíritu Santo que hemos ofendido a Dios, y sentimos necesidad de confesar nuestro pecado, enmendar nuestra vida, evitar volver a caer en el pecado y deseamos nunca más volver a ofender a Dios. La contrición nos hace detestar el pecado y amar la gracia.
La contrición es la realización de que hemos ofendido infinitamente a Dios; nos coloca en una situación de humildad, desprecio y repugnancia por el pecado, en la cual sentimos que hemos defraudado el amor de Dios y con el corazón roto de dolor y los ojos llenos de lágrimas venimos a confesar nuestros pecados, no solo a Dios, sino al Sacerdote cuyo poder perdona los pecados del hombre en la tierra.
Fue el arrepentimiento y la contrición lo que movió a María Magdalena a dejar el pecado y buscar a Jesús, ella sentía que su alma estaba llena de llagas causadas por sus pecados y culpas, ella renunció el pecado y empezó a seguir a Jesús en medio de la multitud, sin embargo fue reconocida por los fariseos quienes querían matarla por su condición inmoral de vida, pero Jesús que conocía el interior su alma, le perdonó sus pecados, le dijo a los fariseos, "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra." Luego la despachó diciéndole, "vete y no peques más". Esa misma contrición de su alma la llevó después a tirarse a los pies de Jesús, ungirlo con perfume y bañarle sus pies con sus lágrimas.
Todos los santos han experimentado la verdadera contrición, han destestado el pecado y han renunciado el mundo, el demonio y la carne.
La tristeza del alma de haber ofendido a Dios nos debe mover a lágrimas genuinas de arrepentimiento, combinadas con la firme resolución de nunca más volver a pecar. Sin la transparencia de la contrición no podemos enfrentarnos a Dios que conoce todo nuestro interior, pues hacer una confesión sin verdadera contrición es una ofensa más hacia la verdad que Dios conoce de nosotros.
Cuando confesamos nuestros pecados, no se trata de contarlos como si fuera una historia de nuestra maldad, tampoco es una actuación ante el Sacerdote pretendiendo que estamos muy sentidos de haber pecado, lo que si debe ser es una actitud ante Dios de total arrepentimiento. Es como si exponemos las llagas de nuestra alma y las vemos también en Cristo crucificado, y sentimos dolor de tenerlas ante nuestros ojos, y a la vez entendemos que él es el único que nos puede sanar y si no lo hiciera moriría nuestra alma ante esa posible última oportunidad que tenemos de que la Sangre de Cristo nos limpie antes de nuestra muerte.
La realidad es que si morimos en pecado mortal tendremos que pagar nuestro castigo en el infierno. Si omitimos algún pecado nos arriesgamos a perder la vida eterna, si confesamos los pecados sin verdadera contrición, es como si no los estuvieramos confesando, es más, agregariamos más pecado a nuestros pecados.
La contrición con dolor profundo del alma consigue no solo nuestro perdón, sino también la gracia que necesitamos para no volver a pecar.
Debemos acercarnos al confesionario con la idea de que esta va a ser nuestra última confesión, en ella debemos traer todas las culpas que aun estemos sintiendo en el alma, en esta confesión debemos admitir que hemos ofendido a Dios infinitamente y que no tenemos forma de pagarle, excepto con su misma misericordia, la cual imploramos.
La verdadera contrición debe movernos a lágrimas de arrepentimiento. Pero nuestras lágrimas no deben ser lágrimas externas, talvez por vergüenza, o por rabia de haber manchado el alma o por sentimientos humanos. Isa_38:5 Así habla Yahvé, Dios de tu padre David: He oído tu plegaria, he visto tus lágrimas y voy a curarte.
La contrición es el dolor del alma, es quebrantar el corazón con la pena de haber ofendido a nuestro Dios tan bueno, no es tampoco el dolor de pensar que nos vamos al infierno, sino el dolor de haber crucificado a Cristo Jesús con nuestros pecados.
Zac 12:10 derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito.
La contrición es darnos cuenta de que no fueron los malvados soldados romanos, ni los orgullosos judíos los que crucificaron a Cristo.
Fui yo.
Fui yo, quien latigó sus espaldas y lleno su cuerpo de llagas con mi impureza, mi lujuria, mis apetitos carnales y la gula de mis sentidos.
Fui yo, quien coronó de espinas su Sagrada Cabeza con mi orgullo, mi ingratitud, mi indiferencia, mi materialismo y mi apego a las cosas terrenales.
Fui yo, quien sobrecargó sus santos hombros con el peso de mis pecados representado en su cruz. Yo le causé las llagas mas dolorosas que le llegaban hasta sus huesos.
Fui yo, con mis caídas quien hizo que el cayera varias veces llevando mis caídas en el pecado, causándole llagas en sus rodillas, en sus codos y abriendo de nuevo todas las llagas de su cuerpo.
Fui yo, yo le crucifiqué y le causé una agonía muy terrible por causa de todos mis pecados. Jesús es mi Salvador personal, porque el pagó personalmente por mis pecados, yo tengo esa deuda con mi Señor, ay de mí, desgraciado pecador!
