Purgatorio
Varios autores hablan sobre la
doctrina de purificación del alma
después de la muerte. ¿Es real el Purgatorio? ¿Existe Purgatorio?
Ver estos testimonios.
Catalina de Genoa
Santa Magdalena de Pazzi
Padre Berlioux
Maria Simma
Huellas de fuego
Léeme o laméntalo
Visiones de Santa Brigida
Revelaciones a Sor María
de la Cruz
Sobre el Infierno. ¿Existe el Infierno?, ¿es
real el infierno? Ver esta gran evidencia
Una carta del Infierno
Santa Magdalena de Pazzi
Santa María Magdalena de Pazzi (1566-1607) monja carmelita, gran mística que
frecuentemente caía en éxtasis. Fue objeto de los más extraordinarios fenómenos
místicos y dones recibidos de Nuestro Señor.
Brilló en ella la práctica de las virtudes. Mortificaba su cuerpo con frecuentes
sacrificios. Comulgaba diariamente sintiéndose muy unida a Jesucristo. Fue
maestra de novicias. Murió llena de méritos en el año 1607 y al año de su muerte
se abrió su sepulcro y su cuerpo se halló fresco, entero y flexible.
Durante un éxtasis previo a su muerte Santa Magdalena de Pazzi tuvo la gracia de
ver y visitar el Purgatorio. Recorriendo las diversas estancias preparadas por
la Misericordia y Justicia divinas, la santa de la pureza comprendió la Santidad
de Dios, la maldad del pecado y del porque Dios le había revelado los
sufrimientos del Purgatorio.
He aquí como nos describe este santo lugar.
Contaré un suceso que aconteció a Santa Magdalena de Pazzi tal como fue relatado
por el Padre Cepari en la historia de la vida de la Santa.
"Un tiempo antes de su muerte, que tuvo lugar en 1607, la sierva de Dios,
Magdalena de Pazzi, se encontraba una noche con varias religiosas en el jardín
del convento, cuando entró en éxtasis y vio el Purgatorio abierto ente ella. Al
mismo tiempo, como ella contó después, una voz la invitó a visitar todas las
prisiones de la Justicia Divina, y a ver cuan merecedoras de compasión son esas
almas allí detenidas.
En ese momento se la oyó decir: "Si, iré". Consintió así a llevar a cabo el
penoso viaje. De hecho a partir de entonces caminó durante dos horas alrededor
del jardín, que era muy grande, parando de tiempo en tiempo. Cada vez que
interrumpía su caminata, contemplaba atentamente los sufrimientos que le
mostraban. Las religiosas vieron entonces que, compadecida, retorcía sus manos,
su rostro se volvio pálido y su cuerpo se arqueó bajo el peso del sufrimiento,
en presencia del terrible espectáculo al que se hallaba confrontada.
Entonces comenzó a lamentarse en voz alta, "¡Misericordia, Dios mío,
misericordia! Desciende, oh Preciosa Sangre y libera a estas almas de su
prisión. ¡Pobres almas! Sufren tan cruelmente, y aún así están contentas y
alegres. Los calabozos de los mártires en comparación con esto eran jardines de
delicias. Aunque hay otras en mayores profundidades. Cuan feliz debo estimarme
al no estar obligada a bajar hasta allí.
Sin embargo descendió después, porque se vio forzada a continuar su camino.
Cuando hubo dado algunos pasos, paró aterrorizada y, suspirando profundamente,
exclamó" ¡Qué! ¡Religiosos también en esta horrenda morada! ¡Buen Dios! ¡Como
son atormentados! ¡Oh, Señor!".
Ella no explicó la naturaleza de sus sufrimientos, pero el horror que manifestó
en contemplarles le causaba suspiros a cada paso. Pasó de allí a lugares menos
tristes. Eran calabozos de las almas simples y de los niños que habían caído en
muchas faltas por ignorancia.
Sus tormentos le parecieron a la santa mucho más soportables que los anteriores.
Allí solo había hielo y fuego. Y notó que las almas tenían a sus Ángeles
guardianes con ellas, pero vio también demonios de horribles formas que
acrecentaban sus sufrimientos.
Avanzando unos pocos pasos, vio almas todavía más desafortunadas que las
pasadas, y entonces se oyó su lamento, "¡Oh! ¡Cuán horrible es este lugar; está
lleno de espantosos demonios y horribles tormentos! ¿Quiénes, oh Dios mío, son
las victimas de estas torturas? Están siendo atravesadas por afiladas espadas, y
son cortadas en pedazos". A esto se le respondió que eran almas cuya conducta
había estado manchada por la hipocresía.
Avanzando un poquito mas, vio una gran multitud de almas que eran golpeadas y
aplastadas bajo una gran presión, y entendió que eran aquellas almas que habían
sido impacientes y desobedientes en sus vidas. Mientras las contemplaba, su
mirada, sus suspiros, todo en su actitud estaba cargada de compasión y terror.
Un momento después de su agitación aumentó, y pronunció una dolorosa
exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría ante ella. Después
de haberlo considerado atentamente, dijo, "Los mentirosos están confinados a
este lugar de vecindad del Infierno, y sus sufrimientos son excesivamente
grandes. Plomo fundido es vertido en sus bocas, los veo quemarse, y al mismo
tiempo, temblar de frío".
Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por debilidad, y se
le oyó decir: "Había pensado encontrarlas entre aquellas que pecaron por
ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se queman en un fuego mas intenso".
Mas adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado apegadas a los
bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.
"Que ceguera", dijo," ¡las de aquellos que buscan ansiosamente la fortuna
perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no podían saciarlos
suficientemente, están ahora atracados en los tormentos. Son derretidos como un
metal en un horno".
De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que se habían
manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente calabozo, que la
visión le produjo náuseas. Se volvio rápidamente para no ver tan horrible
espectáculo.
Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo "Contemplo a aquellos que
deseaban brillar ante los hombres; ahora están condenados a vivir en esta
espantosa oscuridad".
Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de ingratitud hacia
Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y se encontraban ahogadas en
un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la
piedad.
Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se habían dado a un
vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia apropiada sobre si
mismos, habían cometido faltas triviales. Allí observó que estas almas tenían
que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado, porque esas
faltas cometidas solo alguna vez las hacen menos culpables que aquellas que se
cometen por hábito.
Después de esta última estación, la santa dejó el jardín, rogando a Dios nunca
tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo: ella sentía que no
tendría fuerza para soportarlo.
Su éxtasis continuó un poco mas y conversando con Jesús, se le oyó decir: "Dime, Señor, el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de las
cuales sabía tan poco y comprendía aun menos…" ¡Ah! ahora entiendo; deseaste
darme el conocimiento de Tu infinita Santidad, para hacerme detestar mas y mas
la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos".
Padre Berlioux:
El siguiente relato muestra la ayuda que reciben las almas de aquellas personas
que con sus oraciones y sacrificios piden por las almas del Purgatorio, ayuda
que se obtiene principalmente en el momento de la muerte en la que todos seremos
tentados fuertemente por el Demonio. Por eso en el Ave María decimos "…ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte."
Relata el Padre Berlioux:
"Se cuenta de una persona muy amiga de las almas del Purgatorio había consagrado
toda su vida a sufragar por ellas.
Habiendo llegado la hora de su muerte, fue asaltada con furor por el demonio que
la veía a punto de escapársele. Parecía que el abismo entero, confederado contra
ella, la rodease con sus cohortes infernales.
La moribunda luchaba desde hacía tiempo entre los esfuerzos mas penosos, cuando
todo de un golpe vio entrar en su casa una multitud de personajes desconocidos,
pero resplandecientes de belleza, que pusieron en fuga al demonio y acercándose
a su lecho, le dirigieron palabras de aliento y de consolación totalmente
celestiales. Emitiendo entonces un profundo suspiro y llena de alegría gritó: ¿Quiénes
son ustedes? ¿Quiénes son los que me hacen tanto bien?
Aquellos buenos visitantes respondieron:
- "Nosotros somos los habitantes del Cielo que tu ayuda ha encaminado a la
felicidad y como reconocimiento, venimos a ayudarte para que cruces el umbral de
la eternidad y te libres de este lugar de angustia y te introduzcas en la
alegría de la Ciudad Santa".
Con estas palabras una sonrisa iluminó el rostro de la moribunda. Sus ojos se
cerraron y ella se durmió en al paz del señor. Su alma, pura como una paloma,
presentándose al Señor de los Señores, encontró tantos protectores y abogados
entre las almas que ella había liberado y reconocida digna de la gloria, entró
allí triunfalmente, en medio de aplausos y las bendiciones de quienes había
liberado del Purgatorio.
Huellas de fuego
Era la noche del 21 de diciembre de 1838. José Stitz estaba
leyendo un libro de oraciones cuando, de improviso, se estampó en una de las
páginas la huella de una mano. El corazón de Stitz dio un brinco de temor, tanto
más porque le pareció sentir una presencia insólita, una ráfaga de viento frío.
Después, creyó escuchar una voz: reconoció la de su hermano, muerto hacía poco,
que le suplicaba que hiciera rezar unas misas por su alma, para abreviar su
estancia en el purgatorio. Stitz se sobresaltó; creyó que se había quedado
dormido un momento, pero no era así: lo probaba la palma ennegrecida claramente
visible en una página del libro.
También le hermana Margarita del Sagrado Corazón recibió, en la noche del 5 de
junio de 1864, una visita de ultratumba. La religiosa estaba acostada; de
pronto, su celda se llenó de sombras indistintas y una de éstas se fue
concretando, lentamente, hasta hacerse reconocible: era la hermana María, muerta
poco tiempo antes. La aparición, vestida con el hábito de las clarisas –orden a
la que había pertenecido la difunta–, parecía desesperada. Cuando vivía –explicó
a la atónita Margarita– había cometido un grave pecado: había deseado
ardientemente la muerte, con el objeto de sustraerse a los dolores que le
causaba la enfermedad que sufría, y a consecuencia de la cual murió. Por esto,
le habían correspondido veinte años de purgatorio. El «fantasma» pidió luego
oraciones que apresuraran su paso al paraíso.
La hermana Margarita, aunque lógicamente se sentía aterrorizada, creía ser
víctima de una alucinación. Y, para convencerla, la aparición quiso dejar un
signo tangible de su presencia y tocó con un dedo de fuego la funda de su
almohada.
