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Oración a la Reina del Cielo Para cada día del
mes de mayo.
Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas
maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y
pedirte con los suspiros más ardientes en este mes a ti consagrado,
la gracia más grande: Que me admitas a vivir en el Reino de la
Divina Voluntad. Mamá Santa, Tú que eres la Reina de este Reino
admíteme a vivir en él como hija tuya, a fin de que ya no esté
desierto, sino poblado de hijos tuyos.
Soberana Reina, a ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en el
Reino del Querer Divino. Teniéndome tomada con tus manos maternas
guía todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad.
Tú me harás de Mamá, y como a Mamá mía te hago entrega de mi
voluntad a fin de que Tú me la cambies por la Voluntad Divina, y así
pueda yo estar segura de no salir de su Reino. Te pido que me
ilumines para que yo pueda comprender bien qué significa Voluntad de
Dios.
Dios te salve María…
Pequeño sacrificio del mes: En la mañana, a mediodía y en la
tarde, es decir, tres veces al día, ir sobre las rodillas de nuestra
Mamá Celestial y decirle: “Mamá mía, te amo; ámame Tú también, da un
sorbo de Voluntad de Dios a mi alma y dame tu bendición para que
pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna.”
DÍA UNO
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El primer paso de la Divina Voluntad en la concepción inmaculada de
la Mamá Celestial.
El alma a su Inmaculada reina
Heme aquí, oh Mamá dulcísima, postrada ante ti. Hoy es el primer día
del mes de mayo consagrado a ti, en el cual todos tus hijos quieren
ofrecerte sus pequeños sacrificios para testimoniarte su amor y para
comprometer a tu amor a amarlos. Y yo te veo como descender de la
Patria Celestial cortejada por legiones de ángeles para recibir las
bellas rosas, las humildes violetas, los castos lirios de tus hijos,
y corresponderles con tus sonrisas de amor, con tus gracias y
bendiciones, y recibiendo en tu regazo materno los dones de tus
hijos te los llevas al Cielo para reservarlos como prenda y corona
para el momento de su muerte.
Mamá Celestial, entre todos, yo, que soy la más pequeña, la más
necesitada de tus hijos, quiero ir a tu regazo materno parar
llevarte no solamente flores y rosas, sino un sol cada día. Pero la
Mamá debe ayudar a la hija dándole sus lecciones de Cielo para
enseñarle cómo formar estos soles divinos, y así te daré el homenaje
más bello y el amor más puro. Mamá querida, Tú sabes qué cosa quiere
tu hija: Quiere ser enseñada por ti a vivir de Voluntad Divina; y
yo, transformando mis actos y toda yo misma en la Divina Voluntad,
según tus enseñanzas, cada día vendré a poner en tu regazo materno
todos mis actos cambiados en soles.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija bendita, tu oración ha herido mi Corazón materno y
atrayéndome del Cielo ya estoy junto a mi hija para darle mis
lecciones todas de Cielo.
Mira, hija querida, miles de ángeles me rodean y reverentes están
todos a la expectativa para oírme hablar de aquel Fiat Divino, del
cual más que todos Yo poseo su fuente, conozco sus admirables
secretos, sus alegrías infinitas, su felicidad indescriptible y su
valor incalculable. Y al sentirme llamar por mi hija porque quiere
mis lecciones sobre la Divina Voluntad es para Mí la fiesta más
grande, la alegría más pura, y si tú escuchas mis lecciones, Yo me
consideraré afortunada de ser tu Mamá. Oh, cómo suspiro tener una
hija que quiera vivir toda de Voluntad Divina. Dime, hija, ¿me
contentarás? ¿Me darás tu corazón, tu voluntad, toda tú misma en mis
manos maternas para que Yo te prepare, te disponga, te fortifique,
te vacíe de todo, de tal manera que pueda llenarte toda de luz, de
Divina Voluntad parar formar en ti su Vida divina? Apoya tu cabeza
sobre el Corazón de tu Mamá Celestial y sé atenta en escucharme para
que mis sublimes lecciones te hagan decidir a no hacer jamás tu
voluntad sino siempre la de Dios.
Hija mía, escúchame, es mi Corazón materno que tanto te ama y que
quiere derramarse en ti. Has de saber que te tengo
escrita aquí en mi Corazón y te amo como verdadera hija, pero siento
un gran dolor porque no te veo semejante a Mí. ¿Y sabes qué es lo
que nos hace desemejantes? Ah, es tu voluntad, la cual te quita la
frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la
fortaleza que todo lo vence y soporta y el amor que todo lo consume.
En suma, no es aquella Voluntad que anima a tu Mamá Celestial. Has
de saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla
sacrificada en homenaje a mi Creador. Mi vida fue toda de Voluntad
Divina: Desde el primer instante de mi Concepción fui plasmada,
inflamada y puesta en su luz, la cual purificó mi germen humano con
su potencia y quedé concebida sin mancha original.
Así que, si mi Concepción fue sin mancha y tan floriosa que forma el
honor de la Familia divina, fue sólo porque el Fiat Omnipotente se
vertió sobre mi germen y quedé
concebida pura y santa. Si el Querer Divino so se hubiera derramado
sobre mi germen, más que una tierna madre, para impedir los efectos
del pecado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas
las demás criaturas de ser concebida con el pecado original. Por
eso, la causa primaria de mi Concepción Inmaculada fue únicamente la
Divina Voluntad. A Ella sea el honor, la Gloria y el agradecimiento
por haber sido Yo concebida sin pecado original. Ahora, hija de mi
Corazón, escucha a tu Mamá: Haz a un lado tu voluntad humana,
prefiere morir antes que darle un acto de vida. Tu Mamá Celestial se
habría contentado con morir mil y mil veces antes que hacer un acto
solo de su propia voluntad. ¿No quieres imitarme? Ah, si tú aceptas
tener sacrificada tu voluntad en honor a tu Creador, el Querer
Divino hará el primer paso en tu alma:
Te sentirás circundada y plasmada por un áurea celestial, purificada
y enfervorizada de tal forma que sentirás aniquilados en ti los
gérmenes de tus pasiones y te sentirán puesta en los primeros pasos
del Reino de la Divina Voluntad. Por eso, sé atenta; si me eres fiel
en escucharme, Yo te guiaré, te conduciré de la mano por los
interminables caminos del Fiat Divino, te tendré defendida bajo mi
manto azul y tú serás mi honor, mi Gloria, mi victoria y también la
tuya.
El alma: Virgen Inmaculada, tómame sobre tus rodillas maternas y
hazme de Mamá, con tus santas manos posesiónate de mi voluntad y
purifícala, enfervorízala con el toque de tus dedos maternos y
enséñame a vivir solamente de voluntad Divina.
Florecilla: Para honrarme, desde la mañana y en todas tus
acciones me entregarás tu voluntad diciendo: “Mamá mía, ofrece Tú
misma a mi Creador el sacrificio de mi voluntad.”
Jaculatoria: Mamá Reina, encierra la Divina Voluntad en mi
alma.
DÍA 2
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El segundo paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. La
primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su concepción
inmaculada.
El alma a su Inmaculada reina
Heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para escuchar tus
lecciones. Mamá Celestial, esta pobre hija tuya se confía a tu
potencia. Soy muy pobre, lo sé, pero sé que Tú me amas como Mamá y
esto me basta para arrojarme entre tus brazos para que tengas
compasión de mí y abriéndome los oídos del corazón me hagas oír tu
voz dulcísima para darme tus sublimes lecciones. Tú, Mamá Santa,
purifica mi corazón con el toque
de tus dedos maternos para que encierres en él el celeste rocío de
tus celestiales enseñanzas.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, escúchame, si tú
supieras cuánto te amo, confiarías mayormente en Mí y no dejarías
escapar ni siquiera una sola palabra mía. Has de saber que no sólo
te tengo escrita en mi Corazón sino que dentro de él tengo una
especial fibra materna que me hace amar más que madre a mi hija. Por
eso quiero hacerte conocer los inmensos prodigios que obró el Fiat
Supremo en Mí, para que tú, imitándome, puedas darme el gran honor
de ser mi hija reina. Oh, cómo mi Corazón ahogado de amor suspira
tener alrededor de Mí la noble legión de las pequeñas reinas. Por
tanto, escúchame, hija mía queridísima: En cuanto el Querer Divino
se vertió en mi germen humano para impedir los tristes efectos de la
culpa, la Divinidad sonrió y se puso en fiesta al ver en mi germen
aquel germen humano puro y santo como salió de sus manos creadoras
en la creación del hombre.
El Fiat Divino hizo entonces su segundo paso en Mí con llevar este
germen humano mío, por Él mismo purificado y santificado, ante la
Divinidad con el fin de que Ella se vertiera a torrentes sobre mi
pequeñez en acto de ser concebida. Y la Divinidad, descubriendo en
Mí bella y pura su obra creadora sonrió de complacencia, y
queriéndome festejar: El Padre Celestial vertió en Mí mares de
potencia, el Hijo, mares de sabiduría y el Espíritu santo, mares de
amor. Así que Yo quedé concebida en la Luz interminable de la Divina
Voluntad y en estos mares divinos, y mi pequeñez, no pudiéndolos
contener, formaba olas altísimas para enviarlas como homenajes de
amor y de Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
La Divinidad era todo ojos sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí
en amor, sonriéndome, acariciándome me enviaba otros mares, los
cuales me embellecían tanto que en cuanto fue formada mi pequeña
humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y Él
verdaderamente se dejaba raptar, tanto que entre Dios y Yo fue
siempre fiesta; nada nos negábamos recíprocamente, Yo nunca le negué
nada y Él tampoco. ¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza
raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí. Por eso la
fuerza del ser Supremo era la mía y por tanto teníamos igual fuerza
para raptarnos recíprocamente. Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá:
Has de saber que Yo te amo muchísimo y quisiera ver tu alma llena de
mis mismos mares. Estos mares míos son desbordantes y quieren
verterse en ti, pero para lograrlo debes vaciarte de tu querer a fin
de que el Querer Divino pueda hacer su segundo paso en ti y
constituyéndose como principio de vida en tu alma, llame la atención
del Padre Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo para que derramen
también en ti sus mares desbordantes. Pero para esto, Ellos quieren
encontrar en ti su misma Voluntad, porque no quieren confiar a tu
voluntad humana sus mares de potencia, de sabiduría, de amor y de
belleza indescriptibles.
Hija queridísima, escucha a tu Mamá, pon la mano en tu corazón,
confíame tus secretos y dime: ¿Cuántas veces te has sentido infeliz,
torturada, amargada porque has hecho tu voluntad? Mira, así has
arrojado fuera una Voluntad Divina y has caído en el laberinto de
los males. Ella quería hacerte pura y santa, feliz y bella, con una
belleza encantadora, pero tú con hacer tu voluntad le hiciste guerra
y con gran dolor suyo la echaste fuera de su amada habitación, la
cual es tu alma.
Escucha, hija de mi Corazón, es un dolor para tu Mamá el no ver en
ti el sol del Fiat Divino sino las densas tinieblas de la noche de
tu voluntad humana. Pero, ánimo, si tú me prometes darme tu voluntad
en mis manos, Yo, tu Mamá Celestial, te tomaré entre mis brazos, te
pondré sobre mis rodillas y haré surgir en ti la vida de la Divina
Voluntad, y tú, finalmente, después de tantas lágrimas mías formarás
mi sonrisa
y mi fiesta y la sonrisa y la fiesta de la Trinidad Sacrosanta.
El alma: Mamá Celestial, si tanto me amas, te pido que nunca
permitas que yo me baje de tus rodillas maternas y cuando veas que
estoy por hacer mi voluntad vigila mi pobre alma y encerrándome en
tu Corazón, la fuerza de tu amor queme mi querer; así cambiaré tus
lágrimas en sonrisas de complacencia.
Florecilla: Para honrarme, vendrás tres veces sobre mis
rodillas, para entregarme tu querer me dirás: “Mamá quiero que mi
voluntad sea tuya, dame a cambio la Voluntad Divina.”
Jaculatoria: Soberana Reina, con tu imperio Divino abate mi
querer, a fin de que comience en mí el alba de la Divina Voluntad.
DÍA 3
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El tercer paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. La
sonrisa de toda la creación por la concepción de la Celestial Niña.
El alma: Mamá soberana, ésta tu pequeña hija, raptada por tus
celestiales lecciones, siente la extrema necesidad de venir cada día
sobre tus rodillas maternas para escucharte y para depositar en su
corazón tus maternas enseñanzas. Tu amor, tu dulce acento, el
estrecharme a tu Corazón entre tus brazos me infunden valor y
confianza de que mi Mamá me dará la inmensa gracia de hacerme
comprender el gran mal de mi voluntad para hacerme vivir de la
Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, escúchame; es un
corazón de madre el que te habla y como veo que me quieres oír, se
alegra y nutre la segura esperanza de que mi hija tomará posesión
del Reino de la Divina Voluntad, Reino que poseo en mi materno
Corazón para darlo a mis hijos. Por tanto, sé atenta en escucharme y
escribe todas mis palabras en tu corazón para que las medites
siempre y modeles tu vida según mis enseñanzas. Escucha, hija mía:
En cuanto la Divinidad sonrió y festejó mi concepción, el Fiat
Supremo hizo el tercer paso en mi pequeña humanidad. Pequeñita,
pequeñita, me dotó de razón divina y movida toda la creación a
fiesta me hizo reconocer por todas las cosas creadas como su Reina.
Ellas reconocieron en Mí la vida del Querer Divino y todo el
universo se postró a mis pies aunque era pequeñita y no había nacido
aún, y alabándome, el Sol me festejó y sonrió con su luz, el cielo
me festejó con sus
estrellas sonriéndome con su manso y dulce centelleo y ofreciéndose
como refulgente corona sobre mi cabeza, el mar me festejó con sus
olas, alzándose y abajándose pacíficamente, en suma, no hubo ninguna
cosa creada que no se uniera a la sonrisa y a la fiesta de la
Sacrosanta Trinidad. Todas aceptaron mi dominio, mi imperio, mi
mando y se sintieron honradas de que después de tantos siglos desde
que Adán perdió el mando y el dominio de rey con sustraerse de la
Divina Voluntad, encontraron en Mí a su Reina y la creación toda me
proclamó Reina del Cielo y de la tierra. Querida hija mía, debes
saber que la Divina voluntad cuando reina en el alma no sabe hacer
cosas pequeñas sino grandes, quiere concentrar en la afortunada
criatura todas sus prerrogativas divinas, y todas las cosas que
salieron de su Fiat Omnipotente la rodean y quedan obedientes a sus
órdenes. Y a Mí ¿qué cosa no me dio el Fiat Divino?
Me dio todo. Cielo y tierra estaban en mi poder, me sentía
dominadora de todo y hasta de mi mismo Creador. Ahora, hija mía,
escucha a tu Mamá, oh, cuánto me duele el corazón al verte débil,
pobre, sin tener el verdadero dominio para dominarte a ti misma.
Temores, dudas, aprehensiones son los que te dominan y todos son
miserables andrajos de tu voluntad humana. ¿Y sabes por qué? Porque
en ti no existe la vida íntegra del Querer Divino, que poniendo en
fuga todos los males del querer humano te haga feliz y te llene de
todos los bienes que posee. Pero si tú con un propósito firme te
decides a no dar más vida a tu voluntad, entonces sentirás morir en
ti todos los males y revivir en ti todos los bienes. Y entonces todo
te sonreirá, y el Divino Querer hará también en ti su tercer paso y
toda la creación festejará a la nueva llegada al Reino de la Divina
Voluntad. Dime, entonces, hija mía, ¿me escucharás?
¿Me das tu palabra de que no harás nunca, nunca más tu voluntad? Has
de saber que si esto haces, Yo no te dejaré jamás, me pondré a
guardia de tu alma, te envolveré en mi luz a fin de que ninguno se
atreva a molestar a mi hija y te daré mi imperio para que imperes
sobre todos los males de tu voluntad.
El alma: Mamá Celestial, tus lecciones descienden en mi corazón
y me lo llenan de bálsamo celestial. Te doy gracias por abajarte
tanto a mí… pobrecilla. Pero escucha, Mamá mía, temo de mí misma,
pero si Tú quieres, todo puedes, y yo contigo todo puedo. Me
abandono como una pequeña niña entre los brazos de su Mamá, pues
estoy segura de que así satisfaré sus deseos maternos.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, mirarás al Cielo, al sol,
a la tierra, y con ellos por tres veces recitarás tres Gloria,
agradeciendo a Dios
por haberme constituido Reina de todo lo creado.
Jaculatoria: Reina poderosa, domina mi voluntad y conviértela en
Voluntad Divina.
DÍA 4
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El cuarto paso de la Divina Voluntad En la Reina del Cielo. La
prueba.
El alma: Heme aquí de nuevo sobre las rodillas maternas de mi
querida Mamá Celestial. El corazón me late fuerte, fuerte. Siento
ansias de amor por el deseo de escuchar tus bellas lecciones. Por
eso dame la mano y tómame entre tus brazos. En tus brazos paso
momentos de paraíso, me siento feliz. Oh, cómo suspiro escuchar tu
voz. Una nueva vida desciende en mi corazón. Por eso, háblame y yo
te prometo poner en práctica tus santas enseñanzas.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, si supieras cuánto deseo tenerte estrechada entre mis
brazos, apoyada sobre mi Corazón materno para hacerte escuchar los
arcanos celestiales del Fiat Divino. Si tú suspiras tanto por
escucharme, son mis suspiros que hacen eco en tu corazón; es tu Mamá
que quiere a su hija, que quiere confiarle sus secretos y narrarle
la historia de lo que obró en Ella la Voluntad Divina. Hija de mi
Corazón, préstame atención, es mi Corazón de Madre que quiere
desahogarse con su hija. Yo quiero decirte mis secretos que hasta
ahora no han sido revelados a ninguno, porque no había sonado aún la
hora de Dios, pues Dios, queriendo dar con liberalidad a sus
criaturas gracias sorprendentes que en toda la historia del mundo no
ha concedido, quiere hacer conocer los prodigios del Fiat Divino, lo
que puede obrar en la criatura si se deja dominar por Él y por eso
quiere ponerme ante la vista de todos como modelo, ya que tuve el
gran honor de formar mi vida toda de Voluntad Divina.
Ahora, has de saber, hija mía, que en cuanto fui concebida y puse en
fiesta a la Divinidad y Cielos y tierra me festejaron y me
reconocieron por su Reina, Yo quedé en tal forma unificada con mi
Creador que me sentía en sus dominios Divinos como dueña. Yo nunca
conocí qué cosa era separación de mi Creador, aquel mismo Querer
Divino que reinaba en Mí, reinaba también en Él y, por tanto, nos
hacía inseparables. Y si bien todo era sonrisa y fiesta entre
Nosotros, Yo veía que Él no podía confiar en Mí si no tenía una
prueba mía. Hija mía, la prueba superada es la bandera que dice
“Victoria”. La prueba pone al seguro todos los bienes que Dios nos
quiere dar. La prueba madura y dispone al alma para la adquisición
de grandes conquistas. Y también Yo veía la necesidad de esta prueba
porque quería testimoniarle a mi Creador, en reciprocidad de los
tantos mares de gracias que me había dado, un acto de fidelidad mía,
aunque me costara el sacrificio de toda mi vida. Oh, cuán bello es
poder decir: “Tú me has amado y yo te he amado”.
Pero sin una prueba, esto jamás se puede decir. Debes saber
entonces, hija mía, que el Fiat Divino me hizo conocer la creación
del hombre inocente y santo, también para él todo era felicidad,
tenía el mando sobre toda la creación y todos los elementos eran
obedientes a sus órdenes. Como en Adán reinaba el Querer Divino y en
virtud de Él, también él era inseparable de su Creador. A los tantos
bienes que Dios le había dado, para tener un acto de fidelidad en
Adán, le ordenó que no tocara sólo un fruto de los tantos que había
en ese Edén terrenal. Era la prueba que Dios quería para confirmar
su inocencia, santidad y felicidad y para darle el derecho de mando
sobre toda la creación. Pero Adán no fue fiel a la prueba, y no
habiendo sido fiel, Dios no pudo confiar más en él y, por tanto,
perdió el mando, la inocencia, la felicidad y se puede decir que
trastornó la obra de la creación.
Ahora, hija de mi Corazón, debes saber que cuando Yo conocí los
graves males de la voluntad humana en Adán y en toda su
descendencia, Yo, tu Celestial Madre,
aunque apenas concebida, lloré amargamente y con ardientes lágrimas
sobre el hombre caído. Y el Querer Divino al verme llorar, me pidió
por prueba que le cediera mi voluntad humana. El Fiat Divino me
dijo: “No te pido un fruto como a Adán, no, no, sino que te pido tu
voluntad. Tú la tendrás como si no la tuvieras, la tendrás bajo el
imperio de mi Querer Divino, que te será vida y así Él se sentirá
seguro para hacer lo que quiera de ti.” Y así el Fiat Supremo hizo
el cuarto paso en mi alma, pidiéndome como prueba mi voluntad,
esperando de Mí mi Fiat y la aceptación de tal prueba.
Mañana te espero de nuevo sobre mis rodillas para hacerte oír el
éxito de la prueba. Y como quiero que imites a tu Mamá, te pido como
Madre que no rehúses nunca nada a tu Dios, aunque fueran sacrificios
que duraran toda tu vida. El perseverar en la prueba que Dios quiere
de ti y tu fidelidad, son la llamada para los designios divinos
sobre ti, son el reflejo de sus virtudes, las cuales como tantos
pinceles forman de tu alma la obra maestra del Ser Supremo. Se puede
decir que la prueba proporciona la materia en las manos divinas para
cumplir sus obras en la criatura. Y de quien no es fiel en la
prueba, Dios no sabe qué hacer con él, y no sólo esto sino que
destroza las obras más bellas de su Creador. Por eso, querida hija
mía, sé atenta. Si eres fiel en la prueba, harás más feliz a tu
Mamá. No hagas que me preocupe, dame tu palabra y Yo te guiaré y te
sostendré en todo como hija mía.
El alma: Mamá Santa, conozco mi debilidad, pero tu bondad
materna me infunde tal confianza que todo espero de ti, y contigo me
siento segura, es más, pongo en tus manos maternas las mismas
pruebas que Dios disponga para mí, a fin de que Tú me des todas las
gracias para hacer que no arruine los designios divinos.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, por tres veces me
entregarás todas tus penas tanto corporales
como espirituales a fin de que yo te las bendiga y te infunda
fuerza, luz y gracia.
Jaculatoria: Mamá Celestial, tómame entre tus brazos y escribe
en mi corazón: ¡Fiat, Fiat, Fiat!
DÍA 5
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El quinto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo.
El triunfo sobre la prueba.
El alma: Soberana Celestial, veo que me tiendes los brazos para
tomarme sobre tus rodillas maternas y yo corro, es más, vuelo para
gozar los castos abrazos y las celestiales sonrisas de mi Mamá
Celestial. Mamá Santa, tu aspecto hoy es de triunfadora, y en aire
de triunfo quieres narrarme la victoria en tu prueba. Ah sí, con
todo gozo te escucharé. Y te pido que me des la gracia de saber
triunfar en las pruebas que el Señor disponga de mí.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, oh cómo
suspiro confiar mis secretos a mi hija, secretos que me darán mucha
Gloria y que glorificarán a aquel Fiat Divino que fue causa primaria
de mi inmaculada concepción, de mi santidad, de mi soberanía y de mi
maternidad. Todo lo debo al Fiat Divino; no conozco nada más. Todas
mis sublimes prerrogativas por las cuales la Iglesia tanto me honra,
no son más que los efectos de aquella Divina Voluntad que me
dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se
conozca quién es Aquélla que produjo en Mí tantos privilegios y
efectos tan admirables que dejó estupefactos al Cielo y a la tierra.
Ahora escúchame, hija querida:
Cuando el Ser Supremo me pidió mi querer humano, Yo comprendí el
grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, cómo
esa pone todo en peligro, aun las obras más bellas del Creador. La
criatura con su querer humano es oscilante, débil, inconstante,
desordenada… y esto porque
Dios, al crearla, creó unida la voluntad humana, como en naturaleza,
a su Voluntad Divina, de manera que Ésta debía ser la fuerza, el
primer movimiento, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad
humana. Así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra,
se rechazan los bienes recibidos de Dios en la creación y los
derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fuimos creados.
Oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se le hace a Dios y los
males que llueven sobre la criatura. Tuve entonces pavor y horror de
hacer mi voluntad, y justamente temí porque también Adán fue creado
por Dios inocente y puro, y con hacer su voluntad ¿en cuántos males
no cayó él y todas las generaciones?
Entonces Yo, tu Mamá, presa de terror y, más aun, de amor hacia mi
Creador, juré no hacer nunca mi voluntad. Y para estar más segura y
testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que me había dado tantos
mares de gracia y de privilegios, tomé mi voluntad humana y la até a
los pies del trono divino en homenaje continuo de amor y de
sacrificio, jurando que nunca me serviría de
ella, ni siquiera por un solo instante de mi vida, sino siempre de
la de Dios. Hija mía, tal vez a ti no te parezca grande mi
sacrificio de vivir sin mi voluntad, pero te digo que no hay
sacrificio semejante al mío. Es más, se pueden llamar sombras todos
los demás sacrificios de toda la historia del mundo comparados con
el mío. Sacrificarse un día, ahora sí y ahora no, es fácil; pero
sacrificarse a cada instante y en cada acto, aun en el mismo bien
que se quiere hacer, y durante toda la vida, sin dar nunca vida a la
voluntad propia es el sacrificio de los sacrificios, es el
testimonio más grande y el amor más puro, tejido por la misma
Voluntad Divina, que se pueden ofrecer a nuestro Creador. Es tan
grande este sacrificio que Dios no puede pedir nada más de la
criatura, ni la criatura puede encontrar cómo poder sacrificarse más
por su Creador.