Yo crucifique a Cristo en la cruz con los clavos de mis pecados, y ante Dios soy reo de muerte porque la ley del Antiguo Testamento dice, "ojo por ojo y diente por diente".
Sin embargo, Jesús entregó su vida por mí para salvarme del pecado, yo por mi parte debo sentir dolor de haber desecrado mi alma, la cual es vida de Cristo. Por eso ahora mi más grande pecado es no tener dolor de haber ofendido infinitamente a Dios.
Mis lágrimas deberían ser lágrimas de sangre, lágrimas que broten del dolor profundo del alma. Tal debe ser la expresión de la verdadera contrición para que desarme la Justicia Divina.
Antes de la venida de Jesús, vino Juan el Bautista preparando el camino del Señor. Ese camino es el arrepentimiento, del cual Juan fue precursor, porque el arrepentimiento es el camino que nos lleva al Señor. El primer evangelio del Señor nos dice Mat 4:17 "Arrepiéntanse, el Reino de los Cielos está cerca"
El arrepentimiento consiste en determinar que algo es malo y en ejecutar acciones para corregirlo, en lo que se refiere a nuestros pecados, el arrepentimiento nos mueve a tener un cambio radical opuesto al pecado. Así dejando atrás el odio podemos entrar de nuevo en el amor y la caridad, dejando la impureza podemos entrar en la pureza y castidad, dejando el materialismo podemos entrar a la vida espiritual, dejando atrás la envidia podemos sentir aprobación por los demás y empezar a ser caritativos, eliminando la mentira podemos pasar a vivir únicamente en la verdad, dejando atrás nuestra pereza podemos volvernos diligentes y productivos, dejando la pereza espiritual podemos empezar a tener más oración y a crecer en la piedad, y absteniéndonos de comer más de la cuenta o negándonos las satisfacciones del amor propio podemos encontrar total control de nuestras vidas.
El arrepentimiento es un cambio radical, puede ser por haber hecho algo malo o por no haber hecho algo bueno, lo importante es que nos pone en ruta opuesta al mal.
En vano busca el hombre al Señor sino se arrepiente primero, esta es entonces la primera condición que encontramos para venir a Dios. Sin el arrepentimiento no podemos confesarnos, sería como sentirnos orgullosos de haber pecado. Y cuanta gente vive en el mundo disfrutando de su pecado y sin ningún arrepentimiento, pues es que no se han dado cuenta de que están ofendiendo a Dios y si lo saben es que lo están desafiando y arriesgan el castigo eterno.
San Juan Vianney el Cura de Ars nos habla sobre cuatro cualidades del dolor del arrepentimiento que son la verdadera contrición.
La primera es el dolor interno, o sea es como un desgarramiento de nuestro corazón por haber pecado, una verdadera aflicción y amargura, puesto que es desde el corazón que salen los malos pensamientos, los malos deseos, las envidias, las pasiones y el pecado. Desde lo más profundo de nuestro ser es que debemos sentir con dolor y lágrimas la culpa del delito de nuestro pecado que ha sido pagado con la sangre de un Dios que nos ama tanto y quiere nuestra salvación.
Joel 2:12 "Mas ahora - oráculo de Yahvé - volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos y con duelo." 2:13 Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahvé, vuestro Dios,
La segunda debe ser un dolor sobrenatural, es decir en esta cualidad del dolor del alma no debe haber ninguna mezcla de sentimientos naturales que nos causa el pecado, por ejemplo, se pierde la virginidad y no es dolor del alma sino del orgullo o amor propio de haber estado castos y de repente, ya no. Otro ejemplo sería robar y ser cogido, esto podría traer lágrimas que no son de dolor del alma sino de verguenza, y así pueden haber muchos otros casos.
Para tener perfecta contrición y un dolor sobrenatural por nuestros pecados, debemos sentir dolor de haber ofendido a Dios, y tampoco es solo dolor de saber que vamos a perder el alma, pues esto puede ser amor propio, entonces es dolor de haber herido el alma que le pertenece a Dios, pues es su propio aliento. La contrición nos hace ver el valor de la culpa ante el precio infinito que representa en las santas llagas, sangre, agua, dolores, lágrimas y angustias de Jesús y de la Virgen María quien también sufrió como co-redentora del mundo.
El dolor sobrenatural del alma es entonces el dolor que nos da el saber que hemos hecho lo contrario a la voluntad de Dios. A Dios le amamos porque es Dios, no por miedo a su castigo, pensando así nuestro dolor es verdaderamente sobrenatural y no por salvarnos del infierno.
La tercera cualidad del dolor del alma es un dolor sumo, esto significa que le debemos de dar un valor máximo a ese dolor, para que nuestra contrición sea perfecta. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas, de la misma manera ofenderle es lo más terrible que nos puede ocurrir, pues le faltaríamos a su amor infinito. Y eso es lo que el pecado hace, le faltamos a Dios y el pecado nos causa la separación de Dios.
