Jesus
nuestro Amor Eucarístico
CAPITULO
3
JESUS EN MI
"Quien come Mi Carne y bebe Mi Sangre, vive en
Mí, y Yo en él". (Juan 6:57)
Sagrada Comunión: Jesús es mío.
La pureza del alma necesaria para la Sagrada
Comunion.
Sagrada Comunion con María.
Accion de Gracias después de la Sagrada Comunión.
El Pan del fuerte y Víatico para el Cielo.
A Diario con El.
Comunión Espiritual.
En la Sagrada Comunión, Jesús se da a mí y se
hace mío, Todo mío, en Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Así pues, un día Santa
Gemma Galgani dijo cándidamente a Jesús: "Yo soy Tu dueña."
Con la Comunión, Jesús entra en mi corazon y
permanece corporalmente Presente en mí, por tanto tiempo como las especies (las
apariencias) de pan duran; es decir, por aproximadamente 15 minutos. Durante este tiempo,
los Santos Padres nos enseñan que los Angeles me rodean, y continuan amando y adorando a
Jesús sin interrupción. "Cuando Jesús está corporalmente presente en nosotros,
los Angeles nos rodean como una Guardia de Amor," escribió San Bernardo.
Quizá pensamos muy poco acerca de la sublimidad de
toda Sagrada Comunión, y sin embargo, San Pio X dijo que "si los Angeles pudieran
sentir envidia, nos envidiarían por la Sagrada Comunión." Y Santa Magdalena Sofía
Barat, definió la Sagrada Comunión como "Paraíso sobre la tierra."
Todos los Santos han comprendido por experiencia,
la maravilla Divina del encuentro y unión con Jesús en la Eucaristía. Ellos
comprendieron que una Sagrada Comunión devota, significa el ser poseídos por El, y
poseerlo. "El que come Mí Carne y bebe Mí Sangre, vive en Mi y Yo en él."
(Juan 6:57) Una ocasión Santa Gemma Galgani escribío: "Ya es de noche, la mañana
se acerca y entonces Jesús se posesionara de mí y yo lo poseeré a El." No es
posible tener una unión de amor más profunda y más total: El en mí y yo en El; el uno
en el otro. ¿Que más podemos desear?
"Ustedes envidian, - decía San Juan
Crisóstomo, - "la oportunidad de la mujer que tocó las vestimentas de Jesús, de la
mujer pecadora que lavó Sus pies con sus lágrimas, de las mujeres de Galilea que
tuvieron la felicidad de seguirlo en sus peregrinaciones, de los Apóstoles y discípulos
que conversaron con El familiarmente, de la gente de esos tiempos, quienes escucharon las
palabras de Gracia y Salvación de Sus propios labios. Ustedes llaman felices a aquellos
que Lo miraron ... mas, vengan ustedes al altar, y Lo podrán ver, Lo podrán tocar, le
podrán dar besos santos, Lo podrán lavar con sus lágrimas, Le podrán llevar con
ustedes igual que María Santísima."
Por esta razón, los Santos han deseado y suspirado
por la Sagrada Comunión con un amor ardiente; por ejemplo, San Francisco de Asís, Santa
Catarina de Siena, San Pascual Baylon, Santa Verónica, San Gerardo, Santa Margarita
María Alacoque, Santo Domingo Savio, Santa Gemma Galgani ... no tiene caso seguir, porque
uno necesitaría realmente listar a todos los Santos.
Por ejemplo, sucedió una noche a Santa Catarina de
Genoa, que soñaba que al día siguiente no podría recibir la Sagrada Comunión. El dolor
que ella experimentó fué tan grande, que lloró incesantemente, y cuando despertó la
mañana siguiente, encontró que su cara estaba toda mojada por las lagrimas que derramó
en el sueño.
Santa Teresa del Niño Jesús, escribió un Poemita
Eucarístico: "Deseos junto al Tabernáculo," en el cual, entre otras cosas
hermosas, decía: "Yo quisiera ser el caliz, en el cual yo pudiera adorar la Sangre
Divina. Puedo sin embargo en el Santo Sacrificio, recogerla en mí cada mañana. Por tal
motivo, mi alma es más apreciada por Jesús, es más preciosa que vasijas de oro."
¿Y cual no fué la felicidad de esta Santa angélica, cuando durante una epidemia, se le
concedió recibir Comunión diaria?
Santa Gemma Galgani, fué puesta a prueba un día
por su confesor, quien le prohibió recibir la Sagrada Comunión. "Oh, Padre, Padre,-
le escribió a su director espiritual.- hoy fuí a la Confesión, y el confesor ha dicho
que yo debo de abstenerme de recibir a Jesús. Oh, Padre mío, mi pluma no quiere escribir
más, mi mano me tiembla fuertemente ... Lloro." ¡Santa querida! Verdaderamente un
Serafín ardiendo de amor por la Eucaristía.
Similarmente, San Gerardo Majella debido a un
reporte falso y envidioso del cual no quizo defenderse, fué castigado privándosele de la
Sagrada Comunión. El sufrimiento del Santo fué tal, que un día rehusó ir a ayudar en
la Santa Misa a un sacerdote que estaba visitando, "porque- dijo- al mirar a Jesús
en la Hostia en las manos del sacerdote, no podré resistir el tomar por la fuerza la
Hostia de sus manos." ¡Qué deseo consumía a este Santo maravilloso! Y que reproche
para nosotros qué, quizá, podríamos recibir con facilidad la Sagrada Comunión a
diario, y no lo hacemos. Eso es una señal de que carecemos de lo más esencial: Amor. Y
quizá estamos tan enamorados de placeres terrestres que ya no podemos apreciar las
delicias celestials de unión con Jesús en la Hostia. "¿Criatura, como puedes tu
sentir la fragancia del Paraíso que se difunde del Tabernáculo?" preguntaba San
Felipe a un hombre joven enamorado de los placeres carnales, de bailes y diversiones. Los
gozos de la Eucaristía y la satisfacción de los sentidos, "se oponen uno al
otro" (Gal. 5:17) y el "hombre sensual no percibe estas cosas que son del
Espíritu de Dios" (1 Cor. 2:14). Esta es sabiduría que viene de Dios.
San Felipe Neri amaba tanto la Eucaristía, que
aún cuando estuvo gravemente enfermo recibía la Sagrada Comunión a diario, y si no le
traían a Jesús muy tempranito en la mañana, se trastornaba mucho y no encontraba reposo
de ningun modo. "Mi deseo de recibir a Jesús es tanto,- exclamaba,- que no puedo
encontrar paz mientras espero." Lo mismo sucedió en nuestros tiempos con el Padre
Pio de Pieltrecina, y únicamente la obediencia podía hacerlo esperar hasta las 4 o 5
a.m. para celebrar Misa. Verdaderamente, el amor de Dios es un "Fuego
Devorador." (Deut. 4:24)
Cuando Jesús es mío, la Iglesia entera se exalta;
la Iglesia en el cielo, en el Purgatorio y la Iglesia en la tierra. ¿Quien puede expresar
el gozo de los Angeles y de los Santos a cada Sagrada Comunión que se recibe devotamente?
Un nuevo torrente de amor llega al Paraíso, y causa que los Espíritus Benditos Vibren,
cada vez que una criatura se une a Jesús para poseerlo, y ser poseído por El. Una
Sagrada Comunión es de muchísimo más valor que un éxtasis, una visión o un rapto.
