314. Para dar la vuelta de la ciudad de Judá a la de Nazaret, salió María santísima, vivo tabernáculo de Dios vivo, caminando por las montañas de Judea en compañía de su fidelísimo esposo San José. Y aunque los Evangelistas no dicen la festinación y diligencia con que hizo esta jornada, como lo dijo San Lucas de la primera (Lc 1, 39), por el misterio especial que aquella priesa encerraba, también este viaje y vuelta a Nazaret caminó la Princesa del cielo con gran presteza para los sucesos que la esperaban en casa. Y todas las peregrinaciones de esta divina Señora fueron una mística demostración de sus progresos espirituales e interiores; porque ella era el verdadero tabernáculo del Señor que nunca descansaba de asiento (1 Par 17, 5) en la peregrinación de la vida mortal, antes procediendo y pasando cada día de un estado muy alto de sabiduría y gracia a otro más levantado y superior, siempre caminaba y siempre era única y peregrina en este camino de la tierra prometida, y siempre llevaba consigo misma el propiciatorio verdadero, donde sin intermisión, con aumentos de sus dones y favores propios, solicitaba y adquiría nuestra salvación para nosotros.
315. Tardaron en esta jornada nuestra gran Reina y San José otros cuatro días, como en la venida, que dije en el capítulo 16 (Cf. supra n. 207). Y en el modo de caminar y en sus divinas pláticas y conversaciones que tenían en todo el viaje, sucedió lo mismo que allá dije, y no es necesario repetirlo ahora. En las contiendas ordinarias de humildad que tenían, siempre vencía nuestra Reina, salvo cuando interponía su santo esposo la obediencia de sus mandatos; que el rendirse obediente era la mayor humildad. Pero como iba ya preñada de tres meses, caminaba más atenta y cuidadosa, no porque le fuese grave ni pesado su preñado, que antes le era de alivio suavísimo, mas la prudente y atenta Madre cuidaba mucho de su tesoro, porque le miraba con los aumentos y progresos naturales que cada día iba recibiendo el cuerpo santísimo de su Hijo en su virginal vientre. Y no obstante la facilidad y ligereza del preñado, algunas veces la fatigaba el trabajo del camino y el calor, porque para no padecer, no se valía de los privilegios de Reina y Señora de las criaturas, antes daba lugar a las molestias y cansancio, para ser en todo maestra de perfección y estampa única de su Hijo santísimo.
316. Como su divino preñado era en la parte de la naturaleza tan perfecto y su persona elegantísima y delicada y todo sin defecto alguno, naturalmente le crecía el vientre y reconocía la discretísima esposa que sería imposible ocultarle muchos días a su castísimo y fidelísimo esposo. Con esta consideración le miraba ya con mayor ternura y compasión, por el sobresalto que de cerca le amenazaba, de que deseara excusarle, si conociera la voluntad divina. Pero el Señor no le respondió a estos cuidados, porque disponía el suceso por los medios más oportunos para gloria suya, merecimiento de San José y de su Madre Virgen. Con todo esto, en su secreto la gran Señora pedía a Su Majestad que previniese el corazón del santo esposo con la paciencia y sabiduría que había menester y le asistiese con su gracia, para que en la ocasión que esperaba obrase con beneplácito y agrado de la voluntad divina; porque siempre juzgaba había de recibir gran dolor, viéndola preñada.
