Jesus
nuestro Amor Eucarístico
CAPITULO
4
JESUS CONMIGO
"Cada mañana, antes de unirme a El en el
Santísimo Sacramento, siento que mi corazón es atraído por una fuerza superior. Siento
tanta sed y hambre antes de recibirlo, que es una maravilla que yo no muera de ansiedad.
Apenas sí pude alcanzar al Prisionero Divino a fin de celebrar la Misa. Cuando terminó
la Misa, me quede con Jesús para rendirle mis gracias. Mi sed y hambre no disminuyen
después de haberle recibido en el Santísimo Sacramento, sino más bien, aumentan
constantemente. Oh, qué dulce fué la conversación que sostuve con el Paraíso esta
mañana. El Corazón de Jesús y mi propio corazón, si me perdonan la expresión, se
fundieron. Ya no eran dos corazónes palpitantes, sino sólo uno. Mi corazón se perdió,
como una gota de agua se pierde en el océano."
Padre Pio.
"Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los
días, hasta la consumación de los siglos." (Mat. 28:20)
La Presencia Real.
Visitas a Jesús.
¡Jesús, yo Te Adoro!
Amor por la Casa de Jesús.
La presencia de Jesús en nuestros Tabernáculos,
es el Misterio de Dios, el Don de Dios, el Amor de Dios. Durante la Santa Misa, a la hora
de la Consagración, cuando el sacerdote pronuncia las divinas palabras de Jesús:
"Esto es Mi Cuerpo ... Este es el Cáliz de Mi Sangre" (Mat. 26: 26-27), el pan
y el vino se convierten en el Cuerpo y Sangre de Jesús. Las substancias del pan y del
vino desaparecen de ahí, pues han sido transformadas, "transubstanciadas" en el
Cuerpo y Sangre Divinos de Jesús. El pan y el vino conservan tan solo sus apariencias,
para expresar la realidad de alimento y bebida, de acuerdo con las palabras de Jesús:
"Mi Cuerpo es alimento de verdad, y mi Sangre es bebida verdadera." (Juan 6:55)
Tras el velo, el disfraz de la Hostia, y dentro del
Cáliz, está la Persona Divina de Jesús con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Esto es
lo que se da a quien recibe la Sagrada Comunión, y es lo que continuamente permanece en
las Hostias Consagradas que se guardan en el Tabernáculo.
San Ambrosio escribió: ¿"Cómo es que sucede
el cambio del pan en el Cuerpo de Cristo? Es por medio de la Consagración. ¿Con que
palabras se logra la Consagración? Es con las palabras de Jesús. Cuando llega el momento
de lograr este sagrado misterio, el sacerdote deja de hablar por si mismo; entonces habla
por la persona de Jesús."
Las palabras de la Consagración son las palabras
más maravillosas y asombrosas que Dios ha dado a la Iglesia. ¡Ellas tienen el poder, a
través del sacerdote, de transformar un pedazo de pan y un poco de vino, en nuestro Dios
Crucificado, Jesús! Ellas logran este hermoso y misterioso milagro por medio de un poder
supremo, que sobrepasa el poder de los Serafines y pertenece solo a Dios y a Sus
sacerdotes. No nos debemos asombrar de que ha habido sacerdotes santos quienes han sufrido
de gran manera cuando pronunciaban esas palabras divinas. San José Copertino, y más
recientemente Padre Pio de Pietrelcina, se veían visiblemente abrumados por la angustia,
y apenas con grandes dificultades ya pausas, podían completar las dos fórmulas de la
Consagración.
El Padre Guardián se aventuró a preguntar a San
José de Copertino: ¿"Cómo es que celebra toda la Misa tan bien, y tartamudea a
cada sílaba de la Consagración?"
El Santo contestó: "Las palabras sagradas de
la Consagración, son como carbones encendidos en mis labios. Cuando las pronuncio, lo
hago como si tuviera que tragar alimento hirviente."
Es por estas divinas palabras de la Consagración
que Jesús está en nuestros altares, en nuestros Tabernáculos, y en las Hostias. ¿Pero
cómo es que sucede esto?
¿"Cómo es posible,- preguntaba a un obispo
un educado Mahometano,- que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y Sangre de
Cristo?"
El obispo le respondió: "Tú eras pequeñito
al nacer. Creciste porque tu cuerpo cambió el alimento que comías en carne y sangre. Si
el cuerpo de un hombre puede cambiar pan y vino en carne y sangre, entonces Dios, puede
hacerlo con mucha más facilidad."
Entonces el Mahometano preguntó: ¿"Cómo es
posible que Jesús esté completo y enteramente presente en una Hostia tan chiquita?"
El obispo contestó: "Fíjate en el paisaje
frente a tí y considera cuánto mas pequeñito es tu ojo, comparándolo con él. Ahora
bien, dentro de tu ojo está la imágen de este gran campo. ¿No podría hacer Dios en
realidad, en Su Persona, lo que se hace en nosotros por medio de una imagen?"
Y el Mahometano insistió: ¿"Cómo es posible
que el mismo Cuerpo esté presente al mismo tiempo y en todas las Iglesias y en todas las
Hostias Consagradas?"
El obispo le dijo: "Para Dios nada es
imposible, y eso debiera ser bastante respuesta. Mas la naturaleza también puede
contestar a esta pregunta. Tomemos un espejo; tíralo al piso para que se rompa en mil
pedazos. Cada pedacito refleja la misma imagen que anteriormente el espejo entero
reproducía. De igual manera, el mismo Jesús se reproduce a Sí Mismo, no como un mero
parecido, sino como una realidad, en cada Hostia consagrada. El está verdaderamente
presente en cada Una de Ellas."