¡La Sagrada Comunión transporta todo el Paraíso para dentro de mi corazón!
Para las Animas del Purgatorio pues, la Sagrada
Comunión constituye el regalo personal más querido que de nosotros puedan recibir.
¿Quien puede decir a qué grado las Sagradas Comuniónes les ayudan para su liberación?
Un día, Santa María Magdalena de Pazzi tuvo una aparición de su padre difunto, y este
le dijo que a fin de que el pudiera dejar el Purgatorio, se necesitaban ciento siete
Sagradas Comuniónes Y de hecho, cuando se ofrecio la ultima de las ciento siete Sagradas
Comuniónes por su alma, la Santa vío a su padre ascender a los Cielos.
San Buenaventura se convirtió en un apóstol de
esta verdad, y se refirió a ella con tonos vibrantes: "¿Oh Cristianos, desean
ustedes probar su verdadero amor hacia sus seres queridos que se han ido? ¿Desean
mandarles su más preciosa ayuda y la Llave Dorada del Cielo? Reciban a menudo la Sagrada
Comunión por el reposo de sus almas."
Finalmente, reflexionemos que en la Sagrada
Comunión no sólo nos une a Jesús, sino también a todos los miembros del Cuerpo
Místico de Cristo, más queridas por nuestros corazones. Es en la Sagrada Comunión donde
captamos totalmente las palabras de Jesús: "Yo en ellos ... para que tengan unión
perfecta" (Juan 17:23). La Eucaristía nos hace uno, aún entre nosotros, Sus
miembros, "uno todos en Jesus" como lo dice San Pablo (Gal. 3:28). La Sagrada
Comunión, es verdaderamente puro amor, por Dios y por el prójimo. Es la "Fiesta de
Amor" verdaderamente, según dijo Santa Gemma Galgani. Y en esta "Fiesta del
Amor", el alma enamorada se puede regocijar, cantando con San Juan de la Cruz:
"Mios son los Cielos, y mía es la tierra. Míos son los hombres; los Justos son
míos y los pecadores son míos. Los Angeles son míos, y tambien la Madre de Dios; todas
las cosas son mías. El mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío, y todo para
mí."
¿Que hay que decir acerca de la gran pureza de
alma con que los Santos se acercaron a recibir el pan de los Angeles? Sabemos que ellos
tenían gran delicadeza de conciencia, verdaderamente angélica. Conocedores de su propia
miseria, trataban de presentarse ante Jesús "santos e inmaculados", (Efe. 1:4)
repitiendo con el Publicano: "Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un
pecador" (Luc. 18:13), y después de haber recurrido con gran cuidado a limpiarse en
la Confesión.
Cuando San Gerónimo, al fin de su vida le trajeron
los Santos Viáticos, el Santo se postró sobre el suelo en adoración, y fué escuchado
que repetía con humildad profunda las palabras de Santa Isabel, y aquellas de San Pedro:
''Cómo es ésto, que mi Senor venga a mí. Alejate de mí, pues yo soy un hombre pecador,
oh Dios'' (Luc 5:8). ¿Y cuantas veces se vió tentada la angélica y seráfica Santa
Gemma de no recibir la Sagrada Comunión, porque se consideraba que no era ella nada más
que "una pila de estiércol"?
El Padre Pio de Pieltrecina, acostumbraba a repetir
con trepidación a sus hermanos: "Dios mira manchones aún en los Angeles. ¡Que
tanto no mirará en mí!" Por esta razón, era muy diligente en hacer sus Confesiones
Sacramentales.
"Oh, si pudieramos comprender quién es ese
Dios a Quien recibimos en la Sagrada Comunión, entonces sí, que pureza de corazón
traeríamos ante El," exclamaba Santa María Magdalena de Pazzi.
Por esta razón, San Hugo, Santo Tomas de Aquino,
San Francisco de Sales, San Ignacio, San Carlos Borromeo, San Francisco Borgia, San Luis
Bertrand, San José Cupertino, San Leonardo de Port Maurice y muchos otros santos, iban a
confesarse todos los días antes de celebrar la Santa Misa.
San Camilo de Lellis nunca celebró la Santa Misa
sin confesarse primero, ya que el quería cuando menos "desempolvar" su alma.
Una vez, al atardecer en una plaza publica de Lovorno, y antes de despedirse de un
sacerdote de su misma orden religiosa, considerando que no tendría tiempo de confesarse a
la mañana siguiente antes de su Misa, pausó un momento, se quitó el sombrero, hizo el
signo de la Cruz, y se confeso ahí mismo, en la plaza pública, ante su hermano.
Así mismo, San Alfonso, San José Cafasso, San
Juan Bosco, San Pio X y Padre Pio de Pieltrecina, iban a Confesión muy a menudo. Y por
qué razón quizo San Pio X bajar la edad para la Primera comunión a los 7 años, sino
para permitir que Jesús entrara a los corazones inocentes de los niños, que son tan
similares a los ángeles. ¿Y por qué se deleitaba tanto el Padre Pio cuando le traían
criaturas de cinco años de edad quienes estaban ya bien preparados para recibir su
Primera Sagrada Comunión?
Los Santos aplicaron a la perfección la directiva
del Espíritu Santo: "Que cada uno se examine primero, y entonces que coma del Pan y
bebá del Cáliz; porque el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia
condenación" (1 Cor. 11:28-29).
El examinarse a sí mismos, arrepentirse, acusarse
en la Confesíon, y pedir a Dios perdón, y de esta manera aun diariamente beneficiarse
con el Sacramento de la Confesíon, era algo natural para los santos. Que afortunados eran
ellos, al ser capaces de tanto! Los frutos de santificación eran constantes y abundantes
por la pureza de sus almas con que cada Santo recibia dentro de sí a Jesús, "el
Trigo de los elegidos," (Zac. 9:17) era como la "buena tierra ... en donde da
fruto la perseverancia" (Luc. 8:15).
San Antonio María Claret ilustra este hecho muy
bien: "Cuando vamos a la Sagrada Comunión, todos nosotros recibimos al mismos Señor
Jesús, mas no todos reciben las mismas Gracias, ni tampoco los mismos efectos se producen
en todos. Esto se debe a nuestra mayor o menor disposición. Para explicar esto, tomaré
un ejemplo de la naturaleza. Consideren el proceso de injertar: entre más similar es una
planta a la otra, se logra mejor el injerto. De la misma manera, entre mas parecido hay
entre el que va a Comunión y Jesús, mucho mejor serán los frutos de la Sagrada
Comunión." El Sacramento de la Confesión es en realidad un medio excelente por el
cual se restablece la similaridad entre el alma y Jesús.
Por esta razón, San Francisco de Sales enseñaba a
sus hijos espirituales: "Vayan a la Confesión con humildad y devoción ... si es
posible, cada vez que vayan a recibir la Sagrada Comunión, aun cuando no sientan en su
conciencia ningún remordimiento de pecado mortal."
Referente a esto, es bueno recordar la enseñanza
de la Iglesia. La Sagrada Comunión debe ser recibida unicamento cuando uno está en la
Gracia de Dios. Por tal motivo, cuando uno ha cometido un pecado mortal, aún cuando nos
hayamos arrepentido de él y tengamos un gran deseo de recibir la Sagrada Comunión, es necesario
e indispensable confesarse primero, antes de recibir la Sagrada Comunión, de otra
manera, uno comete un gravísimo pecado de sacrilegio, por el cual Jesús dijo a
Santa Brígida: "¡NO EXISTE EN LA TIERRA CASTIGO QUE SEA BASTANTE GRANDE PARA
CASTIGARLO SUFICIENTEMENTE!"
