Jesus
nuestro Amor Eucarístico
CAPITULO 2
JESUS PARA MI
La Santa Misa es el Sacrificio de la Cruz.
La Santa Misa diaria.
Participación activa y fructífera.
La Santa Misa y las Almas en el Purgatorio.
Sólamente en el Cielo comprenderemos la divina
maravilla que es la Santa Misa. No importa cuánto nos esforcemos y no importa qué tan
santos e inspirados seamos, no podemos sino tartamudear en esta obra divina que trasciende
a los hombres y a los Angeles.
Un día se le había preguntado al Padre Pio de
Pietrelcina: "Padre, por favor explíquenos la Santa Misa." "¿Hijos míos,
- replicó el Padre Pio, como puedo yo explicárselas? La Misa es infinita como Jesús ...
pregúntenle a un Angel lo que es la Misa, y El les contestará en verdad: 'yo entiendo lo
que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene.' Un
Angel, mil Angeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así."
San Alfonso de Liguori vino a firmar: "El
mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de
una Santa Misa." ¿Por qué? Porque la Santa Misa es, se puede decir, la síntesis;
porque la Santa Misa se puede decir que suma la Encarnación y Redención, y contiene el
Nacimiento, Pasión y Muerte de Jesús, misterios que Dios realizó por causa nuestra. El
Segundo Concilio Vaticano enseña: "Durante la última Cena, la noche en la que fué
traicionado, Jesús inició el Sacrificio Eucarístico a través de los siglos hasta Su
regreso." (Concilio Sacrosanto, La Constitución de la Liturgia, n.47) Santo Tomás
de Aquino, en un pasaje inspirado escribío: "La celebración de la Santa Misa tiene
tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz."
Por esta razón, San Francisco de Asís dijo:
"El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería
conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del
sacerdote."
En verdad, puesto que renueva el Sacrificio de la
Pasión y Muerte de Jesús, la Santa Misa, aun tomada por sí sola, es lo bastante grande
para detener la Justicia Divina. Santa Teresa de Jesús les decía a sus hijas:
"¿Sin la Santa Misa, que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que
únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no
duraría y el mundo estaría perdido sin remedio." "Sería más fácil que el
mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa Misa," decía el Padre Pio de
Peltrecina, siguiendo a San Leonardo de Port Maurice, quien dijo: "Yo creo que si no
existiera la Misa, el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su
iniquidad. La Misa es el soporte poderoso que lo sostiene."
Son maravillosos los efectos que cada Sacrificio de
la Misa produce en las almas de los que participan de ella. Nos obtiene el dolor y el
perdón de los pecados; disminuye la pena temporal merecida por ellos; debilita la
influencia de Satanás y los impulsos indomables de la carne; reforza los lazos de nuestra
unión con el Cuerpo de Cristo; nos proteje del peligro y los desastres; reduce el castigo
del Purgatorio; nos obtiene un grado mayor de gloria en el Cielo. San Lorenzo Justino dijo
que: "Ninguna lengua humana puede ennumerar los favores que se co-relacionan al
Sacrificio de la Misa. El pecador se reconcilia con Dios; el hombre justo se hace aún
más recto; los pecados son borrados; los vicios eliminados; la virtud y el mérito
crecen, y las estratagemas del demonio son frustradas."
Por eso San Leonardo de Port Maurice no se cansaba
de exhortar a las multitudes que lo escuchaban: "¿Oh gente engañada, qué están
haciendo? ¿Por qué no se apresuran a las Iglesias a oir tantas Misas como puedan? ¿Por
qué no imitan a Los Angeles, quienes cuando se celebra una Misa, bajan en escuadrones
desde el Paraíso, y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración, para
interceder por nosotros?"
