Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Persevera Lucifer con sus siete legiones en tentar a María santísima; queda vencido y quebrantada la cabeza de este dragón.

INDICE   Libro  3   Capítulo  28    Versos:  359-374


359. Si pudiera el príncipe de las tinieblas retroceder en su maldad, con las victorias que la Reina del cielo había alcanzado, quedara deshecha y humillada aquella exorbitante soberbia, pero como se levanta siempre contra Dios (Sal 73, 23) y nunca se sacia de su malicia, quedó vencido, mas no de voluntad rendido. Ardíase en las llamas de su inextinto furor hallándose vencido, y tan vencido, de una humilde y tierna mujer, cuando él y sus ministros infernales habían rendido a tantos hombres fuertes y mujeres magnánimas. Llegó a conocer este enemigo que María santísima estaba preñada, ordenándolo así Dios, aunque sólo conocieron era niño verdadero, porque la divinidad y otros misterios siempre les eran ocultos; con que se persuadieron no era el Mesías prometido, pues era niño como los demás hombres. Y este engaño les disuadió también que María santísima no era Madre del Verbo, de quien ellos temían les había de quebrantar la cabeza (Gen 3, 15) el Hijo y Madre santísimos. Con todo eso juzgaron que de mujer tan fuerte y victoriosa nacería algún varón insigne en santidad, y previniendo esto el dragón grande, concibió contra el fruto de María santísima aquel furor que San Juan Evangelista dijo en el capítulo 12 del Apocalipsis —que otras veces he referido (Cf. supra p. I n. 105)—esperando a que pariese para devorarle.
360. Sintió Lucifer una oculta virtud que le oprimía, mirando hacia aquel niño encerrado en el vientre de su Madre santísima, y aunque sólo conoció que en su presencia se hallaba flaco de fuerzas y como atado, esto le enfurecía para intentar cuantos medios pudiese en destrucción de aquel Hijo, para él tan sospechoso, y de la Madre, que reconocía tan superior en la batalla. Manifestósele a la divina Señora por varios modos, y tomando figuras espantosas visibles, como un fierísimo toro y como dragón formidable y en otras formas, quería llegarse a ella y no podía, acometía y hallábase impedido, sin saber de quién ni cómo. Forcejaba como una fiera atada y daba espantosos bramidos, que si Dios no los ocultara atemorizaran al mundo y muchos murieran de espanto; arrojaba por la boca fuego y humo de azufre con espumajos venenosos; y todo esto veía y oía la divina princesa María, sin inmutarse ni moverse más que si fuera un mosquito. Hizo otras alteraciones en los vientos, en la tierra y en la casa, trasegándolo y alterándolo todo, pero tampoco perdió por esto María santísima la serenidad y sosiego interior y exterior; que siempre estuvo invicta y superior a todo.
361. Hallándose Lucifer tan vencido, abrió su inmundísima boca y movió su lengua mentirosa y coinquinada y soltó la represa de su malignidad, proponiendo y pronunciando en presencia de la divina Emperatriz todas cuantas herejías y sectas infernales había fraguado con ayuda de sus depravados ministros. Porque después que fueron todos arrojados del cielo y conocieron que el Verbo divino había de tomar carne humana, para ser cabeza de un pueblo a quien regalaría con favores y doctrina celestial, determinó el dragón fabricar errores, sectas y herejías contra todas las verdades que iba conociendo en orden a la noticia, amor y culto del Altísimo. Y en esto se ocuparon los demonios muchos años que pasaron hasta la venida de Cristo nuestro Señor al mundo; y todo este veneno tenía represado Lucifer en su pecho, como serpiente antigua. Derramóle todo contra la Madre de la verdad y pureza y, deseando inficcionarla, dijo todos los errores que contra Dios y su verdad había fraguado hasta aquel día.
