134. En el capítulo 8 de los Proverbios (Prov., 8, 30), dice la Sabiduría de sí misma que en la creación de todas las cosas se halló presente con el Altísimo componiéndolas todas. Y dije arriba (Cf., supra n. 54) que esta Sabiduría es el Verbo humanado, que con su Madre Santísima estaba presente, cuando en su Mente Divina determinaba Dios la creación de todo el mundo; porque en aquel instante no sólo estaba el Hijo con el Eterno Padre y el Espíritu Santo en unidad de la naturaleza Divina, pero también la humanidad que había de tomar estaba en primer lugar de todo lo criado, prevista e ideada en la mente Divina del Padre, y con la humanidad de su Madre Santísima que la había de administrar de sus purísimas entrañas. Y en estas dos personas estuvieron previstas todas sus obras, de que se obligaba el Altísimo para no atender a nuestro modo de hablar a todo lo que el linaje humano podía desobligarle, y los mismos Ángeles, para que no procediese a la creación de todo lo restante de él y de las criaturas que para servicio del hombre estaba previniendo.
135. Miraba el Altísimo a su Hijo Unigénito humanado y a su Madre Santísima, como ejemplares que había formado con la grandeza de su sabiduría y poder, para que le sirviesen como de originales por donde iba copiando todo el linaje humano; y para que, asimilándole a estas dos imágenes de su Divinidad, todos los demás saliesen también mediante estos ejemplares semejantes a Dios. Crió también las cosas materiales necesarias para la vida humana, pero con tal sabiduría, que también algunas sirviesen de símbolos que representasen en algún modo a los dos objetos a quien principalmente él miraba y ellas servían: Cristo y María. Por esto hizo las dos lumbreras del cielo, sol y luna (Gén., 1, 16), que en dividir la noche y el día se señalasen al Sol de Justicia Cristo y su Madre Santísima, que es hermosa como la Luna (Cant., 6, 9), y dividen la luz y día de la gracia de la noche del pecado; y con sus continuas influencias iluminan el Sol a la Luna y entrambos a todas las criaturas desde el firmamento y sus Astros y los demás hasta el fin de todo el universo.
136. Crió las demás cosas y les añadió más perfección, mirando que habían de servir a Cristo y a María Santísima, y por ellos a los demás hombres, a quienes antes de salir de su nada les puso mesa gustosísima, abundante, segura y más memorable que la de Asuero (Est., 1, 3); porque los había de criar para su regalo y convidarlos a las delicias de su conocimiento y amor; y como cortés Señor y generoso no quiso que el convidado aguardase, mas que fuese todo uno el ser criado y hallarse sentado a la mesa del Divino conocimiento y amor, y no perdiese tiempo en lo que tanto le importaba como reconocer y alabar a su Hacedor.
137. Al sexto día de la creación, formó (Gén., 1, 27) y crió a Adán como de treinta y tres años, la misma edad que Cristo había de tener en su muerte; y tan parecido a su Humanidad Santísima, que en el cuerpo apenas se diferenciaban y en el alma también le asimiló a la suya; y de Adán formó a Eva tan semejante a la Virgen, que la imitaba en todas sus facciones y persona. Miraba el Señor con sumo agrado y benevolencia estos dos retratos de los originales que había de criar a su tiempo; y por ellos les echó muchas bendiciones, como para entretenerse con ellos y sus descendientes mientras llegaba el día en que había de formar a Cristo y a María.