Si es verdad que todos nosotros tenemos necesidad
de Gracias, para esta vida y para la próxima, nada nos las puede obtener de Dios tanto
como la Santa Misa. San Felipe Neri solía decir: "Con oraciones pedimos Gracia a
Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda." La oración
ofrecida durante la Santa Misa, entreteje todo nuestro sacerdocio, el sacerdocio
ministerial, aún aparte del sacerdote particular en al altar, y el sacerdocio común de
todos los fieles. En la Santa Misa, nuestra oraciones se unen a la oración de agonía de
Jesús, al sacrificarse El mismo por nosotros. De una manera especial durante la
Consagración, que es el corazón de la Misa, la oración de todos nosotros se convierte
tambíen en la oración de Jesús, presente entre nosotros. Los dos Mementos del Canon
Romano, durante los cuales se recuerda a los vivos y a los muertos, son momentos preciosos
para que nosotros presentemos nuestras peticiones. Así mismo, en esos momentos supremos
cuando Jesús sufre Su Pasión y Muerte en las manos del sacerdote, podemos rogar por
nuestras propias necesidades, y podemos encomendar tanto a nuestros seres queridos vivos,
como a los que se nos han muerto, Sepamos aprovechar esto. Los Santos estimaron esto muy
importante, y cuando se encomendaban a las oraciones de los sacerdotes, pedían que se les
recordara sobre todo durante el Canon.
Será particularmente a la hora de nuestra muerte
cuando las Misas que oímos devotamente, nos traerán nuestro más grande consuelo y
esperanza, y una Misa oída por nosotros durante nuestra vida, nos traerá más réditos
que las muchas oídas por otros en nuestra memoria después de muertos.
Nuestro Señor le dijo a Santa Gertrudes:
"Puedes estar segura que referente a alguien quien asistió a la Santa Misa
devotamente, Yo le mandaré tantos de Mis Santos a que lo consuelen y lo protejan durante
los últimos momentos de su vida, como Misas haya oído bien."
"¡Qué consuelo!", tenía razón de
decir el Santo Cura de Ars: "Si supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa,
qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella." Y San Pedro Julián Eymard
exhortaba: "Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado.
No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma,
que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible."
Por esta rázon, consideremonos atortunados cadavez
que tengamos la oportunidad de asistir a la Santa Misa; y a fin de no perder la
oportunidad, no debemos nunca detenernos porque signifique algún sacrificio,
especialmente los domingos y días de fiesta.
Recordemos a Santa María Goretti, quien para ir a
Misa Dominical, viajaba a pie una jornada de 15 millas para ir y regresar a casa. Pensemos
en Santina Campana, quien iba a Misa aun cuando tenía fiebre. Pensemos en San Maximiliano
M. Kolbe, quien ofrecía la Santa Misa cuando su salud estaba en tan lastimoso estado, que
uno de sus hermanos religiosos tenía que sostenerlo en el altar para evitar que cayera.
¡Y cuantas veces el Padre Pio de Pieltrecina celebró la Santa Misa aún cuando le
sangraban las manos y ardía en fiebre!
En nuestras propias vidas diarias, nosotros
debiéramos poner la Santa Misa delante de cualquier otra cosa buena; pues como dice San
Bernardo: "Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que
repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en
peregrinación." Y no puede ser de otro modo, pues nada en el mundo puede tener el
valor infinito de una Santa Misa.
Debiéramos preferir la Santa Misa sobre cualquier
diversion que sólo nos hace perder el tiempo y no nos trae ninguna ganancia a nuestras
almas. San Luis IX, Rey de Francia, asistía a varias Misas todos los días. Un ministro
del gobierno se quejó, sugiriéndole que debería dedicar ese tiempo a las cosas del
reino. El santo Rey le hizo notar: "Si me gasto lo doble de ese tiempo en diversiones
como la cacería, nadie debiera tener ninguna objeción."