Maravillas Eucarísticas han sido registradas en
las vidas de Santa Rosa de Lima, Beata Angela de Foligno, Santa Catarina de Siena, San
Felipe Neri, San Francisco Borgia, San José de Copertino, y muchos otros Santos cuyos
sentidos percibieron la Presencia Real de Jesús en el Tabernáculo y en las Hostias
Consagradas, al ver a Jesús con sus propios ojos, o experimentaron Su Inefable fragancia.
También tenemos cuenta de cómo San Antonio de Padua, en una ocasión probó a un
incrédulo la Presencia Real, mostrándole una mula hambrienta que se arrodillaba frente a
una Custodia conteniendo al Santísimo Sacramento, en lugar de devorar una canasta de
cebada colocada al lado de la Custodia. Igualmente asombroso fué un episodio concerniente
a San Alfonso M. Liguori, una vez que recibió la Sagrada Comunión en su lecho de
enfermo. Una mañana, tan pronto como recibio la Hostia, suspiro en voz alta, y con
lágrimas en los ojos: ¿"Que es lo que han hecho? ¡Me han traído una Hostia sin
Jesús; una hostia sin consagrar!" El incidente fue investigado y se descubrió que
el sacerdote que había oficiado la Misa esa mañana, había estado tan distraido que
había omitido todo, desde el Memento de los vivos hasta el Memento de los difuntos del
Canon Romano, y por consiguiente, había omitido la consagración del pan y el vino. ¡El
Santo había detectado la ausencia de Nuestro Señor en la hostia sin consagrar!
Se pueden mencionar muchos otros episodios tomados
de la vida de los Santos. Igualmente, se pueden contar instancias de exorcismos en que las
personas poseídas fueron liberadas de los demonios, gracias a la Eucarístia. Así mismo
uno podría citar aquellos grandes testigos de fe y amor que son los Congresos
Eucarísticos y los célebres Relicarios Eucarísticos, (tales como los de Turin,
Lanciano, Siena, Orvieto, y el Relicario de San Pedro de Patierno) relicarios que aún
ahora ofrecen testimonio válido de pasados eventos asombrosos que confirman la Presencia
Real.
Pero preponderando todas estas historias verídicas
y evidencias, está la Fe, por medio de la cual, se asegura la verdad de la Presencia
Real, y sobre la que debemos basar nuestra creencia inalterable de que esa es la verdad.
"Jesús es la Verdad" (Jn. 14:6), y El nos ha dejado la Eucaristía como un
Misterio de Fe, y debemos de creerlo con toda nuestra mente y todo nuestro corazón.
Cuando se le trajeron los Santos Viáticos al
Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, se levantó de las cenizas donde habia estado
postrado, se puso de rodillas, y dijo: "No podría creer con mayor seguridad que El,
a Quien voy a recibir es el Hijo del Dios Eterno, aún cuando tuviera una iluminación mil
veces más clara que la de la fe."
Mysterium fidei (Misterio de Fe)
Con estas palabras, ei Papa Pablo VI decidió
titular su encíclica sobre la Eucaristía, simplemente porque las realidades divinas no
tienen principio de verdad ni de certeza que esté por encima de la Fe Teológica. Fué
debido a esta Fe que los Santos merecieron ver a Jesús en la Hostia, aún cuando no
necesitaban más prueba que la que ellos tenían, es decir, la palabra de Dios. El Papa
Gregorio XV declaró que Santa Teresa de Jesús (a quien él canonizó), "Miró a
Nuestro Señor Jesucristo, presente en la Hostia, tan distintamente con los ojos de su
espíritu, que ella había dicho que no envidiaba a la feliz multitud de los Elegidos
quienes contemplaban a Nuestro Señor cara a cara en el Cielo." Y Santa Domingo Savio
escribió una vez en su diario: "Yo no necesito nada de este mundo para poder ser
feliz. Sólo necesito contemplar a Jesús en el Cielo, a Quien ahora lo veo y adoro sobre
el Altar, con los ojos de la Fe."
Es con esta Fe que debiéramos acercarnos a la
Sagrada Eucaristía, y conservarnos en esa Divina Presencia, amando a Jesús en este
Sacramento y atrayendo a otros a que lo amen.
Jesús está en nuestros Tabernáculos, y a este
hecho llamamos "La Presencia Real." El mismo Jesús que fué albergado por
María Inmaculada en su cuerpo virginal, se encuentra en la forma pequeñita de la Hostia
blanca. El mismo Jesús que fué azotado, coronado de espinas y crucificado como Víctima
por los pecados del mundo, permanece en el ciborio, en la Hostia, como Víctima
sacrificada por nuestra salvación. El mismo Jesús quien resucitó de entre los muertos y
ascendió al Cielo, en donde ahora está Glorioso, reinando a la derecha del Padre, reside
en nuestros altares, rodeado de una multitud sin número de Angeles que le adoran,- una
visión que la Beata Angela de Folingno contempló.
Así que Jesús esta de verdad con nosotros.
¡"Jesús está ahí!" ... El Santo Cura de Ars no podía terminar de repetir
estas tres palabras sin derramar lágrimas. Y San Pedro Julián Eymard, exclamaba con
fervor gozoso: "¡Ahí esta Jesús! ¡Por consiguiente, todos nosotros debemos ir a
visitarlo!" Y cuando Santa Teresa de Jesús oyó que alguien decía: "Si tan
sólo yo hubiera vivido en los tiempos de Jesús ... Si tan solo hubiera podido hablar con
El ... Si tan solo le hubiera podido ver ...," ella le respondió con su costumbre
exhuberante: ¿"Pero, es que no tenemos en la Eucaristía al Jesús viviente, real y
verdaderamente presente ante nosotros? ¿Por qué buscar más?"