138. Pero el feliz estado en que Dios había criado a los dos primeros padres del género humano duró muy poco, porque luego la envidia de la serpiente se despertó contra ellos, como quien estaba a la espera de su creación; aunque Lucifer no pudo ver la formación de Adán y Eva como vio todas las otras cosas al instante que fueron criadas, porque el Señor no le quiso manifestar la obra de la creación del hombre, ni tampoco la formación de Eva de la costilla, que todo esto se lo ocultó Su Majestad por algún espacio de tiempo, hasta que ya estaban los dos juntos. Pero cuando vio el demonio la compostura admirable de la naturaleza humana sobre todas las demás criaturas, la hermosura de las almas y también de los cuerpos de Adán y Eva, y conoció el paternal amor con que los miraba el Señor y que los hacía dueños y señores de todo lo criado y les dejaba esperanzas de la vida eterna, aquí fue donde se enfureció más la ira de este dragón y no hay lengua que pueda manifestar la alteración con que se conmovió aquella bestia fiera, ejecutándole su envidia para que les quitase la vida; y como un león lo hiciera, si no conociera que le detenía otra fuerza más superior; pero confería y arbitraba modo como los derribaría de la Gracia del Altísimo y los convertiría contra Él. 139 Aquí se alucinó Lucifer; porque el Señor, misteriosamente, como desde el principio le había manifestado que el Verbo había de hacerse hombre en el vientre de María Santísima, y no le declarando dónde y cuándo, por eso le ocultó la creación de Adán y formación de Eva, para que desde luego comenzase a sentir esta ignorancia del Misterio y tiempo de la Encarnación. Y como su ira y desvelo estaban prevenidos señaladamente contra Cristo y María, sospechó si Adán había salido de Eva y ella era la Madre y él era el Verbo humanado. Y crecía más esta sospecha en el demonio, por sentir aquella virtud Divina que le detenía para que no les ofendiese en la vida. Mas, como por otra parte conoció luego los preceptos que Dios les puso que éstos no se le ocultaron, porque oyó la conferencia que tenían sobre ello Adán y Eva salía a poco a poco de la duda y fue escuchando las pláticas de los dos padres y tanteando sus naturales, comenzando luego, como hambriento león, a rodearlos (1 Pe., 5, 8) y buscar entrada por las inclinaciones que conocía en cada uno de ellos. Pero hasta que se desengañó del todo, siempre vacilaba entre la ira con Cristo y María y el temor de ser vencido de ellos; y más temía la confusión de que le venciese la Reina del Cielo, por ser criatura pura, y no Dios.
140. Reparando, pues, en el precepto que tenían Adán y Eva, armado de la engañosa mentira entró por ella a tentarles, comenzando a oponerse y contravenir a la Divina voluntad con todo conato. Y no acometió primero al varón sino a la mujer, porque la conoció de natural más delicado y débil y porque contra ella iba más cierto que no era Cristo; y porque contra ella tenía suma indignación, desde la señal que había visto en el cielo y la amenaza que Dios le había hecho con aquella mujer. Todo esto le arrastró y llevó primero contra Eva que contra Adán. Y arrojóle muchos pensamientos o imaginaciones fuertes desordenadas antes de manifestársele, para hallarla algo turbada y prevenida. Y porque en otra parte tengo escrito algo de esto , no me alargo aquí con decir cuán esforzada e inhumanamente la tentó; basta ahora, para mi intento, saber lo que dicen las Escrituras santas, que tomó forma de serpiente (Gén., 3, 1) y con ella habló a Eva, trabando conversación que no debiera; pues de oírle y responderle pasó a darle crédito y de aquí a quebrantar el precepto para sí; y al fin persuadir a su marido que le quebrantase para su daño y el de todos, perdiendo ellos y nosotros el feliz estado en que los había puesto el Altísimo.
141. Cuando Lucifer vio la caída de los dos y que la hermosura interior de la gracia y justicia original se había convertido en la fealdad del pecado, fue increíble el alborozo y triunfo que mostró a sus demonios. Pero luego lo perdió, porque conoció cuán piadosamente, y no como deseaba, se había mostrado el amor divino misericordioso con los dos delincuentes y que les daba lugar de penitencia y esperanza del perdón y de su gracia, para lo cual se disponían con el dolor y contrición. Y conoció Lucifer que se les restituía la hermosura de la gracia y amistad de Dios; con que de nuevo se volvió a turbar todo el infierno, viendo los efectos de la contrición. Y creció más su llanto, viendo la sentencia que Dios fulminaba contra los reos, en que se equivocaba el demonio; y sobre todo le atormentó el oír que se le volviese a repetir aquella amenaza: La mujer te quebrantará la cabeza (Gén., 3, 15), como lo había oído en el Cielo.