Ahora, hija mía queridísima, en cuanto hice don de mi voluntad a mi
Creador, Yo me sentí triunfadora sobre la prueba que había querido
de Mí, y Dios, a su vez, se sintió triunfador sobre mi voluntad
humana. Él
esperaba mi prueba, es decir, un alma que viviera sin voluntad para
reunir de nuevo lo que el género humano había separado y ponerse en
actitud de clemencia y misericordia. Mañana te espero nuevamente
para narrarte la historia de lo que hizo la Divina voluntad después
de mi triunfo sobre la prueba. Y ahora, una palabra para ti, hija
mía: Oh, si tú supieras cómo anhelo verte vivir sin tu voluntad. Tú
sabes que soy tu Madre y la Mamá quiere ver feliz a su hija; pero
¿cómo podrás ser feliz si no te decides a vivir sin voluntad propia
como vivió tu Mamá? En cambio, si lo haces así, todo te daré; me
pondré a tu disposición y seré toda tuya con tal de tener el bien,
el contento y la felicidad de tener a una hija que viva toda de
Voluntad Divina.
El alma:
Soberana triunfadora, en tus manos de Madre pongo mi voluntad a fin
de que Tú misma como Mamá me la purifiques y la embellezcas y junto
con la tuya la ates a los pies del trono divino, para que pueda
vivir no con mi voluntad sino únicamente y siempre, siempre con la
Voluntad de Dios.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, en cada acto que hagas
entregarás en mis manos maternas tu voluntad para que en lugar de
ella Yo haga correr el Divino Querer.
Jaculatoria: Reina triunfante, roba mi voluntad y dame la
Divina.
DÍA 6
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El sexto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo.
Después del triunfo sobre la prueba: La posesión.
El alma: Mamá Reina, veo que me esperas de nuevo y
extendiéndome tus manos me tomas sobre tus rodillas, me estrechas a
tu Corazón para hacerme sentir la Vida de aquel Fiat Divino que Tú
posees. Oh, cómo es confortante su calor, cómo es penetrante su luz.
Ah Mamá Santa, si tanto me amas, sumerge el pequeño átomo de mi alma
en ese Sol de la Divina Voluntad que Tú escondes, a fin de que
también yo pueda decir: “Mi voluntad se acabó, no tendrá más vida;
mi vida será la Divina Voluntad”.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, confía en tu Mamá y pon atención a sus lecciones.
Ellas te servirán para hacerte aborrecer tu voluntad y hacerte
suspirar aquel Fiat Supremo que arde en deseos de formar su Vida en
ti. Hija mía, debes saber que la divinidad después de que se aseguró
de Mí en la prueba que quiso, si bien todos creen que Yo no tuve
ninguna prueba y que le bastaba a Dios hacer el gran portento que
hizo de Mí de ser concebida sin mancha original, pero ¡oh, cómo se
engañan! Es más, Dios me pidió a Mí una prueba que no ha pedido a
nadie. Y esto lo hizo con justicia y con suma sabiduría, porque
debiendo descender en Mí al Verbo Eterno, no sólo no era decoroso
que Él encontrara en Mí la mancha de origen, sino que ni siquiera
era decoroso que encontrara en Mí una voluntad humana obrante.
Hubiera sido muy indecoroso para Dios descender en una criatura en
la cual reinara la voluntad humana.
Por eso, Él quiso de Mí como prueba, y por toda la vida, mi
voluntad, para asegurar en mi alma el Reino de su Divina Voluntad.
Asegurado éste en Mí, Dios podía hacer lo que quería de Mí, todo
podía darme y puedo decir que nada podía negarme. Por ahora volvamos
al punto donde nos quedamos; me reservaré en el curso de mis
lecciones irte narrando lo que hizo esta Divina Voluntad en Mí.
Ahora escucha, hija mía: Después del triunfo en la prueba, el Fiat
Divino hizo el sexto paso en mi alma con hacerme tomar la posesión
de todas las propiedades divinas, por cuanto a criatura es posible e
imaginable. Todo era mío:
Cielo y tierra y el mismo Dios, de quien poseía su misma Voluntad.
Yo me sentía poseedora de la santidad Divina, del amor, de la
belleza, potencia, sabiduría y bondad divinas, me sentía Reina de
todo y no me sentía extraña en la casa de mi Padre Celestial; sentía
a lo vivo su Paternidad y la
suprema felicidad de ser su hija fiel. Puedo decir que crecí sobre
las rodillas Paternas de Dios y no conocí otro amor ni otra ciencia
sino sólo la que me suministraba mi Creador. ¿Quién puede decirte lo
que hizo esta Divina Voluntad en Mí? Me elevó tan alto, me
embelleció tanto que los mismos ángeles quedan mudos y no saben por
dónde empezar a hablar de Mí. Ahora, hija mía queridísima, debes
saber que en cuanto el Fiat Divino me hizo tomar posesión de todo,
me sentí poseedora de todo y de todos. La Divina Voluntad con su
potencia, inmensidad y omnividencia encerraba en mi alma a todas las
criaturas, y Yo sentía un lugarcito en mi Corazón Materno para cada
una de ellas. Desde que fui concebida, Yo te llevé en mi Corazón y
oh, cuánto te amé y te amo. Te amé tanto que te hice de Madre ante
Dios. Mis oraciones, mis suspiros eran para ti, y en el delirio de
Madre decía:
“Oh, cómo quisiera ver a mi hija poseedora de todo, como lo soy Yo”.
Por eso, escucha a tu Mamá: No quieras conocer más tu voluntad. Si
esto haces, todo será en común ente Yo y tú, tendrás una fuerza
divina en tu poder y todas las cosas se convertirán en santidad, en
amor y en belleza divinos. Y yo, en la hoguera de mi amor, así como
me alaba el Altísimo: “Toda bella, toda santa, toda pura eres Tú, oh
María”, diré: “Bella, pura y santa es mi hija, porque posee la
Divina Voluntad.”
El alma: Reina del Cielo, también yo te aclamo: “Toda bella,
pura y santa es mi Mamá Celestial”.
Ah, te pido, ya que tienes un lugar para mí en tu Corazón materno,
que me encierres en él y así estaré segura de que no haré más mi
voluntad
sino siempre la de Dios, y la Mamá y la hija seremos felices las
dos.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, recitarás por tres veces tres
Gloria Patri en agradecimiento a la Santísima Trinidad repitiendo en
cada Gloria: “Toda bella, pura y santa es mi Mamá Celestial”.
Jaculatoria: Reina del Cielo, hazme poseer por la Divina
Voluntad.
DÍA 7
La Reina del Cielo en el Reino De la Divina Voluntad.
Toma el cetro de mando y la Trinidad Sacrosanta la constituye su
Secretaria.
El alma a la Divina Secretaria: Reina Mamá, heme aquí postrada a
tus pies. Siento que como hija tuya no puedo estar sin mi Mamá
Celestial y si bien hoy vienes a mí con la Gloria del cetro de mando
y con la corona de Reina, de todas maneras eres siempre mi Mamá, y,
si bien temblando, me arrojo en tus brazos a fin de que me sanes las
heridas que mi mala voluntad ha hecho a mi pobre alma. Oye, Mamá
Soberana, si Tú no haces un prodigio, si no tomas tu cetro de mando
para guiarme y tener tu imperio sobre todos mis actos para hacer que
mi querer no tenga vida, ay, no tendré la gran suerte de llegar al
Reino de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía querida, ven a los
brazos de tu Mamá, pon atención, escúchame y oirás los inauditos
prodigios que el Fiat Divino hizo en tu Mamá Celestial. Estos seis
pasos que hizo el Fiat Divino en Mí simbolizaban los seis días de la
creación. En cada día Dios, pronunciando un Fiat, hacía como un
paso, creando ahora una cosa y ahora otra. El sexto día hizo el
último diciendo: “Fiat, hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza”. Y, finalmente, en el séptimo día descansó en sus obras,
como queriéndose gozar todo lo que con tanta magnificencia había
creado. Y en su descanso, mirando sus obras decía: “Qué bellas son
mis obras, todo es orden y armonía”. Y mirando al hombre, con la
vehemencia de su amor agregaba:
“¡Pero el más bello eres tú, tú eres la corona de todas nuestras
obras!” Ahora, mi concepción superó todos los prodigios de la
creación, y por eso la Divinidad quiso hacer con su mismo Fiat seis
pasos en Mí y en cuanto tomé posesión del Reino de la Divina
voluntad, terminaron sus pasos en Mí y empezó su vida plena, entera
y perfecta en mi alma y… ¡oh, en qué alturas divinas fui puesta por
el Altísimo!
Los cielos no podían alcanzarme ni contenerme, la luz del Sol era
pequeña ante mi luz… Ninguna cosa creada podía alcanzarme. Yo
nAvegaba los mares divinos como si fueran míos y mi Padre Celestial,
el Hijo y el Espíritu Santo, me anhelaban en sus brazos para gozarse
a su pequeña Hija, y ¡oh, qué contento experimentaban al sentir que
cuando los amaba, les rezaba y adoraba su Alteza Suprema, mi amor,
mi oración y mi adoración salían de dentro de mi alma del centro
mismo de su Divina Voluntad! Sentían salir de Mí olas de amor
divino, castos perfumes, alegrías insólitas que salían de dentro del
cielo que su mismo
Querer Divino había formado en mi pequeñez, tanto que no acababan de
repetir: “Toda bella, toda pura, toda santa es la pequeña hija
nuestra; sus palabras son cadenas que nos atan, sus miradas son
dardos que nos hieren, sus latidos son dardos que flechándonos nos
causan delirio de amor”. Sentían salir de Mí la potencia, la
fortaleza de su Divina Voluntad que nos hacía inseparables, y me
llamaban; “Nuestra Hija invencible que llevará la victoria aun sobre
nuestro Ser Divino”. Ahora escúchame, hija mía: la Santísima
Trinidad presa de exceso de amor hacia Mí, me dijo: “Hija querida
nuestra, nuestro amor no resiste y se siente sofocado si no te
confiamos nuestros secretos, por eso te elegimos como nuestra fiel
Secretaria, a ti queremos confiar nuestros dolores y nuestros
decretos:
A cualquier costo queremos salvar al hombre. ¡Mira cómo va al
precipicio! Su
voluntad rebelde lo arrastra continuamente al mal; sin la vida, la
fuerza, el sostén de nuestro Querer Divino se desvió del camino de
su Creador y camina arrastrándose en la tierra, débil, enfermo y
lleno de todos los vicios. Y no hay otros caminos para salvarlo ni
otras puertas de salida sino únicamente que descienda el Verbo
Eterno, tome sus despojos, sus miserias, sus pecados sobre Él, se
hermane con él, lo venza por medio de amor y de penas inauditas, y
le dé tanta confianza que lo pueda traer nuevamente a nuestros
brazos Paternos. ¡Oh, cuánto nos duele la suerte del hombre! Nuestro
dolor es grande y no podemos confiarlo a ninguno, porque no teniendo
una Voluntad Divina que los domine, no pueden comprender ni nuestro
dolor ni los graves males del hombre caído en el pecado. A ti, que
posees nuestro Fiat, te es dado poderlo comprender; y por eso, como
Secretaria nuestra queremos revelarte nuestros secretos y poner en
tus manos el cetro de mando, a fin de que domines e imperes sobre
todo y tu dominio venza a Dios y a los hombres y nos los traigas
como hijos regenerados en tu Corazón Materno”.
¿Quién puede decirte, hija querida, lo que sintió mi Corazón ante
este hablar divino? Se abrió en Mí una herida de intenso dolor y me
propuse, aun a costa de mi vida, vencer a Dios y a la criatura y
reunirlos juntos. Ahora, hija mía, escucha a tu Mamá. Te veo
sorprendida al oírme narrar la historia de la posesión del Reino de
la Divina Voluntad por Mí. Debes saber que también a ti te es dada
esta suerte: Si te decides a no hacer nunca tu voluntad, el Querer
Divino formará su cielo en tu alma, sentirás la inseparabilidad
divina, te será dado el cetro de mando sobre ti misma y sobre tus
pasiones y no serás más esclava de ti misma, porque la voluntad
humana es la que esclaviza a la pobre criatura, le corta las alas
del amor hacia Aquél que la creó, le quita la fuerza, el sostén y la
confianza de arrojarse en los brazos de su Padre Celestial, de
manera que no puede conocer ni sus secretos ni el amor grande con el
cual Él la ama y por eso vive como extraña de la casa de su Padre
Divino.
¡Qué lejanía pone entre Creador y criatura el querer humano! Por
eso, escúchame, conténtame, dime que no darás más vida a tu voluntad
y Yo te llenaré toda de Voluntad Divina. El alma: Mamá Santa,
ayúdame, ¿no ves cómo soy débil? Tus bellas lecciones me conmueven
hasta las lágrimas y lloro mi gran desventura de haber caído tantas
veces en el laberinto de hacer mi voluntad, apartándome así de la de
mi Creador. Ah, hazme de Mamá, no me dejes abandonada a mí misma.
Con tu potencia une el Querer Divino con el mío, enciérrame en tu
Corazón materno en donde estaré segura de no hacer más mi voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme vendrás a refugiarte bajo mi
manto para que aprendas a vivir bajo mis miradas, y recitando tres
Ave Marias me pedirás que haga conocer a todos la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá Santa, enciérrame en tu Corazón a fin de
que yo aprenda de Ti a vivir de Voluntad Divina.
DÍA 8
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Recibe de su Creador el mandato de poner a salvo la suerte del
género humano.
El alma a la Divina Mandataria: Heme aquí, Mamá celestial.
Siento que no puedo estar sin mi querida Mamá; mi pobre corazón está
inquieto y solamente me lo siento en paz cuando estoy en tu regazo
como pequeñita, estrechada a tu Corazón para escuchar tus lecciones.
Tu acento materno me endulza todas mis amarguras y dulcemente ata mi
voluntad y poniéndola como escabel bajo la Divina Voluntad, me hace
sentir su dulce imperio, su vida, su felicidad.
Lección de la Celestial Mandataria:
Hija mía queridísima, sabes que te amo muchísimo; confía en tu Mamá
y está segura de que lograrás la victoria sobre tu voluntad. Si tú
me eres fiel, Yo tomaré todo mi empeño sobre ti, te haré de
verdadera Mamá. Por tanto, escucha lo que hice por ti ante el
Altísimo.
Yo no hacía otra cosa más que transportarme a las rodillas de mi
Padre Celestial; era pequeñísima, no había nacido aún, pero el
Querer Divino, del cual Yo poseía la vida, me hacía tener libre
acceso a mi Creador, para Mí las puertas y los caminos estaban todos
abiertos y Yo no tenía temor ni miedo de Él. Solamente la voluntad
humana infunde miedo, temor, desconfianza y aleja a la pobre
criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar rodeado por
sus hijos. Así que si la criatura tiene miedo y teme, y no sabe
estar como hija junto a su padre con su Creador, es señal de que la
Divina Voluntad no reina en ella y por eso es la torturada, la
mártir de la voluntad humana. Por eso, no hagas nunca tu voluntad,
no quieras torturarte y martirizarte por ti misma, que es el más
horrible de los martirios, sin sostén y sin fuerza. Así pues,
escúchame: Yo me transportaba a los brazos de la Divinidad y mucho
más porque me esperaba y hacía fiesta al verme, me amaba tanto que
en cuanto aparecía derramaba otros mares de amor y de santidad en mi
alma. Yo no recuerdo haberme alejado nunca de la Divinidad sin que
no me agregaran otros dones sorprendentes. Mientras estaba entre sus
brazos, Yo rezaba por el género humano y muchas veces con lágrimas y
suspiros lloraba por ti, hija mía, y por todos. Yo lloraba por tu
voluntad rebelde, por tu triste suerte de verte esclavizada por ella
que te hacía infeliz. El ver infeliz a mi hija me hacía derramar
lágrimas amargas hasta mojar las manos de mi Padre Celestial con mi
llanto. Y la Santísima Trinidad, enternecida por mi llanto continuó
diciéndome:
“Querida Hija nuestra, tu amor nos ata, tus lágrimas apagan el fuego
de la Divina Justicia, tus oraciones nos atraen tanto hacia las
criaturas que no podemos resistirte; por eso te damos el mandato de
poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra
Mandataria en medio de los hombres; a ti confiamos sus almas; Tú
defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas, estarás en
medio, entre ellos y Nosotros, para ajustar las cosas por ambas
partes. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra Voluntad
Divina que por medio tuyo ora y llora. ¿Quién te puede resistir? Tus
oraciones son órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser
Divino. Por eso, adelante en tu empresa”. Hija mía queridísima, mi
pequeño Corazón se sintió consumar de amor ante los modos amorosos
del hablar divino, y con todo amor acepté su mandato diciendo:
“Majestad Altísima, estoy aquí entre vuestros brazos, disponed de Mí
lo que queráis; Yo sacrificaré hasta mi vida, y si tuviera tantas
vidas por cuantas criaturas existen, las pondría a disposición de
ellas y vuestra, con tal de traerlas a todas salvadas a vuestros
brazos Paternos”. Y sin saber aún que habría de ser la Madre del
Verbo Divino, sentía en Mí una doble maternidad: Maternidad hacia
Dios para defender sus justos derechos y maternidad hacia las
criaturas para ponerlas a salvo. Me sentía Madre de todos. El Querer
Divino que reinaba en Mí y que no sabe hacer obras aisladas, ponía
en Mí a Dios y a todas criaturas de todos los siglos; en mi materno
Corazón sentía a mi Dios ofendido que quería recibir satisfacción, y
sentía a las criaturas bajo el imperio de la Justicia Divina. ¡Oh,
cuántas lágrimas derramé! Quería hacer descender mis lágrimas en
cada corazón para hacerles sentir a todos mi maternidad toda de
amor. Lloré por ti y por todos, hija mía, por eso escúchame, ten
piedad de mi llanto, toma mis lágrimas para apagar tus pasiones y
hacer que tu voluntad pierda su vida. Ah, acepta mi mandato, es
decir, que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador.
El alma: Mamá Celestial, mi pobre corazón no resiste al
escuchar cuánto me amas. ¡Ah, me amas tanto hasta llorar por mí! Tus
lágrimas me las siento descender en mi corazón, que me hieren y me
hacen comprender cuánto me amas; y yo quiero unir mis lágrimas a las
tuyas y pedirte, llorando, que no me dejes jamás sola, que me
vigiles en todo y, si se necesita, castígame también; hazme de Mamá
y yo como pequeña hija tuya todo me dejaré hacer de ti a fin de que
tu mandato divino se cumpla en mí y puedas llevarme entre tus brazos
al Padre Celestial como acto cumplido de tu mandato divino.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, me entregarás tu voluntad,
tus penas, tus lágrimas, tus ansias, tus dudas y temores a fin de
que como Mamá tuya las custodie en mi Corazón materno y a cambio te
daré como preciosa prenda la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá Celestial, derrama tus lágrimas en mi alma
para que ellas curen las heridas producidas por mi voluntad.
DÍA 9
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Es constituida por Dios Pacificadora Celestial y vínculo de paz
entre el Creador y la criatura.
El alma a su Celestial Reina:
Soberana Señora y Mamá mía queridísima, veo que me llamas porque
sientes la hoguera del amor que arde en tu Corazón de que quieres
narrarme lo que hiciste por tu hija en el Reino de la Divina
Voluntad. Qué bello es ver que diriges tus pasos hacia tu Creador y
en cuanto Él oye las pisadas de tus pies, te mira y se siente herir
por la pureza de tus miradas y te espera para ser espectador de tu
inocente sonrisa para sonreírte y entretenerse contigo. Ah, Mamá
Santa, en tus alegrías, en tus castas sonrisas con tu Creador no te
olvides de mí, tu hija, que vivo en el exilio y que tanta necesidad
tengo porque a menudo mi
voluntad quiere arrastrarme para arrancarme del Reino de la Divina
Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija de mi materno Corazón,
no temas, no te olvidaré jamás, es más, si tú haces siempre la
Divina Voluntad y vives en su Reino seremos inseparables, te llevaré
siempre tomada de mi mano para conducirte y ser tu guía para
enseñarte a vivir en el Fiat Supremo, por tanto haz a un lado el
temor, en Él todo es paz y seguridad; la voluntad humana es la que
turba a las almas y la que pone en peligro las obras más bellas, las
cosas más santas, todo está en peligro en ella: en peligro la
santidad, las virtudes y aun la misma salvación del alma. La
característica de quien vive de querer humano es la volubilidad.
¿Quién puede confiarse en alguien que se hace dominar por su
voluntad humana?
Ninguno, ni Dios ni los hombres. Es semejante a aquellas cañas secas
que se mueven a cada soplo del viento. Por eso, hija mía
queridísima, si algún soplo de viento te quiere hacer inconstante,
sumérgete en el mar de la Divina Voluntad y ven a esconderte en el
regazo de tu Mamá, a fin de que Yo te defienda del viento del querer
humano y estrechándote entre mis brazos te haga firme y segura en el
camino de su Reino Divino. Ahora, hija mía, sígueme ante la Majestad
Suprema y escúchame: Yo con mis rápidos vuelos llegaba a sus brazos
divinos, y en cuanto llegaba, sentía su amor desbordante, el cual
como olas impetuosas me cubría de su amor. ¡Oh, cuán bello es ser
amado por Dios! En este amor se siente felicidad, santidad, alegrías
infinitas y se es embellecida de tal manera que Dios mismo se siente
raptado por la belleza que infunde en la criatura al amarla.
Yo quería imitarlo y si bien pequeñita, no quería quedar atrás de su
amor y de las mismas olas de amor que me había dado, formaba mis
olas para cubrir a mi Creador con mi amor; y al hacer esto Yo
sonreía porque sabía que mi amor nunca habría podido cubrir la
inmensidad de su amor, sin embargo hacía el intento y en mis labios
surgía mi sonrisa inocente. El ser Supremo sonreía a mi sonrisa y
festejaba y se entretenía con mi pequeñez. Ahora, en medio de
nuestras estratagemas amorosas Yo recordaba el estado doloroso de mi
familia humana en la tierra, pues Yo también era de su estirpe. Y ¡oh,
cómo me dolía y pedía que descendiera el Verbo Eterno a poner
remedio! Y lo decía con tal ternura que llegaba a cambiar la sonrisa
y la fiesta en llanto. El Altísimo se conmovía mucho ante mis
lágrimas, y mucho más porque eran lágrimas de una pequeñita, y
estrechándome a su Seno Divino, me secaba las lágrimas y me decía:
“Hija, no llores, ten valor, en tus manos hemos puesto la suerte del
género humano; te hemos dado el mandato y ahora, para consolarte
más, te hacemos Pacificadora entre Nosotros y la familia humana. Por
lo tanto, a ti te es dado ponernos nuevamente en paz. La potencia de
nuestro Querer que reina en ti, se impone sobre Nosotros para dar el
beso de paz a la pobre humanidad caída y en peligro”.
¿Quién puede decirte, hija mía, lo que sentía mi Corazón ante esta
condescendencia Divina? Era tanto mi amor que me sentía desmayar y
deliraba buscando más amor para alivio de mi amor. Ahora unas
palabras a ti, hija mía: Si tú me escuchas haciendo a un lado tu
querer y dando el puesto regio al Fiat Divino, también tú serás
amada con amor especial por tu Creador, serás su sonrisa, lo pondrás
en fiesta y serás vínculo de paz entre el mundo y Dios.
El alma:
Mamá Bella, ayuda a tu hija, ponme Tú misma en el mar de la Divina
Voluntad y cúbreme con las olas del eterno amor a fin de que no vea
ni sienta más que amor y Voluntad de Dios.
Pequeño sacrificio: Hoy, para honrarme, me pedirás todos mis
actos y los encerrarás en tu corazón para que sientas la fuerza de
la Divina Voluntad que reinaba en Mí, y luego los ofrecerás al
Altísimo para agradecerle por todos los oficios que me confió para
salvar a las criaturas.
Jaculatoria: Reina de la Paz, obtenme el dulce beso de paz de la
Voluntad Divina.
DÍA 10
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Alba que surge para poner en fuga a la noche del querer humano.
Su nacimiento glorioso.
El alma a la Reina del Cielo:
Aquí estoy, Mamá Santa, junto a tu cuna para ser espectadora de tu
nacimiento portentoso. Los Cielos se asombran, el Sol fija su luz en
ti, la tierra exulta de alegría y se siente honrada por ser habitada
por su pequeña Reina recién nacida, los ángeles hacen competencia en
rodear tu cuna para honrarte y estar prontos a tus órdenes. Todos te
honran y quieren festejar tu nacimiento. Yo también me uno a todos y
postrada delante de tu cuna, ante la cual veo como arrobados a tu
madre Ana y a tu padre Joaquín, quiero decirte mi primera palabra,
quiero confiarte mi primer secreto, quiero vaciar mi corazón en el
tuyo y decirte: “Mamita mía, Tú que eres el alba precursora del Fiat
Divino en la tierra pon en fuga de mi alma y del mundo entero la
tenebrosa noche del querer humano.” ¡Ah sí! Sea tu nacimiento
nuestra esperanza que como nueva alba de gracia nos regenere en el
Reino de la Divina Voluntad.