Seamos generosos y hagamos sacrificios voluntarios
a fin de no perder tan gran beneficio. San Agustín decía a sus Cristianos: "Todos
los pasos que uno da al ir a oír una Santa Misa, son contados por un Angel, y entonces
uno recibirá de Dios una gran recompensa en esta vida, y en la eternidad." El Cura
de Ars agrega: "Que feliz es ese Angel de la Guarda que acompana al álma cuando va a
Misa."
Una vez que uno se da cuenta del valor infinito de
la Santa Misa, no se sorprende del ardor de los Santos y su cuidado de asistir a Misa a
diario, y aun más a menudo de ser posible.
San Agustín nos dejó esta alabanza de su madre
Santa Mónica: "Ella no dejó pasar un día sin estar presente en el Divino
Sacrificio ante Tu Altar, Oh Dios."
San Francisco de Asís asistía usualmente a dos
Misas cada día; y cuando estaba enfermo, le pedía a un fraile sacerdote que celebrara la
Santa Misa para él, en su celda, a fin de no quedarse sin la Santa Misa.
Cada mañana, después de celebrar la Santa Misa,
Santo Tomás de Aquino ayudaba en otras como acción de gracias.
El pastorcillo San Pascual Baylon, no podía ir a
la Iglesia para asistir a todas las Misas que hubiera deseado, porque tenía que llevar a
pastar a las ovejas. Así pues, cada vez que oía las campanas de la Iglesia dar la
llamada a Misa, se arrodillaba en el pasto entre las ovejas, frente a una cruz de madera
que él había hecho, y de esa manera podía aunque fuera de lejos, seguir al sacerdote en
el ofrecimiento del Sacrificio Divino. Qué Santo tan amante, verdadero Serafín de amor
hacia la Eucaristía. Sobre su lecho de muerte, oyó la campana para la Misa, y sacó
fuerza para susurrar a sus hermanos: "Soy feliz al unir al Sacrificio de Jesús, el
sacrificio de mi pobre vida." Y murió a la hora de la Consagración de la Santa
Misa.
Santa Margarita, Reina de Escocia y madre de ocho
hijos, iba a Misa todos los días y llevaba con ella a sus hijos, y con maternal cariño
les enseñaba a atesorar el misalito que había adornado con piedras preciosas.
Procuremos atender a nuestros asuntos de tal manera
que no nos falte tiempo para asistir a la Santa Misa. No digamos que estamos tan ocupados
con nuestros quehaceres, de modo que Jesús nos pueda recordar: "Martha, Martha, tú
te preocupas por muchas cosas, pero sólo una es necesaria." (Luc. 10:41-42)
Cuando uno realmente quiere, encuentra tiempo para
asistir a Misa sin dejar de atender a sus obligaciones. San José de Cotolengo recomendaba
la Misa diaria para todos ... para maestras, enfermeras, trabajadores, doctores, padres
... y a los que objetaban no tener tiempo, les replicaba fírmemente: "¡Malos
Manejos! ¡Mala economía de tiempo!" Y decía la verdad. Si tan sólo apreciaramos
el valor infinito de la Santa Misa, estaríamos muy deseosos de asistir, y trataríamos
por todos los medios de encontrar tiempo necesario.
Cuando San Carlos de Sezze viajaba por Roma
buscando ayuda para su comunidad, se tomaba el tiempo para hacer visitas a la Iglesia y
asistir a Misas adicionales. Fué al momento de la elevación de la Hostia en una de estas
Misas, que recibío en su corazón el dardo de amor.
Todas las mañanas, San Francisco de Paula iba a la
Iglesia y permanecia ahí para asistir a todas las Misas que se celebraban diario. San
Juan Berchmans, San Alfonso Rodriguez y San Gerardo Majella, acostumbraban ayudar tantas
Misas como podían. (Lo hacían con tanta devocíon y edificación, que atraían a muchos
fieles a la Iglesia.)