362. No conviene referirlas aquí —menos que las tentaciones del capítulo antecedente— porque no sólo es peligroso para los flacos, pero los muy fuertes deben temer este aliento pestífero de Lucifer; y todo lo arrojó y derramó en esta ocasión. Y por lo que he conocido, creo sin duda no quedó error, idolatría ni herejía de cuantas se han conocido hasta hoy en el mundo, que no se le representase este dragón a la soberana María; para que de ella pudiese cantar la Iglesia santa, gratificándole sus victorias con toda verdad, que degolló y ahogó todas las herejías ella sola en el mundo universo Gaude, María Virgo: cunctas haereses sola interemisti in universo mundo (Ant. del Oficio litúrgico de María en el Breviario). Así lo hizo nuestra victoriosa Sunamitis (Cant 7, 1), donde nada se hallaba que no fuesen coros de virtudes ordenadas en forma de escuadrones para oprimir, degollar y confundir los ejércitos infernales. A todas sus falsedades y a cada una de ellas singularmente, las fue contradiciendo, detestando, anatematizando con una invicta fe y confesión altísima, protestando las verdades contrarias y magnificando por ellas al Señor como verdadero, justo y santo, y formando cánticos de alabanza en que se encerraban las virtudes y doctrina verdadera, santa, pura y loable. Pidió con fervorosa oración al Señor que humillase la altiva soberbia de los demonios en esto y les enfrenase para que no derramasen tanta y tan venenosa doctrina en el mundo, y que no prevaleciese la que había derramado y la que adelante intentaría sembrar entre los hombres.
363. Por esta gran victoria de nuestra divina Reina, y por la oración que hizo, entendí que el Altísimo con justicia impidió al demonio para que no sembrase tanta cizaña de errores en el mundo como deseaba y los pecados de los hombres merecían. Y aunque por ellos han sido tantas las herejías y sectas, como hasta hoy se han visto, pero fueran muchas más si María santísima no hubiera quebrantado la cabeza al dragón con tan insignes victorias, oración y peticiones. Y lo que nos puede consolar entre el dolor y amargura de ver tan afligida a la santa Iglesia de tantos enemigos infieles, es un gran misterio que aquí se me ha dado a entender: que en este triunfo de María santísima, y otro que tuvo después de la ascensión de su Hijo santísimo a los cielos, de que hablaré en la tercera parte (Cf. infla p. III n. 528), le concedió Su Majestad a nuestra Reina en premio de estas batallas que por su intercesión y virtudes se habían de consumir y extinguir las herejías y sectas falsas que hay contra la santa Iglesia en el mundo. El tiempo destinado y señalado para este beneficio no le he conocido; pero aunque esta promesa del Señor tenga alguna condición tácita u oculta, estoy cierta que, si los príncipes católicos y sus vasallos obligaran a esta gran Reina del cielo y de la tierra y la invocaran como a su única patrona y protectora y aplicaran todas sus grandezas y riquezas, su poder y mando a la exaltación de la fe y nombre de Dios y de María purísima —ésta será por ventura la condición de la promesa— fueran como instrumentos suyos en destruir y debelar los infieles, desterrando las sectas y errores que tan perdido tienen al mundo, y contra ellos alcanzaran insignes y grandes victorias.