317. Prosiguiendo el camino hizo en él la Señora del mundo algunas obras admirables, aunque siempre con modo oculto y secreto. Sucedió que llegaron a un lugar no lejos de Jerusalén, y en la misma posada concurrió aquella noche alguna gente de otro lugar pequeño que pasaban a la ciudad santa y llevaban una mujer moza y enferma a buscarle algún remedio, como en lugar más populoso y grande. Y aunque la conocían por muy enferma, ignoraban sus dolencias y la causa de ellas. Había sido aquella mujer muy virtuosa; y conociendo el común enemigo su natural y virtudes adelantadas, convirtióse contra ella, como lo hace siempre contra los amigos de Dios y enemigos suyos. Persiguiéndola, la hizo caer en algunas culpas, y para llevarla de un abismo en otro, la tentó con falsas ilusiones de desconfianza y desordenado dolor de su propia deshonra, y turbándole el juicio halló lugar este dragón de entrarse en la afligida mujer y poseerla con otros muchos demonios. Ya dije en la primera parte (Cf. supra p. I n. 132), que concibió grande ira el infernal dragón contra todas las mujeres virtuosas después que vio en el cielo aquella mujer vestida del sol (Ap 12, 1), de cuya generación son las demás que la siguen, como del capítulo 12 del Apocalipsis se colige; y por este enojo estaba muy soberbio y ufano con la posesión de aquel cuerpo y alma de la afligida mujer y la trataba como tirano enemigo.
318. Vio nuestra divina Princesa en su posada a aquella mujer enferma y conoció su dolencia que todos ignoraban; y movida de su maternal misericordia, oró y pidió a su Hijo santísimo la diese salud de cuerpo y alma. Y conociendo la voluntad divina que se inclinaba a clemencia, y usando de la potestad de Reina, mandó a los Demonios saliesen al punto de aquella mujer y la dejasen libre sin volver más a molestarla; que se fuesen a los profundos, como su legítima y propia habitación. Este mandato de nuestra gran Reina y Señora no fue vocal, sino mental o imaginario, de manera que lo pudieran percibir los inmundos espíritus; pero fue tan eficaz y poderoso, que sin dilación salieron Lucifer y sus compañeros de aquel cuerpo y fueron lanzados en las tinieblas del infierno. Quedó la dichosa mujer libre y suspensa de tan inopinado suceso, pero inclinóse con un movimiento del corazón a la purísima y santísima Señora, miróla con especial veneración y afecto, y con esta vista recibió otros dos beneficios: el uno, que se le movió el interior con íntimo dolor de sus pecados; el otro, que se le quitaban o deshacían los malos efectos y reliquias que le habían dejado en el cuerpo aquellos injustos poseedores que algún tiempo había sentido y padecido. Reconoció que aquella divina forastera, encontrada por su gran dicha en el camino, tenía parte en el bien que sentía y que había recibido del cielo. Habló con ella, y respondiéndola nuestra Reina al corazón, la exhortó y amonestó a la perseverancia, y también se la mereció para adelante. Los deudos que con ella iban conocieron también el milagro, pero atribuyéronlo a la promesa que iban cumpliendo de llevarla al templo de Jerusalén, ofreciendo en él alguna limosna. Y así lo hicieron alabando a Dios, pero ignorando el instrumento de aquel beneficio.