Lección de la Recién Nacida Reina:
Hija de mi Corazón, mi nacimiento fue prodigioso, ningún otro
nacimiento puede decirse igual al mío. Yo contenía en Mí el Cielo,
el Sol de la Divina Voluntad y también la tierra de mi humanidad,
pero tierra bendita y santa que encerraba las más hermosas
floraciones. Aunque apenas recién nacida, Yo era el prodigio de los
más grandes prodigios:
El Querer Divino reinante en Mí, el cual encerraba en Mí un cielo
más bello, un Sol más refulgente que el de la creación, de los
cuales también era Reina, y un mar de gracia sin límites que
murmuraba siempre amor, amor hacia mi Creador. Por eso mi nacimiento
fue la verdadera alba que puso en fuga la noche del querer humano, y
conforme crecía, formaba la aurora y llamaba el día esplendidísimo
para hacer surgir el Sol del Verbo Eterno sobre la tierra. Hija mía,
ven a mi cuna a escuchar a tu pequeña Mamita. En cuanto nací, abrí
los ojos para ver este bajo mundo, para ir en busca de todos mis
hijos a fin de encerrarlos en mi Corazón, darles mi amor materno, y
regenerándolos a la nueva vida de amor y de gracias abrirles el paso
para hacerlos entrar en el Reino del Fiat Divino, del cual Yo era
poseedora. Quise hacerla de Reina y de Madre encerrando a todos en
mi Corazón, para ponerlos a todos al seguro y darles el gran don del
Reino divino. En mi Corazón tenía lugar para todos porque para quien
posee la Divina Voluntad no hay estrecheces sino amplitud infinita,
así que también te miré a ti, hija mía, ninguno me escapó.
Y como ese día todos festejaron mi nacimiento, también para Mí fue
fiesta, pero… al abrir mis ojos a la luz, tuve el dolor de ver a las
criaturas en la oscura noche del querer humano. ¡Oh, en qué abismo
de tinieblas se encuentra envuelta la criatura que se deja dominar
por su voluntad! Esta es la verdadera noche, y noche sin estrellas;
a lo más hay algún rayo fugaz que fácilmente viene seguido por
truenos, los cuales al hacer estruendo, hacen más tupidas las
tinieblas y descargan las tempestades sobre la pobre criatura,
tempestades de temor, de debilidades, de peligros, de caídas en el
mal… Mi Corazón quedó traspasado al ver a mis hijos bajo esta
horrible tempestad en que la noche del querer humano los había
arrojado. Ahora, escucha a tu Mamá: Estoy aún en la cuna, soy
pequeña, mira mis lágrimas que derramo por ti; cada vez que haces tu
voluntad formas en ti misma una noche, y si supieras cuánto mal te
hace esta noche llorarías conmigo:
Te hace perder la luz del día del Divino Querer, te trastorna, te
paraliza en el bien, te destroza el verdadero amor y quedas reducida
a una pobre enferma a la que le faltan las cosas necesarias para
curarse. Ah, hija mía, hija querida, escúchame, no hagas nunca tu
voluntad, dame tu palabra de que contentarás a tu pequeña Mamá.
El alma: Mamita Santa, me siento temblar al sentir la horrible
noche de mi voluntad, por eso estoy aquí frente a tu cuna, para
pedirte la gracia de que por tu nacimiento prodigioso me hagas
renacer en la Divina Voluntad. Yo permaneceré siempre junto a ti,
Celestial Niña, uniré mis oraciones y mis lágrimas a las tuyas para
impetrar para mí y para todos el Reino de la Divina Voluntad en la
tierra.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, vendrás tres veces a
visitarme a mi cuna, diciéndome: “Celeste Niña, hazme renacer junto
contigo en la Divina Voluntad” Jaculatoria:
¡Mamá Celestial, haz surgir el alba de la Divina Voluntad en mi
alma!
DÍA 11
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Forma durante los primeros años de su vida una aurora esplendidísima
para hacer surgir en los corazones el día suspirado de luz y de
gracia.
El alma a la pequeña niña: Heme de nuevo junto a tu cuna, Mamita
Celestial. Mi pequeño corazón se siente fascinado por tu belleza y
no puedo despegar la mirada de una belleza tan rara. ¡Qué dulce es
tu mirada! El mover de tus manitas me llaman para abrazarme y
estrecharme a tu Corazón ahogado de amor. Mamita Santa, dame tus
llamas para que quemes mi voluntad y así pueda contentarte con vivir
junto contigo de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, ¡si supieras cuánto
se alegra mi materno Corazón al verte junto a mi cuna para
escucharme! Me siento, con los hechos, Reina y Madre, porque
teniéndote junto a Mí no soy una Madre estéril ni una Reina sin
pueblo, sino que tengo a la querida hija mía que me ama mucho y que
quiere de Mí que le haga el oficio de Mamá y de Reina. Por eso tú
eres la portadora de alegría a tu Mamá, sobre todo porque vienes a
mi regazo para ser enseñada por Mí cómo vivir en el Reino de la
Divina Voluntad. Tener una hija que quiere vivir junto conmigo en
este Reino tan santo es para tu Mamá la Gloria, el honor, la fiesta
más grande. Por lo tanto, préstame atención, hija querida y Yo
continuaré narrándote las maravillas de mi nacimiento.
Mi cuna estaba rodeada por ángeles que hacían competencia en
cantarme canciones de cuna como a su Soberana Reina, y como Yo
estaba dotada de razón y de ciencia infundidas por mi Creador,
cumplí mi primer deber de adorar con mi inteligencia y también con
mi vocecita de niña balbuciente a la Santísima Trinidad adorable.
Era tanto el ímpetu de mi amor hacia una Majestad tan Santa que
languidecía y deliraba porque quería encontrarme entre los brazos de
la Divinidad para recibir sus abrazos y darle los míos. Entonces los
ángeles, para los cuales mis deseos eran órdenes, me tomaron y
llevándome sobre sus alas me condujeron a los brazos amorosos de mi
Padre Celestial. ¡Oh, con cuánto amor me esperaba! Yo iba del exilio
y las pequeñas treguas de separaciones entre Yo y Ellos eran causa
de nuevos incendios de amor, eran dones que preparaban para darme, y
Yo buscaba nuevos inventos para pedir piedad, misericordia para mis
hijos, que viviendo en el exilio estaban bajo los azotes de la
divina Justicia, y derritiéndome en amor le decía:
“Trinidad adorable, Yo me siento feliz, me siento Reina, no conozco
qué cosa sea infelicidad y esclavitud, es más, por vuestro Querer
que reina en Mí, son tales y tantas las alegrías, las felicidades
que, pequeñita como soy, no puedo abrazarlas todas… Pero entre tanta
felicidad, una vena de amargura intensa hay dentro de mi pequeño
Corazón: Siento en él a mis hijos infelices, esclavos de su voluntad
rebelde. ¡Piedad, Padre Santo, piedad! ¡Ah, haz completa mi
felicidad! A estos hijos infelices que más que Madre llevo en mi
materno Corazón, hazlos felices: Haz descender al Verbo Eterno sobre
la tierra y todo será concedido. Yo no me bajaré de tus rodillas
Paternas si no me das el rescrito de gracia, de manera que pueda
llevarles a mis hijos la alegre noticia de su redención.” La
Divinidad quedaba conmovida ante mis oraciones y colmándome de
nuevos dones me decía: “Vuelve al exilio y continúa tus oraciones,
extiende el Reino de nuestra Voluntad en todos tus actos y a su
tiempo te contentaremos.”
Pero no me decían ni cuándo ni dónde habría de descender el Verbo.
Así que Yo partía del Cielo sólo para cumplir la Divina Voluntad;
esto para Mí era el sacrificio más heroico, pero lo hacía
voluntariamente con mucho gusto para hacer que Ella sola tuviera su
pleno dominio sobre Mí. Ahora escúchame, hija mía, ¡cuánto me costó
tu alma… hasta llegar a amargarme el inmenso mar de mis alegrías y
felicidades! Cada vez que tú haces tu voluntad te haces esclava y
sientes la infelicidad, y Yo, como Mamá tuya, siento en mi Corazón
la infelicidad de mi hija. ¡Oh, qué doloroso es tener hijos
infelices! Aprende a hacer sólo la Divina Voluntad como Yo, que
llegaba hasta a venirme del Cielo para hacer que mi voluntad no
tuviera vida en Mí. Ahora, hija mía, continúa escuchándome: El
primer deber en todos tus actos sea adorar a tu Creador, conocerlo y
amarlo. Esto te pone en el orden de la creación y reconoces a Aquél
que te creó. Este es el deber más santo de toda criatura: reconocer
su origen.
Debes saber que mi transportarme al Cielo, rezar, bajar, formaba la
aurora alrededor de Mí, que expandiéndose en todo el mundo,
circundaba los corazones de mis hijos para hacer que después del
alba surgiera la aurora para hacer despuntar el esperado día sereno
del Verbo Divino sobre la tierra.
El alma: Mamita Celestial, al verte que recién nacida apenas me
das lecciones tan santas, me siento arrobar y comprendo cuánto me
amas, hasta llegar a hacerte infeliz por causa mía. ¡Ah, Mamá Santa!
Tú, que tanto me amas, haz descender en mi corazón la potencia, el
amor, las alegrías que te inundan, a fin de que llena de ellas, mi
voluntad no encuentre lugar para vivir en mí y libremente ceda el
lugar al dominio de la Divina Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, harás tres actos de adoración
a tu Creador rezando tres Gloria Patri para agradecerle por cuantas
veces tuve la gracia de ser admitida en su presencia.
Jaculatoria: ¡Mamá Celestial, haz surgir la aurora de la
Divina Voluntad en mi alma!.
DÍA 12
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Sale de la cuna, da los primeros pasos y con sus actos infantiles
llama a Dios a descender a la tierra y llama a las criaturas a vivir
en la Divina Voluntad.
El alma a la Celestial Reinecita:
Heme aquí de nuevo Contigo, mi querida Niña, en la casa de Nazaret.
Quiero ser espectadora de tu edad infantil, quiero darte la mano
mientras das tus primeros pasos y hablas con tu santa mamá Ana y con
tu padre Joaquín. Pequeñita como eres, después de que aprendiste a
caminar, ayudas a santa Ana en pequeños servicios. ¡Mamita mía,
cuánto me eres querida! ¡Ah! Dame tus lecciones a fin de que siga tu
infancia y aprenda de ti a vivir, aun en las pequeñas
acciones humanas, en el Reino de la Divina Voluntad.
Lección de la pequeña Reina del Cielo:
Querida hija mía, mi único deseo es el de tener junto a Mí a mi
hija, sin ti me siento sola y no tengo a quien confiar mis secretos;
son mis cuidados maternos los que quieren a mi lado a mi hija que
tengo en mi Corazón para darle mis lecciones y así hacerle
comprender cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. Pero en
Él no entra el querer humano sino que éste queda aplastado y en acto
de sufrir continuas muertes ante la Luz, la santidad y la potencia
de la Divina Voluntad. Pero ¿crees que el querer humano queda
afligido porque el Querer Divino lo tiene en acto de morir
continuamente?
¡Ah no, no! Más bien se siente feliz de que sobre su voluntad
muriente renace y surge la Voluntad Divina victoriosa y triunfante,
que le lleva alegría y felicidad sin término. Basta con comprender,
hija querida, qué significa hacerse dominar por Ella y sentirlo,
para hacer que la criatura
aborrezca tanto su voluntad que esté dispuesta a hacerse cortar en
pedazos antes que salir de la Divina Voluntad. Ahora escúchame desde
donde dejé: Yo partí del Cielo sólo para hacer la Voluntad del
Eterno, y si bien tenía mi Cielo en Mí, el cual era la Voluntad
Divina, y era inseparable de mi Creador, también me gustaba estar en
la Patria Celestial, y mucho más, pues estando la Divina Voluntad en
Mí, Yo sentía los derechos de hija de estar con Ellos y que me
arrullaran como pequeñita entre sus brazos Paternos y de participar
en todas las alegrías, felicidades, riquezas, santidad que poseen;
tomaba cuanto más podía y me llenaba tanto hasta no poder contener
más. El Ser Supremo gozaba al ver que Yo sin temor, es más, con sumo
amor me llenaba de sus bienes y Yo no me asombraba de que me dejaran
tomar lo que Yo quería:
Era su hija, una era la Voluntad que nos animaba, lo que Ellos
querían lo quería Yo. Así que sentía que las propiedades de mi Padre
Celestial eran mías, con la única
diferencia de que Yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos
sus bienes; por más que tomaba, quedaban tantos que no tenía
capacidad en dónde ponerlos porque era siempre criatura; en cambio
la Divinidad era grande, inmensa y en un solo acto abraza todo.
Entonces, en cuanto me hacían entender que me debía privar de sus
alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, Yo
partía del Cielo sin tardanza y volvía entre mis queridos padres.
Ellos me amaban mucho y Yo era tan amable y bella, tan alegre,
pacífica y llena de gracias infantiles, que raptaba su afecto. Ellos
eran todo ojos para Mí, Yo era su joyel y cuando me tomaban en sus
brazos, sentían cosas insólitas y una vida divina palpitante en Mí.
Hija de mi Corazón, debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá
abajo, la Divina Voluntad principió a extender su Reino en todos mis
actos. Así que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento
que tomaba, el sueño, los pequeños servicios que hacía a mi madre
para ayudarle, eran todos animados por la Voluntad Divina.
Y como Yo te llevaba siempre en mi Corazón, te llamaba como hija
mía, en todos mis actos llamaba tus actos junto con los míos a fin
de que también en tus actos, aun en los más indiferentes, se
extendiera el Reino del Querer Divino. ¡Considera cuánto te amé…!
Cuando rezaba, llamaba a tu oración en la mía, a fin de que la tuya
y la mía fueran valorizadas con un solo valor y un solo poder: El
valor y el poder de la Voluntad Divina. Cuando hablaba, llamaba a tu
palabra; cuando caminaba, llamaba a tus pasos y cuando realizaba las
más simples acciones indispensables a la naturaleza humana, como
traer agua, barrer, darle la leña a mi mamá para encender el fuego y
otras cosas similares, Yo invitaba en estos actos a tus mismos
actos, para valorizarlos con la Voluntad Divina y para que en mis
actos y en los tuyos se extendiera su Reino. Y mientras te llamaba a
ti en cada acto mío, llamaba al Verbo Divino para que descendiera a
la tierra.
¡Oh, cuánto te amé, hija mía! Quería tus actos en los míos para
hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo. Pero ¡ay! Cuántas
veces yo te llamaba a ti y a tus actos y con sumo dolor mío mis
actos quedaban aislados y los tuyos los veía como perdidos en tu
voluntad humana, formando, cosa horrible de decirse, un reino no
divino sino humano: El reino de las pasiones, del pecado, de las
infelicidades y de la desventura… Tu Mamá lloraba entonces sobre tu
desventura… Y aún ahora, en cada acto de voluntad humana que haces,
conociendo el reino infeliz al que te lleva, mis lágrimas se
derraman para hacerte comprender el gran mal que haces. Por eso,
escucha a tu Mamá:
Si das muerte a tu querer para que el Divino Querer tenga vida en
ti, por derecho te serán dadas las alegrías, las felicidades, todo
será en común entre tú y tu Creador; las debilidades, las miserias
quedarán desterradas de ti. Además, serás la más querida de mis
hijas y Yo te tendré en mi mismo reino para hacerte vivir siempre de
Voluntad Divina.
El alma:
Mamá Santa, ¿quién, al verte llorar, puede resistirte y rehusarse a
escuchar tus santas lecciones? Yo con todo mi corazón te prometo, te
juro no hacer jamás, jamás mi voluntad; y Tú, Mamá divina, no me
dejes nunca sola, para que con el imperio de tu presencia aplastes
mi voluntad y hagas reinar siempre, siempre a la Voluntad de Dios en
mí.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, me ofrecerás todos tus actos
y me recitarás tres Ave Marias en memoria de los tres años que viví
con mi Mamá Santa Ana.
Jaculatoria: Reina Poderosa rapta mi corazón para encerrarlo en
la Voluntad de Dios.
DÍA 13
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Se va al templo y da ejemplo de total triunfo en el sacrificio.
El alma a la Reina Triunfante: Mamá Celestial, hoy vengo a
postrarme ante ti para pedirte tu fuerza invencible, es decir, que
en todas mis penas, y Tú sabes cómo está lleno mi corazón hasta
sentirme ahogada en penas, tomes mi corazón entre tus manos, si
tanto quieres hacerme de Madre, y derrama en él el amor, la gracia,
la fuerza para triunfar en mis penas y para convertirlas todas en
Voluntad Divina.
Lección de la Reina Triunfante:
Hija mía, ánimo, no temas, tu Mamá es toda para ti y hoy te esperaba
para que mi
heroísmo y mi triunfo en el sacrificio te infundan fortaleza y
valor, y así pueda ver a mi hija triunfante en sus penas y con el
heroísmo de sobrellevarlas con amor y para cumplir la Divina
Voluntad. Ahora, hija mía, escúchame: Yo había cumplido apenas tres
años cuando mis padres me hicieron saber que querían consagrarme al
Señor en el Templo. Mi corazón exultó de alegría al saber que me iba
a consagrar y que iba a pasar mis años en la casa de Dios, pero
junto a mi alegría había un dolor:
La privación de los más queridos que se pueden tener en la tierra,
que eran mis queridos padres. Era pequeña aún, tenía necesidad de
sus cuidados Paternales y me privaba de la presencia de los grandes
santos; además, veía que a medida que se acercaba el día de privarse
de Mí, que era la que hacía plena de alegría y felicidad su vida,
sentían tal amargura que se sentían morir, pero aunque sufrían,
estaban dispuestos a hacer el acto heroico de conducirme al Señor.
Mis queridos padres me amaban en orden a Dios y me
consideraban como un gran don dado a ellos por Dios, y esto les dio
la fuerza para cumplir el doloroso sacrificio. Si también tú, hija
mía, quieres tener fuerza invencible para sufrir las penas más
duras, haz que todas tus cosas sean en orden a Dios y considéralas
como dones preciosos dados a ti por el Señor. Debes saber que Yo con
valor preparaba mi partida al templo, porque en cuanto entregué mi
voluntad al ser Divino y el Fiat Supremo tomó posesión de todo mi
ser, adquirí todas las virtudes en naturaleza, Yo era la dominadora
de Mí misma, todas las virtudes estaban en Mí como tantas nobles
princesas y según las circunstancias de mi vida prontamente se
ofrecían a hacer su oficio sin ninguna resistencia. En vano me
habrían llamado Reina si no hubiera tenido virtud de ser reina sobre
Mí misma. Así que tenía en mi dominio la caridad perfecta, la
paciencia invencible, la dulzura raptora, la humildad profunda y
todo el ajuar de las demás virtudes.
La Divina Voluntad hizo a la pequeña tierra de mi afortunada
humanidad siempre florida y sin las espinas de los vicios. ¿Ves
entonces, hija mía, qué significa vivir de Voluntad Divina? Su luz,
su santidad y potencia convierten en naturaleza todas las virtudes y
Ella no se abaja a reinar en un alma donde está la naturaleza
rebelde, ¡no, no! Ella es santidad y donde debe reinar quiere la
naturaleza ordenada y santa. Entonces, el sacrificio de ir al templo
era una conquista que Yo hacía y sobre el sacrificio venía formado
el triunfo de la Voluntad Divina en Mí, y estos triunfos llevaban
dentro de Mí nuevos mares de gracia, de santidad y de luz hasta
sentirme feliz en mis penas con tal de poder conquistar nuevos
triunfos. Ahora, hija mía, pon la mano sobre tu corazón y dile a tu
Mamá: ¿Sientes tu naturaleza cambiada en virtud? ¿O más bien sientes
las espinas de la impaciencia, las hierbas nocivas de las
agitaciones, los humores malos de los afectos no santos?
Mira, deja hacer a tu Mamá, dame tu voluntad entre mis manos con
decisión de no quererla más y Yo te haré poseer por la Voluntad
Divina, la cual desterrará todo de ti y lo que no has hecho en
tantos años lo harás en un día, el cual será el principio de tu
verdadera vida, de tu felicidad y de tu verdadera santidad.
El alma:
Mamá Santa, ayuda a tu hija, hazme una visita en mi alma y todo lo
que encuentres que no es Voluntad de Dios, con tus manos maternas
arráncalo de mí, quema las espinas, las hierbas nocivas y Tú misma
llama a la Divina Voluntad a reinar en mi alma.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, me llamarás tres veces a
visitar tu alma y me darás toda la libertad de hacer lo que quiero
de ti.
Jaculatoria: Soberana Reina, toma entre tus manos mi alma y
transfórmala toda en Voluntad de Dios.
DÍA 14
La Reina del Cielo en el Reino De la Divina Voluntad.
Llega al templo. Su estancia. Se hace modelo de las almas
consagradas al Señor.
El alma a la Celestial Reina, Modelo de las almas:
Mamá Celestial, tu pobre hija siente la irresistible necesidad
de estarse contigo, de seguir tus pasos, de ver tus acciones para
copiarlas, hacerlas mi modelo y mantenerlas como guía de mi vida.
Siento la necesidad de ser guiada porque por mí no sé hacer nada,
pero con mi Mamá que me ama tanto, sabré hacer todo y sabré hacer
sólo la Divina Voluntad.
Lección de la Celestial reina, modeladora de las almas:
Querida hija, es mi ardiente deseo hacer que seas espectadora de mis
acciones para que te enamores e imites a tu Mamá, por eso dame la
mano, Yo me sentiré más feliz al tener a mi hija junto conmigo. Así
que préstame atención y escúchame. Yo dejé la casa de Nazaret
acompañada por mis santos padres y al dejarla quise dar una última
mirada a aquella casita en la cual había nacido para agradecer a mi
Creador por haberme dado un lugar en donde nacer y para dejarla en
la Divina Voluntad, a fin de que mi infancia y tantos queridos
recuerdos míos, pues estando Yo llena de razón todo comprendía,
fueran depositados y custodiados en la Divina Voluntad como prendas
de mi amor hacia Aquél que me había creado.
Hija mía, el agradecer al Señor y depositar en sus manos nuestros
actos como prendas de nuestro amor por Él, son nuevos canales de
gracias y comunicaciones que se abren
entre Dios y el alma y es el homenaje más bello que se pueda rendir
a Quien tanto nos ama. Por tanto aprende de Mí a agradecer al Señor
de todo lo que disponga de ti y en todo lo que estás por realizar,
tu palabra sea: “Gracias, oh Señor, deposito todo en tus manos”.
Mientras dejé todo en el Fiat Divino, como Él reinaba en Mí y nunca
me dejó ni un instante de mi vida, y Yo lo llevaba como en triunfo
en mi pequeña alma, ¡y oh, los prodigios del Divino Querer!, con su
virtud conservadora mantenía el orden de todos mis actos, pequeños y
grandes, y los mantenía como en acto dentro de Mí, como triunfo suyo
y mío, así que nunca perdí la memoria de un solo acto mío, y esto me
daba tanta Gloria y honor que me sentía Reina, porque cada acto mío
hecho en la Divina Voluntad era más que sol y Yo quedaba adornada de
luz, de felicidades, de alegrías, Ella me traía su Paraíso.
¡Hija mía, el vivir de Voluntad Divina debería ser el deseo, el
anhelo y la pasión de todos… Tanta es la belleza que se adquiere y
el bien que se siente! Todo lo contrario la voluntad humana: Ella
tiene virtud de amargar a la pobre criatura, la oprime, forma la
noche, la hace caminar a tientas y va siempre cojeando en el bien, y
muchas veces pierde memoria del poco bien que ha hecho. Hija mía, Yo
partí de mi casa Paterna con valor y desapego porque veía únicamente
al Querer Divino, en el Cual tenía fijo mi Corazón y esto me bastaba
para todo. Mientras caminaba para ir al templo, miraba toda la
creación y ¡oh maravilla! Sentí el latido de la Divina Voluntad en
el Sol, en el viento, en las estrellas, en el cielo, bajo mis pasos
la sentí palpitante y el Fiat Divino que reinaba en Mí ordenó a toda
la creación, que como velo la escondía, que todos se inclinaran y me
dieran honor de Reina. Todos se inclinaron dándome señales de
sujeción, ni la más pequeña florecita del campo dejó de darme su
pequeño homenaje.
Yo ponía en fiesta a todo y cuando por necesidad salía de la
habitación, la creación se ponía en actitud de darme muestras de
honor, y Yo quedaba obligada a ordenarles que se estuvieran en su
lugar y que siguieran el orden de nuestro Creador. Ahora escucha a
tu Mamá y dime: ¿En tu corazón sientes la alegría, la paz, el
desapego de todo y de todos y el valor de poder hacer cualquier cosa
con tal de cumplir la Divina Voluntad, de manera que sientes en ti
fiesta continua? Hija mía, la paz, el desapego, el valor, forman el
vacío en el alma, en el cual puede tomar lugar la Divina Voluntad, y
siendo Ella intangible de toda pena, lleva la fiesta perenne a la
criatura. Por tanto, ánimo, hija mía, dime que quieres vivir de
Voluntad Divina y tu Mamá pensará en todo. Mañana te espero para
decirte el modo como me comporté en el templo.
El alma:
Mamá mía, tus lecciones me raptan y me descienden hasta en el
corazón. Ah, Tú que tanto quieres que tu hija viva de Voluntad
Divina, con tu imperio vacíame de todo, infúndeme el valor necesario
para que dé muerte a mi voluntad y yo confiando en ti te diré:
“Quiero vivir de Voluntad Divina”.
Pequeño sacrificio: Hoy, para honrarme, me darás todos tus actos
como prenda de amor hacia Mí y Yo los depositaré en la Divina
Voluntad, y me dirás cada vez: “Te amo Mamá mía”.
Jaculatoria: Mamá Celestial, vacíame de todo para esconderme en
la Voluntad de Dios.
DÍA 15
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Continúa el mismo tema: Su vida en el templo.
El alma a la Reina del Cielo: Mamá Reina, he aquí a tu hija a tu
lado para seguir tus pasos al entrar al templo y oh, cómo quisiera
que mi Mamá tomara mi pequeña alma y la encerrara en el templo vivo
de la Voluntad de Dios, que me aislara de todos excepto de mi Jesús
y de su dulce compañía.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, cómo me
es dulce tu susurro a mi oído, al decirme que quieres que te
encierre en el templo vivo de la Divina Voluntad y que no quieres
otra compañía más que la de tu Jesús y la mía, ah, hija querida, tú
haces surgir en mi materno Corazón las alegrías de verdadera Madre.
