Santo Tomas de Aquinas (Aquino) nos dice que se pueden distinguir tres clases de obediencia:
1 La suficiente para la salvación, de quien obedece en lo que está obligado.
2 La perfecta. De quien obedece en todo lo lícito.
3 La indiscreta o ilícita, de quien obedece también en lo ilícito.
En la primera clase de obediencia el hombre busca suficiente obediencia para salvarse, pero esta obediencia es incompleta y arriesgada porque se hace solamente por amor propio y no por amor a Dios, por eso carece de virtud y es una trampa para la salvación.
La segunda clase de obediencia es la obediencia perfecta que todos debemos tener, obedecer lo que es lícito; sobre todo para obedecer a Dios en sus mandamientos por encima de todo, también para obedecer a nuestros superiores y así lograr someter nuestro amor propio. Esta obediencia es indispensable para alcanzar la santidad, en efecto es la entrega de nuestra voluntad a la voluntad divina, que permite que recibamos la gracia de vivir en el querer de Dios, que nos hace crecer en otras virtudes y finalmente nos lleva a la salvación.
La tercera clase de obediencia es aquella que obedece en lo ilícito, la obediencia falsa, y es precisamente el tema que vamos a tratar.
La Iglesia nos llama a ser fieles y obedientes a nuestros superiores, empezando por nuestra obediencia a los sacerdotes, obispos y luego al papa.
Sin embargo dicha obediencia no puede sobrepasar nuestra conciencia si nos lleva a cometer un pecado.
Por ejemplo, ser fiel a nuestro sacerdote no quiere decir que si recibimos una propuesta homosexual de su parte, debemos obedecer por obedecer, es decir, primero que todo está la obediencia a Dios y a sus mandamientos.
Romanos 13 versículo 1 Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él.
Todos los seres humanos somos imperfectos, sin embargo algunos tienen el privilegio de estar por encima de otros y en ese caso tienen la potestad de ser autoridades que nos rigen, tanto en la vida secular como en la eclesiástica. Dios nos llama a acatar las autoridades y es un pecado no hacerlo.
Pero aquí entra la conciencia a trabajar en nosotros cuando se presenta un desorden en la ley que se nos impone, y Dios nos ha dado también el libre albedrío para escoger que es mejor en estos casos.
Por ejemplo, en la China han obligado a las familias a no tener más de un hijo, luego cambiaron la ley a dos hijos.
Muchas personas no cumplieron esta ley por imponerles delitos sobre la moral, por eso este tipo de desobediencia nunca es pecado, puesto que el pecado es el de los gobernantes.
Peor aun es más pecado someternos a las autoridades de la Iglesia cuando nos piden hacer algo ilícito. Me refiero a lo que está ocurriendo en este momento.
En obediencia a Dios debemos adorar a su Hijo Jesús, quien se ha entregado a nosotros en forma de pan consagrado. Para las personas que no son sacerdotes consagrados, es un sacrilegio tocar el cuerpo de Cristo con las manos, una desobediencia con repercusiones eternas.
La Iglesia se somete a las autoridades de la tierra y acepta los protocolos de bio seguridad para la Santa Misa mostrándose obediente con las leyes terrenales al costo de ofender a Dios. De esta manera el cuerpo de Cristo pierde importancia y se convierte en un objeto que nos puede contaminar o al que le tenemos que tener asco, la Iglesia ahora quiere imponernos ese sacrilegio, que toquemos el cuerpo llagado de Cristo con manos llenas de detergente o con guantes. Que sacrilegio. Esto hace que la Santa Misa deje de ser santa y que la ofrenda que se le hace a Dios pase a ser una profanación de su altar y un sacrilegio de infinitas proporciones.
La intención de recibir a Cristo en la Eucaristía es lo más santo que podamos tener, pero como dice San Pablo, 1ª de Corintios 11 versículo 29 Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo y la sangre de Cristo, come y bebe su propia condenación.
Aun conversando con sacerdotes me han dicho que debemos obedecer al papa Francisco. Yo no les obedezco, porque no lo acepto como papa, porque él no es católico, es un artista del engaño ya lo ha probado con sus herejías. Además viviendo la frase “el que obedece no se equivoca” estamos actuando con obediencia ciega y necia que con toda seguridad llevará muchos millones de obedientes falsos al infierno.
En su exhortación apostólica Amoris Laetitia (número 297), Jorge Mario Bergoglio, supuesto papa, desafortunadamente autoridad máxima de la Iglesia, dice: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio”.
Recordemos que la lógica del evangelio es arrepentirse y creer en el evangelio, es creer en Jesús que nos dice que en el día del juicio muchos perecerán.
Este hombre mentiroso, hereje y blasfemo trata a Jesús como si fuera un mentiroso, pues la Verdad nos dice que el día del juicio muchos perecerán eternamente: Mateo 25 versículo 41 Luego dirá a los que estén a su izquierda: Apártense de mí, malditos, al FUEGO ETERNO preparado para el diablo y sus ángeles.
Solo el demonio ha negado la palabra de Dios, ahora lo hace Bergoglio, a quien pueden obedecer los que se quieran condenar.
El demonio negó la Palabra de Dios en el paraíso Génesis 3 versículos del 1 al 3 La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el Señor había hecho, así que le preguntó a la mujer: ¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?
2 La mujer respondió: Podemos comer del fruto de todos los árboles 3 Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: “No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán.” 4 Pero la serpiente le dijo a la mujer: ¡No es cierto, no van a morir!
Como podemos ver, es el hijo del Padre de la mentira, el demonio, quien está gobernando la Iglesia, por eso no le podemos obedecer.
No es que yo promueva desobediencia a la Iglesia como algunos puedan llegar a pensar, yo soy obediente al magisterio fiel de la Iglesia que se sostiene en la Palabra de Dios, el Catecismo y la tradición.
Hermanos y hermanas, abran los ojos por favor, abran los oídos por favor, ábranle el corazón a la verdad, no pierdan sus almas con la obediencia falsa. Este es el tiempo de la gran confusión.
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