Junto a este documento, se encuentra en la iglesia del Sagrado Corazón del
Sufragio otro testimonio ultraterreno. Fue dejado, el 1 de noviembre de 1731,
por el padre Panzini, abad de la ciudad italiana de Mantua. Su venida a este
mundo para pedir la intercesión de los vivos se estampó sobre la túnica de la
venerable madre Isabella Fornari, abadesa de las clarisas de Todi, con dos
huellas, la segunda de las cuales quemó el hábito y la camisa de la religiosa.
El padre Panzini dejó además otros «signos» en hojas de papel y en una mesilla
de madera en la que hasta quedó impresa una cruz.
Visiones de Santa Brigida
Reveló la Virgen
María a santa Brígida lo siguiente: "Yo soy la Madre de todas las almas que
estén en el purgatorio, y todas las penas que tienen que purgar por las faltas
cometidas, constantemente son aliviadas y mitigadas por mis plegarias".
En tiempos de santa Brígida hubo un hombre noble y rico, pero entregado
enteramente a la disolución y demás vicios. (Auriem t, 1, pág. 182). Le dio la
última enfermedad, y sin embargo en todo pensaba menos en disponerse para la
muerte.
Súpolo Santa Brígida, y al instante se puso a pedir eficazmente al Señor que
ablandase el pecho de aquel pecador obstinado, y le convirtiese; y tantas veces
y con tal insistencia llamó a las puertas de la divina misericordia, que al fin
le habló su Majestad, diciéndole que fuese a un sacerdote a exhortar al enfermo
a penitencia. Hízolo tres veces uno muy celoso, pero por mas que le dijo fue
todo en vano, hasta que la cuarta vez ayudado de la gracia divina, logró
compungirle y trocarle el corazón, de suerte que exclamó el enfermo: "Hace
setenta años que no me he confesado, habiendo sido en tan largo tiempo esclavo
del demonio, guardándole fidelidad, y aun tratando estrechamente con él; pero
ahora me siento enteramente mudado, pido confesión, y espero que Dios me ha de
perdonar". Esto dicho con abundantes lágrimas, se confesó cuatro veces aquel
mismo día, al siguiente recibió el Viático, y pasados otros seis murió con
extraordinario compunción. Apenas había espirado se apareció el Señor a santa
Brígida, y le dijo que su alma había ido al purgatorio, y que no tardaría en
estar en el cielo. Quedó la santa admirada sobre manera de que un hombre que tan
mal había vivido, hubiese al fin muerto en gracia, y el Señor le declaró el
motivo con estas palabras: "Sabe, hija, que la devoción de mi querida Madre le
ha cerrado las puertas del infierno, porque aunque él nunca la amó de veras,
tenía devoción a sus dolores, y siempre que los consideraba, o solo de oír su
nombre mostraba compasión; por esto ha encontrado un atajo para salvarse".
DEL LIBRO DE LAS REVELACIONES
Libro 6, Capítulo 5 Incomparable poder y misericordia de la Virgen María. Siete
espantosos tormentos padecidos por el alma de un príncipe en el purgatorio, y
eficacia de la limosna, del sacrifico de la misa y de la sagrada comunión, para
librarle de ellos.
Yo soy la Reina del cielo, dice la Virgen a la Santa; yo soy Madre de la
misericordia; yo soy la alegría de los justos y la intercesora de los pecadores
para con Dios. En el fuego del purgatorio no hay pena alguna que por mí no se
haga más suave y llevadera de lo que de otro modo sería; tampoco hay ningún
mortal tan desventurado, que mientras vive, carezca de mi misericordia, pues por
mi causa, tientan los demonios menos de lo que en otro caso tentarían; ni hay
ninguno tan apartado de Dios, a no ser que del todo estuviere maldito, que si me
invocare, no vuelva a Dios y no alcance misericordia.
Y porque soy misericordiosa y he alcanzado de mi Hijo misericordia, quiero
manifestarte cómo ese difunto amigo tuyo, de quien te compadeces, podrá librarse
de los siete castigos de que mi Hijo te ha hablado. Y en primer lugar, se
libertará del fuego que por la incontinencia padece, si con arreglo a las tres
órdenes que en la Iglesia hay de casadas, viudas y doncellas, hubiese alguien
que por el alma de este difunto proporcionara la dote para casar una doncella,
para que otra entrase en religión, y para que una viuda pudiese vivir según su
estado; porque en cuanto a la incontinencia, pecó tu amigo, excediéndose en las
cosas que aun en su estado le fueran lícitas.
En segundo lugar, porque en la gula pecó de tres modos: comiendo y bebiendo
opípara y excesivamente; teniendo muchos manjares por ostentación y soberbia; y
estando mucho tiempo a la mesa, omitiendo a la par las obras de Dios. Y así, el
que quisiere satisfacer por estos tres linajes de gula, ha de recoger, en honra
de Dios que es trino y uno, tres pobres durante un año entero, y les ha de dar
de comer los mismos manjares y tan buenos como los que él tenga en su propia
mesa, y no ha de comer hasta que viere comer a esos tres, a fin de que por esta
corta tardanza, se borre aquella larga demora que tenía tu amigo cuando se
sentaba a la mesa. A esos tres pobres se les ha de proporcionar también los
correspondientes vestidos y camas.
Lo tercero, por la soberbia que de muchos modos tuvo, debe el que quisiere,
reunir siete pobres y una vez a la semana por todo un año lavarles los pies con
humildad, diciendo entre tanto en su corazón: Señor mío Jesucristo, que fuísteis
preso por los judíos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que
estuvísteis atado a la columna, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo,
que siendo vos inocente, fuísteis condenado por los inicuos, tened misericordia
de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis despojado de vuestras propias
vestiduras, y revestido por burla con unos andrajos, tened misericordia de él.
Señor mío Jesucristo, que fuísteis azotado tan cruelmente, que se veían todas
vuestras costillas, sin que hubiese en vos cosa sana, tened misericordia de él.
Señor mío Jesucristo, que fuisteis extendido en la cruz, horadados con clavos
vuestros pies y manos, atormentada la cabeza con crueles espinas, anegados en
lágrimas vuestros ojos, y vuestra boca y oídos llenos de sangre, tened
misericordia de él. Y después de lavarles los pies a esos pobres, les dará de
comer, y les suplicará humildemente que pidan por el alma del difunto.
Lo cuarto, pecó en la pereza de tres modos: fue perezoso para ir a la iglesia;
perezoso para aprovechar las indulgencias, y perezoso para visitar los sepulcros
y reliquias de los Santos.
El que quisiere satisfacer por lo primero, ha de ir a la iglesia una vez al mes
por espacio de un año, y mandar decir una misa de difunto por el alma de ese tu
amigo: por lo segundo, irá siempre que pueda y quiera, y especialmente por dicha
alma, a los templos donde hay concedidas indulgencias, y por lo tercero, por
medio de persona de confianza envíe su ofrenda a los principales Santos de este
reino de Suecia, donde por causa de las indulgencias suele acudir mucha gente
devota, como san Erico, san Sigfrido y otros, y el que llevare la ofrenda, ha de
ser remunerado por su trabajo.
Lo quinto, porque el difunto pecó en vanagloria y alegría; el que quiera
satisfacer por él, ha de reunir por espacio de un año una vez al mes los pobres
que haya en su distrito o en los inmediatos, y los llevará a una casa, y hará
decir delante de ellos una misa de difuntos, y antes de comenzar ésta, el
sacerdote suplicará y amonestará a los pobres que rueguen por el alma del finado.
Después de la misa se les dará de comer a todos los pobres, de modo que se
levanten complacidos de la mesa, para que el difunto se alegre con las oraciones
de ellos, y los pobres con la comida.
Lo sexto, porque deberá pagar cuanto debe hasta el último maravedí, y mientras
estará penando, has de saber, hija mía, que antes de morir y a su muerte tuvo
deseo, aunque no tan ardiente como debiera, de pagar todas sus deudas, y por
este deseo se halla en estado de salvación; en lo cual puede el hombre ver
cuánta es la misericordia de mi Hijo, quien por tan poca cosa da el descanso
eterno, y si no hubiese tu amigo tenido ese deseo, se hubiera condenado para
siempre.
Por tanto, los parientes que le han sucedido en sus bienes, deben tener deseo de
pagar, y en efecto satisfacer sus créditos a todos cuantos supiere les debía el
difunto, y al tiempo de pagarles les suplicarán humildemente, que perdonen al
alma del difunto, si por la larga demora han sufrido algún perjuicio; pero si no
pagaren dichos parientes, tomarán a su cargo la responsabilidad del difunto.
A cada monasterio de este reino se ha de enviar también una ofrenda y mandar
decir una misa pública, y antes de que se comience se ha de pedir por el alma
del finado, para que se aplaque el Señor. Después se dirá una misa de difuntos
en cada iglesia parroquial donde tu amigo tuvo sus bienes, y antes de cantarla,
el sacerdote, y hallándose presente todo el pueblo, le ha de decir a éste: La
presente misa se va a celebrar por el alma de tal príncipe, y en nombre de
Jesucristo os ruego, que si en algo os ofendió ese difunto en palabras, obras o
por sus órdenes, se lo perdonéis, y enseguida se acerque al altar.
Lo séptimo, porque fue juez, y confió su cargo a vicarios inicuos, por lo cual
aunque se halla en el purgatorio, está en manos de los demonios. No obstante,
como contra la voluntad de él obraban aquéllos inicuamente, aunque no vigilaba
ni atendía como debiera, puede ser libertado de esta pena, si tuviere el auxilio
del santísimo cuerpo de mi Hijo, que diariamente es ofrecido en el altar. Pues
el pan que en el altar se pone, antes de decir las palabras: Este es mi Cuerpo,
es meramente pan; pero después de dichas estas palabras de la consagración, se
convierte en el cuerpo de mi Hijo, el cual lo recibió de mí sin mancha alguna, y
el cual fue crucificado. Entonces es en espíritu honrado y adorado el Padre por
los miembros del Hijo, alegrase el Hijo con el poder y majestad del Padre, y yo
que soy su Madre y lo engendré, soy honrada por todo el ejército celestial.
Todos los ángeles se vuelven a él y lo adoran, y las almas de los justos denle
gracias, porque por él fueron redimidas. ¡Qué horrorosa abominación la de los
miserables, que toman en sus indignas manos a tan grande y tan digno Señor!
