Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Continúa el Señor el día segundo los favores y disposición para la Encarnación del Verbo en María Santísima.

INDICE   Libro  3   Capítulo  2    Versos:  17-26


17. En prosecución de este intento fue continuando el supremo Señor los favores con que dispuso a María santísima los nueve días que voy declarando, inmediatos a la encarnación; y llegando el día segundo, a la misma hora de media noche fue visitada Su Alteza en la misma forma que dije en el capítulo pasado, elevándola el poder divino con aquellas disposiciones, cualidades o iluminaciones que la preparaban para las visiones de la Divinidad. Manifestósele este día abstractivamente, como en el primero, y vio las obras que tocaban al día segundo de la creación del mundo: conoció cuándo y cómo hizo Dios la división de las aguas, unas sobre el firmamento y otras debajo, formando en medio el firmamento (Gén., 1, 6-7) y de las superiores el cielo cristalino que llaman ácueo. Penetró la grandeza, orden, condiciones, movimientos y todas las cualidades y condiciones de los cielos.
18. No era ociosa esta ciencia ni estéril en la Prudentísima Virgen, porque redundaban en ella casi inmediatamente de la clarísima luz de la Divinidad, y así la inflamaba y enardecía en la admiración, alabanza y amor de la bondad y poder Divino, y transformada en el mismo Dios hacía heroicos actos de todas las virtudes, complaciendo a Su Majestad con plenitud de su agrado. Y como el día primero precedente la hizo Dios participante del atributo de su sabiduría, así este segundo día le comunicó en su modo el de la omnipotencia y la dio potestad sobre las influencias de los cielos y planetas y elementos, y mandó que todos la obedeciesen. Quedó esta gran Reina con imperio y dominio sobre el mar, tierra, elementos y orbes celestes, con todas las criaturas que en ellos se contienen.
19. Este dominio y potestad pertenecía también a la dignidad de María Santísima por la razón que arriba he dicho y, a más de esto, por otras dos especiales: la una, porque esta Señora era Reina privilegiada y exenta de la ley común del pecado original y sus efectos; y por esto no debía ser encartada en el padrón universal de los insensatos hijos de Adán, contra quienes dio armas (Sab., 5, 18) el Omnipotente a las criaturas, para vengar sus injurias y castigar la locura de los mortales; porque si ellos no se hubieran convertido inobedientes contra su Criador, tampoco los elementos y sus criaturas les fueran inobedientes ni molestos, ni convirtieran contra ellos el rigor de su actividad e inclemencias; y si esta rebelión de las criaturas fue castigo del pecado, no se había de entender con María Santísima inmaculada e inculpable; ni tampoco en este privilegio debía de ser inferior a la naturaleza angélica, a quien ni alcanza esta pena del pecado ni tiene jurisdicción sobre ella la virtud elemental. Aunque María Santísima era de naturaleza corpórea y terrena, pero en ella fue más estimable, como más peregrino y costoso, el subir a la altura de todas las criaturas terrenas y espirituales y hacerse con sus méritos condigna Reina y Señora de todo lo criado; y más se le debía conceder a la Reina que a los vasallos, más a la Señora que a los siervos.
20. La segunda razón era, porque a esta divina Reina había de obedecer su Hijo Santísimo como a Madre, y pues Él era Criador de los elementos y de todas las cosas, estaba puesto en razón que todas ellas obedeciesen a quien el mismo Criador debía su obediencia, y que ella las mandase a todas, pues la persona de Cristo en cuanto hombre había de ser gobernada por su Madre, por obligación y ley de la naturaleza. Y tenía este privilegio grande conveniencia para realzar las virtudes y méritos de María Santísima; porque en ella venía a ser voluntario y meritorio lo que en nosotros es forzoso, y de ordinario contra nuestra voluntad. No usaba la prudentísima Reina de este imperio sobre los elementos y criaturas indistintamente y en obsequio de su propio sentido y alivio; antes mandó a todas las criaturas que con ella ejercitasen las operaciones y acciones que le podían ser penales y molestas naturalmente, porque en esto había de ser semejante a su Hijo Santísimo y padecer con él. Y no sufriría el amor y humildad de esta gran Señora que las inclemencias de las criaturas se detuvieran y suspendieran privándola del aprecio del padecer, que conocía tan estimable en los ojos del Señor.
21. Sólo en algunas ocasiones, que conocía no ser en obsequio suyo, sino de su Hijo y Criador, imperaba la dulce Madre sobre la fuerza de los elementos y sus operaciones, como veremos adelante (Cf. infra n.543, 590, 633) en las peregrinaciones de Egipto y en otras ocasiones, donde prudentísimamente juzgaba que convenía, para que las criaturas reconociesen a su Criador y le hiciesen reverencia (Cf. infra 185, 485, 636; p. III n. 471) o le abrigasen y sirviesen en alguna necesidad. ¿Quién de los mortales no se admira en el conocimiento de tan nueva maravilla? Ver una criatura pura y terrena y mujer con el imperio y dominio de todo lo criado, y que en su estimación y en sus ojos se reputase por la más indigna y vil de todas ellas, y con esta consideración mande a las iras de los vientos y al rigor de sus operaciones que se conviertan contra ella, y que por obedientes lo cumplan; pero como temerosos y corteses a tal Señora, obraban más en obsequio de su rendimiento que por vengar la causa de su Criador, como lo hacen con los demás hijos de Adán.
22. En presencia de esta humildad de nuestra invicta
Reina, no podemos negar los mortales nuestra vanísima arrogancia, si no le llamo atrevimiento, pues cuando merecíamos que todos los elementos y las fuerzas ofensivas de todo el universo se rebelen contra nuestras insanias, así nos querellamos de su rigor, como si el molestarnos fuera agravio. Condenamos el rigor del frío, no queremos sufrir que nos fatigue el calor, todo lo penoso aborrecemos, y todo el estudio ponemos en culpar estos ministros de la Divina justicia y buscar a nuestros sentidos el sagrado de las comodidades y deleites, como si nos hubiera de valer para siempre, y no fuera cierto que nos sacarán de él para más duro castigo de nuestras culpas.
23. Volviendo a estos dones de ciencia y potencia que se le dieron a la Princesa del cielo, y a los demás que la disponían para digna Madre del Unigénito del eterno Padre, se entenderá su excelencia, considerando en ellos un linaje de infinidad o comprensión participada de la del mismo Dios y semejante a la que después tuvo el alma santísima de Cristo; porque no sólo conoció todas las criaturas con el mismo Dios, pero las comprendía de suerte que las encerraba en su capacidad y pudiera extenderse a conocer otras muchas si hubiera que conocer. Y llamo yo infinidad a esto, porque parece a la condición de la ciencia infinita, y porque juntamente sin sucesión miraba y conocía el número de los cielos, su latitud, profundidad, orden, movimientos, cualidades, materia y forma, los elementos con todas sus condiciones y accidentes, todo lo conocía junto; y sólo ignoraba la Virgen sapientísima el fin próximo de todos estos favores, hasta que llegase la hora de su consentimiento y de la inefable misericordia del Altísimo; pero continuaba estos días sus peticiones fervorosas por la venida del Mesías, porque se lo mandaba el mismo Señor, y le daba a conocer que no se tardaría, porque se llegaba el tiempo destinado.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