142. Los partos de Eva se multiplicaron después del pecado y por él se hizo la distinción y multiplicación de buenos y malos, escogidos y réprobos; unos, que siguen a Cristo nuestro Redentor y Maestro; otros, a Satanás. Los escogidos siguen a su Capitán por fe, humildad, caridad, paciencia y todas las virtudes; y para conseguir el triunfo son asistidos, ayudados y hermoseados con la Divina Gracia y dones que les mereció el mismo Señor y Reparador de todos. Pero los réprobos, sin recibir estos beneficios y favores de su falso caudillo ni aguardar otro premio más que la pena y confusión eterna del infierno, le siguen por soberbia y presunción, ambición, torpezas y maldades, introduciéndolas el padre de mentira y autor del pecado.
143. Con todo esto, la inefable benignidad del Altísimo les dio su bendición, para que con ella creciese y se multiplicase el linaje humano. Pero dio permiso su altísima providencia para que el primer parto de Eva llevase las primicias del primer pecado, en el injusto Caín, y el segundo señalase en el inocente Abel al Reparador del pecado, Cristo nuestro Señor; comenzando juntamente a señalarle en figura y en imitación, para que en el primer justo se estrenase la ley de Cristo y su doctrina de que todos los restantes habían de ser discípulos padeciendo por la justicia y siendo aborrecidos, y oprimidos de los pecadores y réprobos, de sus mismos hermanos (Mt., 10, 21). Para esto se estrenaron en Abel la paciencia, humildad y mansedumbre, y en Caín la envidia y todas las maldades que hizo, en beneficio del justo y en perdición de sí mismo, triunfando el malo y padeciendo el bueno; y dando principio en estos espectáculos a los que tendría el mundo en su progreso, compuesto de las dos ciudades, de Jerusalén para los justos y Babilonia para los réprobos, cada cual con su capitán y cabeza.
144. Quiso también el Altísimo que el primer Adán fuese figura del segundo en el modo de la creación; pues, como antes de él, primero le crió y ordenó la república de todas las criaturas de que le hacía señor y cabeza, así con su Unigénito dejó pasar muchos siglos antes de enviarle, para que hallase pueblo en la multiplicación del linaje humano, de quien había de ser Cabeza y Maestro y Rey verdadero, para que no estuviese un punto sin república y vasallos; que éste es el orden y armonía maravillosa con que todo lo dispuso la divina sabiduría, siendo postrero en la ejecución el que fue primero en la intención.
145. Y caminando más el mundo, para descender el
Verbo del seno del Eterno Padre y vestirse nuestra mortalidad, eligió y previno un pueblo segregado y nobilísimo y el más admirable que antes ni después hubo; y en él un linaje ilustre y santo, de donde descendiese según la carne humana. Y no me detengo en referir esta genealogía (Mt., 1, 1-17; Lc., 3, 23-38) de Cristo Señor nuestro, porque no es necesario y la cuentan los Sagrados Evangelistas; sólo digo, con toda la alabanza que puedo del Altísimo, que en muchas ocasiones me ha mostrado en diversos tiempos el amor incomparable que tuvo a su pueblo, los favores que fue obrando con él y los sacramentos y Misterios que se encerraban en ellos, como después en su Iglesia Santa se han ido manifestando; sin que jamás se haya dormido ni dormitado el que se constituyó por guarda de Israel (Sal., 120, 4).
146. Hizo Profetas y Patriarcas Santísimos, que en figuras y profecías nos evangelizasen de lejos lo que ahora tenemos en posesión, para que los veneremos, conociendo el aprecio que ellos hicieron de la Ley de gracia, las ansias y clamores con que la desearon y pidieron. A este pueblo manifestó Dios su ser inmutable por muchas revelaciones; y ellos a nosotros por las Escrituras, encerrando en ellas inmensos Misterios que alcanzásemos y conociésemos por la fe. Y todos los cumplió y acreditó el Verbo humanado, dejándonos con esto la doctrina segura y el alimento de las Escrituras Santas para su Iglesia. Y aunque los Profetas y Justos de aquel pueblo no pudieron alcanzar la vista corporal de Cristo, pero fue liberalísimo el Señor con ellos, manifestándoseles en profecías y moviéndoles al afecto para que pidiesen su venida y la redención de todo el linaje humano. Y la consonancia y armonía de todas estas profecías, misterios y suspiros de los antiguos padres, eran para el Altísimo una suavísima música que resonaba en lo íntimo de su pecho, con que a nuestro parecer entretenía el tiempo, y aun le aceleraba, de bajar a conversar con los hombres.