San Ambrosio dijo que las personas que cometen este
sacrilegio, "vienen a la Iglesia con pocos pecados, y se alejan cargados con
muchos." San Cirilo escribió algo aún más duro: "Los que reciben una
Comunión sacrílega, reciben a Satanás y a Jesucristo dentro de sus corazones - a
Satanás, para permitirle reinar, y a Jesucristo para ofrecerlo en sacrificio como
Víctima para Satanás." El Catecismo del Concilio de Trento (De Euc., v.i) declara
así: "Como de todos los Sagrados Misterios ... ninguno se puede comparar con la
Eucaristía, así también no hay mayor castigo por ningun crimen por el cual podamos
temer a Dios, que por el sacrílego e irreligioso uso por los fieles de eso que ...
contiene al mismo Autor y Origen de Santidad."
En su defecto, una Confesion hecha antes de recibir
la Sagrada Comunión con el propósito de presentar a un alma que aún en estado de Gracia
pueda quedar más hermosa y más pura, es algo muy precioso, aunque no sea requerido. Es
precioso porque reviste al alma con una "túnica matrimonial" aún más hermosa
(cf. Mat. 22:12) con la que pueda participar en la mesa con los Angeles. Por esta razón,
las almas más concientes han hecho siempre el más frecuente uso (por lo menos una vez a
la semana) de la limpieza sacramental de la absolución, aún de pecados veniales. Si
ustedes desean gran pureza de alma con el fin de recibir a Jesús, ninguna pureza brilla
más que la que se obtiene cuando hacemos una buena confesión, donde la limpiadora Sangre
de Jesús deja el alma arrepentida, divinamente brillante y hermosa. "El alma que
recibe la Sangre Divina se vuelve hermosa, como si estuviera vestida con la prenda más
preciosa, y se presenta tan radiante que si la pudiéramos ver, estaríamos tentados a
adorarla," declaro Santa María Magdelena de Pazzi.
¡Oh, cuánto le gusta a Jesús el ser recibido por
un alma que se ha limpiado y vestido con Su sangre Divina! ¡Y que afectuoso deleite le
causa cuando tal alma es una virgen casta! Puesto que "la Eucaristía vino del
Paraíso de la Virginidad" (a saber, María), dijo San Alberto el Grande; y nuestro
Señor Eucarístico no encuentra ese paraíso a excepción de en la virtud. Nadie puede
repetir, tan bien como una virgen, con la esposa del cantar de los Cantares en cada
Sagrada comunión: "Todo mío es mi verdadero Amor, y yo soy toda Suya; ... El va a
pacer entre las azucenas ... Regresa, Amor de mi corazón" (Cant. 2:16-17).
Una manera digna de alabanza de prepararse para la
Sagrada Comunión, es el invocar a la Inmaculada Virgen María, contar con Ella para que
nos capacite para recibir a Jesús con su humildad, Su pureza y Su amor - pidiendole que
mejor sea Ella quien venga a recibirlo en nosotros. Esta practica piadosa es muy
recomendada por los Santos, en particular por San Luis Grignon de Montfort, San Pedro
Eymard, San Alfonso de Liguori, y San Maximiliano María Kolbe. "La mejor
preparación para la Sagrada comunión, es la que se hace con María", escribió San
Pedro Eymard. Una ilustración deliciosa es dada por Santa Teresa de Lisieux, pintando su
alma como una niñita de tres o cuatro años de edad, cuyo pelo y vestido desordenados la
hacían sentirse avergonzada de presentarse ante el riel del altar a recibir a Jesús. Sin
embargo, apela a la Santa Madre, "e inmediatamente,- escribe la Santa,- la Virgen
María ocúpase en mí. Rápidamente reemplaza mi vestido sucio, recoje mi pelo con un
listoncito hermoso, y le agrega una simple flor ... Esto es suficiente para hacerme
atrativa, y me permite tomar mi lugar sin bochorno alguno en el banquete de los
Angeles."
Tratemos este método de preparación. No seremos
desilusionados. Podremos decir lo que Santa Gemma exclamó en éxtasis: "¡Qué
hermoso es el recibir la Sagrada Comunión con la madre del Paraíso!"
El tiempo de Acción de Gracias después de la
Sagrada comunión, es el momento más ideal para intercambiar íntimamente Amor con
Jesús. Dejemos que sea un amor de entrega total, correspondiendo al Amor de Jesús tan
completamente, que ya no sean dos, sino uno por decir así, en cuerpo y alma. Que sea un
amor que vivifique y una,- El en mí y yo en El, para que seamos consumidos en la
singularidad y unidad de Su Amor.
''Tú eres mi amada presa, igual que yo soy el
objeto de Tu caridad inmensa," decía tiernamente Santa Gemma a Jesús.
San Juan escribió: "Benditos son los
invitados a la Mesa del Banquete Nupcial del Cordero" (Apoc. 19:9). En verdad, en la
Comunión Eucarística recibida correctamente, el alma realiza una virginal unión
celestial, un amor nupcial por el esposo, Jesús, a Quien el alma puede decir con el
entusiasmo más tierno de la Esposa del Cantar de los Cantares: "¡Béseme El con los
besos de Su boca!" (Cant. 1:1)
La Acción de Gracias es una probadita, aquí en la
tierra, del amor que experimentaremos en el Paraíso. ¿De hecho, como amaremos a Jesús
en el Cielo sino siendo uno con El eternamente? ¡Querido Jesús, Dulce Jesús, Oh, como
debería agradecerte por cada Sagrada Comunión que me concedes! ¿Acaso no tenía Santa
Gemma una buena razón para decir que en el Paraíso, ella te estaría más agradecida por
la Eucaristía, más que por cualquier otra cosa? ¡Qué milagro tan grande de amor el
estar unido tan completamente Contigo, Oh Jesús!
San Cirilo de Alejandría, Padre de la Iglesia,
usaba tres ilustraciones para mostrar la unión de amor con Jesús en la Sagrada
Comunión: "Quien recibe Comunión, es hecho Santo y Divino en cuerpo y alma, del
mismo modo que el agua puesta sobre el fuego, hierve. ... La Comunión obra como la
levadura que se mezcia con la harina, haciéndola levantarse ... Igual que derritiendo dos
velas juntas se obtiene una sola pieza de cera, así yo creo que uno que recibe la Carne y
Sangre de Jesús, se funde con El por esta Comunión, y el alma descubre que uno esta en
Cristo, y Cristo esta en uno."
Por esta razón, Santa Gemma Galgani hablaba
maravillada de asombro acerca de la Unión Eucarística entre: "Jesús, quien lo es
todo, y Gemma quien no es nada." En extasis exclamaba: "¡Qué gran dulzura hay,
Oh Jesús, en la Comunión! Yo deseo vivir en Tu abrazo, y morir en Tu abrazo." Y el
Beato Contardo Ferrini, escribio: "!Oh, Sagrada Comunión! ¡Alturas indescifrables
que el espíritu alcanza! ¿Qué cosa tiene el mundo que iguale estos gozos puros,
celestiales, estos sabores de Gloria Eterna?"