364. Antes que naciera Cristo Redentor nuestro, le pareció al demonio, como insinué en el capítulo pasado (Cf. supra n. 336), que se retardaba su venida por los pecados del mundo; y para impedirla del todo pretendió aumentar este óbice y multiplicar más errores y culpas entre los mortales; y esta iniquísima soberbia confundió el Señor por mano de su Madre santísima con tan grandiosos triunfos como alcanzó. Después que nació Dios y hombre por nosotros y murió, pretendió el mismo dragón impedir y malograr el fruto de su sangre y el efecto de nuestra redención, y para esto comenzó a fraguar y sembrar los errores, que después de los Apóstoles han afligido y afligen a la santa Iglesia. La victoria contra esta maldad infernal también la tiene remitida Cristo nuestro Señor a su Madre santísima, porque sola ella lo mereció y pudo merecerlo. Y por ella se extinguió la idolatría con la predicación del Evangelio; por ella se consumieron otras sectas antiguas, como la de Arrio, Nestorio, Pelagio y otros; y también ha ayudado el trabajo y solicitud de los reyes, príncipes y padres y doctores de la Iglesia santa. Pues ¿cómo se puede dudar que, si ahora con ardiente celo hicieran los mismos príncipes católicos, eclesiásticos y legos la diligencia que les toca, ayudando —digámoslo así— a esta divina Señora, dejara ella de asistirlos y hacerlos felicísimos en esta vida y en la otra y degollara todas las herejías en el mundo? Para este fin ha enriquecido tanto el Señor a su Iglesia y a los reinos y monarquías católicas, porque si no fuera para esto, mejor estuvieran siendo pobres; pero no era conveniente hacerlo todo por milagros, sino con los medios naturales de que se podían valer con las riquezas. Pero si cumplen con esta obligación o no cumplen, no es para mí el juzgarlo; sólo me toca decir lo que el Señor me ha dado a conocer: de que son injustos poseedores de los títulos honrosos y potestad suprema que les da la Iglesia, si no la ayudan y defienden y solicitan con sus riquezas que no se malogre la sangre de Cristo nuestro Señor, pues en esto se diferencian los príncipes cristianos de los infieles.
365. Volviendo a mi discurso digo que el Altísimo con la previsión de su infinita ciencia conoció la iniquidad del infernal dragón, y que ejecutando su indignación contra la Iglesia con la semilla de sus errores que tenía fabricados, turbaría muchos fieles y arrastraría con su extremidad las estrellas (Ap 12, 4) de este cielo militante, que eran los justos; con que la divina justicia sería más provocada y el fruto de la redención casi impedido. Determinó Su Majestad con inmensa piedad ocurrir a este daño que amenazaba al mundo. Y para disponerlo todo con mayor equidad y gloria de su santo nombre, ordenó que María santísima le obligase, porque sola ella era digna de los privilegios, dones y prerrogativas con que había de vencer al infierno, y sola esta eminentísima Señora era capaz para empresa tan ardua y de rendir al corazón del mismo Dios con su santidad, pureza, méritos y oraciones. Y porque redundaba en mayor exaltación de la virtud divina, que por todas las eternidades fuese manifiesto que había vencido a Lucifer y su séquito por medio de una pura criatura y mujer, como él había derribado al linaje humano por medio de otra, y para todo esto no había otra más idónea que su misma Madre a quien se lo debiese la Iglesia y todo el mundo; por estas razones y otras que conoceremos en Dios, le dio Su Majestad el cuchillo de su potencia en la mano a nuestra victoriosa capitana, para que degollase al dragón infernal; y que esta potestad no se le revocase jamás, antes con ella defendiese y amparase desde los cielos a la Iglesia militante, según los trabajos y necesidades que en los tiempos futuros se le ofreciesen.
366. Perseverando, pues, Lucifer en su infeliz contienda, como he dicho, en forma visible con sus cuadrillas infernales, la serenísima María jamás convirtió a ellos la vista, ni los atendió, aunque los oía, porque así convenía. Y porque el oído no se impide ni cierra como los ojos, procuraba no llegasen a la imaginativa ni al interior especies de lo que decían. Tampoco habló con ellos más palabra de mandarles algunas veces que enmudeciesen en sus blasfemias. Y este mandato era tan eficaz, que les compelía a pegar las bocas con la tierra; y en el ínterin hacía la divina Señora grandes cánticos de alabanza y gloria del Altísimo. Y con hablar sólo con Su Majestad y protestar las divinas verdades, eran tan oprimidos y atormentados, que se mordían unos a otros como lobos carniceros o como perros rabiosos; porque cualquiera acción de la Emperatriz María era para ellos una encendida flecha, cualquiera de sus palabras un rayo que los abrasaba con mayor tormento que el mismo infierno. Y no es esto encarecimiento, pues el dragón y sus secuaces pretendieron huir y apartarse de la presencia de María santísima que los confundía y atormentaba, pero el Señor con una fuerza oculta los detenía para engrandecer el glorioso triunfo de su Madre y Esposa y confundir más y aniquilar la soberbia de Lucifer. Y para esto ordenó y permitió Su Majestad que los mismos demonios se humillasen a pedir a la divina Señora los mandase ir y los arrojase de su presencia a donde ella quisiese. Y así los envió imperiosamente al infierno, donde estuvieron algún espacio de tiempo. Y la gran vencedora quedó toda absorta en las divinas alabanzas y hacimiento de gracias.
