DE LA MANO DE MARIA... GRACIA RECIBIREIS
Noviembre de 1998
Queridos hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo y en María Santísima:
En verdad que hacía mucho tiempo que no teníais noticias mías ni tampoco de mis cartas, a las que por un tiempo bastante largo estuvisteis acostumbrados a recibir de forma más o menos periódica. Hoy, después de más de un año desde la última, vuelvo a escribir para vosotros, deseando, Dios mediante, y de la mano de la Santísima Virgen, que lleguen a todos vosotros tal y como lo hicieron ya hace tiempo.
En esta ocasión querría relataros un testimonio personal, que por un tiempo bastante largo ha supuesto una pequeña revolución interior, a veces no muy agradable, otras acompañada de dolor, pero que en definitiva, y lo puedo asegurar, ha sido un regalo grande que el Señor y la Virgen han tenido conmigo a pesar de los nubarrones.
Empecé a sentir que debía escribir esta carta a finales de mayo, justo después de asistir a un cursillo Mariano que tuvo lugar en el hotel La Pardina (Sabiñánigo - Huesca), donde suelen celebrarse de forma periódica bajo la dirección de D. Francisco Sánchez-Ventura, autor de innumerables obras marianas y acérrimo defensor de la manifestación de la Virgen al mundo en estos tiempos. ( cursos que recomiendo vivamente). De todas formas no ha sido hasta ahora que me he decidido a escribirla de verdad, a pesar de haberme puesto en distintas ocasiones a ello.
Fue en aquel cursillo del mes de mayo, cuando, sin buscarlo, se me pidió el mismo día de llegada (viernes) que me encargara de preparar la hora Santa de oración que suele realizarse siempre la noche del sábado. Puesto en oración sentí claramente que previamente a la oración debía compartir mi "revolución interior" con los hermanos, por supuesto sin buscar ningún bien para mí sino para mayor Honra y Gloria del Padre. Testimonio que a continuación voy a relatar.
Los que me conocéis personalmente sabéis que durante mucho tiempo anduve por muchos pueblos portando una imagen de la Santísima Virgen y dejándola por unos días en todos aquellos hogares que aceptaran la imagen. Aquellos años fueron tiempos buenos, donde yo, después de volver a encontrar al Señor a través de María, me sentía contento y a gusto CONMIGO MISMO por todo lo que hacía. Cuando llevaba la imagen tenía facilidad de palabra, y me daba cuenta que normalmente ( no siempre) mis palabras ( con la ayuda del Espíritu Santo por supuesto) eran escuchadas. Fue entonces, cuando decidí que debía mantener un contacto periódico al menos con las personas a las que había visitado por lo que empecé la redacción de las cartas y mi satisfacción fue mayor porque cada vez eran más las familias que las recibían y muchos las aplaudían.
Verdaderamente, desde el año 1990 hasta 1993 inclusives, fueron años de gran actividad, y como consecuencia de ello me sentía bien conmigo mismo y muy contento. Sin embargo, ya en 1993 empecé a descubrir algo de orgullo y vanidad en mí, sentimiento que en principio ignoraba y que luego, para autoconvencerme a mí mismo me conformaba con asegurar a mis hermanos, ya fuera a través de mis charlas o cartas, que ningún mérito era mío. Pero a pesar de ello YO, Francisco, esperaba el reconocimiento y la felicitación de aquellos que me recibían o me escuchaban. Ya entonces, el Señor y la Santísima Virgen estaban preparando la pequeña purificación, y los nubarrones empezaron a aparecer.
Tanto fue así, que pronto empecé a sentir angustia porque me daba cuenta que mucho de lo que yo hablaba y lo que yo aconsejaba a mis hermanos, no se cumplía en mí y en mis comportamientos habituales. Comencé a sentir cobardía, porque si bien cuando estaba en ambientes religiosos no me preocupaba de nada, cuando no lo estaba me guardaba de no descubrir mi fe y mis sentimientos profundamente religiosos (por aquel entonces mi trabajo como técnico del departamento de Juventud del Ayuntamiento de Manresa, me obligaba a estar en ambientes contrariamente religiosos y consecuentemente contrarios a la Iglesia). Progresivamente, aquella alegría y fortaleza propias en mí ,fueron menguando, a pesar de mis disimulos ( actitud orgullosa) y el intentar continuar sin más y por supuesto sin pedir ayuda. Esta situación me llevó al desánimo, lo que se tradujo, como bien sabéis que las cartas mensuales y puntuales dejaron de serlo, y durante estos últimos años han sido más bien poco frecuentes.