El venerable Francisco del Niño Jesús, un
Carmelita, ayudaba diez Misas diarias. Cuando sucedía que había una menos que ayudar,
decía: "Hoy no he tenido mi desayuno completo." ¿Y qué podemos decir del
Padre Pio de Pieltrecina? ¡El Padre Pio asistía a muchas Misas diarias, y participaba en
ellas recitando muchos Rosarios! El Santo Cura de Ars no se equivocaba al decir: "La
Misa es la devoción de los Santos."
Lo mismo se puede decir del amor que los Santos
Sacerdotes han sentido al celebrar la Misa. Era para ellos un sufrimiento terrible el no
poder celebrar la Misa. "Cuando oigan que yo no puedo ya celebrar la Misa, cuéntenme
como muerto," dijo San Francisco Javier Bianchi a sus hermanos religiosos.
San Juan de la Cruz dijo bien claro que el
sufrimiento más grande que tuvo durante su ordalía en la prisión, fué el no poder
celebrar la Misa ni recibir la Santa Comunión por nueve meses consecutivos.
Ni obstáculos ni dificultades contaban para los
Santos al arreglar sus asuntos con el fin de no perderse un acto tan excelente. Por
ejemplo, un día en las calles de Nápoles, San Alfonso de Liguori experimentó unos
dolores muy agudos en el abdomen. El religioso que le acompañaba, lo urgía a que se
detuviera a tomar un sedante. Pero el Santo aún no celebraba Misa, y su respuesta
inmediata fué: "Mi querido hermano, yo caminaría diez millas en esta condición con
el fin de no perder el ofrecer la Santa Misa." Y su dolor no lo hacía romper el
ayuno eucarístico, el cual en ese tiempo era obligatorio desde la media noche anterior.
Esperó a que el dolor menguara un poco, y luego continuó su camino a la Iglesia.
El Capuchín San Lorenzo de Brindisi, se encontraba
en un pueblo de herejes. Puesto que este pueblo no contaba con una Iglesia Católica,
caminó 40 millas para llegar a una Capilla a cargo de católicos en la cual pudo celebrar
la Santa Misa.
En una ocasión, San Francisco de Sales estaba en
una ciudad Protestante, y para celebrar Misa tenía que ir todas las mañanas antes de
despuntar el alba a una Iglesia Católica que estaba al otro lado de un río muy ancho.
Durante las lluvias de verano, el río creció más de lo usual y se llevó el puentecito
por sobre el cual el Santo cruzaba. Mas San Francisco no se descorazonó. Tiró un gran
madero en el lugar donde el puente había estado, y así continuó cruzando el río. Sin
embargo, debido a la nieve y al hieló durante el invierno, había el serio peligro de
resbalarse y caer al agua. Entonces el Santo pensó en un procedimiento por el cual,
poniéndose a horcadillas en el madero, y maniobrando a través de él a gatas, podía
cruzar, con el fin de no perderse el celebrar la Santa Misa.
No podremos lograr ponderar lo suficiente sobre ese
Misterio sin descripción, La Santa Misa, la cual reproduce sobre nuestros altares el
Sacrificio del Calvario. Tampoco podremos nunca sentir demasiada devoción por esta
maravilla suprema del Amor Divino.
"La Santa Misa, - escribío San Buenaventura,
- es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en
cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha
favorecido."
La grandeza infinita de la Santa Misa nos debería
hacer capaces para entender la necesidad de tomar parte atenta y devotamente en el
Sacrificio de Jesús. Adoración, amor y arrepentimiento, deberían ser nuestros
sentimiento predominantes.
En una refleccion muy conmovedora, citada
forzosamente por el Vaticano II, el Papa Pio XII presentó las disposiciones con las que
uno debería participar en la Santa Misa; esto es, debería ser con las disposiciones que
el Divino Redentor tuvo cuando se sacrificó a Sí mismo ... el mismo espíritu de
sumisión humilde ... esto es, de adoración, amor, alabanza y acción de gracias a la
gran majestad de Dios ..., de modo que reproduzcamos en nosotros mismos la condición de
victima, la auto-negación que sigue a la enseñanza de el Evangelio, por la cual por
nuestro propio acuerdo hacemos el voluntario sacrificio de penitencia, dolor y expiación
por nuestros pecados.