Ciertamente que los Santos no buscaban más. Ellos
sabían en dónde estaba Jesús, y no deseaban más que el privilegio de rendirle
compañía inseparable, tanto con sus afectos como con su presencia corpórea. ¿Estar
siempre con nuestro Amado- no es acaso una de las cosas primordiales que pide el verdadero
amor? Seguramente que sí lo es; y por lo tanto, sabemos que las visitas al Sagrado
Sacramento y la Bendición Eucarística, eran los amores secretos, y sin embargo evidentes
de los Santos. La hora de hacerle una visita a Jesús, es completamente la hora de amor,
un amor que volveremos a practicar de nuevo en el Paraíso, puesto que "el Amor nunca
se acaba" (1 Cor. 13:8). Santa Catarina de Genoa no cometió error al decir: "El
tiempo que me he gastado frente al Tabernáculo, es el tiempo mejor gastado de mi
vida."
Veamos algunos ejemplos de los Santos
San Maximiliano M. Kolbe, apostol de la Virgen
Inmaculada, acostumbraba hacer un promedio de diez visitas diarias al Santisimo
Sacramento, practica que comenzó cuando era un joven estudiante. Durante el año escolar
en los intervalos entre clases, se apresuraba a la Capilla, de modo que durante la mañana
se las averiguaba para hacer cinco visitas a Jesús. Durante el resto del día, hacía
otras cinco visitas. Entre estas, hacía una que el consideraba una parada obligatoria
dentro de su paseo diario de la tarde. Esta era en una Iglesia (en Roma) en donde estaba
expuesto el Santísimo Sacramento.
Igualmente, San Roberto Bellarmine durante su
juventud, al ir y venir de la escuela, acostumbraba a pasar por una Iglesia cuatro veces
al día, de modo que cuatro veces al día se detenía a hacer una visita a Jesús.
¿Cuántas veces sucede que nosotros pasamos por
una Iglesia? ¿Acaso somos insensitivos y callosos? Los Santos tenían la esperanza de
encontrar una Iglesia por el camino que ellos tomaban; mientras que nosotros somos tan
indiferentes, aun cuando nos tropezamos con las puertas de una Iglesia. El Venerable J.J.
Olier escribió: "Cuando hay dos caminos que me llevan a cierto lugar, escojo el que
tiene más Templos, con el fin de estar más cerca al Santísimo Sacramento. Cuando
encuentro un lugar en que está Mi Jesús, me pongo tan feliz y digo, 'Aquí estas, Mi
Dios y Mi Todo'."
San Alfonso Rodríguez era un portero. Sus deberes
lo llevaban a menudo por la puerta de la Capilla; y entonces nunca dejaba de cuando menos
asomarse, para echarle a Nuestro Señor una mirada de amor. Cuando dejaba la casa, y al
regresar, siempre visitaba a Jesús para pedir Su bendición.
El joven angélico San Estanislao Kostka, aprovechaba cualquier momento libre para correr
a visitar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Cuando definitivamente no podía hacerlo,
invocaba a su Angel de la Guarda y le decía quietamente: "Querido Angel de mi
Guarda, ve ahí tú, por mí." ¡Y qué encargo tan angélico, de verdad! ¿Por qué
no podemos nosotros hacer dichas peticiones? Nuestro Angel de la Guardia se pondría muy
contento de aceptar. De hecho, no podríamos pedirle que nos hiciera un favor más noble y
más agradable.
San Agustín nos ha dejado una anécdota acerca de
su madre, Santa Mónica, que dice cómo todas los días, además de asistir a Misa, iba
dos veces a visitar a Nuestro Señor, una en la mañana, y otra en la tarde. Otra madre
santa de siete hijos, acostumbraba a hacer lo mismo, la Beata Anna María Taigi. Y San
Wenceslao, Rey de Bohemia, acostumbraba hacer viajes frecuentes, de día y de noche, aún
durante el riguroso invierno, para visitar al Santísimo Sacramento en la Iglesia.
Aquí tenemos otro ejemplo en una familia real.
Cuando Santa Isabel de Hungría era una niñita y jugaba en el palacio con sus
compañeras, siempre escogía un lugar cerca de la Capilla a fin de vez en cuando, y sin
ser notada, poder detenerse junto a la puerta de la Capilla, besar la cerradura y decir a
Jesús: "Jesus Mío, estoy jugando, pero no te olvido. Bendíceme a mí y a mis
compañeras. Te veré de nuevo." ¡Que devoción tan sencilla!
Francisco, uno de los tres pastorcillos de Fátima,
era un pequeño contemplativo, y sentía un fervor ardiente por visitar al Santísimo
Sacramento. El quería ir a menudo y permanecer en la Iglesia tanto tiempo como podía, a
fin de estar cerca del Tabernáculo y cerca de "Jesús escondido," según el
llamaba a la Eucaristía en su infantil, pero profunda manera de hablar. Cuando la
enfermedad lo hizo guardar cama, hizo a su prima Lucía la confidencia de que su dolor
más grande era el no poder ir a visitar a "Jesús escondido" para ofrecerle
todos sus besos y todo su amor. ¡Aquí tenemos a una criaturita enseñandonos cómo amar!
Podemos agregar que San Francisco Borgia
acostumbraba hacer por lo menos siete visitas al Santísimo Sacramento a diario. Santa
María Magdalena de Pazzi estaba haciendo trienta y tres visitas diarias, durante un
período de su vida. Beata María Fortunata Viti, humilde monja Benedictina de nuestros
tiempos, acostumbraba a hacer lo mismo. Beata Agueda de la Cruz, terciaria Dominicana,
consiguió hacer cien visitas diarias, yendo desde su residencia hasta la Iglesia.
¿Finalmente, que podríamos decir de Alejandra de Costa, quien, enferma y en cama por
muchos años, continuamente estaba haciendo vuelos en su corazón para visitar todos los
Santos Tabernáculos en el mundo?