319. Fue grande y furiosa la turbación que recibió
Lucifer, viéndose arrojado con solo el imperio de María santísima y desposeído de esta mujer, y con rabiosa indignación se admiraba y decía: ¿Quién es esta mujercilla que con tanta fuerza nos manda y nos oprime? ¿Qué novedad es ésta y cómo la sufre mi soberbia? Conviene que todos reparemos en esto y tratemos de aniquilarla. Y porque en el capítulo siguiente diré más en este punto, lo dejo ahora. Pero llegando nuestros caminantes divinos a otra posada, que era dueño de ella un hombre de mala condición y costumbres; y para comenzar a ser dichoso, ordenó Dios que recibiese con ánimo piadoso y benévolo a María santísima y a San José su esposo; hízoles más cortesía y servicios de los que solía hacer a otros huéspedes; y porque el retorno fuese también más aventajado, la gran Reina, que conoció el estado de la conciencia estragado de su hospedero, oró por él y le dejó el fruto de esta oración en pago del hospedaje, dejándole justificada el alma, mejorada la vida y también la hacienda; que por un pequeño beneficio que hizo a sus huéspedes soberanos, se le acrecentó Dios de allí adelante. Otras muchas maravillas hizo la Madre de la gracia en este viaje, porque sus emisiones eran divinas (Cant 4, 13) y todo lo santificaba si hallaba disposición en las almas. Dieron fin a su jornada llegando a Nazaret, donde la Princesa del cielo aliñó y limpió su casa con asistencia y ayuda de sus Santos Ángeles, que en estos tan humildes ministerios siempre la acompañaban como émulos de su humildad y celosos de su veneración y culto. El Santo José se ocupaba en su ordinario trabajo para sustentar a la Reina, y ella no frustraba la esperanza del corazón del santo (Prov 31, 11). Ceñíase de nueva fortaleza para los misterios que aguardaba y extendía su mano a cosas fuertes (Prov 31, 17; 19), y en su secreto gozaba de la continua vista del tesoro de su vientre, y con ella de incomparables favores, delicias y regalos. Granjeaba grandiosos merecimientos e incomparable agrado de Dios.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
320. Hija mía, las almas fieles que conocen a Dios por la luz de la fe y son hijas de la Iglesia, para usar de esta virtud y de las que con ella se les infunden, no debían de hacer diferencia de tiempos, ni lugares ni ocupaciones; porque Dios está presente en todas las cosas y las llena de su ser infinito, y en cualquiera lugar y ocasión se halla la fe para adorarle y reconocerle en espíritu y verdad (Jn 4, 23). Y así como a la creación, por donde recibe el alma el ser primero, se sigue la conservación, y a la vida la respiración, en que nunca admite intervalo, como tampoco en la nutrición y aumento, hasta llegar al término, a este modo la criatura racional, después de ser regenerada por la fe y la gracia, debía no interrumpir jamás el aumento de esta vida espiritual, obrando siempre obras de vida con la fe, esperanza y amor en todo tiempo y lugar. Y por el olvido y descuido que los hombres tienen en esto, y más los hijos de la Iglesia, vienen a tener la vida de la fe como si no la tuviesen, porque la dejan morir, perdiendo la caridad. Y son éstos los que recibieron en vano (Sal 23, 4) esta nueva alma, como lo dice Santo Rey David, porque no usan de ella más que si no la hubieran recibido.
321. Tu vida espiritual quiero yo, carísima, que no tenga más vacíos ni intervalos que la natural. Siempre has de obrar con la vida de la gracia y dones del Altísimo, orando, amando, alabando, creyendo, esperando y adorando a este Señor en espíritu y verdad, sin diferencia de tiempos, de ocupaciones ni de lugar. En todo está presente y de todas las criaturas racionales quiere ser amado y servido. Por lo que te encargo que, cuando llegaren a ti las almas con este olvido o con otras culpas y fatigadas del Demonio, pide por ellas con viva fe y confianza; que si el Señor no obrare siempre al modo que lo deseas, y ellas piden, harálo ocultamente, y tú conseguirás el haberle dado gusto, trabajando como fiel hija y esposa. Y si en todo procedes como quiere de ti, te aseguro que para el beneficio de las almas te concederá muchos privilegios de esposa. Atiende en esto a lo que yo hacía cuando miraba a las almas en desgracia del Señor y el cuidado y celo con que trabajaba por todas, y señaladamente por algunas. Y a imitación mía, y para obligarme cuando el Altísimo te manifestare el estado de algunas almas, o ellas te lo declararen, trabaja y pide por todas y amonéstalas con prudencia, humildad y recato; que el Todopoderoso no quiere obres tú con ruido, ni que los efectos de tu trabajo se manifiesten, sino que sean ocultos, que en esto se mide a tu natural encogimiento y deseo y quiere en ti lo más seguro. Y aunque por todas las almas has de pedir, más eficazmente por aquellas que conocieres ser más conforme a la voluntad divina.
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