106. Y sucedió en el cielo una gran batalla: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón y el dragón y sus ángeles peleaban. Habiendo manifestado el Señor lo que está dicho a los buenos y malos ángeles, el santo príncipe Miguel y sus compañeros por el divino permiso pelearon con el dragón y sus secuaces. Y fue admirable esta batalla, porque se peleaba con los entendimientos y voluntades. San Miguel, con el celo que ardía en su corazón de la honra del Altísimo y armado con su divino poder y con su propia humildad, resistió a la desvanecida soberbia del dragón, diciendo: Digno es el Altísimo de honor, alabanza y reverencia, de ser amado, temido y obedecido de toda criatura; y es poderoso para obrar todo lo que su voluntad quisiere; y nada puede querer que no sea muy justo el que es increado y sin dependencia de otro ser, y nos dio de gracia el que tenemos, criándonos y formándonos de nada; y puede criar otras criaturas cuando y como fuere su beneplácito. Y razón es que nosotros, postrados y rendidos ante su acatamiento, adoremos a Su Majestad y real grandeza. Venid, pues, ángeles, seguidme, y adorémosle y alabemos sus admirables y ocultos juicios, sus perfectísimas y santísimas obras. Es Dios Altísimo y superior a toda criatura, y no lo fuera si pudiéramos alcanzar y comprender sus grandes obras. Infinito es en sabiduría y bondad y rico en sus tesoros y beneficios; y, como Señor de todo y que de nadie necesita, puede comunicarlos a quien más servido fuere y no puede errar en su elección. Puede amar y darse a quien amare, y amar a quien quisiere, y levantar, criar y enriquecer a quien fuere su gusto; y en todo será sabio, santo y poderoso. Adorémosle con hacimiento de gracias por la maravillosa obra que ha determinado de la Encarnación y favores de su pueblo, y de su reparación si cayere. Y a este Supuesto de dos naturalezas, divina y humana, adorémosle y reverenciémosle y recibámosle por nuestra cabeza; y confesemos que es digno de toda gloria, alabanza y magnificencia, y como autor de la gracia y de la gloria le demos virtud y divinidad.
107. Con estas armas peleaban San Miguel y sus ángeles y combatían como con fuertes rayos al dragón y a los suyos, que también peleaban con blasfemias; pero a la vista del santo Príncipe, y no pudiendo resistir, se deshacía en furor y por su tormento quisiera huir, pero la voluntad divina ordenó que no sólo fuese castigado, sino también fuese vencido, y a su pesar conociese la verdad y poder de Dios; aunque blasfemando, decía: Injusto es Dios en levantar a la humana naturaleza sobre la angélica. Yo soy el más excelente y hermoso ángel y se me debe el triunfo; yo he de poner mi trono (Is., 14, 13) sobre las estrellas y seré semejante al Altísimo y no me sujetaré a ninguno de inferior naturaleza, ni consentiré que nadie me preceda ni sea mayor que yo.Lo mismo repetían los apostatas secuaces de Lucifer; pero San Miguel le replicó: ¿Quién hay que se pueda igualar y comparar con el Señor que habita en los cielos? Enmudece, enemigo, en tus formidables blasfemias y, pues la iniquidad te ha poseído, apártate de nosotros, oh infeliz, y camina con tu ciega ignorancia y maldad a la tenebrosa noche y caos de las penas infernales; y nosotros, oh espíritus del Señor, adoremos y reverenciemos a esta dichosa mujer, que ha de dar carne humana al eterno Verbo, y reconozcámosla por nuestra Reina y Señora.
108. Era aquella gran señal de la Reina escudo en esta pelea para los buenos ángeles y arma ofensiva para contra los malos; porque a su vista las razones y pelea de Lucifer no tenían fuerza y se turbaba y como enmudecía, no pudiendo tolerar los misterios y sacramentos que en aquella señal eran representados. Y como por la divina virtud había aparecido aquella misteriosa señal, quiso también Su Majestad que apareciese la otra figura o señal del dragón rojo y que en ella fuese ignominiosamente lanzado del cielo con espanto y terror de sus iguales y con admiración de los Ángeles Santos; que todo esto causó aquella nueva demostración del poder y justicia de Dios.