Este cuerpo que murió por amor a los hombres, es el que puede libertar de la
pena al difunto. Y así deberá decirse una misa de cada solemnidad de mi Hijo, a
saber: una de la Natividad, otra de la Circuncisión, otra de Epifanía, otra del
Corpus Christi, una de Pasión, otra de Pascua, otra de la Ascensión y una de
Pentecostés. Dirase también una misa de cada solemnidad que en mi honor se
celebre. Se dirán también nueve misas en honor de los nueve coros de los
ángeles; y cuando se vayan a celebrar estas misas, se han de reunir nueve
pobres, a quienes se les dará de comer y vestir, para que los ángeles a cuya
custodia fue encargado el difunto y a los cuales ofendió de muchas maneras,
puedan aplacarse con esta pequeña ofrenda, y presentar su alma a Dios. Dígase
además una misa por todos los difuntos, a fin de que con ella obtengan el eterno
descanso, y lo alcancen también para el alma de tu amigo.
Fue este un príncipe misericordioso, que después de muerto se apareció a santa
Brígida y le dijo: Nada alivia tanto mis penas en el purgatorio, como la oración
de los justos y el Sacramento del altar. Pero como fuí príncipe y juez, y
encomendé este cargo a los que amaban poco la justicia, me hallo todavía en este
destierro, aunque me libertaría de él, si los que debieran ser amigos míos y lo
fueron, fuesen más celosos por mi salvación.
Libro 6, Capitulo 14. Vio santa Brígida que un alma del purgatorio recibía muy
poco alivio en sus penas, por la ostentación y orgullo con que sus hijos y
albaceas le ofrecían los sufragios.
Bendito sea tu nombre, Hijo mío, dice la Virgen. Tú eres el Rey de la gloria y
el Señor poderoso que tiene justicia con misericordia. Tu amantísimo Cuerpo que
se formó sin pecado y se alimentaba en mis entrañas, ha sido hoy consagrado en
favor del alma de ese difunto. Te ruego, amadísimo Hijo, que le sirva de socorro
a su alma, y ten compasión de ella.
Bendita seas, Madre mía, respondió el Hijo, bendigante todas las criaturas,
porque tu misericordia es inagotable. Yo soy como el que por muy subido precio
compró un pequeño campo de cinco pies, en el cual estaba escondido oro purísimo.
Este campo de cinco pies es este hombre, a quien compré y redimí con mi
preciosísima sangre, y en el cual había oro purísimo, que es el alma criada por
mi Divinidad, la que está ya separada del cuerpo, y queda en este sola la
tierra. Sus sucesores son como el hombre poderoso que presentándose en el
tribunal, le dice al verdugo: Separa del cuerpo con la cuchilla su cabeza, y no
permitas que viva más tiempo, ni economices su sangre. Así hacen esos: van al
tribunal, cuando trabajan decorosamente en favor del alma de su padre, pero
dicen al verdugo: Separa del cuerpo su cabeza.
¿Quién es este verdugo, sino el demonio, que separa de su Dios el alma que con
él consiente? A este le dicen los hijos del difunto: Separa, cuando despreciando
la humildad, las buenas obras que practican, las hacen por soberbia y honra del
mundo más bien que por amor de Dios. Por la soberbia se aparta del hombre la
cabeza, que es Dios, y se une a el por la humildad. Dan voces para que el padre
no viva más tiempo, cuando no sienten su muerte, con tal de alcanzar sus bienes;
y dicen que no se ahorre la sangre, cuando no se cuidan de la amarga pena del
difunto, ni cuánto tiempo ha de estar en ella, con tal que puedan hacer su
propia voluntad: solamente piensan en el mundo, y poco les importa mi Pasión.
Hijo mío, respondió la Virgen, he visto tu severa justicia, pero no acudo a
ella, sino a tu piadosísima misericordia; y así, por mis ruegos, ten compasión
de ese que diariamente leía en honra mía mi Oficio, y no le pongas en cuenta la
soberbia que respecto a él tienen sus sucesores, porque mientras ellos ríen,
éste llora, y es castigado de un modo inconsolable.
Bendita seas, amadísima Madre, respondió el Hijo. Tus palabras están llenas de
mansedumbre y son más dulces que la miel; salen de tu corazón que está lleno de
misericordia; y así, tus palabras indican misericordia. Este por quien pides,
alcanzará por tus ruegos tres clases de misericordia. Se librará, en primer
lugar, de las manos de los demonios, quienes como cuervos lo están afligiendo
incesantemente.
Pues como las aves de rapiña cuando oyen algún terrible sonido, dejan por temor
la presa que tienen en las uñas, del mismo modo dejarán por tu nombre esa alma
los demonios, y no la tocarán ni la molestarán más. En segundo lugar, del fuego
más grave será trasladado al más leve. Lo consolarán, por último, los santos
ángeles. Pero todavía no será librado enteramente de las penas, y aún necesita
auxilio: conoces y ves en mí toda la justicia, y que nadie puede entrar en la
bienaventuranza, si no estuviere limpio como el oro purificado por el fuego. Por
consiguiente, por tus ruegos se librará del todo, cuando llegare el tiempo de la
misericordia y de la justicia.
Libro 6, Capitulo 29. Visión del juicio de un alma contra la que el demonio
opone gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole
alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero con
gravísima pena en el purgatorio. Léase con detención, que es de mucha doctrina y
de grande enseñanza.
Vio santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el cual
tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un corazón
que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y yo
estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para
defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Más
al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el
torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo,
esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por
tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán,
como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se
comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da
tocante a ella justa sentencia.
Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste
a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más
que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio:
Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese
libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete
libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil
palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el
Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no
obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad. El nombre
del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas.
La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba
ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y
ensoberbeciese también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente
que la de los demás.
La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían
concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas.
La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros,
con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas
palabras, según muy bien sabes.
El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es
espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e
indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está
perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo más de lo necesario,
y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin
de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del
mundo.
La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser
más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables
palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes
temporales.
El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue mental o en
su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y
prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los
que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia
perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto
de palabra como de obra, tanto por sí como por los suyos, y hasta incitó a otros
a que lo hicieren.
El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la
avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual
hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera:
¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa
tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se
apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como hubiera podido ser,
si hubiese él querido.
La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso
hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera
columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravedí
en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba
ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te
consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a
hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.
El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue
perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus
mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy
deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue
perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el
arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, pareciale aquello demasiado
difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y
suave todo gozo del mundo.
La tercera columna es porque fue perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar
lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a
palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán
innumerables son, tú sólo lo sabes.
El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque irritabase
con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque
con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La
tercera es, porque por ira molestaba a su prójimo.
El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera
es, porque de una manera indebida y desordenada deleitabase carnalmente; pues
aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó
impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras
inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar,
y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con
sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La
tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo
preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de
su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido.
Más de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más
despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas
inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez,
todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma.
Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos,
dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo:
Amadísima Madre, cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá
negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y
todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que
te tengo.
En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres
cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por
justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los
pensamientos del hombre? Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que
puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y
los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin
embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la
disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos
pensamientos no puedo conocerlos.
Entonces le volvio a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo:
Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo
escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa,
que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea,
al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo,
le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan
inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y
respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a
la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude
su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos
los demonios no son bastantes para arrancarlo.
En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su
vida se volvio a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y
el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque
mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira,
porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues,
tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y
por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y
volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él.
Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo,
mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora,
porque a nadie sino a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este
propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oírla? ¿Quién
hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a
otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la
misericordia, no debo oir a todos los que me claman?
Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices,
pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la
Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a
contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro
puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez,
dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí
escrito por completo, o si se ha borrado algo.
Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió
el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el
diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi
memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu
presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces
hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las cosas buenas
de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Díjole
entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro
qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y
dilo públicamente. Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas
diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos,
y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.
En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las
buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en
vuestra presciencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras.
Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros,
porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis
vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma
en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de
sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder.
Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oír y entender lo bueno y lo
malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia,
ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la
obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el
bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras
ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la
tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la
cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia;
la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como
cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvio a decir
al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor,
Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo
custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió
el demonio: ¡Ay! ¡Ay!, porque tú me engañaste.
En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en
razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba
voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta
cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré,
respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque
yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el
cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió
el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no
entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho
puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor
de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba.
Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la
luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál
debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de
tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia
se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti,
sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora
también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis
manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la
absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues
según su culpa padecerá su pena.
De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres modos
en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista:
primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte
en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás
almas.
Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible
¡Ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo,
debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá
oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el
favor del mundo, que el de Dios, y sirvio con más empeño al mundo que a su Dios.
De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en
abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni
la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer
grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero,
estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la
más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se
purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.
Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuándo estará esa alma en esta pena? Y
respondió el Juez: Puesto que su voluntad fue vivir en el mundo, y era tal esta
voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo,
esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que
me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y
separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la
vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la
acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener
una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta
el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo
deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio.
Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu
justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo
en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse
que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego
tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios.
Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la
misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia.
Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el
fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si
alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado
a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los
santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente
purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el
pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo
hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos.
Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas. Entonces dijo
la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por
ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo
sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la
verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más
leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora
delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo,
y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo. Y volvio la Virgen
a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos
ni pies contra su enemigo y no obstante vive?
Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero que
enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de
mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi
muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como
el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas,
dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste
antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que
ella me sirvio de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las
vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo,
porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío,
puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que
también te dignes oírme a mí.
Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la
persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas
las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece
tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego,
pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no
vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia
así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme.
Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no
oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una
pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener,
porque era frío en tu amor.
Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar:
hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo
mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.
En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado
seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y Juez de todos. Esta alma fue en su vida
devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma
manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego
de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras
súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder
para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de
tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y
alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu
gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor,
concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa
positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria
perpetua.
Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó
muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia
de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra
mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia.
Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las
pusisteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís. Entonces
respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia,
que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo.
En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de
la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por
providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues,
Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí,
bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la
visión.
Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas
limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el
espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que
esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fue, porque segunda
vez volvio a Roma, donde murió y fue enterrada.
Libro 4, Capitulo 91. Hay un lugar en el purgatorio, donde no se padece otra
pena que del deseo.
Estaba santa Brígida haciendo oración por un anciano sacerdote ermitaño, amigo
suyo, que acababa de morir, y había tenido un vida ejemplar, llena de grandes
virtudes, y ya estaba puesto en la iglesia en un féretro para enterrarlo.
Hallándose en esta oración se le apareció a la Santa la Virgen María y le dijo:
Sabrás, hija mía, que el alma de este ermitaño amigo tuyo, hubiera entrado en el
cielo al punto de salir del cuerpo, a no ser porque en el instante de su muerte
no tuvo deseo de presentarse a la presencia de Dios y de verlo. Y por esta razón
se halla detenido en el purgatorio del deseo, donde no hay ninguna pena, sino
solamente el deseo de llegar a ver a Dios. Con todo, antes que sea sepultado su
cuerpo, su alma entrará en la gloria.