Y si esto me dejas hacer, Yo estoy segura de que mi hija será feliz,
mis alegrías serán las suyas, y tener una hija feliz es la más
grande felicidad y Gloria de un corazón materno. Ahora escúchame,
hija mía: Yo llegué al templo sólo para vivir de Voluntad Divina.
Mis santos padres me entregaron a los Superiores del templo, quienes
me consagraron al Señor. Mientras eso sucedía, Yo estaba vestida de
fiesta, y cantaron himnos y profecías relacionadas con el futuro
Mesías, ¡oh cómo se alegró mi Corazón! Después di con valor el
“adiós” a mis queridos y santos padres, les besé la mano, les
agradecí por los cuidados que habían tenido de mi infancia y por
haberme consagrado al Señor con tanto amor y sacrificio. Mi actitud
pacífica, sin llanto y resuelta infundió en ellos tanto valor que
tuvieron la fuerza de dejarme y alejarse de Mí.
La Voluntad Divina imperaba sobre Mí y extendía su Reino en todos
esos actos míos. Oh potencia del Fiat, sólo tú podías darme, aún tan
pequeñita, el heroísmo y la fuerza de separarme de quienes tanto me
amaban y que Yo veía que sentían destrozárseles el corazón al
separarse de Mí. Me encerré, entonces, hija mía, en el templo, y el
Señor lo quiso para hacerme extender en los actos que debía hacer en
él, el Reino de la Divina Voluntad, para preparar el terreno con mis
actos humanos y el cielo de la Divina Voluntad que debía formarse
sobre este terreno, para todas las almas consagradas al Señor. En
aquel sagrado lugar Yo era atentísima a todos los deberes que tenía
que hacer, era pacífica con todos, jamás fui para ninguno causa de
amargura o de molestia, me sometía a los servicios más humildes y no
encontraba dificultad en nada, ni en barrer, ni en lavar los platos…
cualquier sacrificio era para mí un honor y un triunfo. Y ¿quieres
saber el por qué?
Porque Yo no veía nada, todo para Mí era Voluntad de Dios. La
campanita que me llamaba era el Fiat, Yo oía el sonido misterioso
del Querer Divino que me llamaba en el sonido de la campanita y mi
Corazón gozaba y corría para ir a donde el Fiat me llamaba; la regla
era la Divina Voluntad y a mis Superiores los veía como exponentes
de aquel Querer tan santo. Así que para Mí, la campanita, la regla,
los Superiores, mis acciones, aun las más humildes, eran alegrías y
fiestas que me preparaba el Fiat Divino, el cual, extendiéndose aun
fuera de Mí, me llamaba a extender su Voluntad para formar su Reino
en los más pequeños actos míos. Y Yo hacía como el mar que esconde
todo lo que posee y no deja ver más que agua, escondía todo en el
mar inmenso del Fiat Divino y no veía más que mar de Voluntad Divina
y por eso todas las cosas me llevaban felicidad y fiestas. ¡Ah, hija
mía! En mis actos corrías tú y todas las almas; Yo no sabía hacer
nada sin mi hija, pues era precisamente para mis hijos para quienes
preparaba el Reino de la Divina Voluntad.
Oh, si todas las almas consagradas al Señor en los lugares santos
hicieran desaparecer todo en la Divina Voluntad, qué felices serían,
convertirían a las comunidades en tantas familias celestiales y
poblarían la tierra de tantas almas santas. Pero ¡ay!, debo decirlo
con dolor de Madre, ¿cuántas amarguras, molestias, discordias no
hay…? Siendo que la santidad no está en el oficio que les toca sino
en cumplir la Voluntad Divina en cualquier oficio asignado a ellas,
la cual es la pacificadora de las almas y la fuerza y sostén en los
sacrificios más duros.
El alma: Oh Mamá Santa, cuán bellas son tus lecciones, qué
dulcemente descienden a mi corazón. Ah, te pido que extiendas en mí
el mar del Fiat Divino y lo pongas en torno a mí a fin de que tu
hija no vea y no conozca nada más que la Divina Voluntad, de modo
que nAvegando siempre en Ella, pueda conocer sus secretos, sus
alegrías y su felicidad.
Pequeño sacrificio: Recitarás doce Ave Marias para honrar los
doce años que viví en el templo y unirás todos tus actos a los míos.
Jaculatoria: Mamá Reina enciérrame en el Sagrado templo de la
Voluntad de Dios.
DÍA 16
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Continúa su vida en el templo y forma el nuevo día para hacer surgir
el resplandeciente Sol del Verbo Divino en la tierra.
El alma a su Mamá Celestial:
Mamá mía dulcísima, siento que me has robado el corazón y yo corro
hacia mi Mamá que tiene mi corazón en el suyo como prenda de mi
amor, y en el lugar de mi corazón quiere poner como prenda de su
amor de Madre la Divina Voluntad, por eso vengo a tus brazos para
que como hija tuya me prepares, me des tus lecciones y hagas lo que
Tú quieras de mí. Te pido que no dejes nunca sola a tu hija, sino
que la tengas siempre, siempre junto contigo.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, ¡oh,
cómo suspiro tenerte siempre junto conmigo, quisiera ser tu latido,
tu respiro, las obras de tus manos, el paso de tus pies, para
hacerte sentir por medio mío cómo obraba la Divina Voluntad en Mí,
quisiera derramar en ti su Vida. ¡Oh, cómo Ella es dulce, amable,
encantadora y raptora! ¡Oh, cómo me harías doblemente feliz si te
tuviera a ti, hija mía, bajo el imperio total de ese Fiat Divino que
formó toda mi fortuna, mi felicidad y mi Gloria! Ahora, préstame
atención y escucha a tu Mamá que quiere compartir junto contigo su
fortuna.
Yo continué mi vida en el templo, pero el Cielo para Mí no estaba
cerrado, Yo podía ir cuantas veces quisiera, tenía el paso libre
para subir y bajar. En el Cielo tenía mi Familia Divina y Yo ardía y
suspiraba por entretenerme junto con Ella; la misma Divinidad me
esperaba con mucho amor para conversar junto conmigo, para gozarse y
hacerme más feliz, más bella, más querida a sus ojos. Por lo demás,
no me habían creado para mantenerme lejos, ¡no, no! Querían gozarme
como hija, querían oír cómo mis palabras animadas por el Fiat tenían
la potencia de poner paz entre Dios y las criaturas, les placía ser
vencidos por su pequeña hija y oírse repetir: “Descienda, descienda
el Verbo a la tierra.” Puedo decir que la misma Divinidad me llamaba
y Yo corría, volaba hacia Ellos, mi presencia, como no había hecho
nunca mi voluntad humana, les correspondía por el amor y por la
Gloria de la gran obra de toda la creación, y por eso me confiaban
el secreto de la historia del género humano y yo pedía y pedía para
que llegara la paz entre Dios y el hombre.
Hija mía, debes saber que la voluntad humana fue la única que cerró
el Cielo y por eso no le era dado penetrar en aquellas celestes
regiones ni tener relación familiar con su Creador, es más, la
voluntad humana lo había arrojado lejos de Aquél que la había
creado. Cuando el hombre se sustrajo de la Voluntad Divina se volvió
miedoso, tímido, perdió el dominio de sí mismos y de toda la
creación; todos los elementos, como estaban dominados por el Fiat,
habían quedado superiores a él y le podían hacer mal, el hombre
tenía miedo de todo. ¿Y te parece poco, hija mía, que aquél que
había sido creado rey y dominador de todo llegaba a tener miedo de
Aquél que lo había creado? Extraño, hija mía, y diría que es casi
contra naturaleza que un hijo tenga miedo de su padre, mientras que
es natural que cuando se genera a la vez amor y confianza entre
padre e hijo, y esto se puede llamar la primera herencia que le toca
al hijo y el primer derecho que le toca al padre. Así que Adán, al
hacer su voluntad, perdió la heredad de su Padre, perdió su Reino y
se volvió el hazme reír de todas las cosas creadas. Hija mía,
escucha a tu Madre y pondera bien el gran mal de la voluntad humana:
Ella quita los ojos al alma y la hace ciega, de tal manera que todo
es tinieblas y temor para la pobre criatura. Por eso, pon la mano
sobre tu corazón y júrale a tu Mamá que prefieres morir antes que
hacer tu voluntad. Yo, al no hacer nunca mi voluntad no tenía ningún
temor de mi Creador. ¿Cómo podía tener temor si me amaba tanto? Su
Reino se extendía tanto en Mí que con mis actos iba formando el
pleno día para hacer surgir el nuevo Sol del Verbo Eterno sobre la
tierra, y Yo, conforme veía que se iba formando el día, aumentaba
mis súplicas para obtener el suspirado día de la paz entre el Cielo
y la tierra. Mañana te espero para narrarte otra sorpresa de mi vida
acá abajo.
El alma:
Soberana Mamá mía, cómo son dulces tus lecciones. Ah, cómo me hacen
comprender el gran mal de mi voluntad humana. Oh, cuántas veces
también yo siento en mí temor, timidez y me siento como lejana de mi
Creador. Ah, es mi voluntad humana que reina en mí no la Divina y
por eso yo siento sus tristes efectos. Así que si me amas como hija
toma mi corazón en tus manos y quítame el temor, la timidez que me
impide el vuelo hacia mi Creador y en lugar de ellas pon en mí aquel
Fiat que tanto amas y que quieres que reine en mi alma.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, pondrás en mis manos todo lo
que sientes de molestia, de temor, de desconfianza, para que te lo
convierta en Voluntad de Dios, diciéndome tres veces: “Mamá mía, haz
que reine la Divina Voluntad en mi alma”.
Jaculatoria: Mamá mía, confianza mía, forma el día de la
Voluntad Divina en mi alma.
DÍA 17
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Sale del templo. Se desposa con San José. Es espejo Divino en el que
llama a reflejarse a todos aquéllos que son llamados por Dios al
estado conyugal.
El alma a su Mamá Celestial:
Mamá Santa, hoy más que nunca siento la necesidad de permanecer
estrechada entre los brazos de mi Mamá, para que el Divino Querer
que reina en ti forme el dulce encanto a mi voluntad, a fin de que
esté dominada y no se atreva a hacer algo que no sea Voluntad de
Dios. Tus lecciones de ayer me hicieron comprender la cárcel a la
que la voluntad humana arroja a la pobre criatura y yo temo que la
mía haga sus escapadas y vuelva a tomar su lugar en mí. Por eso, me
confío a ti, Mamá, a fin de que Tú me vigiles tanto que yo pueda
estar segura de vivir siempre de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, ánimo y confianza
en tu Mamá y propósito férreo de nunca dar vida a tu voluntad. Oh,
cómo me gustaría escuchar de tus labios: “Mamá mía, mi voluntad se
acabó, todo el imperio lo tiene en mí el Fiat Divino”.
Y esas son las armas que la hacen estar muriendo continuamente y
vencen el Corazón de tu Mamá para usar todas las artes amorosas de
Madre para que su hija viva en el reino de su Mamá. Para ti será
dulce muerte que te dará la verdadera vida y para Mí será la más
bella de las victorias que haré en el Reino de la Divina Voluntad.
Por eso, confianza en Mí y valor. La desconfianza es de los viles y
de aquéllos que no están verdaderamente decididos a obtener la
victoria y por eso permanecen siempre sin armas, y sin armas no se
puede vencer, están siempre vacilantes y son intermitentes en hacer
el bien. Ahora, hija mía, escúchame: Yo continuaba mi vida en el
templo y con mis escapadas allá arriba, a mi Patria Celestial. Yo
tenía mis derechos de hija de visitar a mi Familia Divina, que me
pertenecía más que Padre. Pero ¿cuál no fue mi sorpresa cuando en
una de estas visitas Dios me hizo conocer que era su Voluntad que Yo
saliera del templo uniéndome con vínculo de desposorios, según el
uso de aquellos tiempos, con un hombre santo llamado José, para
retirarme después con él a vivir en la casa de Nazaret? Hija mía, en
este paso de mi vida aparentemente parece que Dios quería ponerme
una prueba. Yo nunca había amado a nadie en el mundo, y como la
Voluntad Divina se extendía en todo mi ser y mi voluntad humana no
había tenido nunca un acto de vida, por lo tanto en Mí faltaba el
germen del amor humano, ¿cómo habría entonces podido amar a un
hombre en el orden humano, por santo que fuera?
Es verdad que yo amaba a todos y era tanto mi amor hacia todos que
este amor de Madre había escrito en mi Corazón materno con
caracteres de fuego imborrable a uno por uno, pero este amor era
totalmente en el orden del amor divino. El amor humano, comparado
con el Divino, puede llamarse sombra, humo, átomo de amor… Sin
embargo, querida hija, de esto que aparentemente parecía riesgo y
como extraño a la santidad de mi vida, Dios se sirvió admirablemente
para cumplir sus designios y concederme la gracia tan suspirada por
Mí: El descendimiento del Verbo a la tierra. Dios me daba la
salvaguardia, la defensa, la ayuda para que ninguno pudiera hablar
mal de Mí, de mi honestidad. San José debía ser el cooperador, el
tutor que se debía ocupar de lo poco de humano que se necesitaba, la
sombra de la Paternidad celestial bajo la cual debía formarse
nuestra pequeña familia celestial en la tierra.
Entonces, a pesar de mi sorpresa, dije inmediatamente Fiat, sabiendo
que la Divina Voluntad no me habría hecho mal ni habría perjudicado
mi santidad. En cambio, si hubiera querido poner un acto de mi
voluntad humana, aun bajo el aspecto de no querer conocer hombre,
hubiera mandado a la ruina los planes de la venida del Verbo a la
tierra. Por lo tanto, no es la diversidad de los estados lo que
perjudica la santidad, sino la falta de la Divina Voluntad y del
cumplimiento de los propios deberes en el estado al cual Dios llama
a la criatura. Todos los estados son santos, también el matrimonio,
siempre y cuando esté dentro la Divina Voluntad y el sacrificio en
el cumplimiento exacto de los propios deberes. Sin embargo, la mayor
parte de hombres y mujeres son indolentes y flojos y no sólo no se
hacen santos, sino que forman del estado de cada uno, unos un
purgatorio y otros un infierno. En cuanto conocí que debía salir del
templo, Yo no dije palabra a nadie y esperé que Dios mismo moviera
las circunstancias externas para hacerme cumplir su adorable
Voluntad. Como de hecho sucedió: Los Superiores del templo me
llamaron y me dijeron que era voluntad de ellos y también el uso de
aquellos tiempos, que Yo debía prepararme a los esponsales; Yo
acepté y milagrosamente la elección recayó, entre tantos, en San
José; así que se celebraron los esponsales y Yo salí del templo. Por
esto te pido, hija de mi Corazón, que en todas las cosas te importe
únicamente la Divina Voluntad si quieres que los designios divinos
se cumplan también en ti.
El alma: Reina Celestial, tu hija se confía a ti y con mi
confianza quiero herirte el Corazón, y esta herida diga siempre en
tu materno Corazón: ¡Fiat, Fiat, Fiat!, te pide siempre tu pequeña
hija.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, vendrás a mis rodillas y
recitarás quince Gloria Patri para agradecer al Señor todas las
Gracias que me concedió hasta los quince años de mi vida.
Jaculatoria: Reina poderosa, concédeme las armas para ganar
la batalla a mi Voluntad.
DÍA 18
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
En la casa de Nazaret. Cielo y tierra están a punto de darse el beso
de paz. La hora divina está cercana.
El alma a su Mamá Reina:
Mamá mía Soberana, estoy de regreso para seguir tus pasos; tu amor
me ata y como imán potente me tiene fija y toda ocupada en escuchar
las bellas lecciones de mi Mamá. Pero esto no me basta; si me amas
como hija, enciérrame dentro del Reino de la Divina Voluntad en el
cual viviste y vives y cierra la puerta, de modo que, aunque lo
quisiera, no pueda salirme jamás, y así, Madre e hija haremos vida
común y ambas seremos felices.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, ¡si tú
supieras cuánto suspiro por tenerte encerrada en el Reino de la
Divina Voluntad! Cada lección que te doy es una barrera de más que
formo para impedirte salir, es una fortaleza más para poner tu
voluntad entre muros a fin de que comprenda y quiera permanecer bajo
el dulce imperio del Fiat Supremo. Por esto, sé atenta al escucharme
porque es trabajo que tu Mamá hace para seducir y raptar tu voluntad
y para hacer triunfar en ti a la Voluntad Divina. Escúchame pues,
querida hija:
Yo salí del Templo con el mismo valor con el que entré y solamente
para cumplir la Divina Voluntad. Iba a Nazaret y no encontraría ya a
mis queridos y santos padres; iba acompañada sólo por San José. Yo
veía en él a mi buen ángel que Dios me había dado para mi custodia,
además de que tenía legiones de ángeles que me acompañaban en el
viaje y todas las cosas creadas me hacían inclinaciones de honor y…
agradeciéndoles, daba a cada una de ellas mi beso y mi saludo de
Reina… Y así llegué a Nazaret. Debes saber que San José y Yo nos
mirábamos con recato y los dos sentíamos el corazón ansioso, pues
uno quería hacer conocer al otro recíprocamente que estaba atado a
Dios con el voto de virginidad perpetua. Al fin se rompió el
silencio y mutuamente nos hicimos conocer el voto. ¡Cómo nos
sentimos felices! Y agradeciéndole al Señor nos prometimos vivir
juntos como hermano y hermana. Yo era atentísima en servirlo; nos
mirábamos con veneración, y la aurora de la paz reinaba en medio de
nosotros. ¡Oh, si todos reflejándose en Mí me imitaran…! Yo me
adaptaba a la vida común, nada dejaba transparentar de los grandes
mares de gracia que poseía. En la casa de Nazaret Yo me sentía más
que nunca encendida y pedía que el Verbo Divino descendiera a la
tierra.
La Divina Voluntad que reinaba en Mí no hacía otra cosa que investir
todos mis actos de luz, de belleza, de santidad, de potencia. Yo
sentía que Ella formaba en Mí el Reino de la Luz que siempre surge,
el Reino de la belleza, de la santidad y de la potencia que siempre
crecen. Así que todas la cualidades divinas que el Fiat Divino
extendía en Mí con su reinar, me llevaban la fecundidad; la luz que
me invadía era tanta que mi misma humanidad quedaba en tal modo
embellecida y revestida por este Sol del Querer Divino, que producía
continuamente flores celestiales. Yo sentía que el Cielo descendía
hasta Mí y que la tierra de mi humanidad subía, y Cielo y tierra se
abrazaban y se daban un recíproco beso de paz y de amor; y la tierra
se disponía a producir el germen para formar al Justo, al Santo y el
Cielo se abría para hacer descender al Verbo Divino en este germen.
Yo no hacía más que bajar y subir a mi Patria Celestial y arrojarme
en los brazos Paternos de mi Padre Celestial diciéndole de corazón:
“Padre Santo, no puedo más, me siento quemar, y mientras ardo siento
en Mí una fuerza potente que quiere vencerte, con las cadenas de mi
amor quiero atarte para desarmarte a fin de que ya no tardes más; en
las alas de mi amor quiero transportar al Verbo Divino del Cielo a
la tierra”, y rezaba y lloraba para ser escuchada. La Divinidad
vencida finalmente por mis lágrimas y oraciones me aseguró: “Hija,
¿quién te podrá resistir? ¡Tú has vencido! La hora divina está
próxima. Vuelve a la tierra y continúa tus actos en la potencia de
mi Querer, pues con ellos, todos quedarán sacudidos y Cielo y tierra
se darán el beso de paz.” Pero a pesar de esto, Yo no sabía aún que
Yo debía ser la Madre del Verbo Eterno. Querida hija, escúchame y
comprende bien qué significa vivir de Voluntad Divina:
Yo, al vivir de Ella, formé su cielo y su Reino Divino en mi alma;
si no hubiera formado en Mí este Reino, el Verbo no habría nunca
podido descender del Cielo a la tierra. Si descendió fue porque bajó
a su Reino que la Divina Voluntad había formado en Mí, y encontró en
Mí su Cielo y sus alegrías divinas. Jamás el Verbo habría descendido
a un reino extraño a Él, ¡no, no!
Quiso primero formar su Reino en Mí y luego bajar cual vencedor en
su reino. Y no sólo esto, sino que con vivir siempre de Voluntad
Divina, Yo adquirí por gracia lo que en Dios es naturaleza, es
decir, la fecundidad divina, para formar, sin obra de hombre, el
germen para hacer brotar de Mí la Humanidad del Verbo Eterno. Oh,
¿qué cosa no puede hacer la Divina Voluntad obrante en una criatura?
¡Ella puede hacer todo y todos los bienes posibles e imaginables!
Por eso, anhela con todas tus fuerzas que todo sea en ti Voluntad
Divina si quieres imitar a tu Mamá y hacerme feliz y contenta.
El alma: Mamá Santa, si Tú quieres, puedes; si tuviste el
poder para vencer aun a Dios y hacerlo descender del Cielo a la
tierra, no te faltará poder para vencer a mi voluntad para que ya no
tenga vida. Yo espero en ti y obtendré todo de ti.
Pequeño sacrificio: Para honrarme me harás una visita a la
casa de Nazaret y en homenaje me darás todos tus actos, los unirás a
los míos y de este modo los convertirás en Voluntad Divina.
Jaculatoria:
Emperatriz Celestial, trae el beso de la Voluntad de Dios a mi alma.
DÍA 19
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Las puertas del Cielo se abren. El Verbo Eterno se pone a observar y
envía a su Ángel para anunciar a la Santísima Virgen que la hora de
Dios ha llegado.
El alma a su Mamá Celestial:
Mamá Santa, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas, tu hija desea el
alimento de tu palabra dulcísima, la cual me da el bálsamo para
sanar las heridas de mi miserable voluntad humana. Mamá mía,
háblame, desciendan tus potentes palabras a mi corazón y formen una
nueva creación para formar el germen de la Divina Voluntad en mi
alma.
Lección de la Reina Soberana:
Hija queridísima, es precisamente ésta la finalidad que Yo busco:
hacerte oír los arcanos celestiales del Fiat Divino y los portentos
que puede obrar en donde reina completamente, y el gran mal que le
viene a quien se hace dominar del querer humano, a fin de que ames
al primero, para dejarle formar su trono en ti y aborrezcas al
segundo para hacer de tu voluntad humana el escabel del Querer
Divino, teniéndola sacrificada a sus pies divinos.
Ahora, hija mía, escúchame: Yo continuaba mi vida en Nazaret, el
Fiat Divino continuaba extendiendo en Mí su Reino, se servía de los
más pequeños e indiferentes actos míos, como eran: mantener el orden
en nuestra casita, encender el fuego, barrer, y todos los demás
servicios que se hacen en la familia, para hacerme sentir su misma
Vida palpitante en el fuego, en el agua, en el alimento, en el aire
que respiraba, en todo, e invistiendo mis pequeños actos formaba en
ellos mares de luz, de gracia, de santidad. Porque donde reina el
Divino Querer tiene la potencia de formar, de las pequeñeces, nuevos
cielos de belleza encantadora, pues siendo inmenso no sabe hacer
cosas pequeñas, sino que con su potencia da valor a las pequeñeces y
las convierte en las cosas más grandes, tanto de dejar atónitos
Cielos y tierra. Todo es santo, todo es sagrado para quien vive de
Voluntad Divina. Ahora, hija de mi Corazón, pon atención y
escúchame: Unos días antes de que el Verbo descendiera a la tierra,
Yo veía el cielo abierto y el Sol del Verbo Divino a sus puertas,
como buscando hacia quién debía emprender su vuelo para hacerse el
Celestial Prisionero de una criatura. ¡Oh, cómo era bello verlo a
las puertas del Cielo en actitud de vigilar y espiar a la afortunada
criatura que debía albergar a su Creador!
La Sacrosanta Trinidad no miraba más a la tierra como si le fuera
extraña, no, porque estaba la pequeña María, que poseyendo su misma
Voluntad, había formado el Reino Divino en el cual el Verbo podía
descender
seguro, como en su propia morada, en donde encontraba el Cielo y los
tantos soles de los tantos actos de Voluntad Divina hechos en mi
alma. La Divinidad tuvo como una explosión de amor y quitándose el
manto de Justicia que desde hacía tantos siglos había mantenido en
relación a las criaturas, se cubrió con el manto de la Misericordia
infinita y decretó el descendimiento del Verbo. ¡Y está a punto de
sonar la hora de la Encarnación! Ante esta llamada, Cielos y tierra
quedaron estupefactos y se pusieron en actitud atenta para ser
espectadores de este exceso de amor tan grande y de un prodigio tan
inaudito. Tu Mamá se sentía incendiada de amor y haciendo eco al
amor de mi Creador quería formar un solo mar de amor, a fin de que
en él descendiera el Verbo a la tierra; mis oraciones eran
incesantes y… mientras rezaba en mi cuartito, un Ángel, enviado
desde el Cielo como mensajero del Gran rey, se apareció frente a Mí
e inclinándose me saludó:
“Dios te salve, oh María, Reina nuestra, el Fiat Divino te ha
llenado de gracia. Él ya pronunció el Fiat de que quiere descender,
ya está a mis espaldas…, pero quiere tu Fiat para formar el
cumplimiento de su Fiat”. Ante este anuncio tan grande y tan deseado
por Mí, pero como nunca había pensado que Yo fuera la Elegida, quedé
asombrada y me turbé por un instante, pero el Ángel del Señor
agregó: “No temas, ¡Reina nuestra!, porque has hallado gracia
delante de Dios, Tú has vencido a tu Creador, por eso, para
cumplimiento de la victoria, pronuncia tu Fiat”. Pronuncié el Fiat y
¡oh maravilla! ¡Los dos Fiat se fundieron y el Verbo Divino
descendió en Mí! Mi Fiat, como estaba valorizado por el mismo valor
del Fiat Divino, formó, del germen de mi humanidad, la pequeñísima
Humanidad que debía encerrar al Verbo y así se cumplió el gran
prodigio de la Encarnación.
