283. Era inexcusable la vuelta de María santísima para
Nazaret, habiendo ya nacido el precursor de Cristo; y aunque Santa Isabel como prudente y sabia se conformaba en esto con la divina disposición, y con ella moderaba en parte su dolor, con todo eso deseaba recompensar en algo su soledad con la enseñanza y doctrina de la Madre de la sabiduría. Con este intento la habló, y la dijo: Señora mía y Madre de mi Criador, yo conozco que ya disponéis vuestra partida y mi soledad, en que me ha de faltar vuestra amable compañía, amparo y protección. Suplicóos, prima mía, que en ausencia vuestra merezca yo quedar con alguna instrucción que me ayude a gobernar todas mis acciones para mayor agrado del Altísimo. En vuestro virginal tálamo tenéis al maestro que enmienda a los sabios (Sab 7, 15) y a la misma fuente de la luz y por él venís a participarla para todos; comunicad a vuestra sierva alguno de los rayos que reverberan en vuestro purísimo espíritu, para que el mío sea ilustrado y encaminado por las sendas rectas de la justicia (Sal 22, 3), hasta llegar a ver el Dios de los dioses en Sión (Sal 83, 8).
284. Estas razones de Santa Isabel movieron en María santísima alguna ternura y compasión, y con ella respondió, dándole a su prima celestiales documentos para gobernarse en lo que le restaba de vida y que sería breve; pero que el Altísimo cuidaría del niño, y también la misma Reina se lo pediría a Su Majestad. Y aunque no es posible referir todo lo que la divina Señora advirtió y aconsejó a Santa Isabel en estas dulcísimas pláticas para despedirse, diré algo, como se me ha manifestado, o como alcanzan mis cortos términos, de lo que entiendo. Dijo María santísima: Prima y amiga mía, el Señor os eligió para sus obras y sacramentos altísimos, de que se dignó comunicaros tanta luz y que yo os manifestase mi corazón. En él os llevo escrita para presentaros ante su grandeza, y no me olvidaré de vuestra piedad humilde que habéis mostrado con la más inútil de las criaturas; pero de mi Hijo santísimo y mi Señor espero recibiréis copiosa remuneración.
285. Levantad siempre vuestro espíritu y mente a las alturas y con la luz de la gracia que tenéis no perdáis de vista al inmutable ser de Dios eterno e infinito y la dignación de su bondad inmensa con que se movió a criar, hacer de nada las criaturas, para levantarlas a su gloria y enriquecerlas con sus dones. Esta deuda común de toda criatura la hizo más propia para nosotras la misericordia del Altísimo, cuando nos adelantó en esta noticia y luz, para que nos dilatemos hasta recompensar con nuevo agradecimiento la ciega ingratitud de los mortales, que con ella están más lejos de conocer y magnificar a su Criador. Y éste ha de ser nuestro oficio, desembarazando el corazón, porque libre y suelto camine a su dichoso fin. Para esto, amiga mía, os encargo mucho le alejéis y desviéis de todo lo terreno, aunque sea de las cosas propias, para que desasida de los impedimentos de la tierra os levantéis a los divinos llamamientos y esperando la venida del Señor, y que cuando llegue respondáis con alegría y sin violencia dolorosa, que el alma siente cuando es tiempo de dividirse del cuerpo y de todo lo demás que ama con demasía. Ahora que es el tiempo de padecer y de adquirir la corona, procuremos merecerla y caminar con velocidad para llegar a la íntima unión de nuestro verdadero y sumo bien.
286. A Zacarías, vuestro marido y cabeza, el tiempo que tuviere de vida, procurad con especial rendimiento obedecerle, amarle y servirle. A vuestro milagroso hijo ofrecedle siempre a su Criador, y en Su Majestad y para él, podéis amarle como madre, porque será gran profeta, y con el celo de Elias (Lc 1, 17) que le dará el Altísimo defenderá su ley y su honor, procurando la exaltación de su santo nombre. Y mi Hijo santísimo, que le ha elegido por su precursor y embajador de su venida y doctrina, le favorecerá como a su privado y llenará de dones de su diestra y le hará grande y admirable en las generaciones y generaciones y manifestará al mundo su grandeza y santidad.