Existe en la Sagrada Comunión otro valor que ha
merecido nuestras reflexiones, y es en referencia a la Santísima Trinidad. Un día, Santa
María Margarita de Pazzi estaba arrodillada con los brazos cruzados, entre las Novicias,
después de la Comunión. Elevó sus ojos en direccion al Cielo, y dijo: "Oh
Hermanas, si tan sólo pudiéramos comprender el hecho de que mientras que las Especies
Eucarísticas permanecen dentro de nosotros, Jesús está ahí, trabajando en nosotros,
inseparablemente del Padre y del Espíritu Santo, y por lo tanto, toda la Santa Trinidad
esta ahí ..." No pudo terminar de hablar, porque se quedó perdida en el éxtasis.
Los Santos escogieron, siempre que fuera posible,
evitar poner límite al tiempo para la Acción de Gracias después de la Comunión, el
cual debiera durar cuando menos una media hora. Santa Teresa de Jesús deciá a sus Hijas:
"Detengámonos con Jesús amantemente, y no desperdiciemos la hora que sigue a la
Sagrada Comunión. Ese es un momento ideal para tratar con Dios, poner frente a El los
asuntos que conciernen a nuestras almas ... Puesto que sabemos que Jesús permanece en
nosotros hasta que nuestro calor natural disuelve las cualidades del pan, deberíamos
tener mucho cuidado de no perder esta oportunidad tan hermosa de tratar con El, y poner
nuestras necesidades frente a El."
San Francisco de Asís, Santa Juliana Falconieri,
Santa Catalina, San Pascual, Santa Verónica, San José Cupertino, Santa Gemma, y muchos
otros, acostumbraban casi siempre caer en un éxtasis de amor inmediatamente después de
la Sagrada Comunión. En cuanto a la duración, solamente los Angeles medían el tiempo.
Igualmente Santa Teresa de Avila casi siempre caía en éxtasis inmediatamente después de
recibir la Sagrada Comunión, y algunas veces era necesario acarrear su cuerpo del
Comulgatorio.
San Juan de Avila, San Ignacio de Loyola, y San
Luis Gonzaga, acostumbraban hacer su Acción de Gracia sobre sus rodillas por dos horas.
Santa María Magdalena de Pazzi deseaba que continuara sin interrupcion. Era necesario
obligarla a que tomara algo de alimento. "Los minutos que siguen a la Comunión,-
decía la Santa- son los más preciosos que tenemos en nuestras vidas. Son los minutos
más propicios de parte nuestra para tratar con Dios, y de Su parte, para comunicarnos Su
Amor."
San Luis Grignon de Montfort, acostumbraba
permanecer en Acción de Gracias después de la Santa Misa, por lo menos media hora, y no
permitía que ninguna preocupación o compromiso, pudiera privarlo de ello. El decia:
"Yo no cambiaría esta hora de Acción de Gracias, ni siquiera por una hora en el
Paraíso."
Hagamos entonces las siguientes resoluciones: Que
organizaremos de tal manera nuestro tiempo, que permaneceremos en Acción de Gracias
después de la Sagrada Comunión, por lo menos 15 minutos; y más aún, resolvamos no
permitir nada que nos impida tomar este tiempo para Acción de Gracias. Estos minutos en
los que Jesús está físicamente presente en nuestras almas y dentro de nuestros cuerpos,
son minutos celestiales que por ningún motivo debiéramos desperdiciar.
El Apóstol San Pablo escribió: "Glorifiquen
a Dios en su cuerpo." (1 Cor. 6:20) No hay ningún otro tiempo en el cual éstas
palabras, tomadas literalmente, se puedan aplicar tan bien, como durante el tiempo que
sigue inmediatamente después de recibir la Sagrada Comunión. ¡Que insensibilidad pues,
es la de alguien, de recibir la Sagrada Comunión y abandonar la Iglesia tan pronto como
termina la Misa, o inmediatamente despues de recibir a Nuestro Señor! Podemos recordar el
ejemplo de Felipe Neri, quién tenia dos Acólitos con velas encendidas y los mandó a
acompañar a un hombre que había dejado la Iglesia inmediatamente despues de la Comunion.
¡Que hermosa lección! Aunque fuera por buena educación si no hay otra razón, cuando
una persona recibe a un invitado, se detiene y le presta su atención y se interesa en
él. Si este invitado es Jesús, entonces deberemos tener razón de sentirnos doloridos de
que Su presencia corpórea en nosotros, apenas si dura quince minutos o un poquito más.
En vista de esto, San José Cottolengo acostumbraba a presenciar cuando se hacían y
horneaban las hostias para la Misa y la Comunión. A la Hermana que tenia esta tarea
asignada, el le daba la siguiente instruccion: "Haz las hostias mas gruesas, a fin de
que yo pueda gozar de mi Jesús por mucho tiempo. No quiero que se disuelvan rápidamente
las Sagradas Especies."
¿No estaremos quizá obrando contrario al ejemplo
que nos han dado los Santos, cuando pensamos que nuestro período de Acción de Gracias es
muy largo, y a lo mejor nos sentimos impacientes por darlo por terminado? ¡Mas, Oh, cómo
debemos tener cuidado en esto! Porque si es verdad que en toda Comunión, "Jesús nos
re-paga cien veces por la hospitalidad que le mostramos," segun declara Santa Teresa
de Jesús, entonces también es sabia verdad que deberemos responder cien veces por
negligencia a esta hospitalidad. Un amigo Capuchín del Padre Pio de Pieltrecina, cuenta
que un día fué a confesarse con el Fraile Santo, y entre otras cosas, le confesó haber
omitido su Acción de Gracias después de la Santa Misa, porque, -dijo-, un ministerio se
lo impidió. Mientras que el Padre Pio fué complaciente al juzgar las otras faltas,
cuando oyo confesar la omisión, se puso mucho mas serio, y con una mirada fuerte, le dijo
firmemente: "Tengamos cuidado de que nuestra incapacidad, no sea únicamente el
carecer de disposición. Yo siempre tengo que hacer mi Acción de Gracias; de lo
contrario, me cuesta muy caro."
Dediquemos a este asunto una consideración seria y
atenta. Cuando se trata de algo tan precioso como ésta Acción de Gracias, tomemos de
corazón la amonestación del Espíritu Santo: "No te prives de un buen día; y del
buen don no dejes perder ninguna parte." (Ecle. 14:14)
Hay una belleza especial en una Acción de Gracias
que se hace en companía de Miaría, en honor de su Anunciación. Inmediatamente después
de la Comunión, llevamos a Jesús dentro de nuestras almas y nuestros cuerpos, igual que
la Santísima Virgen María cuando recibió el mensaje del Angel. No podremos encontrar un
modo mejor de adorar y amar a Jesús en esos momentos, que haciendo que nuestras
disposiciones estén de acuerdo con las de la Madre de Dios, haciendo nuestros los mismos
sentimientos de adoración y amor que Ella tuvo hacia su Divino Hijo Jesús, enclaustrado
dentro de Su Corazón Inmaculado. Para lograr esto, puede ser de mucha ayuda el recitar
rneditativamente los Misterios Gozosos del Santo Rosario.
Probémoslo. No podemos dejarnos de beneficiar al
unirnos de esta manera con Nuestra Señora, con el fin de amar a Jesús con su Corazón
Celestial.