Quizá todos estos ejemplos nos asombren y nos
parezcan excepcionales, aún entre los Santos. Pero no es ese el caso. Las visitas al
Santísimo Sacramento son actos de Fe y Amor. Quien tiene la Fe y Amor mas grandes,
sienten más fuertemente la necesidad de estar con Jesús. ¿Y por qué fué que los
Santos vivían, sino por Fe y Amor?
Un día, un catequista de muchos recursos dijo a
sus jóvenes estudiantes: "Si un angel viniera a ustedes desde el Cielo y les dijera:
¿'Jesús está en persona en tal o cual casa y los esta esperando,' no dejarían
inmediatamente todo a fin de poder acudir a El? Interrumpirían cualquier diversión o
cualquier cosa en que estuvieran ocupados; se considerarían ustedes afortunados de poder
hacer un pequeño sacrificio con tal de ir y estar con Jesús. Pues estén seguros, y no
lo olviden, que Jesús está en el Tabernáculo, y El está siempre esperando a que
ustedes vayan, porque El quiere tenerles cerca, y desea enriquecerlos grandemente con Sus
Gracias."
¿Cuán grandemente, cuán altamente han valuado
los Santos la Presencia Física y Personal de Jesús en el Tabernáculo, y el deseo de
Jesús de tenernos cerca a El? Tan grandemente, tan altamente, que hizo a San Francisco de
Sales decir: "Debemos de visitar a Jesús en el Santísimo Sacramento, cien mil veces
al día."
Aprendamos de los Santos a amar nuestras visitas a
Jesús en la Eucaristía. Hagamos esas visitas. Consumémonos con El, hablándole
afectuosamente acerca de lo que hay en nuestro corazón. El nos mirará tiernamente y nos
atraerá a Su Corazón. "Cuando hablamos a Jesús con simplicidad y con todo nuestro
corazón,- dice el Santo Cura de Ars,- El hace lo que una madre quien toma en sus manos la
cabeza de su hijito y la cubre de besos y de caricias."
Si no sabemos hacer visitas al Tabernáculo que
incluyan conversaciones de corazón a corazón, deberíamos obtener el hermoso,
inigualable librito de San Alfonso intitulado "Visitas al Santísimo Sacramento y a
la Santísima Virgen María." Algo inolvidable era la manera como el Padre Pio de
Pietrelcina, acostumbraba todas las tardes leer, convoz entrecortada, una de las
"Visitas" de San Alfonso, durante la Exposicion del Santísimo Sacramento, poco
antes de la Bendición Eucarística.
Comencemos ahora, y seamos fieles en hacer cuando
menos una visita diaria a Nuestro Señor, Quién está tiernamente esperándonos. Luego
tratemos de aumentar esas visitas de acuerdo a nuestra habilidad, Y si no tenemos tiempo
para hacer visias largas, hagamos 'paradas', es decir, entremos a la Iglesia siempre que
podamos, y arrodillémonos por unos momentos ante el Santísimo Sacramento, diciéndole
afectuosamente: "Jesús, Tú estas aquí. Te adoro, Te amo; Ven a mi corazón."
Esto es algo simple y corto, pero, Oh, qué ventajoso! Recordemos siempre estas
consoladoras palabras de San Alfonso: "Pueden estar seguros que, de todos los
momentos de su vida, el tiempo que se pasan frente al Sacramento Divino será el que les
proporcione mas fortaleza durante la vida y mayor consuelo a la hora de su muerte y
durante la eternidad."
Cuando hay amor verdadero, hasta a cierto punto,
hay adoración. Gran amor y adoración, son dos cosas distintas; pero forman una sola. Se
convierten en Amor adorador, y amante Adoración.
Jesús en el Tabernáculo es adorado solamente por
aquellos que verdaderamente Le aman, y es amado de la manera más alto por quien Lo adora.
Los Santos, estando bien avanzados en la práctica
del Amor, eran fieles y ardientes adoradores de Jesús en el Santísimo Sacramento.
Importantemente, la Adoración Eucarística ha sido siempre considerada como la más
cercana semejanza que tenemos a la adoración eterna que hará nuestro paraíso completo.
La diferencia estriba únicamente en el velo que esconde la visión de esa Divina Realidad
de que la Fe nos da certeza inalterable.
La adoración del Santísimo Sacramento ha sido la
devoción ferviente de los Santos. Su adoración duraba horas y horas, algunas veces días
enteros, o noches. Ahí, "a los pies de Jesús" como María en Betania (Luc.
10:39), haciéndole compañía íntima y afectuosa, absortos en Su contemplación, le
entregaron sus corazones en una oferta pura y fragante de adorante amor. Escuchen lo que
el Hermano Carlos de Foucald escribío frente al Tabernáculo: "¡Qué delicia tan
tremenda, Dios Mío! Poder pasar quince horas sin nada que hacer, mas que mirarte y
decirte, ¡'Señor, yo Te amo!' ¡Oh, qué dulce delicia!"
Todos los Santos han sido ardientes adoradores de
la Sagrada Eucaristía, desde los grandes Doctores de la Iglesia como Santo Tomás de
Aquino y San Buenaventura, hasta los Papas como San Pío V y San Pio X; sacerdotes como el
Santo Cura de Ars y San Pedro Julián Eymard, hasta las almas humildes como Santa Rita,
San Pascual Baylon, Santa Bernardete Soubirous, San Gerardo, Santo Domingo Savio y Santa
Gemma Galgani. Estos escogidos, cuyo amor fué verdadero, no contaban las horas de
adoración afectuosa que pasaban día y noche frente a Jesús en el Tabernáculo.
