27. La diestra del omnipotente Dios, que a María Santísima hizo franca la entrada de su Divinidad, iba enriqueciendo y adornando con las expensas de sus infinitos atributos aquel purísimo espíritu y cuerpo virginal que había escogido para tabernáculo, para templo y ciudad santa de su habitación; y la divina Señora engolfada en aquel océano de la divinidad se alejaba cada día más del ser terreno y se transformaba en otro celestial, descubriendo nuevos sacramentos que la manifestaba el Altísimo; porque como es objeto infinito y voluntario, aunque se sacie el apetito con lo que recibe, queda más que desear y entender. Ninguna pura criatura llegó ni llegará a donde María Santísima. Penetró en el conocimiento de Dios y de las criaturas y, en estos beneficios, grandes profundidades, sacramentos y secretos, los cuales todas las jerarquías de los ángeles ni hombres juntos no los alcanzarán, a lo menos lo que recibió esta Princesa del Cielo para ser Madre del Criador.
28. El día tercero de los nueve que voy declarando, precediendo las mismas preparaciones que dije en el capítulo primero, se le manifestó la Divinidad en visión abstractiva como los otros dos días. Muy tarda y desigual es nuestra capacidad para ir entendiendo los aumentos que iban recibiendo estos dones y gracias que acumulaba el Altísimo en la divina María, y a mí me faltan nuevos términos para explicar algo de lo que se me ha manifestado. Declararéme con decir que la sabiduría y poder Divino iban proporcionando a la que había de ser Madre del Verbo, para que, en cuanto era posible, llegase a tener una pura criatura la similitud y proporción conveniente con las Divinas Personas. Y quien mejor entendiere la distancia de estos dos extremos, Dios infinito y criatura humana limitada, podrá alcanzar más de los medios necesarios para juntarlos y proporcionarlos.
29. Iba copiando la divina Señora de los originales de la divinidad nuevos retratos de sus atributos infinitos y virtudes; iba subiendo de punto su hermosura con los retoques, baños y lumines que la daba el pincel de la infinita sabiduría. Y este día tercero se le manifestaron las obras de la creación en el tercero del mundo, como entonces sucedieron (Gén., 1, 9-13). Conoció cuándo y cómo las aguas, que estaban debajo los cielos, se juntaron al Divino imperio en un lugar, despejando la árida, a la que el Señor llamó tierra, y a las congregaciones de las aguas llamó mares. Conoció cómo la tierra germinó la yerba fresca que tuviese su semilla y todo género de plantas y árboles fructíferos también con sus semillas, cada uno en su propia especie. Conoció y penetró la grandeza del mar, su profundidad y divisiones, la correspondencia de los ríos y fuentes que de él se originan y a él corren, las especies de plantas y yerbas, flores, árboles, raíces, frutos y semillas, y que todas y cada una sirven para algún efecto en servicio del hombre. Todo esto lo entendió y penetró nuestra Reina, más clara, distinta y latamente que el mismo Adán y Salomón; y todos los médicos del mundo en esta comparación fueron ignorantes, después de largos estudios y experiencias. María Santísima lo deprendió todo de improviso, como dice la Sabiduría (Sab., 7, 21), y como lo deprendió sin ficción, lo comunicó también sin envidia (Ib. 13); y cuanto dijo allí Salomón se verificó en ella con eminencia incomparable.
30. En algunas ocasiones usó nuestra Reina de esta ciencia para ejercitar la caridad con los pobres y necesitados, como se dirá en lo restante de esta Historia (Cf. infra n. 668, 867, 868, 1048; p. III n. 159, 423); pero teníala en su libertad, y le era tan fácil usar de ella como lo es para un músico tocar un instrumento de su arte en que es muy sabio; y lo mismo fuera de todas las demás ciencias, si quisiera o fuera necesario su ejercicio para servicio del Altísimo, que de todas pudiera usar como maestra en quien estaban recopiladas mejor que en ninguno de los mortales que ha tenido algún especial arte o ciencia. Tenía también superioridad sobre las virtudes, calidades y operaciones de las piedras, yerbas y plantas; y lo que prometió Cristo nuestro Señor a sus apóstoles y primeros fieles, que no les dañarían los venenos aunque los bebiesen (Mc., 16, 18), este privilegio tenía la Reina con imperio, para que ni el veneno ni otra cosa alguna la pudiese dañar ni ofender sin su voluntad.
31. Estos privilegios y favores tuvo siempre ocultos la prudentísima Princesa y Señora y no usaba de ellos para sí misma, como queda dicho, por no negarse al padecer que su Hijo Santísimo escogió; y antes de concebirle y ser madre, era gobernada en esto por la Divina luz y noticia que tenía de la pasibilidad que el Verbo Humanado había de recibir. Y después que siendo Madre suya vio y experimentó esta verdad en su mismo Hijo y Señor, dio más licencia o, por decir mejor, mandaba a las criaturas que la afligiesen con sus fuerzas y operaciones, como lo hacían con su mismo Criador. Y porque no siempre quería el Altísimo que su Esposa única y electa fuese molestada de las criaturas, muchas veces las detenía o impedía para que sin estas pasiones tuviese algunos tiempos en que la divina Princesa gozase de las delicias del sumo Rey.