No debiera ser necesario el decir que para todos,
Cristo en la Eucaristía es el verdadero PAN PARA FORTALECERLOS. Es el alimento que
hace héroes a los hombres, que sostiene a los martires, y que trae a las almas fortaleza
y paz en su última agonía.
En la Eucaristía, Jesús nos repite, a nosotros
quienes sufrimos y gemimos en este valle de lágrimas, esta afectuosa invitación:
"Venid a Mí, todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar."
(Mat. 11:28). Pues verdaderamente que: "Milicia es la vida del hombre sobre la
tierra." (Job 7:1). Lo que es más, los seguidores de Jesús "sufrirán
persecución" (cf. 2 Tim. 3:12; Mat. 5:10); y es verdad que aquellos que son de
Cristo, "han crucificado la carne con las pasiones y las concupiscencias" (Gal.
5:24) y que nosotros debemos vivir como muertos "con Cristo a los elementos del
mundo" (Col. 2:20).
También es verdad que con Jesús "todo lo
puedo en Aquel que me conforta" (Fil. 4:13), pues Jesús es "Todo" (cf.
Juan 1:3; Col. 1:17). En la Sagrada Comunión, El se hace "Todo mío.'' Entonces
puedo decir con la sierva de Dios, Luisa M. Claret de la Touche, ¿"Que puedo temer?
El, quien sostiene al mundo, está en mí. La Sangre de un Dios circula por mis venas: No
temas Oh alma mía. El Señor del Universo te ha tomado en Sus brazos, y quiere que
descanses en El."
Por eso San Vicente de Paul podía preguntar a sus
misioneros: ¿"Habiendo recibido a Jesús en sus corazones, puede algun sacrificio
serles imposible?" Y San Vicente Ferrer, durante los dos años que tuvo que sufrir en
la prisión como víctima de la persecusión, abundaba excedidamente de alegría durante
todas sus tribulaciones (cf. 2 Cor. 7:4), pues él se las arreglaba para poder celebrar a
diario la Santa Misa, a pesar de sus cadenas y grilletes, en la obscuridad de su calabozo.
La misma fortaleza y alegría mostraba Santa Juana de Arco, cuando se le permitió recibir
la Sagrada Eucaristía antes de ser ejecutada al poste. Cuando Jesús entró a su obscura
prisión, la Santa cayó de rodillas, y, arrastrando sus cadenas, recibío a Jesús y se
perdió absorta en oración. Tan pronto que fue ordenada caminar hacia el patíbulo, se
levantó y sin interrumpir su oracion camino hacia su muerte. Procedió hasta la estaca y
murió entre las llamas, siempre en unión con Jesús, Quien permaneció en su alma y en
ese cuerpo al ser sacrificado.
Fortaleza de los Mártires
Toda la historia de los mártires, desde San
Esteban, el protomartir, y San Tarciso, el martir angélico, hasta los mártires más
recientes, es una historia de fortaleza super-humana, la que la Eucaristía reviste sobre
los que hacen batalla contra el demonio y contra todos los poderes infernales que operan
en el mundo (cf. 1 Ped. 5:9).
Recordemos también el consuelo celestial y el auxilio que la Sagrada Comunion trae a los
enfermos, y no solamente a sus almas, sino tambíen a sus cuerpos que en ocasiones
recuperan la salud maravillosamente. Por ejemplo, sucedía a Santa Lidwina y a Alejandrina
de Costa, que durante todo el tiempo que las Especies Sagradas permanecían en sus
cuerpos, cesaban maravillosamente sus terribles sufrimientos físicos. Los mismo sucedía
San Lorenzo de Brindisi y a San Pedro Claver, que todos los dolores de las enfermedades
tan serias que los venían atormentando, cesaban cuando ellos celebraban la Santa Misa.
Cuiden primero de sus almas
Pero la más consoladora de todas, es la última
Sagrada Comunion del cristiano, la cual es llamada Viático, es decir: Alimento para el
viaje de esta vida a la otra. Oh, que importancia tan grande le dieron los Santos a que se
recibiera con bastante tiempo y con la mejor de las disposiciones.
Cuando Santo Domingo Savio fué enviado a casa por
su grave enfermedad, el médico tenía buenas esperanzas de que se recuperara. Más el
joven santo llamó a su padre y le dijo: "Padre, sería muy bueno que yo tratara con
el Médico Celestial. Deseo confesarme y recibir la Sagrada Comunión."
Cuando la salud decayente de San Antonio Claret
empezó a causar seria alarma, se llamó a dos médicos para consulta. Al notar ésto, el
santo comprendió la gravedad de su enfermedad, y dijo: "Comprendo, pero primero
debemos preocuparnos por el alma, y después por el cuerpo." Y pidió recibir
inmediatamente los Sacramentos. Después de hacer esto, envió por los medicos y les dijo:
"Ahora hagan lo que ustedes gusten."
Primero el alma, y después el cuerpo. ¿Es posible
que nosotros no apreciemos esto? A veces pensamos tan poco, que nos preocupamos demasiado
por llamar al doctor para que atienda al enfermo, y le damos rodeos para llamar al
sacerdote hasta el útimo momento, cuando el paciente está ya quizá tan ido, que no
tiene conciencia de que recibe el Sacramento, y a veces ya ni los puede recibir. ¡Oh, que
tontos, que necios somos! ¿Como podemos escapar a que se nos pidan cuentas, si por no
llamar al sacerdote a tiempo, ponemos en peligro la salvación del alma del moribundo, y
lo privamos del soporte y gran ayuda que podría recibir en sus últimos momentos?
La Eucaristía es la mayor garantía de la promesa de vida verdadera para el cristiano que
habita en esta pobre tierra de exilio. "Nuestros cuerpos, escribió San Gregorio de
Nyassa, cuando se unen al Cuerpo de Cristo, obtienen el principio de la inmortalidad,
porque se unen a la inmortalidad."
Cuando la corta vida del cuerpo está fallando,
miramos a Jesús, quien es la Vida Eterna. El es dado a nosotros en la Sagrada Comunión
para que sea la Vida verdadera y duradera para nuestras almas inmortales, y para que sea
la Resurrección de nuestros cuerpos mortales. "El que come Mi Cuerpo y bebe Mi
Sangre, tendrá la vida eterna" (Juan 6:55); "El que come este Pan, vivira por
siempre" (Juan 6:59), porque "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Juan
11:25).
¡Ah, que Gracia tan grande son los Santos
Viáticos! Cuando el Santo Cura de Ars estaba muriendo y oyó el timbre de la campana que
anunciaba la llegada del Santo Viático, se conmovió hasta las lágrimas y dijo:
¿"Cómo podemos no llorar, cuando Jesús viene a nosotros por ultima vez, con tanto
amor?"
Sí, Jesús en la Santa Eucaristía, es Amor que se
ha convertido en alimento mío, mi fortaleza, mi vida, el ansia de mi corazón. Cada vez
que Le recibo, ya sea durante mi vida o a la hora de mi muerte, se hace El mío para
hacerme Suyo. Sí, El es todo mío, y yo soy todo Suyo; el uno en el otro, el uno
perteneciendo al otro. (cf. Juan 6:57) Esto es la plenitud de Amor para el alma y para el
cuerpo, en la tierra y en el Cielo.