Consideren como San Francisco de Asís pasaba tanto
tiempo, a veces noches enteras, ante el Altar, y permanecía ahí tan devota y
humildemente que conmovía hondamente a cualquiera que se detenía a mirarle. Consideren
cómo San Benedicto Labre, a quien se llamaba "el Pobre Hombre de las Cuarenta
Horas", se pasaba días en las Iglesias en que el Santísimo Sacramento estaba
espuesto solemnemente. Por años y años, este Santo fué visto en Roma haciendo
peregrinaciones de Iglesia a Iglesia donde se observaban las Cuarenta Horas, y
permaneciendo ahí frente a Jesús, siempre de rodillas absorto en oración de adoración,
inmóbil por ocho horas, aun cuando sus amigos, los insectos, se le subian y le picaban
por todo el cuerpo.
Cuando alguien quizo hacer una pintura de San Luis
Gonzaga, hubo una discusión a cerca de qué postura darle. La decisión que se tomó,
fué que se pintara al Santo en adoración frente al Altar ya que la adoración
Eucaristica era característica suya, la que más expresaba Su Santidad.
La favorita del Sagrado Corazón, Santa Margarita
María Alacoque, un Jueves Santo se pasó catorce horas sin interrupción, postrada en
adoración. Santa Francisca Xavier Cabrini, en una fiesta del Sagrado Corazón,
permaneció en continua adoración por doce horas seguidas. Estuvo tan absorta y atenta a
Nuestro Señor en la Eucaristía, que cuando una Hermana le preguntó si le había gustado
el arreglo de flores y cortinaje que adorno el altar, ella contestó: "¡No lo noté!
Yo sólo vi una Flor, Jesús; ninguna otra."
Después de visitar la Catedral en Milán, San
Francisco de Sales oyó que alguien le preguntaba: ¿"Su Excelencia, se fijo en la
riqueza de marmol que hay ahí, y qué majestuosidad en las lineas?" El Santo Obispo
le contestó: ¿"Qué quieres que te diga? La presencia de Jesús en el Tabernáculo
me absorbe tanto el espíritu, que toda la bella arquitectura se me escapa a los
sentidos." ¡Que lección se nos da en esta respuesta a nosotros quienes sin pensar
en ello, visitamos Iglesias Famosas sólo como si fueran museos!
Recogimiento Máximo
Como un ejemplo del espíritu de recogimiento
durante la Adoración Eucarística, el Beato Contardo Ferrini, profesor de la Universidad
de Modena, tuvo una experiencia tajante. Un día luego de entrar a una Iglesia a visitar a
Nuestro Señor, estuvo tan absorto en adoración con los ojos fijos en el Tabernáculo,
que no sintió cuando alguien le robó la capa que llevaba sobre sus hombros.
"Ni siquiera una centella podría
distraerla," se decía de Santa María Magdalena Postel, pues se veía ella tan
recogida y devota cuando adoraba al Santísimo Sacramento. En contraste, una vez durante
la adoración, Santa Catarina de Siena alzó la vista hacia una persona que pasaba. Por
esta distracción de un instante, la Santa se afligió tanto que lloró por un tiempo
mientras exclamaba: "¡Soy una pecadora! ¡Soy una pecadora!"
¿Cómo es que a nosotros no nos da pena nuestro
comportamiento en la Iglesia? Aún frente a Nuestro Señor solemnemente expuesto, con qué
facilidad volteamos a la derecha y a la izquierda, y nos distraemos con la menor
trivialidad, sin (y esto es lo triste), sin sentir ningún arrepentimiento. ¡Ah! ¡Ese
amor tan delicado y sensitivo de los Santos! Santa Teresa enseñaba que "en la
presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, deberíamos ser como los Bienaventurados
en el Cielo ante la Divina Escencia." Esa es la manera como los Santos se han
comportado en la Iglesia. El Santo Cura de Ars acostumbraba a adorar a Jesús en el
Santísimo Sacramento con tal fervor y recogimiento, que la gente se convencía de que en
verdad el veía a Jesús en persona, con sus propios ojos. La gente decía lo mismo de San
Vicente de Paul: "El puede mirar a Jesús ahí, en el Tabernáculo." Y también
decían lo mismo de San Pedro Julían Eymard, el inigualable apóstol de Adoración
Eucarística. El Padre Pio de Pietrelcina, buscando imitarlo, se enroló en su sociedad de
sacerdotes-adoradores, y por cuarenta años conservó una pequeña imagen de San Eymard
sobre su escritorio.
Aún después de la Muerte
Es digno de hacerse notar que el Señor, parece que
ha favorecido a ciertos Santos de una manera singular, haciendolos capaces de hacer,
después de muertos, un acto de Adoración al Santísimo Sacramento. Así, cuando Santa
Catarina de Bologna fué colocada frente al Santísimo Sacramento algunos días después
de su muerte, su cuerpo se enderezó en una postura de adoración. Durante la Misa
Fúnebre de San Pascual Baylon, sus ojos se abrieron dos veces- a la elevación de la
Hostia, y a la elevación del Caliz- para expresar su adoración a la Eucaristía. Cuando
el Beato Mateo de Girgenti fué traído a la Iglesia para su Misa de Funeral, sus manos se
juntaron en adoración hacia la Eucaristía. En Ravello, el cuerpo del Beato Buenaventura
de Potenza, al ser llevado frente la altar del Santísimo Sacramento, hizo una devota
inclinación de cabeza hacia Jesús en el Tabernáculo.