¡Oh potencia del Fiat Supremo, Tú me elevaste tanto que me hiciste
tan potente
hasta poder Yo crear en Mí la Humanidad que debía encerrar al Verbo
Eterno, a Aquél a quien Cielos y tierra no pueden contener! Los
Cielos se sacudieron y toda la creación se puso en actitud de fiesta
y exultando de alegría miraban la humilde casita de Nazaret para
ofrecer sus homenajes y obsequios al Creador humanado, y en su mudo
lenguaje decían: “¡Oh prodigio de los prodigios que sólo un Dios
podía hacer: la Inmensidad se ha empequeñecido, la potencia ha
quedado impotente, la Altura inalcanzable se ha abajado hasta el
abismo del seno de una Virgen, permaneciendo a un mismo tiempo
pequeño e inmenso, potente e impotente, fuerte y débil!” Querida
hija mía, tú no puedes comprender lo que tu Mamá sintió en el acto
de la Encarnación del Verbo. Todos me apresuraban esperaban mi Fiat,
podría decir, omnipotente.
Hija querida, fíjate cuánto te debe importar el hacer y el vivir de
Voluntad Divina. Mi potencia existe aún. Déjame pronunciar mi Fiat
en tu alma, pero para pronunciarlo
quiero el tuyo. Solo, no se puede hacer ningún bien verdadero,
siempre entre dos se hacen las obras más grandes. Dios mismo no
quiso obrar solo para formar el gran prodigio de la Encarnación sino
que me quiso junto, en mi Fiat y en el suyo juntos se formó la vida
del Hombre Dios y se reparó el destino del género humano. El Cielo
ya no estuvo cerrado y todos los bienes quedaron encerrados entre
dos Fiat. Por eso pronunciémoslo juntas: ¡Fiat, Fiat! Y mi amor
materno encerrará en ti la Vida de la Divina Voluntad. Por hoy
basta. Mañana te espero de nuevo para narrarle a mi hija la
continuación de la Encarnación.
El alma: Mamá bella, yo me siento maravillada al escuchar tus
hermosas lecciones. Ah, te pido que pronuncies tu Fiat en mí y yo
pronuncio el mío, a fin de que quede concebido en mí ese Fiat que Tú
tanto anhelas que como vida reine en mí.
Pequeño sacrificio: Para honrarme harás una visita a Jesús
Sacramentado para agradecerle por haberse encarnado y por haberse
hecho prisionero en mi seno concediéndome el grandísimo honor de ser
su Madre.
Jaculatoria: Mamá de Jesús, se también mi mamá y guíame por el
camino de la Divina Voluntad.
DÍA 20
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Virgen: Cielo tachonado de estrellas y en este Cielo el Sol
Divino con sus refulgentes rayos llena ya el Cielo y la tierra.
Jesús en el seno de su Mamá. Visita a Isabel y santificación de
Juan.
El alma a su Madre Reina:
Heme aquí de nuevo contigo, Mamá mía Celestial; vengo a alegrarme
junto contigo y postrándome ante tus santos pies, te saludo: ¡llena
de gracia y Madre de Jesús!
¡Oh, de ahora en adelante no te encontraré ya sola, Mamá, porque
encontraré contigo a mi pequeño prisionero Jesús! Así que seremos
tres, no dos: la Mamá, Jesús y yo. ¡Oh, qué gran fortuna es la mía!
Si quiero encontrar a mi pequeño Rey Jesús, basta que venga con su
Mamá y mía! ¡Oh, Mamá Santa, desde la altura de Madre de Dios en la
que te encuentras, ten piedad de esta tu pequeña y miserable hija,
dirige la primera palabra por mí al pequeño prisionero Jesús, a fin
de que me dé la gran gracia de vivir de su Voluntad Divina!
Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús: Hija mía
querida, hoy te espero más que nunca; mi Corazón Materno está
henchido y siento la necesidad de desahogar mi ardiente amor con mi
hija. Quiero decirte que soy Madre de Jesús. Mis alegrías son
infinitas, mares de felicidad me inundan. Puedo decir: ¡soy Madre de
Jesús…! ¡Su criatura, su esclava es Madre de Jesús…! ¡Y sólo al Fiat
Divino lo debo! Él me hizo llena de gracia y preparó la digna
habitación para mi creador. Por eso, Gloria, honor, agradecimiento
sean siempre para el Fiat Supremo.
Ahora escúchame, hija de mi Corazón: En cuanto se formó mediante la
potencia del Fiat Divino la pequeña Humanidad de Jesús en mi seno,
el Sol del Verbo eterno se encarnó en Ella. Yo poseía mi Cielo
formado por el Fiat Divino, todo tachonado de estrellas muy
resplandecientes que emitían alegrías, armonías de bellezas divinas
y el Sol del Verbo Eterno, fulgurante de luz inaccesible, vino a
tomar su puesto dentro de este Cielo, escondido en su pequeña
Humanidad, la cual, no pudiéndolo contener, el centro del Sol estaba
en ella, pero su luz se desbordaba fuera e invistiendo Cielo y
tierra llegaba a cada corazón y con el toque de su luz llamaba a las
puertas de cada criatura y con voz de luz penetrante les decía:
“Hijos míos, abridme, dadme lugar en vuestro corazón, he descendido
del Cielo a la tierra para formar en cada uno de vosotros mi Vida;
mi Madre es el centro en el cual Yo resido y todos vosotros, hijos
míos, seréis la circunferencia donde quiero formar tantas vidas mías
por cuantos hijos tengo”.
Y la luz llamaba y llamaba sin cesar y la pequeña Humanidad de Jesús
gemía, lloraba, sufría y dentro de esa luz que llegaba a los
corazones, hacía correr sus lágrimas, sus gemidos y sus espasmos de
amor y de dolor… Ahora, debes saber que para tu Mamá empezó una
nueva vida. Yo estaba al tanto de todo lo que obraba mi Hijo, lo
veía devorado por inmensas llamas de amor; de cada uno de sus
latidos, respiros y penas eran mares de amor que hacía salir, con
los cuales envolvía a todas las criaturas para hacerlas suyas a
fuerza de amor y de dolor.
Porque, debes saber, que en cuanto fue concebida su pequeña
Humanidad, Jesús concibió en Sí todas las penas que habría de sufrir
hasta la última de su vida, encerró en Sí mismo a todas las almas,
porque como Dios nadie le podía escapar: su inmensidad encerraba a
todas las criaturas y su omnividencia las hacía presentes a todas,
por lo tanto mi Jesús, mi Hijo, sentía el peso y la carga de todos
los pecados de cada criatura y Yo, tu Mamá, lo seguía en todo. Y
sentí en mi Corazón Materno la nueva generación de las penas de mi
Jesús y la nueva generación de todas las almas que como Madre debía
junto con Él generar a la gracia, a la Luz y a la nueva Vida que mi
querido Hijo vino a traer a la tierra. Hija mía, has de saber que
desde que fui concebida, Yo te amé como Madre, te sentí en mi
Corazón, ardí de amor por ti, pero no comprendía por qué el Fiat
Divino me hacía hacer esos actos, me tenía velado el secreto. Pero
cuando se encarnó el Verbo, me develó el secreto y comprendí la
fecundidad de mi maternidad, de que no sólo debía ser Madre de Jesús
sino Madre de todos, y esta maternidad debía ser formada en la
hoguera del dolor y del amor. ¿Ves, hija mía, cuánto te amé y cuánto
te amo? Ahora escucha, hija querida, hasta dónde se puede llegar
cuando el Divino Querer toma la vida obrante en la criatura y la
voluntad humana la deja obrar sin impedirle el paso: Este Fiat, que
por naturaleza posee la virtud generativa, genera todos los bienes
en la criatura, la hace fecunda dándole la maternidad sobre todos,
sobre todos los bienes y sobre Aquél que la creó.
Maternidad significa verdadero amor, amor heroico, amor que se
contenta con morir con tal de dar vida a quien ha generado; si no
existe esto, la palabra maternidad es estéril, está vacía y se
reduce a palabras pues con los hechos no existe. Por eso, hija mía,
si quieres la generación de todos los bienes, haz que el Fiat tenga
en ti vida obrante, el cual te dará la maternidad y amarás todo con
amor de madre y Yo, tu Mamá, te enseñaré el modo para hacer fecunda
en ti esta maternidad toda santa y divina. Ahora sígueme y
escúchame. En cuanto fui Madre de Jesús y Madre tuya, mis mares de
amor se multiplicaron y no pudiéndolos contener todos en Mí, sentía
la necesidad de expandirlos y de ser aun a costa de grandes
sacrificios, la primera portadora de Jesús a las criaturas, y ¿por
qué digo sacrificios? Cuando se ama de verdad, los sacrificios y las
penas son refrigerios, son alivios y desahogos del amor que se
posee.
¡Oh, hija mía, si tú no conoces el bien del sacrificio, si no
sientes cómo te da las alegrías más íntimas, es señal de que la
Divina Voluntad no reina completamente en ti, pues Ella es la única
que da tal fuerza al alma hasta hacerla invencible y capaz de
soportar cualquier pena! Pon la mano en tu corazón y mira cuántos
vacíos de amor hay. Reflexiona: esa secreta estima de ti misma, ese
turbarte por la más mínima contrariedad, esos apegos que sientes a
cosas y a personas, ese cansancio en el bien, ese fastidio que
sientes con lo que no va de acuerdo a tus deseos… equivalen a otros
tantos vacíos de amor en tu corazón, vacíos que te privan de la
fuerza y del deseo de ser colmada de Voluntad Divina. ¡Oh, cómo
sentirás también tú la virtud reconfortante y conquistante en tus
sacrificios si llenas de amor estos vacíos! Hija, dame la mano y
sígueme para que Yo continúe dándote mis lecciones:
Salí entonces de Nazaret, acompañada de San José, afrontando un
largo viaje, atravesando montes para ir a visitar en Judea a Isabel,
quien en su vejez milagrosamente se había convertido en madre. Yo
fui a ella no para hacerle una simple visita, sino porque ardía por
el deseo de llevarle a Jesús. La plenitud de gracia, de amor, de Luz
que sentía en Mí, me empujaba a llevar, a multiplicar y centuplicar
la vida de mi Hijo en todas las criaturas. Sí, hija mía, el amor de
Madre que tuve por todos los hombres y por ti en particular, fue tan
grande, que sentí la extrema necesidad de dar a todos a mi querido
Jesús, para que todos lo pudieran poseer y amar. El derecho de Madre
que me concedió el Fiat Divino, me enriqueció con tal potencia que
podía multiplicar tantas veces a Jesús por cuantas eran las
criaturas. Este era el milagro más grande que Yo podía realizar:
tener a Jesús para darlo a quienquiera que lo deseara. ¡Oh, cómo me
sentía feliz! ¡Cómo quisiera que también tú, hija mía, acercándote a
las demás personas y haciéndoles visitas, fueras siempre portadora
de Jesús, capaz de hacerlo conocer y deseosa de hacerlo amar!
Después de algunos días de viaje, llegué finalmente a Judea y
prontamente me dirigí a la casa de Isabel, quien me salió al
encuentro alegremente. Al saludo que le di
sucedieron hechos maravillosos: mi pequeño Jesús exultó en mi seno y
fijando con los rayos de su propia Divinidad al pequeño Juan en el
seno de su madre, lo santificó, le dio el uso de razón y le hizo
conocer que Él era el Hijo de Dios; Juan entonces exultó de amor y
de alegría tan fuertemente que Isabel se sintió sacudida, e
iluminada también por esa luz de la Divinidad de mi Hijo, conoció
que Yo era ya la Madre de Dios y en la vehemencia de su amor,
rebosando de gratitud exclamó: “¿De dónde a mí tanto honor… que la
Madre de mi Señor venga a mí?” Yo no negué el altísimo misterio,
sino que lo confirmé humildemente, alabando a Dios con el cántico
del Magnificat, por medio del cual la Iglesia continuamente me
honra, y anuncié que el Señor había hecho en Mí, su esclava,
maravillas, y que por eso todas las generaciones me llamarían
Bienaventurada.
Hija mía, Yo me sentía arder por el deseo de dar un desahogo a las
llamas de amor que me consumían y de comunicar mi secreto a Isabel,
quien también suspiraba por la venida del Mesías a la tierra. El
secreto es una necesidad del corazón que irresistiblemente se revela
a las personas capaces de entenderse. ¿Quién podría decirte cuánto
bien llevó mi visita a Isabel, a Juan, y a toda esa casa? Todos
quedaron santificados, y llenos de alegría sintieron gozos
insólitos, comprendieron cosas inauditas y Juan, en particular,
recibió todas las gracias que eran necesarias para prepararse a ser
el Precursor de mi Hijo. Queridísima hija, la Divina Voluntad hace
cosas grandes y admirables en donde reina. Si Yo obré tantos
prodigios, fue porque Ella tenía su puesto de Reina en mí; si
también tú haces reinar al Divino Querer en tu alma, serás también
la portadora de Jesús a las criaturas y sentirás la irresistible
necesidad de darlo a todas.
El alma:
Mamá Santa, me abandono en tus brazos… ¡Oh, cómo quisiera bañar tus
manos maternas con mis lágrimas para moverte a compasión del estado
en que se encuentra mi pobre alma! ¡Ah, si me amas como Madre,
enciérrame en tu Corazón y tu amor queme mis miserias, mis
debilidades, y la potencia del Fiat Divino que posees como Reina
forme su vida obrante en mí, de manera que pueda decir: “Mi Mamá es
toda para mí y yo soy toda para Ella!” Junto con Jesús desciende a
mi alma, renueva en mí la visita que hiciste a Santa Isabel y los
prodigios que obraste. ¡Ah sí, Mamá mía! Tráeme a Jesús;
santifícame, con Jesús sabré hacer su Santísima Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, recitarás tres veces el
Magnificat en agradecimiento por la visita que hice a Santa Isabel.
Jaculatoria:
Mamá Santa visita también a mi alma y prepara en ella una digna
habitación a la Divina Voluntad.
DÍA 21
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Sol que surge.
Pleno mediodía. El Verbo Eterno en medio de nosotros.
El alma a su Mamá Reina:
Dulcísima Mamá, mi pobre corazón siente la extrema necesidad de
venir sobre tus rodillas maternas para confiar sus pequeños secretos
a tu Corazón materno. Escucha, Mamá: al considerar los grandes
prodigios que obró en ti el Fiat Divino, siento que no puedo
imitarte, porque soy pequeña y débil y además las luchas tremendas
de mi existencia no me dejan más que un hilo de vida.
Mamá mía, cómo quisiera desahogar mi corazón en el tuyo para hacerte
sentir las penas que me amargan y el temor que me tortura de que no
pueda cumplir la Divina Voluntad. Piedad, oh Madre Celestial,
piedad, escóndeme en tu Corazón y yo olvidaré todos mis males para
recordarme únicamente de vivir de Voluntad Divina.
Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús:
Hija queridísima, no temas, confía en tu Mamá, pon todo en mi
Corazón y Yo tendré en cuenta todo, te haré de Mamá y no sólo
cambiaré tus penas en luz, sino que además me serviré de ellas para
extender los confines del Reino de la Divina Voluntad en tu alma.
Por eso, haz ahora todo a un lado y escúchame, quiero hacerte
conocer lo que obró el pequeño Rey Jesús en mi seno materno y cómo
tu Mamá no perdió ni siquiera un respiro del pequeño Jesús. Conforme
la pequeña Humanidad de Jesús, unida hipostáticamente a su
Divinidad, iba creciendo, mi seno materno se hacía más estrecho,
oscuro y sin ninguna fisura por donde entrara la luz, así que Yo lo
veía en mi seno materno inmóvil, envuelto en una noche profunda.
Pero ¿sabes tú qué le formaba esta oscuridad tan intensa al Infante
Jesús? La voluntad humana en la cual el hombre voluntariamente se
había envuelto, y por cuantos pecados cometía tantos abismos de
tinieblas formaba alrededor y dentro de sí mismo, de manera que lo
inmovilizaba para hacer el bien, y mi querido Jesús para poner en
fuga las tinieblas de esta noche tan oscura, en la cual el hombre se
había hecho prisionero de su misma voluntad tenebrosa hasta perder
el movimiento para hacer el bien, escogió la dulce prisión de su
Mamá y voluntariamente se ofreció a la inmovilidad de nueve meses.
Hija mía, ¡si supieras cómo mi materno Corazón era martirizado al
ver al pequeño Jesús en mi seno, inmóvil, llorando, suspirando!
Su latido ardiente palpitaba fuerte, fuerte y deliraba de amor,
hacía sentir su latido en cada corazón para pedirle por piedad su
alma a fin de encerrarla en la luz de su Divinidad, y que Él por
amor de ellos voluntariamente había cambiado la luz por las
tinieblas a fin de que todos pudieran obtener la verdadera luz para
salvarse. Hija mía queridísima, ¿quién puede decirte lo que sufrió
mi pequeño Jesús en mi seno? ¡Penas inauditas e indescriptibles! Era
Dios y hombre, estaba dotado de plena razón, y era tanto su amor que
hacía como a un lado los mares infinitos de alegrías, de felicidad,
de luz y sumergía a su pequeña Humanidad en los mares de tinieblas,
de amarguras, de infelicidad y de miseria que le habían preparado
las criaturas y que ahora Él se las echaba en las espaldas como si
fueran suyas. Hija mía, el verdadero amor nunca dice “basta”, no ve
las penas sino que por medio de ellas busca al que ama y solamente
está satisfecho cuando ofrece la propia vida para dar la vida a
aquél que ama. Hija mía, escucha a tu Mamá, mira qué gran mal es
hacer tu voluntad. No sólo preparas la noche a tu Jesús y a ti, sino
que también formas mares de amargura, de infelicidad y de miserias
en los cuales quedas tan envuelta que no sabes cómo salir. Por esto,
sé atenta, hazme feliz diciéndome:
“Quiero hacer siempre la Voluntad Divina.” Ahora escucha, hija Mía:
El pequeño Jesús entre espasmos de amor se encontraba ya en actitud
de mover el paso para salir a la luz del día; sus ansias, sus
suspiros, sus ardientes deseos de querer abrazar a la criatura,
hacerse ver y mirarla para raptarla en sí, no le daban ya descanso,
y así como un día se había puesto a observar a las puertas del Cielo
para encerrarse en mi seno, así ahora estaba en actitud de observar
desde las puertas de mi seno, que era más que Cielo, para que el Sol
del Verbo Eterno surgiera en el mundo y formara su pleno medio día.
Así que para las pobres criaturas no habría ya noche ni alba ni
aurora, sino puro Sol, más que en la plenitud del mediodía. Tu Mamá
sentía que no podía contenerlo más dentro de Ella; mares de luz y de
amor me inundaban… y como dentro de un mar de luz lo concebí, así
dentro de un mar de luz salió de mi seno materno.
Querida hija, para quien vive de Voluntad Divina todo es luz y todo
se convierte en luz. Entonces, raptada en esta luz esperaba
estrechar entre mis brazos a mi pequeño Jesús. En cuanto salió de mi
seno, Yo sentí sus primeros respiros amorosos y el Ángel del Señor
lo puso en mis brazos; Yo lo estreché fuertemente a mi Corazón, le
di mi primer beso y el pequeño Jesús me dio el suyo. Por ahora
basta, mañana te espero nuevamente para seguir la narración del
nacimiento de Jesús.
El alma: Mamá Santa, ¡oh, cómo eres afortunada! ¡Tú eres
verdaderamente bendita entre todas las mujeres! Ah, te pido, por
aquellas alegrías que sentiste al estrechar a Jesús en tu regazo al
darle tu primer beso, que me cedas por algunos momentos al pequeño
Jesús entre mis brazos, a fin de hacerlo contento diciéndole que
juro amarlo siempre, siempre y que no quiero conocer ninguna otra
cosa más que su Santa Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme vendrás a besar los piececitos
al Niño Jesús y para consolarlo le entregarás tu voluntad en sus
manitas.
Jaculatoria: Madre mía encierra en mi corazón al Niño Jesús
para que Él reine en mí con su Divina Voluntad.
DÍA 22
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El pequeño Rey Jesús ha nacido, los Ángeles llaman a los pastores a
adorarlo; Cielos y tierra exultan. El Sol del Verbo Eterno disipa la
noch e del pecado y da principio al pleno día de la gracia.
Permanencia en Belén.
El alma a su Mamá Celestial:
Mamá santa, hoy siento un ímpetu de amor y siento que no puedo estar
si no vengo a tus rodillas maternas para encontrar y gozar al
Celestial Niño en tus brazos. Su belleza me arroba; sus miradas me
hieren; sus labios en actitud de gemir y de sollozar, me arrebatan
el corazón a amarlo. Mamá mía queridísima, yo sé que Tú me amas y
por eso te pido que me hagas un lugarcito entre tus brazos para que
le dé mi primer beso a Jesús, ponga mi corazón en el pequeño Rey
Jesús, le confíe los secretos que me oprimen tanto y para hacerlo
sonreír le diré: “Mi voluntad es tuya y la tuya es mía, por eso
forma en mí el Reino de tu Fiat Divino”.
Lección de la Reina del Cielo a su Hija: Hija mía
queridísima, cómo anhelo tenerte entre mis brazos para tener el gran
contento de poderle decir a nuestro pequeño Rey niño: “No llores,
querido mío, mira, aquí con Nosotros está mi pequeña hija que quiere
reconocerte como su Rey y darte el dominio de su alma para que Tú
extiendas en ella el Reino de la Divina Voluntad”. Ahora hija de mi
Corazón, mientras admiras al Niño Jesús ponme atención y escúchame.
Era media noche cuando el pequeño Rey salió de mi seno materno, pero
la noche se cambió en día: Aquél que era dueño de la luz ponía en
fuga la noche de la voluntad humana, la noche del pecado, la noche
de todos los males, y en señal de lo que hacía en el orden de las
almas, con su habitual Fiat omnipotente la medianoche se cambió en
día esplendidísimo. Todas las cosas creadas corrían para ensalzar a
su Creador en aquella pequeña Humanidad. El Sol corrió para darle
sus primeros besos de luz al niñito Jesús y para calentarlo con su
calor; el viento imperante con sus ráfagas purificó el aire del
establo y con su dulce murmullo le dijo “te amo”; los cielos se
estremecieron; la tierra exultó y tembló hasta sus abismos más
bajos; el mar se alborotó con sus olas altísimas; en una palabra,
todas las cosas creadas reconocieron que su Creador ya estaba en
medio de ellas y todas hacían competencia en alabarlo. Los mismos
ángeles, formando luz en el aire, con sus voces melodiosas que
podían ser escuchadas por todos, cantaron: “Gloria a Dios en lo más
alto de los Cielos y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad. Ya nació el Celestial Niño en una gruta de Belén, envuelto
en pobres pañales.”
Tanto que los pastores, que estaban en vela, escucharon las voces
angelicales y corrieron a visitar al pequeño Rey Divino. Hija
querida, continúa escuchándome. En cuanto lo recibí entre mis brazos
y le di mi primer beso, sentí la necesidad de amor de dar de lo mío
a mi Hijo niño y ofreciéndole mi pecho le di leche abundante, leche
formada en mi persona por el mismo Fiat Divino para alimentar al
pequeño Rey Jesús. ¿Quién puede decirte lo que experimenté al hacer
esto y los mares de gracia, de amor, de santidad que para
corresponderme me daba mi Hijo? Luego lo envolví en pobres pero
limpios pañalitos y lo acomodé en el pesebre. Ésta era su Voluntad y
Yo no podía menos que ejecutarla. Pero antes de hacer esto hice
partícipe al querido San José, poniéndoselo entre sus brazos y ¡oh,
cómo se alegró, se lo estrechó al corazón y el dulce Niño derramó en
su alma torrentes de gracia!
Después, junto con San José arreglamos un poco de heno en el
pesebre, y separándolo de mis brazos maternos lo puse dentro del
pesebre. Y, tu Mamá, extasiada por la belleza del Infante Divino,
permanecía la mayor parte del tiempo arrodillada ante Él, ponía en
movimiento todos mis mares de amor que el Querer Divino había
formado en Mí, para amarlo, adorarlo y darle gracias. Y el Celestial
Niñito ¿qué hacía en el pesebre? Un acto continuado de la Voluntad
de nuestro Padre Celestial, que era también la suya, y emitiendo
gemidos y suspiros, sollozaba, lloraba y llamaba a todos diciendo en
sus gemidos amorosos: “Hijos míos, venid todos, por amor vuestro he
nacido al dolor, a las lágrimas; venid todos a conocer el exceso de
mi amor, dadme acogida en vuestros corazones”. Entonces hubo un ir y
venir de pastores que venían a visitarlo y a todos daba su dulce
mirada y sonrisa de amor entre sus lágrimas. Ahora, hija mía, una
palabrita a ti: Debes saber que toda mi alegría era tener en mi
regazo a mi querido Hijo Jesús; sin embargo, el Querer Divino me
hizo comprender que debía ponerlo en el pesebre a disposición de
todos, a fin de que quien quisiera pudiera mimarlo, besarlo y
tomarlo entre sus brazos como si fuera suyo. Él era el pequeño Rey
de todos, por eso cada uno tenía el derecho de apropiarse de Él como
de una dulce prenda de amor; y Yo para cumplir el Querer Divino me
privé de mis inocentes alegrías y empecé, con obras y sacrificios,
mi oficio de Madre que consiste en dar a todos a mi querido Jesús.