Libro 6, Capítulo 38. Indecibles y horribilísimas penas de abuela y nieta, una
en el infierno y otra en el purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas,
con mucha doctrina y enseñanza que sobre esto da la Virgen María a santa
Brígida. Léase con detención y pidiendo a Dios su santa gracia, pues es muy
bastante para convertir a cualquier alma.
Alabado seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido
creadas; honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen homenaje
por vuestro amor. Yo, criatura indigna y pecadora desde mi juventud, os doy
gracias, Dios mío, porque a ninguno de cuantos pecan, negáis la gracia si os la
piden, sino que de todos os compadecéis y los perdonáis. ¡Oh dulcísimo Dios! es
admirable lo que conmigo hacéis, que cuando os place, adormecéis mi cuerpo con
un letargo espiritual, y despertáis mi alma para que vea, oiga y sienta las
cosas espirituales.
¡Oh Dios mío! ¡Cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como
sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy
satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras
palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oirlas. Dadme, pues,
auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.
Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha
sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige
por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así, nada me es
imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo
el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la voluntad del
demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la tierra su
veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los abismos
del infierno.
Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y
por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído
cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la
muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria
y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a
muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los tristes alegría, y a
los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino en un vaso conveniente.
Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino, las envíe a mis siervos
por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar y agotar
según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará a dónde has de ir y qué has de
hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie
prevalecerá contra mí.
Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y
dador de todas las virtudes! ¿Por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he
consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de
virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada.
Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las
monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos
para su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos
que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más
entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual, según
conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por tanto,
permanece firme y pronta a mi voluntad.
Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu
reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar
en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin
embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la
verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones
y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos imitarlos? También nuestra
madre ocupaba su puesto entre las principales señoras, vestía magníficamente,
tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis
hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir con alegría
corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?
Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas,
va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe
dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las
cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor
humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la
soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras vivía, ni
cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los tormentos, ni
se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la afrentosa muerte
que quiso escoger.
Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde
los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fue castigado, y
también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas
soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que
se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión a otros para que los
imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor inflamado, los quema a
todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los soberbios dan ejemplo de
soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran manera las almas.
Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les
enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen
ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero
los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la madre
hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor número de
cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero manifestarte
cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se hagan más
fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro huyan del
pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y malos:
de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que
incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté
yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con
amor de Dios.
Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta
aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como
arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y
cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y largos,
chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos saltados,
colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en lugar de ella
un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el cráneo y bullíale el
cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello, como
al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo
destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos
tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y
las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas
sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía
arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y uniendo como un arco
su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como una rueda; eran las
piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas púas, y los pies como de sapo.
Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y
venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fuí tu madre! Yo fui la que te puse en el nido
de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y
te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que
cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te enseñé, otras
tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable ardor; siempre que
dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una amarguísima bebida;
todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia movido por
las tempestades de la arrogancia, tal como oír elogiar tu cuerpo y desear las
honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a
mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.
¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y
miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como
la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola,
mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes
sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto,
siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se
renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te ensoberbeces con tu
linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor el que la inmundicia
de mis entrañas fue tu reclinatorio? Saliste de mi impuro vientre, y la
inmundicia de mi sangre fue tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre, en el
cual estuviste, se halla todo corroído por gusanos.
Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí
misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo
creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el
camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como
un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al
ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me
fui en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento
ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.
Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves
sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy,
morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo
que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios, así los
pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando ahora que
los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón me preparó
para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son de sapo, lo
cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están firmes en mí los
demonios, y me muerden sin saciarse nunca.
Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer
y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas
contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo
del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones
del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la cabeza, así debería yo
haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios; mas por no haberlo
hecho, padezco justamente lo que ves.
Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la
alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi
placer y deleite fue desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar
de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior
la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia. Tengo
abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera justicia
de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi corazón
estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían otros
mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.
Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé
larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque
el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me
dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero
mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy fácil el juicio de
Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y de esta suerte mi
voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el demonio se
mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y conoce que
es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me
fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin
serme de ningún uso.
Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo,
porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi
corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón,
y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están
cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero
indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba está trémula y los
dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida voluntad de dar
sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y fuerte para todos
los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barba; y los dientes
chocan unos con otros, porque fue inútil para el provecho del alma el uso y
trabajo de los dientes.
Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que
en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho
para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan
hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban de la
hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho llorar
han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia, también,
está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque rodeé mi
frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer hermosa, y por
esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.
Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el
plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que
residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía
yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi
corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y en cuanto a la
sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de ella más que si
hubiera sido pez, y como se huye del pez, huía de las palabras de amor de Dios,
para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del cuerpo. Por causa
de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero me
entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez
ardiente con vehementísimo hervor.
Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos
las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se
hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice
cuanto pude, por esto ahora están excluidas de mis oídos las palabras alegres.
Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el
contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba
limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y
por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada
de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me valieron para
alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares, además,
cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por de fuera, te
diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que de buena
gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a Dios mi
Criador, el cual, fue conmigo excelente y piadosísimo.
Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su
propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre
escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en
cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres
consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos.
El primer consejo fue amar carnalmente, para obtener la amistad carnal: el
segundo fue gastar pródigamente por honra del mundo los bienes temporales, y el
tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero semejantes consejos me
han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente, obtuve la vergüenza y
la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los bienes temporales, fui
privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido la
ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el
descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una
inquietud sin consuelo.
Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin
dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y
tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e
irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a
cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas
preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que
obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía
mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.
Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la
fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna
obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia,
permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no acompañaban buenas obras,
mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas preciosas en las manos
significan la vana esperanza que tuve; porque las obras mías entendidas por las
manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios poderosa y amplia, la
cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la justicia
de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fui por tanto muy atrevida para pecar.
Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es,
sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vio a sí misma y conoció que estaba
desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de
vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fuí vestida
ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo
riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.
Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fue a vestir al siervo con las
vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera
éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable. Este
Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así, pues, en
mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado el siervo,
esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me valí para mi
placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo
impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera
alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallábase
excluido de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo.
Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.
También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fue luminoso para el
mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era
corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el
tercero fue muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un
torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte. En el
primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fue muy
luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto en
mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el segundo
camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en
esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a
obedecer.
No obstante, fue largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una
confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el
pecado confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por
consiguiente, no fuí constante en la obediencia, sino que recaía en los pecados,
como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fue fría, y no quería
apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y
confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los
pecados confesados y que me agradaban.
El tercer camino fue que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no
tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la
muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente
impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis
pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al acercarse la
enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos a la salud del
alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón, que estaba
engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la honda
caverna donde se castigan los pecados. Este camino fue muy largo, porque después
de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre,
y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando
con llanto.
La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú,
que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el
trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa
sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi
vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como el agua que de
los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior más amarga que
todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese obstruidos todos
los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas, se comprimiesen
hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento estuviera
para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que
tanto quise.
Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima
enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la
muerte, me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era
mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo
padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande
el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el Señor.
Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois
mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima
Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en
aquel instante encendióse en mi corazón una centellita de amor de Dios, por la
cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y estaba yo de
esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a manos de los
demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a parar a manos de
los demonios, porque fue indigno que los hermosísimos ángeles se acercaran a un
alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los demonios,
porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su
corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi
presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada,
merezca alcanzar el perdón.
Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se
hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos
platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente
tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto
más se fuera echando en este último platillo, más pronto subiría el otro que
está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque cuanto más alta estuve en
pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia, me levanta de la pena
todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la oración y buenas
obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se dan con
bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que
cada día me hace ir acercándome al Señor.
Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos
reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que
está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me
aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios, ni el
alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra del
purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la
separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu
alma con tu inteligencia para oir las palabras de Dios en los cielos, y se te
permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de
aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante,
entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el
Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su
voluntad.
Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en
un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección.
Libro 6, Capitulo 50. Dice Jesucristo que el alma es su esposa, y añade quiénes
sean espiritualmente los criados y las esclavas del alma Revela también a santa
Brígida las terribles penas que padecía un alma en el purgatorio, y cómo podía
ser aliviada en ellas.
Cierto señor, dice Jesucristo, tenía una mujer, para la cual edificó una casa,
le proporcionó criado, criadas y víveres, y se marchó a un largo viaje. A su
vuelta encontró el señor difamada a su mujer, inobedientes a sus criados, y
deshonradas las criadas, e irritado con esto, entregó la mujer a los tribunales,
los criados a los verdugos, y mandó azotar a las criadas. Yo, Dios, soy este
Señor, que tomé por esposa el alma del hombre, criada por el poder de mi
divinidad, deseando tener con ella la indecible dulzura de mi misma divinidad.
Me desposé con ella mediante la fe, el amor y la perseverancia de las virtudes.
Edifíquele a esta alma una casa cuando le di el cuerpo mortal para que en él se
probase y se ejercitara en las virtudes.
Esta casa, que es el cuerpo, tiene cuatro propiedades, es noble, mortal, mudable
y corruptible. El cuerpo es noble, porque fue criado por Dios, participa de
todos los elementos, y resucitará para la eternidad en el último día; pero es
innoble comparado con el alma, porque es de tierra, y el alma es espiritual. Por
tanto, por tener el cuerpo cierta nobleza, debe estar engalanado con virtudes,
para que pueda ser glorificado en el día del juicio. Es también el cuerpo mortal
por ser de tierra, por lo que debe resistir las seducciones de los deleites,
porque si sucumbiere a ellas, pierde a Dios. Es igualmente mudable, por lo que
ha de hacerse estable por medio del alma, pues si sigue sus impulsos, es
semejante a los jumentos. Es, por último, corruptible, y por esto debe siempre
estar limpio, pues el demonio busca la impureza, la cual huye de la compañía de
los ángeles.
Habitadora de esta casa, es decir, del cuerpo, es el alma, y en él mora como en
una casa, y vivifica al mismo cuerpo; pues sin la presencia del alma es el
cuerpo horroroso, fétido y abominable a la vista. Tiene también el alma cinco
criados, que sirven de consuelo al cuerpo. El primero es la vista, que debe ser
como el buen vigía, para distinguir entre los enemigos y los amigos que llegan.