147. Y por no me detener mucho en lo que sobre esto me ha dado el Señor a conocer y para llegar a lo que voy buscando de las preparaciones que hizo este Señor para enviar al mundo al Verbo humanado y a su Madre Santísima, las diré sucintamente por orden de las divinas Escrituras. El Génesis contiene lo que toca al exordio y creación del mundo para el linaje humano, la división de las tierras y gentes, el castigo y restauración, la confusión de lenguas y origen del pueblo escogido y bajada a Egipto, y otros muchos y grandes sacramentos que declaró Dios a Moisés, para que por él nos diese a conocer el amor y justicia que desde el principio mostró con los hombres, para traerlos a su conocimiento y servicio y señalar lo que tenía determinado de hacer en lo futuro.
148. El Éxodo contiene lo que sucedió en Egipto con el pueblo escogido, las plagas y castigos que envió para rescatarle misteriosamente, la salida y tránsito del mar, la Ley escrita dada con tantas prevenciones y maravillas, y otros muchos sacramentos y misterios que Dios obró por su pueblo, afligiendo unas veces a sus enemigos, otras a ellos, castigando a unos como juez severo, corrigiendo a otros como padre amantísimo, enseñándoles a conocer el beneficio en los trabajos. Hizo grandes maravillas por la vara de Moisés, en figura de la Cruz, donde el Verbo humanado había de ser cordero sacrificado, para unos remedio y para otros ruina (Lc., 2, 34), como la vara lo era y lo fue el mar Rubro, que defendió al pueblo con murallas de agua y con ellas anegó a los gitanos (Egipcios). E iba con todos estos misterios tejiendo la vida de los Santos de alegría y de llanto, de trabajos, refrigerios; y todo, con infinita Sabiduría y Providencia, lo copiaba de la vida y muerte de Cristo Señor nuestro.
149. En el Levítico describe y ordena muchos sacrificios y ceremonias legales para aplacar a Dios, porque significaban el Cordero que se había de sacrificar por todos y después nosotros a Su Majestad con la verdad ejecutada de aquellos figurativos sacrificios. También declara las vestiduras de Aarón, Sumo Sacerdote y figura de Cristo, aunque no había de ser él de orden tan inferior, sino según el orden de Melquisedech (Sal., 109, 4).
150. Los Números contienen las mansiones del desierto, figurando lo que había de hacer con la Iglesia Santa y con su Unigénito humanado y su Madre Santísima y también con los demás Justos; que, según diversos sentidos, todo se comprende en aquellos sucesos de la columna de fuego, del maná, de la piedra que dio agua y otros misterios grandes que contiene en otras obras; y encierra también los que pertenecen a la aritmética; y en todo hay profundos sacramentos.
151. El Deuteronomio es como segunda ley y no diferente sino diverso modo repetida y más apropiadamente figurativa de la Ley Evangélica, porque habiéndose de alargar por los ocultos juicios de Dios y las conveniencias que su sabiduría conocía el tomar carne humana, renovaba y disponía leyes que pareciesen a la que después había de establecer por su unigénito Hijo.
152. Jesús Nave o Josué introduce al pueblo de Dios en la tierra de promisión y se la divide pasado el Jordán, obrando grandes hazañas, como figura harto expresa de nuestro Redentor en el nombre y en las obras; en que representó la destrucción de los reinos que poseía el demonio y la separación y división que de buenos y malos se hará el último día.
153. Tras de Josué, estando ya el pueblo en la posesión de la tierra prometida y deseada, que primera y propiamente representa la Iglesia, adquirida por Jesucristo con el precio de su Sangre, viene el libro de los Jueces que Dios ordenaba para gobierno de su pueblo, particularmente en las guerras que por sus continuados pecados e idolatrías padecían de los filisteos y otros enemigos sus vecinos, de que los defendía y libraba cuando se convertían a Él por penitencia y enmienda de la vida. Y en este libro se refiere lo que hizo Débora, juzgando al pueblo y libertándole de una grande opresión; y Jahel también, que concurrió a la victoria; mujeres fuertes y valerosas. Y todas estas historias son expresa figura y testimonio de lo que pasa en la Iglesia.
