La adoración es la perfección de la oración. Si en la oración pedimos y nos encontramos contigo Señor, en la adoración entramos a vivir en ti.
En la oración aprendemos a amar a Dios con el cuerpo o sea en la oración vocal o leída o escuchada. Le amamos con la mente porque meditamos lo que oramos y utilizamos la razón y el entendimiento. Le amamos con las potencias del alma cuando ardemos con fervor y hacemos oraciones vivas que salen del corazón y no de los labios. Le oramos a Dios en el Espíritu cuando nuestra oración nos absorbe y la vivimos de tal forma que entramos en contemplación.
Igualmente nuestra adoración debe hacerse con todo el cuerpo, la mente, el alma y el Espíritu.
Se entiende por adoración una veneración o respeto que llega más allá de lo normal. Aun en la tierra muchas personas adoran a otras y les dan un culto especial en el cual hacen genuflexión, se arrodillan, besan las manos, la cara y se abrazan. Ritos paganos que exageran la posición social de algunos seres humanos. Pero todo esto es paganería, ¿Cuántas de esas personas solo lo hacen por cumplir un requisito? Y cuando se trata de Dios no le dan a Dios lo que es de Dios.
Dios es el único ser que merece adoración sobre todas las cosas creadas en la tierra y en el Cielo.
Dios es el único ser digno de Alabanza continua, Agradecimiento, Honor, Poder y Gloria. Pues Dios lo ha creado todo y sin el la criatura no existe, por eso debemos de darle la adoración que merece.
Nadie ha visto a Dios pero si sabe que siendo el autor de la creación nos puede ayudar, por eso la oración nos comunica con Dios y nos permite tener esos diálogos que todos tenemos para conseguir más y más de Dios.
Pero el sentido de la oración se puede convertir en algo muy egoísta, primero porque la mayoría de la oraciones son peticiones. Segundo porque los seres humanos piden más por sus necesidades y se olvidan de pedir por los demás.
Entonces la oración debe estar muy balanceada, dándole en primer lugar gracias a Dios, alabanza, exaltación y adoración. Luego después de haberle dado ya estamos en mejor posición de pedir. Y sin embargo el mismo Señor nos dice: “Buscad primero el Reino de los Cielos y todo lo demás se os dará por añadidura.”
El Señor nos llama a confiar en la Divina Providencia y mientra le alabamos por su grandeza, Él permite que fluyan sus bondades al mundo, y con la adoración nos abre esas compuertas celestiales de par en par para que no nos falte nada.
El regalo más precioso que le da al hombre como virtud es el conocer su Divina Voluntad.
Pues por la voluntad humana contaminada por el amor propio, el hombre sufre, porque trata de satisfacer todos los llamados de su propio “Yo”, se hiere fácilmente y se convierte en un ser egoísta que ofende a Dios continuamente.
Cuando el hombre empieza a vivir la voluntad de Dios, todo lo que hace se santifica, entonces en vez de pedirle a Dios, se concentra más en darle gracias por todo lo bueno o no tan bueno que le llegue a su vida, pues reconoce que todo viene de Dios. Y así, en medio de ese agradecimiento y alabanza empieza a hacer la Voluntad de Dios, que después de todo es el propósito por el cual Dios le ha creado.
Cuando se vive el primer mandamiento de la Ley de Dios, este lo abarca todo, este motiva al hombre a amar a Dios por lo que Dios es, no por lo que pudiéramos esperar, así amándole sobre todas las cosas, nada de la tierra nos puede importunar si lo tenemos o no lo tenemos, amándole sobre todas las personas nadie nos puede herir ni ese amor por las personas nos puede herir en caso de que fallase. Nada ni nadie entonces nos crea apegamiento y así ya le podemos amar sobre todas las cosas y personas. Luego le amamos con todo el corazón, ese templo del Espíritu de Dios lo consagramos como su Recinto Celestial en la tierra y no permitimos que nada impuro entre en nosotros, no consentimos los ídolos del mundo como el dinero, los deportes, las diversiones, las pasiones carnales, el orgullo y muchas otras cosas que no pertenecen al corazón, son cosas que nos afectan a veces pero su lugar temporal solamente es la mente no el corazón.
Y le debemos de amar con toda la mente, y por eso allí no deben de durar mucho los pensamientos sobre las cosas temporales, debe haber más tiempo para la meditación y la razón sobre las cosas espirituales y la necesidad de vivir en la Presencia de Dios.
Si es cierto que vivimos en el mundo y no tenemos más donde pararnos, pero el mundo pasará, en cambio la Palabra de Dios nunca pasará y así debemos de recordar constantemente que somos ciudadanos del Cielo en exilio, pero nuestra liberación se acerca y pronto partiremos para nuestra casa Celestial y Eterna en el Gozo del Padre que nos ha creado para su placer y su Gloria.
La adoración es entregarnos en alabanza y contemplación al Señor verdaderamente presente con nosotros. Pues en el Espíritu Él siempre nos escucha en cualquier momento y en cualquier lugar.
Cuando recibimos el Señor en la Sagrada Eucaristía, nos convertimos en custodias vivas de la Presencia Eucarística de Jesús, este es el mejor momento para expresar nuestra adoración. Y si le adoramos constantemente, Él no se va a retirar de nuestro corazón y así podemos adorarle en todo momento.
En nuestra adoración debemos unirnos a la Virgen María, a los ángeles y a los santos para que ellos nos ayuden y así podamos hacer una verdadera adoración en Espíritu y en Verdad.
Vivamos para adorar a Dios y adoremos para vivir en Él.