Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Algunos beneficios singulares que hizo María santísima en casa de San Zacarías a particulares personas.

INDICE   Libro  3   Capítulo  20    Versos:  254-260


254. Conocida condición del amor es ser oficioso y activo como el fuego, si halla materia en que obrar; y esto más tiene este fuego espiritual, que si no la tiene la busca. Este Maestro ha enseñado tantas invenciones y artes de las virtudes a los amadores de Cristo, que no los deja estar ociosos. Y como no es ciego ni insano, conoce bien la condición de su nobilísimo objeto y sólo sabe tener celos de que no le amen todos, y así le procura comunicar sin emulación y envidia. Y si en el limitado amor que en comparación de María santísima todos tienen a Dios, aunque sean más fervorosos y santos (Sentido de la frase: por más fervorosos y santos que sean), fue tan admirable y poderoso el celo de las almas, como sabemos de lo que por ellas hicieron, ¿qué sería lo que esta gran Reina obró en beneficio de los prójimos, pues ella era la Madre del amor divino (Eclo 24, 24) y traía consigo al mismo fuego vivo y verdadero que se venía a encender en el mundo? (Lc 12, 49). En toda esta divina Historia conocerán los mortales cuánto deben a esta Señora; y aunque sería imposible referir los casos particulares y beneficios que hizo a muchas almas, con todo eso, para que por algunos se conozcan otros, diré en este capítulo algo de lo que sucedió en esta materia, estando la Reina en casa de su prima Santa Isabel.
255. Servía en aquella casa una criada de inclinaciones siniestras, inquieta, de condición iracunda y acostumbrada a jurar y maldecir. Con estos vicios y otros desórdenes que hacía, guardando el aire a sus dueños, estaba tan rendida al Demonio, que fácilmente la movía este tirano a cualquiera miseria y desacierto, y por espacio de catorce años la asistían y acompañaban muchos Demonios, sin dejarla un punto, para asegurar la presa de su alma; sólo cuando esta mujer estaba en presencia de la señora del cielo María santísima se retiraban los enemigos, porque —como otras veces he dicho—
(Cf. supra p. I n. 285, 691, 695, 697) la virtud de nuestra Reina los atormentaba, y más en esta ocasión que tenía en su virginal relicario al Señor poderoso y Dios de las virtudes. Y como desviándose aquellos crueles exactores no sentía la criada los malos efectos de su compañía y, por otra parte, la dulce vista y trato de la Reina iba obrando en ella nuevos beneficios, comenzó la mujer a inclinarse y aficionarse mucho a su Reparadora y procuraba asistirla con mucho afecto y ofrecérsele a su servicio y granjear todo el tiempo que podía para ir a donde estaba Su Alteza, y la miraba con reverencia; porque entre sus torcidas inclinaciones tenía una buena, que era un linaje de natural piedad y compasión de los necesitados y humildes y se inclinaba a ellos y a hacerles bien.
256. La divina Princesa, que conocía y veía las inclinaciones todas de aquella mujer, el estado de su conciencia, el peligro de su alma y la malicia de los Demonios contra ella, convirtió los ojos de su misericordia y miróla con piadoso afecto de madre. Y aunque aquella asistencia y dominio de los Demonios conoció Su Majestad que era justa pena de los pecados de aquella mujer, con todo eso, hizo oración por ella y le alcanzó el perdón, el remedio y la salvación. Luego mandó a los Demonios, con el poder que tenía, dejasen aquella criatura libre y no volviesen más a turbarla y molestarla. Y como no podían resistir al imperio de nuestra gran Reina, se rindieron y atemorizados huyeron ignorando la causa de aquel poder de María santísima; pero conferían entre sí mismos con indignada admiración y decían:
¿Quién es esta mujer que sobre nosotros tiene tan extraordinario imperio? ¿De dónde le viene tan exquisito poder, que obra todo lo que quiere? Concibieron por esto los enemigos nueva indignación y saña contra la que les quebrantaba la cabeza (Gen 3, 15). Pero aquella feliz pecadora quedó libre de sus uñas, y María santísima la amonestó, corrigió y enseñó el camino de la salvación y la trocó en otra mujer blanda de corazón y sin condición. Y en esta renovación perseveró toda la vida, reconociendo que todo le había venido por mano de nuestra Reina, aunque no supo ni penetró el misterio de su dignidad, pero fue humilde, agradecida y acabó su vida santamente.
257. No era de mejor condición que esta criada otra mujer vecina de casa de Zacarías, que por serlo solía entrar en ella y acudir a la conversación de los de la familia de Santa Isabel. Vivía licenciosamente en la guarda de la honestidad, y como entendió la llegada de nuestra gran Reina a aquella ciudad, su compostura y recato, dijo con liviandad y curiosidad: ¿Quién es esta forastera que nos ha venido por huéspeda y vecina, tan a lo santo y retirado? Y con el deseo vano y curioso de inquirir novedades, que tales personas suelen tener, procuró ver a la divina Señora y reconocer el traje y la cara que tenía. Impertinente y ocioso era este fin, mas no lo fue en el efecto; porque habiéndolo conseguido quedó esta mujer tan herida en el corazón, que con la presencia y vista de María santísima se trocó en otra y transformó en nuevo ser. Mudó sus inclinaciones, y sin conocer la virtud de aquel eficaz instrumento, la sintió, produciendo sus ojos arroyos de lágrimas copiosísimos con íntimo dolor de sus pecados. Y sólo con haber puesto la vista con atención curiosa en la Madre de la pureza virginal, sacó esta feliz mujer en recambio la virtud de la castidad, quedando libre de los hábitos e inclinaciones sensuales. Retiróse entonces con este dolor a llorar su mala vida, y después solicitó el ver y hablar a la Madre de la gracia, y Su Alteza se lo concedió para confirmarla en ella, como quien sabía y conocía el suceso y que tenía el origen de la gracia en su divino vientre, que hace santos y justifica; en cuya virtud obraba la Abogada de los pecadores. Admitió a ésta con maternal afecto de piedad, la amonestó y catequizó en la virtud, y con esto la dejó mejorada y esforzada para la perseverancia.
258. Por este modo hizo nuestra gran Señora muchas obras y conversiones admirables de gran número de almas, aunque siempre con silencio y raro secreto. Toda la familia de Santa Isabel y San Zacarías quedó santificada de su trato y conversación. A los que eran justos los mejoró y acrecentó en nuevos dones y favores, a los que no lo eran los justificó su intercesión e ilustró y a todos los rindió su reverencial amor con tanta fuerza, que cada uno a porfía la obedecía y reconocía por Madre, por amparo y consuelo en todas las necesidades. Y estos efectos obraba su vista y con pocas palabras, aunque nunca negaba las necesarias para tales obras. Como a todos penetraba el secreto del corazón y conocía el estado de la conciencia, aplicaba a cada uno su más oportuna medicina. Algunas veces, aunque no era esto siempre, le manifestaba el Señor si los que veía eran de los escogidos o réprobos, del número de los predestinados o prescitos. Pero uno y otro hacía en su corazón admirables efectos de virtud perfectísima; porque a los justos y predestinados que conocía les echaba muchas bendiciones —y esto mismo hace ahora desde el cielo— y el Señor le daba la enhorabuena, y ella pedía los conservase en su gracia y amistad; y por esto hacía incomparables diligencias y peticiones. Cuando veía alguno en pecado, clamaba con afecto íntimo por su justificación y de ordinario la conseguía; y si era réprobo (Dios quiere sinceramente que todos los hombres se salven y Jesucristo murió por todos y a todos da gracia suficiente para la salvación; sin embargo por el libre albedrío hay aquellos que se condenan al infierno por su propia culpa, por ejemplo mal Apóstol Judas Iscariotes) lloraba con amargura y se humillaba en la presencia del Altísimo por la pérdida de aquella imagen y obra de la divinidad; y porque otras no se condenasen hacía profundas oraciones, ofrecimientos y humillaciones y toda era una llama del divino amor que jamás descansaba ni sosegaba en obrar cosas grandes.