La verdadera participación activa en la Santa
Misa, es lo que nos convierte en víctimas inmoladas como Jesús, y logra "reproducir
en nosotros los razgos marcados de dolor, el sufrir como Jesús" (Pío XII),
permitiendonos "el compartir en Sus sufrimientos" al hacernos "conformes a
Su Muerte." (Fil. 3:10) Todo lo demás es únicamente ceremonia liturgica,
simplemente re-vestimiento. San Gregorio el Grande enseñaba: "El sacrificio del
altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios,
cuando nos presentamos como víctimas." Reflexionando en esta doctrina, en las
primeras comunidades cristianas, los fieles acostumbraban marchar en garbo penitencial,
cantando la letanía de los Santos, en procesión hacia el altar para la celebración de
la Santa Misa, con el Papa presidiendo. Si nosotros vamos a Misa con este espíritu,
deberíamos hacer nuestros los sentimientos que expresó el Apóstol Santo Tomás cuando
dijo: "Vamos pues también nosotros, para morir con El." (Juan 11:16)
Cuando Santa Margarita María Alacoque asistía a
la Santa Misa, al voltear hacia el altar, nunca dejaba de mirar al Crucifijo y las velas
encendidas. ¿Por qué? Lo hacía para imprimir en su mente y su corazón, dos cosas: El
Crucifijo le recordaba lo que Jesús había hecho por ella; las velas encendidas le
recordaban lo que ella debía hacer por Jesús, es decir, sacrificarse y consumirse por El
y por las almas.
El mejor ejemplo de participación en el Santo
Sacrificio se nos da al pie de la Cruz por la Santisima Virgen María, San Juan
Evangelista y Santa María Magdalena, con las santas mujeres. (Juan 19:25) Asistir a Misa
es muy parecido a estar en el Calvario.
San Andrés Avellino solía conmoverse hasta las
lágrimas al decir: "No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de
Jesús."
Un día, un hijo espiritual preguntó al Padre Pio
de Pieltrecina: "¿Padre, como debemos participar en la Santa Misa?'' El Padre Pio le
replicó: "Igual que Nuestra Señora, San Juan y las mujeres piadosas lo hicieron en
el Calvario, amandolo y compadeciendose de El."
En el misal de uno de sus hijos espirituales, el
Padre Pio escribió: "Al asistir a la Santa Misa, concéntrate intensamente en el
tremendo misterio que se desarrolla frente a tus ojos, el cual es la Redencíon y la
reconciliación de tu alma con Dios." En otra ocasión le preguntaron: "¿Padre,
por qué llora tanto durante la Misa?" "¿Hija mía, - replicó el Padre Pio, -
qué son esas pocus lágrimas comparadas con lo que sucede en el altar? ¡Debería haber
torrentes de lágrimas!" Y aún en otra ocasión alguien le dijo: "¡Padre,
cuánto debe usted sufrir parado sobre sus pies sangrantes por las llagas, durante todo el
tiempo de la Misa!" El Padre Pio replicó: "Durante la misa, yo no estoy parado,
estoy colgando." ¡Qué respuesta! Las pocas palabras "estoy colgando",
expresan con gran fuerza lo que es ser "crucificado con Cristo" de lo cual nos
habla San Pablo (Gal. 2:19), y que distingue la verdadera y completa participación en la
Misa, de la participación vana, académica, aún al punto de ser sólo una ruidosa,
externa, participación verbal. Santa Bernardette Soubirous habló bien cuando dijo al
sacerdote recién ordenado: "Recuerde que el sacerdote en el altar, es siempre
Jesucristo sobre la Cruz." San Pedro de Alcántara se vestía para la Santa Misa como
si estuviera a punto de subir al Calvario, porque todas las vestimentas sacerdotales hacen
referencia a la Pasión y Muerte de Jesús; el Alba, recuerda la túnica blanca que
Herodes hizo que Jesús usara a fin de burlarse de El como de loco; el Síngulo, recuerda
los latigazos que dieron a Jesús; la Estola, recuerda la soga con que ataron a Jesús; la
"tonsura", recuerda la coronación de expinas; la Casulla con el emblema del
signo de la Cruz, nos recuerda la Cruz sobre los hombros Jesús.