Jesús está en el Tabernáculo por causa mía. El
es el alimento de mi alma. "Mi Carne es alimento verdadero, y Mi Sangre es bebida de
verdad" (Juan 6:56). Si yo quiero nutrirme espiritualmente y estar completamente
lleno de vida, debo de recibirlo. "En verdad, en verdad Yo les digo, a menos que
coman la Carne del Hijo del hombre y beban Su Sangre, no tendrán vida en ustedes"
(Juan 6:54). San Agustín nos informa que la gente católica de su diócesis en Africa,
llamaban a la Eucaristía con la palabra Vida. Cuando iban a la Sagrada Comunión,
decían: "Vamos a la Vida". ¡Qué manera tan maravillosa de expresarla!
Para conservar mis energías y poderes
sobrenaturales,- mi vida sobrenatural- en buena salud, debo de nutrirlos. La Sagrada
Eucaristía es exactamente lo que se necesita para esto, pues ella es "El Pan de
vida" (Juan 6:35), el "Pan que ha bajado del Cielo" (Juan 6:59), que nos
confiere, nos surte, preserva y aumenta las energías espirituales del alma. San Pedro J.
Eymard se aventuró a decir: "La Comunión es tan necesaria para sostener nuestra
vitalidad Cristiana, como la Vision de Dios es necesaria para que los Angeles mantengan su
vida de gloria."
Todos los días debería yo de nutrir mi alma,
igual que todos los días alimento a mi cuerpo a fin de darle vitalidad física. San
Agustín nos enseña: "La Eucaristía es un Pan diario que tomanos como remedio para
la debilidad de que sufrimos a diario." Y San Pedro J. Eymard agrega: "Jesús ha
preparado no sólo una hostia, sino Una para cada día de nuestra vida. Las Hostias para
nosotros ya estan listas. No nos perdamos ni Una sola de Ellas."
Jesús es esa Hostia, esa Víctima de amor, Quien
es tan dulce y saludable para el alma que movió a Santa Gemma Galgani a decir:
"Siento una gran necesidad de ser fortalecida de nuevo por ese alimento tan Dulce que
Jesús me ofrece. Esta afectuosa terapia que Jesús me da cada mañana, me desengarrota y
atrae hacia El todo el afecto que hay en mi corazón."
Para los Santos, la Comunión diaria llena una
necesidad imperiosa, para Vida y Amor, correspondiente al divino deseo de Jesús de darse
a toda alma para ser su Vida y su Amor. No deberíamos olvidar que el Jueves Santo era el
día por el que Jesús "esperaba". (cf. Luc. 22:15). Por eso el Santo Cura de
Ars decía enfáticamente: "Toda Hostia Consagrada está hecha para consumirse con
amor en un corazón humano." Y Santa Teresa de Lisieux escribió a otra hermana:
"No es con el fin de ocupar un ciborio dorado que Jesús viene todos los días desde
el Cielo, sino que es para encontrar otro cielo, es decir, nuestras almas, en las que El
se pueda deleitar,'' y cuando un alma bien capacitada para recibirlo no quiere hacerlo,
"Jesús llora." "Por consiguiente," continúa Santa Teresa
"cuando él diablo no puede entrar con el pecado a una alma, el desea que ese
santuario permanezca cuando menos desocupado, sin Dueño, y bien separado de la Sagrada
Comunión." Debería ser bien evidente, que aquí estamos confrontando una trampa del
diablo; pues únicamente el diablo puede tener interés en conservarnos alejados de
Jesús. Debemos pues estar en guardia. Debemos tratar, no caer víctimas de los engaños
de Satanás. "Esforcémonos por no perdernos una Sagrada Comunión," nos
aconseja Santa Margarita María Alacoque; "Apenas si podemos causar a nuestro enemigo
el diablo una mayor alegría, que cuando nos alejamos de Jesús, Quien suprime el poder
que el enemigo tiene sobre nosotros."
La Comunión diaria es un constante manantial de
amor, de fortaleza, de luz, de alegría, de valor, de toda virtud y todo bien. "Si
alguno tiene sed, venga a Mi y beba," (Juan 7:37). Sólo El es la "Fuente de
agua brotante para la Vida Eterna" (Juan 4:14). ¿Cómo puede haber alguien que
estando en estado de Gracia Santificante no desee, o se le haga dificil ir a esta Divina
"Mesa del Señor"? (1 Cor. 10:21)
El gran Senor Canciller de Inglaterra, Santo Tomás
Moro, quien murió como martir por resistirse al Cisma, acostumbraba asistir a Misa todas
las mañanas y recibir la Sagrada Comunión. Algunos amigos trataban de disuadirlo,
diciéndole que esta costumbre no era viable para un secular comprometido tan pesadamente
en asuntos de estado. "Ustedes me presentan todas sus razónes, y eso me convence
más y más de que yo debo recibir la Sagrada Comunión a diario, les dijo. Mis
distracciones son numerosas, y con Jesús aprendo a concentrarme. Las ocasiones de ofender
a Dios son frecuentes, y yo recibo todos los días de El, la fortaleza de huírlas.
Necesito luz y prudencia para manejar asuntos tan difíciles, y todos los días yo
consulto con Jesús en la Sagrada Comunión. El es mi Gran Maestro."
En una ocasión, alguien preguntó al célebre
Biólogo, Banting, que porque se preocupaba tanto acerca de la Comunión diaria.
¿"Acaso han refleccionado ustedes alguna vez,- les contestó- qué sucedería si el
rocio no cayera todas las noches? Ninguna planta se desenvolvería. El zacate y las flores
no podrían subsistir a las evaporaciones y la resequedad que el calor del día trae de
una manera u otra. Su ciclo de energías, su renovación natural, el balance de sus
fluidos linfáticos, la vida misma de las plantas requiere este rocío ..." Después
de una pausa, continuó: "Ahora bien, mi alma es como una plantita. Es algo mas bien
delicado con quien los vientos y el calor batallan todos los días. Así que es necesario
que cada mañana yo vaya a recibir mi porción fresca de rocío espiritual, recibiendo la
Sagrada Comunión."
San José Cottolengo recomendaba a los medícos de
su Casa de Divina Providencia, que oyeran Misa y recibieran Comunión, antes de comenzar
sus delicadas Intervenciones Quirúrgicas. Esto es porque, como el dijo: "La Medicina
es una gran ciencia, pero Dios es el Médico mas grande." El Beato José Moscati,
célebre médico de Nápoles, acostumbraba a ser muy regular en relación a esto, se
tomaba molestias increíbles, (a expensas de enorme inconveniencia, especialmente en vista
de los frecuentes viajes que tenía que hacer), a fin de evitar el perderse la Comunión
diaria. Si en un día era verdaderamente imposible recibir la Comunión, no podía
encontrar el valor ese día de hacer sus visitas médicas; pues el decía: "Sin
Jesús, yo no tengo la suficiente luz para salvar a mis pobres pacientes.''
Oh, ardiente amor que tienen los Santos por la
Sagrada Comunión diaria. ¿Y quién puede describirla propiamente? San José Cupertino,
quien no dejaba de recibir a su amado Señor todos los días, una vez se aventuró a decir
a sus hermanos de Orden Religiosa: "Estén seguros de que yo parta a la otra vida el
día en que yo no pueda recibir al 'Pecoriello' (el Gran Cordero)", como afectuosa y
devotamente llamaba al Divino Cordero. ¡Y de hecho, se necesitó una enfermedad muy
severa para impedirle recibir a Nuestro Señor en la Eucaristía un día; y ese fué el
día en que él murió!
