¿Que puedo hacer por Dios? ¿Que le puedo ofrecer? ¿Como le puedo complacer?
Todos deseamos complacer a Dios. ¿Quien pudiera agradarle? ¿Quien pudiera hacer algo por este mundo que le agradara a Dios? ¿Quien pudiera cambiar el mundo que está tan lejos de Dios?
A veces pensamos que Dios está interesado en la cantidad de cosas que hacemos cada uno de nosotros, y hasta nos esforzamos por hacer grandes cosas para Él.
Pero Dios no necesita absolutamente nada, Él lo tiene todo.
La realidad es que nosotros, si necesitamos todo de Dios.
¿Entonces que le podemos ofrecer? En las cosas que hacemos para agradar a Dios, lo que importa no es la cantidad sino la calidad. En otras palabras, la calidad de nuestras obras no la determina ninguna cosa creada, sino el amor. Y ese amor es Dios mismo.
De esta manera cualquier cosa por pequeña que sea, cualquier ofrecimiento así sea un suspiro, si está lleno de amor; esto es más grande que inmensas caridades físicas que quizá no se hacen con todo el amor que hay en nuestro corazón.
Santa Teresita del Niño Jesús nos enseña con su espiritualidad, primero que somos muy pequeñitos ante Dios, por consiguiente todas nuestras obras siempre serán pequeñitas, pero si las llenamos de amor serán agradables a Dios.
Mientras más pequeño sea nuestro ofrecimiento, más humildad declaramos al Señor, mientras menos esperemos por nuestro esfuerzo, más nos dará el Señor. Así como el Señor dice los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, así debemos siempre venir al Señor como si fuéramos los últimos, los más pequeñitos, los menos importantes, los que traemos la ofrenda más pequeñita. Que Dios se encargue de correspondernos según su santa voluntad.
La creación de Dios empieza físicamente en el átomo y orgánicamente en la célula. Estas dos cosas son tan pequeñitas a nuestros ojos, que ni las podemos ver, sin embargo en el amor de Dios todo crece para su propósito.
Dios nos ha dado la vida momento a momento, célula a célula, latido a latido. Igualmente Él espera que nosotros le ofrezcamos cosas pequeñitas, que nos van llegando, pero eso si, llenas de amor.
Otra cosa que ocurre con el ofrecimiento que le hacemos a Dios es que lo debemos de hacer por amor a Dios, sin ningún interés de conseguir algo de Él, sino de agradarle. Por eso nuestra vida debe ser un continuo sacrificio de alabanza, agradecimiento, adoración, intercesión y reparación.
Nuestro ofrecimiento no puede ser interesado, es decir, si tratamos de negociar con Dios como si fuera una persona humana, estamos perdiendo el respeto que merece la dignidad de Dios.
A Dios verdaderamente lo complacemos cuando hacemos su voluntad. Esa voluntad es que todos seamos santos como él es santo. Y la santidad solo se consigue en la aceptación de la Divina Voluntad.
Ya miró San Miguel Arcángel la grandeza de Dios en el cielo, cuando dijo: “¿Quien como Dios?”
Ya lo dijo la Virgen María, mostrando su humildad: “Yo soy la esclava del Señor”, y luego sometiendo su voluntad a la de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”
También lo declaró tres veces Jesús ante Dios el Padre, “Que no sea mi voluntad sino la tuya”.
Jesús decía: “Mi comida es hacer la voluntad del Padre” Por eso nosotros debemos también imitar a Jesús haciendo la voluntad de Dios.
Y San Pablo cuando cayó del caballo del orgullo en el camino a Damasco, después de haber quedado ciego, le dijo temblando a Jesús: “¿Que quieres que yo haga Señor?”
De ahí que durante todo un largo día, Dios nos facilita cantidad de momentos en los que podemos hacer cosas para él y no para nosotros. Lo principal es hacer por amor a Dios todo aquello que se nos presenta aunque nos parezca desagradable, porque si lo tomamos como voluntad de Dios, eso nos permite hacer un ofrecimiento de la negación de nuestra voluntad para complacerle. Durante el día encontramos cantidad de personas, eventos y cosas que nos molestan, que no nos gustan, que nos irritan y que nos hacen la vida difícil. Entonces el mejor ofrecimiento que le podemos hacer al Señor es aceptar todas estas cosas por amor a Dios. Al igual que ofrecer todos nuestros sufrimientos. En todo esto está el cumplimiento de la voluntad divina y ahí es donde encontramos nuestra santidad.
La Señora pobre que estaba en el templo, en el momento de hacer las ofrendas, complació tanto a Jesús que él la señaló como ejemplo para todos nosotros. Esta pobre viuda, ha dado de lo que necesitaba, de lo poco que tiene para vivir, por eso su ofrenda es más valiosa de la que han hecho aquellos que tienen mucho, dijo Jesús.
Esta mujer dio lo que dio con sacrificio y entrega, a costa de su propio sufrimiento.