Los que han asistido a una misa celebrada por el
Padre Pio, recuerdan aquéllas lágrimas abrazadoras suyas; recuerdan su petición
estricta de que los presentes participen en la Santa Misa de rodillas; recuerdan el
sufrimiento extrujante que espontáneamente se mostraba en la cara del Padre Pio cuando
pronunciaba con gran esfuerzo las palabras de la Consagración; recuerdan el fervor de la
oración en silencio de los fieles que llenaban la Iglesia mientras que el Padre Pio,
silenciosamente, rezaba varios Rosarios por más de una hora.
Pero la participación sufriente del Padre Pio a la
Santa Misa, es la misma de los Santos. Las lágrimas del Padre Pio, eran como aquellas de
San Francisco de Asis, (las cuales en ocasiones se volvian sangrantes); como aquellas de
San Vicente Ferrer, de San Ignacio, de San Felipe Neri, de San Lorenzo de Brindisi, (quien
a veces empapaba con sus lágrimas hasta siete pañuelos); de Santa Veronica Juliani, de
San José de Cupertino, de San Alfonso, de Santa Gemma Galgani ... ¿Más, después de
todo, cómo es posible permancer indiferente ante la Crucificción y Muerte de Jesús?
¡Ciertamente que nosotros no seremos como los Apostoles que se durmieron en Getsemani, y
mucho menos seremos comolos soldados, indiferentes de los espasmos atroces de Jesús,
quien moría! (Y sin embargo esta es la impresión angustiosa que experimentamos cuando
vemos la según llamada Misa en Rock, celebrada al ritmo de guitarras que tocan tonadas
baratas y profanas, con mujeres vestidas indecentemente y jóvenes en los más extraños
atavios ... ¡Señor, perdonalos!")
Fijemonos en la Santísima Virgen y en los Santos.
Imitémoslos. Unicamente emulándolos, iremos por el camino verdadero, el camino que ha
"complacido a Dios" (1 Cor. 1:21).
Una vez que hayamos dejado este mundo, no habrá
nada que deseemos tanto como la celebración de la Santa Misa por nuestras Almas. El Santo
Sacrificio del Altar es la oración de intercesíon mas poderosa, ya que sobrepasa a todas
las oraciónes, todas las penitencias y todas las buenas obras. Tampoco será difícil
para nosotros entender que si recordamos que el Sacrificio de la Misa es el mismo
Sacrificio de Jesús, el cual El ofreció en la Cruz, y que ahora ofrecé El sobre el
altar con su valor expiatorio infinito. Jesús inmolado, es la Víctima verdadera de
"Propiciación por nuestros pecados" (Juan 2:2) y Su Sangre Divina es derramada
"para la remisión de los pecados" (Mat. 26:28). Nada absolutamente puede
igualar a la Santa Misa, y los frutos beneficiales del Sacrificio, se pueden extender a un
numero de almas ilimitado.
En una ocasión, durante la celebración de la
Santa Misa en la Iglesia de San Pablo en las Tres Fuentes en Roma, San Bernardo vió una
escalera interminable que iba al Cielo. Muchísimos Angeles subían y bajaban por ella,
llevando del Purgatorio al Paraíso, las almas liberadas por el Sacrificio de Jesús,
renovado por los sacerdotes sobre los altares de todo el mundo.
Así pues, a la muerte de uno de nuestros
familiares, tengamos mucho más cuidado de mandar celebrar y asistir a la Santa Misa por
él, que por las flores y las ropas de luto y las procesiones funerales ...