367. Cuando el Señor dio permiso para que Lucifer se levantase, volvió a la batalla, tomando por instrumentos unos vecinos de la casa de San José; y sembrando entre ellos y sus mujeres una diabólica cizaña de discordias sobre intereses temporales, tomó el demonio forma humana de una persona amiga de todos, y les dijo que no se inquietasen entre sí mismos, porque de toda aquella diferencia tenía la culpa María la de José. La mujer que representaba el demonio era de crédito y autoridad, y con eso les persuadió mejor. Y aunque el Señor no permitió que en cosa grave se violase el crédito de su Madre santísima, con todo eso dio permiso, para su gloria y mayor corona, que todas estas personas engañadas la ejercitasen en esta ocasión. Fueron de mancomún juntas a casa de San José y en presencia del santo esposo llamaron a María santísima y la dijeron palabras ásperas, porque las inquietaba en sus casas y no las dejaba vivir en paz. Este suceso fue para la inocentísima Señora de algún dolor, por la pena de San José, que ya en aquella ocasión había comenzado a reparar en el crecimiento de su virginal vientre, y ella le miraba su corazón y los pensamientos que comenzaban a darle algún cuidado. Con todo esto, como sabia y prudente procuró vencer y redimir al trabajo con humildad, paciencia y viva fe. No se disculpó ni volvió por su inocente proceder, antes se humilló y con sumisión pidió a aquellas engañadas vecinas, que si en algo las había ofendido la perdonasen y se aquietasen; y con palabras llenas de dulzura y ciencia las ilustró y pacificó con hacerles entender que ellos no tenían culpa unos contra otros. Y satisfechos de esto y edificados de la humildad con que los había respondido, se volvieron a sus casas en paz, y el demonio huyó, porque no pudo sufrir tanta santidad y sabiduría del cielo.
368. San José quedó algo triste y pensativo y dio lugar al discurso, como diré en los capítulos de adelante (Cf. infra n. 375-394). Pero el demonio, aunque ignoraba el principal motivo de la pena de San José, se quiso valer de la ocasión —que ninguna pierde— para inquietarle. Mas conjeturando si la causa era algún disgusto que tuviese con su esposa o por hallarse pobre y con tan corta hacienda, a entrambas cosas tiró el demonio, aunque desatinó en ellas, porque envió algunas sugestiones de despecho a San José para que se desconsolase con su pobreza y la recibiese con impaciencia o tristeza; y asimismo le representó que María su esposa se ocupaba mucho tiempo en sus recogimientos y oraciones y no trabajaba, que para tan pobres era mucho ocio y descuido. Pero San José, como recto y magnánimo de corazón y de alta perfección, despreció fácilmente estas sugestiones y las arrojó de sí; y aunque no tuviera otra causa más que el cuidado que le daba ocultamente el preñado de su esposa, con éste ahogara todos los demás. Y dejándole el Señor en el principio de estos recelos, le alivió de la tentación del demonio por intercesión de María santísima, que estaba atenta a todo lo que pasaba en el corazón de su fidelísimo esposo y pidió a su Hijo santísimo se diese por servido y satisfecho de la pena que le daba verla preñada y le aliviase las demás.