Igualmente cuando ofrecemos cualquier cosa o actividad por pequeña que sea y la unimos al sacrificio de nuestra voluntad por amor a Dios, esta pequeña obra obtiene más mérito que muchas otras cosas que hemos hecho.
Recordemos que cualquier cosa que le ofrezcamos a Dios no es nuestra, él nos la ha dado primero, así que si es para la caridad, bendito sea Dios que nos proporciona como hacerlo y si es para enseñarnos su voluntad, Gloria a Dios que nos habla a su manera y nos permite entenderle.
La santificación del alma se encuentra en nuestro diario vivir, no tenemos que volvernos ermitaños, ni alejarnos de la sociedad, ni de la familia, pues Dios nos ha dado el momento actual, el ahora, para ofrecérselo lleno de amor. Esto es suficiente.
A veces nos cargamos de devociones, de compromisos espirituales, de actividades que nos cansan y todo esto lo hacemos por amor a Dios, pero en realidad, no se trata de sobrecargar nuestras vidas, pues el Señor ha llevado todas nuestras cargas, ciertamente la verdadera santidad consiste en lo siguiente: “No es tanto lo que yo pueda hacer por Dios, sino lo que Él puede hacer por mí” Esto solo lo puedo conseguir cuando escucho su voz, en cada momento, cuando me pregunto:
¿Qué es lo que Dios quiere en esta situación? Y luego respondo venciendo la incomodidad, la molestia, el cansancio, el desagrado, y así hago su voluntad.
Igualmente nos preguntamos a veces, ¿Cómo puedo agradecerle al Señor todo lo que ha hecho por mí? Podríamos darle la vuelta a la tierra en peregrinación, podríamos repartir toda nuestra fortuna a los pobres, podríamos hacer muchas cosas, pero nada de esto tiene tanto valor como creer en Jesús como el Hijo de Dios el Padre, lo cual hacemos en el ofrecimiento de su santo sacrificio a través de la Santa Misa. Y esto es precisamente lo que nos dice en el Salmo Ciento dieciséis, versículos doce al trece (Sal 116:12-13) ¿Qué podré ofrecerle a Dios por todos los beneficios que me ha hecho? Y el siguiente versículo nos responde: Levantaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre de Yahvé; es decir, me uniré al Sacerdote cuando levanta el cáliz de la Salvación que contiene la Preciosa Sangre de Cristo, Sangre de la nueva Alianza, en la Sagrada Eucaristía. Ofreceré este sacrificio en reparación de mis pecados y los de toda la humanidad.
Dios lo ha hecho todo por nosotros, luchemos por aprender a hacer su santa voluntad y no la nuestra, permitamos que Dios reine en nosotros con su Divina Voluntad.
Esta oración nos puede ayudar.
Oración que ¿quieres de mí Señor? Señor, con la mejor disposición vengo a ofrecerme a ti, deseo hacer tu voluntad.
¿Que quieres de mi Señor?
¿Cual es tu voluntad?
¿Como te puedo servir?
¿Que puedo hacer por ti?
¿Que puedo hacer por los demás?
¿Que debo hacer en este momento?
¿Que debo hacer en el futuro?
¿Como puedo hacer tu voluntad?
Señor, dame tu Luz, muéstrame todo con claridad, como tu lo ves.
Señor, dame tu sabiduría, tu inspiración y tu palabra.
Señor, dame tu consejo.
Señor, guía mis pasos.
Señor, no me dejes salir de tu camino.
Señor, no me dejes caer en tentación, líbrame del maligno, guárdame en tu Presencia, no me dejes salir de tus manos.
Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad.
Hágase en mí, según tu palabra.
Oración de Liberación y Sanación Señor Jesús, venimos humildemente a recibir tu perdón y tu sanación.
Cuando Jesús sanó el paralítico lo primero que hizo fue perdonarle sus pecados, luego le sanó su cuerpo. Vemos como Jesús no mira las apariencias, él va directo al corazón.
Y es que el pecado nos lleva a la muerte, pero antes destruye también el cuerpo y muestra su rostro en nuestras dolencias, achaques, enfermedades y poco a poco va destruyendo el ser humano interior y exteriormente.
El salario del pecado es la muerte que todos tenemos que sufrir. Afortunadamente Jesús venció la muerte y nos invita a ser parte de él para unirnos en su derrota de la muerte consiguiendo con él la vida eterna.
Pero mientras estamos aquí en la carne tenemos la debilidad y el sufrimiento. Por eso entonces venimos a ti Señor Jesús, te pedimos que perdones nuestros pecados, que sanes nuestro interior, que tengas compasión de nosotros.
Sana todas las llagas de nuestras almas, sana las heridas del resentimiento, las heridas escondidas de pecados mal confesados, sana la malicia de nuestra humanidad y restáuranos en el poder de tu Santo Nombre.
Señor coloca nuestra vida en tus santas llagas, sangre, agua, dolores, lágrimas y angustias y las de la Santísima Virgen María.
Recibe nuestras dolencias y necesidades, Señor encárgate de todo.
Te alabamos, te bendecimos, te adoramos y te glorificamos. Gloria a Dios.