Por esto debemos de aborrecer el pecado, debemos de evitarlo a toda costa y alejarnos de ocasiones que nos puedan llevar a pecar. Debemos pues de tratar por todos los medios de no ofender a Dios, empecemos por el arrepentimiento, la oración y los sacramentos.
La cuarta cualidad del dolor del alma debe ser universal. Esto nos llama a mirar todos los pecados de nuestra vida en todo momento, pues no debemos de olvidarlos, así miraremos siempre ese libro de la vida donde se escribe no solo lo bueno sino todo lo malo que hemos hecho. Que mejor que sentir ese dolor muy interno de manera sobrenatural, sumamente sentido y luego expandido por todos los pecados que hemos cometido a lo largo de la vida.
La contrición no debe estar basada solamente en los últimos pecados que hemos cometido, debe mirar todos los pecados de nuestra vida, debe ser continua y debe crecer cada día más para aniquilar el veneno de la culpa con la preciosa sangre de Cristo el cordero sacrificado.
María Magdalena lloró sus pecados ante el Señor mientras estuvo con él hasta su muerte, después se fue a vivir en el desierto donde lloraba sus pecados hasta el final de su vida.
Es muy importante que hagamos una confesión general por lo menos una vez al año para que no vivamos en la comodidad de pensar que nos encontramos muy bien ante Dios. En esta confesión debemos poner énfasis en aquellos pecados que hemos camuflado por los cuales no hemos sentido verdadera contrición, también en aquellos que nos han impactando horriblemente y nos acusan con la culpa.
Cuando nos lavamos el cuerpo, nos limpiamos pasando el agua no una vez sino varias veces hasta estar seguros de nuestra limpieza, cuando tratamos de quitar una mancha debemos usar mucha energía y un buen detergente. Para limpiar nuestras almas de toda mancha debemos de tener mucha humildad y así como nos lavamos el cuerpo diariamente debemos lavar el alma en la Preciosa Sangre de Cristo.
Como hacer una completo examen de conciencia y prepararse para una confesión general.
La causa de la falta de contrición verdadera es el habernos confesado sin sentir ningún dolor. Judas pecó, lloró, pero no sintió contrición, sintió vergüenza y dolor de haber traicionado a su Maestro, de sentirse descubierto por los demás apóstoles, pero no tuvo dolor de haberle ofendido como Dios, por eso se desesperó y termino quitándose la vida.
El Señor preguntó a María Magdalena, Juan 8:10 "Mujer, ¿dónde están los que te acusan? ¿Nadie te ha condenado?" Juan 8:11 Ella respondió: "Nadie, Señor." Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más."
(Juan 5:1-14) Después de haber sanado un paralítico que había sufrido por 38 años y que estaba en la piscina de Betzatá, 5:14 Más tarde Jesús lo encuentra en el Templo y le dice: "Mira, has recobrado la salud; no peques más, para que no te suceda algo peor."
Vemos que tan importante es no volver a pecar. Una vez el alma arrepentida y con un corazón contrito, no debe volver al pecado, pues le puede suceder algo peor dice el Señor.
Mi resolución de no volver a pecar consiste en que prefiero morir que ofender de nuevo a mi Señor. Borraré todos mis pecados con mis lágrimas y con la Preciosa Sangre de Cristo.
Cuando confesamos siempre el mismo pecado, es porque al confesarlo tenemos intenciones de volver a cometerlo. Nuestra contrición nos debe llevar a estar más bien dispuestos a perder la vida que a volver a pecar. Debemos convertirnos como en una flecha que después de lanzada no regresa, nuestro arrepentimiento debe generar una conversión genuina y un deseo ardiente de mantener el alma pura y no volverla a manchar por amor a Dios.
Aparte de nuestra resolución personal, debemos de pedir en el Padre Nuestro "No nos dejes caer en la tentación", debemos de pedirle al Espíritu Santo la gracia de no volver a caer en el pecado.
Armados humanamente de nuestra resolución personal, con la ayuda sobrenatural de la gracia y con la intercesión de la Virgen María y de los Santos, debemos luchar nuestra lucha con miedo y temblor como dice san Pablo. Filipenses 2:12-16
Dios mío, me
arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno que he
dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y
digno de ser amado sobre todas las cosas.
Propongo firmemente, con tu gracia, cumplir la penitencia, no volver a pecar y
evitar las ocasiones de pecado.
Perdóname, Señor, por los méritos de la Pasión de nuestro Salvador Jesucristo.
Amén.
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre, Redentor mío,
por ser vos quien sois, bondad infinita
y por que os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido,
también me pesa porque podéis castigarme con
las penas del infierno.
Animado con tu divina gracia,
propongo firmemente
nunca mas pecar, confesarme
y cumplir la penitencia que me fuera impuesta,
para el perdón de mis pecados. Amen
Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el infierno que merecí
y por el cielo que perdí;
pero mucho mas me pesa porque pecando ofendí un Dios tan bueno y tan grande como
vos;
antes querría haber muerto que haberle ofendido,
y propongo firmemente ayudado por tu divina gracia,
no pecar mas y evitar las ocasiones próximas de pecado. Amen
El Trabajo de
Dios
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