Se cuentan y se recuentan muchas apariciones de
almas quienes estando siendo purificadas en el Purgatorio, han venido a suplicar al Padre
Pio que ofreciera Santas Misas por sus intenciones, a fin que ellas pudieran salir del
Purgatorio. Un día, él celebró la Santa Misa por el padre de uno de sus heramanos
Franciscanos. Al final del Santo Sacrificio, el Padre Pio dijo a su hermano: "Esta
Mañana, el alma de tu padre ha entrado en el Cielo." El hermano se puso muy feliz al
escuchar eso, pero dijo al Padre Pio: "Pero, Padre, mi buen padre falleció hace 32
años." "Hijo mío," - le replicó el Padre Pio, - "delante de Dios,
se tiene que pagar por todo." Y es la Santa Misa la que obtiene para nosotros un
precio de valor infinito: El Cuerpo y la Sangre de Jesús, el "Cordero
Inmaculado" (Apoc. 5:12).
Un día durante un sermón, el Santo Cura de Ars
dijo un ejemplo de un sacerdote que al celebrar una Misa por su amigo muerto, después de
la Consagración oró de la manera siguiente: "Eterno y Santo Padre, vamos haciendo
un cambio. Tu posees el alma de mi amigo en el Purgatorio; yo tengo el Cuerpo de Tu Hijo
en mis manos. Libérame Tu a mi amigo, y yo Te ofrezco a Tu Hijo, con todos los méritos
de Su Pasión y Muerte."
Recordemos: Todas las oraciones y buenas obras que
se ofrecen por un alma, son buenas y recomendables, pero cuando podamos, pidamos que se
celebren Santas Misas, (expecialmente las Treinta Misas Gregorianas), por las almas de
nuestros queridos difuntos.
En la vida del Venerable Enrique Suso, leemos que
cuando era joven había hecho este trato con un hermano de su orden religiosa:
"Cualquiera de nosotros que sobreviva al otro, tratemos de apresurar la gloria del
que haya pasado a la eternidad, con la celebración de una Santa Misa cada semana."
El compañero del Bendito Enrique murió primero en un territorio de misiones. El
Venerable Enrique recordó su promesa por un tiempo, y entonces, puesto que se vio
obligado a celebrar Misas por otros, substituyó la Misa semanal que había prometido a su
amigo con oraciónes y penitencias. Mas su amigo se le apareció y le recriminó:
"Tus oraciónes y tus penitencias no son suficientes para mí. Yo necesito la Sangre
de Jesús;" "porque es con la Sangre de Jesús que pagamos las deudas de
nuestros pecados" (Col. 1:14).
Asi mismo, el gran San Gerónimo ha escrito que
"por cada Misa devotamente celebrada, muchas almas dejan el Purgatorio y vuelan al
Cielo." Lo mísmo se puede decir por las Santas Misas que se oyen devotamente. Santa
Maria Magdalena de Pazzi, la bien conocida mística Carmelita, tenía la costumbre de
ofrecer mentalmente la Sangre de Jesús con el propósito de liberar almas en el
Purgatorio, y en un éxtasis, Jesús le mostró que en realidad, muchas Animas del
Purgatorio eran liberadas por el ofrecimiento de Su Preciosa Sangre. Y no puede ser de
otra manera, porque según enseña Santo Tomás de Aquinos, una sóla gota de la Sangre de
Jesus con su valor infinito, podría salvar al Universo completo de todas las ofensas.
Oremos pues por las Almas Benditas en el
Purgatorio, y liberemoslas de sus sufrimientos, mandando celebrar y asistiendo a muchas
Santas Misas. "Todas las buenas obras, tomadas juntas, - decía el Santo Cura de Ars,
no pueden tener el valor de una Santa Misa, porque aquéllas son obras de los hombres,
mientras que la Santa Misa, es el trabajo de Dios."
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