59. Perseveraba el Altísimo en disponer de próximo a nuestra divina Princesa para recibir el Verbo Eterno en su virginal vientre, y ella continuaba sin intervalo sus fervientes afectos y oraciones para que viniese al mundo; y llegando la noche del día sexto de los que voy declarando, con la misma voz y fuerza que arriba dije (Cf. supra n.6), fue llamada y llevada en espíritu y, precediendo más intensos grados de iluminaciones, se le manifestó la Divinidad con visión abstractiva con el orden que otras veces, pero siempre con efectos más divinos y conocimiento de los atributos del Altísimo más profundo. Gastaba nueve horas en esta oración y salía de ella a la hora de tercia. Y aunque cesaba entonces aquella levantada visión del ser de Dios, no por eso se despedía María Santísima de su vista y oración, antes quedaba en otra, que si respecto de la que dejaba era inferior, pero absolutamente era altísima y mayor que la suprema de todos los santos y justos. Y todos estos favores y dones eran más deificados en los días últimos y próximos a la Encarnación, sin que para esto la impidiesen las ocupaciones activas de su estado, porque allí no se querellaba Marta que María la dejaba sola en sus ministerios (Lc., 10, 40).
60. Habiendo conocido la Divinidad en aquella visión, se le manifestaron luego las obras del día sexto de la creación del mundo (Gén., 1, 24-31), como si se hallara presente. Conoció en el mismo Señor cómo a su Divina Palabra produjo la tierra el ánima viviente en su género, según lo dice (Santo Profeta y Legislador) Moisés; entendiendo por este nombre los animales terrestres que por más perfectos que los peces y aves en las operaciones y vida animal se llaman por la parte principal ánima viviente. Conoció y penetró todos estos géneros y especies de animales que fueron criados en este sexto día; y cómo se llamaban unos jumentos, por lo que sirven y ayudan a los hombres, otros bestias, como más fieros y silvestres, otros reptiles, porque se levantan de la tierra poco o nada, y de todos conoció y alcanzó las calidades, iras, fuerzas, ministerios, fines y todas sus condiciones distinta y singularmente. Sobre todos estos animales se le dio imperio y dominio, y a ellos precepto que la obedeciesen; y pudiera sin recelo hollar y pisar sobre el áspid y basilisco, que todos se rindieran a sus plantas, y muchas veces lo hicieron a su mandato algunos animales, como sucedió en el nacimiento de su Hijo Santísimo, que el buey y la jumentilla se postraron y calentaron con su aliento al niño Dios, porque se lo mandó la divina Madre.
61. En esta plenitud de ciencia conoció y entendió nuestra divina Reina con suma perfección el oculto modo de encaminar Dios todo lo que criaba para servicio y beneficio del género humano, y en la deuda en que por este beneficio quedaba a su Hacedor. Y fue convenientísimo que María Santísima tuviese este género de sabiduría y comprensión, para que con ella diese el retorno de agradecimiento digno de tales beneficios, cuando ni los hombres ni los ángeles no lo dieron, faltando a la debida correspondencia o no llegando a todo lo que debían las criaturas. Todos estos vacíos llenó la Reina de todas ellas y satisfizo por lo que nosotros no podíamos o no quisimos. Y con la correspondencia que ella dio, dejó como satisfecha a la equidad divina, mediando entre ella y las criaturas, y por su inocencia y agradecimiento se hizo más aceptable que todas ellas, y el Altísimo se dio por más obligado de sola María Santísima que de todo el resto de las demás criaturas. Por este modo tan misterioso se iba disponiendo la venida de Dios al mundo, porque se removía el óbice con la santidad de la que había de ser su Madre.
62. Después de la creación de todas las criaturas incapaces de razón, conoció en la misma visión cómo para complemento y perfección del mundo dijo la beatísima Trinidad: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra (Gén, 1, 26); y cómo con la virtud de este divino decreto fue formado el primer hombre de tierra para origen de los demás. Conoció profundamente la armonía del cuerpo humano y el alma y sus potencias, creación e infusión en el cuerpo, la unión que con él tiene para componer el todo; y en la fábrica del cuerpo humano conoció todas las partes singularmente, el número de los huesos, venas, arterias, nervios y ligación con el concurso de los cuatro humores en el temperamento conveniente, la facultad de alimentarse, alterarse, nutrirse y moverse localmente y cómo por la desigualdad o mutación de toda esta armonía se causaban las enfermedades y cómo se reparaban. Todo lo entendió y penetró sin engaño nuestra prudentísima Virgen más que todos los filósofos del mundo y más que los mismos ángeles.
63. Manifestóle asimismo el Señor el feliz estado de la justicia original en que puso a nuestros primeros padres Adán y Eva, y conoció las condiciones, hermosura y perfección de la inocencia y de la gracia, y lo poco que perseveraron en ella; entendió el modo cómo fueron tentados y vencidos con la astucia de la serpiente y los efectos que hizo el pecado, el furor y el odio de los demonios contra el linaje humano. A la vista de todos estos objetos hizo nuestra Reina grandes y heroicos actos de sumo agrado para el Altísimo: reconoció ser hija de aquellos primeros padres, descendiente de una naturaleza tan ingrata a su Criador y en este conocimiento se humilló en la divina presencia, hiriendo el corazón de Dios y obligándole a que la levantase sobre todo lo criado. Tomó por su cuenta llorar aquella primera culpa con todas las demás que de ella resultaron, como si de todas fuera ella la delincuente. Por esto se pudo ya llamar “feliz culpa” (Pregón pascual de la liturgia del Sábado Santo) a aquella que mereció ser llorada con tan preciosas lágrimas en la estimación del Señor, que comenzaron a ser fiadoras y prenda cierta de nuestra redención.