Vienen los enemigos, cuando los ojos desean ver rostros hermosos, y todo lo
deleitable a la carne y lo que es perjudical y deshonesto: y vienen los amigos,
cuando se deleita en ver mi Pasión, las obras de mis amigos y todo lo que es en
honra de Dios.
El segundo criado es el oído, el cual es como el buen portero, que abre la
puerta a los amigos y la cierra a los enemigos. La abre a los amigos, cuando se
deleita en oír las palabras de Dios, las pláticas y obras de los amigos del
Señor; y la cierra a los enemigos, cuando se abstiene de oír murmuraciones,
chocarrerías y necedades.
El tercer siervo es el gusto de comer y beber, el cual es como el buen médico,
que ordena la comida para la necesidad, no para lo superfluo y deleitable;
porque los alimentos han de tomarse como si fueran medicinas, y así deben
observarse dos reglas: no comer mucho, ni demasiado poco; porque la mucha comida
es causa de enfermedades, y si, por otra parte, se come menos de lo debido, se
adquiere un hastío en el servicio de Dios.
El cuatro criado es el tacto, el cual es como el hombre laborioso, que trabaja
para sustentar su cuerpo, y al mismo tiempo doma con prudencia los apetitos de
la carne y desea ardientemente conseguir la salvación eterna.
El quinto siervo es el olor de las cosas deleitables, el cual puede no existir
en muchos a fin de obtener mayor recompensa eterna; y por tanto, debe ser este
siervo como el buen mayordomo, y pensar si ese deleite le conviene al alma, si
adquiere merecimiento, y si puede subsistir el cuerpo sin él. Pues si considera
que el cuerpo puede de todos modos estar y vivir sin ese olor deleitable, y por
amor de Dios se abstiene de él, merece que el Señor le dé gran recompensa,
porque es virtud muy grata a Dios, cuando el hombre se priva aun de las cosas
lícitas.
A más de tener el alma estos criados, debe también tener cinco criadas muy
aptas, para custodiar a la señora y guardarla de sus peligros. La primera ha de
ser timorata y cuidadosa de que el esposo no se ofenda con la inobservancia de
sus mandamientos, o de que la señora se haga negligente. La segunda ha de ser
fervorosa en no buscar nada sino la honra del esposo y el provecho de su señora.
La tercera debe ser modesta y estable, para que su señora no se engría con la
prosperidad, ni se abata con la desgracia. La cuarta debe ser sufrida y
prudente, para poder consolar a la señora en los males que le sobrevengan. La
quinta ha de ser tan púdica y casta, que en sus pensamientos, palabras y obras
no haya nada indecoroso o libertino.
Si, pues, el alma tiene la casa que hemos dicho, unos criados tan dispuestos y
las criadas honradas, sienta muy mal que la misma alma, que es la señora, no sea
hermosa y esté llena de abnegación. Quiero, por consiguiente, manifestarte el
ornato y atavío del alma.
Ha de ser esta equitativa en discernir lo que debe a Dios y lo que debe al
cuerpo, porque juntamente con los ángeles participa de la razón y del amor de
Dios. Por tanto, debe el alma mirar la carne como si fuera un jumento, darle
moderadamente lo necesario para la vida, estimularla al trabajo, corregirla con
temor y abstinencia, y observar sus impulsos, no sea que por condescender con la
flaqueza de la carne, peque el alma contra Dios. Lo segundo, el alma debe ser
celestial, porque tiene la imagen del Señor de los cielos, y por tanto, nunca ha
de entretenerse ni deleitarse en cosas carnales, a fin de no hacerse imagen del
mismo demonio. Lo tercero, ha de ser fervorosa en amar a Dios, porque es hermana
de los ángeles, inmortal y eterna. Debe, por último, ser hermosa en todo linaje
de virtudes, porque eternamente ha de ver la hermosura del mismo Dios: mas si
consiente con los deseos de la carne, será horrorosa por toda la eternidad.
Conviene también, que la señora, que es el alma, tenga su comida, la cual es la
memoria de los beneficios de Dios, la consideración de sus terribles juicios y
la complacencia en su amor y en guardar sus mandamientos. Debe, pues, el alma
evitar con empeño el no ser jamás gobernada por la carne, porque entonces todo
se desordena, y sucede que los ojos quieren ver cosas deleitables y peligrosas,
los oídos quieren oir vaciedades; agrada también gustar cosas suaves y trabajar
inútilmente por causa del mundo; entonces es seducida la razón, domina la
impaciencia, disminúyese la devoción, auméntase la tibieza, palíase la culpa, y
no son consideradas las cosas futuras; entonces mira el alma con desprecio el
manjar espiritual, y le parece penoso todo lo que es del servicio de Dios.
¿Cómo puede agradar la continua memoria de Dios, donde reina el placer de la
carne? ¿Ni cómo puede el alma conformarse con la voluntad de Dios, cuando
solamente le agradan las cosas carnales? ¿Ni cómo puede distinguir lo verdadero
de lo falso, cuando le es molesto todo lo que pertenece a Dios? De semejante
alma, afeada de este modo, puede decirse, que la casa de Dios se ha hecho
tributaria del demonio amoldándose a él.
De tal suerte es el alma de este difunto que estás viendo, pues el demonio la
posee por nueve títulos. Primero, porque voluntariamente consintió en el pecado;
segundo, porque despreció su dignidad y lo prometido en el santo bautismo;
tercero, porque no cuidó de la gracia de su confirmación dada por el obispo;
cuarto, porque no hizo caso del tiempo que se le hubo concedido para penitencia;
quinto, porque en sus obras no me temió a mí, su Dios, ni tampoco mis juicios,
sino que de intento se apartó de mí; sexto, porque menospreció mi paciencia como
si yo no existiese, o como si yo no pudiera condenarlo; séptimo, porque se cuidó
menos de mis consejos y preceptos que de los de los hombres; octavo, porque no
daba gracias a Dios por sus beneficios, porque tenía su corazón fijo en el
mundo; y noveno, porque toda mi Pasión estaba como muerta en su corazón, y por
consiguiente, padece ahora nueve penas.
La primera, es porque todo lo que padece, lo sufre por justo juicio de Dios, por
precisión y a la fuerza; la segunda, porque dejó al Criador y amó la criatura, y
por tanto, lo detestan todas las criaturas; la tercera, es el dolor, porque dejó
y perdió todo cuanto amó y todo esto está contra él; la cuarta, es el ardor y
sed porque deseaba más las cosas perecederas que las eternas; la quinta, es el
terror y poderío de los demonios, porque mientras pudo no quiso temer al
benignísimo Dios; la sexta, es carecer de la vista de Dios, porque en su tiempo
no vio la paciencia del Señor; la séptima, es una horrorosa ansiedad, porque
ignora cuándo han de acabar sus tormentos; la octava, es el remordimiento de su
conciencia, porque omitió lo bueno e hizo lo malo; la novena, es el frío y el
llanto porque no deseaba el amor de Dios.
Sin embargo, porque tuvo dos cosas buenas: primera, creer en mi Pasión y
oponerse en cuanto pudo a los que hablaban mal de mí; y segunda, amar a mi Madre
y a mis santos, y guardar sus vigilias, te diré ahora cómo por las súplicas de
mis amigos que por él ruegan, podrá salvarse.
Se salvará lo primero, por mi Pasión, porque guardó la fe de mi Iglesia;
segundo, por el sacrificio de mi Cuerpo, porque este es el antídoto de las
almas; tercero, por los ruegos de mis escogidos que en el cielo están; cuarto,
por las buenas obras que se hacen en la santa Iglesia; quinto, por los ruegos de
los buenos que viven en el mundo; sexto, por las limosnas hechas de los bienes
justamente adquiridos, y si se restituyen los que se sabe están mal adquiridos;
séptimo, por las penalidades de los justos que trabajan por la salvación de las
almas; ; octavo, por las indulgencias concedidas por los Pontífices; noveno por
varias penitencias hechas en beneficio de las almas, que los vivos no acabaron
cumplidamente.
Esta revelación, hija mía, te la ha merecido el patrono san Erico, a quien
sirvió esta alma, porque llegará tiempo en que decaerá la maldad de esta tierra,
y en los corazones de muchos resucitará el celo de las almas.
Ella me ha arrebatado injustamente el alma que comparece ante Vos.
Después de la muerte de su hijo, Santa Brígida fue llevada a un palacio
magnífico. Ahí vio a Jesús sentado en su tribunal y rodeado de una corte
innumerable de ángeles y santos, a su lado estaba la Santísima Virgen, que
seguía con atención el juicio.
A los pies del Juez, vio bajo la forma de un recién nacido, el alma del difunto,
que temblaba y no lograba ver ni oír lo que ocurría. A la derecha del Juez,
cerca del alma, estaba un ángel, el demonio estaba a su izquierda, pero ninguno
de los dos tocaba al alma.
El demonio, entonces, se puso a gritar:«Escucha, Juez todopoderoso, yo debo
quejarme de una mujer que es a la vez mi Soberana y Vuestra Madre, a quien
vuestro amor le ha dado todo poder sobre el cielo y sobre la tierra, y sobre
nosotros, los demonios del infierno. Ella me ha arrebatado injustamente el alma
que comparece ante Vos, pues en verdad, a mí me correspondía apoderarme de ella
en el momento de separarse del cuerpo y llevarla con mis compañeros ante Vuestro
tribunal. Ahora bien, Juez Justo, el alma no había terminado de salir del
cuerpo, cuando Vuestra Madre, la tomó consigo y la cubrió con su poderosa
protección hasta presentarla ante Vos.»
La bienaventurada Virgen María, le respondió así: «Escucha, Satanás, cuando
saliste de las manos del Creador, tenías la inteligencia de la justicia que vive
en Dios por la eternidad. Tuviste la libertad de actuar a tu voluntad y aunque
hayas preferido odiar a Dios antes que entregarle tu corazón, sabes bien lo que
la justicia exige. Yo te digo que a mí me corresponde más que a ti presentar
esta alma ante Dios, su Juez; ya que durante su estancia en la tierra, ella me
demostró un gran afecto, ella se complacía en recordarse que Dios se dignó
escogerme como su Madre y que quiso exaltarme por encima de todas las
criaturas.»
« Tú has visto, Satanás, en qué condiciones ha muerto este hombre. ¿Qué te
parece, entonces? ¿No era justo que yo tomara su alma bajo mi protección para
presentarla ante el tribunal de Dios, antes que dejarla entre tus manos para
compartir tus suplicios?»