287. En toda vuestra casa y familia procurad con ardiente celo que sea temido, venerado y reverenciado el santo nombre de nuestro Dios y Señor de San Abrahán, Isaac y Jacob. Y sobre este cuidado le tendréis grande de favorecer a los necesitados y pobres cuanto fuere posible; enriquecedlos con los bienes temporales que con abundante mano os concedió el Altísimo, para que con la misma liberalidad los dispenséis con los menesterosos, pues son más suyos que vuestros cuando todos somos hijos de un Padre que está en los cielos, cuyo es todo lo criado; y no es razón que siendo el padre rico, quiera un hijo ser y estar sobrado para que su hermano viva pobre y desvalido, y en eso seréis muy aceptable al Dios de las misericordias inmortal. Continuad lo que hacéis y ejecutad lo que tenéis pensado, pues San Zacarías lo remite a vuestra disposición; con este permiso podéis ser liberal. Con todos los trabajos que el Señor os diere confirmaréis vuestra esperanza y con las criaturas seréis benigna, mansa, humilde, apacible y muy paciente, con interior júbilo del alma, aunque sean algunas instrumento de vuestro ejercicio y corona. Por los altísimos misterios que el Señor os ha manifestado, le bendecid eternamente y pedidle la salud de las almas con incesante amor y celo; y por mí rogaréis a su grandeza me gobierne y encamine para que yo dispense dignamente y con su agrado el sacramento que de tan humilde y pobre sierva ha fiado su bondad inmensa. Enviad por mi esposo que me acompañe, y en el ínterin disponed la circuncisión de vuestro niño y ponedle por nombre Juan; porque éste le ha dado el Altísimo y es decreto de su inmutable voluntad.
288. Este razonamiento, con otras palabras de vida eterna que habló María santísima, hicieron en el corazón de Santa Isabel efectos tan divinos, que quedó la santa matrona por un rato absorta y enmudecida con la fuerza del espíritu que la iluminaba, enseñaba y la levantaba en pensamientos y afectos de tan celestial doctrina; porque el Altísimo, mediante las palabras de su Madre purísima como instrumento vivo, vivificaba y renovaba el corazón de su sierva. Y después de moderadas algo sus lágrimas, habló y dijo: Señora mía y Reina de todo lo criado, entre mi dolor y mi consuelo estoy enmudecida. Oíd las palabras de lo íntimo de mi corazón, que allí se forman las que no puedo manifestar. Mis afectos os dirán lo que mi lengua no puede pronunciar. Al Todopoderoso remito el retorno de lo que me favorecéis, que es el remunerador de lo que los pobres recibimos. Sólo os pido que, pues en todo sois mi amparo y causa de mi bien, me alcancéis gracia y fuerzas para ejecutar vuestra doctrina y tolerar La ausencia de vuestra dulce compañía, que es grande mi dolor.
289. Trataron luego de la circuncisión del niño de Isabel, porque ya se llegaba el tiempo determinado por la ley. Y conforme a la costumbre de los judíos, en especial de los nobles, se juntaron en casa de Zacarías muchos deudos de su linaje y otros conocidos y llegaron a conferir qué nombre se le daría al infante; porque a más de que en esto solían hacer grandes reparos y consultas y era costumbre en ellos ventilar el nombre que se había de poner a los hijos, en esta ocasión la razón era extraordinaria, por la calidad de Zacarías y Santa Isabel y porque todos ponderaban mucho la maravilla de haber concebido y parido siendo vieja y estéril y en ello suponían algún misterio grande. Estaba mudo San Zacarías, y así fue necesario que su mujer Santa Isabel presidiese en aquella junta; y sobre el concepto y veneración que de ella todos hacían, estaba tan renovada y realzada en santidad, después de la visita y conocimiento de la Reina del cielo y de sus misterios y larga conversación, que todos los deudos y vecinos y otros muchos conocieron esta mudanza; porque hasta en el rostro manifestaba un linaje de resplandor que la hacía venerable y admirable, y se conoció en ella la reverberación de los rayos de la divinidad, en cuya vecindad vivía.