Hija mía, la Divina Voluntad es exigente, quiere todo, también el
sacrificio de las cosas más santas y en ciertas circunstancias pide
aun el gran sacrificio de la privación del mismo Jesús; y esto lo
hace para extender mayormente su Reino y para multiplicar su Vida,
porque cuando la criatura por amor suyo se priva de Él, es tal y
tanto el heroísmo y el sacrificio, que tiene virtud de producir una
nueva vida de Jesús para poder formar otra habitación a Jesús.
Por tanto, hija querida, sé atenta y no rehúses nunca, por ningún
pretexto, nada a la Divina Voluntad.
El alma: Mamá Santa, tus bellas lecciones me confunden, pero si
quieres que las ponga en práctica, no me dejes sola, a fin de que
cuando esté por sucumbir bajo el enorme peso de la privación divina
me estreches a tu Corazón materno y sienta la fuerza de no negar
nada a la Divina Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, vendrás tres veces a visitar
al Niño Jesús y besando sus manitas le ofrecerás actos de Amor para
consolarlo.
Jaculatoria: Mamá Santa, derrama las lágrimas de Jesús en mi
corazón para preparar en mí el triunfo de la Voluntad Divina.
DÍA 23
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Suena la primera hora del dolor. Una estrella con voz muda llama a
los Magos a adorar a Jesús.
Un profeta se hace revelador de los dolores de la Soberana Reina.
El alma a su Mamá Reina:
Mamá mía dulcísima, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas. Esta hija
tuya no puede estar más sin ti. Mamá mía, el dulce encanto del
Celestial Niño que ahora estrechas entre tus brazos y ahora
arrodillada adoras y amas en el pesebre, me rapta. Pensando que tu
feliz suerte y el mismo pequeño Rey Jesús no son otra cosa que
frutos y dulces y preciosas prendas de aquel Fiat que extendió en ti
su Reino. Ah, Mamá, dame tu palabra de que harás uso de tu potencia
para formar en mí el Reino de la Divina Voluntad.
Lección de mi Mamá Celestial:
Hija mía queridísima, cuán contenta estoy por tenerte junto a Mí
para poderte enseñar cómo en todas las cosas se puede extender el
Reino de la Divina Voluntad. Todas las cruces, los dolores, las
humillaciones, investidas por la vida del Fiat Divino son como
materias primas en sus manos para alimentar su Reino y extenderlo
cada vez más. Ahora, presta atención y escucha a tu Mamá.
Yo continuaba viviendo en la gruta de Belén con Jesús y el querido
San José, ¡oh, cómo éramos felices. Esa gruta, estando el Infante
Divino y la Voluntad Divina obrante en nosotros, se había cambiado
en paraíso. Es verdad que penas y lágrimas no nos faltaban, pero
comparadas con los mares inmensos de alegría, de felicidad, de luz,
que el Fiat Divino hacía surgir en cada acto nuestro, eran apenas
gotitas arrojadas en estos mares. Además, la dulce y amable
presencia de mi querido Hijo era una de mis más grandes felicidades.
El Verbo Divino en un ímpetu de amor había bajado del Cielo a la
tierra, había quedado concebido, había nacido y sentía la necesidad
de desahogar este amor, así que cada respiro, latido y movimiento
del Celestial Niño era un desahogo de amor; cada lágrima, suspiro y
gemido era un desahogo de amor, hasta el sentirse aterido por el
frío, sus pequeños labios lívidos y temblorosos eran desahogos de
amor, y buscaba a su Mamá para depositar todo este amor que no podía
contener, y Yo estaba en poder de su amor, así que me sentía herir
continuamente y sentía a mi querido Pequeñito latir, respirar,
moverse, llorar, gemir y sollozar en mi materno Corazón y quedaba
inundada por las llamas de su amor. Yo me sentía raptada al ver que
en cada pena, lágrima y movimiento que hacía mi dulce Jesús, buscaba
y llamaba a su Mamá como queriendo refugio de sus actos y de su
vida.
¿Quién puede decirte, hija mía, lo que pasó entre el Celestial Niño
y Yo en esos primeros días? La repetición de sus actos junto
conmigo, sus lágrimas, sus penas, su amor estaban como fundidos
junto con los míos y lo que hacía Él lo hacía Yo. Ahora, hija
querida, debes saber que llegó el octavo día del Celestial Niño que
había nacido a la luz del día y el Fiat Divino hizo sonar la hora
del dolor ordenándonos circuncidar al gracioso Niñito; era una
herida dolorosísima a la que se debía someter el pequeño Jesús. Era
ley de aquellos tiempos que todos los primogénitos se debían someter
a esta herida dolorosa. Se puede llamar ley del pecado, pero mi Hijo
era inocente y su ley era la ley del amor, pero como vino a
encontrar no al hombre rey sino al hombre degradado, para hermanarse
a él y elevarlo, quiso abajarse y se sometió a la ley.
Hija mía, Yo y San José sentimos un estremecimiento de dolor, pero
sin dudar y serenamente llamamos al ministro e hicimos circuncidarlo
con una herida dolorosísima.
Ante el dolor acervo el Niño Jesús lloraba y se arrojaba en mis
brazos pidiéndome ayuda. San José y Yo unimos nuestras lágrimas a
las suyas, recogimos la primera sangre derramada por Jesús por amor
a las criaturas, le impusimos el nombre de Jesús, nombre potente que
debía hacer temblar Cielo y tierra y al mismo infierno, nombre que
debía ser el bálsamo, la defensa, la ayuda a cada corazón. Ahora,
hija mía, esta herida fue la imagen de la herida cruel que el hombre
hizo a su alma con hacer su voluntad, y mi querido Hijo se hizo
hacer esta herida para sanar la dura herida de las voluntades
humanas y con su sangre sanar las heridas de los tantos pecados que
el veneno de la voluntad humana produjo en las criaturas. Así que
cada acto de voluntad humana es una herida de más que se hace, es
una llaga que se abre, y el Celestial Niño con su herida dolorosa
preparó el remedio a todas las heridas humanas. Ahora, hija mía,
otra sorpresa:
Una estrella nueva resplandece en el cielo y con su luz va buscando
adoradores para conducirlos a reconocer y adorar al Niño Jesús; tres
personajes, cada uno lejano del otro, quedan tocados e investidos
por una luz suprema y siguen la estrella, la cual los conduce a la
gruta de Belén a los pies del Niño Jesús. Pero ¿cuál no fue la
maravilla de estos reyes magos al reconocer en ese Infante Divino al
Rey del Cielo y de la tierra, a Aquél que venía a amar y a salvar a
todos? Porque en el momento en que los Magos lo adoraban, raptados
por aquella celestial belleza, el Niño hizo translucir de su pequeña
Humanidad y Divinidad y la gruta se cambió en Paraíso, tanto que no
podían ya separase de los pies del Infante Divino, hasta cuando
retiró de nuevo en su Humanidad la luz de su Divinidad. Y yo,
poniendo en ejercicio mi oficio de Madre, les hablé largamente de la
encarnación del Verbo y los fortifiqué en la fe, esperanza y
caridad, simbolizadas por sus dones ofrecidos a Jesús, y llenos de
alegría volvieron a sus regiones para ser los primeros propagadores.
Hija mía querida, no te alejes de mi lado, sígueme a todas partes.
Ya están por cumplirse cuarenta días del nacimiento del pequeño Rey
Jesús y el Fiat Divino nos llama al Templo para cumplir la ley de la
presentación de mi Hijo. Así pues, fuimos al templo. Era la primera
vez que salía junto con mi dulce Niño. Una herida de dolor se abrió
en mi Corazón: iba a ofrecerlo víctima para la salvación de todos.
Entonces entramos en el templo; primero adoramos a la Divina
Majestad y luego llamamos al sacerdote y habiéndolo puesto en sus
manos, hizo el ofrecimiento del Celestial Niño al Eterno Padre,
ofreciéndolo en sacrificio por la salvación de todos. El sacerdote
era Simeón y cuando lo puse en sus brazos, él reconoció que era el
Verbo Divino y exultó de inmensa alegría, y después del
ofrecimiento, tomando actitud de profeta, profetizó todos mis
dolores. ¡Oh, cómo el Fiat Supremo hizo sonar intensamente sobre mi
materno Corazón, con sonido vibrante, la fatal tragedia de todas las
penas de mi Hijo Niño!
Pero lo que más me traspasó fueron las palabras que me dijo este
santo profeta: Que este querido Niño sería la salvación y la ruina
de muchos y sería el blanco de las contradicciones. Si el Querer
Divino no me hubiera sostenido, habría muerto al instante de puro
dolor; en cambio, me dio vida y se sirvió de mi dolor para formar en
Mí el reino de los dolores en el Reino de su misma Voluntad. Así que
además del derecho de Madre que tenía sobre todos, adquirí el
derecho de Madre y Reina de todos los dolores. ¡Ah sí! Con mis
dolores adquirí la moneda para pagar las deudas de mis hijos y hasta
de mis hijos ingratos. Ahora, hija mía, debes saber que en la luz de
la Divina Voluntad Yo ya sabía todos los dolores que debían tocarme
y hasta mucho más de lo que me dijo el santo profeta, pero en ese
momento tan solemne de ofrecer a mi Hijo, al oírmelos repetir me
sentí de tal forma traspasada que me sangró el Corazón y abrió
desgarros profundos en mi alama.
Ahora escucha a tu Mamá, en tus penas, en las circunstancias
dolorosas, que no te faltan, jamás te abatas sino que con amor
heroico haz que el Querer Divino tome su regio puesto en tus penas,
para que te las convierta en monedas de infinito valor, con las
cuales podrás pagar las deudas de tus hermanos, para rescatarlos de
la esclavitud de la voluntad humana y hacerlos entrar de nuevo como
hijos libres en el Reino del Fiat Divino.
El alma: Mamá Santa, en tu Corazón traspasado pongo todas mis
penas, ¡y Tú sabes cuánto me traspasan el corazón! Ah, hazme de Mamá
y derrama en mis dolores el bálsamo de los tuyos, a fin de que corra
tu misma suerte de servirme de mis penas como monedas para
conquistar el Reino de la Divina Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, vendrás tres veces a besar al
Niño Celestial y pidiéndome que lo encierre en tu corazón le darás
el oro de tu voluntad, el incienso de tus sacrificios y la mirra de
tus penas y sacrificios.
Jaculatoria: Mamá Celestial cúbreme con tu manto y enciérrame en
la Divina Voluntad.
DÍA 24
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Un impío tirano. El pequeño Rey Jesús es llevado por su Mamá y por
San José a tierra extranjera y son como pobres exiliados. Regreso a
Nazaret.
El alma a su Reina anegada de dolor:
Mamá mía Soberana, tu pequeña hija siente la necesidad de venir a
tus rodillas para hacerte un poco de compañía. Veo tu rostro velado
por la tristeza y algunas lágrimas que se te escapan, corren de tus
ojos; el dulce Niño tiembla y llora sollozando. Mamá Santa, uno mis
penas a las tuyas para reconfortarte y para calmar el llanto al
Celestial Niño. Pero ah, Mamá mía, no niegues revelarme el secreto.
¿Qué cosa funesta sucede a mi querido Niñito?
Lección de la Madre Reina:
Hija mía queridísima, el Corazón de tu Mamá hoy está henchido por el
amor y por el dolor, tanto que no puedo aguantarme de llorar. Ya
sabes de la venida de los reyes magos, los cuales hicieron ruido en
Jerusalén preguntando por el nuevo Rey. Y el impío Herodes por temor
de ser derribado del trono, dio la orden de matar a mi dulce Jesús,
a mi querida Vida, junto con todos los demás niños. Hija mía, ¡qué
dolor!, ¡a Aquél que ha venido a dar la Vida a todos y a traer al
mundo la nueva era de paz, de felicidad y de gracia, lo quieren
matar! ¡Qué ingratitud, qué perfidia…! ¡Ah, hija mía, hasta dónde
puede llegar la ceguera de la voluntad humana! Hasta ser tan feroz y
querer atar las manos de su mismo Creador y pretender hacerse dueña
de Aquél que la ha creado. Por eso, compadéceme, hija mía y trata de
calmar el llanto de mi dulce Niño. Él llora por la ingratitud de los
hombres: Habiendo apenas nacido, ellos ya lo quieren muerto. Y para
salvarlo fuimos obligados a huir.
El querido San José fue avisado por el ángel para que partiéramos
prontamente a tierra extranjera. Tú acompáñanos, querida hija, no
nos dejes solos, y Yo continuaré dándote mis lecciones sobre los
graves males de la voluntad humana. Has de saber que el hombre en
cuanto se sustrajo de la Divina Voluntad, rompió con su Creador;
todo había sido hecho por Dios en la tierra y todo era suyo, pero el
hombre, con no hacer el Querer Divino perdió todos los derechos y se
puede decir que no tuvo ya dónde pisar, así que se convirtió en el
pobre exiliado, en el peregrino que no podía poseer habitación
permanente. Todas las cosas se volvieron mudables para el pobre
hombre y esto no sólo en el alma sino también en el cuerpo, y si
alguna cosa le quedó, fue en virtud de los méritos previstos de este
Celestial Niño. Y esto porque toda la magnificencia de la creación
fue destinada por Dios para darla a aquéllos que habrían hecho y
vivido en el Reino de la Divina Voluntad. Todos los demás, si toman
trabajosamente algo, son los verdaderos ladrones de su Creador, y
con razón: ¡No quieren hacer la Voluntad de Dios, pero sí quieren
los bienes que a Ella pertenecen! Hija mía, mira cuánto te amó mi
querido Niño: En los primeros albores de su vida va al exilio en
tierra extranjera para liberarte del exilio en el cual te confinó tu
querer humano y para llamarte a vivir no ya en tierra extrajera sino
en la Patria que Dios te dio cuando fuiste creada, es decir, en el
Reino del Fiat Supremo. Hija de mi Corazón, ten piedad de las
lágrimas de tu Madre y de las lágrimas de este dulce y querido Niño,
que llorando te pedimos no hacer más tu voluntad y te pedimos, te
suplicamos que vuelvas al regazo del querer Divino que tanto te
suspira. Entonces, hija querida, entre el dolor de la ingratitud
humana, entre las inmensas alegrías y felicidades que el Fiat Divino
nos daba y entre la fiesta que toda la creación hacía al dulce Niño:
La tierra reverdecía y florecía bajo nuestros pasos para dar
homenaje a su Creador, el Sol lo fijaba y alabándolo con su luz se
sentía honrado de darle su luz y calor, el viento lo acariciaba, los
pajarillos como nubes se abajaban hasta Nosotros y con sus trinos y
cantos formaban las más bellas canciones de cuna al querido Niño
para calmarle el llanto y hacerle conciliar el sueño… pues estando
en Nosotros el Querer Divino teníamos el poder sobre todos… Y así
llegamos a Egipto. Después de un largo periodo de tiempo el ángel
del Señor advirtió nuevamente a San José que volviéramos a la casa
de Nazaret, pues el impío tirano había muerto. Y así nos repatriamos
en nuestras tierras natales. Ahora bien, Egipto simboliza a la
voluntad humana, tierra llena de ídolos, y por donde pasaba el
pequeño Jesús echaba por tierra estos ídolos y los arrojaba al
infierno. ¡Cuántos ídolos posee el querer humano! Ídolos de
vanagloria, de amor propio, de pasiones… que tiranizan a la pobre
criatura. Por eso, sé atenta y escucha a tu Mamá que para no dejarte
hacer nunca tu voluntad haría cualquier sacrificio y ofrecería hasta
su vida para darte el gran bien de que vivas siempre en el seno de
la Divina Voluntad.
El alma: Mamá Dulcísima, cuánto te agradezco de que me hagas
comprender el gran mal del querer humano. Por el dolor que sufriste
en el exilio en Egipto te pido que hagas salir mi alma del exilio de
mi voluntad y me hagas volver a mi querida Patria de la Divina
Voluntad.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, me ofrecerás tus acciones y
tus penas unidas a las mías pidiendo al Niño Jesús que entre en el
Egipto de tu corazón para cambiarlo todo en Voluntad de Dios.
Jaculatoria: Mamá mía, encierra al pequeño Jesús en mi corazón
para que ahí Él forme el Reino de la Divina Voluntad.
DÍA 25
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Nazaret: Símbolo y realidad del Reino del Fiat Divino. Vida oculta.
María depositaria, manantial y canal perenne.
El : alma a su Soberana Reina:
Mamá Dulcísima, heme aquí nuevamente en tus rodillas maternas; te
encuentro junto con el Niño Jesús, y Tú, acariciándolo, le narras tu
historia de amor, mientras Él a su vez te narra la suya. Oh, qué
hermoso es encontrar a Jesús y a la Mamá que recíprocamente se
hablan. Y es tan intensa la hoguera de su amor que quedan mudos,
raptada la Madre en el Hijo y el Hijo en la Madre. Mamá Santa, no me
dejes a un lado, sino tenme junto con Vosotros, para que yo,
escuchando lo que os decís, aprenda a amaros y a hacer siempre la
santísima Voluntad de Dios.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, cómo te
esperaba para poder continuar mis lecciones acerca del Reino que
cada vez más extendía en Mí el Fiat Supremo. Debes saber que la
pequeña casa de Nazaret fue para tu Mamá, para el querido y dulce
Jesús y para San José un paraíso.
Mi querido Hijo, siendo el Verbo Eterno, poseía en Sí mismo por
virtud propia la Divina Voluntad y en esa pequeña humanidad residían
mares inmensos de luz, de santidad, de alegrías y de bellezas
infinitas; Yo poseía por gracia el Querer Divino y si bien no podía
abrazar su inmensidad como el amado Jesús, porque Él era Dios y
hombre mientras que Yo era siempre una criatura finita, sin embargo
el Fiat Divino me llenó tanto que había formado en Mí sus mares de
luz, de santidad, de amor, de bellezas y de felicidades. Y era tanta
la luz, el amor y todo lo que puede poseer un Querer Divino que
salía de Nosotros que san José quedaba deslumbrado, inundado y vivía
de nuestros reflejos. Querida hija, en esta casa de Nazaret estaba
en pleno vigor el Reino de la Divina Voluntad. Cada pequeño acto
nuestro, como el trabajo, el encender el fuego, el preparar los
alimentos, eran actos animados por el Querer Supremo y formados
sobre la solidez de la santidad, del puro amor, por lo tanto, desde
el más pequeño acto nuestro hasta el más grande, brotaban alegrías,
felicidades y bienaventuranzas inmensas, quedando Nosotros en tal
forma inundados que nos sentíamos como bajo una lluvia tupida de
nuevas alegrías e indescriptibles contentos. Hija mía, debes saber
que la Divina Voluntad posee por naturaleza la fuente de las
alegrías, y cuando reina en la criatura se deleita en dar en cada
acto de ella el acto nuevo continuo de sus alegrías y felicidades.
¡Oh, cómo éramos felices! Todo era paz y suma unión. Yo me sentía
honrada de obedecer a San José, y mi querido Hijo hacía competencia
porque quería ser mandado en los pequeños trabajos, ya fuera por San
José o por Mí. ¡Oh, qué hermoso era verlo cuando ayudaba a su padre
putativo en los trabajos manuales o verlo cuando tomaba el alimento!
¿Cuántos mares de gracia no hacía correr en esos actos a favor de
las criaturas? Ahora, querida hija, escúchame: En la casa de Nazaret
se formó en tu Mamá y en la Humanidad de mi Hijo el Reino de la
divina Voluntad, para darlo en don a la familia humana en cuanto
ésta se dispusiera a recibir el bien de este Reino. Y si bien mi
Hijo era el Rey y Yo la Reina, sin embargo éramos Rey y Reina sin
pueblo; nuestro Reino, aunque podía contener a todos y dar vida a
todos estaba desierto, porque se necesitaba primero la redención
para preparar y disponer al hombre a entrar en este Reino tan santo.
Además, siendo poseído este Reino por Mí y por mi Hijo, quienes
pertenecíamos según el orden humano a la familia humana y en virtud
del Fiat Divino y del Verbo Encarnado, pertenecíamos a la Familia
Divina, las criaturas recibían el derecho de entrar en ese Reino, y
la Divinidad cedía el derecho y dejaba las puertas abiertas a quien
querría entrar. Así que, nuestra vida oculta de tan largos años
sirvió para preparar el Reino de la Divina Voluntad a las criaturas
y por eso quiero hacerte conocer lo que obró en Mí este Fiat
Supremo, para que olvidando tu voluntad y dándole la mano a tu
Madre, Ella te pueda conducir a los bienes que con tanto amor te
preparó. Dime, hija de mi Corazón, ¿nos contentarás a Mí y a nuestro
querido Jesús que con tanto amor te esperamos en este Reino tan
santo para vivir junto con Nosotros toda de Voluntad Divina? Ahora
escucha, querida hija, otra obra de amor que en esta casa de Nazaret
hizo en Mí mi querido Jesús: Él me hizo depositaria de toda su vida.
Cuando Dios hace una obra no la deja suspendida en el vacío, sino
que busca siempre a una criatura en la cual poder encerrar y apoyar
toda su obra, de otro modo correría el peligro de exponer sus obras
a la inutilidad, lo que no puede ser. Por eso, mi querido Hijo
depositaba en Mí sus obras, sus palabras, sus penas, todo, hasta
cada respiro lo depositaba en su Mamá. Y cuando estábamos recogidos
en nuestra habitación Él, con su dulce hablar me narraba todos los
evangelios que iba a predicar al público, los sacramentos que iba a
instituir, todo me confiaba, y depositándolo todo en Mí, me
constituía canal y manantial perenne del cual debía brotar su vida y
todos sus bienes a favor de todas las criaturas. ¡Oh, cómo me sentía
rica y feliz al sentir depositar en Mí todo lo que hacía mi querido
Hijo! El Querer Divino que reinaba en Mí me daba el espacio para
poder recibir todo y Jesús recibía la correspondencia del amor y de
la Gloria de parte de su Mamá por la gran obra de la redención. ¿Qué
cosa hay que no haya recibido de Dios por no haber nunca hecho mi
voluntad sino solamente y siempre la Suya?
Todo estaba a mi disposición, aun la misma vida de mi Hijo, y
mientras ésta permanecía siempre en Mí, Yo podía bilocarla para
darla a aquél que con amor me la pidiera. Ahora una palabra para ti:
Si haces siempre la Divina Voluntad y nunca la tuya y si vives en
Ella, Yo, tu Mamá, depositaré en tu alma todos los bienes de mi
Hijo. ¡Oh, cómo te sentirás afortunada! Tendrás una vida divina a tu
disposición que te dará todo, y Yo haciéndote de verdadera Mamá, me
pondré a guardia para que crezca esta vida en ti y forme en ti el
Reino de la Divina Voluntad.
El alma: Mamá Santa, me abandono en tus brazos. Soy una pequeña
hija que siente extrema necesidad de tus cuidados maternos. ¡Ah!, te
pido que tomes mi voluntad y la encierres en tu Corazón y no me la
devuelvas jamás, para que yo pueda ser feliz de vivir siempre de
Voluntad de Dios y así te contentaré a ti y a mi querido Jesús.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, vendrás a hacernos tres
visitas a la casa de Nazaret y para honrar a la Sagrada Familia
recitarás tres Pater, Ave, Gloria, pidiéndome que te admita a vivir
en medio de Nosotros.
Jaculatoria:
Jesús, María y José, haced que viva con vosotros en el Reino de la
Divina Voluntad.
DÍA 26
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La hora del dolor se aproxima. Separación dolorosa. Jesús en su vida
pública y apostólica.
El alma a su Madre Celestial:
Heme aquí contigo nuevamente, Mamá Reina. Hoy, mi amor de hija hacia
ti me hace correr para ser espectadora de cuando mi dulce Jesús se
separe de ti y emprenda el camino para formar su vida apostólica en
medio de las criaturas. Mamá Santa, sé que sufrirás mucho, cada
momento de separación de Jesús te costará la vida y yo, tu hija, no
quiero dejarte sola, quiero secarte las lágrimas y con mi compañía
quiero romper tu soledad; y mientras estamos juntas, Tú continúa
dándome tus bellas lecciones sobre la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía queridísima, tu
compañía me será muy agradable porque veré en ti el primer don que
me da Jesús, don formado por puro amor, fruto tanto de su sacrificio
como del mío, don que me costará la misma vida de mi Hijo. Ponme
atención y escúchame, hija mía: Para tu Mamá empezó una vida de
dolor, de soledad y de largas separaciones de mi sumo bien Jesús. Su
vida oculta terminó y Él sentía la irresistible necesidad de amor de
salir en público, de darse a conocer y de ir en busca del hombre
perdido en el laberinto de su voluntad y preso en todos los males.
El querido San José había ya muerto, Jesús partía y Yo me quedaba
sola en la pequeña casita.
Cuando mi amado Jesús me pidió la obediencia de partir, porque no
hacía nunca nada si antes no me lo decía, Yo sentí un dolor vivo en
mi Corazón; pero conociendo que esa era la Voluntad Suprema, de
inmediato pronuncié mi Fiat sin dudar ni un instante, y entre mi
Fiat y el Fiat de mi Hijo, nos separamos. En la hoguera de nuestro
amor me bendijo y me dejó; Yo lo acompañé con mi mirada hasta que
pude y después, retirándome, me abandoné en el Querer Divino que era
mi vida. Pero, ¡oh, potencia del Fiat Divino!, este Santo Querer no
me dejaba perder nunca de vista a mi Hijo, ni Él me perdía de vista
a Mí, es más, Yo sentía su latido en el mío y Jesús sentía mi latido
en el suyo. Querida hija, Yo había recibido a mi Hijo del Querer
Divino y lo que este Santo Querer da, no está sujeto ni a acabar ni
a sufrir separación, sus dones son permanentes y eternos; por lo
tanto mi Hijo era mío, nadie ni nada me lo podía quitar, ni la
muerte, ni el dolor, ni la separación, porque el Querer Divino me lo
había dado. Por lo que nuestra separación era aparente, pues en
realidad estábamos fundidos juntos, y además era una la Voluntad que
nos animaba, ¿cómo podíamos separarnos?