Realmente es verdad que "El Amor es más
fuerte que la muerte" (Cant. 8:6), y que "El que coma este Cuerpo, vivirá
eternamente" (Juan 6:59). La Eucaristía es Jesús, nuestro Amor. La Eucaristía es
Jesús, nuestra Vida. La adoración del Santísimo Sacramento es amor celestial que nos
aviva y nos hace uno con Jesús - Víctima, Quien incesantemente intercede por
nosotros" (Heb. 7:25). Deberíamos estar concientes de que uno que adora, se hace uno
con Jesús en la Hostia, al tiempo que Jesús intercede ante el Padre por la salvación de
los hermanos. La caridad más grande hacia todos los hombres, es el obtener para ellos el
Reino de los Cielos. Y solamente en el Paraíso podremos ver cuantas almas han sido
arrebatadas de las puertas del infierno por medio de la adoración Eucarística hecha en
reparación por las personas santas, conocidas y desconocidas. No debemos de olvidar que
en Fátima, el Angel enseñó personalmente a los tres pastorcitos la hermosa oración
Eucarística de Reparación, la cual deberiamos de aprender: "Oh Santisima Trinidad,
Padre, Hijo y Espiritu Santo, te adoro profundamente. Yo te ofrezco el preciosísimo
Cuerpo, Sangre, alma y Divinidad de Jesucristo, Presente en todos los Tabernáculos del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que se le ofende.
Y por los méritos infinitos de Su Sacratísimo Corazón, y por el Corazón Inmaculado de
María, yo to suplico por la conversión de los pecadores." La Adoración
Eucarística es un éxtasis de amor, y es la práctica salvadora más poderosa en el
apostolado por la salvación de las almas.
Por esta razón, San Maximiliano Kolbe, el gran
apostol de María, antes de proveer las celdas para sus frailes en cada una de sus
fundaciones, quizo que se edificara la Capilla, con el fin de introducir inmediatamente la
adoración perpetua del Santísimo Sacramento expuesto. Una vez, al conducir a un
visitante por su "Ciudad de la Virgen Inmaculada" en Polonia, al entrar a la
gran "Capilla de Adoracíon", dijo, indicando hacia el Santísimo Sacramento:
"Toda nuestra vida depende en esto."
La mejor parte
El Fraile estigmatizado de Gargano, a quien
acudían las muchedumbres de todas partes, Padre Pio de Pietrelcina, después de su gran
tarea diaria en el Confesionario, acostumbraba a pasar casi todo el resto del día y de la
noche en adoracíon ante el Tabernáculo, haciéndole compañía con Nuestra Señora,
recitando cientos de Rosarios. Una vez, el Obispo de Manfredonia, Monseñor Cesarano,
escogió el Convento de Padre Pio para hacer un retiro de ocho días. Cada noche, el
obispo se levantaba a varias horas para ir a la Capilla, y cada noche, a todas estas
horas, siempre encontró al Padre Pio en adoracíon. El gran apostol de Gargano estaba
haciendo sin ser visto- su trabajo por todo el mundo,- y algunas veces era visto, en casos
de bilocación- al mismo tiempo que permanecía ahí, postrado ante Jesús, con su Rosario
entre sus manos. El acostumbraba a decir a sus hijos espirituales: "Cuando quieran
encontrarme, vengan junto al Tabernáculo."
Don Santiago Alberione, otro gran apostol de
nuestro tiempo, proveía expresamente como base de su vasto proyecto Apostolado de la
Prensa, "Societa Apostolata Stampa"- adoración de la Sagrada Eucaristía para
las Hermanas en su Congregacion de discípulos Piadosos del Divino Maestro, quienes
tenían la vocacíon única y específica de adorar a Nuestro Señor solemnemente expuesto
día y noche en la Sagrada Eucaristía.
La Adoración Eucarística es verdaderamente la
"mejor parte" de la cual habló Jesús cuando regañaba a Marta por afanarse con
"tanta cosa" secundaria, descuidando la "una sola cosa es necesaris"
escogida por María, y la cual era humilde y afectuosa adoración (Luc. 10:41-42).
¿Cuál debería ser entonces el amor y celo que
debieramos tener por la Adoracíon Eucaristica? Es por Jesús que "todos las cosas
subsisten" (Col. 1:17); entonces, el ir a El, el estar a Su lado, el unirnos con El,
significa encontrar, ganar, poseer eso por medio de lo cual existimos nosotros y el
Universo entero. "Sólo Jesús es todo; cualquier otra cosa es nada," decía
Santa Teresa de Lisieux. Renunciemos entonces lo que es nada, por causa de Quien es Todo.
Evidentemente que esto era el pensamiento del Padre Pio de Pietrelcina cuando escribió:
"Mil años de gozar la gloria humana no vale tanto como pasar una hora en dulce
comuníon con Jesús en el Santísimo Sacramento."
¡Qué buena razón tenemos de envidiar a los
Angeles, igual que los Santos lo han hecho, porque los Angeles permanecen sin cesar
estacionados alrededor de los Tabernáculos!
La Presencia Real de nuestro Divino Señor en
nuestros Tabernáculos, ha sido siempre algo inmensamente reverenciado y respetado por los
Santos. Su cuidado amoroso, tan sencillo y puro por las "cosas que pertenecen al
Señor" (1 Cor. 7:32), ha sido una de las indicaciones obvias de su gran amor que no
escatima nada, que considera todo de gran importancia, aun la simple cuestión de las
ceremonias prescritas por las cuales Santa Teresa y San Alfonso se declaraban listos a
sacrificar hasta sus vidas.
Santidad y Decoro
Y es de los Santos que debemos aprender a amar a
Jesús, rodeando con afectuoso cuidado los Tabernáculos Santos, los altares y las
Iglesias, "Su lugar donde habita" (Mar. 11:17). Todo debe expresar decoro, todo
debe inspirar devoción y adoración, aun en las cosas pequeñas y aún en los detalles
más insignificantes. Nada será nunca bastante cuando se refiere a amar y honrar al
"Rey de la Gloria" (Sal. 23:10). Uno piensa de algunas pácticas antiguas, por
ejemplo, aun la que requería que se usara agua perfumada para la ablución de los dedos
del sacerdote durante la Misa.