290. Hallóse presente a esta junta la divina Señora María santísima, porque Santa Isabel se lo pidió con mucha instancia, y la venció para esto, interponiendo un género de mandato muy reverencial y humilde. Obedeció la gran Señora, pero alcanzando primero del Altísimo que no la diese a conocer ni manifestase cosa alguna de sus ocultos beneficios por donde fuese aplaudida y celebrada. Consiguió su deseo la humildísima entre los humildes. Y como los del mundo dejan humillar a los que con ostentación no se manifiestan y señalan, no hubo quien reparase en ella con atención particular, más que sola Santa Isabel, que la miraba con interior y exterior veneración y reconocía que por su dirección se gobernaba el acierto de aquella determinación. Sucedió luego lo que se refiere en el Evangelio de San Lucas (Lc 1, 59-63), que unos llamaban al niño Zacarías como a su padre, pero la prudente madre, asistida de la Maestra santísima, dijo: Mi hijo se ha de llamar Juan.—
Replicaron los deudos que nadie de su linaje había tenido tal nombre; porque siempre se ha hecho grande estimación de los nombres de los más ilustres antecesores para imitarlos en algo. Santa Isabel hizo nueva instancia que el niño se llamase Juan.
291. Aunque estaba mudo San Zacarías, desearon los parientes saber por señas lo que sentía sobre esto, y pidiendo con ellas la pluma escribió: Joannes est nomen ejus (Lc 1, 63). Al mismo tiempo que lo escribía, usando María santísima de la potestad que tenía de Reina, concedida por Dios sobre las cosas naturales criadas, mandó a la mudez de San Zacarías que le dejase libre y a su lengua que se desatase y bendijese al Señor, que era ya tiempo. Y a este divino imperio se halló libre y comenzó a hablar con admiración y temor de todos los presentes, como el Evangelio dice (Lc 1, 64-65). Y aunque es verdad que el Santo Arcángel Gabriel, como parece del mismo Evangelio, le dijo a San Zacarías que por su incredulidad quedaría mudo hasta que se cumpliese lo que le anunciaba, pero esto no es contrario de lo que aquí digo; porque el Señor, cuando revela algún decreto de su divina voluntad, aunque sea eficaz y absoluto, no siempre declara los medios por donde lo ha de ejecutar como los tiene previstos en su ciencia infinita; y así el Ángel declaró a Zacarías la pena de su incredulidad en la mudez, mas no le dijo que se la quitaría por intercesión de María santísima, aunque así lo tenía previsto y determinado.
292. Pues así como la voz de María Señora nuestra fue instrumento para santificar al niño San Juan Bautista y a su madre Santa Isabel, también su imperio oculto y su oración fueron instrumentos del beneficio de San Zacarías en soltarse su lengua, y que fuese también lleno de Espíritu Santo y del don de la profecía con que habló, y dijo (Lc 1, 68-79):
68 Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado * y redimido a su pueblo: 69) y nos ha suscitado un poderoso salvador en la casa de David, su siervo; 70) según lo tenía anunciado por boca de sus santos profetas, que han florecido en todos los siglos pasados:
71) para librarnos de nuestros enemigos, y de las manos de todos aquellos que nos aborrecen: 72) ejerciendo su misericordia con nuestros padres, y teniendo presente su alianza santa, 73) conforme al juramento * con que juró a nuestro padre Abraham que nos otorgaría la gracia 74) de que libertados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor *, 75) con verdadera santidad y justicia ante su acatamiento, todos los días de nuestra vida. 76) Y tú, ¡oh niño!, serás llamado el profeta del Altísimo: porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, 77) enseñando la ciencia de la salvación a su pueblo, para que obtenga el perdón de sus pecados, 78) por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que ha hecho que ese sol naciente haya venido a visitarme de lo alto del cielo *, 79) para alumbrar a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte: para enderezar nuestros pasos por el camino de la paz.