Cuando el padre de Santa Gemma Galgani se preocupaba por la salud de su hija, la criticaba
por levantarse tan temprano para asistir a Misa. Su Padre, mereció esta respuesta de la
Santa: "Pero Padre, por lo que a mí toca, yo me enfermo si no recibo a Jesús en la
Sagrada Eucaristía."
Cuando Santa Catarina de Genoa supo del entredicho
que se corrió en su ciudad, poniendo una prohibición en contra de la Misa y la Sagrada
Eucaristía, fué a pie caminando todos los días a un Santuario remoto en las afueras de
Genoa, con el objeto de recibir la Comunión. Cuando le dijeron que estaba exagerando las
cosas, la Santa replicó: "Si yo tuviera que ir por millas y millas sobre carbones
ardiendo a fin de recibir a Jesús, diría que el camino era fácil, tal como si fuera
caminando sobre una alfombra de rosas."
Esto nos debería enseñar una lección a nosotros
que a lo mejor tenemos una Iglesia acorta distancia, a la cual podemos ir a nuestra mayor
conveniencia recibir a Jesús en nuestros corazones. ¿Y aún cuando ésto nos costara
algun pequeño sacrificio, no valdría la pena?
Pero aún hay más con respecto a ésto, si
refleccionamos que los Santos hubieran querido recibir la Comunión no una sola vez, sino
varias veces al día.
Ciberio lleno, cajas de pan vacías
¡Sigamos adelante! no debemos pedir disculpas por
hacer algo tan sagrado como es el recibir a diario la Comunión, a la cual se adjuntan
tantas bendiciones para el alma y el cuerpo.
Bendiciones para el Alma
En cuanto a bendiciones para el Alma, San Cirilo de
Alejandría, Padre y Doctor de la Iglesia, escribió: "Si el veneno de la vanidad se
esta hinchando en ustedes, vuelvan a la Eucaristía; y ese Pan, que es su Dios,
humillándose y disfrazándose a Sí Mismo, les enseñará humildad. Si la fiebre de la
avaricia agoísta los arrasa, aliméntense con este Pan; y aprenderan generosidad. Si el
viento frío de la codicia los marchita, apúrense al Pan de los Angeles; y la caridad
vendrá a florecer en su corazón. Si sienten la comezón de la intemperancia, nutranse
con la Carne y la Sangre de Cristo, Quien practicó un auto-control heroico durante Su
vida en la tierra; y ustedes se volverán temperantes. Si ustedes son perezosos y tardos
para las cosas espirituales, fortalézcanse con este Alimento Celestial; y serán
fervorosos. Finalmente, si se sienten quemados por la fiebre de la impureza, vayan al
banquete de los Angeles; y la Carne sin mancha de Cristo los hará puros y castos."
Cuando la gente quizo saber cómo era que San
Carlos Borromeo se conservaba casto y recto en medio de otros jovenes libertinos y
frívolos, este era su secreto: Sagradas Comuniónes frecuentes. Fué el mismo San Carlos
quien recomendó frecuente Comunión al joven San Luis Gonzaga, quien se convirtió en el
Santo de pureza Angélica. Seguramente, la Eucaristía prueba ser "el trigo de los
elegidos y el vino que hace brotar vírgenes" (Zac. 9:17). Y San Felipe Neri,
sacerdote completamente familiarizado con la gente joven, hizo notar: "La devoción
al Santísimo Sacramento y la devoción a la Santísima Virgen, no son simplemente el
mejor camino, sino que de hecho son el único camino para conservar la pureza. A la edad
de veinte, nada sino la comunión puede conservar puro el corazón de uno ... La castidad
no es posible sin la Eucaristía." Esto es muy verdadero.
Bendiciones para el Cuerpo
¿Y qué hay de las bendiciones que la Sagrada
Eucaristía trae al cuerpo? San Lucas dijo de Nuestro Señor: "De El salía virtud y
sanaba a todos" (Luc. 6:19). ¿Cuántas veces en Lourdes no ha sido verdad probada,
acerca de Nuestro Salvador en la Eucaristía? ¿Cuantos cuerpos han sido curados por este
bondadoso Señor, oculto en la blanca Hostia? ¿Cuánta gente, quienes sufrían de
enfermedades o de pobreza ha habido, quienes han recibide con el Pan Eucarístico, el pan
de a salud, de la fortaleza, y auxilio para otras necesidades?
Un día, San Juan Cottolengo notó que un número
de pacientes en su Casa de Providencia, habían escogido no recibir la Sagrada Comunión.
El Ciborio se quedó lleno. Ahora bien, ese mismo día se agotó en la despensa el pan
para la siguiente comida. El Santo poniendo el Copón sobre el altar, se volteó, y muy
animadamente hizo la siguiente declaración: "Ciborio lleno, caja de pan
vacía."
Esto hizo patente una verdad. Jesús es la satisfacción de vida y amor para mi alma. Sin
El, todo lo demás esta vacío y arído. Con El, yo tengo a diario reservas ilimitadas de
todo bien, pureza y alegría.
La Comunión Espiritual es la reserva de la Vida y
Amor Eucarístico, siempre disponible para los amantes de Jesús Eucarístico. Por medio
de la Comunión Espiritual, se satisfacen los deseos voraces del alma que quiere estar
unida a Jesús, su Esposo. La Comunión Espiritual es una unión de amor entre el alma y
Jesús en la Hostia. Esta unión es espiritual, más sin embargo, es real, más real que
la unión entre el alma y el cuerpo, "porque el alma vive más donde ama que donde
vive," dice San Juan de la Cruz.
Fe, Amor y Deseo
Como es evidente, la Comunión Espiritual asume que
tenemos fe en la Presencia Real de Jesús en el Tabernáculo. Implica que quisiéramos la
Comunión Sacramental, y demanda gratitud por el regalo que nos hace Jesús en este
Sacramento. Todo esto se expresa simple y brevemente en la formula de San Alfonso:
"Creo Jesús Mío que estás real y verdaderamente presente en el Santísimo
Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte dentro de mi alma,
más ya que no lo puedo hacer en este momento sacramentalmente ven por lo menos
espiritualmente a mi corazón. (Pausa) Como si ya te hubiese recibido, yo me abrazo y me
uno totalmente a Tí. Nunca, nunca permitas que me separe de Tí. Amen"
La Comunión Espiritual, como nos enseña Santo
Tomás Aquino y San Alfonso Liguori, producen efectos similares a la Comunión
Sacramental, de acuerdo a las disposiciones con que se hace, la mayor o menor vehemencia
con que se desea a Jesús y se le tributa la atención que merece.
Una ventaja especial de la Comunión Espiritual, es
que la podemos hacer tantas veces como queramos,- aun cientos de veces al día;- cuando
queramos,- aun en la noche avanzada;- y donde queramos,- aún en el desierto, o viajando
en un avión.
Es oportuno hacer una Comunión Espiritual especialmente cuando asistimos a la Santa misa,
y no podemos recibir a Nuestro Señor sacramentalmente. Al recibir el sacerdote su Sagrada
Comunión, nuestra alma debiera compartir de ella, imvitando a Jesús a nuestro corazón.
De este modo, toda Misa que oímos está completa, con el Ofertorio, la Consagracíon
Sacrificial y la Sagrada Comunión.