Más aún, Jesús decidió instituír el Sacramento
de Amor en un lugar respetable, hermoso, a saber, el Cenáculo, el cual era una salón
comedor grande, amueblado y alfombrado (Luc. 22:12). Los Santos han mostrado siempre un
sincero celo y dedicación en procurar la belleza y el orden en la Casa de Dios.
Por ejemplo, durante sus viajes apostólicos, San
Francisco de Asis acostumbraba a llevar consigo, o a obtener, una escoba para barrer las
iglesias que encontraba sucias. Después de predicar a la gente, acostum braba a dirigirse
a los cléricos del pueblo y urgirlos fervientemente a que fueran celosos por la digna
apariencia de la Casa del Señor. Encargó a Santa Clara y a las Pobres Hermanas Clarisas
que prepararan paños sagrados para los altares. A pesar de su pobreza, acostumbraba a
mandar Ciborios, (Copones) y lienzos para el altar a las iglesias pobres y descuidadas.
Aprendamos de la vida e San Juan Bautista de La
Salle, que ese Santo deseaba ver siempre limpia y debidamente amueblada la Iglesia, con el
altar en orden perfecto y las lámparas del Santuario ardiendo siempre. Vestimentas rotas
y cálices manchados eran para él un mal de ojos congojoso. No consideraba excesivo
cualquier gasto, cuando se trataba de proveer para la adoración debida a Nuestro Señor.
San Wenceslao, Rey de Bohemia, ocupa un lugar
prominente entre los Reyes amantes de la Eucaristía. Con sus propias manos cultivaba la
tierra, sembraba la semilla, la cosechaba, la molía y cernía la harina. Luego con la
harína mas pura, hacia las hostias para el Santo Sacrificio. Y Santa Radgundes, Reina de
Francia, despues de haberse convertido en humilde religiosa, se sentía feliz de poder
moler con sus propias manos el trigo escogido para hacer hostias para la Santa Misa, y
acostumbraba a darlas gratis a las iglesias pobres. Tambien digna de hacerse notar fue
Santa Vicenta Gerosa, quien se esmeraba en cuidar las viñas que suplían el vino para la
Santa Misa. Ella las cultivaba y podaba con sus propias manos, sintiendo gozo al pensar
que esos racimos que ella había cultivado, se convertirían en la Sangre de Jesús.
¿Que diremos de la delicada conciencia que los
Santos tenían en relación al Santísimo Sacramento?
Ellos tuvieron una Fé sin reserva en la Presencia
Real de Nuestro Señor aún en la particula visible más pequeña de la Hostia. Con
relación a esto hubiera sido suficiente haber visto como el Padre Pio de Pietrelcina se
esmeraba en purificar la patena, el Caliz y los demás objetos sagrados que usaba en el
altar. ¡Uno podía leer la adoración en su rostro!
Una vez que Santa Teresa de Lisieux vió la
pequeña partícula de una Hostia en la Patena, después de la Santa Misa, llamo a las
novicias y luego llevo la Patena hasta la sacristía en procesion, con un comportamiento
tan gracioso y tan lleno de adoración, que era en verdad angélico. Cuando Santa Teresa
Margarita se encontró un Fragmento de Hostia en el piso cerca del altar, estalló en
llanto nada más de pensar en la irreverencia que se podía haber hecho a Jesús; y se
arrodilló en adoración frente a la Partícula hasta que vino el sacerdote a recogerla y
ponerla en el Tabernáculo.
Una vez al repartir San Carlos Borromeo la Sagrada
Comunión, inadvertidamente se le cayó de las manos una Partícula Sagrada. ¡El Santo se
consideró culpable de irreverencia a Jesús y se afligió tanto que por cuatro días no
se atrevió a celebrar la Santa Misa, y se impuso a sí mismo como penitencia, un ayuno de
ocho días!
¿Que diremos de San Francisco Xavier, quien en
ocasiones, a la hora de distribuir la Sagrada Comunión se sentía invadido por un sentido
de adoración hacia Nuestro Señor a quien tenía en sus manos, hasta el punto de que
caía de rodillas, y en esa posicíon continuaba repartiendo la Sagrada Comunión? ¿No
era eso un testimonio de Fé y amor digno del Cielo?
Algo aún más hermoso, ha sido el cuidado de los
Santos que eran sacerdotes, al manejar el Sagrado Sacramento. ¡Oh, cómo les hubiera
gustado a ellos tener las mismas manos virginales de Nuestra Señora Inmaculada! Algo
digno de notar respecto a San Conrado de Costanza, era que sus dedos índices y pulgares
brillaban en la noche como señal de la Fé y el amor con que usaba esos dedos al sostener
en ellos el Cuerpo Sacratisimo de Jesús. San Jose de Cupertino, Santo angélico
renombrado por sus éxtasis y levitaciones, dió a conocer la forma refinada de su
devoción cuando expresó el deseo de tener otro par de dedos índices y pulgares para
usarlos unica y exclusivamente para sostener la Sacratisima Carne de Jesús. En algunas
ocasiones, el Padre Pio de Pietrelcina levantaba con gran dificultad la Hostia Sagrada
entre sus dedos, juzgando que no era digno de permitir que sus manos, (las cuales estaban
marcadas con las llagas de Jesús), tuvieran contacto con la Hostia. (¿Que podremos decir
de la liviandad tan dolorosa con que se atenta introducir en todas partes que se reciba la
Sagrada Comunión en la mano, en lugar de la lengua? ¿En comparación con los Santos- tan
humildes, tan angélicos-, no presentan estas gentes tan fácilmente la imagen de
rufiances presuntuosos?)