293. En este divino cántico recopiló Zacarías los altísimos misterios que los antiguos profetas habían dicho por más extenso de la divinidad, humanidad y redención de Cristo, que todos profetizaron; y en pocas palabras encerró muchos y grandes sacramentos y los entendió con la copiosa gracia que iluminó su espíritu y le levantó con ardentísimo fervor en presencia de todos los que habían concurrido a este acto de la circuncisión de su hijo; porque todos vieron el milagro de desatársele la lengua y profetizar tan divinos misterios; cuya inteligencia, como la tuvo el Santo Sacerdote, no fácilmente puedo yo explicar.
294. Bendito sea el Señor Dios de Israel, dice, conociendo que pudo el Altísimo con solo su querer o su palabra hacer la redención de su pueblo y darle la salud eterna; pero no se valió de solo su poder, sino también de su inmensa bondad y misericordia, bajando el mismo Hijo del eterno Padre a visitar su pueblo y hacer oficio de Hermano en la naturaleza humana, de Maestro en la doctrina y ejemplo y de Redentor en la vida, pasión y muerte de cruz. Conoció entonces Zacarías la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo y con claridad sobrenatural vio este gran misterio ejecutado en el tálamo virginal de María santísima. Entendió asimismo la exaltación de la humanidad del Verbo con el triunfo que había de alcanzar Cristo Dios y hombre, dando salud eterna al linaje humano, conforme a las promesas divinas hechas a Santo Rey David, su padre y ascendiente. Y que esta misma promesa estaba hecha al mundo por las profecías de los Santos y Profetas, desde su principio y primero ser; porque desde la creación y primera formación comenzó Dios a encaminar la naturaleza y la gracia para su venida al mundo, encaminando desde Adán todas sus obras para este dichoso fin.
295. Entendió cómo el Altísimo ordenó que por estos medios alcanzásemos la salud de la gracia y vida eterna, que nuestros enemigos perdieron por su soberbia y pertinaz inobediencia, por lo cual fueron derribados al profundo; y los solios que les tocaran, si fueran obedientes, quedaron destinadas para los que lo fuesen entre los mortales. Y desde entonces se convirtió contra ellos la enemistad y odio de la antigua serpiente concebida contra el mismo Dios, en cuya mente divina estábamos entonces encerrados y decretados por su eterna y santa voluntad; y que habiendo caído de su amistad y gracia nuestros primeros padres Adán y Eva, los levantó y puso en lugar y estado de esperanza y no los dejó ni castigó como a los rebeldes Ángeles, antes para asegurar a sus descendientes de la misericordia que con ellos tenía, envió y destinó los vaticinios y figuras en que dispuso el Antiguo Testamento que había de ratificar y cumplir en el Nuevo con la venida del Reparador y Redentor. Y para que tuviese mayor firmeza esta esperanza, se lo prometió a nuestro padre Abrahán con la fuerza de su juramento que hizo de hacerle padre de su pueblo y de la fe. Y para que asegurados de tan admirable y poderoso beneficio, como prometernos y darnos a su mismo Hijo hecho hombre, con la libertad de hijos de adopción en que por él éramos reengendrados, sirviésemos al mismo Dios sin temor de nuestros enemigos, que ya por nuestro Redentor estaban rendidos y vencidos.
296. Y para que entendiésemos lo que nos había granjeado con su venida el Verbo eterno para servir con libertad al Altísimo, dice que fue la justicia y santidad con que renovó al mundo y fundó su nueva ley de gracia por todos los días del siglo presente y por los de cada uno de los hijos de la Iglesia, en donde han de vivir en santidad y justicia, si como todos pueden, todos lo hicieran. Y porque conoció San Zacarías en su hijo San Juan Bautista el principio de la ejecución de tantos sacramentos como le mostraba la divina luz, convirtiéndose a él le dio la enhorabuena y le intimó y profetizó su dignidad, santidad y ministerio, diciendo: Y tú, niño, te llamarás profeta del Altísimo, porque irás delante de su cara, que es su divinidad, aparejando sus caminos con la luz que darás a su pueblo de la venida de su Reparador, para que con su predicación tengan los judíos noticia y ciencia de su salud eterna, que es Cristo nuestro Señor su prometido Mesías; y le reciban disponiéndose con el bautismo de la penitencia y remisión de los pecados y conozcan que viene a perdonar a los suyos y los de todo el mundo; pues a todo esto le movieron las entrañas de su misericordia, por la cual, y no por nuestros merecimientos, se dignó de visitarnos, naciendo y descendiendo de lo alto del seno de su eterno Padre para dar luz a los que, ignorando la verdad por tan largos siglos, han estado y están como asentados en las tinieblas y sombra de la eterna muerte, y enderezando sus pasos y los nuestros en el camino de la verdadera paz que aguardamos.
