Jesus
nuestro Amor Eucarístico
CAPITULO
6
EL PAN QUE NOS DA NUESTRA MADRE CELESTIAL
"María, de quien nació
Jesús." (Mat. 1:16)
La Sagrada Eucaristía es el Pan que viene de
Nuestra Madre Celestial. Es pan producido por María de la harina de Su carne inmaculada,
amasado con Su leche virginal. San Agustín escribió: "Jesús tomó Su Carne de la
carne de María."
Sabemos también que unido a la Divididad en la Eucaristía, está el Cuerpo y la Sangre
de Jesús, tomados del cuerpo y sangre de la Virgen Santa. Por consiguiente, en toda
Comunión que recibimos, sería muy correcto y algo muy hermoso, que tuviéramos
conciencia de la presencia dulce y misteriosa de Nuestra Santa Madre, unida
inseparablemente con Jesús en la Hostia. Jesús es siempre el Hijo que Ella adora. El es
Carne de Su carne y Sangre de Su sangre. Si Adan pudo llamar a Eva al ser ella sacada de
su costilla: "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gen. 2:23), no puede la
Virgen María aun con mayor derecho llamar a Jesús "¿Carne de mi carne y Sangre de
mi sangre"? Tomado de la "Virgen intacta" como dice Santo Tomas Aquino, la
Carne de Jesús es la carne maternal de María; la Sangre de Jesús es la sangre maternal
de María. Asi pues, no sera nunca posible el separar a Jesús de María.
Por esta razón, en toda Santa Misa que se celebra, la Virgen Santa puede en verdad
repetir a Jesús, en la Hostia y en el Caliz: "Tú eres mi hijo, Yo te he engendrado
este día" (Sal. 2:7). Y San Agustín nos enseña con justicia que en la Eucaristía
"María extiende y perpetúa Su Maternidad Divina", mientras que San Alberto el
Grande exhorta con amor: "Alma mía, si quieres experimentar intimacía con María,
déjate llevar entre Sus brazos y nutrirte con Su sangre" ... Vayan con este
pensamiento inefable y casto al banquete de Dios, y encontrarán en la Sangre del Hijo la
nutrición de la Madre.
Muchos Santos y Teólogos, (San Pedro Damián, San Bernardo, San Buenaventura, San
Bernardino ...), dicen que Jesús instituyo la Eucaristía sobre todo para todos nosotros.
Y de María entronces, Jesús viene a sernos dado día por día; y en Jesús está siempre
la carne Inmaculada y la sangre Virginal de Su Santísima Madre, la que penetra en
nuestros corazones y embriaga nuestras almas. En un éxtasis durante la celebración de la
Santa Misa, San Ignacio de Loyola contempló un día la realidad revelada por esta
dulcísima verdad y permaneció conmovido celestialmente por mucho tiempo.
Lo que es más, si refleccionamos que Jesús, el Fruto del vientre inmaculado de María,
constituye todo el amor de María, toda Su dulzura, toda Su ternura, toda Su riqueza, toda
Su vida, entonces podemos ver que cuando Lo recibimos, no podemos dejar de recibirla a
Ella, quien por lazos del más alto amor, tanto como por lazos de la carne y la sangre,
forma con Jesús una unidad, un entero, pues Ella está siempre e inseparablemente
"apoyada sobre Su Amado" (Cant. 8:5). ¿No es verdad que el amor, y sobre todo
el amor divino, une y unifica? ¿Y aparte de la Unidad en el seno de la Santísima
Trinidad, podemos pensar en una unidad más cercana y total que la que hay entre Jesús y
la Virgen María?
La pureza de María, Su virginidad, Sus modos tiernos, Su manera dulce, Su amor y aún las
mismas facciones de Su rostro celestial ... todo esto lo encontramos en Jesús; pues la
santísima humanidad asumida por el Verbo, es total y únicamente la humanidad de María,
debido al gran misterio de la Concepción virginal obrada por el Espíritu Santo, Quien
hizo a María Madre de Jesús, consagrándola al mismo tiempo como una Virgen que sería
por siempre pura y gloriosa en alma y en cuerpo.