369. Ordenó el Altísimo que la Princesa del cielo tuviese esta prolija batalla de Lucifer, y le dio permiso para que él, junto con todas sus legiones, acabasen de estrenar todas sus fuerzas y malicia, para que en todo y por todo quedasen hollados, quebrantados y vencidos, y la divina Señora consiguiese el mayor triunfo del infierno, que jamás pura criatura pudo alcanzar. Llegaron juntos estos escuadrones de maldad con su caudillo infernal y presentáronse ante la divina Reina; y con invencible furor renovaron todas las máquinas de tentaciones juntas, de que antes se habían valido por partes, y añadieron lo poco que pudieron, que no me ha parecido referirlas; porque todas casi quedan dichas arriba en los dos capítulos. Estuvo tan inmóvil, superior y serena, como si fueran los coros supremos de los Ángeles los que oían estas fabulaciones del enemigo; y ninguna impresión peregrina tocó ni alteró este cielo de María santísima, aunque los espantos, los terrores, las amenazas, las lisonjas, fabulaciones y falsedades fueron como de toda la malicia junta del dragón que derramó su corriente (Ap 12, 15) contra esta mujer invicta y fuerte, María santísima.
370. Estando en este conflicto, ejercitando actos heroicos de todas las virtudes contra sus enemigos, tuvo conocimiento de que el Altísimo ordenaba y quería que humillase y quebrantase la soberbia del dragón, usando del poder y potestad de Madre de Dios y de la autoridad de tan grande dignidad. Y levantándose con ferventísimo e invencible valor, se volvió a los demonios, y dijo:
¿Quién como Dios, que vive en las alturas (Sal 112, 5)?—Y repitiendo estas razones, añadió luego: Príncipe de las tinieblas, autor del pecado y de la muerte, en nombre del Altísimo te mando que enmudezcas, y con tus ministros te arrojo al profundo de las cavernas infernales, para donde estáis deputados, de donde no salgáis hasta que el Mesías prometido os quebrante y sujete o lo permita.—
Estaba la Emperadora divina llena de luz y resplandor del cielo, y el dragón soberbio pretendió resistirse algo a este imperio y convirtió a él la fuerza del poder que tenía, y le humilló más y con mayor pena; que por esto le alcanzó sobre todos los demonios. Cayeron al profundo juntos y quedaron apegados a lo ínfimo del infierno, al modo que arriba dije (Cf. supra n. 130) en el misterio de la encarnación, y diré adelante (Cf. infra n. 999, 1421) en la tentación y muerte de Cristo nuestro Señor. Y cuando volvió este dragón a la otra batalla, que tengo citada para la tercera parte (Cf. supra n. 327 e infra p. III n. 452ss), con la misma Reina del cielo, le venció tan admirablemente, que por ella y su Hijo santísimo he conocido fue quebrantada la cabeza, de Lucifer, quedó inepto y desvalido y quebrantadas sus fuerzas, de manera que, si las criaturas humanas no se las dan con su malicia, le pueden muy bien vencer y resistir con la divina gracia.
371. Luego se le manifestó el Señor a su Madre santísima y en premio de tan gloriosa victoria la comunicó nuevos dones y favores; y los mil Ángeles de su guarda con otros innumerables se le manifestaron corporalmente y le hicieron nuevos cánticos de alabanza del Altísimo y suya, y con celestial armonía de dulces voces sensibles le cantaron lo que de Judit, que fue figura de este triunfo y le aplica la Iglesia santa (En el breviario en la festividad de la Inmaculada): Toda eres hermosa, toda eres hermosa, María Señora nuestra, y no hay en ti mácula de culpa; tú eres la gloria de Jerusalén la celestial, tú la alegría de Israel, tú la honra del pueblo del Señor, tú la que magnificas su santo nombre, y abogada de los pecadores, que los defiendes de su enemigo soberbio. ¡Oh María! llena eres de gracia y de todas las perfecciones.—Quedó la divina Señora llena de júbilo alabando al Autor de todo bien y refiriéndole los que recibía. Y volvió al cuidado de su esposo, como diré en los capítulos siguientes.