32. Otro singular privilegio en favor de los mortales recibió María Santísima en la visión de la Divinidad que tuvo el tercero día; porque en ella le manifestó Dios por especial modo la inclinación del amor Divino al remedio de los nombres y a levantarlos de todas sus miserias. Y en el conocimiento de esa infinita misericordia y lo que con ella benignamente había de obrar, le dio el Altísimo a María Purísima cierto género de participación más alta de sus mismos atributos, para que después, como Madre y abogada de los pecadores, intercediese por ellos. Esta influencia en que participó María Santísima el amor de Dios a los hombres y su inclinación a remediarlos fue tan divina y poderosa, que si de allí adelante no la hubiera asistido la virtud del Señor para corroborarla no pudiera sufrir el impetuoso afecto de remediar y salvar a todos los pecadores. Con este amor y caridad, si necesario fuera o conveniente, se entregara infinitas veces a las llamas, al cuchillo, a los exquisitos tormentos y a la muerte, y todos los martirios, angustias, tribulaciones, dolores, enfermedades las padeciera y no las rehusara, antes le fueran grande gozo por la salud de los mortales. Y cuanto han padecido todos, desde el principio del mundo hasta ahora y padecerán hasta el fin, todo fuera poco para el amor de esta misericordiosísima Madre. Vean, pues, los mortales y pecadores lo que deben a María Santísima.
33. De este día podemos decir que la divina Señora quedó hecha Madre de piedad y de misericordia, y de misericordia grande, por dos razones: la una, porque desde entonces con especial afecto y deseo quiso comunicar sin envidia los tesoros de la gracia que había conocido y recibido; y así le resultó de este beneficio tan admirable dulzura y benigno corazón, que le quisiera dar a todos y depositarlos en él para que fueran partícipes del amor divino que allí ardía. La segunda razón es, porque este amor a la salud humana que concibió María Purísima fue una de las mayores disposiciones que la proporcionaron para concebir al Verbo Eterno en sus virginales entrañas. Y era muy conveniente que toda fuese misericordia, benignidad, piedad y clemencia la que sola había de engendrar y parir al Verbo Humanado, que por su misericordia, clemencia y amor quiso humillarse hasta nuestra naturaleza y nacer de ella pasible por los hombres. El parto dicen que sigue al vientre, porque lleva sus condiciones, como el agua de los minerales por donde corre; y aunque este parto salió con ventajas de Divinidad, pero también llevó las condiciones de la Madre en el grado posible, y no fuera proporcionada para concurrir con el Espíritu Santo a esta concepción, en la que sólo faltó varón, si no tuviera correspondencia con el Hijo en las calidades de la humanidad.
34. Salió de esta visión María Santísima, y todo lo restante del día lo ocupó en las oraciones y peticiones que el Señor la ordenaba, creciendo su fervor y quedando más herido el corazón de su Esposo; de suerte que a nuestro entender ya se le tardaba el día y la hora de verse en los brazos y a los pechos de su querida. Doctrina que me dio la Reina Santísima.
35. Hija mía carísima, grandes fueron los favores que hizo conmigo el brazo del Altísimo en las visiones de su Divinidad que me comunicó estos días antes de concebirle en mis entrañas. Y aunque no se me manifestaba inmediata y claramente sin velo, pero fue por modo altísimo y con efectos reservados a su sabiduría. Y cuando, renovando el conocimiento con las especies que me habían quedado de lo que había visto, me levantaba en espíritu y conocía quién era Dios para los hombres y quiénes ellos para Su Majestad, aquí se inflamaba mi corazón en amor y se dividía de dolor, porque conocía juntamente el peso del amor inmenso con los mortales y el ingratísimo olvido de tan incomprensible bondad. En esta consideración muriera muchas veces, si no me confortara y conservara el mismo Dios. Y este sacrificio de su sierva fue gratísimo a Su Majestad y le aceptó con más complacencia que todos los holocaustos de la antigua ley, porque miró a mi humildad y se agradó mucho de ella. Y cuando en estos actos me ejercitaba, me hacía grandes misericordias para mí y para mi pueblo.
36. Estos sacramentos, carísima, te manifiesto para que te levantes a imitarme, según tus flacas fuerzas, ayudadas con la gracia, alcanzaren, mirando como a dechado y ejemplar las obras que has conocido. Pondera mucho y pesa repetidas veces con la luz y la razón cuánto deben corresponder los mortales a tan inmensa piedad y aquella inclinación que tiene Dios a socorrerles. Y a esta verdad has de contraponer el pesado y duro corazón de los mismos hijos de Adán. Y quiero que tu corazón se resuelva y convierta en afectos de agradecimiento al Señor y en compasión de esta desdicha de los hombres. Y te aseguro, hija mía, que el día de la residencia general, la mayor indignación del justo juez ha de ser por haber olvidado los hombres ingratísimos esta verdad, y ella será tan poderosa, que los argüirá aquel día con tal confusión suya, que por ella se arrojaran en el abismo de las penas cuando no hubiera ministros de justicia Divina que lo ejecutaran.
37. Para que te desvíes de tan fea culpa, y prevengas aquel horrendo castigo, renueva en la memoria los beneficios que has recibido de aquel amor y clemencia infinita, y advierte que se ha señalado contigo entre, muchas generaciones. Y no entiendas que tantos favores y singulares dones fían sido para ti sola, sino también para tus hermanos, pues a todos se extiende la Divina misericordia. Y por esto el retorno que debes al Señor ha de ser por ti primero, y después por ellos. Y porque tú eres pobre, presenta la vida y méritos de mi Hijo santísimo, y con ellos juntamente todo lo que yo padecí con la fuerza del amor, para ser agradecida a Dios y asimismo por alguna recompensa de la ingratitud de los mortales; y en todo esto te ejercitarás muchas veces, acordándote de lo que yo sentía en los mismos actos y ejercicios.
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