Doctrina que me dio la divina Reina y Señora.

259. Hija mía carísima, en dos puntos como dos polos se ha de mover toda la armonía de tus potencias y cuidados; y éstos han de ser: estar tú en amistad y gracia del Altísimo y procurar la misma para otras almas. En esto se resuelva toda tu vida y ocupaciones. Y por conseguir tan altos fines, si necesario fuere, no quiero que perdones trabajo ni diligencia alguna, pidiéndolo al Señor y ofreciéndote a padecer hasta la muerte y padeciendo con ejecución todo lo que se ofreciere y tus fuerzas alcanzaren. Y aunque para solicitar el bien de las almas no has de hacer demostraciones extraordinarias con las criaturas, porque a tu sexo no son convenientes, pero has de buscar y aplicar prudentemente todos los medios ocultos y más eficaces que conocieres. Si eres hija mía y esposa de mi Hijo santísimo, considera que la hacienda de nuestra casa son las criaturas racionales, a quien como prendas ricas compró con el precio de su vida, de su muerte y de su misma sangre; porque se le perdieron por su inobediencia, habiéndolas él mismo criado y encaminado para sí mismo.
260. Pues cuando el Señor te enviare o encaminare alguna alma necesitada y te diere a conocer su estado, trabaja con fidelidad por su remedio, llora y clama con afecto íntimo y fervoroso por alcanzar de Dios el reparo de tanto daño y peligro y no regatees medio alguno divino y humano, en la forma que a ti te toca, para conseguir la salud y vida del alma que se te entregare. Y con la prudencia y medida que te tengo advertida, no te encojas en amonestar y rogar lo que entendieres le conviene, y con todo secreto trabaja por beneficiarla. Y asimismo quiero que, cuando fuere necesario, mandes a los demonios con todo imperio en nombre del omnipotente Dios y mío que se alejen y desvíen de las almas que conocieres oprimidas por ellos; y pasando esto en secreto, bien puedes desencogerte y dilatarte para ejecutarlo. Y considera que te ha puesto el Señor y te pondrá en ocasiones que puedas obrar esta doctrina. No la olvides ni malogres, que obligada te tiene Su Majestad, como a hija, para que cuides de la hacienda y casa de tu padre, y no debes sosegar mientras no lo haces con toda diligencia. No temas, que todo lo podrás en el que te conforta (Flp 4,13), y su poder divino corroborará tu brazo para grandes obras.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #93

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