La modestia de las mujeres
Otra gran preocupación de los Santos por el decoro
de la Iglesia y por la salvación de las almas, ha sido el requerimiento de modestia y
descencia en las mujeres. Una estricta insistencia sobre este punto particular, es
reafirmado constantemente por todos los Santos, desde el Apostol San Pablo (quien decía a
la mujer que usara un velo para que su cabeza no estuviera "como si estuviera
rapada'') (1 Cor. 11:5-6), hasta San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, etc., y a través del
tiempo hasta Padre Pio de Pietrelcina, quien no admitía mitad medidas, sino que insistía
siempre en vestidos modestos claramente abajo de la rodilla. ¿Y cómo podría ser
diferente? San Leopoldo de Castelnuovo acostumbraba a echar fuera de la Iglesia a las
mujeres que venían vestidas inmodestamente, llamándolas "carne de mercardo",
(carne en venta). ¿Que diría ahora que tantas mujeres estan apartándose de la modestia
y la decencia aún para venir a la Iglesia? Aún en lugares sagrados se están prestando
al arte diabólico de seducir a los hombres a pecar, tal y como el Espíritu Santo nos
previene. (Ecle. 9:9). Pero la Justicia Divina no permitirá que esa locura y depravacíon
escape su castigo. Por el contrario, dice San Pablo: "La Ira de Dios se desencadena
por tales cosas" (Col. 3:6). Aquí se refiere a los pecados carnales.
De igual forma nos han aconsejado siempre los
Santos, con su ejemplo y con sus palabras, que sigamos la hermosa práctica de
santiguarnos devotamente conagua bendita al entrar a una Iglesia, hagamos una genuflexión
reverente, y sobre todo y ante todo, adoremos a Jesús en el Santísimo Sacramento, en
compañía de los Angeles y los Santos que siempre están haciendo guardia alrededor del
altar. Si nos detenemos a orar, necesitamos recogernos con cuidado para conservarnos
atentos y devotos.
Tambien es bueno que nos acerquemos lo más que
podamos, (observando limítes discretos), al altar del Santísimo Sacramento; pues el
Beato Juan Duns Scotus demostraba que la influencia física de la Humanidad Sacratísima
de Jesús, es más intensa entre más cerca estamos a Su Cuerpo y Sangre. (Santa Gemma
Galgani decía que algunas veces no podía acercarse más al altar del Santísimo
Sacramento, porque el fuego del amor ardía tanto en su corazón, que quemaría la ropa
sobre su pecho.)
Quien miraba a San Francisco de Sales entrar a una
iglesia, santiguarse, hacer genuflexiones y orar frente al Tabernáculo, se veía obligado
a tomar en consideración lo que decía la gente, que "esa es la manera como lo hacen
en el Cielo los Angeles y los Santos".
Una vez un príncipe, en su corte de Escocia, le
dijo a un amigo: "Si quieres ver como oran en el Cielo los Angeles, nada más ve a la
iglesia y observa la manera como oran la Reina Margarita con sus hijos, en frente del
altar." Toda la gente distraída y arrebatada, deberían seriamente reflexionar en
estas palabras del Beato Luis Guanella: "Nunca debemos convertir la Iglesia en un
pasillo, ni en un patio, ni en un camino, ni en una plaza pública." Y San Vicente de
Paul urgía tristemente a la gente que evitaran hacer ante el Santísimo Sacramento,
genuflexiones que semejaran los movimientos de los títeres.
Que los ejemplos y enseñanzas de los Santos, no
sean infructuosos para nosotros.
En el Evangelio encontramos una breve narración
que nos cuenta de un acto devoto de amor, notable por su buen gusto y encanto. Es el acto
llevado a cabo por Santa María Magdalena en la casa de Betania, cuando se acerco a Jesús
con "un vaso de alabastro con unguento de mucho precio, y lo derramó sobre su
Cabeza" (Mat. 26:7). Para proveer nuestros Santos Tabernáculos con una presentación
de buen gusto y encanto, es una tarea que hemos encomendado a esas criaturas fragantes y
atractivas como son las flores. En el uso de ellas, los Santos no han querido ocupar un
segundo lugar. Cuando el Arzobispo de Turín decidío un día llegar a hacer una visita a
la Iglesia de la Casita de la Providencia, la encontró tan hermosa, con el altar adornado
y fragante con flores, que preguntó a San Jose Cottolengo: "¿Qué fiesta están
celebrando hoy?" El Santo le respondió: "Ahora no tenemos fiesta; pero aquí en
la Iglesia, siempre es día de fiesta."
San Francisco de Jerome tenía la tarea de cultivar
flores para el altar del Santísimo Sacramento, y algunas veces las hizo crecer
milagrosamente, a fin de que Jesús no se fuera a quedar sin flores.
"¡Una Flor para Jesús", que costumbre
tan hermosa! No nos olvidemos de practicar este gesto tan gracioso de amor por Jesús.
Puede que incurramos en un pequeno gasto semanal, pero Jesús lo pagará
"centuplicado", y nuestras flores sobre el altar, expresarán por su belleza y
fragancia, nuestra presencia de amor al lado de Jesús.
Como un punto mayor de interés a este respecto,
San Agustín nos cuenta de una costumbre piadosa de sus días. Despues de la Santa Misa,
había una buena competencia entre los fieles para obtener flores que se habían usado
sobre el altar. Se las llevaban a sus casas y las conservaban como reliquias, pues habían
estado en el altar junta a Jesús, durante Su Sacrificio Divino. Igualmente, Santa Juana
Francisca de Chantal, era muy diligente en cuanto a traer siempre flores frescas para
Jesús; y tan pronto como se empezaban a marchitar las que estaban junto al Tabernaculó,
se las llevaba a su celda y las ponía al pie de su crucifijo. ¡Ah, de cuanto amor eran
testigos esas practicas!
Aprendamos e imitemos los ejemplos de los Santos.
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