109. Dificultoso es reducir a palabras lo que pasó en esta memorable batalla, por haber tanta distancia de las breves razones materiales a la naturaleza y operaciones de tales y tantos espíritus Angélicos. Pero los malos no prevalecieron, porque la injusticia, mentira e ignorancia y malicia no pueden prevalecer contra la equidad, verdad, luz y bondad; ni estas virtudes pueden ser vencidas de los vicios; y por esto dice que desde entonces no se halló lugar suyo en el cielo. Con los pecados que cometieron estos desagradecidos ángeles, se hicieron indignos de la eterna vista y compañía del Señor y su memoria se borró en su mente, donde antes de caer estaban como escritos por los dones de gracia que les había dado; y, como fueron privados del derecho que tenían a los lugares que les estaban prevenidos si obedecieran, se traspasó este derecho a los hombres y para ellos se dedicaron, quedando tan borrados los vestigios de los ángeles apostatas que no se hallarán jamás en el cielo. ¡Oh infeliz maldad, y nunca harto encarecida infelicidad, digna de tan espantoso y formidable castigo! Añade y dice:
110. Y fue arrojado aquel gran dragón, antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el orbe, y fue arrojado en la tierra y sus ángeles fueron enviados con él. Arrojó del cielo el Santo Príncipe Miguel a Lucifer, convertido en dragón, con aquella invencible palabra: ¿Quién como Dios? que fue tan eficaz, que pudo derribar aquel soberbio gigante y todos sus ejércitos y lanzarle con formidable ignominia en lo inferior de la tierra, comenzando con su infelicidad y castigo a tener nuevos nombres de dragón, serpiente, diablo y Satanás, los cuales le puso el Santo Arcángel en la batalla, y todos testifican su iniquidad y malicia. Y privado por ella de la felicidad y honor que desmerecía, fue también privado de los nombres y títulos honrosos y adquirió los que declaran su ignominia; y el intento de maldad que propuso y mandó a sus confederados, de que engañasen y pervirtiesen a todos los que en el mundo viviesen, manifiesta su iniquidad. Pero el que en su pensamiento hería a las gentes, fue traído a los infiernos, como dice Isaías, capítulo 14 (Is., 14, 15), a lo profundo del lago, y su cadáver entregado a la carcoma y gusano de su mala conciencia; y se cumplió en Lucifer todo lo que dice en aquel lugar el Profeta.
111. Quedando despojado el cielo de los malos ángeles y corrida la cortina de la divinidad a los buenos y obedientes, triunfantes y gloriosos éstos y castigados a un mismo tiempo los rebeldes, prosigue el evangelista que oyó una grande voz en el cielo, que decía: Ahora ha sido hecha la salud y la virtud y el reino de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, que en la presencia de nuestro Dios los acusaba de día y de noche. Esta voz que oyó el evangelista fue de la persona del Verbo, y la percibieron y entendieron todos los Ángeles Santos, y sus ecos llegaron hasta el infierno, donde hizo temblar y despavorir a los demonios; aunque no todos sus misterios entendieron, mas de solo aquello que el Altísimo quiso manifestarles para su pena y castigo. Y fue voz del Hijo en nombre de la humanidad que había de tomar, pidiendo al eterno Padre fuese hecha la salud, virtud y reino de Su Majestad y la potestad de Cristo; porque ya había sido arrojado el acusador de sus hermanos del mismo Cristo Señor nuestro, que eran los hombres. Y fue como una petición ante el trono de la Santísima Trinidad de que fuese hecha la salud y virtud, y los misterios de la Encarnación y Redención fuesen confirmados y ejecutados contra la envidia y furor de Lucifer, que había bajado del cielo airado contra la humana naturaleza de quien el Verbo se había de vestir; y por esto, con sumo amor y compasión los llamó hermanos. Y dice que Lucifer los acusaba de día y de noche, porque, en presencia del Padre Eterno y toda la Santísima Trinidad, los acusó en el día que gozaba de la gracia, despreciándonos desde entonces con su soberbia, y después, en la noche de sus tinieblas y de nuestra caída, nos acusa mucho más, sin haber de cesar jamás de esta acusación y persecución mientras el mundo durare. Y llamó virtud, potestad y reino a las obras y misterios de la Encarnación y Muerte de Cristo, porque todo se obró con ella y se manifestó su virtud y potencia contra Lucifer.