24. Hija mía, por lo que vas entendiendo de mis favores y beneficios para ponerme en la dignidad de Madre del Altísimo, quiero que conozcas el orden admirable de su sabiduría en la creación del hombre. Advierte, pues, cómo su Criador le hizo de nada, no para que fuese siervo, mas para rey y señor de todas las cosas (Gén., 1, 26) y que de ellas se sirviese con imperio, mando y señorío; pero reconociéndose juntamente por hechura y por imagen de su mismo Hacedor y estando más rendido a Él y más atento a su voluntad que las criaturas a la del mismo hombre, porque así lo pide el orden de la razón. Y para que no le faltase al hombre la noticia y conocimiento del Criador y de los medios para saber y ejecutar su voluntad, le dio sobre la luz natural otra mayor, más breve, más fácil, más cierta y más sin costa y general para todos, que fue la lumbre de la Fe divina, con que conociese el ser de Dios y sus perfecciones y con ellas juntamente sus obras. Con esta ciencia y señorío quedó el hombre bien ordenado, honrado y enriquecido, sin excusa para dedicarse todo a la Divina voluntad.
25. Pero la estulticia de los mortales turba todo este orden y destruye esta divina armonía, cuando el que fue criado para señor y rey de las criaturas se hace vil esclavo de ellas mismas y se sujeta a su servidumbre, deshonrando su dignidad y usando de las cosas visibles, no como señor prudente, pero como inferior indigno, y no reconociéndose superior cuando se constituye y se hace inferiorísimo a lo más ínfimo de las criaturas. Toda esta perversidad nace de usar de las cosas visibles, no para obsequio del Criador ordenándolas a él con la Fe, sino de usar mal de todo, sólo para saciar las pasiones y sentidos con lo deleitable de las criaturas, y por esto aborrecen tanto a las que no lo son.
26. Tú, carísima, mira con la Fe a tu Señor y Criador, y en tu alma procura copiar la imagen de sus Divinas perfecciones; no pierdas el imperio y el dominio de las criaturas para que ninguna sea superior a tu libertad, antes quiero que de todas triunfes y nada se interponga entre tu alma y tu Dios. Sólo te has de sujetar con alegría, no a lo deleitable de las criaturas, porque se oscurecerá tu entendimiento y enflaquecerá tu voluntad, pero a lo molesto y penoso de sus inclemencias y operaciones, padeciéndolo con alegre voluntad, pues yo lo hice por imitar a mi Hijo Santísimo, aunque tuve potestad para elegir el descanso y no tenía pecados que satisfacer.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #75

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