Y Satanás preguntó de nuevo: «¿Por qué, Oh Reina, a la hora de la agonía de esta
alma, nos has mandado huir de manera que ninguno de nosotros pudo ni asustarla
ni perturbarla?
La Virgen replica: «Lo hice por el amor ardiente que en vida ella me había
dedicado.»
Revelaciones dadas a
Sor María de la Cruz
MANUSCRITO DEL PURGATORIO
El presente manuscrito contiene
noticias muy interesantes sobre la vida de
ultratumba, especialmente del Purgatorio, mezcladas con muchísimos consejos
de
dirección espiritual.
Su autenticidad es irrebatible.
Confidente del mismo es Sor María de la Cruz, en el mundo Elisa Sofía
Clementina Hébert, nacida en Néhou-St-Georges (diócesis de Coutances) el
1ero de diciembre 1840.
Huérfana de padre a la edad de 6 años. A los 11 años recibe la Primera
Comunión y la Confirmación en el Convento de las Agustinas de Valognes,
donde es religiosa una tía materna, Sra. Ángela Quettier, que llega a ser
Superiora del Convento hasta su muerte y es ejemplo de edificación.
A la edad de 18 años Elisa regresó al convento de Valognes, como novicia. El 15
de Mayo 1861 hace la profesión religiosa.
En 1884 casi por unanimidad fue electa Asistenta y al año siguiente vino a ser
Madre Prefecta.
En 1904, a causa del decreto de expulsión de los Religiosos de Francia,
expulsada del Convento, buscó refugio con algunos primos en la pequeña Villa
de
Vauvicard, Quettehou. Tenía 63 años. Algunos años después llega a Cherbourg,
donde vive con otra prima. Aquí S.Pio X, de su espontánea voluntad, le concede
el privilegio de un oratorio privado, con la facultad de conservar el Santísimo.
Muere en Cherbourg en mayo de 1917. Sus restos reposan en la tumba de la
familia en Quettehou.
En 1871 hace estragos en la Comunidad de Valognes una gravísima epidemia
que cobra varias víctimas entre ellas una joven Hermana de 36 años Sor María
Gabriela.
La joven Hermana, en realidad, sobrenaturalmente no era muy perfecta…lo que
le valía de parte de Sor María de la Cruz ser reprochada frecuentemente… A los
cuales ella le respondía: "Y bien, si voy al Purgatorio, tú me sacarás". No
pensaba que realmente sería así.
Noviembre 1873. Sor María de la Cruz está en la celda. Improvistamente
siente
gemidos prolongados…"Oh, exclama presa de espanto, ¿Quíén eres? ¡Tú me
infundes miedo! …Sobre todo no aparezcas, pero dime quién eres ¡".
Ninguna respuesta… Impresionada más que nunca, habla a la Superiora (su tía)
la cual no se muestra sorprendida y le dice simplemente: "Es un ánima del
Purgatorio, oremos por ella".
Lo gemidos continuaron acercándose más. Sor María de la Cruz tenía miedo.
Temía fuera una trampa del diablo: a ella no le gustaban las cosas
extraordinarias…
Quería seguir la vía común. En el manuscrito hallamos indicios de este temor.
Todavía en 1880 expresa estas dudas.
El 15 de Febrero 1874 sucede el primer coloquio… Hasta el fin de Noviembre
de 1890 entre las almas de Sor María Gabriela y Sor María de la Cruz se da la
misteriosa relación que esta última confió al precioso Manuscrito.
Breve resumen
El buen Dios agradece todo lo que se hace por todas las ánimas del Purgatorio como
si se hiciera por una sola, aplicando Él tu intención.
Yo soy, en este momento, la más sufriente de aquí, porque no estaba en mi vocación.
El VíaCrucis es la mejor oración después de la
Santa Misa.
¡Ah, Si supieras lo que sufro!, Ay reza por mí. ¡Porque sufro extremadamente por
todo! ¡oh, Dios mío! … Qué misericordioso eres! Ay de mí! No te figuras que cosa
es el Purgatorio! Debes ser buena y tener piedad de las ánimas! Un buen consejo!...
El vía crucis.
Cuánta felicidad en el Cielo! Hay una distancia tan grande entre el
Purgatorio y el Cielo!. A veces tenemos como un eco del gozo que gustan los
Bienaventurados en el Paraíso; más es casi un castigo, porque en nosotros está
un gran deseo de ver al buen Dios! En el Cielo puras luces; en el Purgatorio,
profundas tinieblas!
Los grandes culpables no ven a la Santa Virgen.
Cuando viene a liberar un ánima del Purgatorio, es esto un gran gozo para
el mismo Dios. Cuanto has leído al respecto en los libros en verdadera.
24 Marzo 1874 En el presente
estoy en el segundo Purgatorio. El día de mi muerte estaba en el primero, donde
sí sufría grandes dolores. También en el segundo se sufre mucho, pero mucho
menos que en el primero.
MAYO.- Estoy en el segundo Purgatorio desde el día de la Anunciación de
la Santa Virgen. Ese día yo he visto por primera vez a la Santa Virgen , porque
en el primero no se la ve. La visión de ella infunde ánimo; además esta buena
Mamá nos habla del cielo. Durante el tiempo que la vemos nuestros sufrimientos
parecen que se atenúan.
Ah! Yo deseo ir al Cielo! Ah! Que martirio sufrimos desde que conocimos al buen
Dios.!
No tengas temor recordar a todas tus jóvenes las grandes verdades de la salvación.
Las almas con frecuencia necesitan ser sacudidas, actualmente más que nunca!
Sí, yo sufro, pero el más grande tormento es el de no ver al buen Dios. Esto es un
martirio continuo que me hace sufrir más que el fuego del Purgatorio.
Sí, a veces vemos a San José, pero no así de frecuente como a la Santa Virgen.
El Purgatorio de los Religiosos es más largo y más riguroso que el de las personas
del mundo, porque ellas ha abusado de mayor número de gracias.
No sé si puedes imaginarte las penas que se sufren en el Purgatorio!. En el mundo
nadie lo piensa. También las Comunidades Religiosas lo olvidamos. Por esto el
buen Dios quiere que se rece de modo especial por las pobres ánimas del
Purgatorio, que se inculque esta devoción a los alumnos, a fin de que estos a su
vez lo comuniquen en el mundo.
El demonio tiene secuaces para todo… también para el convento!
15 AGOSTO.- Sí, hemos visto a la Santa Virgen. Ella ha regresado al Cielo con muchas
almas; yo sin embargo permanezco aquí.
Sientes calor? R.
Ah! Si supieras que calor hay en el Purgatorio en comparación del tuyo!.
Una breve oración hace tanto bien!. Nos
refresca como un poco de agua fría, dado a una persona que tiene gran sed.
AGOSTO 1878. (Retiro). – Los grandes pecadores y los que permanecen casi toda
su vida lejos de Dios por indiferencia, como también los Religiosos que no son
como deberían ser, están en el gran Purgatorio, y allí las oraciones que hacemos
por tales ánimas no son de ningún modo aplicadas a ellas. Ellas estuvieron
indiferentes hacia el buen Dios durante la vida. A su vez, Él es indiferente
hacia ellas y las deja en una especie de abandono, a fin de que reparen así su
vida que ha sido nula.
Ah! Estando todavía en la tierra, tú no puedes imaginarte ni hacerte una idea adecuada
de lo que es el buen Dios!. Nosotros a veces lo sabemos y comprendemos, porque
nuestra alma está separada de todas las ligaduras que la entretenían y le
impedían comprender la santidad, la majestad del buen Dios, su gran misericordia.
Nosotros somos mártires, nos derretimos de amor, por así decir. Una fuerza
irresistible nos empuja hacia el buen Dios como Quien es nuestro centro y, al
mismo tiempo, otra fuerza nos tira hacia el lugar de expiación. En tal estado,
somos como obligadas a no poder satisfacer nuestros deseos. Oh! Que pena! … Pero
la merecemos y no hay ninguna murmuración, aquí.
AGOSTO 1879 (RETIRO). – Nosotros vemos a San
Miguel como vemos a los ángeles;
ellos no tienen cuerpo. Viene
al Purgatorio a llevar todas las almas ya purificadas, porque él es el que las
conduce al Cielo. Sí, es verdad, él está entre los Serafines, como ha
afirmado Monseñor. Es el primer Ángel del Cielo. También nuestros ángeles
custodios vienen a visitarnos, pero San Miguel es el más bello!. En cuanto a la
Santa Virgen, la vemos con su cuerpo. Ella viene al Purgatorio en el día de sus
fiestas y regresa al Cielo junto con muchas almas. Mientras ella está con
nosotros, no sufrimos; San Miguel la acompaña, pero, cuando él está solo,
sufrimos como de costumbre.
Cuanto te he hablado del grande y del segundo Purgatorio, lo he hecho para hacerte
comprender. Con esas expresiones intento decirte que en el Purgatorio hay
diferentes grados. Así, llamo gran
Purgatorio el lugar donde
están las almas más pecadoras, en el cual yo estuve dos años sin poder dar algún
signo de mis tormentos, en estos años, durante los cuales has escuchado
lamentarme; tú sabes que es hasta ahora que he comenzado a hablarte.
El segundo
Purgatorio, es siempre el Purgatorio, diferente aún del primero, se sufre
también mucho, pero menos que en el primer Purgatorio; en fin hay un
tercer lugar, que es el Purgatorio de deseo.
En ese no hay fuego. Están las almas que no han deseado suficiente el Cielo, que no
han amado suficiente al buen Dios. Yo estoy allí en este momento; y en estos
tres Purgatorios hay todavía muchos grados. Así así es que un alma se purifica,
no sufren los mismos tormentos. Todo es proporcionado a las culpas que se deben
expiar.
-Cuál es el mejor modo de glorificar a San Miguel?
R.- El modo más eficaz de glorificarlo en el Cielo y en la tierra es el de recomendar
lo más posible la devoción a las ánimas del Purgatorio y de hacer conocer el
gran oficio que él realiza entre las ánimas purgantes. El
es el encargado por Dios de conducir al lugar de expiación y de introducirlas,
después de la expiación, a las eternas moradas. Cada
vez que un alma viene a aumentar el número de los elegidos, el buen Dios es así
glorificado y esta gloria recae, en cierto modo, sobre el glorioso ministro del
Cielo. Es un honor para él presentar al Señor las ánimas que se disponen a
cantar sus misericordias y a unir su reconocimiento a aquellos de los elegidos
por toda la eternidad. No soy capaz de hacerte comprender todo el amor que el
celeste Arcángel tiene hacia nosotros. El nos anima en los sufrimientos,
hablándonos del Cielo. Dile al Padre… que, si quiere agradar a San Miguel,
recomiende insistentemente la devoción a las ánimas del Purgatorio. En el mundo
no se piensa en esto. En la muerte de sus propios parientes y de los amigos, se
hace alguna oración, se llora algún día, y es bello y termina!. Las ánimas
quedan abandonadas; es verdad que lo merecemos, porque en la tierra no hemos
rezado por los difuntos, y la justicia divina nos da en el otro mundo lo que
hemos hecho en esta. Las personas que han olvidado a las ánimas purgantes, serán
a su vez olvidadas y es justo, pero si se les hubiera sugerido rezar por los
difuntos, si se les hubiera hecho conocer un poco qué es el Purgatorio, quizá
hubieran actuado de manera distinta.