Los dos Calices
El mismo Jesús dijo a Santa Catarina de Siena en
una visión, lo preciosa que es la Comunión Espiritual. La Santa temía que la Comunión
Espiritual era nada, comparada con la Comunión Sacramental. En la visión, Nuestro Señor
sostenía dos Ciborios, y decía: "En este Calíz dorado, pongo tus Comuniónes
Sacramentales; y en este Cáliz de plata, tus Comuniónes Espirituales. Los dos Ciborios
me son muy agradables."
Y en una ocasión, Nuestro Señor dijo a Santa Mararita María Alacoque cuando ella se
encontraba dirigiéndole tiernos suspiros en el Tabernáculo: "Amo tanto el deseo de
un alma de recibirme, que me apresuro a venir a ella cada vez que me llama con sus
anhelos."
No es muy dificil el ver cuánto aman los Santos la
Comunión Espiritual. Esta satisface, al menos en parte, los deseos ardientes de unirse
con su amado. Mismo Jesús dijo: "Permaneced en Mí, y Yo en vosotros" (Jn.
15:4). No había otra manera de quietar los tiernos deseos que ardían en los corazones de
los Santos. "Como el ciervo ansía las corrientes de agua, así mi alma suspira por
Tí, Oh Dios, porque mi alma tiene sed de Dios." (Sal. 41:2)
Este es el suspiro de amor de los Santos. Santa
Catarina de Genoa exclamaba: "Oh querido Esposo (de mi alma); tanto ansío la algría
de estar Contigo, que me parece que si muriera, volvería a la vida solo para recibirte en
la Sagrada Comunión." La Beata Agueda de la Cruz sentía una necesidad tan aguda de
vivir siempre unida a Jesús en la Eucaristía, que recalcaba: "Si el Confesor no me
hubiera enseñado a hacer Comuniónes Espirituales, no hubiera vivido."
Igualmente para Santa María Francisca de las Cinco
Llagas, la Comunión Espiritual era el único alivio del dolor tan agudo que sentía
cuando fué encerrada en casa, lejos de su amado Señor, y especialmente cuando se le
prohibió recibir la Sagrada Comunión. En tal ocasión, salía a la terraza de su casa, y
mirando en dirección a la Iglesia, suspiraba entre lágrimas: "Felices los que hoy
te han recibido en el Santo Sacramento, Oh Jesús. Benditas las paredes de la Iglesia que
guardan a mi Jesús. Benditos los sacerdotes quienes están siempre cerca del mas adorable
Jesús." Solo la Comunión Espiritual podía satisfacerla un poco.
Durante el día
Este es uno de los consejos que el Padre Pio de
Pietrelcina dió a una de sus hijas espirituales: "Durante el transcurso del día,
cuando no te es permitido hacer otra cosa, llama a Jesús, aún en medio de todas tus
ocupaciones, con un suspiro resignado del alma, y El vendrá y permanecerá siempre unido
con tu alma por medio de Su Gracia y Su Santo Amor. Haz un vuelo espiritual hasta frente
el Tabernáculo cuando no puedas estar ahí con tu cuerpo, y ahí derrama los deseos
ardientes de tu espíritu y abraza al Amado de las almas mejor que si se te hubiera
permitido recibirlo sacramentalmente."
También nosotros, saquemos provecho de este gran
don. ¿Durante los momentos en que se nos pone a prueba o nos sentimos abandonados, por
ejemplo, que puede ser más valioso para nosotros que la compañía de Nuestro Señor
Sacramentado, por medio de la Comunión Espiritual? Esta práctica santa, puede obrar
facilmente para llenar nuestros días con acciones y sentimientos de amor, y nos puede
hacer que vivamos en un abrazo de amor el cual depende solamente de que lo renovemos, para
que casi ni se interrumpa.
Santa Angela Merici era extremadamente apasionada
de la Sagrada Comunión Espiritual. No solo la hacía a menudo y exhortaba a otros a
hacerla sino que quizo dejársela a sus hijas como herencia para que ellas la practicaran
depues.
¿Y que podremos decir de San Francisco de Sales?
¿Acaso no parecía su vida como una cadena de Comuniónes Espirituales? El tomo la
resolución de hacer una Comunión Espiritual al menos cada cuarto de hora. San
Maximiliano Kolbe hizo la misma resolución desde su juventud. El Siervo de Dios Andres
Beltrami, nos dejó una corta página de su diario personal, el cual es el programa de una
vida sin interrupción de Comuniónes Espirituales con Jesús en el Santísimo Sacramento.
Estas son sus palabras: "Donde quiera que me encuentre, constantemente pensaré en
Jesús en el Santísimo Sacramento. Fijaré mis pensamientos en el Tabernáculo Sagrado,
aun por la noche, cuando despierte de mi sueño, adorándolo desde donde esté, llamando a
Jesús en el Santísimo Sacramento, ofreciendo el acto que esté llevando a cabo en ese
momento. Instalare un cable telegráfico desde mi estudio hasta la Iglesia; otro desde mi
recámara y un tercero desde el Refectorio; y tan seguido como pueda, enviare mensajes de
amor a Jesús en el Santísimo Sacramento." ¡Que torrente de afectos divinos deben
haber pasado por esos cables!
Igualmente durante la noche
Los Santos estaban ansiosos de usar estos y otros
medios santos, a fin de encontrar un escape para sus corazones desbordantes, pues ellos
sentían que no habian avanzado aún bastante en su esfuerzo por amor. "En tre mas Te
amo, lo menos que Te amo," exclamaba Sta Francisca Xavier Cabrini, "pues
quisiera amarte más, mas no puedo. Oh, ensancha, ensancha mi corazón."
Cuando San Roque fué puesto en la prision al ser
convicto de vagabundo peligroso, estando en su celda tenía siempre la mirada fija en la
ventana, al mismo tiempo que oraba. El guardia le preguntó: "¿Qué es lo que estás
mirando?" El Santo le respondió: "Estoy viendo la torre de la Iglesia." La
torre le recordaba de una Iglesia, un Tabernáculo, y de Jesús Eucarístico,
inseparablemente unido a su corazón.
El Santo Cura de Ars, decía a su rebaño: "A
la vista de una torre de Iglesia, ustedes pueden decir: Jesús está ahí, pues ahí hay
un sacerdote que ha celebrado Misa." El Beato Luis Guanella, al viajar en tren con
peregrinaciones a varias parroquias, acostumbraba siempre aconsejar a los peregrinos que
dirigieran sus mentes y sus corazones hacia Jesús siempre que vieran la torre de una
Iglesia a través de la ventana del tren. "Cada campanario," solía decir,
"señala una Iglesia, en donde hay un Tabernáculo, donde se celebra una Misa, y
donde esta Jesús."
Aprendamos una lección de los Santos. A ellos les
gustaría compartir una chispa del amor que arde en sus corazones. Hagamos la resolución
de hacer muchas Comuniónes Espirituales, especialmente durante los momentos más arduos
del día. Así, muy pronto penetrará en nosotros el fuego del amor. De algo muy
consolador, nos asegura San Leonardo de Port Maurice, y eso es ésto: "Si ustedes
practican el Santo ejercicio de la Comunión Espiritual bastantes veces al día, en un mes
se encontrarán completamente cambiados." ¿Apenas un mes; está claro, verdad?
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