Y asi "La Eucaristia", escribe San Alberto el Grande, "produce impulsos de
un amor que es angélico, y tiene el poder único de poner en las almas un santo
sentimiento de ternura hacia la Reina de los Angeles. Ella nos ha dado a quien es Carne de
Su carne y Hueso de Sus huesos, y en la Eucaristía continua Ella dándonos este banquete
dulce, virginal, celestial."
Finalmente, en la generación eterna de El Verbo en el seno de la Trinidad, el Padre se da
enteramente al Hijo, Quien es "Espejo del Padre", similarmente en la generación
temporal del mismo verbo en el seno de la humanidad, la Madre de Dios se da totalmente al
Hijo, a Su Jesús, "la Flor virginal de la Madre Virgen" (Pio XII). Y el Hijo a
Su vez se da totalmente a Su Madre, haciéndose a Sí mismo similar a Ella y haciéndola a
Ella "completamente como Dios" (San Pedro Damián).
San Pedro Julián Eymard, aquel Santo tan totalmente devoto de la Eucaristía, declaro que
aún en este mundo, después de la Ascención de Jesús al Cielo, la Virgen Santa
"vivió una vida en y por el Santísimo Sacramento;" y por eso a él le gustaba
llamarla "Nuestra Señora del Santísimo Sacramento." Y Padre Pio de Pietrelcina
decía algunas veces a sus hijos espirituales: "¿No ven a Nuestra Señora siempre al
lado del Tabernáculo?" ¿Y cómo no iba Ella a estar ahí,- Ella, quien "estaba
junto a la Cruz de Jesús" en el Calvario (Juan 19:25)? Por tal motivo, en su libro
de devociones San Alfonso Liguori acostumbraba siempre juntar una visita a la Santísima
Virgen María con cada visita a Jesús en la Sagrada Eucaristía. Y San Maximiliano M.
Kolbe solía recomendar que cuando fuéramos ante Jesús en el Santísimo Sacramento, no
dejaramos de recordar la presencia de María, llamándola y asociándonos con Ella, o al
menos, asegurarnos de que venga a nuestra mente Su dulce nombre.
En la vida del fraile Dominico San Jacinto, leemos que una vez con el fin de evitar una
profanación al Santísimo Sacramento, el Santo se apresuró al Tabernáculo para retirar
el Ciborio que contenía las Sagradas Hostias para ponerlas en un lugar seguro. Cuando,
apretando a Jesús en la Eucaristía contra su pecho, estaba a punto de dejar el altar,
escuchó una voz que venia de la estatua de la Santísima Virgen que estaba a un lado del
altar, y que le dijo: "¿Qué? ¿Te llevaras a Jesús de aquí sin llevarme a
Mí?" El Santo se detuvo sorprendido. Comprendió el mensaje, pero no sabía como
arreglárselas para llevarse la estatua de María también. Confundido, se acercó a la
Estatua para ver si la podía sostener con su mano libre. No hubo necesidad de esforzarse
mucho, pues la estatua se hizo tan livianita como una pluma. En este milagro hay una
lección preciosa: Cuando tomamos a María junto con Jesús, Ella no aumenta absolutamente
ningún peso o costo, pues de una manera maravillosa, ellos viven el Uno en el Otro (Juan
6:57).
La respuestra que Santa Bernardette Soubirous dió, fué muy hermosa cuando alguien le
planteó esta pregunta maliciosa: "¿Que te causaría más placer, el recibir la
Sagrada Comunión, o el ver a nuestra Señora en la Gruta?" La Santita pensó por un
minuto y luego respondió: "¡Qué pregunta tan extraña! Los dos no pueden ser
separados. Jesús y María siempre van juntos."