En cuanto a los grados del Purgatorio, puedo hablarte porque los he pasado.
En el gran Purgatorio hay diversos grados. El más bajo es más tormentoso, es un
infierno momentáneo, están los pecadores que han cometido delitos enormes
durante la vida y que la muerte los ha sorprendido en ese estado, sin tener
tiempo de apenas arrepentirse.
Esos están salvados como por milagro, con frecuencia por las oraciones de
parientes piadosos o de otras personas. A veces no han podido ni siquiera
confesarse y el mundo los cree perdidos, pero el buen Dios cuya misericordia es
infinita, les ha dado al momento de la muerte, la contrición necesaria para ser
salvados, en vista de una o de alguna acción que ellos realizaron durante la
vida. Para tales almas, el Purgatorio es terrible. Es el infierno, con la
diferencia que en el infierno se maldice al buen Dios, mientras que en el
Purgatorio se lo bendice y se agradece el haberlos salvado. Después están las
almas, que, sin haber cometido grandes pecados como los primeros, han sido
indiferentes con el buen Dios; durante la vida no han satisfecho el precepto
pascual y, convertidos al punto de morir, con frecuencia no ha ni siquiera
comunicarlo, están en el Purgatorio por su larga indiferencia sufriendo penas
inauditas, abandonados, si no hace algo por ellos, ellos no pueden sacar
provecho.
Yo he pertenecido a este grado.
En el segundo Purgatorio están las almas de los que muy culpables de pecados veniales
no los expiaron antes de la muerte, o bien de pecados mortales perdonados, pero
de los cuales no han satisfecho plenamente la justicia divina. Hay también en
este Purgatorio diversos grados según el mérito de las personas. Así el
Purgatorio de las personas consagradas o que han recibido más gracias es más
largo y más penoso que el de aquellas del común de las almas.
En fin el Purgatorio de deseo, que es llamado Vestíbulo. Muy pocas personas lo evitan;
para evitarlo tienen que haber deseado ardientemente el Cielo y la visión del
buen Dios, y esto es raro, más raro de lo que se cree, porque muchas personas,
aunque piadosas, tienen miedo del buen Dios y no desean con suficiente ardor el
Cielo. Este Purgatorio tiene su martirio muy doloroso igual que los otros; es
ser privados de la visión del buen Jesús, qué sufrimiento!.
-¿Se conocen entre ustedes en el Purgatorio?
R… Sí, como se conocen las almas. No existe más el nombre en el otro mundo.
No tiene comparación el Purgatorio con la tierra. Cuando las almas son liberadas
y separadas de su envoltura mortal, su nombre es sepultado en la tumba junto con
el cuerpo. Yo te explico muy poco qué es el Purgatorio y tú entiendes un poco
más que los otros, por las luces que el buen Dios te concede. Pero qué cosa es
esto comparado con la realidad?. Nosotros estamos aquí perdidos en la voluntad
de Dios, mientras en la tierra, por muy santo que se sea, se conserva siempre la
propia voluntad. Nosotros no tenemos más. Conocemos y sabemos sólo lo que agrada
a Dios hacernos conocer y nada más.
- ¿Hablan entre ustedes en el Purgatorio?
R… Las ánimas nos comunicamos entre nosotras cuando el buen Dios lo permite,
según el modo de comunicarse de las ánimas, pero sin palabras…
… Sí, es verdad que yo te hablo, pero eres tú un espíritu?. Me comprenderías, Si
no pronunciara las palabras?
En cuanto a mí, porque así quiere el buen Dios, te comprendo sin que pronuncies las
palabras con los labios. Sin embargo se da la comunicación entre las almas entre
los espíritus, aún sin haber muerto. Así, cuando tienes un buen pensamiento, un
buen deseo, te estás comunicando con frecuencia con tu buen Ángel o con
cualquier otro santo, a veces con el mismo buen Dios: ese es el lenguaje de las
almas.
- Dónde está el Purgatorio?. ¿Es un lugar estrecho?
R… Si está en el centro de la tierra cercano al infierno (como lo has visto
un día después de la Santa Comunión). Las ánimas están como en un lugar estrecho,
si se considera la multitud que hay, porque son millares y millares de ánimas,
pero qué espacio se necesita para una anima?. Cada día se juntan muchos millares
y la mayor parte permanecen de Treinta a cuarenta años; otros mucho más tiempo
todavía y otros menos. Te digo esto según el cálculo de la tierra, porque aquí
es otra cosa. Ah, si supieses, si conocieses el Purgatorio y cuando se piensa
que es por propia culpa que se tiene!, Yo estoy desde hace ocho años. Me parece
que han pasado diez mil años!...
Oh, mi Dios!. Refiere exactamente todo esto a tu Padre!... Que aprenda él de mi que
cosa es este lugar de sufrimiento, a fin de hacerlo conocer más adelante. El
podrá experimentar así que provechosa es la devoción a las ánimas del Purgatorio.
El buen Dios con frecuencia concede más gracias por la mediación de estas ánimas
sufrientes que por la de los mismos santos. Que cuando él quiera obtener una
cosa con más seguridad, se dirija de preferencia a las ánimas que más han amado
a la Santa Virgen y que, por consecuencia, esta buena Madre desea liberar, y el
mismo podrá decir si no le va bien. Hay también ánimas que no viven en el
Purgatorio propiamente dicho. Asi yo, durante el día, te acompaño a cualquier
parte que vayas, pero cuando te acuestas, en la noche sufro más; regreso al
Purgatorio. Otras ánimas hacen a veces su Purgatorio en el lugar donde han
pecado, al pie del santo altar en el que se conserva el Santo
Sacramento, pero, pero sin embargo ellas llevan, siempre consigo el propio
sufrimiento, un poco menos intenso que en el verdadero Purgatorio.
El Padre(espiritual) ha tenido mucha razón de decir de no buscar otra cosa más que
la santa voluntad del buen Dios en todo lo que hay que hacer. Esto constituirá
para ti la felicidad: ver su voluntad en todo lo que sucede, penas y gozos. Todo
proviene de Jesús igualmente. Oh! Sé buena, doblemente buena, para agradar al
buen Dios, a él que esta bueno contigo!. Ten siempre los ojos del alma fijos en
Él para descubrir sus íntimos deseos. Camina aún más allá, a fin de agradarlo.
Entre más busques hacer algo por Él, más Él te lo hará a ti. El buen Dios no se
dejará vencer en generosidad, al contrario!. Él nos da siempre más. Sé por tanto
ingeniosa para consumirte por su amor y por su gloria.
La inglesa que se ahogó cerca del Monte San Miguel ha ido al cielo directamente.
Ella ha tenido la contrición requerida al momento de la muerte y al mismo tiempo
el bautismo de deseo. Todo ha sucedido así por la intervención de San Miguel
Feliz naufragio!.
-¿Cuándo un ánima es destinada a tener un puesto más bello en Cielo, no
tiene también en el Purgatorio un número más grande de gracias que tantos otros?
R… Cierto, entre más un alma es destinada a ocupar un puesto elevado en el Cielo,
es por eso mismo, a conocer mejor a su Dios, más basto igualmente es su conocimiento
y más íntima su unión con Él en el lugar de expiación. Todo aquí es proporcionado
al mérito.
-Y bien, ¿Qué hay de las oraciones que el Padre P. ha hecho por ellos?
R… Las personas que están en el Cielo y por las cuales se ruega en la tierra
pueden disponer estas oraciones para las ánimas a las que deseen
aplicárselas. Es un recuerdo muy dulce para las ánimas de otro mundo ver que
parientes o amigos no le olvidan en la tierra, aunque ellas no tengan más
necesidad de oraciones. Al contrario ellas no son ingratas.
Los juicios del buen Dios son muy diferentes de los de la tierra. El tiene en cuenta
el temperamento, el carácter, del que hace algo por ligereza o por pura malicia.
A Él que conoce el fondo del corazón, no le es difícil ver lo que sucede (en las
almas); es muy bueno Jesús, pero sin embargo también muy justo!.
-¿Qué distancia hay entre la tierra que habitamos y el Purgatorio?
R… El Purgatorio está en el centro del globo. La tierra misma no es quizás
un Purgatorio? Entre las personas que la habitamos, unas lo hacen enteramente
mediante la penitencia voluntaria o aceptada; tales personas, después de su
muerte, van inmediatamente al Cielo otras lo comienzan, porque la tierra es
cierto un lugar de sufrimiento, pero estas almas, no teniendo suficiente
generosidad, van a terminar su Purgatorio de la tierra en verdadero Purgatorio.
-¿La muerte súbita o imprevista es un justicia o una misericordia del buen Dios?
R:Esta clase de muerte a veces es una justicia y a veces una misericordia.
Cuan un alma es temerosa y Dios sabes que está preparada y lista para comparecer
delante de Él, para evitarle los horrores que podría tener en el último momento,
la lleva de este mundo con una muerte súbita. A veces el buen Dios toma las
almas en su justicia. Estos no están por esto del todo perdidos, pero privados
de los últimos Sacramentos o recibiéndolos en frío, sin haberse preparado al
último paso, su Purgatorio es muy doloroso y se prolonga más. A otras, habiendo
colmado la medida de sus pecados y habiendo permanecido sordas a todas las
gracias divinas, El buen Dios las toma de la tierra a fin de que no provoquen
todavía más su justicia.
-¿El fuego del Purgatorio es un fuego como el de la tierra?
R: Sí, con la diferencia que el fuego del Purgatorio es un purificador de
la justicia de Dios y el de la tierra es muy tolerable comparado al del
Purgatorio. Es una sombra en comparación del gran bracero de la justicia Divina
-¿Cómo por tanto, un ánima puede quemarse?