La pequeña revolución había empezado. Cada vez más me daba cuenta de que mis actitudes, a pesar de todo mi apostolado, no cambiaban, y ni tampoco me esforzaba, en el plano puramente personal e íntimo, en mejorar en mis debilidades. Mis pecados continuaban siendo los mismos, animaba a la conversión pero, en mi persona, no hacía apenas nada para mejorar. Deseaba de corazón quitar las motas de polvo presentes en los ojos de mis hermanos, pero ignoraba conscientemente, la viga que yo tenía en el mío.
Para más colmo, así como siempre había tenido facilidad de palabra ( el Espíritu Santo se "portaba" bien), empezó a costarme más, y mi seguridad en las charlas y conferencias se derrumbó definitivamente cuando en una ocasión, después de dar una charla en la Pardina, alguien considerado por mí como una persona docta en las cosas de Dios se acercó a mí ( a pesar que todo el mundo me felicitaba por la charla) para advertirme que en una afirmación mía podía interpretarse algo de herejía. (Lo pase muy mal, pero bendito el Señor que propició todas estas cosas).
Toda esta pequeña revolución interior me llevó a una sequedad espiritual importante; me costaba el hacer mis oraciones, el asistir a misa y más aun el continuar llevando la imagen acompañando a la Santísima Virgen donde ella quisiera ir, que es lo que yo siempre decía y también creía.
Entré entonces en un período de crisis espiritual, no era una crisis de Fe, pero no sabía bien lo que hacer. En soledad, cuando me sentía con fuerzas pasaba ratos largos delante del Santísimo, normalmente me sentía consolado, pero al salir de la Iglesia y volver a mis tareas pronto me volvía a desanimar porque no era capaz de mejorar en mis debilidades, y a pesar de mis confesiones frecuentes me sentía débil y el demonio se aprovechava de mi desánimo para susurrarme y llevarme a situaciones de desesperación y de desconfianza que en ocasiones se traducían en un por qué sin respuesta. No me daba cuenta que era FRANCISCO, con sus propios méritos el que quería salir por sí mismo de aquella situación no buscada, por lo que sin quererlo me cerraba en mí mismo y a pesar de las recomendaciones de mi confesar, yo seguía erre que erre en las mías, sin percatarme que el Señor quería mi humillación, reconocer mi condición pecadora y que ningún mérito para mejorar era mío sino que debía ser fruto de la gracia.
Ya un poquito más adelante, el Señor y la santísima Virgen, me hizo cruzar con una alma de oración, con la que a pesar de la distancia que me separaba de ella permitió un contacto cada vez más frecuente. Muchos vieron y juzgaron en esta alma el motivo de mi aparente alejamiento de ellos, incluso algunos afirmaron rotundamente que me perjudicaba, cuando en realidad era todo lo contrario, pues por ella volví a divisar a lo lejos un poquito de luz en medio de los nubarrones que azotaban mi corazón. Os puedo asegurar que el demonio intentó por todos los medios que se rompiera la relación entre aquella alma y yo. Hoy gracias a Dios, y después de cuatro años, esta alma es mi esposa y juntos, con la ayuda de la Gracia y con intención de abandono a la providencia deseamos formar una familia verdaderamente cristiana con el único fin de poder cumplir lo que Dios desea de nosotros y no lo que nosotros queremos cumplir con nuestro Yo.
Hoy, el sol alumbra de nuevo mi corazón y el Señor me ha dado fortaleza para volver a escribiros, con el único deseo de que este testimonio sirva para algo y no para mí sino para mayor Honra y Gloria de Dios y bien de las almas. Mi conversión sigue y seguirá, porque se que aun queda mucho de viga en mis ojos, pero el deseo de mi esposa y el mío propio es servir, por lo que ésta es la última carta que firmo yo sólo, a partir de ahora seremos nosotros, la familia Reverter-Bellisco la que mantenga contacto con todos vosotros, ya sea a través de la correspondencia o a través del medio que Dios disponga.
Unidos en la oración y en el deseo de ser servidores de Cristo Jesús y de María Santísima, instrumentos del Espíritu Santo. ¡Que Dios os bendiga y os guarde a todos!.
Fancisco Reverter Farré