Hoy meditamos sobre el Cuerpo y Sangre, alma y Divinidad de Jesús en la Sagrada Eucaristía.
Jesús nos ha entregado todo lo que Él es. Nos ha dado su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía, nos ha llenado de su Espíritu.
Cuando contemplamos y adoramos el Sagrado Corazón de Jesús, estamos adorando el corazón de Dios, esa fuente infinita y Eterna de amor y Misericordia. Es del corazón de Jesús que fluyó agua y sangre cuando fue traspasado por la lanza, y es así como en el agua se representa la gracia y en la sangre la misericordia divina. De ahí han nacido los Sacramentos del Bautismo y de la Sagrada Eucaristía.
El corazón de Jesús es un horno de amor divino en donde deben entrar todas las almas para su purificación. Con este corazón divino Jesús nos alimenta y desea que nos llenemos de él.
Para esto debemos renunciar todo lo del mundo, el demonio y la carne, debemos entregarnos totalmente a Cristo que ha venido a vivir en nosotros.
Y es que Dios está cumpliendo la promesa que hizo en el Antiguo Testamento.
Profeta Ezequiel 36:23-27 Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahvé - oráculo del Señor Yahvé - cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos.
Dios el Padre, Yahvé ha manifestado su Santidad a la vista de las naciones por medio de su Hijo Jesús. Por medio de Él ha santificado su gran Nombre en las palabras de Jesús "Yo soy", el camino, la verdad, la vida y la resurrección.
24 Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo.
El Señor no discrimina las naciones pero en todas ellas encuentra sus seguidores fieles, por eso nos recoge a todos para llevarnos a la patria celestial.
25 Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré.
Esta promesa la cumplió Jesús con el Bautismo, ya que este nos purifica del pecado original y nos lleva a vivir en su Gracia, vestidos con su luz.
26 Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Jesús permitió que su corazón fuera traspasado para poder darnos así su corazón lleno de gracia y misericordia. Al entregarse como comida para el alma en su cuerpo y sangre en la Eucaristía, Nos quita el corazón de piedra para dejar que su carne se convierta en nuestro nuevo corazón. Jesús nos dio la promesa del Espíritu Santo y este descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés.
Eze 36:27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas.
Jesús nos ha dado no solo su cuerpo y sangre, o sea su naturaleza humana, sino que nos ha compartido también su naturaleza divina al infundir en nosotros su propio espíritu, para que podamos ser conducidos a la santidad.
Mat 1:23 Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".
La promesa de la venida del Mesías se cumplió a través de la Virgen María, que concibió y dio a luz a su hijo Jesús. El nombre de Jesús significa Salvador, y la traducción del Emmanuel quiere decir Dios con nosotros.
Este Dios con nosotros realmente está presente aun después de su muerte, porque es Dios y hombre, y ha dejado su Sagrada Humanidad verdaderamente presente en los Sacramentos de la Santa Madre Iglesia.
Todos los Sacramentos son Encuentros con Jesús, siendo el más íntimo de todos el de la Sagrada Eucaristía, porque Jesús entra en nosotros para limpiarnos de toda mancha de pecado y para santificarnos para poder entrar puros a la vida eterna.
Todos hacemos parte de su Cuerpo Místico la Iglesia y como tal Cristo vive en nosotros y nosotros en Él, su Cuerpo y Sangre mantiene viva la Iglesia, porque Jesús es la vida.
Dos Corintios libro cinco, versículo quince (2 Cor 5:15) Y Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
Vivir para Cristo es morir para nosotros, ya que el murió y resucitó por nosotros para que ese Cuerpo y Sangre del Dios hombre que está en nosotros nos resucite el día de la resurrección. Es como si somos sepulcros vivos de Dios.
Verdaderamente tabernáculos de la Presencia de Dios, templos del Dios vivo.
Y en Segunda de Corintios, libro cuatro, versículo 10 (2 cor 4:10)
Llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Lo que recibimos en la Sagrada Eucaristía es realmente la Sagrada Humanidad quebrantada de Jesús, y aunque recibimos una hostia blanca, con poco sabor y no vemos físicamente con nuestros ojos, pero así manifestamos nuestra fe; lo que verdaderamente recibimos son sus Santas Llagas, Sangre, Agua, Dolores, Lágrimas y Angustias y las de la Santísima Virgen María. Esa Sagrada Humanidad de Cristo es la que nos bendice, nos sana, nos purifica y nos santifica.
Ese cuerpo y esa sangre milagrosa de Cristo actúa con su muerte en nuestra vida para santificarnos y prepararnos para la vida eterna.
Entonces para sentirnos llenos de Él, debemos renunciar todo lo del mundo, el demonio y la carne, debemos entregarnos totalmente a Cristo que ha venido a vivir en nosotros.
Mirémonos el alma llena de Jesús, no miremos nada más, poseámoslo, pues el desea ser todo de nosotros.
Jesús desea que estemos siempre en su Presencia. Él quiere que le acompañemos en la cruz, allí donde crucificado y en agonía; por sus santas llagas todos somos sanados.
Elevemos siempre nuestras almas en la cruz, desconectémonos de todo lo del mundo, unámonos a su cuerpo, sangre, alma y divinidad, entremos en su espíritu. También unámonos al espíritu de la Virgen María, su Santísima Madre dolorosa corredentora del mundo, y de esta manera haremos una oración perfecta en su Presencia.
El Padre Eterno se complace en cualquier oración que hagamos de este modo, porque es como si la Virgen María o Jesús elevaran nuestra oración y así, ésta recibirá la respuesta de la Gracia.
Oración Señor Jesús, vengo a tu Presencia en la cruz, allí donde con tus dolores y agonía, por tus santas llagas todos somos sanados. Elevo mi alma a la cruz, me desconecto del mundo, me uno a tu cuerpo, sangre, alma y divinidad, entro en tu espíritu.
Me uno también al espíritu de tu Madrecita Santa, para elevarte mi oración.
Padre Eterno, Te levanto mi alma llena de tu Hijo, mi Señor Jesucristo, te ofrezco su cuerpo, sangre, alma y divinidad, te ofrezco su espíritu que reposa en mi. Me uno a Jesús crucificado y me ofrezco totalmente a ti, Padre Santo.
En tus manos encomiendo mi espíritu.
Cuerpo y Sangre de Cristo - Alma y Divinidad - Jesús Sagrada Eucaristía - Corpus Christi