Doctrina que me dio la misma Reina y Señora nuestra.

372. Hija mía, el recato que debe tener el alma para no ponerse en razones con los enemigos invisibles, no le impide para que con autoridad imperiosa los mande en el nombre del Altísimo que enmudezcan y se desvíen y confundan. Así quiero yo que tú lo hagas en las ocasiones oportunas que te persiguieren, porque no hay armas tan poderosas contra la malicia del dragón, como mostrarse la criatura humana imperiosa y superior, en fe de que es hija de su Padre verdadero que está en los cielos, y de quien recibe aquella virtud y confianza contra él. La causa de esto es, porque todo el cuidado de Lucifer es, después que cayó del cielo, ponerle en desviar a las almas de su Criador y sembrar cizaña y división entre el Padre celestial y los hijos adoptados y entre la esposa y el Esposo de las almas. Y cuando conoce que alguna está unida con su Criador y como vivo miembro de su cabeza Cristo, cobra esfuerzo y autoridad en la voluntad para perseguirla con furor rabioso, y envidioso emplea su malicia y fabulaciones en destruirla; pero como ve que no lo puede conseguir, y que es refugio y protección (Sal 17, 3) verdadera e inexpugnable la del Altísimo para las almas, desfallece en sus conatos y se reconoce oprimido con incomparable tormento. Y si la esposa regalada con magisterio y autoridad le desprecia y arroja, no hay gusano ni hormiga más débil que este gigante soberbio.
373. Con la verdad de esta doctrina te debes animar y fortalecer, cuando el Todopoderoso ordenare que te halle la tribulación y te cerquen los dolores de la muerte (Sal 17, 5) en las tentaciones grandes como yo las padecí, porque ésta es la mejor ocasión para que el Esposo haga experiencia de la fidelidad de la verdadera esposa. Y si lo es, no se ha de contentar el amor con solos afectos sin dar otro fruto, porque sólo el deseo que nada cuesta al alma no es prueba suficiente de su amor, ni de la estimación que hace del bien que dice aprecia y ama. La fortaleza y constancia en el padecer con dilatado y magnánimo corazón en las tribulaciones, éstos son los testigos del verdadero amor. Y si tú deseas tanto hacer alguna demostración y satisfacer a tu Esposo, la mayor será que, cuando más afligida y sin recurso humano te hallares, entonces te muestres más invencible y confiada en tu Dios y Señor, y esperes, si fuere necesario, contra la esperanza (Rom 4, 18), pues no duerme ni dormita el que se llama amparo de Israel (Sal 120, 4), y cuando sea tiempo mandará al mar y a los vientos y hará tranquilidad (Mt 8, 26).
374. Pero debes, hija mía, estar muy advertida en los principios de las tentaciones, donde hay grande peligro si el alma se comienza luego a conturbar con ellas, soltando a las pasiones de la concupiscible o irascible, con que se oscurece y ofusca la luz de la razón. Porque si el demonio reconoce esta alteración y que levanta tan grande polvareda y tempestad en las potencias, como su crueldad es tan implacable e insaciable, cobra mayor aliento y añade fuego a fuego, enfureciéndose más, juzgando y pareciéndole que no tiene el alma quien la defienda y libre de sus manos; y aumentándose más el rigor de la tentación, crece también el peligro de no resistir a lo más fuerte de ella quien se comenzó a rendir en el principio. Todo esto te advierto para que temas el riesgo de los primeros descuidos. Nunca le tengas en cosa que tanto importa, antes bien has de perseverar en la igualdad de tus acciones en cualquiera tentación que tengas, continuando en tu interior el dulce y devoto trato del Señor, y con los prójimos la suavidad y caridad y blandura prudente que con ellos debes tener, anteponiéndote con oración y templanza de tus pasiones al desorden que el enemigo quiere poner en ellas.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #101

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