297. Todos estos misterios con mayor plenitud y profundidad entendió San Zacarías por divina revelación, y los comprendió en su profecía. Y algunos de los que presentes le oyeron, fueron también ilustrados con los rayos de la luz del Altísimo, para conocer cómo era ya llegado el tiempo del Mesías y cumplimiento de las profecías antiguas. Y con la noticia y vista de tan nuevas maravillas y prodigios, admirados decían (Lc 1, 66):
¿Quién será este niño con quien la mano del Señor se manifiesta tan poderosa y admirable? El infante fue circuncidado y le pusieron Juan por nombre, en que su padre y madre milagrosamente concurrieron, y cumplieron en todo con la ley; y en las montañas de Judea se divulgaron estas maravillas.
298. Reina y Señora de todo lo criado, admirada de estas maravillosas obras que por vuestra intervención hizo el brazo poderoso en vuestros siervos Isabel, Juan y Zacarías, considero el diferente modo que tuvo en ellas la divina Providencia y Vuestra rara discreción. Porque al hijo y a la madre sirvió de instrumento Vuestra dulcísima palabra, para ser santificados con plenitud del Espíritu Santo, y esta obra fue oculta y en secreto; y para que hablase Zacarías y fuese asimismo ilustrado, sólo intervino Vuestra oración e imperio oculto, y este beneficio fue manifiesto a los circunstantes, que conocieron la gracia del Señor en el Santo Sacerdote. Ignoro la razón de estos prodigios, y presento a vuestra dignación todas mis ignorancias, para que como maestra mía me gobernéis.
Respuesta y doctrina de la Reina y Señora del mundo.
299. Hija mía, por dos razones fueron ocultos los efectos divinos que mi Hijo santísimo obró por mí en San Juan y en su madre Santa Isabel, y no los de San Zacarías. La una, porque Santa Isabel mi sierva exclamó y habló con claridad en alabanza del Verbo humanado en mis entrañas y mía, y convenía que entonces no se manifestase tan expresamente el misterio ni mi dignidad, porque la venida del Mesías se había de manifestar por otros medios más convenientes. La otra razón fue, porque no todos los corazones estaban dispuestos como el de Santa Isabel para recibir tan preciosa y nueva semilla, ni percibieran sacramentos tan altos con la veneración debida. Y fuera de esto, para manifestar entonces lo que convenía, era más a propósito el Sacerdote San Zacarías por su dignidad, de quien se pudiera recibir el principio de la luz con más aceptación que de Santa Isabel en presencia de su marido; y lo que dijo ella se reservó para su tiempo. Y aunque las palabras del Señor ellas se llevan consigo la fuerza, con todo eso era más suave y acomodado modo aquel medio del Sacerdote para los ignorantes y poco ejercitados en los misterios divinos.
300. Convenía asimismo acreditar y honrar la dignidad del Sacerdote, de quien hace tanta estimación el Altísimo, que si en ellos halla la disposición debida siempre los engrandece y comunica su espíritu, para que el mundo los tenga en veneración como a sus escogidos y ungidos; y en ellos tienen menos peligros las maravillas del Señor, por mucho que se manifiesten; y si correspondieran a su dignidad, habían de ser sus obras de serafines y sus semblantes de ángeles entre las demás criaturas, su rostro había de resplandecer como el de Moisés cuando salió de la presencia y trato del Señor (Ex 34, 29) y por lo menos deben de comunicar con los demás hombres de manera que se hagan respetar y venerar después del mismo Dios. Y quiero, carísima, que entiendas está hoy el Altísimo muy indignado con el mundo, entre otras ofensas por las que recibe sobre esto, así de los Sacerdotes como de los legos. Con los Sacerdotes, porque olvidados de su altísima dignidad, la ultrajan con hacerse viles y contentibles y manuales, y escandalosos muchos, dando mal ejemplo al mundo, que ocasionan con el desprecio de su santificación. Y con los legos, porque son temerarios y atrevidos contra los cristos del Señor, a los cuales, aunque sean imperfectos y no de loable conversación, con todo eso los deben honrar y reverenciar en lugar de Cristo mi Hijo santísimo en la tierra.