Nuestra Señora y la Eucaristía, por la naturaleza de las cosas, están unidos
inseparablemente "aún hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20). Pues María, con Su
cuerpo y sangre es el "Tabernáculo Celestial de Dios." (Apoc. 21:3). Ella es la
Hostia incorruptible, "santa e inmaculada" (Efe. 5:27), quien, con Su misma
naturaleza reviste al Verbo de Dios hecho Hombre. San Germán se venturó a llamarla
"dulce paraíso de Dios." De acuerdo a una opinión piadosa, respaldada por los
éxtasis y las visiones de Santa Verónica Giuliani y especialmente por las de la Beata
Magdalena Martinengo, la Santísima Virgen preserva dentro de Su pecho y por siempre a
Jesús en una Hostia visible, en el Paraíso; y esto es para Ella "consuelo eterno;
es una ocasión de regocijo para todos los benditos habitantes del Cielo, y en particular,
es un gozo perdurable para todos los devotos del Santísimo Sacramento." Esto esta
representado en la "Madonna Mediatrice Universale," que recientemente ha pintado
la Madre Esperanza, y que ha sido puesta en la Capilla en Collevalenza. Es igual a la
imagen que se reproducía a menundo en las Custodias (Relicarios sagrados usados para
exponer la Sagrada Eucaristía para adoración) del siglo pasado, y las cuales representan
a Nuestra Señora y tienen un lugar en su pecho para la cavidad visible en la cual se
Coloca la Hostia consagrada. "¡Bendito es el vientre que te llevó!", gritó la
mujer entre la muchedumbre (Luc. 11:27). Así en algunas de las Iglesias en Francia, el
Tabernáculo estaba contenido en una estatua de Nuestra Senora de la Asuncion. El
significado es bien claro: Es siempre la Santísima Virgen María quien nos da a Jesús,
Quien es el Fruto Bendito de Su vientre virginal, y el Corazón de Su Corazón Inmaculado.
Y por siempre continuará Ella llevando a Jesús en la Sagrada Eucaristía dentro de Su
pecho para presentarlo para la gozosa contemplación de los Santos en el Cielo, a quienes
aún ahora se les concede ver Su Persona Divina bajo las Especies Eucarísticas, de
acuerdo a las ensenañzas del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino.
Es en la Eucaristía, y especialmente en la Sagrada Comunión, que nuestra unión con
Nuestra Señora se convierte en una amante y completa conformidad con Ella. Recibimos Su
cuidado y protección devotos junto con el Santísimo Sacramento. Sus tiernas atenciones
no omiten nada al unirse Cristo a cado uno de nosotros, Sus hijos, moviéndola a que
derrame sobre nuestras almas y nuestros cuerpos todo Su amor maternal. El gran San
Hilario, Padre y Doctor de la Iglesia, escribío este pasaje excelente: "El mayor
gozo que podemos dar a María, es el de llevar a Jesús en el Santísimo Sacramento dentro
de nuestros pechos." Su unión maternal con Jesús se convierte también en una
unión con cualquiera que se une a Jesús, especialmente en la Sagrada Comunión. ¿Y que
puede traer más felicidad a un amante, que la unión con la persona amada? ¿Y nosotros,
acaso no somos los amados hijos de la Madre Celestial?
Cuando vamos ante Jesús en el altar, siempre Lo encontramos "con Su Madre
María," igual que lo encontraron los Magos en Belén (Mat. 2:11). Y Jesús en la
Sagrada Hostia, desde el altar a nuestros corazones, puede repetir a cada uno de nosotros
lo que le dijo a San Juan Evangelista desde el altar del Calvario: "He ahí a tu
Madre" (Juan 19:27).
San Agustín ilustra aún mejor y hermosamente como es que María se hace nuestra y se une
a cada uno de nosotros en la Sagrada Comunión. El nos dice: "El verbo es el Alimento
de los ángeles. Los hombres no tenemos la fuerza para tomar por nosotros mismos ese
Alimento, ni tampoco necesitamos nacerlo. Lo que necesitamos es una Madre que pueda comer
este Pan supersubstancioso, lo transforme en su leche y en esta forma alimentar a sus
pobres hijos. Esta Madre es María. Ella se nutre con el Verbo y lo transforma en la
Humanidad Sagrada. Lo transforma en Carne y Sangre, v.g. en la leche dulcísima que
llamamos la Eucaristía."