154. Acabados los Jueces, son los Reyes que pidieron los Israelitas, queriendo ser como las demás gentes en el gobierno. Contienen estos libros grandes misterios de la venida del Mesías. Helí, sacerdote, y Saúl, rey, muertos, dicen la reprobación de la ley vieja. Sadoc y David figuran el nuevo reino y sacerdocio de Jesucristo y la Iglesia con el pequeño número que en ella había de haber en comparación del resto del mundo. Los otros reyes de Israel y Judá y sus cautividades señalan otros grandes misterios de la Iglesia Santa.
155. Entre los tiempos dichos estuvo el pacientísimo del
Señor, Job, cuyas palabras son tan misteriosas, que ninguna tiene sin profundos sacramentos de la vida de Cristo nuestro Señor, de la resurrección de los muertos y del último juicio en la misma carne en número que cada uno tiene, de la fuerza y astucia del demonio y sus conflictos. Y sobre todo le puso Dios por un espejo de paciencia a los mortales, para que en él deprendiésemos todos cómo debemos padecer los trabajos después de la muerte de Cristo que tenemos presente, pues antes hubo Santo que a la vista tan de lejos le imitó con tanta paciencia.
156. Pero en los muchos y grandes Profetas que Dios envió a su pueblo en el tiempo de sus reyes, porque entonces más necesitaba de ellos, hay tantos misterios y sacramentos que ninguno dejó el Altísimo de los que pertenecían a la venida del Mesías y su ley que no se lo revelase y declarase; y lo mismo hizo, aunque de más lejos, con los antiguos Padres y Ppatriarcas; y todo era multiplicar retratos y como estampas del Verbo humanado y prevenirle y prepararle pueblo y la Ley que había de enseñar.
157. En los tres grandes patriarcas, Abrahán, Isaac y
Jacob, depositó grandes y ricas prendas para poderse llamar Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, queriendo honrarse con este nombre para honrarlos a ellos, manifestando su dignidad y excelentes virtudes y los sacramentos que les había fiado para que diesen nombre a Dios tan honroso. Al Patriarca Abrahán, para hacer aquella representación tan expresa de lo que el eterno Padre había de hacer con su Unigénito, le tentó y probó mandándole sacrificar a Isaac; pero, cuando el obediente padre quiso ejecutar el sacrificio, lo impidió el mismo Señor que lo había mandado, porque sólo para el Eterno Padre se reservase la ejecución de tan heroica obra, sacrificando con efecto a su Unigénito, y sólo en amago se dijese lo había hecho a Abrahán; en que parece fueron los celos del amor divino fuertes como la muerte (Cant., 8, 6), pero no convenía que tan expresa figura quedase imperfecta y así se cumplió sacrificando Abrahán un carnero, que también era figura del Cordero que había de quitar los pecados del mundo (Jn., 1, 29).
158. A Jacob le mostró aquella misteriosa escala, llena de sacramentos y sentidos, y el mayor fue representar al Verbo humanado, que es el Camino y Escala por donde subimos al Padre y de Él bajó Su Majestad a nosotros; y por Su medio suben y descienden ángeles que nos ilustran y guardan, llevándonos en sus manos, para que no nos ofendan las piedras (Sal., 90, 12) de los errores, herejías y vicios, de que está sembrado el camino de la vida mortal; y en medio de ellas subamos seguros por esta escala con la fe y esperanza desde esta Iglesia Santa, que es la casa de Dios, donde no hay otra cosa que puerta del cielo (Gén., 28, 17) y santidad.
159. A Moisés, para constituirle Dios de Faraón y Capitán de su pueblo, le mostró aquella zarza mística que sin quemarse ardía, para señalar en profecía la Divinidad encubierta en nuestra humanidad, sin derogar lo humano a lo Divino, ni consumir lo Divino a lo humano. Y junto con este Misterio señalaba también la virginidad perpetua de la Madre del Verbo, no sólo en el cuerpo, sino también en el alma, y que no la mancharía ni ofendería ser hija de Adán y venir vestida y derivada de aquella naturaleza abrasada con la primera culpa.
160. Hizo también a David a la medida de su corazón (1
Sam., 13, 14), con que pudo dignamente cantar las misericordias del Altísimo (Sal., 88, 1), corno lo hizo comprendiendo en sus Salmos todos los sacramentos y misterios, no sólo de la ley de gracia, pero de la escrita y natural. No se caen de la boca los testimonios, los juicios y las obras del Señor, porque también los tenía en el corazón para meditar de día y de noche. Y en perdonar injurias que expresa imagen o figura del que había de perdonar las nuestras; y así le fueron hechas las promesas más claras y firmes de la venida del Redentor del mundo.