Debes saber que la luz de la Divina Voluntad me hacía ver qué
malamente y con cuánta ingratitud trataban a mi Hijo. Sus pasos los
había dirigido hacia Jerusalén, su primera
visita fue al templo santo en el cual empezó la serie de sus
predicaciones. Pero... ¡oh dolor!, su palabra, llena de vida,
portadora de paz, de amor y de orden era falsamente interpretada y
escuchada con malicia, especialmente por los sabios y los doctos de
aquellos tiempos. Cuando mi Hijo afirmaba que era el Hijo de Dios,
el Verbo del Padre, Aquél que había venido a salvarlos, lo tomaban
tanto a mal que con sus miradas furibundas lo querían devorar. ¡Oh,
cómo sufría mi amado bien Jesús! Su palabra creadora rechazada le
hacía sufrir la muerte que le daba a su palabra Divina. Y Yo era
toda atención y toda ojos para ver a ese Corazón Divino que sangra y
le ofrecía mi Corazón materno para recibir las mismas heridas, para
consolarlo y para darle un apoyo en el momento en que estaba por
sucumbir.
¡Oh, cuántas veces después de que había repartido su palabra lo veía
olvidado por todos, sin que ninguno le ofreciera algún consuelo,
solo, solo…, lo veía fuera de los muros de la ciudad, al
descubierto, bajo el manto del cielo estrellado, apoyado a un árbol,
llorar y rezar por la salvación de todos! Y tu Mamá, hija querida,
desde su casita lloraba junto con Él y en la luz del Fiat Divino le
enviaba sus lágrimas para consolarlo, sus castos abrazos y sus besos
para confortarlo. Entonces, mi amado Hijo, viéndose rechazado por
los grandes y los doctos no se detuvo ni podía detenerse, su amor
corría porque quería almas y se rodeó de pobres, de afligidos, de
enfermos, de cojos, de ciegos, de mudos, y de oprimidos por tantos
otros males, todos estos imágenes de los tantos males que había
producido la voluntad humana en las criaturas. Y el querido Jesús
sanaba a todos, consolaba e instruía a todos, así que se convirtió
en el Amigo, en el Padre, en el Médico y en el Maestro de los
pobres.
Hija mía, se puede decir que fueron los pastores con sus visitas
quienes lo recibieron al nacer y fueron los pobres quienes lo
siguieron en los últimos años de su vida acá abajo hasta su muerte.
Porque los pobres, los ignorantes son más sencillos y menos apegados
a su propio juicio y por eso son los más favorecidos, los mayormente
bendecidos y los benjamines de mi Hijo, tanto que eligió a pobres
pescadores por Apóstoles y como columnas de la Iglesia futura. Ahora
bien, hija queridísima, si quisiera decirte lo que obramos y
sufrimos mi Hijo y Yo durante estos tres años de su vida pública me
extendería demasiado… Lo que te recomiendo es que en todo lo que
puedas hacer y sufrir, tu acto primero y último sea el Fiat Divino.
Así como en el Fiat me separé de mi Hijo y Él me dio la fuerza para
hacer el sacrificio, así tú encontrarás la fuerza para todo, hasta
en las penas que te cuestan la vida, si todo lo encierras en el
Eterno Fiat. Por eso da tu palabra a tu Mamá de que te encontrarás
siempre en la Divina Voluntad y así también tú sentirás la
inseparabilidad de Mí y de nuestro Sumo bien Jesús.
El alma: Mamá dulcísima, te compadezco al verte sufrir tanto.
¡Ah, te pido que derrames tus lágrimas y las de Jesús en mi alma
para reordenarla y encerrarla en el Fiat Divino!
Pequeño sacrificio: Para honrarme, y para hacerme compañía en
mi soledad, me darás todas tus penas y por cada una de ellas
repetirás: “Te Amo Jesús mío, Te Amo Mamá mía”. Jaculatoria:
Mamá Divina, tus palabras y las de Jesús desciendan a mi corazón y
formen en mí el Reino del Divino Querer.
DÍA 27
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Reina de los dolores. Suena la hora del dolor. La pasión. Un
deicidio. Llanto de toda la naturaleza.
El alma a su Madre doliente: Querida Mamá dolorosa, hoy más que
nunca siento la irresistible necesidad de permanecer junto a ti; no,
no me iré de tu lado para ser espectadora de tus acerbos dolores y
pedirte como hija la gracia de que deposites en mí tus dolores y los
de tu Hijo Jesús y hasta su misma muerte, a fin de que su muerte y
tus dolores me den la gracia de que mi voluntad muera continuamente
y sobre ella surja la vida de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina de los dolores:
Hija queridísima, no me niegues tu compañía en mi amargura tan
grande. La Divinidad ha ya decretado el último día de mi Hijo acá
abajo. Ya un Apóstol lo traiciona entregándolo en manos de los
judíos para hacerlo morir, y mi querido Hijo en un exceso de amor,
no queriendo dejar a sus hijos que con tanto amor vino a buscar a la
tierra, se queda en el Sacramento de la Eucaristía, para que quien
lo quiera lo pueda poseer. Así que la vida de mi Hijo está por
terminar y Él está por tomar el vuelo hacia su Patria Celestial.
¡Ah, hija querida, el Fiat Divino me lo dio, en el Fiat Divino Yo lo
recibí, y ahora en el mismo Fiat lo entrego! ¡El Corazón se me
desgarra, mares inmensos de dolor me inundan y siento que mi vida se
acaba por los más atroces espasmos de dolor! Pero nada habría podido
negar al Fiat Divino, es más, me sentía dispuesta a sacrificar a mi
Hijo con mis mismas manos si Él así lo hubiera querido.
La fuerza del Divino Querer es omnipotente y Yo sentía tal fortaleza
en virtud de Él, que prefería morir antes que negar algo a la Divina
Voluntad. Hija mía, escúchame, mi Corazón materno quedaba sofocado
por las penas, al sólo pensar que mi Hijo, mi Dios, mi Vida, debía
morir… era más que muerte para tu Mamá, y a pesar de esto sabía que
Yo debía vivir, ¡qué desgarro, qué heridas tan profundas de dolor se
abrían en mi Corazón y como espadas cortantes lo traspasaban de lado
a lado! Sin embargo, querida hija, me duele decirlo pero debo
decírtelo: En estas penas y heridas profundas y en las penas de mi
Hijo amado estaba tu alma, tu voluntad humana que al no dejarse
dominar por la de Dios, Nosotros la cubríamos con nuestras penas, la
embalsamábamos, la fortificábamos con ellas a fin de que se
dispusiera a recibir la Vida de la Divina Voluntad.
¡Oh, si el Fiat Divino no me hubiera sostenido y no hubiera seguido
su curso de formar los mares infinitos de luz, de alegrías, de
felicidad al lado de los mares de mis acerbos dolores, Yo habría
muerto tantas veces por cuantas penas sufrió mi querido Hijo! ¡Cómo
me sentí despedazar el Corazón cuando lo vi por última vez, antes de
la pasión, pálido, con una tristeza de muerte en su rostro! Con voz
temblorosa como si quisiera sollozar, me dijo: “Mamá, ¡adiós!
Bendice a tu Hijo y dame la obediencia de morir; el mío y tuyo Fiat
Divino me hizo concebirme en ti, el mío y tuyo Fiat Divino me debe
hacer morir. Pronto, Mamá querida, pronuncia tu Fiat y dime: „Te
bendigo y te doy la obediencia de morir crucificado, así quiere el
Eterno Querer, así lo quiero también Yo..” Hija mía, qué dolor
vivísimo sufrí en mi Corazón traspasado y, sin embargo, lo
pronuncié, porque en Nosotros no existían penas forzadas, sino que
todas eran voluntarias.
Entonces, recíprocamente nos dimos la bendición y dándonos aquella
mirada que no sabe despegarse del objeto amado, mi querido Hijo, mi
dulce Vida partió, y Yo, tu doliente Mamá, me quedé; pero los ojos
de mi alma no lo perdieron nunca de vista. Lo seguí en el Huerto en
su tremenda agonía y… ¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo
abandonado por todos, aun por los más fieles y queridos Apóstoles!
Hija mía, el abandono por parte de las personas queridas es uno de
los dolores más grandes para el corazón humano en las horas
tempestuosas de la vida. Pero más especialmente para mi Hijo que
tanto los había amado y cubierto de beneficios y estaba a punto de
dar su vida por aquéllos mismos que lo habían abandonado en las
horas extremas de su vida, y es más, habían huido. ¡Qué dolor, qué
dolor! Yo, al verlo agonizar y sudar sangre, agonizaba con Él y lo
sostenía entre mis brazos maternos. Siendo Yo inseparable de mi
Hijo, sus penas se reflejaban en mi Corazón despedazado por el dolor
y por el amor, y las sentía más que si hubieran sido mías. Y así lo
seguí toda la noche: No hubo pena ni acusación que le hicieran que
no resonara en mi Corazón. Y al alba, no pudiendo más, acompañada
por Juan, por Magdalena y por otras piadosas mujeres, lo quise
seguir paso a paso, de un tribunal a otro, aun corporalmente.
Hija mía queridísima, Yo sentía los golpes de los flagelos que
llovían sobre el Cuerpo desnudo de mi Hijo, oía las burlas, las
risas satánicas, sentía los golpes que le daban en la cabeza cuando
lo coronaron de espinas, lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo
todo desfigurado e irreconocible, me sentí ensordecer por el:
“¡Crucifícale, crucifícale…!” Lo vi echarse la cruz en sus espaldas,
extenuado… No pudiendo resistir más apuré el paso para darle el
último abrazo y limpiarle el rostro, todo bañado de sangre. Pero…
¡para Nosotros no había piedad! Los crueles soldados me lo alejaron,
lo golpearon con las sogas y lo hicieron caer por tierra. Hija mía,
¡qué pena tan desgarradora no poder socorrer en tantas penas a mi
querido Hijo! Por eso cada pena abría un mar de dolor en mi Corazón
traspasado.
Finalmente lo seguí hasta el Calvario, en donde entre dolores
inauditos y contorsiones horribles fue crucificado y levantado en la
cruz. Sólo hasta entonces me fue concedido estar a los pies de la
cruz para recibir de sus labios moribundos el don de todos mis
hijos, el derecho y el sello de mi maternidad sobre todas las
criaturas. Poco después, entre tormentos inauditos, expiró… Toda la
naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador: Lloró
el Sol oscureciéndose y retirando horrorizado su luz de la faz de la
tierra; lloró la tierra con un fuerte terremoto, abriéndose en
diferentes lugares por el dolor de la muerte de su Creador. Todos
lloraron, las tumbas con abrirse, los muertos con resucitar y
también el velo del templo lloró de dolor con desgarrarse… Todos
perdieron el valor y sintieron pánico y terror, mientras que Yo, tu
Mamá, estaba petrificada por el dolor, esperándolo entre mis brazos
para encerrarlo en el sepulcro.
Ahora escúchame, en mi intenso dolor quiero hablarte con las penas
de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis
brazos dolorosos… ¡cómo está desfigurado! Es el verdadero retrato de
los males que el humano querer causa a las pobres criaturas y mi
querido Hijo quiso sufrir tantos dolores para levantar a esta
voluntad caída en el abismo de todas las miserias, en cada pena de
Jesús y en cada dolor mío, la llamábamos a resurgir en la Divina
Voluntad. Fue tanto nuestro amor que para poner al seguro esta
voluntad humana la llenamos con nuestras penas hasta sumergirla y
encerrarla en los mares inmensos de nuestros dolores. Por eso, en
este día de dolores, para tu Mamá dolorosa, y todo por ti, dame a
cambio en mis manos tu voluntad, a fin de que Yo la encierre en las
llagas sangrantes de Jesús como la más bella victoria de su pasión y
muerte y como triunfo de mis acerbísimos dolores.
El alma: Mamá Dolorosa, tus palabras me hieren el corazón y me
siento morir al oír que fue mi voluntad rebelde la que os hizo
sufrir tanto. Por eso te pido que la encierres en las llagas de
Jesús para que viva de sus penas y de tus acerbos dolores.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, besarás las llagas de
Jesús haciendo cinco actos de amor y me pedirás que mis dolores
sellen tu voluntad en la herida de su sagrado costado.
Jaculatoria: Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá me den
la gracia de hacer resurgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.
DÍA 28
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El Limbo. La espera. La victoria sobre la muerte. La Resurrección.
El alma a su Mamá Reina:
Mamá traspasada, tu pequeña hija sabiéndote sola, privada del amado
bien Jesús, quiere estrecharse a ti para hacerte compañía en tu
amarguísima desolación. ¡Sin Jesús todo se cambia en dolor para ti!
El recuerdo de sus desgarradoras penas, del dulce acento de su voz,
que aún resuena en tus oídos, de su fascinante mirada, ahora dulce,
ahora triste, ahora llena de lágrimas, pero que siempre raptaba tu
materno Corazón, al no tenerlas ya contigo son espadas cortantes que
traspasan de lado a lado tu afligido Corazón.
Desolada Mamá, tu querida hija quiere en cada pena tuya darte un
consuelo y compadecerte; es más, quisiera ser Jesús mismo para poder
darte todo el amor, todos los consuelos, los alivios que te hubiera
dado Él en este estado de amarga desolación. El dulce Jesús me ha
entregado a ti como hija, ponme, por tanto, en su lugar en tu
Corazón Materno y yo seré toda de mi Mamá, te secaré las lágrimas y
te haré siempre compañía. LECCIÓN DE LA REINA Y MADRE DESOLADA: Hija
queridísima, gracias por tu compañía, pero si quieres que sea para
Mí dulce, querida y sea portadora de consuelo a mi traspasado
Corazón, quiero encontrar en ti a la Divina Voluntad dominante y
obrante en ti y que tú no le concedas a tu voluntad ni siquiera un
respiro de vida. Entonces sí, te cambiaré por mi Hijo Jesús, porque
estando su Voluntad en ti, en Ella sentiré a Jesús en tu corazón. ¡Oh,
cómo seré feliz al encontrar en ti el primer fruto de sus penas y de
su muerte! Al encontrar en mi hija a mi amado Jesús, mis penas se
cambiarán en gozos y mis dolores en conquistas.
Ahora escúchame, hija de mis dolores: En cuanto mi querido Hijo
expiró, bajó al limbo como triunfador y como portador de Gloria y de
felicidad a aquella prisión, en la que se encontraban todos los
Patriarcas y profetas, el primer padre Adán, el querido San José,
mis santos padres, y todos aquéllos que en virtud de los méritos
previstos del futuro Redentor se habían salvado. Yo era inseparable
de mi Hijo y por tanto ni siquiera la muerte me lo podía quitar, así
que en el océano de mis dolores lo seguí al limbo y fui espectadora
de la fiesta y de los agradecimientos que toda aquella muchedumbre
de almas prodigó a mi Hijo, que había sufrido tanto y que su primer
paso había sido hacia ellos para hacerlos bienaventurados y
llevarlos con Él a la Gloria celestial.
Como ves, en cuanto murió, empezaron las conquistas y la Gloria para
Jesús y para todos aquéllos que lo amaban. Esto, querida hija, es
símbolo de que en cuanto la criatura hace morir su propia voluntad
al unirse con la Divina, comienzan para ella las conquistas en el
orden Divino, la Gloria y el gozo aun en medio de los más grandes
dolores. Entre tanto, a pesar de que los ojos de mi alma siguieron
siempre a mi Hijo y nunca lo perdieron de vista, en esos tres días
que estuvo en el sepulcro Yo tenía tales ansias de verlo resucitado
que continuamente repetía en la hoguera de mi amor: “¡Resucita,
Gloria mía; resucita, Vida mía…!” Mis deseos eran ardientes, mis
suspiros eran de fuego, tanto que me sentía consumir. Finalmente, en
estas ansias vi que mi querido Hijo, acompañado por aquella
innumerable muchedumbre de almas, salió del limbo, en actitud
triunfante y se transportó al sepulcro.
Era el alba del tercer día, y así como toda la naturaleza había
llorado por Él, así gozaba ahora, tanto que el Sol anticipó su curso
para estar presente en el momento en que mi Hijo resucitaba. ¡Oh
maravilla! Antes de resucitar, Jesús mostró a aquella multitud de
almas su Santísima Humanidad sangrante, toda llagada y desfigurada,
como había quedado reducida por amor a ellas y a todas. ¡Cómo
quedaron conmovidas y admiraron los excesos de amor y el gran
portento de la redención! Hija mía, cómo te habría querido presente
en el acto de la resurrección de mi Hijo. Él era todo majestad, de
su Divinidad, unida a su alma, brotaban mares de luz y de belleza
encantadora que llenaban Cielo y tierra, y como triunfador, haciendo
uso de su potencia ordenó a su muerta Humanidad que acogiera
nuevamente a su alma y que resucitara triunfante y gloriosa a vida
inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la
muerte diciéndole: “Muerte, ya no serás más muerte, sino vida.”
Así, con este acto de triunfo sellaba que Él era hombre y Dios y
confirmaba su doctrina, sus milagros, la vida de los Sacramentos y
la vida de toda la Iglesia. Y no sólo esto, sino que además
triunfaba sobre las voluntades humanas debilitadas y casi muertas en
el verdadero bien, para hacer triunfar en ellas la vida de aquel
Querer Divino que debía llevar a las criaturas la plenitud de la
santidad y de todos los bienes. Al mismo tiempo, en virtud de su
Resurrección, ponía en los cuerpos el germen de resucitar a la
Gloria imperecedera. Hija mía, la Resurrección de mi Hijo encierra
todo, dice todo, confirma todo y es el acto más solemne que Él
realizó por amor a las criaturas.
Ahora escúchame, hija mía, quiero hablarte como Mamá que ama
muchísimo a su hija, quiero decirte qué significa hacer la Voluntad
de Dios y vivir en Ella, y el ejemplo te lo damos mi Hijo y Yo.
Nuestra vida estuvo llena de penas, de pobreza y de humillaciones
hasta ver morir de penas a mi amado Hijo, pero en todo esto corría
la Divina Voluntad, Ella era la vida de nuestras penas y Nosotros
nos sentíamos en tal forma triunfadores y conquistadores de cambiar
en vida a la misma muerte. Al ver el gran bien, voluntariamente nos
ofrecíamos a sufrir, porque estando en Nosotros la Divina Voluntad,
nadie se podía imponer sobre Ella ni sobre Nosotros, por lo tanto,
el sufrir estaba en nuestro poder y lo llamábamos como alimento y
triunfo de la redención para poder llevar el bien al mundo entero.
Ahora, querida hija, si tu vida y tus penas tienen por centro de
vida a la Divina Voluntad, está segura de que el dulce Jesús se
servirá de ti y de tus penas para dar ayuda, luz y gracia a todas
las almas. Por eso, ¡ten valor! La Divina Voluntad sabe hacer cosas
grandes donde reina. En todas las circunstancias mírate en el espejo
que somos tu dulce Jesús y Yo y camina hacia delante.
El alma: Mamá santa, si Tú me ayudas y me defiendes bajo tu
manto, haciéndome de celestial centinela, yo estoy segura de
convertir todas mis penas en Voluntad Divina y de seguirte paso a
paso en los caminos interminables del Fiat Supremo, porque sé que tu
amor, fascinante de Madre y tu potencia vencerán mi voluntad, y
teniéndola en tu poder me la cambiarás por la Divina. Por esto, Mamá
mía, a ti me confío y en tus brazos me abandono.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, me ofrecerás mis mismos
dolores para que tú puedas cumplir siempre la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá mía, por la Resurrección de tu Hijo hazme
resurgir en la Voluntad de Dios.
DÍA 29
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La hora del triunfo. Aparición de Jesús. Los que habían huido se
unen en derredor de la Virgen como Arca de salvación y de perdón.
Jesús parte para el Cielo.
EL ALMA A SU MADRE REINA:
Madre admirable, heme aquí de nuevo sobre tus rodillas maternas para
unirme contigo en la fiesta y triunfo de la Resurrección de nuestro
querido Jesús. ¡Qué hermoso es hoy tu aspecto! Todo amable, todo
dulzura y todo alegría. Me parece verte resucitada junto con Jesús.
Ah Mamá Santa, en medio de tanta alegría y triunfo no te olvides de
tu hija; es más, encierra en mi alma el germen de la Resurrección de
Jesús a fin de que en virtud de ella yo resurja plenamente en
la Divina Voluntad y viva siempre unida a ti y a mi dulce Jesús.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija bendita de mi materno
Corazón, grande fue mi alegría y mi triunfo en la Resurrección de mi
Hijo. Yo me sentí renacida y resucitada en Él; todos mis dolores se
cambiaron en alegría y en mares de gracias, de luz, de amor y de
perdón para las criaturas y extendieron mi maternidad sobre todos
mis hijos que me había dado Jesús, con el sello de mis dolores.
Ahora escúchame, hija querida: Debes saber que después de la muerte
de mi Hijo, me retiré al Cenáculo junto con el amado Juan y
Magdalena. Pero mi Corazón quedaba traspasado porque únicamente Juan
estaba conmigo, y en mi dolor decía: “Y los demás Apóstoles… ¿dónde
están?”
Pero en cuanto ellos oyeron que Jesús había muerto, tocados por
gracias especiales, todos conmovidos y llorando, uno por uno, los
fugitivos se acercaron en derredor mío,
haciéndome corona, y con lágrimas y sollozos me pidieron perdón
porque habían tan vilmente abandonado y huido de su Maestro. Yo los
acogí maternalmente en el Arca de refugio y de salvación de mi
Corazón, aseguré a todos el perdón de mi Hijo, los animé a no temer
y les dije que su suerte estaba en mis manos porque a todos me los
había dado por hijos y Yo como tales los reconocía. Hija bendita, tú
sabes que Yo estuve presente en la Resurrección de mi Hijo, pero no
dije nada a nadie esperando que Jesús mismo se manifestara que había
resucitado glorioso y triunfante. La primera que lo vio resucitado
fue la afortunada Magdalena, después las piadosas mujeres, y todas
venían conmigo diciéndome que habían visto a Jesús resucitado y que
el sepulcro estaba vacío. Y Yo escuchaba a todos y con aire de
triunfo confirmaba a todos en la fe de la Resurrección.
Hasta esa noche casi todos los Apóstoles lo vieron y todos se
sentían como triunfantes de haber sido Apóstoles de Jesús. ¡Qué
cambio de escena, hija querida! Símbolo de quien se ha hecho dominar
antes por la voluntad humana, que está representado por los
Apóstoles que huyen, que abandonan a su Maestro y es tanto el temor
y el miedo que se esconden y Pedro llega hasta negarlo. ¡Oh, si
hubieran estado dominados por la Divina Voluntad, nunca hubieran
huido de su Maestro, sino que valerosos y como triunfadores, no se
habrían separado nunca de su lado y se habrían sentido honrados en
dar su propia vida para defenderlo! Entonces, hija querida, mi amado
Hijo Jesús se entretuvo resucitado en la tierra cuarenta días y muy
frecuentemente se aparecía a los Apóstoles y a los discípulos para
confirmarlos en la fe y certeza de su Resurrección, y cuando no
estaba con los Apóstoles permanecía junto con su Mamá en el
Cenáculo, rodeado por las almas salidas del limbo.
Pero cuando llegó el término de los cuarenta días, el amado Jesús
instruyó a los Apóstoles y dejando a su Mamá como Guía y Maestra,
nos prometió el descendimiento del Espíritu Santo, y bendiciéndonos
a todos partió, tomando el vuelo hacia los Cielos junto con aquella
gran multitud de gente salida del limbo. Todos aquéllos que
estaban, y eran en gran número, lo vieron ascender, pero cuando
llegó arriba en lo alto, una nube de luz lo quitó de su vista.
Ahora, hija mía, tu Mamá Celestial lo siguió al Cielo y asistió a la
gran fiesta de la Ascensión, y mucho más que para Mí no era extraña
la Patria Celestial y además, sin Mí, no habría sido completa la
fiesta de mi Hijo ascendido al Cielo. Ahora, una palabrita a ti,
hija queridísima: Todo lo que has escuchado y admirado no ha sido
otra cosa que el poder del Querer Divino obrante en Mí y en mi Hijo.
Por eso deseo tanto encerrar en ti la Vida de la Divina Voluntad, y
Vida obrante, porque todos la tienen, pero la mayor parte la tienen
sofocada y para hacerse servir por Ella y mientras que podría obrar
prodigios de santidad, de gracia y hacer obras dignas de su
potencia, está obligada por las criaturas a permanecer con las manos
atadas, sin poder desarrollar su poder. Por eso sé atenta y haz que
el Cielo de la Divina Voluntad se extienda en ti y obre con su poder
lo que quiere y como quiere.
El alma: Mamá Santísima, tus bellas lecciones me arrebatan y
oh, cuánto quisiera y cómo suspiro la Vida obrante de la Divina
Voluntad en mi alma; quiero ser también yo la inseparable de mi
Jesús y de ti, Mamá mía. Pero para estar segura de esto, Tú debes
tomar la tarea de tener mi voluntad encerrada en tu materno Corazón,
y aunque veas que me cueste mucho, no me la debes dar nunca, sólo
así podré estar segura, de otra manera serán siempre palabras pero
los hechos no los haré jamás. Por eso tu hija a ti se encomienda y
de ti todo espera.
Pequeño sacrificio: Para honrarme harás una visita a Jesús
Sacramentado como obsequio a su ascensión al Cielo y le pedirás que
te haga ascender en su Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá querida, con tu poder triunfa en mi alma y
hazme renacer en la Voluntad de Dios. Jesús, Jesús, Jesús
DÍA 30
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Maestra de los Apóstoles. Sede y Centro de la Iglesia Naciente.
Barca de refugio.