112. Esta fue la primera vez que el Verbo en nombre de la humanidad intercedió por los hombres ante el trono de la Divinidad; y, a nuestro modo de entender, el Padre eterno confirió esta petición con las personas de la Santísima Trinidad y, manifestando a los Santos Ángeles en parte el decreto del Divino Consistorio sobre estos sacramentos, les dijo: Lucifer ha levantado las banderas de la soberbia y pecado y con toda iniquidad y furor perseguirá al linaje humano y con astucia pervertirá a muchos, valiéndose de ellos mismos para destruirlos, y con la ceguedad de los pecados y vicios en diversos tiempos prevaricarán con peligrosa ignorancia; pero la soberbia, mentira y todo pecado y vicio dista infinito de nuestro ser y voluntad. Levantemos, pues, el triunfo de la virtud y santidad y humánese para esto la Segunda Persona pasible, y acredite y enseñe la humildad, obediencia y todas las virtudes y haga la salud para los mortales; y siendo verdadero Dios, se humille y sea hecho el menor, sea hombre justo y ejemplar y maestro de toda santidad, muera por la salud de sus hermanos; sea la virtud sola admitida en nuestro Tribunal y la que siempre triunfe de los vicios. Levantemos a los humildes y humillemos a los soberbios; hagamos que los trabajos y el padecerlos sea glorioso en nuestro beneplácito. Determinemos asistir a los afligidos y atribulados; y que sean corregidos y afligidos nuestros amigos, y por estos medios alcancen nuestra gracia y amistad y que ellos también, según su posibilidad, hagan la salud, obrando la virtud. Sean bienaventurados los que lloran, sean dichosos los pobres y los que padecieron por la justicia y por su cabeza, Cristo, y sean ensalzados los pequeños, engrandecidos los mansos de corazón; sean amados, como nuestros hijos, los pacíficos; sean nuestros carísimos los que perdonaren y sufrieren las injurias y amaren a sus enemigos (Mt., 5, 3-10). Señalémosles a todos copiosos frutos de bendiciones de nuestra gracia y premios de inmortal gloria en el cielo. Nuestro Unigénito obrará esta doctrina y los que le siguieren serán nuestros escogidos, regalados, refrigerados y premiados y sus buenas obras serán engendradas en nuestro pensamiento, como causa primera de la virtud. Demos permiso a que los malos opriman a los buenos y sean parte en su corona, cuando para sí mismos están mereciendo castigo. Haya escándalo para el bueno y sea desdichado el que le causare (Mt., 18, 7) y bienaventurado el que lo padece. Los hinchados y soberbios aflijan y blasfemen de los humildes, y los grandes y poderosos a los pequeños y opriman a los abatidos, y éstos, en lugar de maldición, den bendiciones (1 Cor., 4, 12); y mientras fueren viandantes, sean reprobados de los hombres, y después sean colocados con los espíritus y ángeles nuestros hijos y gocen de los asientos y premios que los infelices y mal aventurados han perdido. Sean los pertinaces y soberbios condenados a eterna muerte, donde conocerán su insipiente proceder y protervia.