161. Salomón, rey pacífico, y en esto figura del verdadero Rey de los reyes, dilató su grande sabiduría en manifestar por diversos modos de Escrituras los misterios y sacramentos de Cristo, especialmente en la metáfora de los Cantares, donde encerró los misterios del Verbo humanado, de su Madre Santísima y de la Iglesia y fieles. Enseñó también la doctrina para las costumbres por diversos modos; y de aquella fuente han bebido las aguas de la verdad y vida otros muchos escritores.
162. Pero ¿quién podrá dignamente engrandecer el beneficio de habernos dado el Señor, por medio de su pueblo, el número loable de los Profetas Santos, donde la Eterna Sabiduría copiosamente derramó la gracia de la profecía, alumbrando a su Iglesia con tantas luces, que desde muy lejos comenzaron a señalarnos el Sol de Justicia y los rayos que había de dar en la Ley de gracia con sus obras? Los dos grandes Profetas, Isaías y Jeremías, fueron escogidos para evangelizarnos alta y dulcemente los misterios de la Encarnación del Verbo, su Nacimiento, Vida y Muerte. Isaías nos prometió que concebiría y pariría una virgen y nos daría un hijo que se llamaría Emanuel y que un pequeñuelo hijo nacería para nosotros y llevaría su imperio sobre su hombro (Is., 7, 14;
9, 6); y todo lo restante de la vida de Cristo lo anunció con tanta claridad, que pareció su Profecía Evangelio. Jeremías dijo la novedad que Dios había de obrar con una mujer que tendría en su vientre un varón (Jer., 31, 22), que sólo podía ser Cristo, Dios y hombre perfecto; anunció su venta, pasión, oprobios y muerte. Suspensa y admirada quedo en la consideración de estos Profetas. Pide Isaías que envíe el Señor el Cordero que ha de señorear al mundo, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión (Is., 16, 1); porque este Cordero, que es el Verbo humanado, en cuanto a la Divinidad estaba en el desierto del Cielo, que faltándole los hombres se llama desierto; y llamándose Piedra por el asiento, firmeza y quietud eterna de que goza. El monte, adonde pide que venga, en lo místico es la Iglesia Santa, y primero María Santísima, hija de la visión de paz, que es Sión; y la interpone el Profeta por Medianera para obligar al Padre Eterno que envíe al Cordero su Unigénito, porque en todo el resto del linaje humano no había quien le pudiese obligar tanto como haber de tener tal Madre que le diese a este Cordero la piel y vellocino de su Humanidad Santísima; y esto es lo que contiene aquella dulcísima oración y profecía de Isaías.
163. Ezequiel vio también a esta Madre Virgen en la figura o metáfora de aquella puerta cerrada (Ez., 44, 2), que para solo el Dios de Israel estaría patente y ningún otro varón entraría por ella. Habacuc contempló a Cristo Señor nuestro en la Cruz y con profundas palabras profetizó los Misterios de la Redención y los admirables efectos de la Pasión y muerte de nuestro Redentor. Joel describe la tierra de los doce tribus, figura de los doce Apóstoles que habían de ser cabezas de todos los hijos de la Iglesia; también anunció la venida del Espíritu Santo sobre los siervos y siervas del Muy Alto, señalando el tiempo de la venida y vida de Cristo. Y todos los demás Profetas por partes la anunciaron, porque todo quiso el Altísimo quedase dicho y profetizado y figurado tan de lejos y tan abundantemente, que todas estas obras admirables pudiesen testificar el amor y cuidado que tuvo Dios para con los hombres y cómo enriqueció a su Iglesia; y asimismo para culpar y reprender nuestra tibieza, pues aquellos Antiguos Padres y Profetas sólo con las sombras y figuras se inflamaron en el Divino amor e hicieron cánticos de alabanza y gloria para el Señor; y nosotros, que tenemos la verdad y el día claro de la gracia, estamos sepultados en el olvido de tantos beneficios, y dejando la luz buscamos las tinieblas.
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