Descendimiento del Espíritu Santo.
El alma a su Madre Celestial:
Heme aquí de nuevo, Soberana del Cielo, me siento en tal forma
atraída hacia ti que cuento los minutos esperando que tu Alteza
Suprema me llame para darme las bellas sorpresas de tus lecciones
maternas. Tu amor de Madre me rapta y al saber que Tú me amas, mi
corazón se alegra y siente toda la confianza en que mi Mamá me dará
tanto amor, tanta gracia para formar el dulce encanto a mi voluntad
humana, de manera que el Querer Divino extienda sus mares de luz en
mi alma y ponga el sello de su Fiat en todos mis actos. Ah, Mamá
Santa, no me dejes más sola y haz que descienda en mí el Espíritu
Santo a fin de que queme en mí lo que a la Divina Voluntad no
pertenece. Lección de la Reina del Cielo: Hija mía bendita, tus
palabras hacen eco en mi Corazón y sintiéndome herir me derramo en
ti con mis mares de gracia, oh, cómo corren hacia mi hija para darle
la vida de la Divina Voluntad. Si tú me eres fiel, Yo no te dejaré
más, estaré siempre contigo para darte en cada acto tuyo, en cada
palabra y latido, el alimento de la Divina Voluntad. Ahora
escúchame, hija mía: Nuestro Sumo bien Jesús partió al Cielo y está
pidiendo ante su Celestial Padre por sus hijos y hermanos que dejó
en la tierra. Él, desde la Patria Celestial mira a todos, no le
escapa ninguno y es tanto su amor que dejó a su Mamá todavía en la
tierra para consuelo, ayuda, enseñanza y compañía de sus hijos y
míos.
Debes saber que cuando mi Hijo partió para el Cielo, Yo continué
junto con los Apóstoles
en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo. Todos estrechados a mi
alrededor, orábamos juntos, no hacían nada sin mi consejo, y cuando
Yo tomaba la palabra para instruirlos o para decir alguna anécdota
de mi Hijo, que ellos no conocían, como por ejemplo, los
particulares de su nacimiento, sus lágrimas infantiles, sus rasgos
amorosos e incidentes sucedidos en Egipto, las tantas maravillas de
su vida oculta en Nazaret…, oh, cómo estaban atentos escuchándome y
quedaban raptados al oír las tantas sorpresas, las tantas enseñanzas
que Jesús me había dado y que debían servir para ellos, porque mi
Hijo, poco o nada habló de Él mismo con los Apóstoles, reservándome
a Mí la tarea de hacerles conocer cuánto los había amado y las
particularidades que sólo su Mamá conocía. Así que, hija mía, Yo era
en medio de mis Apóstoles más que el Sol del día y fui la áncora, el
timón, la barca donde encontraban el refugio para estar seguros y
defendidos de todo peligro. Por lo tanto puedo decir que di a luz a
la Iglesia naciente sobre mis rodillas maternas y mis brazos fueron
la barca que la guió a puerto seguro y la guía aún.
Entonces, llegó el momento en que en el Cenáculo descendió el
Espíritu Santo prometido por mi Hijo. ¡Qué transformación, hija
mía…! En cuanto los Apóstoles fueron investidos adquirieron nueva
ciencia, fortaleza invencible y amor ardiente; una nueva vida corrió
en ellos que los hizo intrépidos y valerosos, de modo que se
dispersaron por todo el mundo para dar a conocer la redención y
ofrecer la vida por su Maestro. Yo me quedé con el amado Juan, y fui
obligada a salir de Jerusalén porque empezó la tempestad de la
persecución.
Hija mía queridísima, debes saber que Yo continúo aún mi magisterio
en la Iglesia. No hay cosa que de Mí no descienda; puedo decir que
me desvivo por amor de mis hijos y los nutro con mi leche materna. Y
ahora, en estos tiempos quiero mostrar un amor más especial haciendo
conocer cómo toda mi vida fue formada en el Reino de la Divina
Voluntad; por eso te llamo sobre mis rodillas, entre mis brazos
maternos para que haciéndote de barca quedes segura de vivir en el
mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no podría hacerte, ah,
te pido, contenta a tu Mamá, ven a vivir en este Reino tan santo y
cuando veas que tu voluntad quisiera tener algún acto de vida ven a
refugiarte en la segura barca de mis brazos diciéndome: “Mamá mía,
mi voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego a fin de que
pongas en lugar suyo a la Divina Voluntad”. ¡Oh, cómo seré feliz si
puedo decir: “La hija mía es toda mía, porque vive de Voluntad
Divina!” Y Yo haré descender al Espíritu Santo a tu alma para que te
queme todo lo que es humano y con su soplo refrigerante impere sobre
ti y te confirme en la Divina Voluntad.
El alma:
Maestra divina, hoy siento el corazón tan henchido, que quiero
desahogarme en llanto y bañar con mis lágrimas tus manos maternas.
Un velo de tristeza me invade y temo que no podré sacar provecho de
tus tantas enseñanzas y de tus tantos cuidados más que maternos.
Mamá mía, ayúdame, fortifica mi debilidad, pon en fuga mis
temores, y yo, abandonándome en tus brazos, estaré segura de vivir
toda de Voluntad Divina.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, recitarás siete Gloria en
honor al Espíritu Santo, y me pedirás que renueve sus prodigios
sobre toda la Iglesia.
Jaculatoria: Mamá Celestial, pon en mi corazón fuego y llamas
para que consuman y quemen en mí todo lo que no es Voluntad de Dios.
DÍA 31
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Su Asunción al Cielo. Entrada feliz. Cielo y tierra festejan a la
recién llegada.
El alma a su Gloriosa Reina: Mi querida Mamá Celestial, estoy de
vuelta entre tus brazos maternos y al mirarte veo que una dulce
sonrisa aflora en tus labios purísimos; tu actitud hoy es toda de
fiesta, me parece que quieres narrarle y confiarle a tu hija alguna
cosa que le sorprenda más. Mamá Santa, ah, te pido, con tus manos
maternas toca mi mente y vacía mi corazón a fin de que yo pueda
comprender tus santas enseñanzas y pueda ponerlas en práctica.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, hoy, Yo,
tu Mamá, estoy de fiesta porque quiero hablarte de mi partida de la
tierra al Cielo, día en el cual terminé de cumplir la Divina
Voluntad en la tierra, porque no hubo en Mí ni un respiro, ni un
latido, ni un paso en los que el Fiat Divino no tuviera su acto
completo, y esto me embelleció, me enriqueció y me santificó tanto
que los mismos ángeles quedaron raptados. Ahora, debes saber que
antes de partir para la Patria Celestial Yo, con mi amado Juan,
volví de nuevo a Jerusalén. Era la última vez que en carne mortal
pasaba por la tierra y todas las cosas de la creación, como si lo
hubieran intuido, se postraban en torno a Mí, desde los peces del
mar por el que nAvegué hasta el más pequeño pajarito querían ser
bendecidos por su Reina, y Yo a todos bendecía y les daba mi último
adiós. Así, llegué a Jerusalén y retirándome dentro de una casa
donde me llevó Juan, me encerré para no salir nunca más.
Hija bendita, debes saber que empecé a sentir en Mí un tal martirio
de amor unido con ansias ardientes de alcanzar a mi Hijo en el Cielo
que me sentí consumir hasta sentirme enferma de amor, y tenía
fuertes delirios y deliquios todos de amor. Porque Yo no conocí
nunca enfermedad alguna, ni siquiera indisposición ligera, ya que a
mi naturaleza concebida sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina
le faltaba el germen de los males naturales; si las penas me
cortejaron tanto, fueron todas en orden sobrenatural, y estas penas
fueron para tu Mamá Celestial triunfos y honores y me daban campo
para hacer que mi maternidad no fuera estéril, sino fecunda de
muchos hijos. Mira pues, hija querida, qué significa vivir de
Voluntad Divina: Perder el germen de los males naturales que
producen no honores y triunfos, sino debilidades, miserias y
derrotas.
Por eso, hija queridísima, escucha las últimas palabras de tu Mamá
que está por partir al Cielo. No partiría contenta si no dejara a mi
hija al seguro. Antes de partir quiero darte mi testamento,
dejándote por dote esa misma Voluntad que posee tu mamá y que tanto
me agració, hasta hacerme Madre del Verbo, Señora y Reina del
Corazón de Jesús, y Madre y Reina de todos. Escucha, hija querida,
es el último día del mes a Mí consagrado, Yo te he hablado con mucho
amor de lo que obró la Divina Voluntad en Mí, del gran bien que Ella
sabe hacer y qué significa hacerse dominar por Ella; te he hablado
también de los graves males del querer humano. Pero ¿crees tú que
haya sido para hacerte una simple narración? ¡No, no! Tu Mamá cuando
habla quiere dar; en la hoguera de mi amor en cada palabra que te
decía, Yo ataba tu alma al Fiat Divino y te preparaba la dote en la
que tú pudieras vivir rica, feliz, dotada de fuerza Divina. Ahora
que estoy por partir, acepta mi testamento, tu alma sea el papel en
el que Yo escribo con la pluma de oro del querer Divino y con la
tinta de mi ardiente amor que me consuma, la testificación de la
dote que te doy.
Hija bendita, asegúrame que no harás nunca más tu voluntad, pon tu
mano en mi Corazón materno y júrame que encierras tu voluntad en mi
Corazón, y así, no sintiéndola, no tendrás ocasión de hacerla y Yo
me la llevaré al Cielo como triunfo y victoria de mi hija. Ah, hija
querida, escucha la última palabra de tu Mamá moribunda de puro
amor, recibe su última bendición como sello de la Vida de la Divina
Voluntad que Ella deja en ti y que formará tu Cielo, tu Sol, tu mar
de amor y de gracia. En estos últimos momentos tu Mamá Celestial
quiere ahogarte de amor, quiere volcarse en ti con tal de obtener el
propósito de oír tu última palabra de que preferirás morir y harás
cualquier sacrificio antes que dar un acto de vida a tu voluntad.
¡Dímelo, hija mía, dímelo…!
El alma:
Mamá santa, en el ímpetu de mi dolor te lo digo llorando: Si Tú ves
que yo esté por hacer un acto sólo de mi voluntad, hazme morir, ven
Tú misma a tomar mi alma en tus brazos y llévame allá arriba, y yo
de corazón prometo, juro no hacer nunca, nunca mi voluntad.
La Reina del Amor:
¡Hija bendita, cómo estoy contenta! Yo no podía decidirme a narrarte
mi partida al Cielo si mi hija no quedara asegurada sobre la tierra
y dotada de Voluntad Divina; pero debes saber que desde el Cielo no
te abandonaré ni te dejaré huérfana sino que te guiaré en todo, y en
tu más pequeña necesidad hasta en la más grande llámame y Yo vendré
inmediatamente a hacerte de Mamá. Ahora, hija querida, escúchame:
Ya estaba enferma de amor, y el Fiat Divino para consolar a los
Apóstoles y a Mí también permitió, casi de modo prodigioso, que
todos los Apóstoles, excepto uno, me hicieran corona en el momento
en que estaba para partir al Cielo. Todos sentían un vivo dolor en
su corazón y lloraba amargamente. Yo los consolé a todos, les
encomendé de modo especial la Santa Iglesia naciente y les impartí a
todos mi materna bendición, dejando en sus corazones en virtud de
ella la Paternidad de amor hacia las almas. Mi querido Hijo no hacía
más que ir y venir desde el Cielo: no podía estar más sin su Mamá, y
dando el último respiro de puro amor en la interminabilidad del
Querer Divino mi Hijo me recibió entre sus brazos y me condujo al
Cielo, en medio de las legiones angélicas que alababan a su Reina.
Puedo decir que el Cielo se vació para venir a mi encuentro; todos
me festejaron y al mirarme quedaban raptados y a coro decían:
“¿Quién es Ésta que viene del exilio toda apoyada en su Señor, toda
bella, toda santa y con el cetro de Reina? Es tanta su grandeza que
los Cielos se han abajado para recibirla; ¡ninguna otra criatura ha
entrado en estas regiones celestiales tan adornada y hermosa, tan
potente que tiene la supremacía sobre todo!” Ahora, hija mía,
¿quieres saber quién es Aquélla a quien todo el Cielo alaba y ante
la Cual queda arrobado?
Soy Yo, tu Mamá, que jamás hice mi voluntad y el Querer Divino me
abundó tanto que extendió cielos más bellos, soles más refulgentes,
mares de belleza, de amor y de santidad que podía dar luz a todos,
amor y santidad a todos y encerrar dentro de mi cielo todo y a
todos. Era el obrar de la Divina Voluntad obrante en Mí la que había
obrado prodigio tan grande. Era la única criatura que entraba en el
Cielo que había hecho la Divina Voluntad en la tierra como se hace
en el Cielo y que había formado su Reino en mi alma. Entonces, toda
la corte celestial al verme quedaba maravillada de que viéndome me
encontraba cielo y volviendo a verme me encontraba sol, y no
pudiendo separar su mirada, viéndome más a fondo me veía mar y
encontraba también en Mí la tierra tersísima de mi humanidad con las
más bellas floraciones… y raptada exclamaba: “¡Cuán bella es, todo
encerró en Ella, nada le falta de todas las obras del Creador; es la
única obra completa de toda la creación!”
Ahora, hija bendita, debes saber que fue la primera fiesta que se
hizo en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había
obrado en su Criatura. Así que en mi entrada al Cielo fue festejado,
por toda la corte celestial, lo que de bello y de grande puede obrar
el Fiat Divino en la criatura. Desde entonces en adelante no se han
repetido más estas fiestas, y por eso tu Mamá quiere tanto que la
Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, para darle
campo de hacerle repetir sus grandes prodigios y sus fiestas
maravillosas.
El alma: Mamá de amor, Emperatriz Soberana, ah, desde el Cielo
donde gloriosamente reinas dirige tu mirada piadosa a la tierra y
ten piedad de mí. ¡Oh, cómo siento la necesidad de mi querida Mamá!
Siento que me falta la vida sin ti, todo vacila sin mi Mamá. Por
eso, no me dejes a mitad de mi camino, sino que continúa guiándome
hasta que todas las cosas para mí se conviertan en Voluntad de Dios,
a fin de que forme en mí su Vida y su Reino.
Pequeño sacrificio: Para honrarme, recitarás tres Gloria a la
Santísima Trinidad, para agradecerle en mi nombre por la gran Gloria
que me dio en el instante de mi asunción al Cielo y para pedirme que
venga a asistirte en la hora de tu muerte.
Jaculatoria: Mamá Celestial, guarda mi voluntad en tu Corazón y
encierra en mi alma el Sol de la Divina Voluntad.
Consagración de la Voluntad Humana a la reina del Cielo
Madre dulcísima, heme aquí postrado a los pies de Tu Trono
para ofrecerte mi inmenso amor!. Como hijo tuyo quiero entrelazar
como una guirnalda perfumada las oraciones, jaculatorias y promesas
que tantas veces Te hice, de no cumplir nunca más mi voluntad.
Mamita, yo deposito esta bella corona en tu regazo como testimonio
de amor y agradecimiento: acéptala, Te ruego y tómala entre tus
manos para demostrarme que Te agrada mi ofrenda. Con el tacto de Tus
dedos maternos convierte en otros tantos Soles los pequeños actos
que busquen hacer en la Voluntad de Dios.
Oh sí, Madre Reina, Tu querido hijo quiere ofrecerte hoy los
homenajes de luces y de Soles refulgentes; sé bien que Tú ya posees
muchos, pero no son aquellos de tu hijo; yo, por lo tanto, quiero
darte los míos, para decirte que Te amo y que me hago el propósito
de amarte cada vez más. Mamá Santa, Tú me sonríes: Con tu habitual
bondad acepta mi ofrenda y yo Te quedaré reconocido!. Cuántas cosas
quisiera decirte!. Mamá, escucha: Yo encierro en Tu Corazón materno
mis penas, mis temores, mis debilidades y todo mi ser, como en un
lugar de refugio, mientras Te consagro sin reserva mi voluntad. Ah
Madre mía, acéptala, hazla un triunfo de la Gracia, transfórmala en
un campo donde la Divina Voluntad pueda extender su Reino! Esta
Voluntad a Ti consagrada nos hará inseparables y nos tendrá en
continua relación; las puertas del Cielo no se cerrarán más para mí,
porque habiéndote asegurado mi voluntad, Tú estarás con Tu hijo en
la tierra y éste Tu hijo irá a vivir con su Mamá en el Cielo. Oh,
que feliz seré entonces!.
Oye, Madre Queridísima, para hacer más solemne esta consagración, yo
invoco aquí presentes a la Trinidad Sacrosanta, a los Ángeles y
Santos y delante de todos hago el juramento de hacer para siempre
renuncia a mi voluntad. Y entonces, Soberana Reina, Te pido como
conclusión para mí y para todos, Tu Santa Bendición. Que ella
descienda como celestial rocío sobre los pecadores y los convierta,
sobre los afligidos y los consuele, sobre el mundo entero y lo
transforme hacia el bien, sobre las ánimas del Purgatorio y apague
en ellas el fuego que las abrasa. Que tu bendición materna sea
prenda de eterna salvación para todas las almas!. Así sea.
Novena a la Inmaculada
A manera de apéndice se incluye esta novena de Luisa, que escribió
como un pequeño ejemplo de correspondencia a Dios por la Santísima
Virgen y a Ella misma (18/dic/20 y 26/jun/26) y de cómo llevar a la
práctica las enseñanzas contenidas en los capítulos acerca de la
Inmaculada Concepción, y más que recitarla con simples palabras, hay
que seguirla con la voluntad uniéndonos realmente a los actos que
Luisa hacía.
PRIMER DÍA Honrar a María con nueve actos de amor. Hagamos
estos actos en el Querer Divino para poder poner sobre la augusta
cabeza de nuestra Reina un sol esplendidísimo con toda la plenitud
de gracia, de luz y todo el bien que contiene la Divina Voluntad.
- En el primer acto daremos a María todo el amor del Padre.
- En el segundo, el amor del Hijo.
- En el tercero, el amor del Espíritu Santo.
- En el cuarto, el amor mismo de su Corazón de Madre.
- En el quinto, el amor de los ángeles.
- En el sexto, el amor de los santos.
- En el séptimo, el amor de todas las criaturas presentes.
- En el octavo, el amor de todas las criaturas que vendrán.
- En el noveno, el amor de todo el purgatorio.
Jaculatoria: Oh Trinidad Sacrosanta, enviad un flujo de
vuestro amor a mi corazón a fin de que se inflame todo de amor, para
formar con vuestro mismo amor un sol esplendidísimo sobre la augusta
cabeza de nuestra Reina.
SEGUNDO DÍA Dios, al crear el mundo, prodigó tantas bellezas
que dejó por doquier la marca de su potencia, y esto lo hizo
primero, para preparar una dulce morada a la Humanidad de Jesús que
debía descender a la tierra, y luego, para la Virgen, la criatura
más pura, la más santa, la más bella después de Jesús. Nosotros,
entremos en el Querer Divino, hagamos nuestro todo este amor
esparcido por Dios en la creación, en el Sol, en la luna, en las
estrellas, en las flores…, y démoslo a la Virgen, a fin de que
reciba no un amor natural, sino como si las Tres Divinas Personas la
amaran en la naturaleza. Jaculatoria: Dios mío, infunde en mi
corazón todo el amor esparcido en lo creado, para que yendo a la
Virgen le pueda dar todo el amor y la gloria que pusiste en la
creación.
Luisa, Luisa, Luisa
TERCER DÍA En cuanto María fue concebida, ofreció sus
primeras adoraciones. En la concepción de María concurrieron las
Tres Divinas Personas: El Padre la inundó con un mar de sabiduría,
el Hijo, con un mar de santidad y el Espíritu Santo, con un mar de
amor. De la unión de estos tres mares salió María, la más perfecta
entre todas las criaturas, y apenas concebida hizo su primer acto de
adoración. Junto con la dulce Mamá hagamos un giro en la Voluntad de
Dios: Tomemos las adoraciones de todas las criaturas animadas e
inanimadas y en el vuelo de cada pensamiento, de cada mirada, de
cada palabra, de cada rayo de sol, en el brillar de las estrellas y
en el murmullo de las aguas, demos al Padre un acto continuo y
completo de adoración.
Jaculatoria: Mamá mía, por ese primer acto de adoración que
le ofreciste a Dios, haz que mi mente, mi corazón, los afectos, los
deseos y todo
mi ser, de ahora en adelante, no sean más que un continuo acto de
adoración.
Jesús, Jesús, Jesús
CUARTO DÍA Después del acto de adoración, la Virgen, viéndose
enriquecida con todos los dones de la Trinidad Sacrosanta, la Cual
hacía competencia para llenarla de gracias, confundida se postró
ante la Majestad Suprema y se ofreció a sí misma en acto de
sacrificio, no reservándose nada para sí, ni un pensamiento, ni una
mirada, ni una palabra, ni un afecto, ni un latido. Después miró el
mundo y viendo la ruina de tantas almas, se ofreció toda sí misma
por la salvación de estas almas. Y nosotros, desde la mañana, junto
con la Mamá hagamos un giro en la Divina Voluntad ofreciendo
nuestros pensamientos, las miradas, las palabras, etc., todos en
espíritu de sacrificio y por la salvación de las almas.
Jaculatoria:
Mamá mía, vengo a tus pies, me arrojo en tus brazos y Tú derrama en
mi corazón todo tu amor, de manera de infundirme amor al sacrificio
de la mente, del corazón, de la voluntad y de todo mi ser.
QUINTO DÍA Después del acto de sacrificio, la Virgen dirigió
una mirada al mundo y viendo el número ilimitado de las almas que se
perdían y todo el mal cometido desde el primer hombre Adán hasta la
última criatura, y teniendo ante Ella todas las generaciones
pasadas, presentes y futuras, hizo su primer acto de reparación, el
acto más completo porque abrazaba a todos y a cada pensamiento,
mirada, palabra, paso y afecto de todas las criaturas. Nosotros,
junto con la Mamá, fundidos siempre en el Divino Querer, haremos
nuestros actos de reparación por todas las criaturas por cada
pensamiento, por cada palabra, etc. Jaculatoria: Mamá mía,
toma mi corazón en tus manos, estréchalo fuerte, fuerte, de modo de
infundir en mí el verdadero espíritu de reparación.
SEXTO DÍA Al ver las tantas ofensas que se cometen, la Virgen
se sintió oprimir el Corazón por el dolor y desde entonces empezó su
oración continua, ininterrumpida a favor de todos. Nosotros,
unámonos a la Mamá para hacer junto con Ella lo que hacia Ella, y
así vincular de nuevo el Cielo y la tierra que la culpa habían
desunido. Jaculatoria: Mamá mía, estréchame a tu Corazón
materno y con tus latidos infunde en mi corazón el espíritu de
verdadera oración para impetrar de Dios que su Voluntad reine en
todos los corazones.
Jesús, Jesús, Jesús
SÉPTIMO DÍA La Virgen, la más grande entre los santos, desde
el primer instante de su concepción no se dejó escapar ni un
pensamiento, ni una mirada, ni una palabra, ni un suspiro, que no
hiciera en la Divina Voluntad; Ella todo lo hizo en la Divina
Voluntad. Nosotros, hoy unamos nuestro pensamiento al divino,
nuestra mirada, nuestra palabra, nuestras acciones a las divinas, y
así formaremos otros rayos de sol para hacer resplandecer sobre la
augusta cabeza de nuestra Reina. Jaculatoria: Mamá mía, me
uno a ti y haz que todo mi ser viva siempre en la Voluntad Divina.
OCTAVO DÍA Para llenar el vacío que ante la Majestad Suprema
ha producido la falta de agradecimiento de parte de las criaturas
por habernos dado una Madre tan grande preservándola de la culpa de
origen, nosotros haremos nueve actos de agradecimiento en el Supremo
Querer a nombre de todas las criaturas, desde Adán hasta la última
que existirá sobre la tierra. Luego, nueve actos de agradecimiento a
la Virgen por habernos aceptado como hijos, aunque ingratos a tanto
favor. Jaculatoria: Mamá mía, Tú que eres la plenitud de la
gracia, guárdala en mi corazón a fin de que pueda agradecer a Dios
por haberte preservado de la culpa original.
NOVENO DÍA Honrar las primeras lágrimas que la Santísima
Virgen derramó ante la Divinidad. Entonces Dios, al ver en Ella la
pequeñez que lloraba, Ella, pequeña y grande, pequeña y fuerte,
pequeña y luminosa, pero que de Ella todo depende, conmovido y
enternecido fue cuando se decidió a hacer descender a su Hijo a la
tierra. Nosotros, hoy haremos un giro en la Divina Voluntad y por
nueve veces recogeremos todas las lágrimas humanas que se han
derramado, se derraman y se derramarán en la tierra hasta el fin del
mundo y las llevaremos todas al regazo de la Mamá, a fin de que Ella
las lleve ante la Majestad Suprema y las cambie todas en lágrimas de
conversión y de amor. Jaculatoria: Mamá mía, tus lágrimas
desciendan a mi corazón para que se enternezca y si es malo se
convierta, si bueno, se santifique, y también desciendan en los
corazones de las criaturas para que todas se conviertan.
DÍA DE LA FIESTA Hoy, por nueve veces honremos a María con
agradecer a la Divina Voluntad por habérnosla dado como nuestra
Reina, como nuestra Madre y como intercesora. Luego recemos nueve
Glorias a los nueve coros de los ángeles pidiéndoles que se unan con
nosotros para dar a María toda la gloria creciente que la Divinidad
contiene, y sumergiendo a todos los ángeles y a todos los santos en
este Divino Querer demos a María toda la gloria que le conviene y
que le es debida. Jaculatoria: Mamá mía, Reina de todos,
reina y toma el dominio de todos y haz que todos te reconozcan tal
cual eres Tú.
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