113. Y para que todos tengan verdadero ejemplar y superabundante gracia, si de ella se quisieren aprovechar, descienda nuestro Hijo pasible y Reparador y redima a los hombres a quienes Lucifer derribará de su dichoso estado y levántelos con sus infinitos merecimientos. Sea hecha la salud ahora en nuestra voluntad y determinación de que haya redentor y maestro que merezca y enseñe, naciendo y viviendo pobre, muriendo despreciado y condenado por los hombres a muerte torpísima y afrentosa; sea juzgado por pecador y reo y satisfaga a nuestra justicia por la ofensa del pecado; y por sus méritos previstos usemos de nuestra misericordia y piedad. Y entiendan todos que el humilde, el pacífico, el que obrare la virtud, sufriere y perdonare, éste seguirá a nuestro Cristo y será nuestro hijo; y que ninguno podrá entrar por voluntad libre en nuestro reino, si primero no se niega a sí mismo y, llevando su cruz, sigue a su cabeza y maestro (Mt., 16, 24). Y éste será nuestro Reino, compuesto de los perfectos y que legítimamente hubieren trabajado y peleado perseverando hasta el fin. Estos tendrán parte en la potestad de nuestro Cristo, que ahora es hecha y determinada, porque ha sido arrojado el acusador de sus hermanos, y es hecho su triunfo, para que, lavándolos y purificándolos con su sangre, sea para Él la exaltación y gloria; porque sólo Él será digno de abrir el libro de la ley de gracia (Ap., 7, 9) y será camino, luz, verdad y vida (Jn., 14, 6) para que los hombres vengan a mí y Él solo abrirá las puertas del cielo; sea mediador (1 Tim., 2, 5) y abogado (1 Jn., 2, 1) de los mortales y en Él tendrán padre, hermano y protector, pues tienen perseguidor y acusador. Y los ángeles, que, como nuestros hijos, también obraron la salud y virtud y defendieron la potestad de mi Cristo, sean coronados y honrados por todas las eternidades de eternidades en nuestra presencia.
114. Esta voz, que contiene los Misterios escondidos desde la constitución del mundo (Mt., 13, 35), manifestados por la doctrina y vida de Jesucristo, salió del Trono, y decía y contiene más de lo que yo puedo explicar. Y con ella, se les intimaron a los Santos Ángeles las comisiones que habían de ejercer; a San Miguel y san Gabriel, para que fuesen Embajadores del Verbo humanado y de María su Madre Santísima y fueran Ministros para todos los sacramentos de la Encarnación y Redención; y otros muchos Ángeles fueron destinados con estos dos Príncipes para el mismo ministerio, como adelante diré (Cf., infra n. 202-207). A otros ángeles destinó y mandó el Todopoderoso acompañasen, asistiesen a las almas y las inspirasen y enseñasen la santidad y virtudes contrarías a los vicios a que Lucifer había propuesto inducirlas y que las defendiesen y guardasen y las llevasen en sus manos (Sal., 90, 12), para que a los justos no ofendiesen las piedras, que son las marañas y engaños que armarían contra ellos sus enemigos.
115. Otras cosas fueron decretadas en esta ocasión o tiempo que el Evangelista dice fue hecha la potestad, salud, virtud y reino de Cristo; pero lo que se obró misteriosamente fue que los predestinados fueron señalados y puestos en cierto número y escritos en la memoria de la mente divina por los merecimientos previstos de Jesucristo nuestro Señor. ¡Oh misterio y secreto inexplicable de lo que pasó en el pecho de Dios! ¡Oh dichosa suerte para los escogidos! ¡Qué punto de tanto peso! ¡qué Sacramento tan digno de la Omnipotencia Divina! ¡qué triunfo de la potestad de Cristo! ¡Dichosos infinitas veces los miembros que fueron señalados y unidos a tal Cabezal ¡Oh Iglesia grande, pueblo grave y Congregación Santa, digna de tal Prelado y Maestro! En la consideración de tan alto Sacramento (Misterio) se anega todo el juicio de las criaturas y mi entender se suspende y enmudece mi lengua.