Por esto, es muy naturalmente que tanto las grandes como las pequeñas Capillas Marianas,
siempre adoptan devoción a la Sagrada Eucaristía, tanto que tambíen pudieran ser
llamadas Capillas Eucaristícas. Lourdes, Fátima, Loretto, Pompeya, vienen a la mente, en
donde las multitudes, se acercan al altar virtualmente en filas interminables para recibir
el Bendito Fruto de María. No podría ser de otra manera; pues no hay otro lazo tan
cercano y dulce con Nuestra Señora, como el que se logra al recibir la Sagrada
Eucaristía. Jesús y María "siempre van juntos", como dijo Santa Bernardette.
Recuerden tambíen que en Fátima, Nuestra Señora pidió que junto con el Santo Rosario,
se recibiera sobre todo la Sagrada Comunión, en reparación por todas las ofensas y
ultrajes que recibe Su Inmaculado Corazón. Ella está buscando corazones amantes que la
consuelen, recibiéndola en sus hogares, igual que la recibió San Juan Evangelista (Juan
19:27). Nosotros la recibimos verdaderamente en el hogar de nuestros corazones, con la
mayor hospitalidad, la hospitalidad que Ella más quiere, cada vez que invitamos Su
compañía recibiendo a Jesús en la Sagrada Comunión, cuando La presentamos con Jesús
vivo y verdadero, para Su gran consuelo y deleite. Necesitamos apreciar la Gracia tan
grande que es el tener el cuidado y la atención completa de Nuestra Señora, con Jesús y
en Jesús. ¡Ah, San Ambrosio deseaba que todos los Cristianos tuvieramos "el alma de
María para magnificar a Nuestro Señor, y el espíritu de María para regocijarnos en
Dios!" Este es el favor que se nos concede de la manera más noble en cada Sagrada
Comunión. Refleccionemos en ello con amor y gratitud.
Una de las Custodias antiguas hecha en la figura de María llevando en Su pecho la Sagrada
Eucaristía, tiene estas palabras inscritas sobre su base: "Oh Cristiano que vienes
lleno de Fe a recibir el Pan de la Vida, cómelo dignamente, y recuerda que fué formado
de la purísima sangre de María." María bien puede y con mucho derecho, hablarnos y
decirnos en las palabras del inspirado profeta: "Venid, y comed de mi pan; y bebed el
vino que yo he mezclado" (Prov. 9:5). San Maximiliano M. Kolbe deseaba transmitir el
pensamiento de este pasaje cuando propuso que todos los altares del Santísimo Sacramento
fueran superimpuestos con una imagen de la Virgen Inmaculada, con Sus brazos extendidos
para invitarnos a todos a venir y comer el Pan que Ella misma había hecho.
Con un hermoso vuelo de la fantasía, San Gregorio de Tour dijo que el seno Inmaculado de
María es el armario celestial, bien surtido con el Pan de Vida que fue hecho para
alimentar a Sus hijos. "¡Feliz el seno que Te llevó y los pechos que Tú
mamaste!" exclamó cierta mujer a Jesús (Luc. 11:27). La Inmaculada Virgen María
llevo a Jesús dentro de Ella mientras que Su Cuerpo era formado de Su propia carne y Su
propia sangre. Por eso, cada vez que vamos a la Sagrada Comunión, es algo dulce el
recordar que Jesús en el Santísimo Sacramento, es el Pan de Vida, producido por María
con la harina de Su carne Inmaculada, amasada con la mezcla de Su leche virginal. Ella
hizo esto para nosotros, Sus hijos. Y compredemos más a fondo nuestra hermandad uno con
otro, al participar de este exquisito, sabrosísimo Pan de Nuestra Madre.
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