301. Por esta veneración del Sacerdote procedí yo también diferentemente que con Santa Isabel. Porque si bien el Altísimo ordenó que fuese yo el conducto o instrumento para comunicarles su divino Espíritu, pero a Santa Isabel de tal suerte la saludé que con la voz de mi salutación mostré alguna superioridad, para mandar al pecado original que su hijo tenía, y desde entonces se le había de perdonar por medio de mis palabras, dejando llenos de Espíritu Santo a hijo y madre. Y como yo no había contraído el pecado original, sino que fui libre y exenta de él, tuve imperio y dominio en aquella ocasión, mandándole como Señora que había triunfado de él por la preservación del Altísimo, y no como esclava, como lo quedan todos los hijos de Adán que en él pecaron. Pues para librar a mi siervo San Juan Bautista de esta servidumbre y prisiones del pecado, quiso el Señor que imperase como quien jamás había estado sujeta a él. A San Zacarías no le saludé por este modo de dominio, mas rogué por él, guardándole la reverencia y decoro que pedía su dignidad y mi recato. Y aun el mandar a su lengua que se desatase, aunque fue mental y ocultamente, no lo hiciera yo por el respeto del Sacerdote, si no me lo mandara el Altísimo, dándome también a conocer que la persona del Sacerdote no estaba bien dispuesta con la imperfección y defecto de la mudez; porque con todas sus potencias ha de estar expedito y dispuesto para el servicio y alabanza del Señor. Y porque en esta materia de respetar a los Sacerdotes te diré más en otra ocasión, baste ahora esto para responderte a la duda que tenías.
302. La doctrina que ahora te doy sea, que con todas las personas que tratares, superiores o inferiores, de todas procures ser enseñada en el camino de la virtud y vida eterna. Y en esto imitarás lo que hizo conmigo mi sierva Santa Isabel, pidiendo a todos, con el modo y prudencia que debes, te adiestren y encaminen; que por esta humildad dispone tal vez el Señor la buena dirección y acierto y envía su luz divina; y lo hará contigo, si procedes con sencilla discreción y celo de la virtud. Procura también arrojar de ti o no admitir ningún linaje o asomo de lisonjas de criaturas y las conversaciones donde las puedes oír, porque esta fascinación oscurece la luz y pervierte el sentido inadvertido. Y el Señor es tan celoso con las almas que mucho ama, que al punto se retira si ellas admiten alabanzas humanas y se pagan de sus lisonjas, porque con esta liviandad se hacen indignas de sus favores. Y no es posible concurrir juntos en un alma la adulación del mundo y los regalos del Altísimo, los cuales son verdaderos, santos, puros, estables, que humillan, limpian, pacifican e ilustran el corazón: y por el contrario las caricias, lisonjas de las criaturas son vanas, inconstantes, falaces, impuras y mentirosas, como salidas de la boca de aquellos que ninguno deja de mentir; y todo lo que es mentira es obra del enemigo.
303. Tu Esposo, hija mía carísima, no quiere que tus orejas se apliquen a oír ni admitir fabulaciones falsas y terrenas, ni que las adulaciones del mundo las inficionen ni manchen, y así quiero que para todos estos engaños venenosos las tengas cerradas y defendidas con fuerte custodia para que no los percibas. Y si tu Dueño y Señor se deleita de hablarte al corazón palabras de vida eterna, razón será que para oír sus caricias y atender a su amor te hagas insensible, sorda y muerta a todo lo terreno, y que todo sea tormento y muerte para ti. Mira que le debes grande fineza y que todo el infierno junto, valiéndose de la blandura de tu natural, quiere pervertírtele, para que le tengas suave para las criaturas e ingrato a Dios eterno. Vela y cuida de resistirle fuerte en la fe (1 Pe 5, 9) de tu amado Dueño y Esposo.
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