116. En este Consistorio de las tres Divinas Personas, le fue dado y como entregado al Unigénito del Padre aquel libro misterioso del Apocalipsis; y entonces fue compuesto y firmado y cerrado con los siete sellos (Ap., 5, 1ss) que el Evangelista dice, hasta que tomó carne humana y le abrió, soltando por su orden los sellos, con los misterios que desde su nacimiento, vida y muerte fue obrando hasta el fin de todos. Y lo que contenía el libro era todo lo que decretó la santísima Trinidad después de la caída de los ángeles y pertenece a la Encarnación del Verbo y a la Ley de Gracia; los Diez Mandamientos, los Siete Sacramentos y todos los Artículos de la Fe, y lo que en ellos se contiene, y el orden de toda la Iglesia Militante, dándole potestad al Verbo para que humanado, como Sumo Sacerdote y Santo, comunicase el poder y dones necesarios a los Apóstoles y a los demás Sacerdotes y Ministros de esta Iglesia.
117. Este fue el misterioso principio de la Ley Evangélica. Y en aquel Trono y Consistorio secretísimo se instituyó y se escribió en la Mente Divina que aquellos serían escritos en el libro de la vida que guardasen esta Ley. De aquí tuvo principio y del Padre Eterno son sucesores o vicarios los Pontífices y Prelados. De Su Alteza tienen principio los mansos, los pobres, los humildes y todos los justos. Este fue y es su nobilísimo origen, por donde se ha de decir que quien obedece a los Superiores obedece a Dios, y quien los desprecia a Dios menosprecia (Lc., 10, 16). Todo esto fue decretado en la Divina Mente y sus ideas, y se le dio a Cristo Señor nuestro la potestad de abrir a su tiempo este libro, que estuvo hasta entonces cerrado y sellado. Y en el ínterin, dio el Altísimo su testamento y testimonios de sus palabras Divinas en la ley natural y escrita, con obras misteriosas, manifestando parte de sus secretos a los Patriarcas y Profetas.
118. Y por estos testimonios y sangre del Cordero, dice: Que le vencieron los justos; porque, si bien la Sangre de Cristo Redentor nuestro fue suficiente y superabundante para que todos los mortales venciesen al dragón y su acusador, y los testimonios y palabras verdaderísimas de sus Profetas son de grande virtud y fuerza para la salud eterna, pero con la voluntad libre cooperan los justos a la eficacia de la Pasión y Redención y de las Escrituras y consiguen su fruto venciéndose a sí mismos y al demonio, cooperando a la Gracia. Y no sólo le vencerán en lo que comúnmente Dios manda y pide, pero con su Virtud y Gracia añadirán el dar sus almas y ponerlas hasta la muerte por el mismo Señor (Ap., 6, 9) y por sus testimonios y por alcanzar la Corona y triunfo de Jesucristo, como lo han hecho los Mártires en testimonio de la fe y por su defensa.
119. Por todos estos Misterios añade el Texto y dice:
Alegraos Cielos, y los que vivís en ellos. Alegraos, porque habéis de ser morada eterna de los justos y del Justo de los justos, Jesucristo, y de su Madre Santísima. Alegraos Cielos, porque de las criaturas materiales e inanimadas a ninguna le ha caído mayor suerte, pues vosotros seréis Casa de Dios, que permanecerá eternos siglos, y en ella recibiréis para Reina vuestra a la criatura más pura y santa que hizo el poderoso brazo del Altísimo. Por esto os alegrad, cielos, y los que vivís en ellos, Ángeles y justos, que habéis de ser compañeros y Ministros de este Hijo del Padre Eterno y de su Madre y partes de este Cuerpo Místico, cuya Cabeza es el mismo Cristo. Alegraos, Ángeles Santos, porque, administrándolos y sirviéndolos con vuestra defensa y custodia, granjearéis premios de gozo accidental. Alégrese singularmente San Miguel, Príncipe de la Milicia Celestial, porque defendió en batalla la gloria del Altísimo y de sus misterios venerables y será Ministro de la Encarnación del Verbo y testigo singular de sus efectos hasta el fin; y alégrense con él todos sus aliados y defensores del Nombre de Jesucristo y de su Madre, y que en estos ministerios no perderán el gozo de la gloria esencial que ya poseen; y por tan Divinos Sacramentos se regocijan los cielos.
|