R: Por un justo permiso del buen Dios; el alma que ha sido culpable, porque
el cuerpo no ha hecho más que obedecerle (en realidad qué pecado ves cometer a
un cuerpo muerto?.), el ánima sufre como si fuese el cuerpo el que sufriera.
-Dime ¿qué cosa sucede en la agonía y después?
El alma está en las luces o enlas tinieblas?. Bajo qué forma viene pronunciada
la sentencia?
R:Yo no he tenido agonía, tú lo sabes, pero puedo decirte que en aquel último momento
decisivo el demonio suelta toda su rabia alrededor del moribundo. El buen Dios
para hacer adquirir mayor mérito a las almas, permite que sufran aquella última
prueba, es el último combate: las almas fuertes y generosas, a fin de tener un
puesto aún más bello en el Cielo, tienen con frecuencia, al término de su vida y
en las ansias de la muerte, semejante lucha terrible contra el ángel de las
tinieblas (tú has sido testigo), pero de esto salen victoriosas. El buen Dios no
permite que un alma, que se ha dado a Él totalmente durante la vida, perezca en
estos últimos momentos. Las personas que han amado a la Santa Virgen, que la han
invocado toda su vida, reciben de ella muchas gracias en la última lucha. La
misma cosa se realiza también para aquellas que han sido devotas de San José, de
San Miguel o de cualquier otro Santo. Entonces sobre todo, como ya te he dicho,
se es feliz de tener un intercesor cerca de Dios en aquel penoso momento. Hay
otras que mueren tranquilas, sin pruebas de nada de lo que te he dicho.
El buen Dios tienes sus designios en todo: El hace o permite todo por el bien
particular de cada uno.
-¿Cómo decir y describirte lo que sucede después de la agonía?.
R:No es posible comprenderlo bien sin haberlo pasado. Sin embargo, trataré de explicártelo
lo mejor que pueda. El alma, al dejar el cuerpo, se halla perdida, toda acometida
(si se puede decir así) de Dios. Ella se encuentra en una luz tal que en un
parpadear de ojos ve toda su vida y, por consiguiente, lo que merece. Ella misma
en esta visión tan clara pronuncia la propia sentencia. El alma no ve al buen
Dios, pero está anonadada en su presencia. Si es un alma culpable como lo era yo
y que, por consiguiente, he merecido el Purgatorio, ella es de tal manera
oprimida bajo el peso de los pecados que le faltan de expiar que por sí misma se
hunde en el Purgatorio.
Entonce solamente se comprende al buen Dios, su amor por las almas y que desgracia
es el pecado a los ojos de su Divina Majestad San Miguel está allí cuando el
alma deja el cuerpo; sólo a él he visto y ven todas las almas, El es como el
testigo y el ejecutor de la justicia divina. Yo he visto también a mi ángel de
la guarda.
Esto es para hacerte comprender como puede decirse que San Miguel lleva las almas
al Purgatorio… porque un alma no se lleva, pero es verdad, en el sentido que él
está allí, presente en la ejecución de la sentencia. Todo lo que sucede en el
otro mundo es un misterio para el tuyo.
-¿Y cuándo se trata de un alma que va directamente al Cielo?
R:Para esta alma, la unión comenzada con Jesús continúa en la muerte; eso es el
Cielo, pero la unión del Cielo es más íntima que la de la tierra.
Las ánimas del Purgatorio conocen del futuro sólo en tanto que Dios lo permite y
quiere darles a conocer. En proporción de sus méritos algunas ánimas tienen más
conocimiento que otras; pero todas estas cosas respecto al futuro que ventaja
puede acarrear, salvo que interesen a la gloria del buen Dios y al bien de
alguna alma? No tienes que maravillarte de que el demonio y sus secuaces
conozcan algo del futuro. El diablo es un espíritu; por consecuencia, posee
astucia y mucho más conocimiento que cualquier persona de la tierra, excepto de
algunos Santos que el buen Dios ilumina con su luz. El engaña para todo,
buscando hacer el mal; ve que lo que sucede en el mundo, es a causa de su
sagacidad, entonces puede preveer fácilmente las cosas que se realizan; esa es
la única explicación. Ay de aquellos que se convierten en sus esclavos al
consultarlo; este es un pecado que desagrada mucho al buen Dios.
-¿Las ánimas pueden alguna vez equivocarse? Dios puede permitirlo?
R:Sí… no en cuanto a las cosas existentes, sino a aquellas del futuro, pero no es
esto por ninguna imperfección de ellas. Dios mismo no parece cambiar con frecuencia
el orden de sus designios (1)?. Eso es de este modo: puede suceder que Dios, en
su justicia, quiera castigar un reino, una provincia, una persona: es la
intención que Él manifiesta, pero si alguna persona de tal reino, de tal
provincia, con la oración o con otros medios desarman su justicia, Dios
perdonará del todo o disminuirá la pena según la previsión de su sabiduría
infinita. Con frecuencia permite también los grandes acontecimientos sean
predecidos anticipadamente, o bien los hace conocer a algunas almas, a fin de
que ellas prevengan y detengan su justicia: su misericordia es tan grande que Él
no castiga si no en los extremos. Así respecto de la persona, de la que un día
me hablaste: no te he dicho las cosas así como son. Sin embargo era justo todo
lo que el buen Dios de ella me hacía conocer entonces; pero porque cambió un
poco de conducta, el buen Dios le inflige solo la mitad del castigo que le era
reservado, si hubiera permanecido en la misma disposición. Así es como a veces
puede parecer equivocación.
-¿Son muchos los protestantes salvados?
R:Por misericordia del buen Dios, hay un cierto número de protestantes que son
salvados, pero su Purgatorio es largo y riguroso para muchos. Es verdad que
ellos no han hecho abuso de las gracias como muchos católicos, pero como ni
siquiera han tenido la gracia insigne de los Sacramentos y los otros recursos de
la verdadera religión, eso hace que su expiación se prolongue por mucho tiempo
en el Purgatorio.
Hablo con voz más baja que de costumbre, porque también tú, desde hace ocho días,
hablas al buen dios
con voz demasiado baja en la salmodia.
Cuando lo hagas con voz más alta, lo haré también yo.
-¿En el Purgatorio conocen la persecución, de que es objeto la Iglesia? No
conoces el final?
R: Sabemos que la Iglesia es perseguida y oramos por su triunfo, pero cuando será
esto?. Yo lo ignoro… Puede darse que algunas ánimas lo sepan? En cuanto a mí no
lo sé.
En el Purgatorio las ánimas no permanecen únicamente ocupadas de sus dolores; ellas
rezan mucho por los grandes intereses del buen Dios, por las personas que les
abrevian sus sufrimientos. Alaban y dan gracias a Nuestro Señor por su infinita misericordia
con ellas, porque para algunas de ellas el espacio que separa el Purgatorio del
infierno ha sido muy estrecho y poco faltó para que se precipitaran al abismo.
Considera entonces que grande es el reconocimiento de estas pobres ánimas
arrancadas así de Satanás.
No puedo explicarte de que modo nosotros vemos la tierra mejor que como la ves
tú; porque no puede comprenderse sino cuando el alma ha abandonado el cuerpo,
porque ahora la tierra que se ha dejado, abandonando en ella su cuerpo, no le
parece más que un punto en comparación del horizonte que llega hasta la
eternidad que se abre para ella.
-¿Pero, en el Purgatorio, se lo ama?
R:Ciertamente, pero el nuestro es un amor de reparación, y si en la tierra
lo hubiéramos amado como deberíamos haberlo hecho, no seríamos tan numerosas, no
habríamos tantas ánimas en el lugar de la expiación.
-¿En el Cielo Jesús es muy amado?.
R:En el Cielo se lo ama mucho. Allí es bien compensado, pero no es aún esto lo
que Jesús desea. El quiere ser amado en la tierra, en esta tierra donde se
anonada en cada tabernáculo. A fin de que se le acerquen con más facilidad y no
lo hacen. Se pasa delante de una Iglesia con mayor indiferencia que delante de
un monumento público. Si a veces se entra en el lugar santo, es más para
ultrajar al divino Prisionero que reside allí, con la propia frialdad, con mala
postura, con oraciones hechas con frialdad, sin atención, sin dirigirle una
palabra cordial, una palabra amigable y de reconocimiento por su bondad hacia
nosotros.
-¿Tú tienes del buen Dios un conocimiento más perfecto que el nuestro?
R:Ah, que pregunta!. Pero ciertamente, nosotros lo conocemos mucho mejor y le
amamos mucho más.! Ay de mí!. Precisamente esa es la causa de nuestro mayor
tormento aquí. En la tierra se ignora qué cosa es el buen Dios. Se hace una idea
según la propia visión estrecha,; pero nosotros, al dejar nuestra envoltura de
barro, entonces nada más obstaculiza la libertad de nuestra alma, Oh solamente
ahora hemos conocido a Dios, su bondad, su misericordia, su amor!. Después de
esta visión tan clara, esta necesidad tan grande de unión (con Él), el alma
tiende siempre hacia Dios, esta es su vida y, siempre se echa hacia atrás,
porque no es suficientemente pura, ese es nuestro sufrimiento: el más duro, el
más cruel Oh!. Si fuese concedido regresar a la tierra, después de haber
conocido al buen Dios, qué vida llevaríamos!. Pero, llorar es inútil… y no
obstante en la tierra no se piensa ni un instante en esto, se vive ciego. La
eternidad no es tenida en cuenta. La tierra, que no es más que un lugar de
tránsito y que acoge solamente al cuerpo, el cual a su vez, se convierte en
tierra también el, es el único objeto hacia el que tienden casi todos los deseos,
y en el Cielo no se piensa!. Y Jesús y su amor son olvidados!.
-¿En el Purgatorio, las ánimas se consuelan recíprocamente con el amor del buen
Dios o bien alguna está completamente apartada en su dolor?
R: En el Purgatorio, nuestro único consuelo, nuestra única esperanza es Dios
sólo. En la tierra, el buen Dios permite que a veces en las propias penas del
cuerpo y del espíritu se pueda ser consolado por un corazón amigo; y para otros,
si en este corazón falta el amor de Jesús, las consolaciones son ineficaces,
pero aquí las ánimas están perdidas, abismadas en la voluntad divina, y sólo
Dios puede mitigar su dolor. Todas las ánimas son atormentadas, algunas según la
propia culpabilidad, pero todas padecen un dolor común que sobrepasa cualquier
otro: la ausencia de Jesús que es nuestro elemento, nuestra vida, todo lo
nuestro. Y nosotros, estamos separadas por culpa propia.
Realidad del Cielo, Infierno y Purgatorio
El Trabajo de Dios |