64. Rindió dignas gracias al Criador por la ostentosa obra de la creación del hombre. Consideró atentamente su desobediencia y la seducción y engaño de Eva, y en su mente propuso la perpetua obediencia que aquellos primeros padres negaron a su Dios y Señor; y fue tan acepto en sus ojos este rendimiento, que ordenó Su Majestad se cumpliese y ejecutase este día en presencia de los cortesanos del cielo la verdad figurada en la historia del rey Asuero, de quien fue reprobada la reina Vasti y privada de la dignidad real por su desobediencia, y en su lugar fue levantada por reina la humilde y graciosa Ester (Est., 2, 1ss.).
65. Correspondíanse en todo estos misterios con admirable consonancia. Porque el sumo y verdadero Rey, para ostentar la grandeza de su poder y tesoros de su divinidad, hizo el gran convite de la creación y, prevenida la mesa franca de todas las criaturas, llamó al convidado, el linaje humano, en la creación de sus primeros padres. Desobedeció Vasti, nuestra madre Eva, mal rendida al divino precepto, y con aprobación y admirable alabanza de los ángeles mandó el verdadero Asuero en este día que fuese levantada a la dignidad de Reina de todo lo criado la humildísima Ester, María Santísima, llena de gracia y hermosura, escogida entre todas las hijas del linaje humano para su Restauradora y Madre de su Criador.
66. Y para la plenitud de este misterio infundió el Altísimo en el corazón de nuestra Reina en esta visión nuevo aborrecimiento con el demonio, como le tuvo Ester con Aman, y así sucedió que le derribó de su privanza, digo, del imperio y mando que tenía en el mundo, y le quebrantó la cabeza de su soberbia, llevándole hasta el patíbulo de la cruz, donde él pretendió destruir y vencer al Hombre-Dios, para que allí fuese castigado y vencido; que en todo intervino María Santísima, como diremos en su lugar (Cf. infra n. 1364). Y así como la enemiga de este gran dragón comenzó desde el cielo contra la mujer que vio en él vestida del sol, que dijimos era esta divina Señora (Cf. supra p. 1 n. 95), así también duró la contienda hasta que por ella fue privado de su tirano dominio; y como en lugar de Amán soberbio fue honrado el fidelísimo Mardoqueo, así fue puesto el castísimo y fidelísimo José que cuidaba de la salud de nuestra divina Ester y continuamente la pedía rogase por la libertad de su pueblo que éstas eran las continuas pláticas del Santo José y de su esposa purísima y por ella fue levantado a la grandeza de santidad que alcanzó y a tan excelente dignidad, que le dio el supremo Rey el anillo de su sello, para que con él mandase al mismo Dios humanado, que le estaba sujeto, como dice el Evangelio (Lc., 2, 51). Con esto, salió de esta visión nuestra Reina. Doctrina que me dio la divina Señora.
67. Admirable fue, hija mía, este don de la humildad que me concedió el Altísimo en este suceso que has escrito; y pues no desecha Su Majestad a quien le llama, ni su favor se niega al que se dispone a recibirlo, quiero que tú me imites y seas mi compañera en el ejercicio de esta virtud. Yo no tenía parte en la culpa de Adán, que fui exenta de su inobediencia, mas porque tuve parte de su naturaleza, y por sola ella era hija suya, me humillé hasta aniquilarme en mi estimación. Pues con este ejemplo ¿hasta dónde se debe humillar quien tuvo parte no sólo en la primera culpa, pero después ha cometido otras sin número? Y el motivo y fin de este humilde conocimiento, no ha de ser tanto remover la pena de estas culpas, cuanto restaurar y recompensar la honra que en ellas se le quitó y negó al Criador y Señor de todos.
68. Si un hermano tuyo ofendiera gravemente a tu padre natural, no fueras tú hija agradecida y leal de tu padre, ni hermana verdadera de tu hermano, si no te dolieras de la ofensa y lloraras como propia la ruina, porque al padre se debe toda reverencia y al hermano debes el amor como a ti misma; pues considera, carísima, y examina con la luz verdadera cuánta diferencia hay de vuestro Padre que está en los cielos al padre natural y que todos sois hijos suyos y unidos con vínculo de estrecha obligación de hermanos y siervos de un Señor verdadero; y como te humillarías y llorarías con grande confusión y vergüenza, si tus hermanos naturales cometieran alguna culpa afrentosa, así quiero que lo hagas por las que cometen los mortales contra Dios, doliéndote con vergüenza como si a ti te las atribuyeras. Esto fue lo que yo hice conociendo la inobediencia de Adán y Eva y los males que de ella se siguieron al linaje humano; y se complació el Altísimo de mi reconocimiento y caridad, porque es muy agradable a sus ojos el que llora los pecados de que se olvida quien los comete.
69. Junto con esto, estarás advertida que por grandes y levantados que sean los favores que recibes del Altísimo, no por esto te descuides del peligro, ni tampoco desprecies el acudir y descender a las obras de obligación y de caridad. Y esto no es dejar a Dios; pues la fe te enseña y la luz te gobierna para que le lleves contigo en toda ocupación y lugar y sólo te dejes a ti misma y a tu gusto por cumplir el de tu Señor y esposo. No te dejes llevar en estos afectos del peso de la inclinación, ni de la buena intención y gusto interior, que muchas veces se encubre con esta capa el mayor peligro; y en estas dudas o ignorancias siempre sirve de contraste y de maestro la obediencia santa, por la que gobernarás tus acciones seguramente sin hacer otra elección, porque están vinculadas grandes victorias y progresos de merecimientos al verdadero rendimiento y sujeción del dictamen propio al ajeno. No has de tener jamás querer o no querer, y con eso cantarás victorias (Prov., 21, 28) y vencerás los enemigos.
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